sábado, 29 de abril de 2006

Nucleares

Expansión 29/04/06

Iñaki Garay
"Chernobil no fue nunca un argumento válido para acabar con la energía nuclear, sino la prueba más evidente de que era necesario acabar con el totalitarismo comunista."

Nucleares
Veinte años después del accidente de la central nuclear de Chernobil, en España se va a cerrar la primera central nuclear, la de Zorita, en Guadalajara, y el mundo se precipita, si no lo está ya, hacia una nueva crisis del petróleo.
Con un un barril por encima de los setenta dólares, con problemas estructurales como la creciente demanda, impulsada por países como China e India, que presiona el precio al alza, y con problemas coyunturales (esperemos que no se enquisten eternamente), como la amenaza de un conflicto en Irán o los enfrentamientos en el golfo del Níger, son pocos los que a estas alturas dudan de que el precio de ese aceite mineral del que tanto dependemos no va a dejar de apretar nuestos bolsillos por el resto de los tiempos. El cierre de Zorita no tenía marcha atrás, pero, pronto, el Gobierno tendrá que decir qué hace con el resto de las centrales nucleares que hay en España. Ésta es ahora mismo la gran cuestión energética que está planteada en este país. Y estoy plenamente convencido de que el Gobierno socialista ampliará la vida de las centrales nucleares que hay en España y, si la oposición es responsable, el PP le apoyará. En principio, la próxima central nuclear en cerrar, por edad, debe ser la de Santa María de Garoña, cuyo permiso de funcionamiento vence en 2009. Sin embargo, en unos pocos meses, el Gobierno tendrá que mojarse y dirá si lo renueva o no. Se admiten apuestas, pero, en un país que importa alrededor del 80% de la energía que consume, nadie le va a poner fecha de caducidad a unas instalaciones que funcionan perfectamente y que son una de las pocas opciones que tiene el Gobierno para garantizar el suministro.Seguramente, y con toda lógica, obligarán a las empresas a realizar algunas pertinentes inversiones para tener aún mayores garantías de seguridad, y para hacer más digerible la decisión ante la opinión pública. Y la opinión pública, cuando está bien informada, sabe que en estos momentos no hay otra opción. Puede perdonarle al Gobierno ese pequeño pecado nuclear. Lo que no perdonaría sería los apagones continuos o el precio desorbitado. Otra historia será tomar la decisión en su momento sobre la construcción de nuevas plantas nucleares. Si no hay un milagro tecnológico, creo que el Gobierno que esté en el poder en ese momento tampocó dudará. Pero eso no será mañana. Chernobil no fue nunca un argumento válido para acabar con la energía nuclear, sino la prueba más evidente de que era necesario acabar con el totalitarismo comunista.

viernes, 28 de abril de 2006

El 11-M y la calle

ABC 28/04/06

CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS

El 11-M y la calle
Zapatero es muy comprensivo con ETA y con Al Qaida. Quiere legalizar a una y hacer la «alianza de civilizaciones» con la otra. ¿Descarta a las dos como autoras de la masacre del 11-M? Si como piensa el juez Del Olmo, esta fue planeada para cambiar de signo el Gobierno de España, ¿a qué otra organización o grupo o banda habría que atribuirla?Las gentes necesitan darse una respuesta y, a mi entender, se la están dando. Los enigmas, al igual que el vacío, resultan insoportables, especialmente en tiempos de opulencia informativa como los que vivimos.

