domingo, 28 de enero de 2007

Curas

ABC 2007/01/28

"El problema del progresismo español no es que se esté inventando una guerra civil a su gusto. Es que ni siquiera tiene claro lo que fue el franquismo"
JON JUARISTI

Curas
UN día cualquiera de 1975, mientras la farándula se declaraba en huelga tras treinta y seis años de leales servicios al régimen, en una iglesia madrileña de barrio menestral los tibios y los ateos asistían fervorosamente a misa para despistar al supervisor de la diócesis y salvar a su párroco más o menos preconciliar de un traslado forzoso. No se trata de una historia real, sino de la última entrega de la serie Cuéntame, emitida por TVE-1 el pasado jueves.

El episodio está calcado, por supuesto, de aquella secuencia de El hombre tranquilo, de John Ford, en que, una vez terminada la homérica pelea entre Thornton (John Wayne) y Donaher (Victor MacLaglen), los vecinos católicos de Innisfree, incluyendo al párroco, aclaman al obispo anglicano durante la visita de este al pintoresco pueblo irlandés, haciéndose pasar por la inexistente feligresía del vicario local de la Iglesia de Inglaterra. En su juventud, el gran poeta nacionalista (y protestante) William Butler Yeats escribió un magnífico poema sobre la isla lacustre de Innisfree, en el condado de Sligo: una variante del tópico de la vida retirada donde oponía la paz idílica del campo a la agitación de Dublín. La Innisfree de Ford no es la isla de Yeats, sino una aldea imaginaria de la República de Irlanda bajo el segundo gobierno de Eamon de Valera.

Yeats no pudo acabar sus días en Innisfree ni en Sligo. Murió en Francia, a comienzos de 1939. Los republicanos pugnaban entonces por excluir de la política a la minoría protestante, y Yeats, que había sido senador del Estado Libre, sufrió durante sus últimos años una suerte de ostracismo tácito. Como él, otras figuras descollantes del renacimiento literario irlandés murieron en un exilio no reconocido (O´Casey en Inglaterra; Joyce, en Suiza), preludiando lo que iba a ser el destino de otros brillantes disidentes como Samuel Beckett. Todavía en 1952, cuando Ford estrenó su película, la vida no era cómoda en la Irlanda rural para los protestantes, y que en el Ulster presbiteriano se humillara a los católicos no hacía su situación más llevadera (al contrario: la empeoraba). Ford maquilló hábilmente la realidad histórica para tranquilizar las conciencias de la diáspora irlandesa que lo aclamaba en América y que, veinte años después, se convertiría en el principal soporte financiero del IRA.

Los literatos y los historiadores de la Irlanda contemporánea han desmentido por completo esta visión edulcorada (basta hojear las novelas populares de Frank McCourt o Roddy Doyle para cerciorarse del fin del idilio). Por eso, el recurso de los guionistas de Cuéntame al viejo truco de Ford resulta por lo menos chusco en estos tiempos de laicismo rampante. El problema del progresismo español no es que se esté inventando una guerra civil a su gusto. Es que ni siquiera tiene claro lo que fue el franquismo. Cuéntame constituye un precioso monumento a la memoria histórica...de sus autores. Como evocación de la España de Franco vale tanto como Los chicos del Preu, de Pedro Lazaga, con signo ideológico opuesto. La tragedia de la Iglesia católica española, desconcertada por el Concilio Vaticano II y dividida en banderías inconciliables -y perdón por el retruécano- ni siquiera se asoma a la saga de los Alcántara. No ya en 1975: diez años antes se iniciaba una apostasía en masa que vació los seminarios y nutrió a la extrema izquierda (y en el País Vasco, a ETA).

El anticristianismo programático y militante de nuestra progresía no tiene las mismas causas que la indiferencia religiosa generalizada en países de antigua secularización. Delata, por el contrario, el cercano origen eclesial de la izquierda -excluyo al hoy insignificante partido comunista- y el correlativo fracaso de una educación católica administrada en dosis homeopáticas. Quizá sea este último aspecto lo único que queda medianamente claro en Cuéntame: el sopicaldo mental de unas generaciones que se aburrían en misa y que creen, como Carlitos Alcántara, haber estudiado el catecismo del padre Ripalda. No es de extrañar que piensen que el socialismo consiste en encabronar a los católicos. Ay, si don Pablo Iglesias levantara la cabeza...

sábado, 27 de enero de 2007

Estado de delirio

EL PAÍS 2007/01/27

"También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno"
ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Estado de delirio
La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad. El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa. La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales. En ningún país que yo conozca los titulares están tan hechos casi exclusivamente de declaraciones entrecomilladas. El que llega de fuera se ve asaltado, nada más subir al taxi en el aeropuerto, por un zumbido perpetuo de opinadores que someten a escrutinio las declaraciones y contradeclaraciones previamente enunciadas por los charlistas de la política. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la ofuscación de una copa matinal de coñac.

El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del todo. Hay una geografía delirante, que se manifiesta, por ejemplo, en los textos escolares y en los mapas de las noticias sobre el tiempo, y en virtud de la cual cada comunidad autónoma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para abarcar territorios soñados. Casi cualquier delirio es un delirio de grandeza. El País Vasco abarca en los mapas Navarra y una parte de Francia: Cataluña se extiende hacia el norte y a lo largo del Levante y por las islas del Mediterráneo, en un ejercicio de megalomanía geográfica que se parece bastante al de los reinos que don Quijote imaginaba que conquistaría con su bravura de caballero andante. Galicia se agranda por las anchuras atlánticas de la lusofonía y por los confines de niebla de los reinos celtas. Y no quiero pensar qué ocurrirá cuando los cerebros políticos de mi tierra natal descubran por azar algún libro en el que se muestre que hubo una época en la que el territorio de Al-Andalus cubrió casi entera la península Ibérica y una parte del norte de África.

La geografía fantástica se corresponde con el delirio lingüístico: en esos mundos virtuales el español es un idioma molesto y residual que sólo hablan guardias civiles, emigrantes y criadas, y que por lo tanto no merece más de dos horas de enseñanza semanal en las escuelas, aparte de comentarios despectivos sobre su rusticidad y su patético provincianismo. Al fin y al cabo sólo se habla en tres continentes. Cuando no hay modo de prescindir de este idioma al parecer extranjero que sin embargo es el único de verdad común de toda la ciudadanía, se le desfigura en lo posible con una ortografía delirante, que debe de ser un enigma para la inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes que lo tienen como propio. Y cuando los jerarcas de tales patrias viajan por el mundo se convencen a sí mismos en su delirio de que hablan inglés, para no rebajarse a la indignidad de hablar español: pero con raras excepciones hablan inglés tan mal y con un acento español tan inconfundible que sólo los entienden los españoles diseminados entre el público, que constituyen, por otra parte, la mayoría de éste. Los dignatarios -da igual el partido o el territorio al que pertenezcan- cultivan un delirio grandioso de política internacional, y viajan por el mundo con séquitos más propios de sátrapas que de gobernantes democráticos, con jefes de prensa y de protocolo, con asesores, con periodistas, con fotógrafo de corte y cámaras de televisión, incluso con pensadores áulicos, en algún caso muy selecto. Se alojan en los mejores hoteles y gastan el dinero público con una magnanimidad de jeques petrolíferos. Viajan con el pasaporte de un país cuya existencia niegan y utilizan los servicios diplomáticos y consulares de un Estado al que no se consideran vinculados por ninguna obligación de lealtad, y aseguran que el motivo de tales viajes es la promoción internacional de sus respectivas patrias, provincias, principados, o reinos: obtienen, es verdad, una gran cobertura mediática, si bien no en los periódicos del país que han visitado, sino en los de la comunidad o comarca de origen, en la que todo el mundo parece aceptar sin sospecha el delirio de los resultados provechosos del viaje, así como la cuantiosa inversión necesaria para que sus excelencias celebren en Nueva York o en Melbourne una mariscada suculenta de la que habrían disfrutado lo mismo sin marcharse tan lejos, o hagan unas declaraciones a la televisión autonómica o al diario local a seis mil kilómetros de distancia.

El delirio afecta lo mismo al pasado que al presente, por no hablar del porvenir. Jovenzuelos malcriados que disfrutan de uno de los niveles de vida más altos del mundo se adornan de un corte de pelo carcelario y de un pañuelo palestino y se imaginan que participan en una intifada o en un motín kurdo o irlandés quemando los cajeros automáticos de sus opulentas instituciones
bancarias y los autobuses de un servicio municipal de transportes lujosamente subvencionado, sin correr más peligro que el de un siempre desagradable enfriamiento después de la carrera delante de los paternales policías. En la escuela les han enseñado geografía fantástica y una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos de Astérix y las columnas de astrología de las revistas del corazón son más rigurosos que la mayor parte de sus libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

El delirio no sólo determina las historias que se cuentan en la escuela. Una editorial de prestigio le encarga a un escritor un libro sobre la caída de Barcelona al final de la guerra. Al escritor no le cuesta confirmar lo que sabe o sabía todo el mundo: que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muchedumbre entusiasta -ya observó Napoleón que en cualquier gran ciudad hay siempre cien mil personas dispuestas a vitorear a quien sea- y que en el ejército vencedor y entre la nueva clase dirigente había un número considerable de catalanes. Al escritor le dicen que el libro no puede publicarse, sin embargo: no porque cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio oficial sobre el pasado, según el cual la Guerra Civil española fue una guerra de España contra Cataluña, y ningún catalán fue cómplice de los zafios invasores, igual que ningún vasco llevó la boina roja de los requetés en el ejército de Franco.

El delirio niega la realidad pero puede tener efectos devastadores sobre ella. En España no queda nadie o casi nadie que simpatice de verdad con el fascismo o con el comunismo, y sin embargo se oye con frecuencia creciente que al adversario se le califica de facha o de rojo, con una insensatez verbal que hiela la sangre, y que revela una voluntad de ruptura de la concordia civil copiada de lo peor de los años treinta. Cuando a uno lo pueden llamar rojo por creer que el atentado del 11 de marzo lo cometieron terroristas islámicos o fascista por no eludir siempre la palabra "España" o defender la Constitución de 1978 está claro que el debate político ha caído en un extremo irreparable de delirio.

Por culpa del delirio de José María Aznar nos vimos involucrados en una guerra de Irak que ya era en sí misma otro delirio y en la que no contábamos militarmente para nada, pero que enconó el clima político del país y nos hizo más vulnerables a la amenaza del terrorismo integrista. Poseído por un delirio en el que ya vería a sí mismo coronado por los laureles de la Paz, esa bella palabra, el actual presidente no consideró oportuno prestar atención a los muchos indicios que venían avisando de que su negociación con los pistoleros y con los socios y beneficiarios de éstos no iba por buen camino. Tratar con gánsteres puede ser a veces tristemente necesario, pero conlleva el peligro de que los gánsteres tomen por blandura la benevolencia cautelosa del interlocutor y al menor contratiempo vuelquen la mesa de póquer y se líen a tiros. Que los servicios secretos no hubieran advertido lo que se aproximaba no tiene mucho de extraño, ya que tales servicios, casi en cualquier parte del mundo, se caracterizan por no enterarse de nada, contra lo que sugiere una extendida superstición literaria y cinematográfica: lo asombroso es que nadie en el entorno presidencial leyera los periódicos. La insolencia creciente de las hordas vándalas del norte, las cartas de chantaje y amenaza, los robos de pistolas y de explosivos, el descaro con que los terroristas presos amenazaban de muerte a los magistrados que los juzgaban (ante el apocado retraimiento, por cierto, de los policías encargados de reducirlos, quizás temerosos de provocarles una luxación si les ponían las esposas desconsideradamente): es increíble la cantidad de cosas que uno puede no ver cuando se empeña en cerrar los ojos.

