jueves, 23 de marzo de 2006

LA BANDA NO ENTREGA LAS ARMAS

ABC, 23 de marzo de 2006

CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN

LA BANDA NO ENTREGA LAS ARMAS
Como pasa siempre con lo comunicados de ETA, lo mejor es cogerlos con pinzas -y otra en la nariz- y leerlos con la firme intención de no dejarse secuestrar por el síndrome de Estocolmo. En este caso quizá sea más aconsejable todavía, porque al fin y al cabo la banda aprovecha su postración operativa y desgracia social para presentar como un regalo generoso lo que, desde hace ya mil días, es solamente una situación de hecho. Pretenden perdonarnos la vida cuando resulta que no están en condiciones de cobrarse una vida más... y sobrevivir al crimen. Tenemos una banda declinante, con todas las luces de alarma encendidas (políticas, sociales, policiales, internacionales) excepto, quizá, las del propio fanatismo e innegable habilidad para enredar a sus enemigos en estólidas especulaciones sobre la presumible traición del vecino. Una banda sumida en un proceso de reconversión por la fuerza que le resultaría mucho más difícil y costoso, quizás imposible, si no existiera el abismo que separa, tan irracionalmente en este asunto, a Gobierno de oposición, al PSOE del PP. Esto último es, me parece, lo primero que hay que recordar ahora para extraer el corolario inevitable: el presidente Rodríguez Zapatero debe convocar cuanto antes el Pacto Antiterrorista, y el PSOE y el PP deben llegar a un acuerdo de auténtica política de Estado. Nos jugamos dos finales muy distintos. En uno, con acuerdo constitucional, la democracia se impone al terrorismo y éste acaba desinflándose hasta extinguirse. Hay vencedores y vencidos, y son los que deben ser. Sin ensañamiento, pero sin injusticia. En el otro, sin acuerdo constitucional, ETA se transforma en un agente tutelar de lo que cínicamente llama «proceso democrático», consiguiendo consolidar su papel de mafia armada que quizá no mate directamente, pero que amenaza, extorsiona y distorsiona absolutamente todo. Al primer final de ETA podemos llamarlo -es idea de un amigo concejal socialista- «la paz de Marlaska», en homenaje a este juez que no ha cedido ante el intento de someter el poder judicial a las conveniencias de partido. El segundo final es, obviamente, «la paz de Azkoitia». De momento, es posible acabar con ETA sin pagar contrapartidas políticas -es contraproducente empeñarse en que el Gobierno ya ha pagado aduciendo el insustancial ejemplo de las nekanes seudocomunistas-, y mucho más gracias al juez Grande-Marlaska y otros como él que a ciertos altos funcionarios del Ministerio Público. Sin duda. Por fortuna, el Estado es mucho más que el Gobierno y su mayoría parlamentaria, aunque algunos lo olviden todos los días en su empeño por enterrar otra vez a Montesquieu. Lo que ETA pretende con su comunicado es bastante obvio: extender la paz de Azkoitia y convertirla en el sistema del futuro. Contra el empeño de los fetichistas, la banda no utiliza la palabra «tregua». Por una vez voy a citarme, porque he insistido mucho en que ETA no podía de ningún modo volver a declarar una tregua, temporal por definición y por tanto necesitada de vuelta al estado previo, sino en todo caso un abandono de la violencia o «alto el fuego», y así ha sido. Ahora bien, y el matiz es importante, es un alto el fuego permanente, no definitivo. Lo que significa que ETA se reserva un papel tutelar de matón armado a la expectativa, y sin intención de entregar las armas aunque tampoco de usarlas, un matón cuya sola presencia, y por el conocimiento público de que sigue acumulando explosivos y organizando comandos, baste para condicionar de modo preventivo lo que suceda en el escenario político. El resto del comunicado es menos relevante: contiene las condiciones políticas habituales, la autodeterminación camuflada bajo el eufemismo de «consulta popular» vinculante para España y Francia. El aire irlandés del texto, que evidentemente imita -¿la asesoría de Alec Reid?- la retórica del IRA, más bien parece un recurso destinado a sorprender y camelar a incautos y cómplices disimulados. Convendría, por tanto, no dejarse distraer de lo fundamental y empujar al PSOE y el PP a ponerse de acuerdo. Aunque no quieran.

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