EXPANSIÓN 10/04/2006
TOM BURNS
El sofá del 14 de abril
El sofá que tengo en casa, en mi despacho, fue, en tiempos, utilizado por mi abuelo materno como camilla para sus pacientes. En él se sentaron, a eso de la 2 de la tarde del 14 de abril de 1931, el conde de Romanones, ministro de Alfonso XIII, y Niceto Alcalá-Zamora, presidente del Comité Revolucionario.
El Viernes Santo se cumple el 75 aniversario de la proclamación de la II República y no necesito ningún curso acelerado de memoria recuperada para reflexionar sobre esta fecha: conozco bien la escena de sofá que protagonizaron los dos políticos, amigos ambos del doctor Marañón. Fue un encontronazo entre dos viejos conocidos que selló, entre desconfianzas y amenazas, prisas e improvisaciones, un cambio de régimen. Dos días antes, en las elecciones municipales del domingo 12 de abril, que marcaron el primer ejercicio libre del voto desde el golpe de Estado del general Primo de Rivera, en septiembre de 1923, España se había acostado monárquica y había amanecido republicana.
Según mi abuelo, que fue el único testigo del encuentro, Romanones pidió unas semanas de tranquilidad antes de hacer una lectura irrevocable del voto en las municipales y propuso que, pasado un tiempo prudencial, se podrían convocar unas elecciones generales "de las que tan sólo podría salir legítimamente la decisión de un cambio trascendente en la vida política del país". Alcalá-Zamora traía un discurso tajante, excluyente y sectario, que había preparado con el Comité Revolucionario que en aquel momento presidía. "La batalla está perdida para la Monarquía", dijo el futuro presidente de la República. "No queda otro camino que la inmediata salida del Rey, renunciando al trono. Lo que a usted [Romanones] le importa es que determinemos los detalles de su viaje y el de toda la familia real. Es preciso que esta misma tarde, antes de ponerse el sol, emprendan el viaje."
Según José Luis Rodríguez Zapatero, hablando en el Senado la semana pasada, la II República fue un periodo de conquistas, de objetivos y aspiraciones, que "iluminó" la Constitución de 1978 y que sigue estando "en plena vigencia". Yo disiento. El nuevo régimen no conquistó nada, ni alcanzó objetivos, porque no perduró. Y no perduró porque fue incapaz de medir aspiraciones y, por ello, de encauzarlas y satisfacerlas. Tampoco iluminó la Constitución de 1978. Afirmarlo es una tergiversación digna de 1984 de George Orwell. Si algo hicieron los constituyentes de la Transición política fue evitar los errores de los próceres de 1931. Por eso, la II República no tiene vigencia alguna. Al menos no la ha tenido hasta ahora.
Que un presidente de Gobierno no conozca la historia, sobre todo la contemporánea, de su país es grave. Pero el hecho de que, desde su desconocimiento del pasado, saque lecciones para el presente y el futuro es sumamente preocupante. Es cierto que hace 75 años tuvo lugar una explosión de enorme júbilo popular. Salvador de Madariaga describió cómo España, en aquel 14 de abril de 1931, estaba "rebosante de alegría –una alegría espontánea, como la de la naturaleza en primavera–." José Ortega y Gasset tuvo la misma sensación y la explicó mejor: "Pocas veces se habrá producido en la historia un hecho más claro, más transparente. La República surgió con la sencillez, plenitud e indeliberación con que se producen los fenómenos biológicos, con que en mayo brotan las hojas por las ramas del olmo y engorda la espiga sobre la caña." Pero Rodríguez Zapatero, y quienes le animan y le aplauden, se quedan con la alegría primaveral de esa fecha de marras. El entusiasmo popular no es, en sí, ningún certificado que asegure la felicidad fraternal. La II República nació lastrada por el resentimiento y la intolerancia. Podemos estar seguros de que la quema de los conventos que tuvo lugar al mes de aquel júbilo no tendrá conmemoración alguna.
RadicalismoPosteriormente, Madariaga se explayó con los Tres Franciscos, dos de los cuales –Francisco Franco y Francisco Largo Caballero–, o las Dos Españas, que lo mismo da, empitonaron al tercero de ellos, Francisco Giner de los Ríos, que representaba la Tercera España, honesta, leída y viajada, dialogante y moderada. Ortega, habiendo tempranamente avisado que al nuevo régimen le ahogaba el "radicalismo", expresaría su desasosiego y descontento en su célebre "no es esto, no es esto" bajo el título de Rectificación a la República. Éstas fueron las lecturas que "iluminaron" a los constituyentes de la Transición política cuando elaboraron una Constitución de Todos bajo una Monarquía parlamentaria. Tengo los textos de Madariaga y de Ortega, junto con los de mi abuelo y otros muchos de la época, en las estanterías que rodean el histórico sofá de mi despacho. Sentado en él la otra noche, después de escuchar a Rodríguez Zapatero alegar que España mira a hoy a la II República con "reconocimiento", se me mezclaron sentimientos de incredulidad, de enfado y tristeza. Lo que está claro es que va absolutamente en serio el acoso y derribo de ese monumento al consenso y la convivencia española que fue la Constitución de 1978. Los que mandan tienen otro referente político.
lunes, 10 de abril de 2006
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