lunes, 30 de octubre de 2006

Carta abierta a Juan Carlos Rodríguez Ibarra

ABC 30/1006

Por ROSA DÍEZ

Querido Juan Carlos:
El aprecio y el respeto que te tengo me llevan a contestar a la carta abierta que me dirigiste desde estas páginas el pasado viernes día 27. Yo también sé que tú nunca vas a dejar de ser socialista ni quiero que dejes de serlo. Tu voz es muy importante para nosotros. Y sabes que lamenté de veras tu decisión de no volver a ser candidato a la Presidencia de la Junta de Extremadura. Guardo con mucho afecto los e-mails que nos cruzamos, en los que pudimos apreciar el alto grado de coincidencia en nuestros análisis sobre la situación política que vivimos.
Vayamos por partes. Tú sabes mejor que nadie que no necesito escuchar lo que dicen Zaplana o Acebes sobre el tema que nos ocupa. Cuando la inmensa mayoría de los españoles aún no conocíamos a estos ciudadanos yo ya tenía un criterio bien formado al respecto. Hemos hablado demasiadas veces del asunto, hace ya muchos años, como para que se te haya podido olvidar. Y también sabes que las posiciones que hoy defiendo en materia de lucha contra el terrorismo son las que he defendido toda mi vida. Por pensar lo que pienso y decirlo alto y claro me puso el Partido Socialista en sus listas. Tú me propusiste el primero. Y los artículos recopilados en el libro «Porque tengo Hijos» dan fe de mi coherencia en esta materia durante los últimos 12 años. Otros han cambiado; yo no.
Desde el respeto y el cariño que sabes que te tengo, quiero puntualizar algunas cuestiones que planteas. En primer lugar me llama la atención que construyas tus críticas y tus conclusiones sobre una supuesta desconfianza en las intenciones del presidente Zapatero o del PSOE. Yo nunca juzgo las intenciones -supongo las mejores-, sino que analizo los hechos. Cualquiera que siga mi actividad política lo sabe.
Juan Carlos, yo me pronuncio sobre hechos, no sobre intenciones. Critico con argumentos las decisiones políticas que no comparto. Sobre todo si pienso que las consecuencias de aplicar esas políticas serán las contrarias a los objetivos que se pretenden. Hablo siempre de hechos, nunca de intenciones. Hablo desde la razón política, no desde la fe.
Vayamos a ejemplos concretos. Critiqué la decisión de Zapatero de avalar la entrevista de Patxi López con Batasuna mientras ésta siguiera siendo una organización terrorista; dije que las consecuencias de esa reunión serían que Batasuna-ETA se sentiría más fuerte, más legitimada, con más capacidad para seguir presionando al Estado de Derecho. Y que Batasuna se sentiría legalizada de facto. Como así ha sido. Y dije que al avalar esa reunión el Presidente y el PSOE se desdecían de todos los compromisos adquiridos previamente ante los ciudadanos de no sentarse a hablar con Batasuna mientras ésta siguiera siendo una organización terrorista. Y así es. Critiqué el hecho, no la intención.
Critico la decisión del PSOE de apoyar la creación de una mesa de partidos extraparlamentaria para abordar en ella las cuestiones que debieran ser discutidas en el foro que representa democráticamente a los ciudadanos. La creación de esa mesa extraparlamentaria supondrá el cumplimiento de un objetivo histórico de ETA que nunca ha reconocido la legitimidad de la democracia española y por tanto de ninguna de las instituciones que de ella dimanan. Si rechazo la constitución de esa mesa y critico la decisión de nuestro partido de aceptarla es porque considero que las consecuencias de esa decisión serán negativas para la democracia .y darán una victoria política a ETA. No prejuzgo la intención de José Luis Rodríguez Zapatero; juzgo los hechos y valoro lo que a mi juicio serán las consecuencias. Y me pronuncio en contra. Como verás, hechos, no intenciones.
Cuando critico la decisión de llevar a Estrasburgo el debate sobre «el proceso de paz en España» lo hago porque creo que es un enorme error político que ese tema se debata en un Parlamento que no tiene competencias de control sobre el Ejecutivo. Y mucho más hacerlo sin consenso previo entre los dos grandes partidos políticos españoles. Otras veces se ha hablado de ETA en Estrasburgo. Pero siempre de común acuerdo. Y siempre para pedir ayuda para derrotarla. Siempre pensé que no compensaba asumir el riesgo de dividir la Cámara y de que se volvieran a escuchar en el Parlamento Europeo los discursos sobre el «conflicto político» sólo para conseguir un apoyo testimonial que nuestro Gobierno no necesita. Pero el terrorismo vive de lo simbólico; y para ellos ese debate supuso un reconocimiento simbólico como «agentes» del proceso. Critico la decisión y valoro las consecuencias. Hechos, no intenciones.
Me dices, querido Juan Carlos, que debo entregar mi acta de diputada. Más allá de que hayas basado tu conclusión en imputaciones incorrectas sobre mi actitud política, quiero explicarte cómo considero que debe ser la relación de un cargo electo con los ciudadanos. Aunque me parecen principios elementales de la democracia quizá haya quien no lo perciba de esta manera. Verás, yo creo que los partidos políticos son instrumentos al servicio de la sociedad. Creo que los partidos políticos no son propiedad de sus dirigentes, ni siquiera de sus afiliados. Las listas que elaboran serían papel mojado si no las validaran los ciudadanos con sus votos.
En la Comisión Ejecutiva te pone el Secretario General. En las listas electorales te pone el Partido. Pero en el cargo público te ponen los electores, los ciudadanos. Los ciudadanos no nos dan un cheque en blanco, para que hagamos lo que queramos cuando ya hayamos sido elegidos. Los ciudadanos nos votan en función del compromiso que adquirimos con ellos, de lo que les prometemos que vamos ha hacer con su voto. Tú sabes que yo defiendo ahora todo aquello que me comprometí a defender cuando me presenté a las elecciones. Pedí el voto para hacer exactamente lo que estoy haciendo. Exactamente esto. Diré más: lo que yo defiendo es la ortodoxia de nuestro programa electoral. Otros han cambiado; yo no.
Tú, querido Juan Carlos, estás en la CEF porque te puso José Luis Rodríguez Zapatero; pero eres Presidente de Extremadura porque te votaron los extremeños. Yo estoy en el Parlamento porque el PSOE me puso en sus listas; pero soy Diputada porque me votaron unos cuantos millones de españoles. Si el PSOE no está conforme con mi trabajo lo que puede hacer es no volverme a poner en las listas. Pero mientras tanto tengo un mandato ciudadano -no imperativo, según la Constitución-, y me debo a él. Me gustaría no tener que elegir nunca entre ser disciplinada con la dirección del partido o coherente con mi compromiso ante los ciudadanos. Pero si tengo que elegir siempre elegiré obrar en conciencia y cumplir el compromiso adquirido con los electores. Creo que los cargos públicos nos debemos a ellos.
Y para finalizar, permíteme que te haga, desde el mayor de los respetos, una apreciación sobre tus palabras respecto a Pilar Ruiz y Maite Pagazaurtundúa. Sé que tu cariño hacia ellas es sincero, y que tu respeto personal también lo es. Pero verás, Juan Carlos, no se trata de que esas dos mujeres hayan sufrido mucho y por tanto puedan decir lo que dicen y más. No es cariño lo que demandan con sus palabras. No es compasión lo que piden: es Justicia. Justicia, que no venganza. Son mujeres que han sufrido, sí. Pero sus juicios son políticos. Analizan los hechos, extraen conclusiones, critican lo que no les gusta, advierten sobre las consecuencias políticas de determinadas decisiones que se están tomando. Cuando Pilar se presentó ante el hotel en el que se reunían Otegi y López no era una madre llorosa y desesperada. Era una ciudadana digna que ejercía como tal; y que como ciudadana reclamaba justicia y decencia política. Y verdad. Son ciudadanas, Juan Carlos, no tienen suspendidos sus derechos, el terror no las ha convertido en minusválidas políticas.
Bueno, pues acabo. Sabes que siempre he procurado que en mi trabajo político existiera la menor distancia entre lo principios que se defienden en privado y las actitudes y los discursos que se hacen en público. El PSOE es mi partido desde que tengo uso de razón. Y creo que el mejor servicio que se le puede hacer a sus siglas y a su historia es defender con coherencia, honradez y firmeza los compromisos que asumimos cuando pedimos a los ciudadanos que nos otorguen su confianza. Siempre pensé que sobre esta cuestión también estábamos de acuerdo.
Un fuerte abrazo.

miércoles, 25 de octubre de 2006

Aquelarre nacionalista en Estrasburgo

ABC 25/10/06

"No participaré en una votación que nos divide a los demócratas españoles...Tengo claro que los ciudadanos españoles no me han votado para eso."
ROSA DÍEZ

Aquelarre nacionalista en Estrasburgo
Hoy, aniversario de las aprobación del Estatuto de Autonomía de Gernika, ETA se convierte en en el Parlamento Europeo en un agente del proceso de paz en España. Ése es el título del punto del orden del día cuyo debate se inicia a las nueve de la mañana: Proceso de paz en España.

