martes, 28 de febrero de 2006

Víctimas

ELPAIS 28/02/06

ROSA MONTERO

Víctimas
No acudí a la masiva manifestación de las víctimas del sábado porque detesto la manipulación y capitalización del tema que está llevando a cabo el PP. Flaco favor le está haciendo este partido a la causa de las víctimas, la cual, por otra parte, me parece justísima y conmovedora. Como me pareció justa y valiente la famosa carta crítica de Rosa Díez de hace una semana. Además era un texto muy interesante, porque gracias a él pude enterarme de las recientes declaraciones al diario Gara de Pastor, el secretario general del PSOE en Vizcaya. Unas declaraciones que me han dejado bisoja. Entre otras cosas, decía: "Hay que atender el criterio de las víctimas (...) pero, por otra parte, hay que pedirles una cierta dosis de generosidad, a ambos sectores que, si se quiere, los personalizaremos en las víctimas y en los presos de la banda terrorista ETA". No sé, es como decir a las mujeres acuchilladas y apaleadas por sus parejas que lo que pasa es que tienen que ser más generosas y entender y ponerse al mismo nivel que sus verdugos, y que así todo irá divinamente. La violencia la ejercen sólo los etarras, por eso me resulta raro hablar de "ambos sectores" y de paz, porque no es una guerra entre dos bandos.
Estoy segura de que el Gobierno actúa con la mejor de las intenciones, pero cosas como las declaraciones de Pastor me dejan asustada. Así como no creo que ser más generosa con el marido violento proteja a la mujer maltratada, también me parece que la claudicación ante los terroristas puede traer más miedo y más opresión para una buena parte de la ciudadanía vasca. En fin, el futuro es tan difícil de predecir y sabemos todos tan poco, que realmente quisiera creer que con esta estrategia política tan dura hay al menos cierta posibilidad real de acabar dignamente con la violencia. Ojalá. Pero, la verdad, lo dudo mucho, aunque sólo sea porque toda la vida he pensado que un mal grave cometido hoy no puede originar buenas consecuencias el día de mañana. O, lo que es lo mismo: siempre he tenido la convicción moral de que el fin no justifica los medios. Y equiparar a los verdugos y a las víctimas me parece un comportamiento demasiado doloroso y miserable como para suponer que de ahí pueda nacer un futuro aceptable.

domingo, 26 de febrero de 2006

jueves, 23 de febrero de 2006

Sólo es lo que parece

EXPANSION 23/02/06

Florentino Portero

Sólo es lo que parece
No podemos negar a nuestros gobernantes la condición de hombres de su tiempo. Ellos más que nadie son conscientes de hasta qué punto la política en el siglo XXI es comunicación.
¡Qué diferencia con los probos populares, que siguen confundiendo administrar con gobernar, y comunicar con dar conferencias de prensa! El problema del Gobierno es que su ética es tan poco exigente que el uso que hacen de la comunicación resulta alarmante.Todos nosotros pudimos leer o escuchar que Estados Unidos ¡por fin! se sumaba a la gran iniciativa zapateril de la Alianza de las Civilizaciones. Incluso se recogía una entusiasta frase de Rice. Poco después ocurría lo mismo con el Vaticano. A pesar de que las relaciones no andan por su mejor momento y que la estrategia de acoso y derribo de Moratinos no había dado resultado con la Santa Sede, nos informaron de que también allí se habían dado cuenta de las bondades de la iniciativa y se habían sumado. No nos iba a quedar más remedio que reconocer que, al final, nuestra diplomacia había comenzado a cosechar triunfos.Sin embargo, poco después pudimos comprobar que las apariencias engañan. Ni EEUU ni la Santa Sede se han sumado a la Alianza. Se han limitado a responder a las solicitudes españolas de incorporación afirmando que algunos aspectos del trabajo del Grupo de Alto Nivel coinciden con sus líneas de trabajo y que están dispuestos a colaborar en esos aspectos concretos. A todo el mundo le parece bien que se hable aquello que separa y preocupa. Nadie tiene inconveniente, sino todo lo contrario, en explorar posibles vías de entendimiento entre las distintas iglesias. Desde luego, no es lo mismo que habíamos creído comprender..., pero que más nada ¿cuántos se habrán dado cuenta?En circunstancias normales, España se sentiría humillada si una iniciativa tan ambiciosa no hubiera sido aceptada por EEUU y el Vaticano. No es el caso. Con la poca vergüenza de la que hacen gala, no tienen reparo en transformar un no en un sí, un rechazo en una aceptación. La mayor parte de los medios de comunicación están dispuestos a hacerles el juego, y el españolito medio continúa viviendo en la inopia.La realidad es muy distinta. Lo característico de la Alianza no es la voluntad de diálogo entre Occidente y el Islam, sino de sumisión a sus exigencias. Así quedó claro en el artículo que Zapatero y Erdogan publicaron en el International Herald Tribune, y por eso las naciones más solventes prefieren considerar, en palabras de Blair, una “alianza de civilizados”. Pero, ¡qué más da! ¿Quién se va a dar cuenta?

