lunes, 25 de diciembre de 2006

Que tiemble Francia

ABC 24/12/06

"Su defensa del intervencionismo estatal, del elevado número de funcionarios y sus frecuentes ataques a «la hegemonía mundial de USA» no son bien recibidos allende los mares."
Por Ramón-Pérez Maura

Que tiemble Francia
La página norteamericana www.thoseshirts.com vende camisetas con motivos políticos. La más solicitada del momento retrata la cara de Hillary Clinton tras una señal de «prohibido» y la leyenda: «Re-defeat communism 2008». De lo que cabe colegir que los rivales de Hillary la tienen miedo, y que la senadora debe evitar todo equívoco. Lo está haciendo.

El pasado domingo se anunció la cancelación de la visita que debía realizar esta semana a Estados Unidos la candidata socialista francesa Ségolène Royal. El motivo era simple: Hillary se negaba a recibirla. Y es que los socialistas europeos se creen que el Partido Demócrata norteamericano es un partido hermano porque su presidente, Howard Dean, haya ido a visitar a Zapatero. Por si les aclara algo las ideas, verán cómo Dean no visita la campaña electoral de la Clinton. Hillary quiere ser presidenta y está desesperada por demostrar que tiene un programa político viable, alejado de sus pecados izquierdistas de juventud. Por eso, si Royal quiere visitarla, la respuesta es «no».

El 3 de dicembre, durante una visita a Beirut, Royal se reunió con Ali Ammar, diputado de Hizbolá, quien durante 20 minutos criticó la «ilimitada demencia norteamericana» y comparó a Israel con el III Reich. Cuando terminó Royal dijo «Gracias por ser tan franco. Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que ha dicho, en especial con su análisis de Estados Unidos». Después adujo que la traducción que le habían hecho no era buena, pero nunca aclaró qué era lo que había entendido ni sobre USA ni sobre Israel. Así que, por ahora, a Estados Unidos sólo de vacaciones, porque lo que es visitas como la de Hillary no van a ser posibles.

Y más allá de meteduras de pata como la de Hizbolá, su ideología tampoco ayuda mucho. Su defensa del intervencionismo estatal, del elevado número de funcionarios y sus frecuentes ataques a «la hegemonía mundial de USA» no son bien recibidos allende los mares. Para justificar el «aplazamiento» su gabinete ha dicho que tras los recientes viajes a Oriente Próximo y Portugal necesita descansar. O sea, que aprende de ZP. Que tiemble Francia.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Respetar a los creyentes, no las creencias

EL PAÍS 23/12/06

"Feliz solsticio a todos."
TIMOTHY GARTON ASH

Respetar a los creyentes, no las creencias
El fin de semana pasado estuve cantando un montón de cosas en las que no creo. ¿Creo que, hace unos 2.007 años, un ángel se apareció a una mujer llamada María y le anunció que iba a quedarse embarazada sin haberse acostado con José? No. ¿Creo que el buen rey Wenceslao anduvo por la nieve para llevar "a aquellos campesinos" comida y vino? Probablemente, no. Pero eran palabras hermosas y familiares, la iglesia medieval estaba iluminada por velas, tenía a mi familia conmigo, y me conmoví.

En estos días, cientos de millones de personas, como yo, cantan -a veces con deleite y entusiasmo- unas frases en las que no creen o, en el mejor de los casos, creen sólo a medias. Según un reciente sondeo de opinión de Harris para el Financial Times, en Gran Bretaña, sólo uno de cada tres ciudadanos dice ser "creyente". En Francia, menos de uno de cada tres; en Italia, menos de dos tercios; sólo en Estados Unidos supera esa cifra las tres cuartas partes. Y sería interesante saber qué proporción de esa minoría de verdaderos creyentes en Gran Bretaña y Francia son, en realidad, musulmanes.

Todo eso ha hecho que me pusiera a pensar -en esta época prolongada de fiestas, con el Día del Bodhi, Hanukkah, Navidades, Eid-ul-Adha, Oshogatsu, el aniversario de Guru Gobind Singh y Makar Sankranti- sobre qué significa decir que respetamos otras religiones en una sociedad multicultural. Me da la impresión de que el mayor problema que muchos europeos post-cristianos o teóricamente cristianos tienen con que haya musulmanes viviendo entre ellos no es que éstos crean en una religión distinta al cristianismo, sino que crean en una religión, punto.

Es algo que desconcierta a la minoría intelectualmente significativa de europeos que son ateos devotos, que creen en las verdades descubiertas por la ciencia y hacen proselitismo. Para ellos, el problema no es ninguna superstición religiosa concreta, sino la superstición en sí. Y también preocupa a ese número mucho mayor de europeos que son vagamente creyentes, de una forma tibia, o más o menos agnósticos, pero que tienen otras prioridades. ¡Ojalá los musulmanes no se tomaran su islam tan en serio! Y muchos europeos añadirían: ¡Ojalá los norteamericanos no se tomaran su cristianismo tan en serio!

No obstante, podemos discutir sobre si el mundo estaría mejor si todos se convencieran de las verdades ateas de la ciencia natural o, al menos, se tomara la religión tan a la ligera como la mayoría de los europeos semicristianos, creyentes a tiempo parcial (yo soy agnóstico sobre esta cuestión). Pero es evidente que sobre esa base no podemos construir una sociedad multicultural en un país libre. Esa postura sería tan intolerante como la de los países mayoritariamente musulmanes en los que no se permiten más confesiones que el islam.

Al contrario, en los países libres es preciso que se permitan todas las religiones; y cada religión debe dejarse cuestionar en sus fundamentos, categóricamente, incluso de manera desaforada y ofensiva, sin temor a represalias. El científico de Oxford Richard Dawkins debe tener la libertad de decir que Dios es un engaño y el teólogo Alistair McGrath, también de Oxford, debe tener la libertad de responder que es Dawkins el engañado; un periodista conservador debe poder escribir que el profeta Mahoma era un pedófilo y un erudito musulmán debe poder llamar a ese periodista islamófobo ignorante. Eso es un país libre: la libertad de culto y la libertad de expresión como dos caras de la misma moneda. Debemos vivir y dejar vivir, una exigencia que no es tan poca cosa como parece, cuando se piensa en las amenazas de muerte contra Salman Rushdie y los caricaturistas daneses. La valla que protege ese espacio son las leyes.

Lo interesante es saber si existe algún tipo de respeto que vaya más allá de este mínimo "vive y deja vivir" protegido por las leyes pero sin convertirse en una pretensión hipócrita de respeto intelectual por las creencias del otro ni en un relativismo sin límites. En mi opinión, sí lo hay. Es más, me atrevo a decir que sé que lo hay, y que casi todos nosotros lo practicamos sin darnos cuenta. Vivimos y trabajamos a diario con individuos que, en el fondo de sus corazones, creen en cosas que a nosotros nos parecen locuras. Si los consideramos buenos socios, amigos y colegas, les respetamos como tales, independientemente de sus convicciones privadas y profundas. Si tenemos una relación estrecha con ellos, quizá no sólo les respetamos sino que les queremos. Les queremos pese a que no dejamos de estar firmemente convencidos de que, en un rincón de su cerebro, se aferran a creer en un montón de tonterías.

Distinguimos de forma rutinaria, casi instintiva, entre la creencia y el creyente. Por supuesto, eso es más fácil de hacer con unas creencias que con otras. Si alguien está convencido de que 2 + 2 = 5 y de que la tierra está hecha de queso, vivir con él a diario será un poco más difícil. Pero resulta asombroso ver hasta qué punto, en la práctica, pueden coexistir alegremente creencias muy distintas e incluso excéntricas. (La fe popular en la astrología, tan extendida, es un buen ejemplo).

Ahora bien, el comportamiento de los creyentes puede influir en nuestra opinión sobre su fe, al margen de la veracidad científica de su contenido. Por ejemplo, yo no creo que exista Dios y, por tanto, pienso que hace alrededor de 2.007 años un hombre y una mujer que se llamaban José y María tuvieron un niño, nada más. ¡Pero en qué hombre se convirtió aquel niño! Coincido con el gran historiador suizo Jacob Burckhardt en que Cristo como Dios no me dice nada, pero, como ser humano, Jesucristo me parece una fuente de inspiración constante y maravillosa, tal vez incluso, como dijo Burckhardt, "la figura más bella de la historia del mundo". Y algunos de sus imitadores posteriores tampoco estuvieron mal.

En lo que discrepo de la corriente atea representada por Richard Dawkins no es en lo que dicen sobre la inexistencia de Dios, sino en lo que dicen sobre los cristianos y la historia del cristianismo, que en gran parte es verdad, pero que deja fuera la otra mitad de la historia, la parte positiva. Y, como dice el viejo proverbio yiddish, una media verdad es toda una mentira. A mi juicio, como historiador de la Europa moderna, la parte positiva es mayor que la negativa. Me parece evidente que no tendríamos la civilización europea que tenemos hoy sin la herencia del cristianismo, el judaísmo y (en menor medida, y sobre todo en la Edad Media) el islam, cuyo legado también preparó el camino -aunque sin saberlo y sin quererlo- para la Ilustración. Además, varios de los seres humanos más extraordinarios que he conocido en mi vida eran cristianos.

"Por sus frutos les conoceréis". Existe un respeto que nace del comportamiento de los creyentes, independientemente de la credibilidad científica de su fe original. Lo ideal es que una sociedad multicultural sea una competencia amistosa y abierta entre cristianos, sijs, musulmanes, judíos, ateos e incluso partidarios del "dos más dos cinco", por ver quién nos impresiona más con su carácter y sus buenas obras.

Mientras tanto, está el molesto problema del saludo de invierno multicultural y multiusos. "Felices fiestas" es increíblemente cursi y anodino. Me temo que yo he recurrido a "Felices Pascuas", pero también resulta pesado. Sería estupendo emplear saludos a medida para cada interlocutor: "Feliz Navidad", "Feliz Eid", "Feliz Oshogatsu", etcétera, pero no siempre es posible. Ayer recibí una tarjeta del embajador británico en Washington con una solución excelente. "Feliz Yuletide", el nombre que remite al solsticio de invierno de los paganos (el Yule nórdico y germánico se celebra 22 de diciembre) y que evoca, al mismo tiempo, las historias sentimentales y anticuadas de Navidad que tanto gustaban a Charles Dickens. Perfecto.

Feliz solsticio a todos.

La realidad y el sueño

EL PAÍS 23/12/06

"Las religiones encierran a veces componentes peligrosos: eso no significa que tenga sentido hoy un enfrentamiento siguiendo ejemplos del pasado. Otra cosa es, sin embargo, dar por bueno que las formas de actuación terrorista en la línea del 11-S nada tienen que ver con una determinada lectura del islam y son simples efectos de la globalización o de la incomprensión sembrada por Occidente."
ANTONIO ELORZA

La realidad y el sueño
Las noticias se han sucedido en un breve intervalo de tiempo. Primero, un comando yihadista es desarticulado por la policía en Ceuta. Poco después, el presidente Zapatero logra ampliar el reconocimiento internacional, por lo menos en el plano de las instituciones, de su Alianza de las Civilizaciones. De entrada, la irrupción del islamismo violento en nuestro espacio político, con la intervención de ciudadanos españoles, no merece el menor comentario desde el Ejecutivo ni modifica sus planteamientos. La única vía de salida para el reto terrorista debe así consistir en la creación de una nueva atmósfera en que desaparezcan todos los recelos interreligiosos. Llamar a las cosas por su nombre, piensan los "aliancistas", sirve sólo para atizar el fuego.

Lo cierto es que en principio no existe contradicción alguna entre la persistencia de una actuación de vigilancia y control desde Interior y la promoción de estructuras de entendimiento a escala supranacional. Las religiones encierran a veces componentes peligrosos: eso no significa que tenga sentido hoy un enfrentamiento siguiendo ejemplos del pasado. Otra cosa es, sin embargo, dar por bueno que las formas de actuación terrorista en la línea del 11-S nada tienen que ver con una determinada lectura del islam y son simples efectos de la globalización o de la incomprensión sembrada por Occidente. Las poblaciones musulmanas empobrecidas pueden servir de ejército de maniobra al islamismo radical, pero éste es obra de minorías activas, indisolublemente ligadas a la utopía arcaizante que consiste en luchar contra los infieles occidentales -no sólo americanos o judíos, también contra nosotros-, para implantar el dominio del islam sobre la tierra bajo las pautas de comportamiento de "los piadosos antepasados" con la yihad por bandera.