En el Parlamento Europeo hemos debatido muchas veces sobre ETA. El PSOE —siempre de común acuerdo con el Partido Popular— ha pedido en las instancias europeas una mayor implicación de las instituciones de la Unión en la lucha contra el terrorismo. Las consecuencia de ese trabajo conjunto de los dos partidos políticos españoles que suscribieron el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo han sido medidas de lucha contra el terrorismo tan eficaces como la inclusión de ETA y Batasuna en la lista europea de organizaciones terroristas, la orden de detención y entrega de terroristas, la definición común del delito de terrorismo, una mayor cooperación policial y judicial en Europol y Eurojust, las medidas de retención de datos telefónicos y de Internet, las normas europeas contra el blanqueo de dinero...

Pero lo que se debate hoy en el Parlamento Europeo nada tiene que ver con eso. Lo que viene a debate, impulsado por el Partido Socialista Obrero Español, es el proceso de paz en España, la «solución dialogada» con ETA. El portavoz español del PSOE en el Palamento Europeo lo confirmó al afirmar hace unos días que el debate tenía como objetivo «ayudar a un proceso de superación de la violencia». La superación de la violencia no es la derrota del terrorismo. El final dialogado no es la derrota del terrorismo. Por eso estoy en contra del debate mismo; por eso me parece una irresponsabilidad plantear así, aquí y ahora, este debate.

Sé por qué quieren el debate los terroristas. Ellos no reconocen la legitimidad de las instituciones españolas que dimanan de la Constitución del 78. Por eso no reconocen la legitimidad del Parlamento Español ni del Parlamento Vasco. Por eso en España quieren que el futuro marco político y jurídico del País Vasco se debata en una mesa extraparlamentaria. A nivel internacional actúan igual. Coherentemente con su discurso de rechazo de la democracia española, en su afán de difundir fuera de nuestras fronteras la idea de que sus actos de terror son consecuencia de su lucha contra un poder impuesto y no democrático, han buscado siempre foros internacionales en los que plantear sus causas. Quisieran hacerlo en la ONU; pero de momento no han llegado tan lejos. Pero hoy han llegado —de la mano de los socialistas españoles— al Parlamento Europeo.

También sé por qué quieren este debate los nacionalistas. Ellos siempre han querido «justificar» las causas de los terroristas. Los nacionalistas institucionales siempre han pretendido deslegitimar en toda Europa las instituciones democráticas desde las que ellos mismos gobernaban. Siempre han difundido la mentira de que la Constitución no fue aprobada en el País Vasco. Los nacionalistas no violentos siempre han defendido el origen político del «conflicto», porque siempre han sacado ventaja de la existencia de ETA y no renuncian a sacar ventaja de su posible desaparición.

Pero ignoro qué ventajas políticas espera sacar el PSOE de este debate. Ni siquiera en términos partidistas, en el corto plazo —y mira que sería triste que todo esto fuera sólo para eso— le encuentro ninguna ventaja. Porque, hoy por hoy, ante los españoles todos, el Gobierno de Zapatero y el PSOE tenía el apoyo de Europa a su política en esta materia. Ahí están las declaraciones de Chirac, de Blair, de la Presidencia de la Comisión Europea, del Consejo... ¿A qué viene querer contar ahora en el Parlamento Europeo a los que están en contra? ¿Qué gana el PSOE con ello?

Pero mucho más que lo que pueda ganar o perder el PSOE con este debate me importa lo que pierda España. Ni el PSOE, ni el Gobierno, han explicado en qué puede contribuir a debilitar a ETA la realización de este debate. Y no lo han explicado porque saben que ETA y sus aliados no pierden nada con él. Y denunciarlo no es hacer de altavoz de las posiciones de los malos; es sencillamente llamar la atención sobre la inutilidad y el riesgo que corremos los buenos. Sin necesidad de insistir en que la decisión de promover este debate favorece la estrategia de ETA de «internacionalizar el conflicto» —lo cual es a mi juicio lo más grave—, resulta para todos evidente que la democracia española se fragiliza cuando en el Parlamento Europeo aparecen divididas las dos grandes fuerzas políticas españolas, las dos únicas que pueden formar gobierno. Ningún partido gobernante en ningún país de nuestro entorno hubiera tomado la decisión de traer al Parlamento Europeo, sin consenso interno previo, un debate sobre un tema de Estado. Sobre todo porque ésta no es una cuestión sobre la que un gobierno legítimo —como lo es el nuestro—, necesite apoyos testimoniales, que es el único que aquí se le puede brindar.

¿Por qué entonces traer aquí, así y ahora, este debate? Si el Gobierno de España necesitara apoyo político para proseguir con el proceso puesto en marcha o para dar nuevos pasos, es en el Congreso de los Diputados donde debe suscitar el debate y recabar el apoyo. Son las Cortes Españolas las que ejercen la tarea de controlar o impulsar la acción del Ejecutivo. Traer este debate. el Parlamento Europeo, que no tiene la competencia de control de ninguno de los gobiernos comunitarios en esta materia, sólo servirá para convertir a ETA en un agente del proceso ante los eurodiputados y ante la opinión pública europea.

Por eso sostengo que debatir en el Parlamento Europeo sobre el «proceso de paz» iniciado entre ETA y el Gobierno de España es un error político de consecuencias impredecibles. Convierte a ETA en agente político, en «negociador» de la paz con el Gobierno democrático de todos los españoles. Y supone un retroceso en todo un trabajo de pedagogía democrática, llevado a cabo durante años con el objetivo de que ETA dejara de ser percibida fuera de nuestras fronteras como un grupo «independentista» o «defensor de los derechos del pueblo vasco».

Sea cual fuere la resolución que se apruebe, al día siguiente nadie se acordará de ella. Pero todos se acordarán de la división existente entre españoles —y desde hoy entre europeos— y de que un Estado miembro quiso debatir en un Parlamento sin competencias lo que renunció a hacer —curiosamente con el argumento de evitar que se visualizara la división— en el Parlamento español. El conflicto político entre los demócratas españoles, expuesto aquí con todo lujo de detalles, dará visos de credibilidad al discurso de los terroristas y de sus socios y voceros. ETA será percibida como el agente de la paz y quienes están en contra del «proceso», serán los «obstáculos». ¡Qué horror!

ETA ha tenido a lo largo de su historia sumo cuidado en el diseño y divulgación de sus mensajes políticos. La división entre los demócratas españoles, reflejada con toda crudeza en el Parlamento Europeo, es su gran triunfo. El debate lo ha propuesto el PSOE; y lo ha hecho sin buscar el acuerdo del PP. Más bien parece que lo ha hecho para buscar el desacuerdo, como se deduce de las declaraciones iniciales de sus líderes, aquéllas en las que no se explicaba que ganábamos frente a ETA pero se ponía el énfasis en que el PP español iba a ser «doblemente derrotado». Por eso a quienes lo han propuesto les corresponde asumir su responsabilidad.

Si se hubiera buscado un debate para fragilizar las posiciones de ETA y reforzar las de los demócratas, nunca se hubieran hecho las cosas de esta manera. Más allá de la conveniencia de traer a esta Cámara el debate sobre un proceso cuyo devenir es aún incierto para recabar un apoyo testimonial perfectamente prescindible, la forma en que el debate se ha gestado hace imposible que lo que salga de aquí sea positivo. Al Parlamento Europeo se le podría haber pedido una declaración de apoyo a las instituciones democráticas españolas, a las víctimas del terrorismo como referentes de la democracia, al marco constitucional. Al Parlamento Europeo se le podría haber pedido un reforzamiento de su posición de solidaridad con España para derrotar al terrorismo. Pero no estamos ante eso; estamos ante un debate sobre el proceso de paz en España del que ETA sale convertida en interlocutora del Gobierno de España para la paz. Difícil que los parlamentarios lleguen a la conclusión de que les estamos pidiendo ayuda para utilizar todos los instrumentos de la democracia europea para derrotarla.

Debatir en Estrasburgo sobre el proceso de paz tiene aquí y allá, en España, muchos partidarios. Más o menos los mismos que quieren formar una mesa de partidos extraparlamentaria para decidir en ella el futuro de Euskadi. Más o menos los mismos que se han opuesto históricamente a todas las decisiones que hemos adoptado en España y en Europa para combatir y derrotar al terrorismo y a sus entornos legitimatorios. De la misma manera que sostengo que la constitución de la mesa extraparlamentaria es la cesión, insisto en que el debate aquí, así y ahora, es la cesión. Lo de menos es lo que se vote o cuál de las propuestas logre mayor apoyo. El debate es lo que rechazo. De fondo y de forma.