Y, ¿en qué sentido van las hipótesis de la calle?.Tengo la sensación de que pierde fuerza la creencia en la autoría islamista. El proceso está llevando a la decepción en relación con esta tesis. Esta llevaba a pensar en un alto número de islamistas imputados y en una mayor cualificación religiosas de éstos.Al final han sido cuatro y tibios. Al Qaida no les ha reconocido como franquicia. La brecha de credibilidad de autoría de la Yihad está siendo muy fuerte. Por lo mismo es explicable la revuelta de gentes que ahora se sienten engañadas. Acusan a la Policía de haber intentado desorientar al juez y a la opinión pública. Con Ben Laden sustituyeron a Ternera, pero lo cierto es que han sido puestos en libertad decenas de sospechosos, mientras ha sido Trashorras el que ha acumulado siglos de condena. In interiore est veritas.En estas circunstancias pesa mucho la conclusión del juez según la cual el objetivo de los cerebros fue impedir la permanencia del PP en el Gobierno de la Nación. Había que ocultar la autoría de ETA.
El juez no cree en ésta, pero la calle no la descarta. Está en la memoria colectiva Hipercor pero, sobre todo, ¿por qué suponer que la bestia terrorista iba a cambiar tan radicalmente de estrategia después de la masacre?. En esta hipótesis no acaba de encajar el hecho de que los socialistas negociaran con ETA desde antes de la masacre, si bien algunos argumentan que, por lo mismo, los terroristas estaban decididos a condenar para siempre toda posibilidad de gobierno de la derecha. Zapatero seguiría su hoja de ruta, esto es, la legalización de Batasuna, la anexión de Navarra y la autodeterminación.

Aun más: la altísima participación, en la trama del atentado, de confidentes de la Policía y personas vigiladas está llevando a un paralelismo inquietante entre el papel de la Policía en este caso y el del Cesid en el 23-F.Por todo hay que calificar como una torpeza del PSOE el empeño en impedir en todo momento la investigación del 11-M. Ha favorecido el clima de sospechas.

Querido Iñaki Gabilondo

Expansión 28/04/06

DAVID MATHIESON

Querido Iñaki Gabilondo
Seguí con atención su entrevista a Bashar El Assad, presidente de Siria. Fue muy interesante. Pero fue más interesante por las cosas de las que no hablaron que por los temas de los que trataron. Déjeme explicarme:
Le preguntó por la implicación siria en el asesinato del antiguo primer ministro libanés, Rafia Hariri. Naturalmente, Bashar desmintió cualquier posible relación y, dado que no hay pruebas de lo contrario, tendremos que creer en su inocencia. Pero, ¿por qué no le preguntó por qué la presunción de inocencia no rige en Siria? La ausencia de pruebas no suele ser un problema a la hora de encarcelar –o ejecutar– a gente en Damasco.
Puede que no haya pruebas acerca de que Bashad estuviese involucrado en el asesinato de Hariri, pero sí sabemos que el régimen de El Assad ha sido responsable de algunos de los más terribles abusos contra los Derechos Humanos en Siria: ¿Libertad de expresión? ¿Libertad de asociación? ¿Juicios libres y justos? ¿Democracia? Olvídelo.
Le preguntó a Bashar acerca de la enorme comunidad de expatriados sirios que viven en Latinoamérica; pero esperaba que le preguntase cuántos de ellos son refugiados políticos. No es de extrañar que tantos sirios vivan en el extranjero con un régimen tan represivo en su propio país. ¿Cuántos de ellos tienen demasiado miedo para volver o, simplemente, no pueden? Como español, debería entender incluso mejor que yo por qué algunos tienen que vivir exiliados.
Déjeme ponerle tan sólo un ejemplo: tras años de presión internacional, al escritor y periodista sirio Nizar Nayouf se le permitió salir de prisión para recibir atención hospitalaria en París. Se le torturó tanto que, en su juicio, no era capaz de caminar. Nayouf cuenta que unos de los instrumentos de tortura usados por el Gobierno de su entrevistado es el al-kursi al-alam, una silla con partes móviles que doblan hacia atrás la espina dorsal del ocupante (parece ser que la adquirieron de almacenes nazis tras la Segunda Guerra Mundial).
Preguntó a Bashar acerca del Diálogo de Civilizaciones, pero hubiera sido interesante saber cuándo Bashar piensa dialogar con su propio pueblo. Seguro que hubiera merecido la pena preguntarlo.
Por desgracia, su silencio de anoche y la reluctancia a preguntar sobre esos temas es un fallo compartido por muchos de nosotros en Europa y, me duele decirlo, por muchos de los que nos adscribimos a la izquierda progresista. ¿Debemos criticar a Bush, Guantánamo, Abu Grahib y los vuelos de la CIA (a veces, hacia Siria)? Desde luego; esas cosas manchan a la humanidad y a la reputación de los países civilizados. Pero también tenemos la responsabilidad de centrarnos y exigir respuestas de gobiernos aún peores. Hay mucha gente que intenta entrar en EEUU: y huye de países como Siria.
Anoche tuvo la oportunidad privilegiada de preguntar al líder de uno de los regímenes más represivos del mundo acerca de temas que los sirios normales no se atreven a mencionar. Lamento que no la aprovechara.