También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno. He leído textos conmovidos sobre la felicidad de estar "al lado de mi presidente", y escuché hace poco en la radio a un entusiasta que llevaba su fervor hasta un extremo de marcialidad, asegurando que él, en estas circunstancias, se ponía "detrás de nuestro capitán, en primer tiempo de saludo", tal vez no el tipo de incondicionalidad más adecuado para el primer ministro de una democracia. Quizás uno, como va cumpliendo años -enfermedad política que denunciaba hace poco en estas mismas páginas Suso de Toro, a quien cabe suponer venturosamente libre de ella- conserva el recuerdo de otra época en la que las personas de izquierdas podíamos ser muy críticas y hasta en ocasiones hostiles hacia otro gobierno socialista, o por lo menos no incondicionales hasta la genuflexión, hasta las lágrimas. No digo que no haya motivos para oponerse a una deplorable Oposición, avinagrada y sombría, que no parece capaz de desprenderse de su propio delirio de conspiraciones, y en la que todo el talento de sus dirigentes da la impresión de estar puesto al servicio, sin duda generoso, de favorecer a sus adversarios. Lo que me sorprende es este nuevo concepto de la rebeldía y de disidencia, que consiste en rebelarse contra los que no están en el poder y en disentir de casi todo salvo de las doctrinas y las directrices oficiales. El delirio perfecto, sin duda: disfrutar de todas las ventajas de lo establecido imaginando confortablemente que uno vuelve a vivir en una rejuvenecedora rebeldía, inconformista y a la vez enchufado, obsequioso con el que manda y sin remordimientos de conciencia, gritando las viejas y queridas consignas, como si el tiempo no hubiera pasado, en la zona VIP de las manifestaciones, enaltecido a estas alturas de la edad por una cápsula de Viagra ideológica.

viernes, 26 de enero de 2007

El mito del diálogo

¡Basta Ya! 2007/01/26

"Viniendo a lo que nos interesa, insistir en que el diálogo –así, sin más aditamentos ni matices- es la solución de los problemas creados por el terrorismo etarra (y de su rentabilización por el nacionalismo vasco radical, que también es parte del problema) constituye una patraña y un fraude"
FERNANDO SAVATER

El mito del diálogo
Según parece, la proyectada y ya menguante asignatura de Educación para la Ciudadanía incluirá lecciones dedicadas al diálogo y a la negociación. Nada puede resultar más oportuno, en vista de la fenomenal catarata de equívocos y malentendidos –creo que no todos inocentes- que rodean el frecuente uso de esos términos tan ensalzados como aborrecidos. En una democracia parlamentaria, elogiar el diálogo es un empeño tan aparatosamente ocioso como pasearse por un hospital cantando loores a la medicina. En ambos casos parece más útil indicar los requisitos para que uno y otra sean efectivos, así como señalar sus límites en el tratamiento de males especialmente graves. Para empezar por lo más obvio, se dialoga con los amigos y se negocia con los enemigos o adversarios. El diálogo supone aceptar una base común de valores, a partir de los cuales se discute para ver que orientación común es preferible en tal o cual proyecto. En la negociación se contraponen fuerzas y se pretenden ventajas estratégicas: es un pulso, no un intercambio argumental. En ciertos casos, los más civilizados, puede aliviarse la brusquedad negociadora con la persuasión dialogante, combinando ambos métodos. Pero la presencia de la violencia o la amenaza contra una de las partes anula dramáticamente esa posibilidad.

Viniendo a lo que nos interesa, insistir en que el diálogo –así, sin más aditamentos ni matices- es la solución de los problemas creados por el terrorismo etarra (y de su rentabilización por el nacionalismo vasco radical, que también es parte del problema) constituye una patraña y un fraude. O, en el mejor de los supuestos, un malentendido. Pongamos que a mí, en una de esas encuestas de planteamiento tan poco convincente que suelen hacerse, me preguntan si me parece aceptable “un final dialogado” para el terrorismo de ETA. Interpretando a mi modo la cuestión, puedo responder afirmativamente. Supondré que el encuestador llama “diálogo” a negociar con ETA las condiciones de su rendición cuando los terroristas admitan que tienen que dejar las armas: hablar con ellos de cuestiones penales, garantías de desarme, situación legal de los aún no procesados sin delitos de sangre, etc… Es algo que ocurrirá antes o después y ojalá fuera pronto (aunque sólo depende de ETA, claro). De modo que respuesta afirmativa. Pero también puedo contestar negativamente. Sospecharé que mi interrogador considera “diálogo” establecer un foro político extraparlamentario que incluya a portavoces de los terroristas junto a los partidos legales, con el fin de negociar concesiones políticas al nacionalismo (otras no le interesan a ETA) que refuercen su hegemonía en la CAV e incluso en Navarra, blindándola ante posibles intervenciones del Estado de Derecho, según el esquema del “plan Ibarretxe” más o menos radicalizado para premiar el “final de la violencia”. De modo que mi respuesta será “no”. O sea que, según este planteamiento hipotético pero nada fantástico, soy a la vez partidario del diálogo y contrario al diálogo… y unos me juzgarán entreguista, mientras que otros me tacharán de intransigente. Pero la culpa la tiene la ambigüedad de la palabra “diálogo”, no yo.

Esa ambivalencia no desanima, desde luego, a quienes –como el lehendakari, por ejemplo- siguen predicando la buena nueva del diálogo, cuyas genéricas virtudes nos ensalzan una y otra vez de un modo escolar hasta devolvernos a los felices días del parvulario. O como el socialista Torres Mora (al que algunos conceden rango de ideólogo gubernamental, algo así como el Suslov de nuestro régimen) que en una reciente entrevista en “El Mundo”, tras el acostumbrado panegírico del diálogo, acuña este dictamen prodigioso: “El diálogo no ha fracasado, han fracasado los terroristas en su intento de dialogar”. ¡Toma ya! Es difícil ser más autocomplaciente y con menos motivos que esta gente, la verdad.

A mi entender, el gobierno en un principio planteó el “diálogo” con ETA según la primera de las dos acepciones que más arriba he dado del término. Pero cometió el error de dejar abierta la posibilidad, para más adelante –una vez liquidada la violencia terrorista en todas sus formas-, de emprender el segundo “diálogo” como premio de consolación al nacionalismo y camino para asegurarse su apoyo en el próximo mandato electoral. Con el resultado de que ETA y sus mariachis (que entre tanto han alcanzado un reconocimiento político como interlocutores respetables y aún críticos autorizados de las decisiones de los partidos democráticos) se han apresurado a saltar por encima de la primera mesa de diálogo para exigir inmediatamente la segunda. ¿Por qué no se centran en hablar de presos, beneficios penitenciarios, etc…? Sencillamente, porque todo eso lo dan por descontado. Están convencidos de que una vez consolidada su posición política en el País Vasco y ya abandonado el terrorismo innecesario, el acercamiento de los presos y su próxima puesta en libertad es cosa hecha. Probablemente, la propuesta de excarcelación de De Juana Chaos reforzará esta convicción (por cierto, el etarra va a tener más suerte que Bobby Sands y sus diez compañeros del IRA, que murieron en huelga de hambre sucesivamente en la prisión de Mazen sin lograr ablandar a Margaret Thatcher). De modo que ¿para que se van a molestar en suplicar lo que piensan obtener de cualquier modo? Más les vale ir directamente a lo difícil, a por aquellas concesiones que una vez desaparecida la amenaza terrorista bien pudieran negárseles sin mayores remilgos. Hay que aprovecharse de los efectos de la intimidación mientras dura. Sobre todo cuando se les están mandando constantes mensajes de que, hagan lo que hagan, en cuanto dejen de cometer fechorías estaremos encantados de volver a escucharles: “hay que esperar a que vuelvan a hacer algún gesto, seremos generosos, etc…”. Lo apropiado para desanimarles sería indicarles inequívocamente de una vez que están a punto de ver caducar todos los plazos, más allá de los cuales no obtendrán el más mínimo beneficio penal…es decir, que se les tratará por fin como merecen, dejen las armas o no.

Los partidarios del diálogo a lo loco, caiga quien caiga, nos apedrean constantemente con denuncias más o menos explícitas de las medidas judiciales que pueden “dificultarlo”, es decir que amenazan convertirlo en algo distinto a dar la razón a los nacionalistas: así que no será Ibarretxe quien desafía a la justicia sino los jueces quienes desafían al sentido común (oído, cómo no, en la tertulia de Francino en la Ser), la declaración de Jarrai y Segui como partes del entramado etarra son un abuso que trata de criminalizar a todos los jóvenes independentistas vascos, etc… La verdad es que en el País Vasco el terror fundamental, de fondo, lo pone ETA: pero de la administración del terrorismo para acogotar a la población no nacionalista se encargan desde hace mucho otros. Un caso reciente y repetido todos los años: el de la fiesta de San Sebastián. Lo malo no es que en la izada de bandera que da comienzo a la jornada festiva en la plaza de la Constitución hubiera muchas pancartas a favor de ETA, de Juana Chaos, de la amnistía, llamando asesino al PSOE (¿se imaginan las fiestas patronales de otra población española en que se permitiera insultar o amenazar tan gravemente a cualquier partido?), hasta el punto que Odón Elorza dijera que le parecieron “excesivas”…pues por lo visto hay un límite admisible para estas cosas, que sólo él conoce; ni siquiera es lo peor que todo eso no ocurriera espontáneamente, en el tumulto del gentío a las doce de la noche, sino que se preparase tranquilamente desde las cinco de la tarde con numerosas personas que colgaban los carteles y guirnaldas subversivas a la vista de municipales y ertzainas…como todos los años desde hace una década. No, lo malo es que tres televisiones retransmiten durante horas la izada sin aventurar la más mínima palabra ni comentario sobre este paisaje urbano terrorista. Y lo peor es que este año algunos ciudadanos (de Basta Ya, que son de los pocos que quedan por allí) han presentado denuncia documentada contra el Ayuntamiento por estos sucesos, que sigue su trámite, de la cual han dado cuenta los medios periodísticos nacionales menos afines al “diálogo” pero ninguna de las publicaciones de ámbito donostiarra, tan atentas a todo concurso de quesos que ocurre en nuestra demarcación. Que quede claro: con esos silencios mediáticos y los terrores que reflejan cuentan los “dialogantes” para que al final de “proceso de paz” haya paradójicamente más nacionalismo que antes y no más libertad y visibilidad para los no nacionalistas, como sería lógico esperar.

Bien, muy bien que se incluya “diálogo y negociación” como temas de la minusvalorada e injustamente criticada Educación para la Ciudadanía. Lo único que me preocupa ahora es quién dará la asignatura…

sábado, 20 de enero de 2007

Islamofobias

EL PAÍS 2007/01/20

”Otra cosa es el uso de la "islamofobia", en medios islamistas o afines, a modo de arma arrojadiza contra todo aquel que exprese una crítica hacia un aspecto de la doctrina o de la comunidad islámica, y en particular contra el que trate de indagar acerca de la vinculación entre islamismo y terrorismo”
ANTONIO ELORZA

Islamofobias
La alusión al "aumento de la islamofobia en Europa" ha llegado a convertirse en un tópico políticamente correcto, de uso compartido entre enemigos del racismo, progresistas de viejo cuño, políticos del mundo árabe que manifiestan sus quejas contra Europa y, last but not least, simpatizantes del islamismo, que es algo bien diferente del islam. Aun abundando en dicha postura, dos publicaciones recientes del Centro Europeo sobre el Racismo y la Xenofobia hacen posible una discusión más rigurosa del tema, a pesar de los dudosos enfoques con que abordan alguno de los temas polémicos, como el del velo: Musulmanes en la Unión Europea. Discriminación e islamofobia, y el aún más sugestivo Percepciones de discriminación e islamofobia. Voces de miembros de las comunidades musulmanas en la Unión Europea (pueden ser consultados en eumc.europa.eu).

El término "islamofobia" es polémico, tal vez necesario, pero de contornos imprecisos, y susceptible de ser utilizado como arma arrojadiza por el islamismo y sus simpatizantes. Pensemos en que, surgido en torno a 1990, su uso se ha generalizado a partir de los atentados del 11-S, con la consiguiente sobrecarga emocional. Desde entonces viene designando dos cosas muy diferentes, con la primera sirviendo de coartada para la segunda. En efecto, los atentados de Al Qaeda descubrieron a los occidentales la existencia de una grave amenaza terrorista, cuya base doctrinal era y es la interpretación yihadista del islam. Éste es un hecho innegable, y nada tiene de extraño que como mínimo creciera la desconfianza hacia las minorías musulmanas, con lo cual, aspecto a tener en cuenta, el preexistente racismo antiárabe o maurófobo se veía considerablemente reforzado. Las fronteras pasan a ser confusas, según muestra el primer estudio citado: entre los hechos de violencia "islamófoba" reseñados no faltan los que pueden resumirse en el insulto "maldito moro", cosa diferente de la agresión o el insulto que sufre una mujer con velo por la calle. Hay que desglosar en todo momento: el rechazo de las gentes de un barrio a la construcción de una mezquita puede proceder de la "islamofobia", o simplemente del racismo, la citada maurofobia tan fuerte entre nosotros: sea una u otra la causa, la actitud es condenable; lo mismo no ocurre desde el ángulo del análisis.

