viernes, 7 de abril de 2006

Los nuevos conservadores

La Gaceta de los Negocios 06/04/06

Francisco Cabrillo


Los nuevos conservadores
Si el mundo en el que vivo me gusta, ¿por qué cambiarlo? Esta ha sido la idea dominante del pensamiento conservador. Y es lo que piensan los estudiantes franceses que, a lo largo de las últimas semanas, han salido a la calle dispuestos a luchar contra cualquier reforma.Se equivoca quien piense encontrar es este artículo reflexiones sobre el nuevo candidato a primer ministro del partido conservador inglés; o sobre la evolución reciente de los partidos de derechas en Europa o en los Estados Unidos. A quienes hago hoy referencia es a jóvenes que, en ningún caso, se consideran afines a la derecha. Pero no me cabe la menor duda de que son conservadores, porque están dispuestos a hacer todo lo posible para que las cosas no cambien. Su visión de la vida es simple: si el mundo en el que vivo me gusta, ¿por qué cambiarlo? Esta ha sido siempre la idea dominante del pensamiento conservador. Y es ciertamente lo que piensan los estudiantes franceses que, a lo largo de las últimas semanas, han salido a la calle dispuestos a luchar con uñas y dientes contra cualquier reforma que intente dinamizar un poco el anquilosado mercado de trabajo de su país y ellos vean como una amenaza a sus planes para el futuro.La situación es bien conocida. Ante una tasa de paro juvenil muy elevada, que se estima, en promedio, en el 23 por ciento, el gobierno francés ha decidido abaratar los costes de ofrecer empleo a los menores de 26 años, mediante un contrato que permite su despido sin indemnización en un plazo máximo de dos años. Para quien está en el paro y desea realmente encontrar un puesto de trabajo, la medida es positiva, porque va a facilitar su contratación por una empresa. Sin embargo, para quien busca un empleo con la perspectiva de que le dure muchos años, la nueva ley no es, ciertamente, la solución. Y no debemos olvidar que algunas encuestas realizadas recientemente reflejan que más del 70 por ciento de los jóvenes franceses afirman que lo que realmente les gustaría es ser funcionarios; es decir, conseguir no ya un puesto de trabajo de larga duración, sino un empleo vitalicio. La idea de que la juventud es la edad de la innovación, de la creatividad y el riesgo ha pasado, seguramente, a la historia.Los economistas sabemos bien que las cifras globales del paro suelen resultar engañosas; y que, en muchos casos, la información relevante para el análisis de un mercado hay que obtenerla desagregando los datos y analizando las cifras de cada uno de los subgrupos considerados. En nuestro caso, conviene, en primer lugar, comparar este 23 por ciento de desempleo juvenil con una tasa nacional de paro cercana al 10 por ciento. Y lo que hay que preguntarse es por qué esta diferencia tan llamativa; es decir, por qué las empresas están mucho más dispuestas a contratar a trabajadores mayores de 26 años que a quienes no han alcanzado tal edad, a pesar de que los primeros perciben salarios significativamente más altos que los últimos.No parece difícil dar una respuesta a esta cuestión. Una diferencia de tasas de paro tan amplia entre dos grupos de trabajadores indica que la relación productividad/coste salarial es mucho más favorable en el colectivo con menor desempleo. A la hora de contratar a un trabajador, un empresario no va a inclinarse por el empleado más barato, sino que tomará en consideración tanto el coste laboral como lo que esta persona aporte a la empresa. Parece claro que en Francia —como en otros muchos países— la diferencia de coste salarial entre empleados jóvenes y trabajadores con experiencia es menor que la diferencia en sus niveles de productividad. El resultado es que las empresas prefieren a los últimos; y la tasa de paro de los jóvenes es, por tanto, mucho mayor. Por ello el gobierno intenta reducir el coste de contratar a los jóvenes, reduciendo no los salarios, sino los costes no salariales y, en concreto, los costes esperados de despido. Si esta discrepancia no se arregla —por esta vía o por otra— las diferencias en las tasas de paro no desaparecerán.Pero, para analizar a fondo el problema, habría que proceder a una desagregación aún mayor de los datos. La cifra del 23 por ciento encubre el hecho de que, entre determinados grupos de jóvenes —los mejor formados y preparados para la vida profesional— la tasa del paro es mucho más baja; mientras en los barrios más deprimidos, se calcula que el número de jóvenes sin empleo puede llegar al 50 por ciento del total. Resulta claro, por tanto, que quienes se ven más perjudicados por la política de empleo actualmente en vigor y quienes, por tanto, sufrirían en mayor grado los efectos de no cambiar nada no serían los jóvenes de las familias acomodadas o de la clase media, sino los que pertenecen a los grupos de renta más baja muchos de ellos inmigrantes o hijos de inmigrantes.No es sorprendente, por tanto, que aquéllos sean, en el fondo, conscientes de que, con la reforma, perderían mucho más que éstos. Y que actúen, en consecuencia, como auténticos conservadores…aunque, eso sí, en la más vieja tradición francesa, jueguen un poquito a la revolución. No está socialmente mal visto. Y hasta puede resultar chic.

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