miércoles, 22 de febrero de 2006

Pensiones en entredicho

EXPANSIÓN 22/02/06

EDITORIAL
Pensiones en entredicho

La aparente salud de la Seguridad Social en España no debe­ría nublar las debilidades que amenazan con generar a medio plazo un grave agujero financiero en el sistema. No es un alar­mismo injustificado. Sobre los riesgos reales de una insuficien­cia financiera han alertado organismos multilaterales, como el FMI o la OCDE, y ayer mismo, la Comisión Europea apremió a las autoridades españolas para que aborden reformas encami­nadas a paliar las distorsiones producidas por el notable enve­jecimiento demográfico, y garantizar así la sostenibilidad de las prestaciones en el futuro. La Seguridad Social ha recibido en los últimos años un espaldarazo con la llegada masiva de in­migrantes, en la medida en que se iban convirtiendo en nuevos cotizantes para apuntalar la financiación de las jubilaciones. En términos puramente nominales, la proporción entre pobla­ción ocupada y jubilados mantiene una proporción aceptable, gracias al aluvión de trabajadores inmigrantes, que ha depara­do unos años realmente boyantes. Pero estamos, desafortunadamente, ante un espejismo de bonanza, que se está desvane­ciendo a medida que el ritmo de crecimiento de los ingresos es inferior al de los pagos. Este desequilibrio se produce porque la mayoría de los nuevos cotizantes son inmigrantes con suel­dos modestos, o contratados temporales, lo que significa que aportan poco dinero en concepto de cotizaciones. No hace fal­ta ser un experto para intuir el resultado de esta desproporción al cabo de unos años. Los políticos tienen tendencia a aparcar los problemas hasta que empiezan a ser realmente acuciantes, en cuyo caso las eventuales soluciones suelen ser menos efica­ces o más dolorosas. A día de hoy, desconocemos cuál es el es­tado de las opacas negociaciones entre Gobierno, patronal y sindicatos para reformar el sistema de la Seguridad Social, en el marco del Pacto de Toledo. A este paso, se corre el riesgo de que la legislatura se cierre sin haber abordado imprescindibles e inaplazables reformas para racionalizar las prestaciones, esto es, para que el sistema sea más equitativo y suficiente. Se re­quiere, pues, una mayor proporcionalidad entre lo cotizado y la prestación, lo que indefectiblemente significa alargar a toda la vida laboral el periodo para calcular la pensión; un aumento paulatino en la edad efectiva de la jubilación, y un estímulo al desarrollo de las pensiones complementarias en las empresas, en particular en las pymes, que concentran el 80% de los traba­jadores. Tales medidas implican recortes, pero son necesarios. Adoptar la táctica del avestruz sólo servirá para trasladar el problema, agravado, a las generaciones futuras.