Así entendida, y convenientemente acotada, la islamofobia se presenta en Europa como un fenómeno específico en el marco del racismo y de la xenofobia, consistente en la discriminación por la fe islámica. Los datos del informe son preocupantes, pero conviene tener en cuenta que el hecho no era analizado antes del 11-S. Paralelamente, la percepción subjetiva es valiosa cuando se apoya en datos comprobables; no tanto cuando puede esconder la pluralidad de causas de discriminación. Cabe aceptar, en todo caso, lo que propone un musulmán de Alemania: "Lo ocurrido el 11 de septiembre fue como un catalizador. Cosas que antes nunca se pensó en decir públicamente [sobre los musulmanes], se dicen públicamente ahora". La visibilidad de la fe islámica se ha hecho costosa en algunos lugares de Europa.

Otra cosa es el uso de la "islamofobia", en medios islamistas o afines, a modo de arma arrojadiza contra todo aquel que exprese una crítica hacia un aspecto de la doctrina o de la comunidad islámica, y en particular contra el que trate de indagar acerca de la vinculación entre islamismo y terrorismo. O que subraye la vertiente violenta de una parte del Corán y la Sunna. Desde este ángulo, el resultado no es otro que blindar a los sectores radicales contra cualquier mirada exterior y producir un verdadero dislate interpretativo. Recordemos las posiciones expresadas por la principal portavoz entre nosotros de esta tendencia tras el 11-S: 1) El atentado es condenable, pero en su declaración Bin Laden puso el dedo en la llaga de los problemas de Oriente Próximo; 2) No se opone a la cultura de Occidente, sino sólo a su política exterior; 3) Consecuencia: hablar de "terrorismo islámico" es signo de islamofobia. La página web de la recién fundada Casa Árabe subraya esa dimensión militante contra sionistas e islamófobos, y el ministro Moratinos amenaza con un Congreso en Córdoba sobre "islamofobia". Es la casa oscura de la Alianza de las Civilizaciones, tal y como es aquí entendida.

jueves, 18 de enero de 2007

El ciempiés

¡BASTA YA! 2007/01/18

“De modo que ahí lo tienen, bien clarito: el llamado al apoyo de los cuarenta y cuatro millones de españoles, sin dejar fuera a nadie. Los que no quieran unirse a esta expresión de sensatez y coraje político, que nos den sus razones, despacio y bien claro.”
FERNANDO SAVATER

El ciempiés

Dice Lichtenberg en uno de sus agudos aforismos que el ciempiés debe su nombre a la pereza de contar hasta catorce (que por lo visto es el número real de patas que tiene el bichejo). O sea, que por no tomarnos el trabajo de observar con cierto detenimiento al insecto tal como es, lo despachamos atribuyéndole una sobreabundancia de extremidades… que no corresponde a la realidad. Por lo que oigo y leo, a bastantes les pasa con el Pacto Antiterrorista como a los demás con el ciempiés: que lo critican, lo infravaloran e incluso lo descartan por anticuado pero sin dar nunca la impresión de haberse tomado la molestia de contarle las patitas.

Recordemos para empezar que ese “papelito” (como le ha llamado la vicepresidenta de forma displicente) fue una de las mejores iniciativas que ha tenido Rodríguez Zapatero en su trayectoria política, considerando en conjunto su etapa en la oposición y después al frente del Gobierno. Como últimamente no atraviesa el presidente el mejor de los momentos, parece imprudente degradar a mero “papelito” su acierto menos discutible… En su reciente comparecencia parlamentaria, Zapatero ha propuesto revisar el Pacto y corregirlo de tal modo que ya no esté firmado sólo por el PP y el PSOE, sino que acoja en su seno generoso a todos los partidos políticos democráticos, sindicatos, movimientos sociales, etc… hasta llegar –según Zapatero- a la cantidad absoluta de cuarenta y cuatro millones de españoles (cifra que también incluiría, si yo no cuento mal, a quienes apoyan hoy a partidos ilegalizados). O sea que va a realizarse un milagro, algo así como la multiplicación de los panes y los peces pero en política antiterrorista. Laus Deo!

Dejando a salvo la buena intención presidencial, en la que casi siempre me empeño en creer, siento una cierta inquietud al pensar en las posibles modificaciones que puede sufrir el texto acordado a finales del 2000. Porque los argumentos que se dan para tales cambios no son demasiado concluyentes. Sobre todo es el preámbulo lo que recibe mayores descalificaciones: algunos aseguran nada menos que va dirigido contra los nacionalistas del PNV y EA, por lo cual éstos ofendidos ciudadanos no pueden de ninguna de las maneras firmarlo, ni ayer ni hoy ni mañana. Pero cuando uno le cuenta las patas al ciempiés, resulta que las cosas no son como se nos dice. En ese prólogo no se ataca a ninguna formación democrática ni a sus ideales, sino una determinada estrategia política seguida por PNV y EA cuando dejaron el pacto de Ajuria Enea por el de Lizarra para “de acuerdo con ETA y EH, poner un precio político al abandono de la violencia. Ese precio consistía en la imposición de la autodeterminación para llegar a la independencia del País Vasco”. Que lo así denunciado ocurrió no es una valoración sino un hecho histórico. Y no es arbitrario afirmar que se trataba de la mayor de las concesiones al terrorismo, pues habría marginado a la mitad no nacionalista de los ciudadanos vascos. Fue un grave error, por no llamarlo más exactamente “fechoría”. Hoy lo admiten ya así incluso algunos de los más altos cargos del PNV y deberían comprenderlo el resto de las fuerzas políticas, de modo que no está claro por qué va a ser imposible que firmen el “papelito”. Si ya nadie está en Lizarra ¿qué de malo tiene renunciar a Lizarra? A no ser que alguien siga todavía en Lizarra pero ahora lo llame “plan Ibarretxe”. En cualquier caso, para hacer más actual el documento, podría ser recomendable suprimir la mención histórica a Lizarra pero sin renunciar a lo importante: que no se puede imponer la autodeterminación –el derecho a decidir de los vascos segregados- como el precio al final del terrorismo.

Y aún menos podríamos abandonar esta descripción estupenda del proyecto de ETA (nada “irracional” por cierto, contra lo que creen los despistados), que también figura en el famoso preámbulo y que me sigue pareciendo de lo más esclarecedor sobre el tema, dicho con el mínimo de palabras: “La estrategia de ETA no puede ser más evidente: tratan de generalizar el miedo para conseguir que los ciudadanos y las instituciones desistan de sus principios, ideas y derechos y así alcanzar sus objetivos que, por minoritarios, excluyentes y xenófobos, no lograrían abrirse camino jamás con las reglas de la democracia”. ¿Ven como sí que se puede hablar claro en documentos oficiales cuando se tiene la voluntad de hacerlo? Que alguien me diga que palabra sobra o falta en el párrafo citado.

Los diez puntos siguientes son igualmente precisos, contundentes y ejemplares en su veracidad. Siguen unos pocos ejemplos: “El único déficit democrático que sufre la sociedad vasca, el verdadero conflicto, es que aquellos que no creen en la democracia ejercen la violencia terrorista para imponer sus objetivos a la mayoría” (punto 2º); “el pueblo vasco ha desarrollado su capacidad de autogobierno en el marco de la Constitución y del Estatuto de Guernica. (…) Cualquier discrepancia política existente entre vascos puede y debe plantearse en ese marco institucional” (punto 3º); “los delitos de las organizaciones terroristas son particularmente graves y reprobables porque pretenden subvertir el orden democrático y extender el temor entre todos los ciudadanos. Nuestro sistema penal ofrece una respuesta jurídica adecuada para reprimir esos delitos. No obstante, si nuevas formas delictivas o actitudes y comportamientos que constituyeran objetivamente colaboración o incitación al terrorismo exigiesen reformas legales, nos comprometemos a impulsarlas en el marco del mutuo acuerdo” (punto 5º)…etc. Insisto, léanse el Pacto Antiterrorista, cuenten las patas del ciempiés y compárenlo con la caricatura del “papelito” anticuado y necesitado de múltiples enmiendas que se nos quiere presentar. ¡Ojalá hoy los políticos hablaran en materia terrorista con la claridad, la lucidez y la energía que utilizan en ese documento! Si alguien quiere cambiarlo, por favor que nos diga con precisión cual es el punto que no le gusta y por qué.

Pero lo mejor viene al final, como en las novelas policíacas. Y es que este Pacto nuca estuvo limitado en exclusiva al PP y al PSOE, ni excluyó a nadie, sino todo lo contrario: explícitamente, recabó el apoyo de todas las fuerzas democráticas: “Queremos, finalmente, convocar a las demás fuerzas democráticas a compartir estos principios y esta política, convencidos como estamos de que son un cauce adecuado para expresar su voluntad de colaboración en el objetivo de erradicar la lacra del terrorismo”. De modo que ahí lo tienen, bien clarito: el llamado al apoyo de los cuarenta y cuatro millones de españoles, sin dejar fuera a nadie. Los que no quieran unirse a esta expresión de sensatez y coraje político, que nos den sus razones, despacio y bien claro. Pero que no nos pretendan convencer de que el animalito tiene cien o mil patas, porque hemos tenido la paciencia de contárselas y nos gustan las catorce.

miércoles, 10 de enero de 2007

Los límites de la paz

El País 2007/01/10

Fernando Savater

Los límites de la paz
Hace unas semanas, José Blanco acuñó un apotegma taoista: “Los que no saben, hablan y los que saben, callan”. Bueno, a partir del 30 de diciembre ya quedó claro en cual de las dos categorías hay que apuntar al Presidente del Gobierno. Aunque la calificación puede extenderse –y con agravantes- a la pléyade de expertos en el asentimiento y el hosana que se han apiñado últimamente para “asesorar” al prócer en lo tocante al fementido “proceso de paz”. Rodeado de tantos empeñados en dar jabón, no es raro que el hombre haya resbalado. Y aún se les oye tocar el tambor a los más obstinados, como a los conejitos de las pilas incansables, llamando al somatén contra el PP que no apoyó al Gobierno en su confusa aventura. Por cierto que no aclaran lo que hubiéramos ganado si la oposición hubiera brindado en este punto su adhesión inquebrantable al ejecutivo, salvo que tras el atentado de Barajas se les habría quedado cara de tontos a dos líderes en lugar de sólo a uno. Seguir a estas alturas tratando de culpabilizar a los críticos de Zapatero en nombre de lo que hizo o dejo de hacer Aznar es cubrirse de ridículo, cuando no de alguna sustancia aún más fétida. Pero no cejan porque cuando se les acaba el sectarismo se les agotan las ideas. Incluso hay algún caradura ignorante que sigue llamando “enemigos del proceso de paz” a quienes hicieron desde el primer día las reservas y advertencias que luego se han revelado tan dolorosamente pertinentes.

Sin embargo, tampoco saldremos de pobres con quienes no cesan de bailar la danza de los siete velos pidiendo la cabeza del frustrado Pacificador. Convendría recordar en cambio su afirmación más errónea y reveladora: “hoy estamos mejor que hace un año”. Ningún no nacionalista residente en el país vasco habría suscrito semejante aseveración. Y no sólo por la intensificación de la kale borroka, sino por el regreso de constantes formas de intimidación personal (incluso contra gente moderada del PNV), vuelta a las pintadas y ocupación de espacios públicos por panegíricos del terrorismo, etc… Pero también por la perpetuación de una situación de acoso a cuanto no recibe el euskolabel nacionalista en la cultura, la educación, la universidad, los festejos públicos… Si las cosas hubieran realmente mejorado, la gente menos adicta al régimen no seguiría marchándose y los partidos constitucionales no tendrían cada vez más problemas para encontrar voluntarios para las listas electorales. Los aspectos cotidianos que no chorrean sangre pueden hacer también la vida insoportable o humillante para los menos dóciles. Uno se pregunta: ¿en cuántas localidades de mi tierra me está vedado comprarme una casita en el campo o ni siquiera irme a pasar una temporada? Pongo la ETB: aparece uno de los concursos más populares, “Date el bote”. Cada uno de los participantes se presenta a sí mismo con una breve cancioncilla y a mí me toca el que canta “ya no se puede ir a los bares a potear tranquilo, están llenos de policías, a ver si los mandamos a todos a Jamaica”. Risitas, es lo normal. Luego el programa de debate “Políticamente incorrecto” en el que aparecen en sobreimpresión mensajes de los telespectadores: “los españoles son los terroristas, etc…”. Y si tropiezo con la retrasmisión de la gran competición de bertsolaris en el palacio Euskalduna, ni cuento los loores a De Juana Chaos y similares que tendré que ver en pancarta y soportar en verso. La lista es interminable, pero por lo visto sólo interesa a quienes vivimos allí.