El episodio de Ceuta es bien elocuente para el que no desee practicar la ceguera voluntaria. Y esa ceguera voluntaria, hoy por hoy, puede resultar muy costosa. No basta con la acción policial. Hay que llenar el espacio vacío entre esa política represiva de una realidad amenazadora y las grandes palabras en grandes foros que luego nadie escucha. Ante todo, conviene crear estructuras de integración de nuestra población musulmana, evitar la constitución de guetos, convencer a los inmigrantes de que islam y democracia son compatibles, de una parte, y que si a ellos les dicen que la yihad es un deber irrenunciable se trata de una visión fanática que invalida todas las afirmaciones sobre el islam como religión de paz y de justicia.

Frente a las observaciones precedentes, puede aducirse que el Gobierno no olvida esas políticas activas. Ahí está el ejemplo de la creación de la Casa Árabe. Ahora bien, la personalidad de su directora, por lo demás excelente conocedora de la sociología política del mundo árabe e islámico, no autoriza a pensar que esas raíces endógenas del islamismo radical y del terrorismo, con su proyección sobre nuestro país, vayan a ser abordadas. Gema Martín Muñoz se ha pronunciado en estas mismas páginas con un sentido reverencial similar al de los creyentes sobre la figura de Mahoma, que a su juicio debe ser llamado Muhammad "que es su verdadero nombre": "Una figura bendita que, al ser elegido por Dios, no puede equivocarse en su labor de guía" (26-II-2005). ¿Cómo va a aceptar que una parte de su obra puede alentar a la violencia? Critica con rigor la política de los Estados Unidos en Oriente Próximo, pero no admite que también un sector del islam, pretendidamente ortodoxo, pueda ser por sí mismo protagonista del terror. Difícilmente tolerará que en su institución esté presente la necesaria posición crítica ante los mencionados procesos endógenos que llevan al yihadismo.

Y en fin, hace falta atender las necesidades religiosas de los inmigrantes musulmanes desde los poderes públicos, sin subvenciones de emires opulentos. Todo factor de humillación debe ser eliminado. En sentido contrario, habrá que autorizar pero no celebrar la ejecución de proyectos faraónicos -perdón, creyentes- como el planteado para las cercanías de Córdoba, que tienden a fomentar el mito de Al-Andalus. Conclusión: la realidad es difícil, pero abordable; el sueño mal interpretado degenerará en pesadilla.

Air mercado

ABC 23/12/06

Carlos Rodríguez Braun

Air mercado
He visto a supuestos liberales alegar que el descalabro de Air Madrid demuestra la necesidad de la intervención pública porque ¿cómo resolvería este caso el mercado libre?
En un mercado libre el protagonismo es de la propiedad privada y los contratos voluntarios de la gente, con lo que el Estado no tendría ningún papel en el transporte, ni poseería aeropuertos ni establecería regulación alguna sobre ningún sector específico. No redistribuiría rentas, y no financiaría con dinero público el viaje de nadie.
En el mercado están más claros los incentivos y las responsabilidades, y se acercan las decisiones sobre las cosas a los directamente interesados en ellas.
El intervencionismo, en cambio, los separa y disuelve responsabilidades en despachos llenos de influencias políticas, corporativas, burocráticas, sindicales. Por eso aún no sabemos quién tiene la culpa de lo de Air Madrid.
En un mercado libre la seguridad no sería una obligación burocrática uniforme sino un servicio rentable para quien lo presta y lo garantiza.
El Estado sería más eficiente y haría menos cosas, y el rápido funcionamiento de la justicia repararía los contratos incumplidos, como el del billete de avión sin vuelo. No habría acción política contra ninguna empresa, pero todas estarían sometidas a la justicia. No serían exactamente iguales las compañías, ni los aviones, ni la puntualidad, ni la seguridad, y esas diferencias quedarían plasmadas en contratos y precios.
El mercado libre no evitaría las estafas, pero las castigaría mejor, y premiaría mejor la honradez y la eficiencia, así como facilitaría la quiebra de las empresas, el pago a los acreedores y la creación de empresas nuevas.
No habría lugar a la incertidumbre y la arbitrariedad característica del intervencionismo (¿se ayuda a los de Air Madrid o a los de Afinsa?). Desaparecería la cultura del subsidio. Nadie pediría la intervención del Estado a raíz de ninguna crisis porque, al revés que ahora, el Estado no tendría nada que ver con su estallido.

viernes, 22 de diciembre de 2006

Pues sí, laicismo

¡Basta Ya! 22/12/06

Hemos padecido durante décadas –en el País Vasco o en Cataluña- a clérigos entusiastas de los separatismos más obtusos. Y ahora aparecen obispos que quieren convertir la españolidad en dogma de fe.
Fernando Savater

Pues sí, laicismo
De todas las broncas políticas que padecemos hoy en España –y también, cada cual a su modo, en otros países europeos- ninguna resulta más inquietante que la disputa sobre el laicismo de la sociedad democrática. Es un debate que preocupa porque no gira en torno a una cuestión secundaria, acerca de la cual caben diversas posiciones ideológicas igualmente válidas, sino sobre una de las paredes maestras de nuestro sistema de libertades. Un punto fundamental pero que todo parece indicar que irá adquiriendo aún mayor importancia en nuestro futuro pluralista y heterogéneo. Por decirlo de entrada y de una vez: las democracias modernas han de ser laicas no para complacer a sus gobernantes menos piadosos sino para cumplir su función esencial, es decir, la defensa e ilustración de la libertad de conciencia y de elección entre los ciudadanos. Los individuos particulares pueden ser religiosos de mil y una maneras, escépticos, ateos o perpetuos indecisos, asombrados por lo misterioso del cosmos: pero el Estado de derecho ha de tratarles a todos de igual modo, es decir, ha de respetarles y considerarles exclusivamente en cuanto laicos. No parece difícil de entender… ¡pero hay que ver la de tonterías que oímos mañana y tarde al respecto!

Para empezar, dos falsedades: primera, la que opone la laicidad ( hoy ya aceptable a regañadientes por los clérigos menos integristas de cualquier credo) y el laicismo (agresivo, intransigente y enemigo de toda trascendencia espiritual). Sencillamente, es un espantajo. En realidad, las iglesias llaman “laicismo” a cualquier aspecto de la laicidad que no les conviene o que la hace un poco más institucionalmente efectiva. Según esta grotesca nomenclatura, el “laicismo” es la laicidad en marcha y la “laicidad”, el laicismo claudicante o en retroceso. Segunda falsedad, insistir en que constitucionalmente España es un país “aconfesional” y no “laico”, como si lo uno significara que el Estado debe fomentar todas las religiones y lo otro que piensa hostilizarlas a todas. Sandez sobre sandez. El laicismo no persigue a los creyentes (esas persecuciones siempre se hacen por motivos religiosos, incluido un ateísmo elevado a dogma inquisitorial) sino que da campo abierto a todas las creencias por igual, pero en la conciencia de cada cual. Naturalmente no reprime que esa conciencia se manifieste de modo público, pero exige que sea a título privado y no con respaldo gubernamental. Y entre las creencias que ampara esa libertad religiosa está la de quienes opinan críticamente sobre los dogmas religiosos y sus imposiciones morales o pseudocientíficas. Los que hablan de religión para decir “no” son tan respetables a todos los efectos religiosos como quienes dicen “sí”. Voltaire, Freud o Nietzsche son pensadores religiosos, tal como Santo Tomás o Pascal.

Por centrarnos en la iglesia que más de cerca hemos padecido hasta ahora, la católica, no deja de ser algo cínico que tras su comportamiento durante las dictaduras de Franco, Pinochet, Videla, etc… (por no remontarnos al nazismo) sostenga hoy que el respetuoso laicismo democrático –que sólo la “persigue” en el sentido de que no la favorece y subvenciona…o así debería hacer- es la antesala del totalitarismo que pisotea los derechos humanos. ¡Lo que faltaba, la mujer de Putifar metida a consejera matrimonial! Y lo mismo puede decirse de los sermones eclesiales sobre cuestiones nacionalistas. Hemos padecido durante décadas –en el País Vasco o en Cataluña- a clérigos entusiastas de los separatismos más obtusos. Y ahora aparecen obispos que quieren convertir la españolidad en dogma de fe. Algunos laicistas que creemos en la necesaria cohesión del Estado de Derecho les pedimos que, por favor, no pretendan defender a golpe de homilía la unidad de España: en su boca suena a engañabobos, como todo lo demás.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Un legado incómodo

EL PAÍS 21/12/06

¿en virtud de qué ciencia infusa va a tener el político una visión del futuro de la que carece el ciudadano corriente?
ALFREDO PASTOR

Un legado incómodo
En un artículo reciente (The dutch are leading a popular rebellion, FT, 26 de noviembre de 2006), Wolfgang Munchau señala cómo la sociedad europea se resiste a los cambios que parece necesario abordar si nuestras economías han de sobrevivir en el mundo que viene: un partido que propone un programa de reformas que uno estimaría razonable -dice- tiene casi garantizado perder las elecciones, no porque el votante sea un ingrato, sino porque prefiere malo conocido a bueno por conocer: si bien no está muy satisfecho con lo que tiene, como no escucha de sus políticos "una visión coherente y transparente de prosperidad y seguridad económica para el siglo XXI", se niega a aceptar cualquier cambio: como decimos vulgarmente, no lo ve claro.

La observación de Munchau coincide en el tiempo con la noticia de la muerte de Milton Friedman, seguramente el más conocido de quienes en Estados Unidos se llaman libertarios; de él pudiera quizá decirse lo que escribió Chesterton del pueblo inglés: que, frente a las tres diosas de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad, quiso sinceramente a la primera y olvido a las otras dos. Siendo así que en Europa, y de modo muy especial en la España de hoy, nos ha dado por idolatrar a la segunda -la Igualdad-, puede que la perspectiva libertaria, por estar tan alejada de la nuestra, nos sea de algún provecho si la adoptamos por un momento.

Milton Friedman no se ocupó mucho de Europa; de sus escritos puede uno deducir que el proceso de construcción europea, y, en particular, la creación de la moneda única, no le inspiraba mucha simpatía -actitud ésta común a muchos buenos economistas norteamericanos, y cuya explicación merecería un comentario aparte-. Lo que es casi seguro es que Friedman no hubiera entendido la actitud que describe Munchau, y que a nosotros nos parece tan lógica: no movernos hasta que nos expliquen adónde vamos a ir a parar. Hubiera entendido la resistencia al cambio; le hubiera parecido inconcebible, sin embargo, que esperáramos de nuestros políticos una visión clara y coherente del futuro: en toda su obra se ve que no creía que una Administración supiera más que sus administrados: ¿en virtud de qué ciencia infusa va a tener el político una visión del futuro de la que carece el ciudadano corriente?

Hay que admitir que esta forma de pensar resulta refrescante en una atmósfera como la nuestra, pues el modelo que está en la base del éxito europeo -favorecer la libre competencia a la vez que proteger al débil- ha degenerado en un pacto tácito por el que el antaño ciudadano y hoy representado cede a sus representantes algunas libertades, y espera a cambio protección incondicional. Esos pactos no pueden sostenerse por mucho tiempo: lo vimos en España, cuando la entrada en la CEE nos obligó a desmantelar sectores enteros de nuestra economía; lo estamos viendo ahora en Europa, donde las consecuencias de la creciente integración de nuestro mundo -competencia comercial por un lado, inmigración por otro- parecen desbordarnos: no sabemos muy bien cómo adaptarnos a ellas. Como los partidarios de las reformas no ofrecen soluciones para quienes van a salir perdiendo con estos cambios, más allá de la consabida referencia al largo plazo, resulta que las medidas más populares siguen siendo las que ofrecen una vaga protección, en forma de barreras comerciales, de patriotismo económico o de promesas de nacionalización; aunque sus defensores no suelen hacer mención ni de la posibilidad práctica, ni del coste de esa protección, que, como los beneficios de las reformas, se manifiesta en un futuro más lejano. En fin, que con el pretexto de proteger al débil no conseguimos sino asfixiar el crecimiento: el débil sigue como siempre, a merced de la generosidad de sus conciudadanos.