La sombra de Stalin

ABC 22/02/06

EDITORIAL
La sombra de Stalin

EL comunismo soviético se libró de su Nuremberg, a pesar de haber sido un régimen tan genocida como el nazi. Su posterior contribución a la derrota de Hitler -mérito exclusivo del heroico pueblo ruso, no de la jerarquía del Kremlin- acabó transformada en una carta de impunidad. La caída del Muro de Berlín no dio paso a ningún juicio histórico ni legal, más allá de contadas explosiones de venganza, como la que acabó con la vida del dictador rumano Ceaucescu. Los comunistas reconvertidos, legítimamente, en demócratas se incorporaron a las recién estrenadas democracias, en ocasiones con éxito. Y así es como, hoy, el imperio soviético es recordado como el alter ego del nazismo, aunque una buena parte de la izquierda europea siga añorando la utopía comunista como la nave nodriza de su ideología. Por esta afección inexplicable a una imagen falsa de lo que fue la tiranía soviética, el Grupo Socialista se opuso a la resolución de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa que, en enero pasado, condenó los crímenes de los regímenes comunistas. Sólo entre la Unión Soviética, China, Corea del Norte y Camboya suman 89 millones de muertos, según el informe previo a la resolución del Consejo de Europa. Aun así, hubo socialistas que propusieron condenar los crímenes pero «no al comunismo, ni a los partidos comunistas», como si esos asesinatos no hubieran tenido autores, ni éstos una ideología determinada.Por su parte, el actual Gobierno ruso, embarcado en una reimplantación de la historia imperial y soviética del país, parece decidido a rehabilitar la figura de Stalin. El pasado año, con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de la derrota nazi, numerosos historiadores e intelectuales denunciaron que el Gobierno de Putin estaba promoviendo la recuperación histórica del genocida soviético. El último episodio de esta campaña de imagen ha sido la conservación bajo secreto, en contra de lo anunciado, del informe que Jruschov leyó en 1956, ante el Congreso del PCUS, sobre los crímenes de Stalin. La custodia de esta acta de acusación es un síntoma peligroso de que el Gobierno ruso interpreta mal su pasado y encara de peor manera su futuro. Y, sobre todo, es un indicio preocupante de las inclinaciones de su máximo dirigente, Vladimir Putin.

SIN DIOS

El Pais 22/02/06

Sin dios
ELVIRA LINDO

Los que andamos por la vida sin estar seguros de nada no encajamos en el mundo cerrado de las ideologías. Eso nos hace estar solos, sin partido, sin fe, sin camarilla, sin grupo de presión, sin lobby, sin dios, sin los tuyos, sin los suyos, sin perrito que nos ladre, sin nadie, a la intemperie. Esa soledad a la que te arroja la duda permanente hace que se tambaleen hasta las pocas cosas que tienes claras. Esta semana, columnistas, diplomáticos y expertos cargados de razones históricas y de una abrumadora documentación escribieron sobre el mal gusto de las dichosas viñetas. Alguno llegó a decir que tan temibles son los fanáticos de la libertad como los fanáticos religiosos, alguno llegó a etiquetar a los que manifestaron su defensa de los valores democráticos como arrogantes, soberbios, derechistas, racistas y no se sabe cuántos adjetivos más para anular al contrario. Pero no hay sólo un tipo de contrario, ésa es la mentira. Entre los que han defendido estos días la libertad de expresión los hay conservadores y ultraconservadores, pero también progresistas, los hay ateos pero también creyentes, los hay de su padre y de su madre. Da la impresión, además, de que para reforzar los argumentos multiculturales los expertos siempre han de remontarse al siglo XII y abrumar con datos, como si buscaran vencer al contrario sepultándole bajo una avalancha confusa de sabiduría. El efecto para un enfermo de dudas tras digerir esas densas piezas periodísticas es: ¿será verdad que mi soberbia occidental no me deja ver con claridad lo que debería ser un respeto obligado? Fue entonces cuando apareció el sábado como un milagro de lucidez el discurso que Ayaan Hirsi Ali, diputada holandesa de origen somalí, pronunció en Berlín. Ella no habla de oídas, habla de lo que ha padecido, de su vida amenazada, de lo que es ser mujer en un entorno en el que la voluntad femenina (que también es libertad de expresión) no vale nada, habla de la necesidad de defender esos derechos sagrados, sí, sagrados, que un país europeo le ha concedido. Claro que entendemos el difícil equilibrio del mundo, pero, díganme, qué hacemos con esta mujer, con esta disidente de su propia religión, qué hacemos con las mujeres firmemente decididas a apoyar a esas otras que conviven con nosotros pero que están anuladas. ¿Hay que remontarse al siglo XII para responder a esta pregunta?