Y es que se está confundiendo desde comienzos del llamado “proceso” la paz con la tranquilidad. La paz es la Constitución, el estado de derecho, los estatutos aprobados según las normas legales y los códigos penales y civiles que se aplican por igual a todos los ciudadanos españoles. Esa paz no pueden darla acuerdos subrepticios con los terroristas, ni con sus portavoces o servicios auxiliares ni con quienes se aprovechan del clima de intimidación para sacar a delante sus proyectos políticos presentados como derechos inamovibles e inalienables. Pero en cambio la tranquilidad (que viene de tranca, según nos decían de pequeños) sí es algo que los mafiosos pueden alterar o restituir. Lo que no tenemos desde hace décadas en el País Vasco es tranquilidad: y los más intranquilos de todos estamos quienes hemos luchado por mantener la paz y las libertades constitucionales. También en el resto de España el terrorismo ha sabido alterar criminalmente la tranquilidad de los ciudadanos, tomándoles como rehenes para conseguir sus objetivos en Euskadi. Y lo que ahora ETA y quienes la secundan han ofrecido desde un comienzo al Gobierno no es sino la restauración de la tranquilidad…a cambio de modificar la paz constitucional al modo que a ellos les parezca más conveniente. Es decir, aumentando la hegemonía nacionalista y blindándola respecto a futuras intervenciones del Estado español, llámesele a eso independencia o de cualquier otra fórmula transitoria menos provocativa. Por ello tenía que haber una segunda mesa estrictamente política, en la cual figurarían los hasta ayer ilegales junto con los nacionalistas legales que han prosperado durante estos años bajo la sombra del terrorismo y también los no nacionalistas que allí firmarían su acatamiento al nuevo orden que les relegaba a un papel secundario…pero eso sí, mucho más tranquilo. Éste es el fondo del asunto y ésto es lo que está en juego: sobre ésto es sobre lo que se pretende que haya ese “diálogo” al cual los nacionalistas no quieren como es lógico renunciar (aunque bastantes de ellos deploren ahora los modos y el apresuramiento de los etarras, que pueden echarlo todo a perder con su exceso de celo: por eso dice Egibar que el ciclo de la violencia está “agotado”).

Y ahora ¿qué nos espera? Pues más de lo mismo, pero agravado. Josu Jon Imaz se ha convertido en la gran esperanza blanca de los que quieren a toda costa tranquilizarse asegurando que el PNV ya es más leal a la legalidad constitucional que la Vieja Guardia a Napoleón. No dudo de la buena intención de Imaz ni de muchos de sus correligionarios que le apoyan, pero los que mandan de veras son Ibarretxe, Urkullu, Egibar, Azkarraga y el resto de los convocantes de la manifestación del sábado, en la que los socialistas vascos harán el papel de mamelucos (Patxi López dice que irán porque no quiere que se repita la desunión vergonzosa de las honras fúnebres de Fernando Buesa… ¡como si de lo que ocurrió entonces hubieran tenido la culpa los socialistas!). Y luego vendrán las elecciones municipales. No sé si Batasuna logrará presentarse a ellas con uno u otro nombre, pero en cualquier caso –como siempre- los verdaderamente ilegales serán socialistas y populares, que no encontrarán gente para sus listas, no podrán hacer campaña electoral con la libertad de los demás, etc, etc… Consecuencia: mayoría ampliada de los de siempre y viva el tripartito. Ibarretxe seguirá plan en ristre y dirá que más que nunca es necesaria una consulta popular porque los asuntos de los vascos los tenemos que resolver “los de aquí”. Continuará la intimidación callejera y quizá también los asesinatos. Y mucha gente de la que aún no se ha ido pensará que con tal de alcanzar por fin cierta tranquilidad cualquier concesión parece razonable…

Sí, hay que hacer algo, claro que hay que hacer algo. Por supuesto, recuperar el Pacto Antiterrorista, sobre todo en su preámbulo que condenaba el nacionalismo obligatorio estilo Lizarra (luego “plan Ibarretxe”) como precio al cese del terror. Pero es hora de ir decididamente más allá. Del famoso “proceso” queda en pie una frase que Zapatero repitió varias veces: primero el final de la violencia, luego la política. A lo largo de todos estos años hemos intentado hacer política en el País Vasco a pesar de la violencia y de su permanente adulteración de la voluntad ciudadana intimidada. Pero puedo que el Presidente tenga razón y que debamos tomar su fórmula al pie de la letra. Es hora de que los constitucionalistas nos neguemos a participar en el juego político mientras dure el terrorismo. No más elecciones, no más fingimiento de que se puede ser normal en plena anormalidad y de que quienes sacan ventaja de la situación la padecen tanto como sus víctimas directas. La autonomía no puede beneficiar sólo a unos, no es un derecho divino sin contrapartidas ni obligaciones con el Estado. Ya que tanto se invoca el caso irlandés en otras ocasiones, podemos recordar que Blair no ha vacilado en suspender la autonomía mientras no se daban las condiciones políticas y la aceptación de la legalidad necesarias para la convivencia. La pervivencia del terrorismo y de quienes no lo condenan (o lo apoyan) y lo rentabilizan crea una situación excepcional que es preciso encarar con medios políticos excepcionales si queremos alguna vez romper el círculo diabólico en el que estamos metidos. Me parece que todos los ciudadanos que no esperan ventajas directas o indirectas de la coacción etarra o de la subasta política de su liquidación condicional pueden comprender, aceptar y apoyar estas medidas clarificadoras.
Un último recuerdo para nuestros hermanos de Ecuador, que vinieron a España con su esfuerzo y sacrificio para labrarse un futuro, colaborando al desarrollo de nuestro país (como la inmensa mayoría de los inmigrantes, conviene recordarlo) y murieron víctimas de un terrorismo en el que los ricos asesinan a los humildes en nombre de ideales xenófobos y retrógrados, a menudo con la comprensión política –cuando no con la complicidad- del izquierdismo más obtuso y falsario de Europa.

domingo, 7 de enero de 2007

Entrevista a AYAAN HIRSI ALÍ

EL PAIS 07/01/07

“Sigo viva, y eso es mucho más de lo que pueden decir los millones y millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que viven encerradas en una jaula llamada islam”.
AYAAN HIRSI ALÍ

Una mujer frente a la intolerancia
Empezó a vivir como una mujer libre hace sólo 13 años, cuando rompió con su familia en Somalia al decidir escaparse de un matrimonio concertado. Fue diputada al Parlamento holandés y está amenazada de muerte por su lucha por los derechos de las mujeres musulmanas y por la libertad
YOLANDA MONGE

¿Cuántas mujeres nacidas en el hospital Digfeer de Mogadiscio (Somalia) en noviembre de 1969 siguen vivas? ¿Y cuántas de ellas tienen voz propia? “La decisión de escribir este libro no me resultó fácil. ¿Por qué iba a mostrar al mundo unas memorias tan íntimas? No quiero que mis argumentos se consideren sacrosantos por el hecho de haber vivido experiencias terribles, algo que además no es del todo cierto. En realidad, mi vida se ha visto marcada por una enorme dosis de buena fortuna”. Habla Ayaan Hirsi Alí, hija de Hirsi, que era hijo de Magan, y éste de Isse, e Isse de Guleid, que a su vez era hijo de Alí… Una familia que salió de Arabia hacia Somalia hace 800 años, cuando comenzó el gran clan de los Darod. Hirsi Alí es una Darod, una Harti, una Macherten, una Osman Mahamud. Es de la rama llamada la Espalda Más Alta. “Eres una Magan. Recuérdalo siempre”, le advertía su abuela, agitando una vara delante de ella mientras la obligaba a memorizar a sus descendientes. “Los apellidos te harán fuerte. Son tu linaje. Si los honras, te mantendrán viva. Si los deshonras, te abandonarán. No serás nada. Llevarás una vida miserable y morirás sola”.

Al nacer, hace 37 años, Ayaan Hirsi Alí pesó poco más de un kilo y medio. A su madre le pronosticaron: “Este bebé no va a vivir”. Su madre se decía a sí misma: “Este bebé no va a vivir”. Ayaan no iba a vivir cuando enfermó de malaria y neumonía. Ni cuando le extirparon los genitales y creyó morir del dolor, y después de una herida que no cicatrizaba. Iba a morir cuando un delincuente le colocó un cuchillo en el cuello en Nairobi y decidió no degollarla al escuchar su acento, que le identificaba con su misma tribu. Estuvo a las puertas de la muerte cuando el maestro que le enseñaba el Corán le fracturó el cráneo. Pero vivió. Supo encontrar “salidas de emergencia”, como ella misma dice. “Sigo viva, y eso es mucho más de lo que pueden decir los millones y millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que viven encerradas en una jaula llamada islam”. Anatema. Blasfemia. Impura. Sus palabras le han supuesto una sentencia de muerte. El guión que escribió para la película Submission: Part I le costó la vida al director de cine Theo van Gogh, acribillado a balazos, degollado y su pecho utilizado como tablón de anuncios: el asesino clavó allí una nota para Hirsi Alí, una carta muy concisa, como una fetua –según los testigos, Van Gogh llegó a esgrimir el sentido común holandés antes de morir ajusticiado: “¿Seguro que esto no podemos hablarlo?”, aseguran que dijo–.

Hirsi Alí llega a la cita buscando refugio dentro de su abrigo negro. La tarde está muy fría en Washington. Parece frágil y pequeña entre los dos guardaespaldas que la acompañan. Pero su voluntad es inquebrantable, y su fortaleza, la de un roble. Desde septiembre de 2006, esta fiera defensora de la libertad vive en la capital de Estados Unidos. “La situación se hizo insoportable en Holanda. De un día para otro me quedé sin empleo [diputada en el Parlamento holandés], sin nacionalidad [la ministra de Inmigración Rita Verdonk le retiró su pasaporte tras alegar que había mentido al solicitar el asilo], sin hogar [sus vecinos pidieron que fuera expulsada de su casa por creer que comprometía su seguridad], sin futuro; vivía escondida, estaba amenazada de muerte”.

Estados Unidos le abrió las puertas. Christopher Demuth, presidente del American Enterprise Institute (AEI), un instituto de estudios de Washington, le ofreció empleo. Desde luego que habrá quien, al saber que Hirsi Alí trabaja en el Centro de Estudios de carácter conservador, ha sonreído complacido como diciendo: “Ahora se explica todo, ya lo sabíamos: era del equipo de Bush”. En el mundo de lo políticamente correcto que vivimos, Ayaan Hirsi Alí dice verdades que duelen, es una gran crítica de los relativismos culturales que tanto proliferan en Occidente y que, a su juicio, encierran a los seguidores del islam en su atraso. “Eso es racismo en su acepción más pura”.

Tras dos años y medio como diputada, estaba desencantada y quería abandonar la política holandesa. “Estoy muy agradecida a Holanda y a Europa. Pero Estados Unidos sigue siendo un país en el que existe libertad intelectual, las cosas que yo he dicho sobre el islam no son nada comparadas con las que se publican aquí en libros o se dicen en tertulias. Y no me asusta la idea de que me tilden de derechista. Cada cual puede tener sus ideas sobre EE UU, pero yo creo que sigue siendo el líder del mundo libre. No creo estar vendiéndome por pensar, plasmar mis ideas en estudios en EE UU. En Washington tendré mucho más tiempo para pensar que cuando formaba parte de la política en Holanda e intentaba que el ideario del partido recogiera mi sensibilidad; me propuse que el islam formara parte del debate político y lo logré. E insisto: no me he ido de Holanda por el asunto de mi nacionalidad holandesa, la decisión es estrictamente personal, tomada mucho antes de que comenzara aquella pesadilla. Cuando di mis primeros pasos en política, creí que ésta era una actividad noble. Y lo sigo creyendo. Pero he aprendido que también puede ser un juego muy sucio. Cuando he defendido la idea de que había que cambiar la situación de las musulmanas de inmediato, la respuesta que he obtenido es la de que hay que tener paciencia. ¿Fue eso lo que dijeron a los mineros del siglo XIX cuando luchaban por los derechos de los trabajadores? Europa parece estar cegada por el llamado multiculturalismo, subyugada al imperativo de ser sensibles y respetuosos con la cultura de los inmigrantes, defendiendo a los relativistas morales. ¿Es cultura ser lapidada? Espero que observar el poder sea más agradable que ejercerlo. EE UU no es ni blanco ni negro. ¿Cuántas nacionalidades se pueden encontrar? Todas, el mundo entero”.