Me produce un profundo dolor observar cómo se rompe el consenso en Europa en esta materia. Hubiera querido que el debate no se celebrara. Pero el debate se hará. Y actuaré de forma coherente con la posición política que llevo días explicando. Y con mi compromiso ante los ciudadanos. Y obraré en conciencia. Aunque fuera cierto lo que me cuentan que dicen algunos de la dirección del PSOE: que me expulsarán si no apoyo la resolución presentada por el Partido Socialista. No lo haré. No votaré ninguna resolución. No participaré en una votación que nos divide a los demócratas españoles. No participaré en una votación en la que los socialistas, para conseguir que el Gobierno de Zapatero logre un apoyo testimonial, han facilitado a ETA la oportunidad de lograr el reconocimiento simbólico que ha perseguido a lo largo de toda su existencia. Tengo claro que los ciudadanos españoles no me han votado para eso.

domingo, 22 de octubre de 2006

Un muro de mentiras

EL PAÍS 22/10/06

MARIO VARGAS LLOSA

Un muro de mentiras
El Congreso de Estados Unidos ha aprobado la construcción de un muro de 700 millas (unos 1.200 kilómetros) en la frontera con México, que costará un total de 7.000 millones de dólares, para frenar la inmigración ilegal, y el presidente Bush ha prometido promulgar la ley de inmediato. Para alguien, como el que esto escribe, fascinado con la contaminación de la realidad por la ficción, la noticia no puede ser más hechicera. ¿Por qué? Porque este muro no se construirá nunca, y, si, de milagro, llegara a construirse, no serviría absolutamente de nada. Esto lo sabe todo el mundo, empezando, claro está, por los legisladores que aprobaron la ley y el propio mandatario estadounidense.
¿Para qué, entonces, toda esta representación teatral? Porque el 7 de noviembre se celebrarán en Estados Unidos unas elecciones para renovar totalmente la Cámara de representantes, y parcialmente el Senado y las gobernaciones, y los congresistas que buscan la reelección quieren esgrimir esa ley como una prueba de que han comenzado a actuar enérgicamente contra ese peligroso demonio que son los inmigrantes ilegales, que quitan trabajo a los nacionales y esquilman la Seguridad Social (otra ficción coleante).
El muro de mentiras pasará por cuatro Estados -Arizona, California, Nuevo México y Tejas- y constará de dos vallas y un futurista sistema de reflectores, rejas, sensores y toda clase de radares para ser absolutamente infranqueable. Ahora bien ¿para qué serviría clausurar de esta manera esos 1.200 kilómetros cuando quedan otras 1.200 millas (unos 2.000 kilómetros) de frontera abierta por la que los inmigrantes mexicanos, y centro y suramericanos podrían filtrarse en territorio norteamericano sin mayores problemas si quieren evitarse las molestias de franquear el sector vallado y electrizado?
Pero éstas son conjeturas sin mayores raíces en el mundo real, donde la construcción de ese muro de ficción, para materializarse, tendría que vencer una miríada de obstáculos ya anticipados en los medios de Estados Unidos, que yo, lo confieso, leo, oigo y veo en diarios, radios y televisiones con verdadera fruición. Por lo pronto, sinnúmero de alcaldes y gobernadores de los cuatro Estados que cruzará el muro ya han hecho saber que ellos exigirán que esa millonaria inversión se oriente más bien a obras de infraestructura -carreteras, escuelas, instalaciones de servicios públicos-, y varias comunidades nativas han puesto el grito en el cielo amenazando con acciones judiciales para impedir que el muro fracture sus tierras de cultivos o ganados, en tanto que otras circunscripciones, dejadas de lado en el trazado del recorrido que tendrá el muro de fantasía amenazan con exigir judicialmente que éste se rectifique porque las discrimina. Pero son sobre todo las poderosas instituciones ecologistas las que han salido ya a la palestra explicando que emplearán todos los recursos políticos, judiciales y cívicos para impedir que se levante ese monumento depredador y contaminante que causaría estragos al medio ambiente. Lo maravilloso es que los legisladores, curándose en salud, han incluido en la ley una tramposa cláusula en la que facultan al Gobierno a emplear parte del presupuesto del muro ¡en la construcción de caminos!
Si el muro en cuestión consiguiera sobrevivir al piélago de obstrucciones judiciales que lo espera, y que, en todo caso, paralizarán su construcción por muchos años, no servirá para atajar en lo más mínimo la entrada de inmigrantes sin papeles a Estados Unidos. Hay incontables maneras de demostrar algo que está allí, a la vista de cualquiera que tenga dos dedos de frente y no esté cegado por los prejuicios, esa ficción maligna según la cual los inmigrantes traen más perjuicios que beneficios al país huésped. Esta mañana la prensa aquí en Washington señala que, según un informe oficial, los inmigrantes "hispánicos" enviaron el último año a sus familias en América Latina la astronómica suma de 45.000 millones de dólares, un 60% más que hace dos años, cuando se hizo la última investigación. De esta cifra, los prejuiciosos deducen que los inmigrantes están causando una hemorragia terrible del patrimonio norteamericano. Pero la verdadera lectura de esa cifra debe ser, más bien, de admiración y de entusiasmo pues ella quiere decir que los inmigrantes de origen latinoamericano han producido el último año, para Estados Unidos, una riqueza cuatro o cinco veces mayor, que se ha quedado aquí y servido para incrementar la renta nacional. Y 200 o 250.000 millones de dólares es una contribución muy apreciable a una economía que, como lo prueban todas las estadísticas, goza en estos momentos de una bonanza extraordinaria y tiene el mayor índice de empleo de todos los países desarrollados (apenas un 4,5% de desempleo).
Pero, para entender por qué ese muro imaginario será inservible -una involuntaria escultura rampante subiendo y bajando por las gargantas y montañas de Arizona y cicatrizando los desiertos californianos y tejanos-, más que las estadísticas, que rara vez convencen a nadie, mejor contar la historia de Emerita (la llamaré así porque conozco varias guatemaltecas que tienen ese lindo nombre). La conocí hace tres años, cuando pasé aquí en Washington otro semestre, como ahora. Nos la recomendaron unos vecinos a los que Emerita venía a limpiarles la casa dos veces por semana. La contratamos y nos prestó un magnífico servicio, porque en las dos horas que pasaba entre nosotros con sus lustradoras y barredoras eléctricas y plumeros, dejaba la casa tan pulcra como una carnicería suiza. Nos cobraba entonces 60 dólares por aquellas dos horas.
Ahora, hemos tenido la suerte de volverla a contratar, nos cobra 90 dólares, cada vez. En verdad nos hace una rebaja, porque todos nuestros vecinos le pagan por este servicio (que hacen, en la inmensa mayoría de los casos, inmigrantes hispanics) 100 dólares. Emerita es una centroamericana que lleva ya 10 años en Estados Unidos y se desempeña bastante bien con el inglés. Tiene una camioneta Buick último modelo y una parafernalia ultramoderna para barrer, lustrar, limpiar, baldear y sacudir. Los sábados -trabaja seis días por semana y el domingo descansa- la ayuda su marido que, el resto de la semana, trabaja como jardinero. No sé cuánto gana él, pero Emerita limpia cada día un promedio de cuatro casas, y a veces cinco, lo que significa que tiene un ingreso mensual que no baja de los 8.000 dólares. Por eso ella y su marido han podido ya comprarse una casa aquí en Washington y otra en su país de origen.
Antes de venir a Estados Unidos, la pareja sobrevivía a duras penas, viviendo en condiciones de mera subsistencia. Pero, lo peor, dice Emerita, no era eso "sino que no había ninguna esperanza de mejorar en el futuro. Ésa es la gran diferencia con Estados Unidos". Sí, en efecto, ésa es la enorme, la sideral diferencia, y ésa es la razón por la que miles, decenas de miles, millones de latinoamericanos, que conocen muy bien la historia de Emerita y su marido, les siguen los pasos, y escapan de esos países-trampa, donde no hay esperanza, y se meten a éste, cruzando ríos, escalando montañas, escondidos en furgones o pagando a las incontables y eficientísimas mafias que les falsifican pasaportes, visas, permisos y todo lo que haga falta para que puedan entrar aquí, donde -lo saben y por eso vienen- los están esperando con los brazos abiertos. La prueba es que todos consiguen trabajo casi de inmediato.
Los trabajos que no quieren hacer los estadounidenses, desde luego. Limpiar casas, cuidar enfermos, hacer de serenos, abrasarse a pleno sol como cosechadores, y, en las fábricas y comercios, las tareas más elementales y precarias. Nadie sino ellos están dispuestos a hacer esas cosas duras y, para los niveles de vida de este país, mal pagadas. Para ellos no lo son, para ellos esos malos salarios son fortunas. Y, por eso, los mismos nacionales que se jalan los pelos hablando de los peligros de la inmigración, los contratan sin el menor reparo, porque gracias a las Emeritas, tienen sus casas brillando, y sus fábricas funcionando, y miles de instituciones y servicios en plena actividad.
La única manera de atajar la inmigración es que México, Centro y Suramérica comiencen a ofrecer a sus masas paupérrimas mejores oportunidades y esa esperanza de mejora y promoción que los hispanics encuentran en Estados Unidos y que es el gran aliciente que tienen que romperse los lomos trabajando día y noche, en lo que se presente. Es magnífico para ellos, por supuesto, pero, todavía más que para ellos, lo es para este país -un país de inmigrantes, no hay que olvidarlo- que, gracias al empuje y espíritu de sacrificio de esos 40 millones de latinoamericanos sigue creciendo y prosperando, pese a los dificilísimos problemas políticos e internacionales que ahora enfrenta.
Esos 7.000 millones de dólares que costaría el muro de las mentiras prestaría un servicio mucho más efectivo, en lo relativo a la inmigración ilegal, si en vez de malgastarse en una ficción de cemento, que, de existir, se convertirá en poco tiempo en un muro con más agujeros que un queso gruyère, se invirtiera en fábricas o créditos destinados a crear puestos de trabajo al otro lado de la frontera, o ésta se abriera de par en par a los productos latinoamericanos, lo que, además, beneficiaría enormemente a los consumidores locales. Pero todo esto pertenece al dominio de la estricta realidad y es sabido que los seres humanos -incluso los gringos, que se jactan de ser tan pragmáticos- prefieren a menudo la magia de la ficción a la vida cruda tal como es.

