EXPANSIÓN 11/04/06
Miguel Ángel Belloso
Sobre la República
Siendo España por el momento una Monarquía, que todo es susceptible de cambio bajo el gobierno que dirige los destinos del país, estamos en la semana en la que se cumple el 75 aniversario del pronunciamiento de la II República, que va a ser conmemorado como Dios manda, con una gran carga institucional.
Así lo anunció el miércoles pasado el presidente Zapatero, quien en el Senado, en respuesta a una pregunta parlamentaria, dijo, con absoluta seguridad: "La España de hoy mira a la Segunda República con orgullo, reconocimiento y satisfacción". Una vez que leí la reseña, me volví hacía atrás por ver si España estaba a mis espaldas, como testigo de tal reconocimiento, y, sinceramente, no la vi. No sé de la España de la que habla y se apropia con tal grado de frivolidad el presidente, pero como yo formo parte, forzosamente, de la misma, quiero dejar constancia de que ni miro con orgullo ni tampoco con satisfacción la II República. Y me parece que no estoy solo en tal sentimiento, quizá común a la mitad del país, y también creo que otra gran parte de los ciudadanos, en lo que respecta a la historia, está a por uvas, lo cual no es el peor de los mundos si, como temo, la recuperación de la memoria se promueve desde el más perfecto sectarismo. Pero se hará, se va a hacer, no les quepa a ustedes la más mínima duda, no sólo porque así lo ha anunciado el presidente sino porque las fuerzas vivas de esta nación de naciones, las que están en el machito, los intelectuales que viven del pesebre y muchos de los artistas en nómina desean esta especie de ajuste de cuentas con sus enemigos imaginarios que no ambicionan ni para con los terroristas de ETA. Así es la vida, así va España, directamente camino del cubo de la basura.
La Segunda República fue un periodo convulso y brutal de nuestra historia en el que algunos principios admirables fueron prontamente arrumbados por el partidismo más excluyente. Leo con delectación a los patrocinadores del homenaje en ciernes que la República fue el más profundo intento de modernización política y social emprendido hasta entonces, en lo que se refiere a la instrucción, a la separación de la Iglesia del Estado, al voto de las mujeres, a las reformas sociales. Todo esto es muy discutible, hay miles de libros que lo demuestran, pero, en todo caso, lo que está fuera de toda duda, es que el régimen desembocó en un rotundo fracaso mucho antes de que diera pie a la guerra civil, por la ingenuidad e ignorancia de sus dirigentes –flagrante en lo que se refiere a la gestión económica– y por su constatable partisanismo, que impidió cualquier proyecto integrador, de vida en común. Como no hay gobierno posible si previamente no está garantizado el orden público, lo cierto es que en aquel periodo que a Zapatero le parece digno de resucitar se cometieron muchas tropelías. Por ejemplo, se quemaron muchos conventos e iglesias, se promovieron revoluciones contra el gobierno legítimo de la CEDA –como la de Asturias–, en Cataluña se declaró una república independiente que duró tres días, e incluso sucedió que el asesinato del jefe de la oposición, el señor Calvo Sotelo, fue cometido por un guardaespaldas de Indalecio Prieto, que entonces era ministro del Interior del Gobierno de la nación. Naturalmente que la responsabilidad del fracaso y del desastre final no es atribuible en exclusiva a la izquierda, sino también a una derecha integrista y soberbia, que tenía ejemplos perversos donde mirarse, la Alemania nazi o la Italia fascista. La pregunta es: ¿Pueden ustedes imaginarse algo así, tal grado de irresponsabilidad general en nuestros tiempos? Quizá. La grave irresponsabilidad actual, la del presidente, es la resurrección de los hechos. Como dice un amigo anónimo, que firma como 'Mágnum' cuando me da su opinión, "si todos sabemos que hay muchos ciudadanos que no tienen una buena idea de la II República, un presidente empeñado en avivar su memoria no es un presidente que esté gobernando para toda España, no es el presidente de todos los españoles, y esto es muy feo". Pero los progres y los rojos como Zapatero, por usar el calificativo que él mismo se impuso, no tienen la misma opinión que 'Mágnum'. Su justificación para homenajear a la República es que todos debemos "aprender de los errores para no repetirlos", el más importante de los cuales es que no se "puede eliminar al discrepante". Y yo me pregunto: ¿y no es esto lo que establece el Pacto del Tinell, gracias al cual gobierna Zapatero, en el que se descarta explícitamente cualquier posibilidad de acuerdo con el PP? No, queridos amigos. Todo apunta a que no se trata de recordar la historia, sino de reproducirla.
martes, 11 de abril de 2006
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