Pues... ¡Bienvenida!
Gracias, muchas gracias. [Ríe y descansa, no ha dejado de hablar desde que se ha sentado y toma fuerzas bebiendo sorbitos de su zumo de tomate. Por su bien dibujada boca, las palabras salen a borbotones. Es una mujer intensa, pero parece una niña, aunque su afilado sentido del humor determina a mujer adulta].

¿Tiene miedo?
Convivo con él. Mi vida cambió el 2 de noviembre de 2004. Cuando asesinaron a Theo [Van Gogh]. Ha sido muy difícil adaptarme a las severas medidas de seguridad, a andar siempre acompañada, a mirar a los lados. Llegué a vivir en una base militar, escondida del mundo.

¿Cambió también la vida de la pacífica y tolerante Holanda ese 2 de noviembre?
Mi país [su nacionalidad le fue devuelta y hoy vuelve a ser holandesa] es y será un gran país democrático. Sólo hemos perdido la inocencia.

¿Cómo se vive sabiéndose amenazada de muerte?
Es como enterarse de que se tiene una enfermedad crónica. Puede recrudecerse y matarte, o puede que no. Tal vez suceda en una semana, o tarde años. O no suceda nunca y muera de manera natural. Pero siempre digo a quienes me preguntan esto que en Occidente la vida se toma como si estuviera garantizada para siempre. Donde yo nací, y en toda África, la muerte está en cada esquina. Virus, bacterias, guerras, sequías, inundaciones, hambrunas, soldados y torturadores se la pueden arrebatar a cualquiera en cualquier momento. Incluso amenazada y con guardaespaldas, siento el privilegio de estar viva.

“La primera vez que me caí de una bicicleta me sentí libre”. Eso fue hace poco.
Sí, hace muy poco, poco más de una década. [Ríe, con una risa que le ilumina los ojos; traviesa, recuerda cómo con una paga que le dieron en Holanda dentro de su estatuto de refugiada se compró unos pantalones baratos y se despojó su larga y púdica falda. Así su indumentaria no se podía calificar de indecente, cumplía con las normas de una buena musulmana. Cuando probó la bicicleta se cayó…]. Soy libre. Mi libertad comenzó hace 13 años cuando tomé el tren rumbo a Amsterdam, cuando decidí escapar de un matrimonio concertado. Fue entonces cuando opté por una vida en libertad, por una vida en la que no me vería sometida a alguien a quien yo no había escogido y en la que mi espíritu también sería libre.
Hirsi Alí estaba condenada a una vida de sometimiento. A Alá. Al clan. A su padre. A los varones de la familia. Su abuela –“una mujer iletrada que vivía en la edad de hierro y que consideraba los sentimientos una necedad autoindulgente”– aterrorizó su infancia: “Una mujer sola es como un pedazo de grasa de oveja a pleno sol. Acudirá cualquier cosa y comerá de esa grasa. Antes de que os deis cuenta, las hormigas y los insectos la habrán invadido hasta que apenas quede una mancha de grasa”. Durante años, esa imagen protagonizó las pesadillas de la pequeña Ayaan, a quien dijeron que, al igual que las cabras, una chica joven era una presa fácil para un predador. También le dijeron que una violación era mucho peor que la muerte, pues manchaba el honor de todos y cada uno de los miembros de la familia. Hirsi Alí creció entre palizas de una madre amargada, sometida, sin respeto por ella misma, estricta observante de la religión musulmana. Se crió en Somalia, de donde huyó con su familia para refugiarse en Arabia Saudí, Etiopía y Kenia.

Iba a decirle que me hablara de su infancia...
[Ríe] Pues tuve una infancia normal, normal para los que eran como yo, claro. Por eso, cuando llegué a Holanda y vi que los pequeños tenían derechos, que los padres leían libros sobre cómo educar y sobre cómo jugar con sus hijos, pues... mi mundo empezó a ser otro, el de una persona libre que no vive atemorizada por la religión ni por la casta ni por su sexo. La razón no existía. Se obedecía y punto. Cuando a los 14 años tuve mi primera menstruación creí que tenía un corte en el vientre y que iba a morir, pero no dije nada. Imaginaba que aquello era algo vergonzoso, no sabía por qué. El día en que mi hermana enseñó a mi madre mi ropa interior manchada de sangre, mi madre lo primero que me gritó fue “sucia prostituta” y empezó a golpearme con el puño cerrado. Mi hermano mayor me tuvo que rescatar y explicar que lo que me estaba sucediendo era algo normal. “Ya eres mujer y ahora puedes quedarte embarazada”, me dijo. Nunca se hablaba de esos temas, eran tabú.

“Yo era una mujer somalí y, como tal, mi sexualidad pertenecía al amo de mi familia, mi padre o mis tíos”, escribe en su libro.
Así es; además, se encargaron de coserme para garantizar que llegara virgen al matrimonio, entre otras cosas. Esa barrera sólo la podría romper mi marido.

Usted ha sufrido la ablación. ¿Qué edad tenía?
Cinco años. Fue a esa edad cuando mi abuela decidió que me sometiera al rito de la purificación, en contra del deseo de mi padre que no apoyaba esas ideas por considerarlas antiguas y aberrantes. Pero mi padre no estaba. Y en Somalia, al igual que en muchos países de África y Oriente Próximo, se purifica a las niñas mutilándoles los genitales. Con lo que un buen día, mi severa abuela decidió que nuestros kintir, nuestros clítoris, eran muy largos. “Tu clítoris llegará a ser tan largo que se balanceará de un lado para otro”, nos decía a mi hermana y a mí. Nosotras no teníamos ni la menor idea de lo que hablaba. Yo no entendía nada. Hasta que un día me tocó vivirlo. Recuerdo que un hombre llegó a casa; casi seguro que era un circuncisor tradicional itinerante del clan de los herreros. Primero, mi abuela se encerró con mi hermano y le hicieron algo, no sabía qué, pero había sangre y mi hermano se quejaba, tenía la cara desencajada y la mirada aterrada. Luego me tocó a mí. El hombre tenía unas inmensas tijeras en la mano. Mi abuela y otras mujeres me sujetaban. Aquel hombre puso su mano sobre mi sexo y empezó a pellizcarlo, como mi abuela cuando ordeñaba las cabras. “¡Ahí está el kintir!”, dijo una de las mujeres que ayudaban en el rito. Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el clítoris. Lo oí perfectamente. Clack. Como cuando se corta en una carnicería un pedazo de carne. El dolor que se experimenta no tiene palabras, me subía por las piernas, no dejaba de aullar, me invadió entera, un dolor imposible de explicar. Pero después de que te han mutilado, después de que notas cómo la sangre te corre por las piernas, me cosieron. Aquel señor tenía una enorme aguja sin punta y con ella remató su faena. La aguja pasaba entre mis labios externos. Yo intentaba defenderme, chillaba, protestaba, la abuela no dejaba de repetirme que sólo era una vez en la vida, que a partir de ahora estaría limpia, que tenía que ser valiente. No acababa nunca la pesadilla. Hasta que aquel hombre cortó el hilo con sus dientes. No recuerdo más de mi propio dolor, pero sí del de mi hermana pequeña; sus chillidos me helaban la sangre. Haweya [quien vivirá una existencia dura y acabará muriendo tras una violación en Nairobi cuando estaba embarazada] luchó tanto, intentó zafarse de tal modo, que al hombre se le escapaba de las manos. Le cortó los muslos y las cicatrices las llevó de por vida.

Hay muchas Ayaan. Muchas Haweya. Miles de niñas mueren durante o después de la ablación, a causa de infecciones. Pero, además de la muerte, esta brutal práctica provoca otras complicaciones que causan inenarrables dolores que pueden llegar a prolongarse durante toda la vida. En Somalia, donde casi todas las niñas están mutiladas, esta práctica se justifica siempre en nombre del islam. Si no son purificadas, serán poseídas por diablos, caerán en el vicio y la perdición, y se prostituirán. Los imanes aconsejan vivamente este rito: mantiene “puras” a las mujeres. Cuando Hirsi Alí intentó, desde su papel de mujer política en Holanda, abordar temas como la ablación o los crímenes de honor, sus compañeros de entonces, los del PvdA, socialdemócrata [llegará a ser diputada con los liberales], le echaban en cara que no respaldara sus argumentos con datos. Y es que no podía hacerlo. Porque no existen. Los funcionarios del Ministerio de Justicia holandés alegaban que no contabilizaban los crímenes de honor porque, al establecer ese criterio, se estaría “estigmatizando a un grupo de la sociedad”. Holanda registra la cifra de homicidios anuales relacionados con las drogas y los accidentes de tráfico, pero no el número de asesinatos basados en el honor. Ni siquiera Amnistía Internacional tenía entonces estadísticas sobre cuántas mujeres en todo el mundo eran víctimas de crímenes de honor. Conocían cuántos hombres eran encarcelados y torturados, pero eran incapaces de elaborar tablas con los números de mujeres flageladas en público por fornicación o ejecutadas por adulterio. “Ése no era un tema”, explica Hirsi Alí.

¿Cuál es la relación que tiene con su cuerpo? Tantos años viviendo en la convicción de que el mundo era ‘haran’ (pecado), tantos años negando su sexualidad…
Soy capaz de contemplarme desnuda ante el espejo, fugazmente, pero no es fácil. Disfruto el sexo. Pero tengo muchas amigas que no pueden, por razones físicas, porque el clítoris les fue extirpado, o porque sencillamente son incapaces, siguen prisioneras.
Mujer. Negra. Musulmana. Ayaan Hirsi Alí resume así su vida: “Me crié en África. Vine a Europa en 1992, a la edad de 22 años, y fui elegida diputada por el Parlamento holandés. Hice una película con Theo van Gogh y ahora vivo con guardaespaldas y circulo en coches blindados”. Así resume esta mujer elegante el camino que la llevó desde una infancia africana a convertirse en afamada diputada y escritora. Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) es el relato autobiográfico de una mujer que ha luchado para dejar de ser esclava de la religión islámica y formarse como persona, llevada casi exclusivamente por su propio ímpetu, en una trayectoria en la que destaca la sinceridad que es la que al final le ha permitido distanciarse tanto del fundamentalismo islámico como de la corrección política europea. Con un estilo directo, claro, transparente, contundente e inteligente, la ex diputada desgrana en su libro la dramática historia de una revolución personal.

¿Por qué abandonó su religión?
Sentí que me estaba convirtiendo en una apóstata tras el 11-S. Todas las declaraciones que Osama Bin Laden y su gente citaron del Corán para justificar los atentados, las busqué y estaban allí. Bin Laden citaba verdaderamente las aleyas de nuestro texto sagrado. “¡No es posible!”, pensé. Pero lo era, ¡allí estaban! El rechazo fue algo natural. Más tarde leí un libro, un libro que sabía que no me hacía falta leer porque yo ya había roto con Dios: El manifiesto ateo. Antes de llegar a la cuarta página sabía que había echado a Dios de mi vida. Me había vuelto atea. Lo descubrí estando de vacaciones en Grecia, y como no tenía a nadie a quien decírselo, me miré en el espejo y me dije: “No creo en Dios”. Hablé muy despacio y en somalí. Y me sentí bien, no experimenté ningún dolor, sino una gran claridad. La perspectiva de abrasarme en el infierno desapareció y mi horizonte se hizo muy amplio. Dios, Satán... Todo era producto de la imaginación. A partir de ese momento iba a pisar con aplomo el suelo bajo mis pies y orientarme a través de la razón y mi amor propio. Mi brújula moral estaba en mi interior, en absoluto en las páginas de un libro sagrado.

El asesinado político holandés Pim Fortuyn dijo que el islam era retrógrado.
Según el Informe de desarrollo humano árabe de Naciones Unidas, si se mide a la luz de tres criterios (libertad política, educación y condición de la mujer), lo que dijo Fortuyn no es una opinión: es un hecho.