Quizá Friedman pudiera sugerirnos una actitud distinta para abordar nuestros asuntos. Para el libertario, el individuo lo puede todo: basta con que le dejen hacer. No hace falta ser un libertario para darnos cuenta que un Estado que ofrece demasiada protección -aunque luego quizá no pueda darla- crea ciudadanos débiles: nuestros gobernantes debieran infundirnos confianza, no brindándonos una protección que luego no pueden otorgar, sino convenciéndonos de que casi todos somos capaces de afrontar el futuro con nuestras propias fuerzas; y que los pocos que no lo logren pueden recibir la ayuda necesaria. Una actitud de mayor confianza en nosotros mismos nos permitiría ver que, en ausencia de una visión de prosperidad continuada para el siglo XXI -¿en qué siglo la hemos tenido?- sí van apareciendo soluciones parciales a los problemas que se nos presentan: soluciones que no suelen surgir de las Administraciones, demasiado ocupadas en sus cosas, sino de iniciativas dispersas, de ciudadanos e instituciones de todas clases; que pueden ponerse en práctica a veces sin ayuda de la Administración, y a veces sin su conocimiento siquiera. Ahí está precisamente lo incómodo del legado de Friedman: el Estado debiera reconocer que no puede hacer por nosotros tanto como había prometido, y que, por consiguiente, no estaría mal que dejara de decirnos cómo hemos de vivir; el ciudadano debiera admitir que el cambio de libertad por seguridad ha sido un mal negocio, y que un mayor ejercicio de su libertad, con los riesgos correspondientes, podría terminar dándole, si no mayores ingresos, sí mayor seguridad.

Volvamos a Friedman: entre las lecciones que dio, una, quizá no programada, fue de humildad. Él era hijo de inmigrantes, y llegó a la cima de su profesión por méritos propios; defendió sus ideas con inteligencia y tenacidad, y algunas de ellas son hoy aceptadas por todo el mundo; si alguna vez salió derrotado, cosechó muchas victorias; de manera que, en una sociedad que valora el esfuerzo individual sobre toda cosa, hubiera podido jactarse de sus éxitos sin temor a hacer el ridículo; y, sin embargo, al escribir sus memorias con su mujer, el título elegido fue Dos personas con suerte (Two lucky people). ¿Se puede ser más modesto? A lo mejor es esta lección la más incómoda del legado de Friedman.

martes, 19 de diciembre de 2006

Ecologismo optimista

La Gaceta de los Negocios 19/12/06

Sería más útil invertir el enorme gasto que propone Kioto en los países en vías de desarrollo
Miguel Ángel Herrero

Ecologismo optimista
EL cambio climático viene a recordar a los seres humanos su mutua dependencia, al mismo tiempo que obliga a los gobiernos y a las empresas no sólo a participar del mercado global, sino también a gestionar problemas medioambientales comunes, que también afectarán a las generaciones venideras. Un reciente informe del Gobierno británico conocido como Stern Review on the Economics of Climate Change ha traído a primer plano el debatido asunto de las emisiones de gases contaminantes: el llamado efecto invernadero. Entre sus efectos nocivos está el aumento de la temperatura del planeta, que traerá trágicas consecuencias para la economía mundial, especialmente en los países en vías de desarrollo.

Aparte de los datos científicos, lo que más sorprende es su puesta en escena, su dramática presentación a la opinión pública mundial, con inquietantes declaraciones de líderes tan señalados como Tony Blair y Kofi Annan. El mensaje es tajante: nos queda muy poco tiempo. Si queremos evitar una catástrofe mundial, hay que actuar ya. Entre esos graves efectos, se nos habla de países costeros anegados por la elevación del nivel del mar y de millones de desplazados huyendo para ponerse a salvo de las aguas.

Inevitablemente, este escenario tan pesimista nos trae a la memoria otras historias que circularon tiempo atrás. Por ejemplo, la disminución de la capa de ozono provocada por el clorofluorocarbono (CFC); los informes apremiantes del Club de Roma; los augurios en 1968 del biólogo neomaltusiano Paul Erlich con La Bomba de la Población y su profecía, según la cual, “en los años 70 cientos de millones de personas morirían de hambre” (sic) a causa de una excesiva tasa de natalidad. En realidad estas teorías, nada solventes, seguían el esquema propugnado en el siglo XIX por Malthus.

Así pues, parece sensato preguntarse si este informe sobre el cambio climático, lanzado en forma de ultimátum, es más de lo mismo o descansa sobre una base científica seria. Su autor, Nicholas Stern, trabajó como economista para el Banco Mundial, el informe puede consultarse en www.sternreview. org.uk, y la conclusión, dice, es inequívoca: el cambio climático es real, peligroso y será tanto más costoso cuanto más se demore la actuación.

Ahora bien, el rigor científico más elemental prescribe que toda investigación se someta a comprobación (¿recordarán la llamada fusión fría?), contrastando los datos, los métodos empleados y la interpretación de los resultados. Es lo que hizo el danés Bjorn Lomborg, profesor de la Universidad de Aarhus, cuyas valoraciones pueden consultarse en El ecologista escéptico (Ed. Espasa, 2003). Pues bien, este estudio rechaza la visión pesimista sobre las catástrofes que se anuncian desde algunos foros políticos. El lector interesado encontrará en el capítulo 24 un exhaustivo estudio sobre El calentamiento global con los mismos datos empleados por el panel intergubernamental para el cambio climático (IPCC), organismo vinculado a la ONU. Ante la imposibilidad de hacer un resumen en pocas líneas, sirvan las siguientes conclusiones personales: 1) Todas las previsiones realizadas están supeditadas a los datos disponibles y a los modelos informáticos de simulación. 2) Las emisiones de “gases invernadero” pueden mitigarse fomentando las energías renovables. 3) La aplicación del protocolo de Kioto conseguiría reducir el aumento de temperatura en 0,15º C en el año 2100 (un magro resultado, a costa de frenar el crecimiento económico y, sobre todo, perjudicando a los países en vías de desarrollo). 4) Existen otras acciones más inteligentes para afrontar la situación y menos costosas para la economía mundial.

Las propuestas más razonables, según Lomborg, deberían encaminarse hacia el fomento de las energías no contaminantes, hasta llegar a niveles competitivos con los combustibles fósiles. Sería más útil invertir los enormes gastos (2% del PIB global) que propone el acuerdo de Kioto para ayudar a combatir los posibles efectos nocivos en los países en vías de desarrollo.

La estrategia seguida para evitar el deterioro de la capa de Ozono es un precedente exitoso, que demuestra cómo la comunidad internacional logró reducir las emisiones de los CFC, desarrollando sustitutos de los aerosoles y otros gases nocivos. En pocos años se resolvió el problema, gracias a la investigación y a la cooperación mundial, y en la actualidad la capa de Ozono se recupera felizmente. Este ejemplo demuestra que las acciones conjuntas son efectivas y que la humanidad cuenta con medios técnicos —y sobre todo con el potencial investigador necesario— para abordar los retos medioambientales con un enfoque más optimista y relajado. O sea, todo lo contrario que el utilizado en algunos mensajes como éste: "¡Todos somos culpables! Ya es oficial: las personas somos responsables del calentamiento global!" (Pearce, en New Scientist, 2001). Por supuesto, el medio ambiente requiere una atención inteligente, pero sin tremendismos. Es el mensaje optimista que nos dejó el doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, y catedrático de la Universidad de Maryland, Julian Simon: “Este es brevemente, mi pronóstico a largo plazo: dentro de uno o dos siglos, todos los países y la mayor parte de la humanidad estarán al mismo nivel o por encima de los actuales estándares de vida occidentales”.

Lomborg (que en 1997 era miembro de Greenpeace) tomó estas afirmaciones como propaganda y decidió investigar por sí mismo para refutarlas. Por fortuna, comprobó que Simon tenía razón. Así lo cuenta en su libro. Una muestra autorizada de honradez intelectual y de independencia del poder político.

El Gobierno piensa por ti

La Gaceta de los Negocios 19/12/06

Cuando se usa el BOE hasta para ordenar que se congele el pescado, el camino de la libertad personal se ve cercado
Antxón Sarasqueta

El Gobierno piensa por ti
NO es una broma, es una teoría: el Gobierno cree que hace un favor a los ciudadanos encareciendo el agua porque así –dice– consumiremos menos y se paliará la escasez. El vicepresidente y ministro de Economía, Pedro Solbes, situó el encarecimiento del agua en “un conjunto de medidas enfocadas al ahorro” y para que “ciudadanos y empresas valoren la escasez del agua”. La ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, ha estimado en 60 litros de agua el volumen de consumo personal. Mensaje: “No te preocupes, el Gobierno piensa por ti”.

Si a esto le añadimos el cúmulo de decisiones diarias de orden gubernamental –desde congelar el pescado hasta educarnos desde niños– que se legisla en el Boletín Oficial del Estado, el camino de la libertad de las personas se empieza a ver cercado y a la vez restringido. Pero no te preocupes, el Gobierno piensa por ti.

Cuando he escuchado algunos de estos argumentos, he recordado una explicación que dio cuando era ministro de Hacienda Cristóbal Montoro. Explicada la reducción de impuestos desde la filosofía opuesta: cuanto más recursos de sus propios ingresos puedan disponer las personas y las empresas, más libres son para decidir sus propios pasos. No es el Gobierno el que piensa por ti, sino que eres tú mismo el que lo haces y decides por ti mismo.

Como se ve, no hace falta recurrir a la política antiterrorista que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha convertido en una política de pacto con los terroristas, para comprobar que desde la paz hasta el consumo del agua y el tipo de doctrina y valores en los que debemos formarnos en las escuelas, corre por cuenta del Gobierno. Los ciudadanos no tienen de qué preocuparse, el Gobierno piensa por ellos.

En eso estábamos cuando surgió la información de que el Gobierno catalán de socialistas, comunistas e independentistas aprobó un proyecto para poder expropiar los pisos de una vivienda privada que se mantengan vacíos durante un tiempo. Una de las responsables del Gobierno autonómico antepuso el derecho social (sic) al de la propiedad privada. También en esta ocasión es para hacer un favor a los ciudadanos. “La Generalitat aprueba la expropiación temporal para fomentar el alquiler”, titulaba un diario de uno de los grupos editoriales más capitalistas de España. “Expropiación al estilo comunista”, titulaba otro. Lo que me trasladó a la guerra fría. ¿Por qué esta asociación de ideas?

Visitaba Berlín tras el derribo del muro y la reunificación alemana, cuando descubrí que en el punto fronterizo donde se encontraba Checkpoint Charlie sólo había escombros y obras de uno de los modernos edificios que se han construido en esa magnífica capital. Pregunté si quedaba rastro de este punto histórico, aparte de una tienda próxima de recuerdos, y nadie supo dar cuenta de ello. Hasta que entré en otro edificio situado en la acera de enfrente, como dicen ahora, supermoderno, y, efectivamente encontré una placa dedicada al paso fronterizo que mejor simbolizó en las películas y en la realidad la confrontación entre el totalitarismo comunista y la libertad. Pero la placa no hacía referencia al totalitarismo comunista, sino a una sociedad “tutelada”.

Deduzco que el cambio conceptual era para no hurgar en las heridas de la Alemania comunista, pero lo cierto es que identificaban el comunismo con una sociedad tutelada. Una sociedad en la que, en ambos casos, el Estado piensa por ti.

Intelectuales liberales como Isaiah Berlin y Karl Popper han pensado y escrito mucho sobre la exigencia de encontrar el camino de la libertad (Friedrich A. Hayek llegó al mismo punto recorriendo el camino inverso cuando escribió Camino de la servidumbre). Que en la práctica es el camino que diariamente tenemos que recorrer cualquier persona si queremos ser nosotros mismos, y ser verdaderos y consecuentes con los demás.

