domingo, 12 de marzo de 2006

Yo acuso, último libro de Ayaan Hirsi Ali

ABC- EL LIBRO- 12/03/06

Su lucha por la defensa de la mujer musulmana y sus afiladas diatribas contra el islam han hecho de Ayaan Hirsi Ali una condenada a muerte. Lo supo por la nota que, dirigida a ella, clavó el asesino de Teo van Gogh sobre el cuerpo del cineasta. Ahora, en un nuevo paso en pro de la libertad, la parlamentaria holandesa da a luz este ensayo lúcido y contundente que se presenta mañana en Madrid.





Ayaan Hirsi Ali



Yo acuso. Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU., Occidente hizo un llamamiento masivo a todos los musulmanes para que reflexionaran acerca de su religión y de su cultura. Una llamada a la que esta comunidad reaccionó con indignación, ya que no veía el motivo por el cual ésta, precisamente, tenía que hablar del comportamiento criminal de diecinueve jóvenes. El presidente estadounidense Bush, el primer ministro británico Blair y otros tantos líderes occidentales han solicitado a las organizaciones musulmanas de sus respectivos países que se distanciaran del islam, tal como lo predicaban los doce terroristas. Que los criminales del 11 de septiembre fueran musulmanes, y que en todo el mundo éstos, incluso antes del 11 de septiembre, guardasen rencor sobre todo a EE.UU, me llevó a investigar las raíces del odio de la fe en la que fui educada. ¿Se halla esa agresividad en el islam mismo?Fui educada por mis padres como musulmana, como una buena musulmana. El islam regía la vida de nuestra familia y nuestras relaciones familiares hasta en los más ínfimos detalles. El islam era nuestra ideología, nuestra política, nuestra moral, nuestro derecho y nuestra identidad. Éramos, antes que nada, musulmanes, y luego somalíes. Se me enseñó que el islam nos separaba del resto del mundo, de los no musulmanes. Nosotros, los musulmanes, somos los elegidos de Dios; en cambio ellos, los otros, los kafires, los no creyentes son asociales, impuros, bárbaros, no circuncidados, inmorales, desalmados, y sobre todo obscenos: son irrespetuosos con las mujeres -unas rameras-, muchos hombres son homosexuales, y hombres y mujeres mantienen relaciones sexuales sin estar casados. En definitiva, los infieles son malditos y Dios los castigará por ello de un modo atroz en la otra vida.Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas solíamos hablar de gente agradable que no profesaba el islam, pero entonces mi madre y mi abuela decían siempre: «No, no son buena gente. Saben del Corán y del Profeta y de Alá y sin embargo no tienen conocimiento de que lo único que puede ser el ser humano es musulmán. Son ciegos. Si fueran personas buenas se habrían hecho musulmanas y entonces Alá las protegería del mal. Pero de ellos depende. Si se convierten, conocerán el paraíso».El islam no es la única ideología que educa a sus hijos en el convencimiento de que son los elegidos de Dios -el cristianismo y el judaísmo también-, pero aun así entre los musulmanes existe la creencia de que Dios le ha conferido una gracia especial de una mayor amplitud.Llegué a Europa occidental hace aproximadamente doce años, huyendo de un matrimonio concertado. Pronto aprendí que aquí Dios y su verdad han sido ideados de acuerdo a la dignidad humana. Si bien para los musulmanes la vida en la tierra es tan sólo un tránsito hacia el más allá, en Occidente la gente también puede invertir en su existencia terrenal. Además, todo indica que el infierno se ha abolido, y que Dios es más un dios del amor que un ente cruel cuyo fin es impartir castigo. Comencé entonces a observar de manera crítica mi propia fe y descubrí tres elementos importantes a los que antes apenas había prestado atención. El primero era que los musulmanes mantienen con su Dios una relación basada en el miedo. El concepto de Dios de los musulmanes es absoluto. Nuestro Dios exige una completa sumisión. Te premia si sigues sus reglas al pie de la letra, pero te castiga cruelmente si transgredes sus reglas: en la vida terrenal con enfermedades y catástrofes naturales; en la otra vida, con las llamas eternas del infierno. El segundo elemento es que el islam conoce una sola fuente moral: el Profeta. Mahoma es infalible, incluso se podría decir que es un dios, aun cuando el Corán es claro en este sentido: Mahoma es un hombre, pero es el mejor, el ser humano perfecto, igual que un dios, y debemos vivir según su ejemplo. El Corán recoge lo que Mahoma explica que Dios dijo. Así, en los miles de ahadith -testimonios de lo que Mahoma dijo e hizo y los consejos