sábado, 14 de octubre de 2006

Sistema electoral

La Gaceta de los Negocios 14/10/06

El sistema que parece más adecuado es la del distrito uninominal, como en el Reino Unido
Juan Díez Nicolás

Sistema electoral
Recientemente se ha originado un cierto debate, principalmente en algunos medios de comunicación, respecto a la sustitución del actual sistema electoral de listas cerradas por otro basado en listas abiertas. Este debate se ha planteado como consecuencia de una crisis de confianza en los partidos políticos, que no sólo no implica crisis de confianza en el sistema democrático, sino que por el contrario responde a una necesidad de reforzar y consolidar sus instituciones. La crisis de confianza no afecta a la legitimidad de los representantes electos ni a su carácter representativo, se basa en que los representantes no rinden cuentas ante ellos sino ante los aparatos o ejecutivas de los partidos.

La ley electoral actual, establecida para las primeras elecciones de 1977, ha demostrado su utilidad para llevar a cabo la transición, pero con el tiempo se han hecho patentes algunos defectos: el establecimiento de la provincia como distrito electoral (y la asignación de tres escaños a cada provincia y ciudad autónoma independientemente de su población, repartiendo los 198 escaños restantes proporcionalmente a la población de cada provincia), y la elección de representantes sobre la base de listas cerradas de candidatos presentadas por los partidos. La primera cuestión ha conducido a la creación y al fortalecimiento de partidos políticos nacionalistas, cuestión a la que no han sido ajenos los dos principales partidos nacionales, PSOE y PP, por su política de pactos con los pequeños partidos nacionalistas y por su egoísta incapacidad para acordar con el otro las políticas de Estado. La atribución a los partidos de la facultad de elaborar listas electorales cerradas junto a la normativa que regula el funcionamiento de las Cámaras, que confiere un poder excesivo a los portavoces de los partidos, ha supuesto en la práctica una derogación del artículo constitucional que establece que los diputados y senadores no estarán sujetos a mandato imperativo alguno. Así, las listas cerradas tienen dos defectos fundamentales: que los representantes lo son, colectivamente, del partido que les incluyó en la lista, y no individualmente de los ciudadanos, y que obligan a que el ciudadano que quiera votar a un candidato se vea forzado a votar al resto de candidatos en la lista, le gusten o no, los conozca o no.

Las listas abiertas que algunos proponen para sustituir a las cerradas no solucionan los defectos que se quieren corregir. Podría funcionar la parte negativa, la posibilidad de “tachar”nombres en una lista. Pero es muy dudoso que funcionar en su aspecto positivo, sirviendo para que los ciudadanos incluyan nuevos nombres en la lista que no habían sido propuestos por el partido, pues los resultados de encuestas electorales realizadas por ASEP después de las elecciones de 1993, 1996, 2000 y 2004 demuestran que tres de cada cuatro españoles que afirman haber votado en una determinada elección no saben el nombre del candidato de la lista que han votado. Conociendo el buen humor de los españoles, no sería impensable que algunos famosos y famosillos acabaran siendo nominados por algunos electores.

Por ello, el sistema que parece más adecuado es la del distrito uninominal, como en el Reino Unido. Este sistema requiere repartir el territorio nacional en tantos distritos como escaños parlamentarios a repartir. El ciudadano sólo tendría que elegir a “su” representante entre aquellos que se presentan en su distrito (como independiente o con el respaldo de un partido), y sería el único representante de su distrito, al que acudirían los ciudadanos cuando lo estimasen oportuno.

Este sistema obligaría al representante a conocer los problemas de su distrito, a tener un contacto más directo con sus electores, y al mismo tiempo le proporcionarían una mayor independencia (de la que ahora carece) para votar en cada caso lo que estimase que desea “su electorado” y no “su partido”, lo que conduciría a que las leyes españolas, como las de muchos otros países, sean votadas favorablemente y desfavorablemente, de manera simultánea, por representantes de un partido y del otro, como sucede en el Parlamento de Estados Unidos y en el de Inglaterra, por citar sólo dos ejemplos.

martes, 10 de octubre de 2006

La primera libertad

La Gaceta de los Negocios 10/10/06

No se puede llegar a tolerar nunca que algunas minorías traten de imponer sus criterios a la mayoría
Alejandro Muñoz-Alonso

La primera libertad
LA tiranía de lo políticamente correcto y del pensamiento único no es un fenómeno moderno sino, más bien, el sino de la inmensa mayoría de generaciones que han pasado por este planeta.
En Europa, la libertad de expresión y de prensa aparece en una fecha concreta, en el año 1695, cuando la Cámara de los Comunes suprime las últimas exigencias censoras que subsistían en Inglaterra. En los 311 años transcurridos desde entonces, sólo muy lentamente se va estableciendo esa libertad en otros países, en muchos de los cuales reiterados retrocesos presentan un balance negativo: son muchos más los años en que ha estado vigente la censura que la libertad. Casi siempre al amparo de “leyes de prensa” (¡pedidas, en ocasiones, por los propios periodistas!) que han sido siempre encubiertos mecanismos de censura, al servicio del poder. Pero esa libertad está ya en nuestro ADN colectivo y es muestra inequívoca de salud democrática.
Los americanos llaman a las libertades de expresión y de prensa la “primera” libertad, y lo hacen por una doble razón: es esta libertad —junto con la de religión— la que se proclama en lo que llaman la “primera enmienda”, que es como el artículo primero de su carta de derechos. Pero, también, porque saben que esta libertad es, histórica y cronológicamente, la primera que se conquista, cuando los pueblos deciden avanzar hacia un sistema de libertades, pero también la primera que se pierde cuando este sistema empieza a degradarse por la desidia, la indiferencia, la cobardía, en suma, por ese síndrome psicológico que, hace ya muchos años, Eric Fromm bautizó como “miedo a la libertad”.
Un síndrome que corroe en estos tiempos a Occidente, una civilización que ha perdido la fe en sus principios y valores, que sólo busca hacerse perdonar por sus enemigos y que sólo pide que la dejen apurar, sin demasiadas molestias, los últimos sorbos del cáliz de una abundancia que, vagamente, intuye que está a punto de llegar a la hez.
Los síntomas de erosión de la libertad de expresión en Occidente son ya abrumadores. Pero empecemos por España, que vive todavía el periodo de mayor libertad de expresión de toda su historia, aunque se multiplican las alertas. La ordenación que se está haciendo, por ejemplo, del paisaje audiovisual es, sencillamente, un escándalo que desafía cualquier atisbo de juego limpio y buena fe. La voracidad del poder socialista por controlar todas las ondas que circulan por el espacio radio-eléctrico es un caso de telebulimia, del que sería muy sano para la sociedad que reventaran política y empresarialmente quienes tratan de beneficiarse.
El Ministerio de Industria, por resolución administrativa, decreta el cierre de un emisor público de televisión (gestionado, claro está, por el partido de la oposición) como si estuviéramos en plena dictadura y en contra del artículo 20.5 de la Constitución. En Cataluña aparece un organismo, el CAC, que se arroga el derecho a cerrar emisoras sobre la base de una ley que uno tiene que preguntarse qué tipo de supuesto Parlamento puede haber aprobado semejante bodrio. Y, para acabarlo de arreglar, los grupos parlamentarios del Congreso deciden amordazar al Partido Popular y no permitirle que pregunte sobre una cuestión que les molesta mucho, ellos sabrán por qué. ¿Se equivoca el Partido Popular? Pues aplicad la vieja máxima y dejad que se hunda solo, pero no saquéis la mordaza que tanto os gusta. Nunca, desde la Transición, se habían cernido tantos peligros sobre la libertad de expresión en España. El escaso pluralismo y la a veces agobiante politización, más ese fenómeno de huida de la realidad que representa la llamada telebasura, completan el sombrío panorama.