jueves, 27 de abril de 2006

¿Los progresistas son reaccionarios?

EL PAÍS 27/04/06

VICENTE VERDÚ

¿Los progresistas son reaccionarios?
El progresismo nacido como la deriva más jovial del marxismo padece estos años las graves dolencias de la edad. Sin ir muy lejos este Gobierno, de etiqueta socialista, practica a menudo un rancio recuelo progresista que ha mostrado la indiscutible dimensión del mal. Porque del mismo modo que un romanticismo a destiempo transforma el arrobamiento sincero en un ridículo insufrible, el progresismo sin tiento resbala pronto de la bondad al patetismo. Fue el caso de las legalizadas parejas gay que el progresismo caduco, transformado en hecho reaccionario, llamó "matrimonio"; es el reiterado supuesto de las discriminaciones legales a favor de la mujer, en la investigación, en la política, en los empleos, que reproducen la baja consideración sobre la capacidad del sexo femenino que fundó el machismo. Viene a ser, adicionalmente, el intento de premiar la vida del lince sobre la vida de los vecinos con una teatralización que mimetiza la piedad hacia el débil o se trata, más generalmente, de enaltecer la mítica de la biodiversidad por cuyo dogma aquello que contribuye a multiplicar la diferencia es enriquecedor y aquello que nos asemeja nos demedia. Es decir, todo lo contrario a lo que la utopía progresista creía en sus años de oro.El nacionalismo representa la activa enseña de esta paradoja. En los tiempos del franquismo el nacionalismo periférico fue tenido como un movimiento progresista que encendía la subversión pero ahora, en nuestros días, tanto la izquierda republicana de Cataluña como la izquierda abertzale representan lo más conservador y arcaico, lo más reduccionista y derechista que hay.
Parecería obvio que lo progre de nuestros días, patente en las músicas, las gastronomías, las pinturas o las modas, fuera la mixtura, una biodiversidad a través de las mezclas naturales o artificiales, espontáneas o transgénicas. Lo reaccionario conllevaría, por tanto, el enaltecimiento de la pertenencia, la promoción del ente diferencial. A más radicalidad nacionalista mayor anacronismo, a mayor separatismo más conservadurismo. Y lo cómico es reclamarse de izquierdas con estas banderas.
Si el izquierdismo fue la enfermedad infantil del comunismo el progresismo encarna tendencialmente la enfermedad senil del izquierdismo. ¿Energía nuclear? El discurso antinuclear es una continuación del beato discurso del lince y una secuencia mecánica del anticapitalismo, el antiimperialismo y el antibelicismo. Actualmente, las centrales nucleares no son los monstruos letales de la URSS y la carestía del petróleo puede detener y anular la vida real de millones de habitantes del Tercer Mundo (progresista). ¿No habrá pues que renovar el pensamiento con la renovación de energías? ¿Cuántos pájaros y especies de aves no mata la alocada profusión de molinos? ¿Pájaros o aire limpio? ¿Aire limpio sin pájaros? Lo decisivo del poder progresista fue su nitidez. La igualdad, la libertad, la alegría de la vida, formaban su despejado frente combativo. Ahora, sin embargo, han aparecido incontables nubarrones ante su punto de vista.
El progresista detesta el consumismo sin atender a su valor crucial en la prosperidad económica, social y artística. Para este progresista continúa siendo un mal cultural la televisión y un bien indiscutible el libro sin reparar, pese a toda evidencia, en que la liberación, el humanitarismo, la posible revolución, sólo resulta imaginable desde las pantallas y que obviarlas denota un impulso reaccionario, melancólico, idealista, burgués. Ciertamente, los progresistas veteranos evocan hoy la figura estatuaria del burgués pero no son el auténtico burgués de antes. Como signo diferencial siguen, a veces, apoyando a Castro y a Chávez pero, además, siguen despotricando sobre las marcas de coches lujosos y contra la publicidad total asociada al discurso oficial del poder. Son, en suma, progresistas que desprecian este mundo global y banal sin concebir otro remedio que no dar marcha atrás. Son (somos), en definitiva, tipos absortos ante un mapa donde los términos de oposición y valor han alterado sus términos y ahora viajan alejándose de aquel sistema que nos permitía creer y gritar.