que dio y que nos ha legado en gruesos tomos- encontramos exactamente cómo debía vivir un musulmán en el siglo VII..., la misma fuente en que devotos musulmanes buscan a diario respuestas a sus preguntas acerca de cómo vivir en el siglo XXI.En tercer lugar, el islam está fuertemente dominado por una moral sexual cuyas raíces se remontan a los valores tribales árabes de los tiempos en que el Profeta recibió los consejos, una cultura en que las mujeres son propiedad de padres, hermanos, tíos, abuelos, tutores. Así como la esencia de la mujer se reduce a su himen, el velo que oculta sus rostros recuerda permanentemente al mundo exterior esa moral asfixiante, que convierte a los musulmanes varones en dueños absolutos de las mujeres y que los obliga a evitar los contactos sexuales de su madre, hermana, tía, cuñada, sobrina y esposa. Y no sólo la cohabitación, sino también el mero hecho de mirar a un hombre, tomarle por el brazo o estrecharle la mano. El prestigio de un hombre se mantiene o se derrumba gracias al comportamiento correcto, obediente, de los miembros femeninos de la familia.Estos tres elementos aclaran en gran medida cuál es nuestro telón de fondo respecto al mundo occidental, e incluso el asiático. Para romper el enrejado de estas tres unidades que aprisionan a la mayoría de los musulmanes, debemos empezar con afrontar un autoanálisis crítico. Pero no es tarea fácil, porque quien ha nacido musulmán y se plantea preguntas críticas sobre el islam enseguida será tachado de «renegado». El musulmán que aboga por acudir a otras fuentes morales, además de la del profeta Mahoma, es amenazado de muerte. Y la mujer que escapa de la jaula de la virginidad es una prostituta.Gracias a la experiencia que da la vida, así como a las abundantes lecturas y a hablar mucho con la gente, me resultó evidente que la existencia de Alá, ángeles, demonios y la vida tras la muerte son al menos discutibles. Si Alá existe, su palabra no es absoluta, sino que es susceptible de crítica. Cuando en alguna ocasión puse por escrito las dudas acerca de mi fe con la esperanza de suscitar un debate, de súbito todos los musulmanes, hombres o mujeres, aparecían prestos a expulsarme de la comunidad de los creyentes. E incluso iban más lejos: yo merecía la muerte porque había osado dudar del carácter absoluto de la palabra de Alá. me llevaron ante los tribunales para prohibirme ser crítica con la fe con la que había nacido, hacer preguntas sobre los preceptos y los dioses que nos legaron el mensaje de Alá. Y Mohamed B., un fundamentalista musulmán, ha matado a Theo van Gogh, quien me asistió en la realización de Submission Part I.Quiero abrirme a más fuentes de conocimiento, moral e imaginación más allá del Corán y de las tradiciones del Profeta. El hecho de que no exista ningún Spinoza, Voltaire, J. S. Mill, Kant y Bertrand Russell islámicos no es óbice para que los musulmanes no puedan utilizar las obras de esos pensadores. Leer a los pensadores occidentales se interpreta como un acto de deslealtad hacia el profeta Mahoma y el mensaje de Alá. Es un craso error. ¿Por qué no está permitido preservar y aumentar el bien que Mahoma nos ha enseñado (por ejemplo ser misericordioso con los pobres, con todos los seres humanos) con todas las filosofías? El hecho de que nosotros no tengamos unos hermanos Wright islámicos, ¿nos impediría acaso volar? Si sólo nos resignamos a recibir los avances tecnológicos, y no la audacia occidental para pensar de manera autónoma, perpetuaremos el estancamiento mental en la cultura islámica, y así se mantendrá de generación en generación.Para entender el atraso tanto en el terreno material como en el ámbito del pensamiento en que nos hallamos los musulmanes, quizá debamos retrotraernos para encontrar una explicación a la moral sexual que hemos mamado (véase el capítulo «La jaula de las vírgenes»). A este fin, me gustaría retar a mis compañeros de fatigas -aquellos que, como yo, se han educado en el islam- a comparar el ensayo «El sometimiento de la mujer», de J. S. Mill, escrito en 1869, con el dogma sobre la mujer del profeta Mahoma. Si bien es evidente que hay un universo de diferencias entre Mahoma y Mill, incuestionablemente la mujer ha sido un tema de interés para ambos.El hecho de que un musulmán acometa la investigación de la unidad islámica se concibe como una traición irreparable y como algo extremadamente doloroso. Soy consciente de que esas fuertes emociones -sobre todo si se expresan en masa- impresionan a quienes lo ven desde fuera, pero debo reconocer que también