martes, 21 de febrero de 2006

La sociedad abierta, entre Popper y Freud

ABC 21/02/06

La sociedad abierta, entre Popper y Freud
Por J. J. ARMAS MARCELOEscritor

... El mundo como universo laico es una conquista de la sociedad abierta a la que Karl Popper advertía de sus muchos enemigos e innumerables peligros...CON una muy particular visión de la crisis, la danesa Anette K. Olesen, directora de cine, ha encontrado tal vez sin buscarla -como le gustaba decir a Picasso- una solución al gran conflicto creado desde su país, Dinamarca, por las caricaturas de Mahoma entre todo el orbe europeo y el mundo islámico: tomar abiertamente partido por la tesis musulmana y la de todos quienes, desde Europa, defienden el sentido obligatorio del respeto a las religiones por encima de la libertad de expresión.Hace unos días, Olesen presentó en el Festival de Berlín su película One to one, en la que se narran los amores de un palestino enamorado de una danesa y los conflictos que derivan de este episodio sentimental por las diferencias de culturas. La directora de cine, en declaraciones a la prensa destacada en la Berlinale, culpa directamente a los políticos de su país de la crisis de las caricaturas, bajo la cual subyace en bastante medida, según ella, la incapacidad de la sociedad danesa para asumir el creciente fenómeno de la inmigración. «Llevamos cinco años oyendo decir a los políticos daneses todo tipo de barbaridades sobre los inmigrantes», afirma Olesen, «y ha bastado que un periódico haya tenido la ocurrencia de publicar esta basura para que el frágil equilibrio que nos unía desaparezca». Cuando se le hizo alusión a la libertad de expresión, y a su defensa como uno de los valores irrenunciables de Occidente, Olesen volvió a ser contundente al aliarse con los criterios del actual gobierno iraní: «¿Libertad de expresión? Me gustaría preguntar si los dibujos publicados en la prensa alemana en los que se ridiculizaba a los judíos también formaban parte de ese concepto...».Tengo para mí que Olesen -como otros tantos, tal vez demasiados- olvida, precisamente en este caso y en estos tiempos, la fecha de la Declaración de los Derechos Humanos y lo que significan sus conquistas esenciales para un mundo cuya civilización y cultura, después de mucha sangre, totalitarismos, abusos y desafueros, consiguió mal que bien la separación entre el poder religioso y el poder político. Hasta el punto de poder declararnos laicos sin temor a que los inquisidores nos condenaran en plaza pública como los infieles o apóstatas que no obedecen ni tienen en cuenta en sus vidas cotidianas los preceptos religiosos de obligado cumplimiento.El mundo como universo laico es una conquista de la sociedad abierta a la que Karl Popper, que evitó en toda su vida los cafés literarios y fue tenido por infiel durante los años triunfales del estalinismo, advertía de sus muchos enemigos e innumerables peligros. El del integrismo religioso, venga de donde venga, incluso si viniera de Europa (lo que sería mucho peor), es uno de ellos. Hoy, como volvería a declarar Popper, que ya lo dijo cuando todavía no había caído el muro de Berlín, la miseria prácticamente ha desaparecido de Europa occidental, las excesivas disparidades sociales ya no son un abismo insalvable, ni por religión ni por política, la libertad de elección del individuo es inmensa, la educación es un derecho y un deber de todos, la responsabilidad en todos sus sentidos ha progresado; el paro, la esclavitud y la crueldad cotidiana, a pesar de los pesares, no son invencibles. Y todo se ha producido en un tiempo muy corto: tras la Segunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín. Todos esos son hechos «occidentales», que se pueden y deben matizar, pero que resultan incuestionables si comparamos nuestro