Permítanme una doble dedicatoria final. Una de carácter irónico para el semanario The Economist, al que algunos medios como The New York Times han tenido que corregir catalogando al Gobierno de Zapatero (el que regula por ley la congelación de pescado fresco y rompe el pacto constitucional) de radical de izquierdas (antes lo hizo The Wall Street Journal). Y otra muy sincera a Loyola de Palacio, que hizo del camino de la libertad su vida.

domingo, 17 de diciembre de 2006

¿Cuántos pisos tiene?

ABC 17/12/06

ÁLVARO DELGADO-GAL

¿Cuántos pisos tiene?
España es el país de la Unión Europea con más pisos por habitante, según cifras oficiales. Al tiempo, los pisos han venido experimentando durante los últimos años subidas muy superiores al IPC. De ahí resulta una especie de paradoja: en el paraíso del ladrillo, el sueldo de un joven no da para pagarse decentemente una vivienda. ¿Qué hacer? Caben tres actitudes. O uno se resigna, o uno intenta comprender la paradoja con ánimo de ponerle remedio, o uno agarra una mano de almirez y le rompe a la paradoja la crisma. El tripartito de Montilla parece haber optado por la última alternativa. De hecho, está preparando una ley que pretende resolver el problema en un santiamén. La idea consiste en expropiar temporalmente los pisos sin ocupar, y ponerlos en el mercado de alquiler. Y ya está ventilado el asunto. Se guarda uno la mano de almirez en el bolsillo, y le dice a la siguiente paradoja que abra la puerta y se siente a la mesa.

Antes de ir a los aspectos legales del arbitrio excogitado por Montilla y los suyos, conviene recordar que la paradoja no es tal paradoja. Existen razones para explicarse, al menos parcialmente, el precio desorbitado de los pisos. En esencia, operan tres factores. Uno es la especulación del suelo, impulsada por los propios ayuntamientos. De cada euro que se paga por vivir bajo techado, una fracción importante, en algunos casos asombrosa, se la lleva el terreno sobre el que se eleva el inmueble. El segundo factor, son los tipos de interés bajos. Los tipos bajos estimulan la demanda de pisos, y por tanto los precios, y paralelamente, empujan a muchos españoles a invertir sus ahorros comprando una casa. Si compraran deuda pública, o algo por el estilo, la inflación no sólo anularía el importe de los intereses, sino que se llevaría un pico añadido, provocando un saldo negativo. Queda, por supuesto, la posibilidad de especular en bolsa, y ponerse las botas. Pero estas audacias no seducen a un sector grande de las clases medias. Son las clases medias parsimoniosas, normalitas, y un punto valetudinarias, las que adquieren pisos con ánimo de que no se disuelvan en aire sus economías. Contra ellas dirige su batería ideológica y legislativa el gobierno progresista catalán. No contra las fortunas importantes, que cuentan con medios perfectamente conocidos para resistirse a la presión del fisco.

El tercer factor viene dado por la pobreza del mercado de alquileres. Se trata de un factor crucial. ¿Por qué el comprador de una segunda vivienda no maximiza su inversión dando el piso en arrendamiento? ¿Son, acaso, los españoles idiotas? No, no lo son. Lo que pasa, es que expulsar a un moroso u obtener una reparación económica por los desperfectos causados por un inquilino poco escrupuloso, continúa siendo una operación lenta y costosa. Y no le compensa al propietario. Por cierto, la ley milagro del tripartito contempla aplicar la figura del mobbing a los propietarios acosadores. Lo peculiar de esta figura, creada para vengar agravios no consignados explícitamente en los códigos -mirar a un empleado como si fuera transparente; usar un tono que pueda interpretarse como poco cordial, etc.-, es su elasticidad extrema. Si a los agobios presentes se añade el del mobbing, podemos tener la seguridad de que los arrendadores actuales, antes que seguir siéndolo, se partirán en dos mitades y ocuparán simultáneamente sus dos pisos. En fin, éramos muchos, y parió la abuela.

¿A qué criterio, dicho sea de paso, apelará el Gobierno autónomo para fijar los precios de alquiler? ¿Rebajará los ahora existentes, provocando un derrumbe artificial del mercado? ¿Irá modificándolos conforme varíe el punto en que se cortan las curvas de oferta y demanda? Todo esto es un lío. Lo mejor que puede ocurrir, es que el tripartito no dé pie con bola. Y no lo dará, porque el fraude sería masivo. Mi primo, mi hermana, mi suegra, un amigo íntimo, podrían constar como inquilinos de mi piso, aunque no lo sean. Sólo con un ejército de inspectores se podría llevar a cabo la política que las lumbreras del palau de Sant Jaume han diseñado en la cuartilla que gastan los hombres de café para demostrar, bolígrafo en mano, cómo habrían podido ganar los alemanes la batalla de Verdún.
Desde un ángulo jurídico, la iniciativa presenta una cara aún peor. La privación de un bien o un derecho está regulada en la Constitución -art. 33.3-, la cual remite, a pie de página, a la Ley de Expropiación Forzosa de 1957. La expropiación con carácter temporal anularía garantías básicas, y casi con seguridad, es inconstitucional. Será divertido observar, en el supuesto de que el asunto vaya adelante e intervenga el Tribunal Constitucional, en qué ayes y fulminaciones incurre Esquerra, y si se termina asociando todo esto con las insuficiencias que los nacionalistas imputan al Estatut.

Detalles aparte, la ocurrencia del tripartito se inscribe en el terreno del primitivismo político. Éste consiste en pensar que las cuestiones se pueden liquidar a golpe de BOE. El primitivismo, por supuesto, es autoritario. Pero, además, es ineficaz. También en política, la técnica ahorra esfuerzo.

Negación del Holocausto: mi historia personal

EL PAÍS 17/12/06

AYAAN HIRSI ALÍ

Negación del Holocausto: mi historia personal
Un día de 1994, cuando vivía en Ede, una pequeña ciudad holandesa, recuerdo que recibí la visita de mi hermanastra. Ella y yo habíamos solicitado asilo en Holanda. A mí se me concedió, a ella le fue denegado. El hecho de que yo recibiera el asilo me dio la posibilidad de estudiar. Mi hermanastra no pudo hacerlo. Para ser admitida en el instituto de educación superior al que quería asistir, tuve que aprobar tres cursos: uno de Lengua, uno de Educación Cívica y otro de Historia. Fue en este último cuando oí hablar por primera vez del Holocausto. Por aquel entonces yo tenía 24 años, y mi hermanastra 21.

En aquella época, el genocidio de Ruanda y la limpieza étnica de la antigua Yugoslavia plagaban las noticias diarias. El día en que me visitó mi hermanastra, me encontraba dándole vueltas a lo que les había ocurrido a seis millones de judíos en Alemania, Holanda, Francia y Europa del Este. Supe que hombres, mujeres y niños inocentes fueron separados unos de otros. Con estrellas prendidas al hombro, fueron trasladados en tren a los campos y gaseados por la sola razón de ser judíos. Fue el intento más sistemático y cruel de la historia de la humanidad por aniquilar a un pueblo.

Vi fotografías de masas de esqueletos, incluso de niños. Escuché aterradores relatos de algunas personas que habían sobrevivido al terror de Auschwitz y Sobibor. Le conté todo esto a mi hermanastra y le mostré las imágenes de mi libro de historia. Lo que me dijo me horrorizó todavía más que la atroz información de mi libro. Con gran convicción, mi hermanastra espetó: "¡Es mentira! Los judíos saben cómo cegar a la gente. No fueron asesinados, gaseados ni masacrados. Pero rezo a Alá para que algún día todos los judíos del mundo sean destruidos". Me horrorizó su reacción.

Recuerdo que de niña, cuando me criaba en Arabia Saudí, mis profesores, mi madre y nuestros vecinos nos decían casi a diario que los judíos eran malos, los enemigos declarados de los musulmanes, cuyo único objetivo era destruir el islam. Nunca nos informaron sobre el Holocausto. Más tarde, en Kenia, cuando era una adolescente y nos llegaba a África la filantropía saudí y de otras zonas del Golfo, me acuerdo de que la construcción de mezquitas y las donaciones a hospitales y a los pobres iban juntos con los insultos a los judíos. Se decía que ellos eran los responsables de la muerte de bebés y de epidemias como el sida. Eran avariciosos y harían cualquier cosa por acabar con los musulmanes. Si algún día queríamos conocer la paz y la estabilidad, tendríamos que destruirles antes de que ellos nos destruyeran a nosotros.

Los líderes occidentales que dicen sentirse escandalizados por la conferencia de Ahmadineyad en la que niega el Holocausto necesitan despertar a esa realidad. Para la mayoría de los musulmanes del mundo, el Holocausto no es un gran acontecimiento histórico que neguemos. Sencillamente no lo conocemos porque nunca se nos ha informado sobre él. Y lo que es peor, a la mayoría se nos prepara para que deseemos un holocausto de los judíos.

Recuerdo la presencia de filántropos occidentales, ONG e instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus representantes hacían llegar a quienes consideraban necesitados medicamentos, preservativos, vacunas o materiales de construcción, pero ninguna información sobre el Holocausto. A diferencia de la filantropía, ofrecida en nombre del islam, los donantes laicos y cristianos y las organizaciones de ayuda no llegaban con un programa de odio, pero tampoco con un mensaje de amor. Sin duda, ésta fue una oportunidad perdida si nos fijamos en las organizaciones benéficas que propagaban el odio procedentes de países musulmanes ricos gracias al petróleo.

Se calcula que, en la actualidad, la cifra total de judíos en del mundo ronda los 15 millones, y sin duda no supera los 20 millones. En lo relativo a la fertilidad, su crecimiento puede compararse con el del mundo desarrollado, al igual que su envejecimiento. Por otro lado, se calcula que las poblaciones musulmanas están entre 1.200 y 1.500 millones de personas, y que no sólo están creciendo con rapidez, sino que son muy jóvenes. Lo sorprendente de la conferencia de Ahmadineyad es el (tácito) consentimiento del musulmán medio al deseo no sólo de negar el Holocausto, sino de exterminar a los judíos.

No puedo evitar preguntarme: ¿por qué no se celebra una contraconferencia en Riad, Cairo o Lahore, Jartum o Yakarta condenando a Ahmadineyad? ¿Por qué guarda silencio la Conferencia Islámica ante esto? Puede que la respuesta sea tan sencilla como horrenda: durante generaciones, los líderes de los denominados países musulmanes han alimentado a su población con una dieta constante de propaganda similar a la que recibieron generaciones de alemanes (y otros europeos), según la cual los judíos son alimañas y hay que tratarlos como tales. En Europa, la conclusión lógica fue el Holocausto. Si Ahmadineyad se sale con la suya, no le faltarán musulmanes dóciles dispuestos a acatar sus deseos.

