lunes, 27 de marzo de 2006

Lo que Rajoy debería decir mañana en La Moncloa

Expansión 27/03/06

Tom Burns

Lo que Rajoy debería decir mañana en La Moncloa
Después de digerir lo mucho que se ha dicho y escrito desde que ETA anunció un “alto el fuego permanente”, el miércoles pasado, ensayemos lo que debería decir Mariano Rajoy a José Luis Rodríguez Zapatero cuando mañana acuda al Palacio de la Moncloa. Hagamos un guión que revise la oportunidad política que se presenta, el marco democrático y los derechos inalienables a la libertad y la vida. Por mi parte, ofrezco el siguente.
Como hombre con una larga carrera ministerial a sus espaldas y líder de una leal oposición que constituye la garantía, fundamental en toda democracia, de una alternancia de poder, Rajoy debería comenzar con el ofrecimiento de su total apoyo a las negociaciones que en su día iniciará el Gobierno legítimo de la nación con la banda terrorista. Esta mesa negociadora, por utilizar el léxico actual, tiene como función la de resolver el problema personal, por llamarlo de alguna manera, de los miembros de ETA y de su entorno, y el de las víctimas de sus acciones. Habrá que discutir sobre amnistías, entrega de armas y compensaciones, y también asumir calendarios, compromisos y garantías, y mecanismos que velen por su cumplimiento. Serán negociaciones muy complejas pero, al menos, existen precedentes de procesos más o menos comparables. A continuación, Rajoy debería dejar asentado el juicio que le merece ETA a él y a todo el que crea en los inalienables derechos aludidos, y en el generoso ejercicio de la tolerancia, la transacción y la convivencia. Debería empezar diciendo que la ejemplar transición política que protagonizó la ciudadanía española desveló la verdadera condición de la banda terrorista. ETA detesta la democracia, y la odia con mucha mayor intensidad de la que puso en el odio al franquismo. Es útil hablar al presidente del Gobierno sobre el franquismo porque parece darle muchas vueltas a la dictadura, y esto de los odios no lo digo yo sino Jon Juaristi, que conoce a fondo tanto a la banda como a la melancólica tribu nacionalista que la engendró. “Ningún franquista llegó al grado de aversión a las libertades cívicas propio de los etarras, porque ETA no es solamente un producto del franquismo, sino su degeneración más extrema”, escribió Juaristi en el prólogo de un penetrante ensayo que el profesor José Varela Ortega publicó en 2001 bajo el título Contra la violencia. “[ETA] representa una forma acabada de totalitarismo nacida de la simbiosis del franquismo de la posguerra con la más antidemocrática de las tendencias no erradicables del nacionalismo vasco: la del integrismo aranista”.Es necesario expresar este juicio, absolutamente certero, de ETA porque es imprescindible oponerse con total firmeza a la pretensión de crear, al margen del Parlamento vasco, una segunda mesa para negociar una normalización política cuyo punto de partida sería lo que la familia nacionalista llama los “derechos de Euskal Herría”. Esta mesa tiene como único asunto en su orden del día el de paz por soberanía, y es la reedición del Pacto de Estella, en el cual el PNV pretendía recoger las nueces del árbol que ETA agitó. Y esto, que hablando en plata es premiar la violencia, es una línea roja infranqueable. Populismo nacionalistaEn su ensayo, subtitulado A propósito del nacional-socialismo alemán y del vasco, Varela Ortega analiza la fascinación por el populismo nacionalista violento que, a partir de 1930, infectó a parte de la derecha católica alemana, y el optimismo voluntarista que estos padecieron con su ambición de hurtar y manipular el capital político y social de los nazis. Se montaron a lomos de la fiera totalitaria con el fin de adiestrarla, y acabaron, como suele ocurrir en estos ejercicios de doma, devorados. Y con ellos, los derechos inalienables de millones de sus semejantes. ¿Los imita ahora el PNV? La película del apaciguamiento ya se rodó entre las dos guerras mundiales y sabemos cómo terminó el guión.Rajoy, por último, debería decir a Zapatero que, si de lo que se trata es de abrir un nuevo proceso constituyente, pues que muy bien, que esto se puede discutir, como se puede discutir todo. El presidente del Gobierno tiene derecho a pensar que toca abrir tal proceso a más de un cuarto de siglo del último, y de articularlo. Ahora bien, esto ha de hacerse con la condición de que se discuta sobre ello abiertamente, con franqueza y lealtad, con el principal partido de la oposición; con el partido que ha gobernado legítimamente y cuya vuelta al Gobierno es no sólo legítima, sino deseable, en función de esa alternancia en el poder que distingue la democracia del totalitarismo. El “alto el fuego permanente”, anunciado por ETA el día siguiente del acuerdo sobre el Estatut, sin duda abre la posibilidad de un antes y un después. Pero el camino que se abre ha de ser recorrido por los dos grandes partido juntos. Rajoy debería decir a Zapatero que un proceso constituyente no se negocia exclusivamente con partidos periféricos, nacionalistas, cuando no extremistas. Eso, como nos recuerda Varela Ortega, es volver a Azaña y a aquello de “la República, para los republicanos”, que tan mal acabó.

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