¿Qué piensa usted del islam?
Yo siento que el islam se halla en una crisis verdaderamente terrible en todo el mundo, está llamado a desaparecer. ¿Sabe que el mayor número de muertes en el mundo se producen entre musulmanes? ¿De verdad algún musulmán puede seguir ignorando el choque entre la razón y nuestra religión? Durante siglos nos hemos comportado como si el conocimiento estuviera en el Corán, nos hemos negado a cuestionar nada, nos hemos negado a progresar. Nos hemos ocultado de la razón durante tanto, tanto, tanto tiempo porque éramos incapaces de afrontar la necesidad de integrarla en nuestras creencias. ¿Son los derechos humanos, el progreso, los derechos de la mujer ajenos al islam? Al declarar infalible a nuestro profeta y no permitirnos dudar de él, los musulmanes establecimos una tiranía estática. Hemos fosilizado la perspectiva moral de millones de personas con la mentalidad del desierto árabe propia del siglo VII. No sólo éramos sirvientes fieles de Alá; también sus esclavos. Las sociedades islámicas tienen que enfrentarse a los mismos problemas que la cristiandad antes de la Ilustración. Yo no tengo nada en contra de la religión como fuente de consolación, pero rechazo la religión como forma de vida.

¿No cree que pueda haber un islam moderado?
La gente dice que los valores del islam son la compasión, la tolerancia y la libertad, y yo observo la realidad, las culturas y los Gobiernos, y veo que eso, lisa y llanamente, no es así. En Occidente, muchos aceptan ese tipo de aseveraciones porque han aprendido a valorar las religiones o las culturas de un modo no demasiado crítico por miedo a que les llamen racistas. Lo peor que se le puede llamar a un holandés es racista. Su pasado colonizador, el apartheid en Suráfrica… Para que nunca les puedan llamar racistas no tienen que cuestionar la inmigración, incluso cuando ésta socava los valores de Occidente. Me produce mucha risa la Alianza de Civilizaciones del presidente Zapatero. ¿Es civilización provocar un sufrimiento intolerable a las mujeres, señor Zapatero? ¿Es civilización violar los derechos humanos haciendo de las esposas, las hijas, una propiedad? ¿Es civilización la corrupción moral de los países islámicos?

El islam necesita un Voltaire.
Como se necesita el aire. Ojalá se encuentre entre los 15 millones de musulmanes que viven en Occidente.
Es la europea del año 2006. La revista Time la consideró en 2005 una de las 100 personas más influyentes del mundo. Cuando le comunicaron la noticia, Hirsi Alí corrió a comprar un ejemplar. Pero faltaban semanas para que el número estuviera en los quioscos. El Time que compró hablaba de la pobreza en África. En la portada había una mujer joven y delgada con tres niños pequeños. Llevaba una ropa como la que llevaban su abuela y su estricta madre, y en sus ojos se leía la desesperación. Dice la mujer que pesó un kilo y medio al nacer, que aquella imagen la transportó a Somalia, a Kenia, a la pobreza, a la enfermedad y al miedo. Pensó en la mujer de la fotografía y en los millones de mujeres condenadas a vivir como ella. La revista Time acababa de incluirla a ella en la categoría de Líderes y revolucionarios.

¿Qué se hace con tamaña responsabilidad?
Intentar que el mundo musulmán despierte. Decir a quien quiera escuchar que los valores del mundo de mis padres generan y perpetúan la pobreza, y la tiranía y la opresión de las mujeres. Si los musulmanes se enfrentan a la cruda realidad en que viven, pueden cambiar su destino. [Hirsi Alí habla en plural y en singular, pasa de uno al otro; a pesar de echar a Dios de su vida, se sigue sintiendo musulmana. Se viste de manera occidental, lleva pantalones, pero no se adivina casi ninguna curva de una figura que promete ser hermosa]. ¿Por qué no estoy en Kenia en un campo de refugiados agachada ante un hornillo de carbón cocinando? ¿Por qué me convertí en parlamentaria holandesa? He tenido suerte. [Le digo que yo creo que hace falta algo más que suerte para recorrer un camino como el suyo... Pero sigue hablando, no quiere ser interrumpida]. Soy afortunada. No muchas mujeres son afortunadas en los lugares de donde vengo. Estoy en deuda con todas ellas de alguna manera. Necesito encontrar a las mujeres que permanecen atrapadas en la jaula mental del islam, en la estructura de la irracionalidad y la superstición, y convencerlas de que tomen en sus manos las riendas de sus vidas. En los últimos 50 años, el mundo musulmán se ha visto catapultado a la modernidad. Entre mi abuela y yo media un lapso de tan sólo dos generaciones, pero en realidad el salto es milenario. Hoy, cuando se cruza la frontera con Somalia, se retrocede en el tiempo cientos de años. Y no creo que hagan falta 600 años de reforma para que los musulmanes cambien el concepto de igualdad y derechos individuales. Ya tienen el modelo, sólo hay que copiarlo.
En 1989, el año en que el ayatolá Jomeini dictó una fetua contra Salman Rushdie, Ayaan Hirsi Alí era una devota estudiante matriculada en la Escuela Musulmana para Chicas de Nairobi. Su padre, un líder somalí rebelde, había intentado el año anterior un golpe de Estado contra el dictador Mohamed Siad Barre. La familia vivía en el exilio en Kenia. A la edad de 20 años, la hija de la Ilustración hacía cuatro que vestía la hijab. Cuando la noticia del edicto contra Rusdhie llegó a su instituto, tanto ella como sus compañeras se solidarizaron de inmediato con Irán y Jomeini, incluso a pesar de no ser chiíes. “Nos dijeron que el libro decía algo horrible sobre el profeta, algo blasfemo”, recuerda. “Lo primero que me vino a la cabeza fue: “¡Oh! Sin duda, debe morir”.

Entrevista a Antonio Muñoz Molina

ABC 07/01/07

POR ANTONIO ASTORGA

Antonio Muñoz Molina: «Ahora parece que la Transición fue una bajada de pantalones ante la extrema derecha»

«Soy un poco menos invisible porque desde que se publicó en Estados Unidos Sefarad tengo más lectores y he ido haciendo también bastantes amigos, pero la invisibilidad es una condición neoyorquina». En la universidad de la ciudad de Nueva York Antonio Muñoz Molina lleva años enseñado literatura española, actividad que prolonga con cursos y conferencias. Es embajador «volante» del Instituto Cervantes. Durante los dos años que lo dirigió en Nueva York Muñoz Molina incardinó la cultura hispana en la vida y en la pulsión de la Gran Manzana. Nada de invisibilidad, pues. En Madrid Muñoz Molina es perfectamente visible. Nos citamos en el Círculo de Bellas Artes y el ujier nos quiere cobrar la entrada: 1 euro (¡dichosos los tiempos del inolvidable Alfonso el cerillero, que en el Café Gijón prestaba dinero para las timbas a los intelectuales tiesos!). Pagamos religiosamente. La cafetería nos recuerda a un edificio «sovietizado» —por su aire gélido y sus paredes cóncavas y convexas desangeladas—. No somos invisibles. Un camarero nos invita amablemente a abandonar el sofá principal: «¿Lo han reservado?». Nos escorzamos hacia un velador frente a la calle Alcalá y el pensamiento del intelectual comprometido con la paz y la democracia se hace necesariamente visible.

—¿Le viene a la memoria el verso de T. S. Eliot de los «Cuatro Cuartetos»: «Los seres humanos no somos capaces de soportar un grado excesivo de realidad»?
—Es una de las grandes verdades de la vida. Estamos dispuestos a cualquier cosa con tal de no aceptar la realidad. Por eso tenemos ideologías y religiones: porque no podemos aceptar el hecho de que no seamos el centro del mundo.

—Hablando de ombligos del mundo, ¿cómo ve la alianza de civilizaciones que Zapatero ampara?
—Habrá que saber cómo define las civilizaciones. Es como la palabra paz, que suena estupendamente, como diálogo, alianza... ¿Cómo no va a estar uno a favor del diálogo y de la paz? Pero son términos que hay que manejar con mucho cuidado. En la Segunda Guerra Mundial se hizo una alianza entre las democracias y la Unión Soviética para derrotar a Hitler. Una alianza que implicaba no por parte de las democracias suspender cualquier sospecha o cualquier duda sobre la legitimidad del estalinismo. La vida real está hecha de transacciones, no de opciones limpias. Nunca. Tienes que hacer una alianza con Stalin para acabar con la Alemania nazi, pero vas a pagar un precio en todos los sentidos. El sacrificio del pueblo ruso en esa guerra fue superior al de cualquier otro país. Si hacemos una alianza con un régimen tiránico, ¿vamos a aceptar que en ese régimen no se respeten los derechos humanos? Las palabras hay que mirarlas con mucho cuidado por la musiquilla que contienen.

—¿Qué música contiene la palabra proceso?
—Cuando se habla del proceso de paz en España eso implica que hay una guerra y si hay una guerra habría dos partes. No hay paz sin legalidad democrática. En España había paz a partir del 1 de abril de 1939 y esa paz se basaba en fusilamientos permanentes de personas desarmadas. Eso es la paz. Uno de mis primeros recuerdos de niño fue la campaña que hizo Fraga sobre los «25 años de paz». Luego está el diálogo. ¿Con quién dialogo? ¿Dialogo con un señor que considera que las mujeres tienen que quedarse encerradas en sus casas?, ¿dialogo con alguien que considera que yo tengo menos derecho a vivir porque mi apellido no se parece al suyo? Siempre hay que hacer transacciones y llegar a acuerdos, pero con mucho cuidado. Si usted y yo estamos aquí y usted porta una pistola evidentemente no estamos dialogando.

—Ahora el Gobierno rectifica y da por «roto, liquidado y acabado» ese proceso...
—Me saca de quicio que los demócratas se contagien del lenguaje de los terroristas. Las palabras son muy importantes, y hay que tener mucho cuidado con ellas. No podemos llamar «lucha armada» a sus crímenes, y decir «proceso de paz» era darles implícitamente la razón en que había una guerra. No hay ninguna guerra: hay unos cuantos canallas a los que el sistema democrático tiene que aplicarles todo el peso formidable de la ley, deteniéndolos, juzgándolos y mandándolos a la cárcel; y hay unos cuantos miles de bárbaros que se aprovechan de la impunidad para hacerles la vida imposible a sus vecinos, que disfrutan de todas las ventajas de la democracia y del estado de bienestar y además se dan el lujo de quemar autobuses los fines de semana y de amenazar de muerte a las personas decentes. Las leyes están para perseguir a esa gente. A mí me parecía una vejación que el gobierno de mi país anduviera públicamente en tratos con unos criminales encapuchados y con boina. El único proceso de paz es la unidad de los demócratas, el acoso internacional y la aplicación de las leyes. El Estado puede ejercer la clemencia, pero con mucho cuidado: la ejercimos en 1977, con la amnistía general, y en 1980, cuando se disolvió la llamada rama político-militar de la ETA. Me parece suicida olvidar que estamos ante fanáticos asesinos.

—Seguimos sumidos en la crispación más absoluta: 11-M, mochilas, ácidos, Estatutos de andar por casa, la negociación con ETA, los nacionalismos excluyentes... ¿Por qué se desprecia a España?
—Qué curioso que con tanta recuperación de memoria histórica no se rescate una cosa que estaba en alguien como Azaña, y en tantos pensadores republicanos: un profundo y democrático patriotismo español...

—...«basado en las zonas templadas del espíritu...»
—...Esa es la idea de Azaña que el propio Azaña debió haber cuidado un poco más. Existe una tradición liberal y progresista española y muchas veces, fuera de España, tienes que explicar que España no es sólo el país de la Inquisición, sino que también es el país de las Cortes de Cádiz, que España no es el país de las matanzas de indios o genocidios, sino el que fundó universidades en toda América mucho antes de Harvard.Y está la España de las pinturas negras y la ilustrada de Goya, la de Quevedo y Cervantes, y hay una tradición ilustrada y liberal muy potente en España. Yo me siento heredero de esa tradición y la elijo para mí, la tradición europeísta, abierta. Ni a Azaña, ni a Lorca, ni a Ramón y Cajal, ni a Negrín, ni a Pérez Galdós, ni a Miguel Hernández les avergonzaba ser llamados españoles. Y que unos cuantos canallas decidieran secuestrar ese nombre y esa condición durante un tiempo para mí eso no significa nada.