tiempo, nuestra cultura y nuestra civilización, con todos los matices que se quieran (Buenas noches, y buena suerte), con cualquier otro periodo que se elija al azar. O con cualquier otro ámbito donde la religión -por ejemplo, el mundo musulmán- ocupe un vértice tan esencial que nadie está libre de pecado, porque la religión no sólo es la ley sino la ley suprema de la convivencia cotidiana.Como antaño, cuando los tiempos de la Guerra Fría presagiaban una última batalla nuclear, regresan los miedos a Europa tras los atentados terroristas islamistas contra las Torres Gemelas, Londres, Madrid y otras grandes capitales del mundo. Otra vez el tópico de la libertad del miedo se abre camino y cercena las esperanzas de la sociedad abierta. Y la amenaza de nuevos e inmediatos atentados hace crecer ese miedo y pone a reflexionar a los gobiernos europeos, y a muchos intelectuales, articulistas y politólogos. Cogidos entre el miedo a un subyacente fundamentalismo cristiano y el pavor a un creciente fundamentalismo islamista, deciden caminar casi siempre por el medio de la calle, medida en principio de diplomática prudencia política, para acabar pidiendo perdón por la ofensa blasfema (una manera nada sutil de rendir cuentas al ofendido) y buscar vías de encuentro. Todo ello a sabiendas de que una doctrina religiosa que impide a la libertad de expresión la crítica a los mismos símbolos religiosos no cederá ni un ápice si el mundo europeo, con todos sus poderes laicos, decide perder pie, ceder en esa libertad de expresión y permitir que los fundamentalistas ganen una partida tan complicada y trascendental como la que está en juego.Algunos incluso sugieren desde la izquierda, utilizando su legítimo e imprescindible derecho a la libertad, que esa no es hoy precisamente la batalla de la libertad (otra vez la pregunta de Lenin: libertad, ¿para qué?). Como en los tiempos de la Guerra Fría, Olesen dice lo mismo que decenas de renombrados intelectuales y políticos europeos: todavía vivimos en un infierno moral, y no se deben hacer comparaciones imprudentes entre civilizaciones (so pena de equivocarnos), aunque para ello tengamos que destruir la libertad de Europa con el pretexto de que esa libertad (lo que suena a viejo) no es más que una ilusión política en muchos casos.Contra esa tibieza en exceso relativista, se ha alzado, entre otros discordantes (Buenas noches, y buena suerte, Francia) en la línea de Savater, Mendoza o Vargas Llosa, la voz de Max Gallo, ex portavoz de Mitterrand y defensor de las libertades. Gallo, con el que quiero mostrar aquí mi acuerdo sin ningún tipo de matices, viene a decir que el multiculturalismo -frente a la inteligencia política del integracionismo- es un venenoso error para Europa y todo Occidente y que defender la cultura propia, y en este caso de las caricaturas del Profeta a la libertad de expresión, ante otra ajena no significa rechazar a las demás. Y añade, frente a quienes creen lo contrario (algunos gobiernos europeos, que han dejado solo al danés, incluidos): «No ceder en los principios esenciales es el mejor servicio que podemos hacer a los más moderados dentro del Islam». La invitación de los islamistas más integristas es, para Max Gallo, de una claridad manifiesta: piensen ustedes como nosotros (amordácense ustedes) y así no tendremos que censurarlos. ¿Y si no, si queremos seguir manteniendo la libertad de expresión como una de las más importantes expresiones de la libertad? Entonces seremos amenazados y lo seremos cada vez que la ley islámica lo considere una falta de respeto. ¿Por qué, entonces, vemos cómo tantos sufren otra vez la ceguera intelectual? Ahí vuelven a coincidir Popper y Gallo: es, Freud por medio, miedo a la libertad, una cuestión esencialmente psicológica, de mala conciencia moral y política.