EN Europa, la falta de reacciones vigorosas e inteligentes ante los ataques a la libertad de expresión por parte del islamismo radical muestra esa falta de fe en los propios valores que caracteriza a las civilizaciones decadentes.
Prescindiendo de antecedentes, como la fatua contra Rushdie, en lo que va de año, desde el asunto de las caricaturas de Mahoma hasta el caso del profesor francés que se ha tenido que esconder, se han multiplicado en estos últimos tiempos las presiones y amenazas contra la libertad de expresión que es la principal seña de identidad de Occidente. Y la autocensura practicada por la directora de la Deutsche Oper de Berlín no es la solución, sino que es una muestra de derrotismo. Las nuestras no son —ni deben ser—sociedades multiculturales. Las celebraciones de moros y cristianos forman parte de nuestro acervo histórico, y suprimirlas sería una manifestación de cobardía.
Tenemos unos marcos de referencia jurídicos, morales y culturales y quienes vengan a instalarse deben aceptarlos. Por supuesto, no todo el mundo piensa de la misma manera, pero nos hemos ido acostumbrando a soportarnos los unos a los otros. Pero no se puede tolerar a quienes por la fuerza, la amenaza o el terror tratan de imponernos otras creencias u otros puntos de vista.
Europa tardó siglos en tolerar a las minorías disidentes. Lo que no puede llegar a tolerar nunca es que algunas minorías traten de imponer sus criterios a la enorme mayoría. Como dijo Popper, “no se puede ser tolerante con los enemigos de la tolerancia”.

domingo, 8 de octubre de 2006

Asesinato en Amsterdam

EL PAÍS 08/10/06

MARIO VARGAS LLOSA

Asesinato en Amsterdam
Un reportaje puede ser una obra de arte, si su autor escribe con elegancia y eficacia, documenta con rigor sus informaciones y las organiza con la precisión y la astucia de un buen novelista. Es lo que ha hecho Ian Buruma en Murder in Amsterdam, un libro que se lee como una novela de suspenso aunque en él no haya fantasía y sí historia viva y hunda sus raíces en la más candente actualidad.
El libro es una exploración del asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh, el 2 de noviembre de 2004, por un marroquí-holandés de 26 años, Mohammed Bouyeri, y sus antecedentes, reverberaciones y la problemática de la inmigración musulmana en Europa occidental. Ian Buruma reconstruye con objetividad y minucia el pavoroso crimen -Bouyeri tiroteó primero, luego degolló al cineasta de un machetazo y por fin le clavó un puñal en el pecho que llevaba prendida una nota proclamando la guerra santa contra los infieles y amenazando de muerte a la entonces diputada somalí holandesa Ayaan Hirsi Ali-, traza vívidos perfiles de todas las personas directa o indirectamente relacionadas con el suceso y un animado fresco de las tensiones, miedos, prejuicios, violencias y polémicas que la masiva presencia de esos "nuevos ciudadanos", sobre todo de origen marroquí, provoca desde entonces en Amsterdam, una ciudad donde, calcula Buruma, al ritmo actual de flujos migratorios, habrá hacia 2015 más musulmanes que cristianos.
El libro es desapasionado, lúcido y rico en sugestiones intelectuales, como suelen ser las crónicas y ensayos de Ian Buruma, una viviente mezcla de culturas, pues nació en Holanda, se educó en Inglaterra, vivió muchos años en Japón, cuya lengua domina al igual que otras varias, y vive a salto de mata por el mundo (ahora en New York). Y es también una peregrinación a las fuentes, porque, para escribirlo, su autor debió volver, después de muchos años, a su tierra natal y sumergirse de nuevo en un paisaje natural y humano que apenas reconoce, por los formidables cambios que ha experimentado a causa precisamente de esos dos fenómenos que su libro analiza, a partir del asesinato de Theo van Gogh, como en una probeta de laboratorio: los éxitos y fracasos del multiculturalismo y de la globalización.
Con justicia, los holandeses, hasta hace relativamente poco tiempo, se sentían orgullosos de su política de inmigración. Eran el país que había abierto sus puertas a los inmigrantes mucho más que cualquier otro país europeo y el que había hecho mayores esfuerzos para respetar sus costumbres, lenguas y creencias de modo que no se sintieran, por el hecho de vivir y trabajar en Holanda, obligados a renunciar a su propia identidad religiosa y cultural. Mohammed Bouyeri era, en cierto modo, un exitoso producto de aquella política. Su humilde padre había salido adelante desde el punto de vista económico y Mohammed había tenido una niñez y adolescencia infinitamente mejores que las de su progenitor, por las escuelas e institutos superiores que frecuentó, gracias a subvenciones del Estado holandés.
¿Cómo se explica, pues, que este joven, que había sido en sus años mozos casi un integrado, un holandés cabal, por su lengua, indumentaria, usos y costumbres, relaciones, de pronto, rechazara todo eso y, con otros hijos de inmigrantes como él, se convirtiera a una forma particularmente violenta, excluyente y fanática del islamismo y se pusiera a odiar, por encima de todo, justamente esa democracia tolerante, abierta a la diversidad, que es Holanda? Mohammed Bouyeri, cuyo árabe era tan precario que tenía a veces dificultades para entenderse con sus amigos y debía hacerlo en holandés, se integró a un grupo de extremistas islamistas uno de cuyos pasatiempos era ver vídeos, procedentes del Oriente Medio, con las ejecuciones de apóstatas y heréticos, en países donde se ha implantado la sharia. Ian Buruma relata que uno de los miembros del grupo de Bouyeri pasó su luna de miel, en el piso de éste, entregados él y su flamante esposa a la contemplación de estas películas de degüellos de los enemigos del Islam.
Es verdad que sólo un grupo reducido de estos "nuevos ciudadanos" ha seguido una trayectoria semejante a la de Mohammed Bouyeri y sus fanáticos amigos. Pero el reportaje de Ian Buruma por los barrios y ciudades musulmanes de Holanda deja la inequívoca impresión de que, aunque la mayoría de estos "nuevos ciudadanos" rechacen la violencia y se empeñen en vivir dentro de la ley y prosperar con su esfuerzo, sólo una minoría muy reducida llegan a sentirse "holandeses", solidarios y parte constitutiva del país donde han nacido, se han educado, cuya lengua es ya también la suya y donde se ganan la vida y probablemente pasarán el resto de sus días. Se siguen sintiendo extranjeros y ajenos, aunque también se sientan algo parecido cuando van de visita a las aldeas y comarcas marroquíes de donde salieron sus ancestros. Es esta condición de vivir como en un limbo lo que a algunos de ellos los induce a refugiarse en la religión, en sus formas más odiosas e intolerables, porque de este modo adquieren una identidad y la fuerza moral que da sentirse miembro de una cohorte de elegidos, de santos justicieros.
¿Explican los prejuicios sociales y raciales, la discriminación de que a menudo son objeto, las burlas y bromas pesadas de que son víctimas y que, por ejemplo, solía infligirles en sus programas el rabelaisiano y anarcoide Theo van Gogh, esa tenaz resistencia de estos musulmanes a integrarse? Desde luego, dicen algunos de los entrevistados -políticos, intelectuales, artistas, trabajadores sociales- por Ian Buruma. La falta no es de ellos, añaden, sino de los holandeses, blancos y cristianos o librepensadores, que miran por sobre el hombro, o simplemente evitan mirar, a los nuevos ciudadanos. Lo que Holanda ha hecho para integrarlos -no hay que confundir esta palabra con asimilarlos- es algo, pero muy por debajo de lo que haría falta para que esa política diera resultados.
Sin embargo, hay entre los "nuevos ciudadanos" algunos, como el jurista y escritor de origen persa, Afshin Ellian y Ayaan Hirsi Ali -los personajes más conmovedores de este libro- para quienes esta lectura es ingenua, aunque parezca muy progresista. Para ellos, el meollo del problema no está tanto en los prejuicios y la discriminación, que no niegan y que por supuesto combaten, como en el meollo mismo de una religión y de una tradición incompatibles con el género de coexistencia pacífica y amistosa que cree posible alcanzar el multiculturalismo. Ambos, por eso, son odiados por los fundamentalistas, deben andar con protección las veinticuatro horas del día, y están muy conscientes, en estos tiempos de suicidas sagrados y hombres-bomba, de que están vivos todavía de puro milagro.
Ian Buruma los llama los "fundamentalistas de la Ilustración", porque creen que Europa no puede renunciar a los valores de la libertad de crítica, de creencias, a la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, al Estado laico, a todo aquello que costó tanto trabajo conseguir para librarse del oscurantismo religioso y del despotismo político, la mejor contribución del Occidente a la civilización. Según ellos, no es la cultura de la libertad la que debe acomodarse, recortándose, a sus nuevos ciudadanos, sino éstos a ella, aun cuando implique renunciar a creencias, prácticas y costumbres inveteradas, tal como debieron hacer los cristianos, justamente, a partir del siglo de las luces. Eso no es tener prejuicios, ni ser un racista. Eso es tener claro que ninguna creencia religiosa ni política es aceptable si está reñida con los derechos humanos, y que por lo tanto debe ser combatida sin el menor complejo de inferioridad. Es lo que ambos han venido haciendo todos estos años, en Holanda, entre la población musulmana -Ayaan Hirsi Ali entre las mujeres, sobre todo- y esa es la razón por la que a esta última, sus vecinos y conciudadanos holandeses -blancos, cristianos o agnósticos- la echaron del edificio donde vivía, amparados por los jueces, porque su presencia los ponía también a ellos en peligro.
La anécdota dice mucho sobre el coraje y el idealismo de Ayaan Hirsi Ali, desde luego, pero, también, sobre la apatía, cuando no la cobardía, tan extendida en las sociedades abiertas del planeta, para defender las grandes conquistas de las que Occidente puede enorgullecerse (hay otras cosas de las que debe avergonzarse, desde luego) por parte de sus beneficiarios. Tal vez sea comprensible, aunque no excusable. Viven tan bien, tan protegidos y seguros, que, aunque los periódicos y la televisión les traigan noticias a veces de lo mal que andan las cosas allá lejos, se han olvidado ya de que ha sido gracias a esas instituciones que a ellos les suenan palabras huecas, de políticos -libertad, derechos humanos, democracia-, que han alcanzado los altos niveles de vida de que gozan, y también esa seguridad que les da estar amparados por leyes justas y poderes mediatizados. Por eso, se permiten ser egoístas, complacientes, e irritarse cuando alguien perturba su comodidad.
No es peregrino pensar por eso que si la cultura de la libertad resiste y vence el asalto de este nuevo desafío -el fanatismo religioso- se deberá sobre todo a esos nuevos ciudadanos que por fortuna tiene ahora Europa occidental, gentes como Afshin Ellian y Ayaan Hirsi Ali, que, por haber sufrido en carne propia los horrores del oscurantismo religioso y la barbarie política, saben la diferencia. Y defienden ahora esta cultura que han hecho suya con una convicción que las amenazas y peligros fortalecen en vez de debilitar.