El mundo necesita un fomento del entendimiento entre culturas, pero necesita con más urgencia ser informado sobre el Holocausto. No sólo en el interés de los judíos que sobrevivieron al Holocausto y el de sus descendientes, sino en el de la humanidad en general. Quizá haya que empezar por contraatacar la filantropía islámica surcada de odio contra los judíos. Las organizaciones benéficas cristianas y occidentales en el Tercer Mundo deberían ocuparse de informar sobre el Holocausto a los musulmanes y no musulmanes en sus áreas de actuación.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Ensueños

La Gaceta de los Negocios 15/12/06

Los 'okupas' viven de forma distinta. En efecto, viven al margen de la ley o contra ella
Álvaro Delgado-Gal

Ensueños
UN juez ha roto el impasse de Can Ricart, tras semanas de pasividad oficial e inquietud creciente en la opinión. Los okupas han sido desalojados de la fábrica, sin mayores incidentes. La ministra Trujillo, que está animada por un instinto gafe, había elegido la víspera, exactamente la víspera, para justificar la inacción del Tripartito. Había dicho que los okupas representan un “estilo de vida alternativo”, y que su situación debía ser regulada. Cuando en España se oye hablar de regulación, el pensamiento se dispara, de manera espontánea, hacia el proceso migratorio. El ilegal se establece en nuestro país por la vía de los hechos, y transcurrido un tiempo, obtiene el permiso de residencia. ¿Se trataría de trasladar este esquema al colectivo okupa? ¿Podrían los okupas averiguar una solución habitacional por el procedimiento de instalarse antes en una propiedad ajena?Probablemente, la ministra no ha querido decir eso, ni nada concreto en particular. Probablemente, la intención de la ministra ha sido recordar que los okupas también merecen nuestro respeto, lo que tampoco se sabe muy bien lo que significa. Pero no quiero entrar en estas profundidades. Lo que me ha interesado de la declaración de la ministra ha sido la forma, no el fondo. Lo del “estilo de vida alternativo” es deliciosamente orwelliano. “Alternativo” sugiere, a la vez, “distinto” y “legítimo”. Los okupas viven de forma distinta. En efecto, viven al margen de la ley o contra ella. Pero a María Antonia Trujillo se le antoja inconveniente someterlos a lo que obligan los códigos. Y entonces los acoge en una suerte de limbo, verbal y práctico a la vez. Los ocupas son “alternativos”. Son legales desde el punto de vista de “otra” legalidad, una legalidad extraña, como dirían los americanos, a la legalidad mainstream, la legalidad ortodoxa o dominante.Orwell acuñó dos palabras que después se han hecho famosas: doublethink —cuya traducción podría ser “pensamiento doble”—, y newspeak, o habla nueva. Aplicó su invento a 1984, la novela en que imagina cómo terminaría siendo el mundo tras una victoria arrasadora del estalinismo. En esa distopía, los gobiernos aniquilan la posibilidad de pensar, y por tanto de oponerse al poder, pervirtiendo el lenguaje. Cada palabra significa una cosa y su contraria, en vista de lo cual no resulta hacedero al individuo registrar la realidad y plantar cara al que le oprime. El ejemplo más conocido de newspeak no procede, sin embargo, de 1984. Viene de Granja animal y reza más o menos como sigue: “Todos los hombres son iguales, pero unos son más iguales que otros”. El hallazgo es felicísimo, por razones perfectamente evidentes.Sería un error restringir la intuición de Orwell al contexto político que la motivó. El pensamiento doble —y la correspondiente habla doble— no sirve sólo, o necesariamente, para que el de arriba acentúe su dominio sobre el de abajo. Sirve también, es más, sirve principalmente, para que la gente se engañe a sí misma. La circulación del habla doble tiende a ser horizontal, no vertical. Cuando se cultivan aspiraciones contradictorias, o se persiguen fines incompatibles, pero no se les quiere reconocer la condición de tales, se recurre al habla doble. A partir de aquí nos alejamos de Stalin y sus sosias, y entramos en territorio freudiano. La gramática de los sueños también es doble. Funde principios opuestos en imágenes polisémicas y absurdas. Cabría decir que la verdad es insoportable, o por lo menos incómoda, y que los hombres corrientes intentan soportar el agobio viviendo dormidos. O sea, rodeándose de los camuflajes, de los trampantojos, de un lenguaje mendaz. Localicen el estilo, y descubrirán el hilo de Ariadna por donde se sale del laberinto de ciertas perplejidades. La fórmula usada por la ministra evoca la afición a los retruécanos del presidente, lo mismo cuando habla del proceso de paz, que de la energía nuclear, que de un montón de asuntos más. No creo que el presidente sea, meramente, un manipulador, que también. Sospecho que la presa mental del presidente sobre la realidad exterior es insegura, inestable, fantasmagórica. Zapatero no quiere herirse contra las cosas, tan aristadas. Y se las disimula mediante sortilegios verbales. El propio ministerio de la Vivienda es una especie de sortilegio, de ensalmo impreso en el BOE. En ese ministerio onírico, sin presupuesto, sin atribuciones, la ministra sueña también, y empalma palabras ligeras y que parecen hechas de éter. Todo encaja. O casi, porque la palabra “encajar” es dura, contundente, y el puzzle, aquí, se compone de niebla. Pónganse a encajar dos piezas de niebla. Advertirán que el intento irreal postula ya que estamos soñando.Se percibe, en el ambiente, una rara pesadez. ¿Qué nos pesa? No sé. Creo que los párpados.

jueves, 7 de diciembre de 2006

La nación de los intelectuales

EL PAÍS 07/12/06

PATXO UNZUETA

La nación de los intelectuales
El parlamento de Canadá aprobó la semana pasada una moción por la que la cámara "reconoce que los quebequeses forman una nación dentro de Canadá". Esa declaración fue interpretada por los nacionalistas vascos como un aval de sus propias posiciones: el Gobierno vasco, del plan Ibarretxe; Batasuna, de su propuesta de superación del conflicto mediante el reconocimiento del derecho a decidir. La moción fue una consecuencia indirecta de la aparición en el primer partido de la oposición, el Liberal (que había gobernado Canadá entre 1993 y enero pasado), de un sector partidario de reconocer a Quebec la condición de nación en un sentido sociológico y cultural.

Esto sorprendió bastante aquí, sobre todo porque entre los que defendían ese planteamiento figuraban dos intelectuales muy conocidos en España y especialmente críticos con el nacionalismo: Stéphane Dion, que pasó de la Universidad a la política para tener ocasión de poner en práctica sus teorías sobre la cuestión nacional y que, tras su nombramiento como ministro de Asuntos Intergubernamentales, fue el impulsor de la famosa Ley de Claridad, que puso orden al debate sobre la autodeterminación de Quebec; y Michael Ignatieff, ex profesor en Harvard y conocido sobre todo por su libro sobre los conflictos étnicos en la ex Yugoslavia (El honor del guerrero. Taurus, 1999). Ambos compitieron el pasado fin de semana por el liderazgo en el Partido Liberal, que celebraba congreso. Ganó Dion.

Este último estuvo hace un año en Zaragoza para presentar su libro La política de la claridad (Alianza, 2005). Era un momento marcado aquí por el debate sobre el Estatuto catalán, y le preguntaron si Quebec era una nación. Respondió que el problema no era el reconocimiento de la condición de nación sino la pretensión de dar a esa definición alcance jurídico y hacer derivar de ella derechos especiales, por encima de la Constitución, como el de autodeterminación. Esa es una diferencia con los planteamientos soberanistas de Ibarretxe o de Otegi. Tanto Dion como Ignatieff han sido reticentes al uso de ese principio: las demandas de autodeterminación deben resolverse dentro del marco estatal si ese marco es democrático y dispone de mecanismos de descentralización, opinaba Ignatieff en Los derechos humanos como política e idolatría (Paidós, 2003). Conviene sobre todo -añadía- evitar premiar demandas secesionistas apoyadas por el terrorismo, ya que supondrían entregar el poder a grupos sin credenciales democráticas. Para Dion, la autodeterminación para la secesión es uno de los actos que suscitan mayor división interna en una sociedad, por lo que aceptar sin más que sea un derecho plantea problemas morales: invita a los ciudadanos a romper sus lazos de solidaridad por afinidades étnicas o religiosas y de ahí su difícil compatibilidad con la democracia.

Otros intelectuales le dieron a Ibarretxe el embarque de que la resolución del Tribunal Supremo de Canadá demostraba que la autodeterminación no sólo es aplicable a países coloniales. Sin embargo, eso es lo que dicen los soberanistas quebequeses, no lo que se deduce de esa resolución: que excepto en situaciones coloniales o de abierta opresión nacional, la autodeterminación se realiza en el marco del Estado; y que en todo caso, la decisión no puede ser unilateral, de la parte que lo plantea, sino negociada con el resto. A lo que cabría añadir que en sociedades plurales y democráticas, en las que gran parte de la población no es independentista, hay soluciones, las autonómicas o federales, más satisfactorias (capaces de satisfacer a más personas) que las derivadas del expediente de autodeterminación, que fuerza a cada ciudadano a elegir patria en términos excluyentes.

Hasta los años 90 gran parte de los intelectuales españoles admitían la definición de Euskadi (y de Cataluña) como nación. Fue a partir del pacto de Lizarra (que identificaba tal definición con derecho unilateral a la separación) y del planteamiento implícito de condicionar la retirada de ETA al reconocimiento de ese derecho, cuando se produjo la retirada de esa posición hacia la estricta definición constitucional: hay una nación política, España, compuesta por nacionalidades y regiones. El intento de desbordar esos límites introduciendo el término nación en los Estatutos de algunas comunidades ha provocado en otras una dinámica de emulación que está banalizando ese concepto mediante fórmulas alambicadas y un tanto cómicas.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Un brindis por la señora Roosevelt

ABC 05/12/06

"La Declaración nos puede llevar a la madurez del liberalismo, pero no así como así. La situación actual es especialmente aviesa, por cuanto abundan los liberales a medias, así como las eminencias grises que, como antaño, usan los principios liberales para disimular apetencias de la peor especie."
Por Manuel Penella

Un brindis por la señora Roosevelt
LA Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948. Me pregunto si celebraremos o no el aniversario del bello documento, pero estoy seguro de que lo vamos a necesitar si queremos salir bien librados del atolladero en que nos estamos metiendo.

A la salida de la Segunda Guerra Mundial, cuando era moralmente ineludible proteger a la humanidad contra los males que la habían provocado, hacía mucha falta esta Declaración. Pero todo indica que nos habríamos tenido que contentar con un texto de circunstancias, incoloro y huero, de no mediar la decidida intervención de la señora Eleanore Roosevelt. Ella sabía lo que quería y, en gran medida, se la debemos. Y hoy me parece evidente que, sin las luces de esta Declaración Universal, la «globalización» que está en marcha sólo puede conducirnos a un mundo bastante tétrico.

La Declaración es un fruto del dolor y de la reflexión y es también un anticipo de lo que podría llegar a ofrecernos un liberalismo maduro, digno del porvenir. Sus considerandos iniciales resuenan todavía hoy -vamos con mucho retraso- como severos aldabonazos en la conciencia: todos los miembros de la familia humana, sin distinción de sexo, de cualquier religión o color, tienen derechos iguales e inalienables, y se nos invita a trabajar pacíficamente por un mundo en el cual se vean liberados del temor y de la miseria, como corresponde a su dignidad intrínseca, por un mundo, se puntualiza, en el que «nadie se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión».

En este texto, la modernidad y el liberalismo dieron su nota más alta, la más noble y prometedora. Cualquier persona de buena voluntad, venga de la izquierda o de la derecha, se sienta heredera de antiguas tradiciones religiosas, de la Ilustración o del socialismo en su versión no termítica, lo puede hacer suyo. Y dado que nos vemos forzados a cohabitar positivamente en un planeta pequeño, con buenos motivos. No perdamos la esperanza. Porque el grueso de la humanidad está completamente de acuerdo con las exigencias enunciadas en esta memorable Declaración. La largamente cultivada creencia de que somos hijos de Dios, y por lo tanto hermanos, reaparece aquí en una depurada versión laica, ya imposible de burlar sin caer en la barbarie.

Tenemos que agradecerle a Eleanore Roosevelt que se mantuviese tercamente fiel a los principios, sin dejarse obnubilar por el propósito de alcanzar una aprobación unánime. Valía la pena y logró salirse con la suya: la Declaración contó con el respaldo de la mayoría de los Estados representados en la Asamblea General, y cabe hablar, por lo tanto, de una declaración de la humanidad. Sólo siete países se opusieron: los cinco que dependían de Stalin, la Suráfrica del apartheid, empeñada en la defensa de los privilegios de la minoría blanca, y Arabia Saudí, empeñada en mantener a la mujer por debajo del hombre...

La Declaración es muy exigente y haríamos mal en caer en uno de esos trances de autocomplacencia a los que somos tan dados los liberales. Es cierto que nuestra civilización, cargada de sabiduría y de buenos propósitos, la ha producido, a la salida de una hecatombe. Pero más nos vale reconocer que no estamos a su altura. Millones de seres humanos viven atenazados por el miedo y la miseria, y es de muy mal gusto presumir de superioridad moral ante tan turbadora evidencia. La Declaración se asienta, toda ella, sobre principios liberales, en teoría muy convincentes y de aplicación ecuménica, pero, antes de presumir, hay que estar a la altura de ellos en la práctica.