lunes, 20 de febrero de 2006

A vueltas con Voltaire

EXPANSIÓN 20/02/2006

A vueltas con Voltaire
Tom Burns


Creo que hay que seguir machacan­do, traca traca, con esto de las Viñetas y Voltaire y tener la cabeza clara sobre lo que está en juego. Y creo que en todo ello hay que tener muy presente a François-Marie Arouet, alias Voltaire, nacido en París poco antes del co­mienzo del siglo de las Luces. Soy, por lo general, escéptico, pero creo en la importancia de la libertad de expre­sión con la misma certeza que enmar­co las contadas creencias íntimas que me acompañan. En eso, uno es liberal.
El riguroso analista que es David Mathieson, al comentar en estas pági­nas, la semana pasada, la bronca mu­sulmana que han provocado las viñe­tas satíricas sobre Mahoma (EXPAN­SIÓN, 15 de febrero), nos recordaba el célebre compromiso de Voltaire de de­fender hasta la muerte el derecho a de­cir lo que se quiera aun estando en profundo desacuerdo con lo que se di­ce. Me temo que, cómodamente insta­lados como estamos en la democracia propia de un Estado liberal, no somos conscientes de nuestra deuda con la Ilustración; el estudio de la historia cae en desuso y, al paso que vamos, pocos sabrán cosa alguna de ese espíritu independiente volteriano y de las bata­llas que se libraron, a lo largo del XVII, contra el absolutismo y la superstición. Libertad de expresión
Estamos cuestionando la libertad de expresión y me pregunto por lo que di­ría de nosotros en esta tesitura ese agi­tador de gente relajada que fue Voltai­re, educado por los jesuitas pero capaz de escaparse de ellos con su agnosti­cismo racional, que conoció a John Locke y a Isaac Newton cuando viajó a Inglaterra para refrescar sus ideas, y que colocó su Cándido en el canon im­prescindible de nuestra experiencia y conocimiento occidental. Se me ocu­rre que Voltaire diría que somos tan cobardes como tontos. Algo parecido hubiera dicho Winston Churchill, que también sabía mucho de los riesgos que incurren las políticas de apacigua­miento.
Tengo la certeza de que con cual­quier cuestionamiento de la libertad de expresión que surge como timorata reacción ante la protesta violenta de la manipulada chusma del fanatismo is­lámico, todo nuestro sistema de liber­tades se coloca en el disparadero por­que la libertad de expresión es la pie­dra angular sobre la cual se edifican to­das las demás. Eso nos lo enseñan los clásicos. Por tener libertad de expre­sión nos enteramos de las obscenida­des cometidas por carceleros estadou­nidenses en el penal de Abu Ghraib, de las sádicas bestialidades de la tropa británica, y desde hace tiempo cono­cemos ambos comportamientos en Guantánamo. Todo eso y más es el pan nuestro de cada día en los regímenes totalitarios del mundo islámico, y aña­diría a la Cuba que rodea Guantánamo, pero de ello no nos enteramos. Esta libertad de expresión es la grandeza del estado liberal.
Me parece degradante y horripilan­te el espectáculo que han dado tantos líderes occidentales cuando se han apresurado a distanciarse de las dicho­sas viñetas danesas que tanto han ofendido al mundo del Islam y han ofrecido excusas a todo musulmán que tenían a mano. Esto de compren­der y compartir el dolor de los que se manifestaban ultrajados me parece tan falso como necio y, lo que es peor, peli­groso.
El peligro lo escenifica perfecta­mente un profesor de historia llamado Faisal Devji, que da clases en ese tem­plo de tolerancia progresista que es la New School de Manhattan, y que se ha dado a conocer a un gran público con su reivindicación de la ética de Al­Qaeda. Lo que viene a decir es que la li­bertad de expresión no tiene sentido alguno para los cientos de millones de creyentes conectados por medios glo­balizados, que conforman el entorno musulmán desde Filipinas hasta el Ní­ger. Pasan olímpicamente del estado li­beral, de la nación y de la ciudadanía que la sustenta y, por supuesto, no otorgan valor alguno a la libertad de expresión de Voltaire y compañía por­que no les llegó nunca al siglo de las Luces. Escribiendo la semana pasada en el Financial Times, Faisal Devji ex­plicó, de una manera muy confusa, que lo que retaba a la democracia liberal no era el absolutismo del pasado sino el Islam del futuro mundo digitalizado.A mí, como supongo que a cual­quiera, el paradigma islámico de un mundo nuevo me suena al nazismo y el fascismo que derrotaron las demo­cracias liberales en la Segunda Gue­rra Mundial y al comunismo que fue derrotado en la Guerra Fría. Y, a la vez, refuerza mi convicción de que, conseguida algo así como la paz per­petua en Occidente, estamos ante el Choque de Civilizaciones. Si hay diá­logo que comience con el respeto a nuestros propios valores. Y esto sig­nifica que los musulmanes tienen que entender que los ciudadanos occi­dentales tienen el derecho de criticar, de ridiculizar y hasta de mofarse de su religión como lo hacen un día sí y otro también de su propia herencia judeo-cristiana. El Islam no tienen ningún derecho especial de protec­ción en el toma y daca intelectual, po­lítico y social de una ciudadanía que se hizo mayor con la Ilustración. Pro­poner medidas contra la blasfemia es retroceder doscientos cincuenta años y lapidar de nuevo a Voltaire.