sábado, 7 de octubre de 2006

Lo que nos dice la teoría de juegos

la Gaceta de los Negocios 07/10/06

ETA sabe que la única amenaza grave del Gobierno (volver a la política de 2000) ya no es creíble
Francisco Bello

Lo que nos dice la teoría de juegos
UN amigo norteamericano, conocedor de España y aficionado, como muchos economistas, a la teoría de juegos, me decía que, tal como está planteada la negociación, es muy probable que gane ETA. Le pedí que me lo explicase y empezó hablándome de su niño pequeño que es, parece, algo díscolo.El comportamiento molesto de una joven criatura no cambia cuando su progenitor le amenaza con los peores castigos, tales como abandonarle a su suerte en medio del bosque.En teoría de juegos estas amenazas se llaman “no creíbles” pues su puesta en ejecución perjudicaría a ambas partes y, por ello, es casi seguro que nunca se van a llevar a cabo. Sólo las amenazas creíbles pueden modificar el resultado de una negociación.

Según mi amigo, la estrategia que llevan Gobierno y ETA en esta negociación es la llamada en teoría de juegos de “palo y zanahoria”. Con la zanahoria se recompensa a la otra parte si actúa de un determinado modo (el premiado está mejor que antes); con el palo se le castiga si no lo hace (el castigado está peor que antes). Tener éxito en esta estrategia requiere que el palo sea un castigo creíble y la zanahoria un premio suficiente. Una variante de esta negociación es aquella en la que el palo o castigo consiste en no dar la zanahoria; en este caso, el premiado está mejor que antes, pero el castigado no está peor, simplemente no ha recibido la zanahoria (no sufre daño emergente sino lucro cesante). En vez de amenazar a la insoportable criatura con dejarla sola en el bosque para que se la coman los ogros (amenaza increíble), se le advierte de que se quedará sin la play station. En las negociaciones con ETA el Gobierno no dispone ya de amenaza creíble. Igual que el niño que sabe que su padre no lo dejará abandonado en el bosque por mal que se porte, ETA sabe que la única amenaza grave por parte del Gobierno, volver a la política puesta en marcha por el PP entre 1996 y 2004, no es creíble, porque sería darle la razón al PP. La única amenaza creíble de este Gobierno es de lucro cesante para ETA: no excarcelar presos, no legalizar a Batasuna, no organizar la “mesa de partidos”, no discutir sobre Navarra, etc... Es decir, seguir como ahora. Pero ETA sí dispone de una amenaza de castigo creíble y muy grave para el Gobierno: volver a matar, lo que significaría un gran fracaso político para Zapatero. ETA sabe que romper la tregua, retrasaría por plazo indeterminado la consecución de sus objetivos más urgentes. Además, probablemente, favorecería la vuelta del PP al Gobierno, algo que, se quiera o no, es el aglutinante de una perversa y tan vergonzante como transparente solidaridad entre el Gobierno del PSOE y ETA. Ninguna de las dos partes tiene nada que ganar con una ruptura de la tregua. Pero, el problema es lo que cada parte entiende que ya ha concedido a la otra, lo que cada parte espera o exige de la otra y lo que a cada parte le ocurre si se rompe la tregua. Es aquí donde Gobierno y ETA están en posiciones muy diferentes.ETA presenta su decisión de “suspender indefinidamente” la comisión de asesinatos como su concesión máxima. A partir de aquí, según los terroristas, es el Gobierno el que tiene que dar algo a cambio, y pronto. ETA puede continuar en el negocio terrorista en cualquier momento que lo estime conveniente a sus intereses, pero la permanencia en el Gobierno de Zapatero quedaría muy comprometida si ETA reinicia su actividad asesina.

Por eso, dice mi amigo, la posición negociadora del actual Gobierno no tiene nada que ver con la de gobiernos anteriores pues éstos, tanto los del PSOE como los del PP, tenían una “estrategia dominante”. ¿Qué quiere decir esto? En teoría de juegos se considera “dominante” la estrategia de negociación, que es independiente de las acciones del adversario. En las anteriores treguas y negociaciones —González en los 80 o Aznar en los 90— , la estrategia del Gobierno era dominante, porque el principio absoluto era que el Gobierno no concedería nada por el fin de la violencia salvo, en su caso, en su momento, un tratamiento generoso o clemente a los etarras encarcelados que manifestaran su arrepentimiento. Ahora es muy distinto. Lo que el Gobierno le dice a ETA, es que si se abstiene de cometer crímenes y delitos graves, porque los delitos menores parecen no contar a estos efectos, podría haber recompensas políticas, incluidas, al parecer, increíblemente, la discusión sobre Navarra y la celebración de una consulta de “autodeterminación”. Y se lo ha dicho en el momento de mayor debilidad de la banda en toda su desgraciada historia. Quien tiene ahora una “estrategia dominante” es la banta terrorista ETA, no el Gobierno, y esto es lo importante.

DECÍA mi amigo que el ejemplo de consecuencias históricas más decisivas de adopción de una estrategia dominante en una situación casi desesperada es el de Churchill frente a la Alemania nazi. Churchill rechazó cualquier posibilidad de negociación con Hitler, hiciera lo que hiciera éste, cuando se convirtió en Primer Ministro en mayo de 1940, mientras Francia se colapsaba ante la embestida nazi y parecía que la fuerza expedicionaria británica iba a ser aniquilada en Dunquerque. La estrategia dominante de Churchill —resistir y pelear hasta lograr la aniquilación de Hitler y del nazismo y arriesgarlo todo y, desde luego, su propia vida—, una decisión fundamentalmente moral, de principios, resultó ser, a la postre, un buen cálculo político y militar y por eso Churchill es, quizás, el gran héroe de la historia europea del siglo XX. Churchill les dijo a sus compatriotas que debían ser dueños de sus destinos, sin permitir que su historia fuera escrita por otros.

Sería muy triste, concluía mi amigo norteamericano, que los españoles permitieran que sujetos como Otegui escribieran su historia.

▼Francisco Bello es el seudónimo de un economista español que trabaja en EEUU

viernes, 6 de octubre de 2006

Zapatero ha hecho ¡plaf!

