ABC 27/04/06
Por ALFONSO ROJO
La política del burdel
Lo del burdel tiene su gracia, pero flaco favor haríamos a las putas, a sus clientes y a la civilización occidental si nos limitáramos a partirnos de risa. Respeto y miedo son conceptos distintos, pero la raya que los separa es muy fina. Eso permite a los pusilánimes escudarse en el primero, cuando el motivo real es lo segundo.Un sonrojante ejemplo ha sido la actitud de buena parte de la prensa mundial con las caricaturas de Mahoma, pero eso ya es agua pasada. El tema de hoy es una lujosa casa de lenocinio alemana, que responde al sugestivo nombre de Pascha Bordell. Está en Colonia y se anuncia en internet en siete idiomas y proclamando que es «el mayor prostíbulo de Europa» y que cuenta con «más de 100 mujeres encantadas de recibir su visita».Armin Lobscheid, el dueño, es un lince y hace un par de semanas colocó en un lateral del puticlub un cartel de 24 metros de alto y ocho de ancho, en el que aparece una maciza ataviada sólo con la parte inferior del bikini, con balones flotando y debajo de las palabras «El mundo entre amigas».Hasta ahí, todo normal. El lema del Mundial es «El mundo entre amigos» y tiene lógica que Lobscheid haya pensado en los dineros que pueden dejar en su establecimiento parte de los hinchas que acudirán en tropel a Alemania este mes de junio.Quizá por eso, justo a partir de los muslos de la chica, figuran las banderas de los 32 países cuyas selecciones competirán por el título. Miento. Me fijo en la foto y sólo cuento 30: España, Argentina, Croacia, Italia... Hay dos huecos, dos pequeños rectángulos negros. ¿Imaginan qué había debajo? Pues estaban las banderas de Arabia Saudí y de Irán. ¿Y qué ha pasado? Pues que el 21 de abril, después de unas llamadas telefónicas amenazantes, se presentaron frente al burdel Pachá tres docenas de energúmenos gritando «¡Alá es grande!».Ajeno a la estadística, que desde Marbella a Londres pasando por El Cairo y Salzburgo ratifica que entre la clientela de los lupanares de lujo hay bastante emir petrolero y mucho príncipe de alfombra, el jefecillo del grupo afirmó a gritos que el cartel era un insulto para el islam. Añadió que aquello era casi tan grave como las viñetas danesas y que se aprestaban a tomar «medidas enérgicas».Lobscheid hizo lo previsible. Mandó que taparan con tinta china la enseña saudí y la iraní. El proxeneta argumenta que lo hace «por respeto» y ha completado la jugada ofreciendo un trato de pachá y suculentos descuentos a quienes presenten en taquilla un pasaporte que acredite que llegan de países «amigos». Me imagino en qué «amigos» estará pensando.
jueves, 27 de abril de 2006
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