—¿La ley de memoria histórica es de subjetividad tendenciosa?
—No conozco bien la ley. Lo que sí creo es que ahora parece que la Transición fue como una bajada de pantalones ante la extrema derecha, que la Transición fue una cosa acomodaticia, que era algo como sin mérito, una blandura enorme... Claro, los que la hemos vivido tenemos la obligación de recordar cómo era. Tenemos la obligación de recordar lo criminal y duro que era el franquismo y tenemos la obligación de recordar lo ejemplar en muchos casos que fue la Transición, en donde se lograron muchísimas cosas. Y se logró algo en lo que todo el mundo sensato está de acuerdo, aquello que el Partido Comunista quería en 1956 y que Indalecio Prieto quería desde 1945 cuando él fue la persona que dentro del Partido Socialista más insistió para llegar a un punto de acuerdo con los monárquicos demócratas. Porque había que crear un sistema democrático. Me parece un poco disparatado el reivindicar no el sufrimiento o el heroismo de las víctimas o de las personas que entregaron su vida por causas nobles, sino los fanatismos ideológicos.

—¿En qué educación cree?
—Creo en el sistema educativo del krausismo español que viene de la herencia ilustrada europea. Creo en el sistema de la instrucción pública, en la educación destinada a desarrollar lo mejor de cada uno, la educación destinada no a congraciarnos con nuestra presunta identidad, sino a sacarnos de nosotros y hacernos lo mejor que podamos ser. Ahora mismo en España, y en muchos otros sitios, la idea predominante es una educación para reafirmar los propios prejuicios. Me parece terrible. Los seres humanos no somos buenos ni malos por naturaleza; somos de muchas maneras. Dentro de cada uno hay inclinaciones que vienen dictadas ora por la biología ora por la tradición cultural.

—Pero si los comisarios políticos se adueñan de la educación...
—Los únicos que ponen énfasis en la educación parecen ser los comisarios políticos. La educación ha sido abandonada. En España, ¿quién se encarga de dirigir la educación, los programas y sistemas educativos? En muchos casos, gente muy extremista, gente muy poco de fiar. La educación y la cultura se ponen en manos siempre de las personas más fanáticas ideológicamente. Otra terrible y grave equivocación.

—No podemos estar a estas alturas tirándonos los muertos de la guerra a la cara unos a otros...
—...Ni eligiendo del pasado lo peor del pasado: es decir, las cuestiones más sectarias. Insisto en lo que dice Anthony Beevor: necesitamos un pacto de recuerdo, ponernos de acuerdo en unas cuantas cosas. Lo que me parece disparatado es que sean los políticos quienes hablen de la guerra, de la posguerra y todo eso. Es una cuestión que tiene que estar en manos de los historiadores, que son los que investigan y los que saben de eso. ¿Por qué tienen que estar diciendo los políticos todas esas irresponsabilidades para volver a abrir heridas?

—¿Qué clase política tenemos?
—Yo creo que la clase política y la clase intelectual tienen una obligación pedagógica. Algunas veces cuando pongo la radio por la mañana y escucho lo que dicen los oyentes me dan escalofríos. Bueno, aquí se están cometiendo errores muy graves de pedagogía y de educación si treinta y tantos años después de la muerte de Franco se escucha a la gente decir esas barbaridades en un sentido o en otro. Algo muy erróneo y feo está ocurriendo.

—Ahora los patriotas son los nacionalistas, que ¿deberían escribir su afiliación con «zeta»?
—¡Bah, eso es pasado!

—En 500 años nadie se acordará de Estatutos, «procesos», «nazionalismos» con zeta, carod-roviras, otegis, alianzas de civilizaciones, memorias históricas... pero la imaginación quedará.
—A lo mejor no queda nada como sigamos así.

—En«Sefarad» usted traza el atlas del destierro y define a la perfección el totalitarismo: dividir a las personas en grupos cerrados, de identidad obligatoria, y quitarles la humanidad. ¿Por qué se sigue perpetrando esa barbarie?
—Sí, es la tendencia dominante. Por una parte está el impulso emancipador y universalista, que arranca con la declaración de independencia americana estableciendo la igualdad de los seres humanos, a un nivel teórico, claro. Los seres humanos nacen iguales. Y eso llega hasta la declaración universal de los Derechos del Hombre. Es un impulso extraordinario y un acto de imaginación: todos los seres humanos tienen los mismos derechos. Pero no quiere decir que tus logros o capacidades sean iguales. Por desgracia está el impulso contrario, el que divide a la gente en razas, etnias, religiones, responsable de tanta miseria y destrucción.

—Los perseguidos han sido, son y serán las víctimas perfectas...
—Porque con el «otro» lo primero que se hace es expulsarlo de la comunidad de los que tienen derechos, de ese espacio universal. Lo primero que se hace con el otro para aniquilarlo es negarle la plena humanidad.

—Que es negar al individuo.
—¡Claro! Es animalizarlo, convertirlo en extranjero o en bárbaro, o en gusano. Fíjese con qué frecuencia se animaliza al adversario, al que se quiere eliminar llamándole «perro». En el País Vasco llaman «chacurras» a los Policías, en Cuba «gusanos» a los disidentes, en la Alemania nazi llamaban «cerdos» o «perros» a los judíos. Tú animalizas al adversario y tienes derecho a liquidarlo. Primo Levi contó que hay personas que no se dejan animalizar. Él habla de un compañero suyo, un albañil, que le salvó y le ayudó a sobrevivir. La presión de la animalización es muy poderosa, pero hay gente que saca lo mejor de sí.

—«Vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas», escrutó Machado. Guerra y paz. ¿Cómo las vive un escritor?
—Vivo en paz con muchas cosas y en profunda discordia con muchas cosas y gente.

—Y escribe desde la incertidumbre.
—La incertidumbre es la condición natural del ser humano. Hay certidumbres desoladoras, como que vamos a morir. Lo que diferencia al científico del fanático es que el primero tiene muchas incertidumbres y el segundo, ninguna. El dogmático tiene el mismo dogma desde hace dos mil años, mientras que la persona ilustrada y racional pone a prueba sus convicciones con la realidad. Hay gente un poco mayor que yo que parece echar de menos la época de las grandes certezas con mayúsculas. ¿Qué certezas? Eran certezas generalmente homicidas.

—¿No resulta desesperante el virus del particularismo cultural?
—Es la moda, ¡qué le vamos a hacer! La literatura se fija siempre en el individuo. Por eso la literatura y el pensamiento dogmático y totalitario se llevan tan mal: porque el dogma quiere hacernos a todos iguales, mientras que la literatura reconoce las diferencias en un marco de unidad. Cuando se habla de particularismos nos referimos a esa creación de grupos cerrados y hostiles entre sí difícilmente inteligibles. Eso ha llegado hasta el extremo de la necesidad de crear una cultura autónoma y cerrada. No ya culturas territoriales, sino de género, de identidad sexual o auditiva. Todo el mundo quiere pertenecer a un grupo y sentirse herido.

—¿Por instinto tribal?
—Porque satisface un instinto muy arraigado en el ser humano: el de la tribu. Muchas ideas racionales son «contra intuitivas», van contra la percepción normal. Es «contra intuitivo» que mi vecino de la otra tribu sea como yo. Por eso los principios democráticos tienen que ser enseñados tan intensamente porque van contra un impulso muy poderoso: el de refugiarse en la tribu. La venganza es tribal y la justicia impersonal. ¿Cómo no voy a vengarme de lo que le hacen a uno que es de mi sangre? ¿Cómo uno que profesa otra religión tiene los mismos derechos que yo? Es difícil de aceptar.


«Es difícil civilizar a los bárbaros»
Un 31 de julio de 1986 Antonio Muñoz Molina recibió una de las mejores noticias de su vida. Pere Gimferrer telefoneaba desde Barcelona a Úbeda para comunicarle que en Seix Barral iban a publicar su primera novela, «El invierno en Lisboa», relato que se paladea a ritmo de jazz desde las memorables noches del Arthur's Tavern en Grove Street. La literatura de este robinson urbano es un viaje al centro de la i(MÁGINA)ción. En esa sierra, en Mágina, el autor nos invita a vivir otras vidas, otras miradas. Aprendió de Vargas Llosa que la literatura no es un laboratorio ni una máquina de propaganda y por eso su obra está forjada de memoria y compromiso. Con «Beatus Ille» deslumbró a la crítica y a lomos de «El jinete polaco» ganó el Nacional de Literatura. Ingresó en la Real Academia con 39 años. Sus novelas «El invierno...», «Beltenebros» y «Plenilunio» han sido llevadas al cine. Tras delinear el mapa de todos los exilios en «Sefarad» y abrir de par en par las «Ventanas de Manhattan», una pura alegría, dirigió el Instituto Cervantes de Nueva York y en septiembre regresó a su territorio de Mágina para mostrar un mundo premoderno y su desaparación en «El viento de la luna», el retrato del artista adolescente que homenajea al padre desde su humilde grandeza.

—¿La literatura es una orgía perpetua?
—¡Hombre!, la palabra orgía es muy fuerte, pero la literatura es una fuente de felicidad y de intensidad vital. Leer y escribir me gustan cada día más.

—¿Para quién escribe?
—Para cualquiera que quiera acercarse al libro. La literatura tiene caminos muy raros y al lector te lo encuentras en los sitios más inesperados. Tú escribes y puedes pensar en un público que tienes más cerca (el de tu país), pero lo mejor ocurre cuando llegas a sitios insospechados o a gente que está muy lejos de lo que haces. Hace poco daba una conferencia en Nueva York y al terminarla se me acercó una señora que me dijo: «He leído todas sus obras en hebreo». Y pensar que tus libros hayan podido formar parte de su vida es algo que te emociona. Estoy leyendo ahora el diario de Bioy Casares con referencia a Borges. Y pienso cómo esas conversaciones entre estos dos amigos en Buenos Aires, en los años 40, 50, 60, los relatos que escribieron, su antología de Literatura fantástica, pudo llegar hasta mí para influirme en la Granada de los años 70. Fue algo definitivo en mi educación. Es la fuerza extraordinaria de la literatura, como lectura y como creación.

—Pero desgraciadamente la literatura sigue sin servir para poder civilizar a los bárbaros.
—Tristemente civilizar a los bárbaros es muy difícil. Yo creo que a los que tenemos propensión a estar civilizados sí que nos civiliza más.

—Desde Mágina usted imaginó y descubrió la pura vida.
—Pura suerte generacional. La generación de mis padres tuvo muy mala suerte: le tocó la guerra con la infancia. Yo, personalmente, que he podido tener una vida más o menos dura en algunos tramos, he disfrutado de una suerte histórica como todos los que estamos vivos ahora y en plenitud de facultades. Y es que hemos vivido el salto de un país del Tercer Mundo al Primer Mundo, de la dictadura a la democracia. Tenemos la suerte de haber nacido en un rincón del mundo en el que la vida es mejor que en cualquier otra época y cualquier sitio. Por alguna razón viene tanta gente a Europa. Nadie emigra a Corea del Norte, ni a Arabia Saudí, por ejemplo.

—Pero usted no se acomodó.
—Lo normal a finales de los años 60 para muchísima gente joven era querer cambiar, buscar otra vida distinta. Y de ese mundo vivimos.

—Como decía Julio Cortázar, ¿acomodarse en identidades crustáceas es muy peligroso?
—Él distinguía entre el camaleón y el crustáceo. En «Elogio del camaleón» se pregunta: «¿Por qué ese prestigio del que no cambia nunca?». Frente al crustáceo prefería al camaleón. Y se cuestionaba por qué el adjetivo camaleónico es despectivo. Hombre, otra cosa es el oportunismo. Pero hay que atreverse a cambiar.




\[Antonio Muñoz Molina leía en 1975, con admiración, a Cela, Delibes, Torrente Ballester, Luis Martín Santos, Juan Goytisolo... El descubrimiento de los cuentos de Borges fue decisivo para consagrarse a la narrativa. «El curso 75-76 tenía la impresión de haberlo pasado encerrado en una habitación leyendo sin parar», concede. Transitan por ese espacio Fuentes, Borges, Vargas Llosa, Poe, Cortázar, García Márquez, Joyce, Bioy... Verne le despierta su condición de novelista y Proust le enseña «a mirar y a escuchar». «Absalon, absalon» le marca como «En busca del tiempo perdido» y en «Si te dicen que caí», de Marsé, halla y talla el elemento de lejanía\].