La Gaceta de los Negocios 06/10/06

Álvaro Delgado-Gal
A la banda terrorista ETA no le importa nada que se descuaje la democracia española

Zapatero ha hecho ¡plaf!
EL que se ha tirado alguna vez desde un trampolín, sabe que la agonía dura mucho más que el salto. Nos resistimos a prestar nuestro cuerpo al aire, y colmamos estos momentos de duda, estos momentos estancos, con cinematografías interiores y caprichosas anticipaciones. Y de repente estamos ya en el agua. Sucede como si se hubiese roto la cinta de la película y los fotogramas anteriores al vuelo se superpusieran a los que nos sacan braceando hacia la orilla. Lo mismo, exactamente lo mismo, acaba de sucederle a Zapatero con ETA. Después de un verano de tanteos y provocaciones crecientes por parte de los terroristas, y obstinado silencio del presidente, se ha recorrido, en menos de una semana, un trecho irreversible. Se traslada la negociación al Parlamento Europeo; se trae a Blair para que hable de lo que no conoce ni le importa; y se filtra que la apertura de la mesa política con HB es inminente. Zapatero, en fin, se ha tirado a la piscina. Quedan en el aire dos detalles, uno importante y el otro importantísimo. ¿Se legalizará a HB sin pedirle que condene antes la violencia y denuncie el pasado de ETA? Zapatero sigue diciendo que permanece vigente la Ley de Partidos. Sobre el papel, HB debería hacer una condena firme de la violencia, de la pretérita y de la que pudiera cometer la organización que representa. Parece claro que no lo hará. Por desgracia, lo está mucho menos que el presidente vaya a mantener la vigencia de la Ley de Partidos. Pero la dificultad no es definitiva porque siempre podrán encontrarse fórmulas ambiguas, en la línea, qué sé yo, inaugurada por el Estatuto de Cataluña a propósito de la palabra nación. El otro detalle suscita mayores perplejidades. El mínimo de ETA es el derecho de autodeterminación y la incorporación de Navarra. No es un mínimo retórico, sino que es un mínimo absoluto, esto es, una condición que ETA pone como no renunciable antes de hablar seriamente del abandono de las armas. Ahora bien, la incorporación de Navarra exige el beneplácito de los navarros, y la autodeterminación del País Vasco presupone una reforma radical de la Constitución que no se podría llevar a cabo sin contar con el PP. ¿Entonces?Me temo que no hemos empezado a comprender la situación en su aterradora, estupefaciente enormidad. El desplazamiento a una mesa extraparlamentaria y protegida por el secreto de cuestiones cuya decisión corresponde al Parlamento —también al de Madrid—, dinamita, sencillamente, el orden constitucional. No sólo porque en esa mesa no estará representada la oposición, sino porque se cortocircuitan las instituciones legítimas. Esto no tiene nada que ver con una negociación sobre la entrega de las armas y los indultos a los presos. Las medidas de gracia son hechos extraordinarios que decreta el Ejecutivo por razones de equidad u oportunidad política. Un indulto concedido en un clima de división social es un desastre, como ya hemos tenido oportunidad de comprobar alguna vez. Pero la suplantación del Parlamento en las mismas circunstancias, y sin contar con la oposición, entraña, sencillamente, la muerte de la Democracia en su hechura actual. Si, además, se nombran observadores internacionales, no sólo queda vulnerada la Democracia, sino el propio Estado. ETA sabe esto, y además no le importa nada. A ETA no le importa que se descuaje la Democracia española. Y no sólo no le importa, sino que celebraría que el proceso negociador quedase sustraído al control de los órganos de la soberanía nacional española. Lo que acabo de decir es evidente. Ridículamente evidente.Lo que no es evidente es lo que pretende el Gobierno. ¿Confía, acaso, en que la mesa política se prolongue indefinidamente, generando recomendaciones inasumibles que fracasarán en el Congreso gracias al PP? ¿Confía, también, en que los terroristas se irán ablandando, hasta que se les oxiden las armas? ¿Confía en que el proceso de deslegitimación del sistema será de ida y vuelta, y que no pasará nada serio, porque estaremos sólo ante la simulación de que el Congreso ha sido substituido por una mesa que no representa a los españoles, y que no se halla sujeta a control democrático alguno? ¿De verdad es esto lo que piensa el Gobierno? ¿Piensa quizá, también, que la existencia de la mesa, identificada con la paz, le dará una victoria arrasadora en las elecciones, y que la derecha superviviente se sumará al proceso? Si piensa todo esto, se estará sacrificando el Estado al cuento de la lechera. El caso es tan increíble, que me declaro irreductiblemente perplejo. Algo más tiene que haber, algo que no conocemos. De una cosa sí estoy convencido: y es que lo sucedido ha infligido una herida difícilmente sanable al arreglo del 78. No sabemos hacia dónde vamos. Pero sabemos ya dónde hemos dejado de estar.

jueves, 5 de octubre de 2006

La izquierda y la 'yihad'

EL PAÍS 05/10/06

FRED HALLIDAY
"Seguramente, quienes desde la izquierda se alían hoy con los islamistas lo hacen remitiéndose a cierto concepto de falsa conciencia. Pero está por ver qué conciencia es la más equivocada."

La izquierda y la 'yihad'
En los últimos años, y especialmente desde que Estados Unidos invadió Irak, en marzo de 2003, se han visto en todo el mundo señales de una convergencia creciente entre las fuerzas de la militancia islamista y la izquierda antiimperialista. Aparte de una simpatía muy extendida -aunque normalmente no expresada- hacia los atentados del 11-S, justificada porque "los americanos se lo merecían", desde 2003 hemos visto una coincidencia explícita de políticas y un sólido apoyo a la "resistencia" iraquí -en la que hay fuertes elementos islamistas- y, más recientemente y de forma todavía más explícita, al Hezbolá libanés. Hace poco, unos manifestantes radicales vascos marcharon precedidos por un militante que ondeaba una bandera de Hezbolá. Además, como la mayoría de los que se opusieron a la invasión de Irak en 2003 también se habían opuesto a la invasión de Afganistán en 2001, existe asimismo, reconocida o no, una actitud de apoyo a los grupos armados antioccidentales, es decir, talibanes, que están actuando en dicho país.Al mismo tiempo, algunos políticos de extrema izquierda en Europa han tratado de hacer causa común con representantes de los partidos islamistas en temas relacionados con el antiimperialismo y la exclusión social en Occidente. Un ejemplo es la acogida dada por la izquierda británica -incluido el alcalde de Londres- al líder de los Hermanos Musulmanes, el jeque Yusuf al Qaradaui. Y más importantes aún que el apoyo a los grupos guerrilleros islamistas, por supuesto, son las alianzas entre Estados: Irán cuenta cada vez más con el apoyo de Venezuela. Chávez ha ido a Teherán un mínimo de cinco veces. Nos encontramos, quizá de manera incipiente, ante un nuevo frente unido internacional.
Lo cierto es que este asunto de la relación entre la izquierda radical y el islam político tiene una larga historia que debería hacer reflexionar a quienes tratan hoy de formar una alianza, aunque sea "táctica", con los movimientos y Estados islamistas. Ya lo intentaron los primeros bolcheviques: ante el bloqueo de la revolución proletaria en Europa después de 1917, volvieron la mirada hacia las fuerzas antiimperialistas y, a veces, islámicas que actuaban en aquella época en Asia. El primer país del mundo que reconoció la Revolución Bolchevique fue el reino de Afganistán, en pleno conflicto con los británicos. Desde aquel momento, Lenin recomendó que la Rusia soviética prestara siempre "especial atención" a las necesidades del pueblo afgano, un consejo que iba a tener consecuencias irónicas pero históricas en 1979. Incluso en los años posteriores a 1945, los estrategas soviéticos intentaron hallar un contenido "democrático nacional" en el islam e interpretar su énfasis en la igualdad, la caridad, el reparto de la propiedad y, no menos importante, la lucha -es decir, la yihad-, como formas primitivas de comunismo. Aunque en Moscú algunos orientalistas describían al profeta Mahoma como un agente del capitalismo comercial, otros autores marxistas, sobre todo el especialista francés Maxime Rodinson, trazaron una imagen más positiva, si bien este último reconoció posteriormente que su admiración por Mahoma derivaba, en parte, de las similitudes que veía entre él y Stalin.
Sin embargo, esta simpatía y esta búsqueda de alianzas tácticas quedaron eclipsadas durante mucho tiempo por otra tendencia, la del enfrentamiento y la lucha entre el comunismo y el socialismo, por un lado, y el islamismo organizado por otro. En los años veinte y treinta, los bolcheviques se encontraron con una inmensa oposición religiosa y tribal en Asia Central y trataron de destruir las bases sociales de la religión organizada, fundamentalmente mediante la emancipación de las mujeres, a las que, en aquel contexto social, veían como un sucedáneo de proletariado. Como presagio de la guerra fría, la insurrección nacional en España, que acababa de vivir sus guerras coloniales en Marruecos, reclutó a decenas de miles de soldados árabes para la Guerra Civil, con el argumento de que el catolicismo y el islam recibían el mismo trato por parte de las fuerzas impías de la República.
A partir de los años cincuenta y sesenta, la situación empezó claramente a cambiar. En el mundo árabe, frente al ascenso del nacionalismo laico -sobre todo el "nacionalismo árabe" de Egipto-, Occidente y varios Estados conservadores como Arabia Saudí recurrieron a la religión, denunciaron el comunismo como un invento de los judíos y criticaron el socialismo por promover el ateísmo y la lucha de clases. En 1965, Arabia Saudí creó su propia organización internacional en contra de los socialistas, la Liga Islámica Mundial, a través de la cual financiaba y guiaba a grupos de todo el mundo; la Liga sigue en activo, sobre todo entre los inmigrantes musulmanes en Europa occidental, y mantiene -cosa tal vez sintomática- un gran edificio en el centro de Bruselas. En Egipto, el enfrentamiento entre los Hermanos Musulmanes y el régimen nasserista fue en aumento, y su líder, Sayyid Qutb -posteriormente, la inspiración intelectual de Osama Bin Laden-, murió ejecutado en 1966.
Varios países de Oriente Próximo utilizaron la oposición creciente entre la izquierda laica y las fuerzas islamistas en el contexto de la guerra fría. Por ejemplo, en Turquía, el ejército promovió a grupos islamistas contra la extrema izquierda en los años setenta. En Siria, los opositores al régimen baazista fomentaron un levantamiento de los Hermanos Musulmanes en 1982. Incluso en Israel, en los años setenta, las autoridades de ocupación, decididas a debilitar las instituciones laicas de Al Fatah, permitieron que varios grupos islamistas, que más tarde se convirtieron en Hamás, abrieran centros educativos y universidades y recibieran fondos de la Liga Islámica Mundial.
Esta movilización del islam contra la izquierda resultó evidente, sobre todo, en tres países. En Sudán, la llegada al poder en 1989 del Frente Islámico Nacional -una rama alejada de los Hermanos Musulmanes- representó el recurso generalizado a la cárcel, la tortura y la ejecución contra los opositores laicos y de izquierdas. El FIN seguía el modelo de partido leninista y pretendía, además de aplastar a los comunistas en Sudán, llevar a cabo la política revolucionaria de exportar su modelo a Egipto, Túnez, Argelia y Eritrea, entre otros lugares. En esta tarea contó con la ayuda, entre 1990 y 1996, de un distinguido huésped internacionalista, Osama Bin Laden. Aún mayor fue la represión en Indonesia en 1965, cuando el ejército se volvió en contra del Partido Comunista, en aquel entonces el más numeroso fuera de los países comunistas. Los grupos islamistas unieron sus fuerzas a las del ejército y otros grupos interesados en arreglar cuentas locales y, en una serie de matanzas cometidas en Java y otras islas, asesinaron a un millón de personas.
La alianza más espectacular y con más consecuencias entre Occidente y el islamismo fue, claro está, la que se produjo en Afganistán. En la mayor operación secreta llevada a cabo por la CIA, Estados Unidos, con ayuda de Arabia Saudí y Pakistán, trabajó a lo largo de los años ochenta para movilizar a las fuerzas islamistas en contra del Gobierno del Partido Democrático Popular y las fuerzas soviéticas que acudieron en su auxilio en diciembre de 1979. Fue en Afganistán donde Bin Laden organizó su ejército de combatientes yihadistas procedentes de todo el mundo y donde elaboró la ideología de lucha internacional que cristalizó el 11 de septiembre de 2001. No parece que a los que respaldaban a los islamistas afganos en los años ochenta les preocuparan las consecuencias posteriores de sus actos. Y, sin embargo, la guerra afgana fue al mundo del siglo XXI lo que la Guerra Civil española a la II Guerra Mundial, la cocina del diablo en la que se prepararon por primera vez todos los caldos que después envenenaron al mundo.
A esta historia de la yihad contra la izquierda, a lo largo de muchos decenios, hay que añadir otra cosa más, las enormes diferencias que deberían separar cualquier programa imaginable de la izquierda radical de los de los partidos islamistas. Los derechos de la mujer, el secularismo, la libertad de expresión, son temas en los que estas dos corrientes políticas se oponen radicalmente. Como deberían oponerse en relación con otro aspecto, que es la falta absoluta, en el programa islamista, de cualquier internacionalismo de inclusión; por el contrario, al mismo tiempo que hacen sus llamamientos a la umma, la comunidad de los musulmanes, los islamistas -tanto Al Qaeda como Hezbolá- desprenden veneno y un chovinismo implacable respecto a los cristianos, los judíos e incluso los musulmanes que no sean de su misma secta. Seguramente, quienes desde la izquierda se alían hoy con los islamistas lo hacen remitiéndose a cierto concepto de falsa conciencia. Pero está por ver qué conciencia es la más equivocada.