Soy una disidente del islam

LAS CARICATURAS DE LA DISCORDIA

EL PAÍS - Internacional - 18-02-2006
Soy una disidente del islam
AYAAN HIRSI ALÍ

Estoy aquí para defender el derecho a ofender.
Creo firmemente que este vulnerable empeño llamado democracia no puede existir sin libertad de expresión, en especial en los medios de comunicación. Los periodistas no deben renunciar al deber de hablar libremente, un derecho que en otros hemisferios se le niega a la gente. Mi opinión es que el Jyllands-Posten hizo bien en publicar los dibujos de Mahoma y que otros periódicos europeos hicieron bien en reproducirlos.
Repasemos el caso. El autor de un libro para niños sobre el profeta Mahoma no podía encontrar ilustraciones para su texto. Dijo que los ilustradores se autocensuraban por miedo a reacciones violentas de los musulmanes, para quienes está prohibido representar al Profeta. El diario Jyllands-Posten decidió investigarlo. Pensaron -con razón- que ese tipo de autocensura tiene consecuencias importantes para la democracia. Como periodistas, su deber era solicitar y publicar los dibujos.
Debería darles vergüenza a los periódicos y canales de televisión que no tuvieron el valor de mostrar a sus lectores las famosas caricaturas. Esos intelectuales que viven gracias a la libertad de expresión, pero aceptan la censura, esconden su mediocridad de espíritu detrás de palabras grandilocuentes como "responsabilidad" y "sensibilidad", pero son unos cobardes.
Debería darles vergüenza también a esos políticos que afirmaron que publicar y reproducir los dibujos era "innecesario", "insensible" e "irrespetuoso", que estaba "mal". Creo que el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, actuó acertadamente cuando se negó a entrevistarse con representantes de los regímenes tiránicos que le pedían que reprimiera a la prensa. Deberíamos ofrecerle nuestro apoyo moral y material; es un ejemplo para todos los demás líderes europeos. Ojalá mi primer ministro tuviera las agallas de Rasmussen.
Debería darles vergüenza a esas empresas europeas que han puesto anuncios en los que proclaman "no somos daneses" o "no vendemos productos daneses". Eso es cobardía. Después de esto, el chocolate Nestlé nunca volverá a saber igual, ¿verdad? Los Estados miembros de la UE deberían compensar a las empresas danesas por el daño que les han supuesto los boicoteos. La libertad no es barata. Merece la pena pagar unos cuantos millones de euros por defender la libertad de expresión. Si nuestros Gobiernos no ayudan a nuestros amigos escandinavos, confío en que los ciudadanos organicen una campaña de donaciones para las empresas danesas.
Nos han inundado de opiniones sobre el mal gusto y la falta de tacto de los dibujos, han subrayado que éstos no han engendrado más que violencia y discordia. Muchos se han preguntado para qué han servido. Pues bien, su publicación ha servido para confirmar que existe un miedo generalizado entre los autores, cineastas, dibujantes y periodistas que desean describir, analizar o criticar los aspectos intolerantes del islam en toda Europa.
También ha desvelado la presencia en Europa de una minoría importante que no comprende o no acepta los mecanismos de la democracia liberal. Unas personas -muchas de ellas, con pasaporte europeo- que han propugnado la censura, los boicots, la violencia y unas leyes nuevas que prohíban la islamofobia.
Además, los dibujos han mostrado a la opinión pública que existen países dispuestos a infringir la inmunidad diplomática por motivos de conveniencia política. Gobiernos perversos como el de Arabia Saudí organizan movimientos populares para boicotear la leche y el yogur de Dinamarca, cuando, en realidad, aplastaría sin piedad cualquier movimiento popular que luchase para obtener el derecho al voto.
Hoy estoy aquí para defender el derecho a ofender dentro de los límites que marca la ley. Es posible que se pregunten: ¿Por qué Berlín? ¿Y por qué yo?
Berlín es un lugar importante en la historia de las luchas ideológicas sobre la libertad. Ésta es la ciudad en la que un muro mantenía a la gente dentro de los confines del Estado comunista. Fue la ciudad en la que se centró el combate de las ideas. Los defensores de la sociedad abierta hablaban a la gente sobre los defectos del comunismo. Pero la obra de Marx era objeto de discusión en las universidades, las páginas de opinión de los periódicos y las escuelas. Los disidentes huidos del Este podían escribir, hacer películas, dibujar y utilizar su creatividad para convencer a los ciudadanos de Occidente de que el comunismo no era, ni mucho menos, el paraíso en la Tierra. A pesar de la censura brutal en el Este y la autocensura de muchos occidentales que idealizaban y defendían el comunismo, la batalla acabó por ganarse.