La Declaración nos puede llevar a la madurez del liberalismo, pero no así como así. La situación actual es especialmente aviesa, por cuanto abundan los liberales a medias, así como las eminencias grises que, como antaño, usan los principios liberales para disimular apetencias de la peor especie. Por desgracia, los liberales no tenemos una hoja de servicios a la humanidad lo suficientemente limpia. No por casualidad, el liberalismo se ha visto falto de credibilidad en horas decisivas. Los que en su día se alinearon detrás de Lenin, de Mussolini o de Hitler no esperaban nada positivo de la doctrina liberal, y lo mismo cabe decir de los jóvenes que tomaron al Che Guevara como modelo digno de imitación. ¿Repetiremos los viejos errores?

Es imposible atraer hacia el liberalismo a nadie por medio de actos de rapiña o de bombardeos preventivos, inteligentes o, como se los ha llamado, «humanitarios». Y ya pasó el tiempo en que se podía ser liberal en casa y antiliberal en los espacios coloniales. Churchill, un liberal ejemplar en la Cámara de los Comunes, dejaba de serlo en cuanto se abismaba en la contemplacion del globo terráqueo (de allí que fuese un displicente admirador de Mussolini y un ferviente partidario del uso de gas venenoso contra las «tribus incivilizadas»). Hubo grandes liberales que, en cuanto sintieron amenazada su forma de vida, se olvidaron de sus altos valores, entregándose al dictador de turno. Piénsese en Croce votando a favor de Mussolini. Y hoy mismo abundan los liberales dispuestos a consentir una especie de GAL planetario, es decir, dispuestos -como muchos alemanes de los tiempos de la República de Weimar- a que se alumbre bajo sus ojos un peligroso Estado dual, liberal por un lado y no liberal por el otro. Con este tipo de duplicidades no iremos a ninguna parte, como bien sabía la señora Eleanore Roosevelt, nunca contaminada por el genio de su maquiavélico marido. Por eso brindaré por ella el próximo 10 de diciembre, en busca de renovada fe en la humanidad.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Nuestra fiesta

¡Basta Ya! 29/11/06


"Es importante salir el 6 de diciembre a la calle para celebrar nuestra fiesta, la fiesta de la Constitución, es decir la fiesta real de la paz democrática"
Fernando Savater

Nuestra fiesta
El otro día escuché un debate radiofónico entre María San Gil, Josu Jon Imaz y Patxi López, no exento de cierta virulencia y en el que se dijeron –como no podía ser menos- algunas cosas interesantes. Sin embargo, me extrañó que ninguno de los tres (si no me equivoco) mencionase en ningún momento la Constitución. Y ello es tanto más extraño cuanto que San Gil abogó con elocuencia por la necesidad de derrotar a ETA y López, con vehemencia, sostuvo su derecho a buscar un acuerdo de convivencia pluralista para los vascos, en ausencia de violencia, eso sí. Pero da la casualidad de que precisamente la Constitución es la fórmula que responde a ambos planteamientos. Derrotar al terrorismo –o hacer que el terrorismo reconozca su derrota- no pasa por exterminar a nadie sino que consiste, sencillamente, en que la Constitución cobre plena vigencia allá dónde hoy está cortocircuitada por amenazas y coacciones. Y el plan de convivencia pluralista, democráticamente acordado, que reconoce la posibilidad de discutir todos los proyectos políticos excepto el de quienes pretenden aumentar su peso real en la sociedad vasca por medio de la violencia, ya existe y se llama Constitución, sobre la que se apoya nuestro Estatuto actual y cualquier otro futuro. A lo mejor es cosa ya sabida y que no merece la pena molestarse en repetir, pero a mí francamente me gusta volver a oírlo… por razones pedagógicas.

Imagínense ustedes que les propongo un tema de investigación científica: busquemos algún tipo de energía capaz de iluminarnos y calentarnos que sustituya a las velas, al fuego de leña e incluso al gas combustible. Tendría la ventaja de dar mejor rendimiento con menor peligro de incendios y explosiones, podría prestar otros servicios de comunicación, etc… Supongo que no se sentirán ustedes demasiado motivados por mi genial proyecto, puesto que ya está inventado hace mucho y funcionando con bastantes buenos resultados: se llama electricidad. Pues la misma sensación de familiaridad siento yo cuando alguien dice que hay que buscar un “acuerdo de convivencia” que siga, culmine o permita el final de la violencia (táchese lo que no interese) y que para eso es inexcusable crear una mesa de partidos políticos. Porque ese acuerdo de convivencia pluralista y democrático existe ya desde hace décadas y se llama Constitución. No se instituyó como pago por el final de la violencia, sino como compromiso contra ella y a pesar de ella. Y no necesita ninguna mesa suplementaria para dar gusto a quienes no aceptan la legalidad vigente o quieren pescar en río revuelto, porque tiene ya sus sedes institucionales que son el Parlamento vasco y el estatal. Negarse a aceptar sucedáneos dudosamente legales del Parlamento no es “fetichismo”, como dice algún tonto con ínfulas, sino mero sentido común democrático.

Algunos se empeñan en repetirnos que primero debe acabar la violencia y luego será la hora de la política. Pero es que cuando ETA renuncie definitivamente a todo tipo de terrorismo de mayor o menos intensidad, el llamado “proceso” habrá tocado a su fin. En el País Vasco se ha hecho política a pesar de la violencia y se seguirá haciendo cuando acabe: pero no de forma excepcional, sino gracias precisamente a las instituciones constitucionales. Después del terrorismo no hay que “inventar” nada políticamente nuevo –como quisieran los que lo han utilizado hasta ahora- sino recuperar la normalidad democrática cuyo ejercicio se ha visto obstaculizado por los delincuentes. Y por supuesto nada de lo vigente, es decir, de lo que hemos defendido y defendemos frente a la violencia, debe ser suspendido o puesto entre paréntesis: ni la aplicación normal de las leyes (cuyas sentencias no siempre gustan a todo el mundo: precisamente para eso están los jueces, en caso contrario la legalidad sería proclamada de nuevo cada día a mano alzada y en la plaza pública), ni por supuesto la Constitución, que es la expresión del derecho a decidir de todos los ciudadanos españoles. Fuera de eso, caben pocas concesiones y ninguna bajo amenazas de volver a las andadas: a tal efecto es muy útil el video informativo del PSOE sobre la tregua-trampa del 98, porque muestra un recital de actitudes de buena voluntad por parte de aquel Gobierno que estuvo bien intentar hace casi una década pero sería del género bobo repetir y aún menos ampliar ahora.

En el País Vasco, somos muchos los que tenemos esperanza hoy: igual que la tuvimos ayer y por eso salimos a la calle contra la imposición terrorista, igual que la tendríamos mañana si volvieran de nuevo los crímenes, ojalá nunca más ocurra. No es una esperanza de paz, porque en paz estamos ya hace casi treinta años, gracias al acuerdo establecido en la Constitución democrática. Es la esperanza de librarnos de una vez por todas de ETA y sus secuaces, obligándoles a renunciar definitivamente a la violencia y esperando que se resignen a defender su proyecto político por vía parlamentaria y sin esperar ningún trato de favor. Esta victoria es posible, claro que lo es: pero además de esperanza hay que tener coraje, no ganas de descansar o de hacer componendas oportunistas.

Para empezar, es importante salir el 6 de diciembre a la calle para celebrar nuestra fiesta, la fiesta de la Constitución, es decir la fiesta real de la paz democrática. Una fiesta que no excluye a nadie sino a quienes aún pretenden robarnos la ciudadanía y forzarnos a la unanimidad de la tribu o al exilio. Creo que cada vez son menos, pero en cualquier caso los demás no debemos ceder terreno y tenemos que estar ahí. Que se nos vea y que se nos oiga: en paz, con ánimo festivo, pero presentes.

Milton Friedman, economista

La gaceta de los Negocios 28/11/06

En los años 70, gracias a la labor de Milton Friedman, el modelo de Keynes quedó falseado
Fernando Méndez Ibisate

Milton Friedman, economista
EN mi anterior artículo sobre Friedman lamentaba haber tenido que dedicarlo, sobre todo, a aclarar los ataques personales de sus críticos sobre su visita al Chile de Pinochet, en lugar de glosar sus múltiples contribuciones a la teoría económica, difícilmente condensables en estas líneas.

Los excelentes artículos de Carlos Rodríguez Braun, de Juan José Dolado y Pedro Schwartz glosando sus contribuciones científicas, harían innecesario volver sobre Friedman como economista, si no fuese porque el lector de LA GACETA puede quedar confundido con las erróneas ideas que se deslizaban en un artículo de William Pfaff, titulado La Globalización, y concretamente con sus últimas líneas: “Milton Friedman acaba de morir. El monetarismo no morirá con él, pero se convertirá en una nota a pie de página para la historia económica. Keynes y el keynesianismo vuelven a atraer la atención… debido a su humanismo fundamental”.

En los años 70, gracias sobre todo a la labor de Milton Friedman desde finales de los cincuenta, pero también de otros muchos economistas que contribuyeron al avance del análisis económico, y con la adopción del modelo de expectativas racionales (Muth, 1961 y Lucas Jr., 1976) que incorpora con gran velocidad procesos de aprendizaje de los agentes económicos, el modelo de Keynes y el keynesiano quedaron falseados.

Otra cosa es que, a pesar de haberse demostrado su falsedad teórica y de aplicación práctica, políticos y gobernantes del mundo tengan especial interés en mantener viva su aplicación y postulados. Interés que se explica mediante el análisis del Public Choice, al que indirectamente contribuyó Milton Friedman. Su longevidad con plena lucidez le dio ciertas ventajas.

Tal interés radica no en que Keynes ni el keynesianismo postulen humanismo o humanidad, sino ignorancia e inoperancia tanto de los agentes privados como de los mercados, por lo que la aparición del burócrata o político benévolo y neutral, que resuelve todos nuestros problemas, resulta muy atractiva para tales agentes y para justificar la redistribución de nuestras rentas en su favor. Por cierto, muchos lobbies privados, entre otros sindicatos u organizaciones empresariales, se han apuntado a ese esquema.

El segundo puntillazo a la Teoría general (1936) de Keynes (el primero había venido de Hayek en los mismos años 30, aunque no tuvo mucho eco) lo dio Friedman con su Teoría de la función de consumo (1957). Plantea allí que la función de consumo de Keynes, cuya estructura se deriva de la observación y no del comportamiento racional, como se haría después, es una mala explicación del comportamiento de los agentes, ya que éstos diferencian entre un componente permanente y otro transitorio de su renta, actuando de modo distinto en sus decisiones de consumo y ahorro. Era el componente permanente (su expectativa de flujo de ingresos futuros) el que operaba sobre sus decisiones de consumo principales: las permanentes. Ello cuestionaba la idea del multiplicador (que depende de la propensión marginal a consumir) y la posibilidad de utilizar políticas de gasto público para impulsar la economía.

Fue precisamente la aplicación que hizo Muth de las expectativas racionales para proporcionar restricciones sobre un proceso estocástico de generación del ingreso, lo que transformaría la fórmula geométrica de distribución de retardos del ingreso permanente, de Friedman, en un predictor óptimo del ingreso. Friedman, no se olvide, tenía una excelente formación y experiencia estadística.

Sus aportaciones al avance de la teoría monetaria y la explicación de los fenómenos inflacionistas, cuyo origen se remonta a la Escolástica del siglo XVI (Martín de Azpilcueta en 1556), resumidas en la idea de que la inflación es un fenómeno monetario, le llevaron a propugnar reglas concretas y conocidas de antemano en materia de política monetaria por parte de las autoridades, ya que éstas ni controlan, ni lo hacen oportunamente (en cuantía y tiempo), las disponibilidades líquidas u oferta monetaria. Y, puesto que ésta sí afecta gravemente a corto plazo las decisiones de los agentes (inversión, actividad y empleo) y a largo plazo la inflación (alterando las funciones y esencia de la moneda), lo mejor era tocar la moneda lo menos posible.