domingo, 1 de octubre de 2006

CONFIANZA EN FUGA

ABC 01/10/06

Por ÁLVARO DELGADO GAL

CONFIANZA EN FUGA
EL PSOE, en sintonía aparente con las exigencias de HB, ha impulsado la exportación del llamado «proceso de paz» al Parlamento Europeo. Simultáneamente, se ha impedido que varios grupos en que estaban representadas las víctimas del terrorismo fuesen recibidos oficialmente en Estrasburgo. Este agravio comparativo entra en resonancia con otras asimetrías notables. Los fiscales no se movilizan, o lo hacen de muy mala gana, para denunciar manifestaciones inspiradas por ETA. A la vez, se ponen obstáculos mezquinos a las que organiza la AVT. Por supuesto, se trata de hechos diversos, susceptible cada uno de una interpretación aislada. El desplazamiento simbólico del contencioso vasco a Europa, preñado de peligros e intrínsecamente incongruente -ETA, recuérdese, consta en la Unión como organización terrorista-, podría entenderse como un esfuerzo desesperado por retrasar la muerte y pudrición del diálogo iniciado hace... no se conoce con certeza cuándo. Y la actitud hostil hacia la AVT está seguramente relacionada con el hecho de que la última, en virtud de carambolas varias, ha terminado por defender una causa que también defiende la oposición. Los valedores del presidente señalan que todavía no se ha hecho ninguna concesión irreversible, y añaden que el mal clima generado por la suma de todos estos episodios abriga un carácter, por así decirlo, virtual. Si el PP intrigara menos, y ayudara más, no estaríamos hablando de los aspectos preocupantes del proceso. Estaríamos, más bien, soplando todos juntos a fin de que no se extinguiera la llama de la esperanza.
Resulta sorprendente que los medios afines al Gobierno reprochen al PP su no colaboración en un asunto del que ha sido consciente y sistemáticamente apartado. Un ciudadano ajeno a la política, un adicto platónico a la causa de los intereses generales, podría sostener que el deber patriótico de un partido consiste en sacrificarse por un bien superior, aunque se le haya tratado a puntapiés. El que da los puntapiés carece, sin embargo, de autoridad moral para lamentar que el otro se duela y responda en términos similares. En política, es inexcusable el principio de responsabilidad: cuando los excesos o descomedimientos de usted provocan efectos ingratos, la cuestión urgente, desde el punto de vista que a usted le concierne, es su propia torpeza. Lo que procede, por tanto, es hacer autocrítica y dejarse de historias. Agrego que el PP acierta al no apoyar al Gobierno. Como de costumbre, no consigue explicarse bien o elegir las palabras más oportunas. Pero éste es un negociado distinto.
Vayamos a lo realmente importante... desde el punto de vista de lo que ya ha ocurrido. O sea, de lo que no tiene enmienda. Los valedores de Zapatero afirman, según comenté líneas atrás, que el presidente no ha hecho aún concesiones materiales irreversibles. De acuerdo. Ni ha roto formalmente la Constitución, ni ha pegado a Navarra con cola a las tres provincias vascas. Pero de un presidente no esperamos sólo que no infrinja la ley de modo expreso. Esperamos mucho más: a saber, que se comporte de forma comprensible, y que no inicie movimientos que afectan a la estructura del Estado sin contar con una mayoría política y social abrumadora. Los dos requisitos, distinguibles en teoría, se confunden en la práctica. Es difícil que la oposición y el cuerpo ciudadano que ella representa se desmarquen ante argumentos potentes y fines concebidos con claridad. O no es fácil, por expresar lo mismo cambiando el orden de los factores, que los fines no terminen por ser diáfanos si antes se discuten honradamente con la oposición. Zapatero se ha conducido justo al revés: ha eludido explicaciones elementales, y ha substituido la política del consenso por acciones espasmódicas y furtivas. Ha sido inaudito, por ejemplo, que substituyera el debate parlamentario por una declaración a la prensa improvisada en un rincón del Congreso; es rigurosamente increíble que haya negado contactos que sus subordinados admiten y que los Servicios de Información confirman; y suscita recelos racionales y perfectamente legítimos que, mimetizando el discurso de ETA, hable del derecho de los vascos a decidir su futuro político.
El resultado de este comportamiento irregular es una erosión gravísima de la estructura democrática. La democracia, lo mismo que el valor del dinero, se basa en la confianza. Sin una confianza mínima, y compatible, de suyo va, con el enfrentamiento de los partidos sobre cuestiones varias, las instituciones se encasquillan y dejan de funcionar. Conocíamos de qué iba el asunto cuando emisarios del Gobierno se entrevistaron en Argel con ETA. El asunto era la entrega de las armas. Conocíamos de qué iba el asunto cuando emisarios del Gobierno se entrevistaron con los terroristas en Zürich. El asunto consistió, otra vez, en la entrega de las armas. Pero no sabemos ahora qué pasa, ni el Gobierno nos ayuda a resolver nuestras dudas. Al alegato de que pecamos de poco magnánimos persistiendo en dudar, cabría replicar lo de antes. El intríngulis no está en nuestra magnanimidad insuficiente, sino en los motivos abrumadores para no ser magnánimos. Fiarlo todo en quien no enseña las cartas, no es un mandato constitucional.