Hoy, el reto al que se enfrenta la sociedad libre es el islamismo, una doctrina atribuida a un hombre que se llamaba Mahoma Abdulá, que vivió en el siglo VII y a quien se considera un profeta. Muchos de sus seguidores son personas pacíficas; no todos los musulmanes son unos fanáticos, y quiero dejar muy claro que tienen perfecto derecho a ser fieles a sus creencias. Sin embargo, dentro del islam, existe un movimiento intransigente que rechaza las libertades democráticas y pretende destruirlas. Estos islamistas tratan de convencer a otros musulmanes de que su forma de vida es la mejor. Pero, cuando quienes se oponen al islamismo intentan denunciar las falacias ocultas en las enseñanzas de Mahoma, entonces se les acusa de ser blasfemos, socialmente irresponsables e incluso islamófobos o racistas.
No se trata de raza, color ni tradiciones. Se trata de un conflicto de ideas que trasciende las razas y las fronteras.
¿Por qué yo? Yo soy una disidente, como aquellos habitantes de la parte oriental de esta ciudad que huían a Occidente. Yo también he huido a Occidente. Nací en Somalia y crecí en Arabia Saudí y Kenia. Seguí con fidelidad las normas dictadas por el profeta Mahoma. Como los miles de personas que se han manifestado contra los dibujos daneses, pensaba que Mahoma era perfecto, la única fuente del bien, el único criterio para distinguir entre el bien y el mal. En 1989, cuando Jomeini ordenó que mataran a Salman Rushdie, pensé que tenía razón. Ahora no.
Creo que el profeta se equivocó al situarse a sí mismo y sus ideas por encima de las críticas.
Creo que el profeta Mahoma se equivocó al dictar que las mujeres estuvieran subordinadas a los hombres.
Creo que el profeta Mahoma se equivocó al decretar que se asesinara a los homosexuales.
Creo que el profeta Mahoma se equivocó al decir que había que matar a los apóstatas.
Se equivocó al decir que a las adúlteras había que azotarlas y lapidarlas y a los ladrones había que cortarles las manos.
Se equivocó al decir que quienes mueren en nombre de Alá serán recompensados con el paraíso.
Se equivocó al afirmar que sólo se podía construir una sociedad justa basándose en sus ideas.
El profeta Mahoma hizo y dijo cosas buenas. Animó a ser caritativos con los demás. Pero pienso que también fue irrespetuoso e insensible hacia quienes no estaban de acuerdo con él. En mi opinión, está bien hacer dibujos y películas que critiquen a Mahoma, y es necesario escribir libros sobre él, para educar a los ciudadanos.
No deseo ofender ningún sentimiento religioso, pero no estoy dispuesta a someterme a la tiranía. Exigir que unas personas que no aceptan las enseñanzas de Mahoma se abstengan de hacer dibujos de él no es reclamar respeto, sino sumisión.
No soy la única disidente que existe en el islam. Hay más como yo en Occidente. Si no tienen guardaespaldas, viven con identidades falsas para protegerse. Y también hay otros que se niegan a conformarse: en Teherán, en Doha y en Riad, en Ammán y El Cairo, en Jartum y Mogadiscio, en Lahore y Kabul.
Los disidentes del islamismo, como los del comunismo, no tenemos bombas nucleares ni armas de ningún otro tipo. No contamos con dinero del petróleo como los saudíes. No quemamos embajadas ni banderas. Nos negamos a dejarnos arrastrar por un frenesí de violencia colectiva. Somos demasiado pocos y estamos demasiado dispersos para ser un colectivo. En Occidente, nuestra presencia electoral es prácticamente nula.
Lo único que tenemos son nuestras ideas; y lo único que pedimos es la oportunidad de expresarlas.
Nuestros oponentes emplean la fuerza para callarnos. Utilizan la manipulación; aseguran que se sienten mortalmente ofendidos. Explican que tenemos un desequilibrio mental y que no se nos puede tomar en serio. Los defensores del comunismo también empleaban esos métodos. Nuestra lucha puede parecer difícil y confusa, pero soy optimista. Berlín es una ciudad que anima al optimismo. El comunismo fracasó. El muro se derribó. Un día, el muro virtual que separa a los amantes de la libertad de quienes sucumben a la seducción y la seguridad de las ideas totalitarias también caerá.