No acaba aquí ni el pensamiento ni las aportaciones de Friedman. Pero que una idea o teoría ocupe más páginas en la historia no dice nada sobre su certeza, error, bondad o crueldad, ni sobre sus repercusiones. Simplemente habla de su poder de persuasión.

martes, 21 de noviembre de 2006

Asesinato en Amsterdam

ABC 21/11/06


"El multiculturalismo intenta conjurar una realidad difícil inventando un nombre, no una solución"
ÁLVARO DELGADO-GAL

Asesinato en Amsterdam
HA causado enorme revuelo en la zona anglo del mapa Murder in Amsterdam, el último libro de Ian Buruma. El subtítulo resulta bastante más instructivo que el título: «La muerte de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia». Buruma es medio inglés y medio holandés. Se crió y educó en Holanda, pero a los veintitantos años se sintió oprimido por la paz aplastante que gravitaba sobre su tierra natal y cruzó el mar. En la actualidad profesa ciencia política en Nueva York y escribe en la New York Review of Books, de la que es colaborador habitual. Impresionado por el asesinato de Theo van Gogh a manos de un islamista fanático de origen marroquí, decidió volver a la patria y enterarse de lo que estaba pasando. El libro, lo prevengo ya, no es bueno. Buruma utiliza la técnica que ya había usado Naipaul en su doble colección de ensayos sobre el Islam contemporáneo. El truco consiste en extremar la distancia que separa al escritor de los hechos y sus protagonistas, y dejar que las cosas hablen por sí solas. Buruma carece, no obstante, de la concentración mental y la magia literaria de Naipaul, y el relato se destensa y como desmaya a ratos. Parece que Buruma se hubiera administrado un sedante, que no es lo mismo que permanecer impasible y por encima de los acontecimientos. Sea como fuere, el asunto abordado es tan urgente, tan enorme, que arranca uno de la primera página y no suelta el volumen hasta que ha llegado a la última. Lo que se obtiene, y no en la forma de una predicción sino de un inventario de sucesos ya ocurridos, es un diagnóstico más que reservado sobre el estado de la democracia liberal en Europa. El autor habla sólo de Holanda. Resulta muy difícil, sin embargo, no extender sus reflexiones a otros países, próximos y quizá no tan próximos.

Buruma nos refiere dos historias, de las cuales una incluye el problema inmigratorio, y la segunda lo esquiva. Cabría conciliar ambos desarrollos diciendo que la inmigración ha actuado como un catalizador: ha añadido velocidad a un proceso degenerativo que se había iniciado antes de que la aparición de bolsas no asimiladas de población foránea sometiese el sistema a una presión sin precedentes. Vayamos por orden. Hasta los años cuarenta, la democracia holandesa estuvo gestionada por partidos confesionales. Los regenten, o notables de los partidos, chalaneaban y llegaban a acuerdos, y se iba tirando sin demasiados sobresaltos. Después de la guerra, se desenterró la fórmula antigua, con un cambio progresivo de etiquetas. Las denominaciones religiosas fueron substituidas por las siglas que distinguen a las formaciones políticas corrientes, en los países corrientes. Pero continuaron al mando los regenten, herederos de una sabiduría política que había sobrevivido a la invasión nazi. En esto, tuvo lugar un repentino desastre. Estalló el 68 holandés, el cual no se produjo realmente en el 68 sino en el 66. Ese año, el estallido anarquista de los provos —unos sesentayochistas avant la lettre— dejó a Holanda sin reglas de juego, o para ser más exactos, liquidó la organización moral de la nación. La moral, interpretada filosóficamente, consiste en una serie de principios, que el sujeto acepta y conscientemente hace suyos. En la práctica, la moral es menos sublime. Se compone de un haz de reflejos que sirve para que el personal no se salga de madre. Las sociedades moralizadas funcionan porque la gente concurre en no traspasar ciertos límites, o si se prefiere, porque tiende a remansarse en determinados lugares comunes. El prematuro mayo holandés dinamitó los lugares comunes y complicó enormemente el trabajo de los regenten. A los últimos les falló, de súbito, el suelo debajo de los pies.

La casta política holandesa reaccionó apretando el pedal de lo políticamente correcto. Es decir, decidió eludir los conflictos por el procedimiento de declarar a éstos inexistentes. La pequeña, confortable Holanda, imprimió a su rostro una expresión de falsa alegría obligatoria. Las imposturas gestuales, cuando duran demasiado, concluyen por adueñarse de nosotros. El gesto adquiere vida propia y se convierte en una suerte de pensamiento, un pensamiento postizo y todo él orientado a que no espigue ni crezca el pensamiento de verdad. No es posible recorrer el texto de Buruma sin llegar a la conclusión de que los políticos holandeses fueron descerebrándose conforme se aproximaba el fin del milenio. Fortuyn, el voyou de extrema derecha que tal vez habría conseguido ser primer ministro de no interponerse en su camino un ecologista homicida, barrió a los notables, o para ser más exactos, a sus carcasas risueñas, soltándoles cuatro frescas a la cara. Y es que, detrás de la fachada oficial, de la concordia por decreto, no quedaba ya nada. El invento europeo remató la ruina de la casta política. Las decisiones importantes se adoptaban, en teoría, fuera del perímetro nacional, y a los de dentro no les quedaba bola que rascar. Como es notorio, la UE ha debilitado las estructuras nacionales, pero no ha conseguido substituirlas. Los holandeses han comenzado a sentirse como niños expósitos en un mundo cada vez menos inteligible, y han dicho «no» a la Constitución europea. Holanda ha vuelto a estar en manos de sí misma. Lo inquietante, es que nadie está en situación de precisar qué significa esto exactamente.

La segunda historia de Buruma discurre en paralelo a la primera. Con una diferencia: interviene ahora, como elemento inédito, la inmigración. El argumento, en esencia, es que los notables no han sabido ver que el presente se parecía muy poco al pasado. En el XVII, los gomaristas habían estado a punto de implantar en el país una teocracia calvinista. No lo lograron, y en los siglos subsiguientes todo contribuyó a que las divergencias confesionales fueran cada vez menos relevantes. La idea de los regenten estribó en extender sus viejas técnicas conciliadoras a una sociedad que incluía también el islamismo. A eso se le llamó «multiculturalismo». Pero el multiculturalismo representa otra expresión de lo políticamente correcto. El multiculturalismo intenta conjurar una realidad difícil inventando un nombre, no una solución. Según hubo de admitirse después de que las denuncias de Fortuyn y el asesinato de Theo van Gogh introdujeran la cuestión en la agenda política, el islamismo se asemeja poco, muy poco, al calvinismo desbravado o al catolicismo desbravado sobre los que se habían proyectado las piruetas rutinarias de los regenten. El libro se cierra con una nota deportiva y ominosa. El autor se tropieza en Rótterdam con un grupo de hinchas encorajinados por la victoria reciente de la selección holandesa sobre la alemana. Todos son blancos, todos gordos, todos exhiben símbolos nacionales cuyo significado no comprenden, porque en Holanda ya no se estudia historia de Holanda ni nada que pueda enfrentar, siquiera levemente, a unos holandeses con otros. Los hinchas conminan a Buruma a sumarse a su exaltación patriótica. Buruma se suma, porque no le parece razonable perder dos dientes o una oreja por un puntillo de independencia intelectual. La conclusión de Buruma es doble. Primero, el mundo que anhelan los hinchas ha desaparecido, fatalmente. En 2015, los holandeses étnicos serán minoría en Ámsterdam. Ocurre además que las emociones, expulsadas del territorio público por la disciplina risueña de los regenten, se han refugiado en los estadios de fútbol. Las emociones proscritas resucitan, bajo formas proteicas y bárbaras. Buruma, desconozco con qué fundamento, nos ha remitido un ensayo fúnebre. Tras las conmociones de los treinta, vuelven a doblar las campanas en Europa. Es todavía un tañido confuso, lejano, equívoco. Pero vibra el aire, sutilmente.

Milton Friedman, in memoriam

La Gaceta de los Negocios 21/11/06

Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política
Fernando Méndez Ibisate

Milton Friedman, in memoriam
TAL vez porque ya era mayor (ha muerto con 94 años), el Nobel de Economía, Milton Friedman, no concitaba en los últimos años tanto rechazo y desafecto entre el público, en general, y entre su detractores, en particular, como en las décadas que van entre los 60 y los 90. Mi conjetura es que la evolución del análisis económico, junto con los hechos y la realidad, han ido dándole la razón en muchas de sus teorías e hipótesis, acallando los argumentos de sus enemigos, que, no obstante, han mantenido sus críticas personales; algo tan atractivo para quienes argumentan en términos ideológicos, dada su mayor comodidad y menor coste frente a la crítica científica.

No obstante, vistas las crónicas de su óbito en gran parte de la prensa, sobre todo nacional, cabe colegir que sus ideas no se han entendido plenamente y que desprestigiarle con argumentos ideológicos, que suelen reducirse a su visita al Chile del dictador Pinochet en 1975, se ha convertido en un juego. Le considero, por ello, un verdadero optimista, pues siempre creyó que había mermado mucho el clima general de la opinión pública que trata la acción gubernamental como cura de todo propósito para todo mal y que “hemos estado ganando la guerra de las ideas, aunque —reconocía— hayamos estado perdiendo la guerra en la práctica”.

Podría aceptarse, hipotéticamente, que la visita de marras fue una pifia, como pretenden keynesianos o socialistas (de izquierdas o de derechas) para extender errores y culpas a todos y que, así, a todos toque pedir perdón, si no fuese porque los hechos históricos tuvieron otro cariz. La colaboración entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile fue anterior y normalmente eran los estudiantes chilenos, como de otros países (entre ellos Oscar Lange y Abba Lerner, ambos profesores en el departamento de Economía), quienes participaban en seminarios y cursos especializados de la Universidad de Chicago. A diferencia de algunos de sus discípulos, Friedman nunca fue asesor económico de la Junta del criminal Pinochet y sus consejos se limitaron a una visita de seis días, invitado por una institución privada (el Banco Hipotecario), donde dictó una serie de conferencias sobre inflación (justo cuando ésta ahogaba la economía chilena), además de una entrevista con Pinochet. Dicho sea de paso, aunque no siempre las medidas adoptadas fueron friedmanitas ni tuvieron resultados positivos, las libertades económicas introducidas por Chile le han conferido el primer puesto de las economías latinoamericanas. Y, pese a todo, cabe recordar que Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política y que no hay una sin la otra. Pero además, como siempre recordó el propio Friedman, meses después realizó un viaje de 12 días a la dictadura comunista China, con numerosas comparecencias públicas y una entrevista de más de dos horas con el secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, donde dio los mismos consejos que en Chile para salir de la crisis y la inflación —control de la cantidad de dinero, liberalización de precios, privatización del sector público y eliminación de controles de precios y cambios— sin que por ello fuese acusado de ser un esbirro de la dictadura comunista.

Resulta lamentable que la prolífica obra de Friedman, de alto nivel científico e intelectual, quede sistemáticamente oscurecida por esos ataques ideológicos, a pesar de ser un economista que ha dedicado tiempo y esfuerzos tanto al análisis teórico y el trabajo científico como a la difusión de ideas (entrevistas o series de televisión) y su discusión en ámbitos más populares (revistas económicas generales, prensa o Internet), labor que no pocos académicos consideran menor e incluso despreciable. Parece que sus ideas han molestado, sobre todo a quienes han podido ver comprometidas sus posiciones de privilegio. Junto a Phelps derribó la construcción teórico-estadística de la curva de Phillips, último bastión del viejo keynesianismo. Pero antes, junto a Hayek, que llevaba luchando desde los 30, había derribado el modelo keynesiano construido por economistas teóricos que no hicieron justicia a la Teoría General de Keynes. Además de mantener viejas ideas vivas, como la teoría cuantitativa y el monetarismo, avanzó otras muchas en su crítica al intervencionismo e intromisión del poder político en la economía (renta permanente y transitoria, impuesto de la renta negativo, cheque escolar,…) y no trató, como se ha dicho, de comprobar empíricamente sus teorías, sino de refutarlas. Era, además de neoclásico, popperiano.

viernes, 17 de noviembre de 2006

¿Ciudadanos de España?