a mí misma. Puedo ponerme en el lugar de aquellos musulmanes que se sienten obligados a enfadarse con quienes relativizan la absoluta palabra de Dios, o con aquellos que contemplan otras fuentes morales en un nivel de igualdad o superioridad a las del profeta Mahoma. Además, la historia refiere que un cambio mental de esa envergadura no sólo es un proceso largo, sino que conlleva oposición e incluso derramamiento de sangre. El asesinato de Theo van Gogh, las amenazas a mi persona, los pasos de la justicia en mi contra y el hecho de ser rechazada, casan perfectamente en ese contexto. En este sentido, un rápido vistazo a la historia del islam enseña que aquellos que han sido críticos con su propia fe casi siempre han recibido el mismo castigo: la muerte o el destierro. Me hallo en buena compañía: Salman Rushdie, Irshad Manji, Taslima Nasreen, Mohammed Abu-Zeid, todos han sido amenazados por sus correligionarios y protegidos por quienes no son musulmanes.Sin embargo, debemos reunir fuerzas para atravesar ese muro emocional, o avanzar en la medida en que el grupo de críticos aumente, para así poder conformar un contrapeso significativo. Y si bien para ello necesitamos la ayuda del Occidente liberal que tiene interés en la reformar del islam, sobre todo necesitamos ayudarnos mutuamente.Por lo que respecta a la reforma soy optimista. Me baso en señales como el consejo electoral en Arabia Saudita porque, aunque las mujeres fueron excluidas, al menos las elecciones se celebraron; en el éxito del proceso electoral en Iraq y en Afganistán, luego que en este último fuera posible un gobierno secular tras el régimen talibán; o en la manifestación de periodistas y académicos de Marruecos contra el terror del partido islamista y en las prometedoras conversaciones entre Sharon y Abbas sobre el futuro de Israel y Palestina. Por lo demás me doy perfecta cuenta de que estos avances son sumamente incipientes.El azote del relativismoAquellos que se resisten en el Occidente de antaño a la obligación de la fe y las costumbres, los liberales seculares (en algunos países calificados como «de izquierdas»), han suscitado mi pensamiento crítico y el de otros musulmanes liberales. Pero la izquierda en Occidente tiene una marcada tendencia a culparse a sí misma y a considerar al resto del mundo como víctima -a los musulmanes, por ejemplo-, y las víctimas, a la postre, dan lástima, y quien da lástima y está sometido es, por definición, una buena persona que estrechamos en nuestro pecho. Su crítica se limita a Occidente. Son críticos con EE.UU., pero no con el mundo islámico -así como tampoco fueron críticos en su día con el Gulag-, porque EE.UU. es igual que Occidente, y el mundo islámico no es tan poderoso como Occidente. Son críticos con Israel, pero no con Palestina, ya que Israel está considerado parte de Occidente y porque los palestinos son dignos de lástima. También son críticos con las mayorías autóctonas en los países occidentales, pero no con las minorías islámicas; la crítica al mundo islámico, a Palestina y a las minorías islámicas se considera islamófoba y xenófoba. Lo que estos relativistas culturales no ven es que al mantener temerosamente al margen de toda crítica a las culturas no occidentales, encierran al mismo tiempo a los representantes de aquellas culturas en su atraso. Detrás de todo ello están las intenciones más dispares, pero ya sabemos que el camino al infierno está pavimentado de los mejores propósitos. Se trata de racismo en su acepción más pura. Mi crítica a la fe y a la cultura islámicas se percibe como «dura», «ofensiva» e «hiriente». Pero la posición de los mencionados relativistas culturales es, de hecho, más dura, más ofensiva y más hiriente si cabe. Se sienten superiores, y en un proceso de diálogo tratan a los musulmanes no como a sus iguales sino como «el otro» que debe ser respetado. Y piensan que debe evitarse la crítica al islam, porque temen que los musulmanes se ofendan y recurran a la violencia. En tanto verdaderos liberales, nos abandonan a los musulmanes que hemos atendido la llamada de nuestro espíritu cívico, a nuestra suerte.He corrido un riesgo enorme al prestar oído al ruego de reflexión y participación en el debate abierto que se generó en Occidente tras los atentados del 11 de septiembre. ¿Y qué dicen los relativistas culturales? Que debería haberlo hecho de otra manera. Pero después de la muerte de Theo van Gogh estoy más convencida que nunca de que debo hablar y ejercer la crítica a mi manera.

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