EL CORREO 05/03/06
FERNANDO SAVATER
El p... respetuoso
Una de las piezas teatrales más conocidas de Jean-Paul Sartre lleva por título 'La p respetuosa', o al menos así suele aparecer siempre su nombre en los libros y en los carteles que anuncian la representación. Por cierto, en cierta ocasión un director de teatro venezolano que iba a montar la obra los encargó a un publicista despistado o guasón, el cual avisó por todas las esquinas que iba a estrenarse próximamente 'La puta r '. El caso es que ahora yo también voy a pedirle prestado a Sartre su título para permitirme una licencia con él. En la cabecera de este artículo, la palabra sustituida por una inicial seguida de puntos suspensivos no tiene nada que ver con la profesión más antigua del mundo, aunque se refiere a una de las emociones más antiguas del mundo: el pánico. Ese pánico reverencial que en demasiadas ocasiones y sobre todo últimamente algunos ideólogos del conformismo postmoderno pretenden hacernos confundir con una actitud mucho más digna de noble aprecio, el respeto. Pero de pánico se trata, aunque no quieran por pudor verlo escrito con todas las letras. En el cúmulo de reacciones desmesuradas que ha provocado la publicación de las caricaturas de Mahoma (si es que se puede 'caricaturizar' a alguien cuyos rasgos desconocemos) lo más notable han sido las voces de autoridades y líderes de opinión pidiendo que no se emplee la libertad de expresión para 'ofender' las creencias ajenas. Vamos, que hay que mostrar siempre 'respeto' ante los dogmas del prójimo. Por supuesto, vivir y expresarse libremente sin ofender a nadie es algo perfectamente imposible porque en la mayoría de los casos la ofensa no depende de la voluntad de quien la comete sino de la susceptibilidad de quien se resiente ante ella. Hay gente que se mosquea porque la mires con cierta curiosidad, porque no le cedas el paso o porque silbes una melodía que detesta. A mi juicio de cristiano resignado a serlo a falta de cultura mejor, 'La vida de Brian', de Monty Python, es una de las películas más graciosas que he visto en mi vida. Pero conozco personas aparentemente normales que la consideran una inmunda blasfemia que debería ser proscrita en cualquier sociedad decente Para quien quiere que todos vivan como él, adoren lo que él adora y condenen lo que él condena, la ofensa más mortal es la simple existencia de millones de personas a las que se les da una higa cuanto él considera imprescindible y no se molestan en ocultarlo. Si quien se siente así ultrajado es un obispo o el Gran Dragón del Ku-Klux-Klan, su pataleta despierta poca conmiseración. Pero cuando se trata de fanáticos islamistas, de inmediato se alzan voces contemporizadoras entre los más incrédulos pidiendo respeto para lo que aquéllos veneran. Y apoyan esta demanda con pudibundas reprobaciones de la xenofobia (aunque no recuerdo que tales críticas se hagan a quienes se burlan del catolicismo o del marxismo), denuncias del colonialismo o de la 'arrogancia' occidental y una retahíla de coartadas tan piadosas como majaderas. La verdad, a fin de cuentas, es que el único y verdadero motivo de respeto es el temor ante las represalias violentas y aun criminales que los así 'ofendidos' pueden llevar a cabo, dirigidos por quienes tienen capacidad política para instrumentalizar su obcecada indignación. Por la misma poderosa razón, hay que mostrar 'respeto' ante la cárcel abusiva de Guantánamo o ante la política interior del presidente Putin o los jerarcas chinos. También es el argumento más irrefutable a favor de una disposición complaciente que permita acabar con el terrorismo de ETA 'sin vencedores ni vencidos', es decir, sin que se sientan ofendidos los que pueden manifestar su desagrado de manera sumamente peligrosa. En determinadas ocasiones, la prudencia ante los violentos feroces puede ser aconsejable. Pero se inspira en el miedo, sentimiento muy saludable que sin embargo conviene distinguir claramente del respeto. Respetar a otro es tenerle en la consideración de semejante y concederle los mismos miramientos y garantías que cada cual quiere para sí mismo. No porque nos inspire pánico, sino porque le sentimos para lo mejor y para lo peor como un igual. Puedo criticarle o burlarme de él, porque estoy dispuesto (¿y acostumbrado!) a que me critiquen y se burlen de mí. Pero no le dañaré o le privaré de derechos que reivindico también para mí mismo. No es cierto, claro está que 'todas las opiniones sean respetables', como nos repiten a horas y deshoras los bobos: lo respetable son las personas, por disparatadas que sean sus opiniones. Y creo firmemente que una de las formas mejores de respetar de verdad a las personas es no respetar aquéllas de sus opiniones que nos parecen ridículas o abominables. Desde un punto de vista educativo, se brinda una lección muy nociva a los más jóvenes haciéndoles ver que quien inspira miedo, por brutales o supersticiosas que sean sus creencias, deber ser 'respetado'. La consecuencia obvia es que no merece la pena respetar a los que no nos asustan o no tienen capacidad de amenazarnos. Probablemente esos bárbaros adolescentes que queman por diversión a una pobre indigente o que torturan a una compañera con síndrome de Down mientras filman el suplicio con sus teléfonos móviles son alumnos aplicados de semejante doctrina: ¿Para qué molestarse en respetar a quienes sólo son modestamente humanos, pero carecen de bombas o fusiles que subrayen con terror inapelable su dignidad de tales?
domingo, 5 de marzo de 2006
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