La Gaceta de los Negocios 17/11/06

El problema de fondo es que el nacionalismo no es sólo un fenómeno localizado en algunas zonas de España
José Luis González Quirós

¿Ciudadanos de España?
LA política, nada pródiga en debates de fondo, nos plantea estos días una cuestión realmente interesante: ¿es extensible al resto de España el éxito, siempre relativo pero promisorio, de los Ciutadans en Cataluña? Mucho de lo que se ha dicho en estos días al respecto incurre en el defecto, difícil de evitar, de confundir lo que se desea con lo que hay y, en relación con la posibilidad de que prenda el ejemplo de Ciutadans, han menudeado las exageraciones temerosas por parte de los dos grandes partidos. Trataré de enfocar la cuestión sin ese tipo de prejuicio. En primer lugar hay que revisar un problema de fondo y una pretensión sin mucho fundamento.

El problema de fondo es que el nacionalismo no es sólo un fenómeno localizado en algunas zonas de España, sino que la ley electoral vigente convierte con enorme facilidad al nacionalismo (una opción por la que se inclinan, en su conjunto, menos del 10% de los españoles) en el ganador virtual de todas las elecciones.

Los nacionalistas suelen gozar de una posición central en el equilibrio de votos entre los grandes partidos y aprovechan a fondo esa circunstancia en beneficio de sus clientelas (y en perjuicio del resto de españoles que, pese a quedarse atónitos, tienen que hacer acopio de paciencia). Basta con recordar que la legislación electoral se estableció pensando en un sistema de cuatro partidos, dos grandes en el centro (UCD y PSOE) y dos a sus flancos (AP y PCE). Dada la desaparición de los partidos “escolta”, el sistema favorece sistemáticamente el valor político del escaso voto nacionalista.

Esta situación sólo podría arreglarse con una modificación del sistema electoral que exigiría el acuerdo de los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, una reforma que, con Zapatero en el poder, es prácticamente impensable por conveniente que fuese para el conjunto de los españoles.

Lo interesante del fenómeno Ciutadans, que se rebela contra el nacionalismo obligatorio y contra las hipotecas que nos impone, es que ha roto una presunción muy arraigada pero que se ha comprobado falsa, a saber, la supuesta inamovilidad del sistema de partidos. Con una democracia que no ha cumplido los cuarenta, suponer que el sistema de partidos, con todas sus deficiencias y sus corruptelas, era ya inmutable constituía condena difícil de soportar y la irrupción de Ciutadans nos ha dado un respiro.

¿Quiere esto decir que la extensión de Ciutadans al resto de España va a ser fácil y deseable? Ni lo uno ni lo otro. Fácil no va a ser, deseable, depende. Si los grandes partidos aprendiesen la lección, Ciutadans lo tendría muy difícil, pero los grandes partidos son fuertemente reacios a las lecciones porque viven, sobre todo, de las ventajas del tamaño, no de las de la sutileza.

Para hablar de la deseabilidad habría que plantearse otra cuestión: ¿hay espacio ideológico para un partido como podría ser Ciudadanos de España? Para empezar, mi opinión es favorable, porque creo que, sobre todo en la izquierda del espectro, hay mucho hueco mal cubierto por el Partido Socialista que, a mi entender, sería el gran perjudicado de una irrupción exitosa de Ciudadanos en toda España. El Partido Popular también podría perder, pero tiene arreglo más fácil, si pierde ciertos miedos y tics adaptativos y hace bien sus deberes.

En realidad todo dependería del perfil definitivo que adoptase la nueva fuerza, cosa que no es fácil de saber y que va a depender, entre otras cosas, de lo que acaben haciendo en el Parlamento de Cataluña.

Lo que no cabe negar es que una nueva oferta política obligaría a los dos grandes partidos a definir mejor sus contornos, que el Partido Popular, por ejemplo, debería dejar de ser un partido disonante en algunas de las cuestiones que Ciudadanos podría hacer centrales, tales como el papel público de la religión, o que el PSOE tendría que dejar de hacer sus famosos apaños entre los intereses de sus amigos millonarios y los parias de la tierra. En fin, que el panorama podría ser más complejo pero más razonable y que, si el quicio que ocupan los nacionalistas fuese ocupado por Ciudadanos, tendríamos que hacerles unos cuantos monumentos.

El caso de Emily Brooker

La gaceta de los Negocios 16/11/06

Urgen mecanismos de defensa eficaz, si no queremos que nos arrebaten nuestra libertad
Ramón Pi

El caso de Emily Brooker
EMILY Brooker, estudiante de la escuela de Asistencia Social en la Universidad del Estado de Missouri, demandó a 13 autoridades universitarias, empezando por el rector, por haber violado su derecho a la libertad de expresión y a la libertad religiosa, haberla sometido a un juicio sin garantías y haberla sancionado injustamente a sabiendas. La historia, contada telegráficamente, es ésta: el profesor Frank G. Kauffman, después de haber permitido que un grupo del lobby homosexual se dirigiese a sus alumnos para hacer propaganda de sus intereses, les pasó a la firma una carta dirigida a las autoridades legislativas estatales a favor de la adopción de niños por homosexuales. Brooker se negó a firmarla alegando motivos de conciencia religiosa. Después de una sesión alucinante ante un comité de autoridades universitarias, en la que fue sometida a preguntas como “¿cree usted que la homosexualidad es pecado?” o “¿cree usted que yo soy un pecador?”, fue sancionada con la pena académica más grave, que significa un borrón en su expediente que le impedía graduarse con honores y le imposibilitaba seguir sus estudios en niveles superiores, entre otras cosas. La historia pormenorizada de este episodio, que venía de lejos, puede leerse en el texto de la demanda, que se encuentra en http://www.telladf.org/UserDocs/BrookerComplaint.pdf. no tiene desperdicio.En cuanto la universidad tuvo conocimiento de la acción legal, se puso en contacto con los abogados de Brooker, y se llegó al acuerdo extrajudicial de eliminar la sanción a la alumna recién graduada limpiándole el expediente, pagarle los estudios del siguiente nivel durante dos años en cualquier otra institución del Estado (aproximadamente 12.000 dólares), así como 3.000 dólares anuales durante esos dos años de estudios, pagarle además otros 9.000 dólares de indemnización por daños y perjuicios, y suspender de cualquier tarea docente al profesor Kauffman hasta el fin del semestre.El caso ha tenido cierta repercusión en medios universitarios y algunos importantes medios de comunicación no sólo locales, sino también nacionales. Este eco es buena y mala señal a la vez: buena, porque significa que la sociedad de Estados Unidos sigue viva y no renuncia a debatir materias sensibles y nada pacíficas, aunque estén sometidas a la dictadura de la corrección política. Mala, porque cuando el pleito puesto por la estudiante es noticia, quiere decir que no se trata de una actitud frecuente; también en Estados Unidos es excepcional el caso de resistencia a este tipo de presiones, mucho más numerosas que las que terminan resolviéndose en acciones judiciales.Emily Brooker ha tenido que sufrir un pequeño calvario hasta conseguir ver rehabilitado su expediente académico y hacer que el principal responsable, el profesor Kauffman, fuese el sancionado y no el sancionador. No todos los estudiantes tienen este temple, ni en Missouri ni en ningún sitio. Pero ella pudo disponer de los servicios jurídicos de ayuda del Alliance Defense Fund, organización dedicada a defender la libertad religiosa. No en todas partes existen iniciativas como ésta, que se da, y no por casualidad, en una de las sociedades más amantes de las libertades individuales del mundo. A mi entender, dos enseñanzas se desprenden de esta historia. La primera es que la libertad es flor delicada que requiere de cuidados continuos y amorosos, porque el riesgo de que se agoste está siempre presente. En Estados Unidos las pasiones humanas son las mismas que en el resto del planeta, pero allí, que son bien conscientes de que no están hechos de otra pasta, ponen los medios para corregir los abusos y abren la posibilidad de que cualquiera pueda defenderse de las amenazas contra el ejercicio de su libertad.La segunda es que lo que pasa en Estados Unidos llega pronto a toda Europa, y España ya no padece un retraso crónico de veinte años. Las presiones de los lobbies homosexuales ya las tenemos; la infección de los dogmas relativistas políticamente correctos está promovida por el mismo Gobierno, incluso en la escuela. Urgen mecanismos de defensa eficaz, si no queremos que nos arrebaten la libertad.

martes, 14 de noviembre de 2006

El proyecto liberal de España

La Gaceta de los Negocios 14/11/06

"No existe progreso sin una aportación a todo aquel conjunto que nos hace progresar"
Antxón Sarasqueta

El proyecto liberal de España
JOSÉ Luís Rodriguez Zapatero no ha ocultado nunca su visión bipolar de la política y de España (todo se reduce a su visión de las dos Españas enfrentadas: derecha-izquierda). A partir de ahí todo lo que hace se entiende. Porque es una visión anti-globalización que choca con la realidad. Esta realidad es global, y por tanto el liderazgo de una nación que se reduce al choque entre dos polos, destruye el sistema que tiene que gobernar al conjunto. Lo condena a la involución.

La imagen más visible y actual es la de unos terroristas y separatistas que imponen su doctrina. Acabamos de oír cómo uno de los portavoces de ETA-Batasuna le dice al presidente del Gobierno y al PSOE que rompan con la Constitución y con las leyes y que pacten con ellos. Lo cual es lógico, porque son la expresión más radical de la antiglobalización y los movimientos antisistema. Le han dicho a Zapatero que si quiere seguir negociando con ellos tiene que “liberarse de la legalidad, de la Constitución y de todas esas zarandajas”. Su objetivo es derribar el sistema.

Lo que para los que defienden el sistema de democracia liberal es tan sagrado, como la Constitución y las leyes, para los terroristas y la izquierda radical son “zarandajas”.

Resulta también lógico escuchar a los sindicatos policiales catalanes sorprenderse porque en el nuevo Gobierno autonómico de Cataluña se pone al frente de la seguridad a quien siempre se ha manifestado a favor de los movimientos anti-sistema. De igual forma que resulta lógica la imagen de un Gobierno de España que ha tenido que suspender una cumbre de ministros de la Unión Europea porque no está dispuesto a enfrentarse a los movimientos anti-sistema y garantizar la seguridad del evento. Son escenas diarias del mismo proceso de involución. Zapatero es un ejemplo de anti-globalización y es algo que todos los líderes tienen que tener muy presente. Especialmente quienes defienden un proyecto liberal de España. Defender un proyecto liberal de España y al mismo tiempo defender la autonomía como un todo frente al Estado es una contradicción. Lo mismo cabe decir de los ayuntamientos o de cualquier otro poder del Estado.

El proyecto liberal es el de una España global y por tanto con potencial de liderazgo y de progreso. Porque conecta con las corrientes modernizadoras y competitivas. Se trata de una España que no choca con la realidad ni entre sus propios poderes, sino que se refuerzan unos a otros. Una España que fortalece su capacidad como nación, como sociedad, y como poderes autonómicos y municipales.

Dicen algunos líderes políticos regionales y municipales para justificar sus posiciones, que su papel es “defender lo suyo”. La expresión lo dice todo. Hacen de lo suyo algo opuesto al conjunto del que forman parte. Como si defender lo suyo no exigiera defender el conjunto del que forman parte. En España empiezan a abundar los casos. Con su nuevo estatus en Cataluña han conseguido mas dinero del Estado a costa de otras autonomías. ¿Ha potenciado eso las expectativas de Cataluña y del resto de España? Al contrario, han crecido las tensiones políticas, han aumentado las desinversiones y la fuga de empresas, y los propios empresarios catalanes piden moderación al nuevo Gobierno de la izquierda radical (no se pide moderación al que se sabe que es moderado, sino al que se teme por radical).

Pero lo mismo se puede decir de la guerra del agua entre comunidades, o de la educación. Son fuerzas centrípetas hacia lo más local —y paleto— en rechazo de una realidad global. En su visión radical de las cosas Zapatero desarrolló una política de inmigración en contra del conjunto de la Unión Europea y de las propias comunidades autónomas.

El resultado ha sido un caos y un desastre para todos. Las comunidades autonómicas enfrentadas, y los gobiernos europeos desentendiéndose de la crisis provocada por el gobierno socialista.

Ningún líder político que defienda una democracia liberal y tenga una visión de futuro (que será más global cada día) puede caer en la contradicción de ofrecer eficacia y desarrollo a costa de perjudicar al conjunto del que forma parte. La realidad es la inversa. No hay progreso sin una aportación al conjunto que nos hace progresar.