—¿Así nació usted a la literatura?
—Fue un nacimiento muy vinculado al propio descubrimiento de la vida. La literatura me daba respuestas y me permitía reconocer impresiones, problemas. La literatura empezó a ser importante para mí cuando me dí cuenta de que tenía algo serio que decirme sobre mí mismo y sobre el mundo. Fue un descubrimiento feliz.

—Pero el mundo no ha sido tan feliz sino cruel por el holocausto nazi y por los comunismos ruso, chino, el comunismo de Camboya, que mataba a la gente por tener gafas. Pol Pot, jefe de los kemeres rojos, era doctor en filosofía por La Sorbona, como Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso. Personas perfectamente cultivadas deciden que el ser humano no tiene valor. ¿El ser culto no significa nada?
—Y Ho Chi Min. A veces hay una soberbia en el intelectual: la soberbia de despreciar la realidad. Lenin era otro intelectual. La checa, en la Unión Soviética, al principio tenía prestigio intelectual. Los chequistas tenían cierta vitola de intelectuales porque al desarrollar su trabajo al margen de la realidad práctica el intelectual puede ser muy arrogante y tender a despreciarla. Y de ahí surge el peligro de las utopías homicidas, el hecho de que se considere que para imponer la felicidad sobre la tierra se pueda sacrificar a los seres humanos. Ha ocurrido siempre. Eso es lo que justificaba las matanzas de albigenses, por ejemplo, en el siglo XIII en Europa, en nombre de la ortodoxia cristiana. No es una cosa privativa ni de ideólogos ni de nada, sino que está en toda la gente que se deja emborrachar por abstracciones. Por salvar a alguien lo matas. El fanatismo es una enfermedad intelectual. Y a través de la Historia ha sido así: el fanatismo religioso, por ejemplo, con la cantidad de muertos que ha causado y que sigue causando.

viernes, 5 de enero de 2007

Desconcierto total

La Gaceta de los Negocios 05/01/07

“Rodríguez Zapatero tendría que decir algo que impidiera que ETA pusiese una bomba”
Álvaro Delgado-Gal

Desconcierto total
Qué sabemos tras el atentado del 30 de diciembre? ¿Y qué no sabemos? Nuestras certezas e ignorancias se dividen en cuatro capítulos principales:

1) Sabemos que es ETA la que ha puesto la bomba. Pero no sabemos por qué la ha puesto sin haber anunciado antes que se acababa el alto el fuego. Es el primer caso en que los terroristas no levantan una tregua sin comunicarlo previamente. Quizá se haya producido una disidencia dentro del propio núcleo etarra. Pero no se puede descartar otra hipótesis, altamente intrigante: la de que ETA no ha querido cortar con el Gobierno, sino hacerle una advertencia “seria”. Los interlocutores directos de ETA han sido, hasta la fecha, tipos del corte de Eguiguren. Es decir, personas previsiblemente dispuestas a aguantar un número indefinido de muertos. No es seguro que el propio Zapatero no entre en esta categoría, a tenor de su intervención del sábado. Ello nos introduce en el segundo bloque de certezas/incertezas.

2) El partido, y el propio Gobierno, se han dedicado, durante estos días, a reinterpretar, es decir, a corregir, el penoso discurso sabatino de Zapatero. El miércoles, en la radio, José Blanco, en una de las intervenciones más grotescas de que guardo memoria, se tiró diez minutos intentando convencernos, por la técnica del martillo pilón, que “suspender” significa lo mismo que “romper”. Pero esto es infantil. Suspensión no es ruptura. Es más, la suspensión excluye la ruptura. Ello suscita una pregunta elemental: “¿se está echando una mano a Zapatero, esto es, se le está ayudando a paliar su enorme pifia del sábado, o se le está poniendo en su sitio?”. Si lo segundo, resulta lícito interrogarse sobre el estatus real del presidente dentro de su partido y del Gobierno. Las dudas razonables sobre la posición de Zapatero autorizan especulaciones por completo divergentes sobre lo que finalmente terminarán haciendo los socialistas.

3) En la hipótesis de que se asiente la línea defendida por Rubalcaba, y se dé el proceso por finiquitado, será necesario recuperar el Pacto Antiterrorista. Lo último entraña una acuerdo de hierro entre PSOE y PP, un acuerdo al que podrían sumarse las fuerzas que lo consideraran oportuno. ERC parece excluida; IU, otro tanto; y probablemente, el PNV. No sirve como punto de referencia la declaración congresual del 2005, excogitada con el propósito expreso de marginar al PP y fundada en un análisis de la situación desastrosamente equivocado. Ahora bien, este reagrupamiento de fuerzas no es compatible con los equilibrios actuales en el Congreso, que son un eco, o una sombra, del Pacto del Tinell. Ni parece congruente con la permanencia de ZP. Lo lógico, lo coherente, sería poner la lucha antiterrorista al margen de la disputa partidaria y, simultáneamente, convocar elecciones. Socialistas y populares se comprometerían a no discrepar un ápice en su posición respecto de ETA. Pero ¿cómo substituir a ZP? ¿Cómo podrían darse los socialistas un nuevo líder a tiempo? Las consecuencias geométricas de una vuelta al Pacto, condenan, en la práctica, al PSOE a perder las elecciones. Éste es un motivo importante para sospechar que el Pacto no se resucitará. Por lo menos, en serio.

4) La alternativa es marear la perdiz. Imprimir al rostro un gesto adusto, a la vez que se hace saber a ETA que se quiere seguir hablando. Pero esto es complicado, por varias razones. ¿Se atrevería el Gobierno a legalizar a HB antes de las autonómicas? No creo. Sencillamente, no hay tiempo. Hagamos abstracción de este punto, que no es baladí de ninguna manera, y supongamos que la cosa va tirando, o renqueando, a lo largo de los meses que nos separan de las elecciones. Sería Zapatero, por supuesto, el candidato de los socialistas. Al haberse renunciado al Pacto Antiterrorista, ETA centraría la campaña. ¿Qué podría decir ZP? ¿Diría que todo está bien, como hizo la víspera del atentado? No lo podría decir, porque sería ridículo. Y no lo podría decir, porque ETA le pondría otra bomba. Una nueva bomba no liquidaría políticamente a un Gobierno que hubiese pactado con la oposición.. Sería una bomba contra el Estado, no contra el presidente del Gobierno. Ahora bien, en el escenario que estamos imaginando, la bomba liquidaría al presidente y, quizá, al PSOE. Por tanto, ZP tendría que decir algo que impidiera que ETA pusiese una bomba. Y esto que tendría que decir, no podría consistir en otra cosa que un proyecto histórico de reforma constitucional. Una reforma que diese cabida a las reclamaciones de los terroristas.

Zapatero no se va a atrever a eso. Es posible que no esté siquiera en grado de proponerlo a los suyos. Lo más probable, es que nadie sepa bien lo que hacer. Y que, mientras se da tiempo al tiempo, llegue la siguiente bomba.

jueves, 4 de enero de 2007

El secreto de Zapatero

EL PAÍS 04/01/07

”Hoy parece claro que el gran secreto de Zapatero era que no había secreto alguno, y que las cosas no eran muy distintas de lo que aparentaban.”
PATXO UNZUETA

El secreto de Zapatero
Si ETA no anunció el fin del alto el fuego fue seguramente porque pensaba en un atentado sin muertos -por el aviso previo- que pusiera al Gobierno ante el dilema de si rompía o no los contactos. Sin embargo, los efectos de un coche bomba son inciertos por definición; el más mortífero atentado de ETA, Hipercor (21 muertos), fue con coche bomba y aviso previo. En un aparcamiento con miles de vehículos y con esa carga, la probabilidad de que hubiera víctimas era muy alta, y los terroristas la asumieron. Sin embargo es verosímil que su intención fuera mostrar su capacidad mortífera pero no causar muertos; con la idea de que el Gobierno tuviera que optar entre romper el proceso, asumiendo el coste político de hacerlo (ante los partidos nacionalistas, por ejemplo); o continuarlo (quizás tras un periodo de suspensión), con lo que quedaba convalidado que el diálogo es compatible con los bombazos.

La primera opción encaja con las consideraciones del último Zutabe sobre la conveniencia de "situar la responsabilidad de la continuidad del conflicto en nuestro enemigo", que reproducía J. L. Barbería en su artículo del pasado domingo. Pero la otra opción era la preferida por ETA, y la que cuadra con su obsesión de que todo lo que ocurra avale la lucha armada. Por eso en los años 80 hacía atentados en vísperas de manifestaciones señaladas de HB o antes de elecciones: para que quedase claro que los manifestantes o electores no sólo asumían un programa, sino la legitimidad de imponerlo a bombazos. Si las conversaciones hubieran continuado, ETA se habría apuntado el tanto de haber quebrado el planteamiento del Gobierno de que con violencia no hay contactos. Abriendo paso a la posibilidad de intervención violenta ante cualquier divergencia o bloqueo de las conversaciones futuras.

La existencia de dos víctimas elimina cualquier posibilidad de duda, con independencia de que Zapatero emplease el término suspensión en lugar de ruptura. Suspensión temporal habría sido la respuesta adecuada para las vulneraciones de la tregua que precedieron y prepararon la del 30 de diciembre; especialmente el robo de armas. Ahora se ve que fue un error no hacerlo. Contra lo que dice Otegi (y algunos ciegos voluntarios, que culpan del bombazo al inmovilismo del Gobierno), los socialistas han venido haciendo múltiples señales conciliadoras (aunque no sean las que dice el PP: Navarra, etcétera): entre otras, relativizar la violencia callejera, la continuidad de la extorsión y el significado de los zulos; los elogios a Otegi y De Juana, la entrevista con Patxi López, el cambio de orden entre las dos mesas.

Frente a la idea de que concesiones de más entidad habrían reforzado la posición de (digamos) Ternera frente a Txeroki, lo que una larguísima experiencia muestra es que ETA actúa en función de las resistencias que encuentra, y si ve receptividad a sus desafíos, va aumentando la dosis. Los presos, por ejemplo. ¿Qué diríamos ahora si hubiera habido acercamiento de presos? Pues lo mismo que en 1999: que concederlo por adelantado, como signo de buena voluntad, convencía a ETA de que era terreno conquistado y dejaba sin contenido la negociación con la banda.

El fracaso no invalida la iniciativa de Zapatero. Había condiciones excepcionales para intentarlo: el periodo previo sin muertos, prolongado luego deliberadamente (es absurdo el argumento del PP de que no mataban porque no podían), unido a la contradicción potencial entre necesidad de legalización de Batasuna y continuidad del terrorismo. Con o sin carta de Ternera al presidente, habría sido irresponsable no hacer lo posible por aprovechar esa situación. Sin embargo, la cosa no era tan sencilla como al parecer llegó a creer Zapatero y comunicó a personas bien dispuestas. Sobre todo, no existía esa información reservada a la que se aludía en su entorno para justificar una gestión tan personalista y sus declaraciones tranquilizadoras -el proceso es irreversible- frente a los signos cada vez más inquietantes que llegaban de ETA y Batasuna. Hoy parece claro que el gran secreto de Zapatero era que no había secreto alguno, y que las cosas no eran muy distintas de lo que aparentaban. No había un acuerdo sobre el desenlace ni una carta a sacar en el último momento.

Pero es cierto que las condiciones en que se planteó la iniciativa permitían augurar que una ruptura de la tregua por parte de ETA no sería ya aceptada sin más por las bases sociales de la izquierda abertzale, lo que podría provocar a medio plazo un divorcio entre Batasuna y la banda. Tras un atentado que demuestra lo poco que a ETA le interesa la legalización de Batasuna, esa posibilidad se mantiene; pero que se materialice en su momento depende de la reacción frente al atentado. Que se evidencie que, como ha dicho Imaz, no puede ser igual la relación con Batasuna ahora que antes del 30 de diciembre; en todos los terrenos y por parte de todas las instituciones y formaciones democráticas. Las consecuencias no serán inmediatas, pero dependen de decisiones que se producirán en las próximas semanas.

Es cierto que el futuro no está escrito, pero en las actuales circunstancias las apelaciones de Otegi y los suyos a no dar por definitivamente roto el proceso sólo podrían ser tomadas en serio si fueran acompañadas de una exigencia clara a ETA de olvidarse de treguas permanentes o indefinidas que no lo son y a dar el paso de comprometerse a una disolución definitiva e irreversible. Tras el brutal atentado de Barajas ese paso que antes figuraba como parte del proceso de final dialogado se ha convertido en su requisito previo mínimo.