DIETAS Y HORARIOS

ABC 27/04/06

JOSÉ GRAU

DIETAS Y HORARIOS

Hace poco corría por un hermoso paseo de Orihuela, ése junto a la estación de trenes, el flanqueado de palmeras. Lucía un sol primaveral. El ritmo era lento, de tal manera que si prestaba atención oía a los transeúntes.

De pronto, un hombre grueso, con bigote canoso, se alegra sensiblemente al tropezarse con un vecino y le grita:
-¡Ya te llevas el almuerzo en el tupperware!
El del tupperware le contesta:
-El almuerzo no, la comida.

El abanico horario para el almuerzo es amplio en España, pero en la zona murciana todavía se encuadra dentro del lapso en el que muchos se zampan la mediamañana.Al menos en los 70 y en los 80, y al menos también en los días de fiesta, era típico tomarse unos aperitivos entre las 13:00 y las 14:00, en dos o tres bares diferentes, con los familiares y amigos. Al llegar la hora de sentarse a la mesa, hacia las 15:00, nadie tenía ganas de comer, y las madres se enfadaban y se ponían tercas para que los hijos no se dejaran las viandas que habían estado cocinando con ahínco y cariño. No sé, un arroz con conejo, o un arroz con costra.José Miguel, un buen amigo murciano, repite que él desayuna sólo un café solo. Conozco a otros muchos amigos, murcianos o de otras regiones, a los que no se les ocurriría cenar antes de las 22:30, y por supuesto, dos platos, más bien suculentos, y postre.En España se habla mucho de dieta mediterránea. Pero no es fácil encontrar a un hombre que tenga más de cuarenta años y no haya echado ya una barriga prominente.Algo falla en esto de las dietas y del horario en nuestro país.

Propongo:
-Levantarse temprano, a las 7:00, y desayunar bien.
-El hambre se despierta fuerte entre las 12:00 y las 13:00. Ésa sería la hora ideal de la comida.
-El hambre vuelve a surgir con violencia entre las 19:00 y las 20:00: la hora ideal de la cena.
En los entretiempos, habría que engañarse con un té, una infusión y alguna pieza de fruta.

«¡Oiga, señor, que me está usted hablando de cambiarnos al horario europeo!».

Sí. Ha acertado. Y creo que saldríamos ganando todos los españoles. Comeríamos mejor, nuestro peso tendería a ser el correcto y trabajaríamos con más gusto.

La política del burdel

ABC 27/04/06

Por ALFONSO ROJO

La política del burdel
Lo del burdel tiene su gracia, pero flaco favor haríamos a las putas, a sus clientes y a la civilización occidental si nos limitáramos a partirnos de risa. Respeto y miedo son conceptos distintos, pero la raya que los separa es muy fina. Eso permite a los pusilánimes escudarse en el primero, cuando el motivo real es lo segundo.Un sonrojante ejemplo ha sido la actitud de buena parte de la prensa mundial con las caricaturas de Mahoma, pero eso ya es agua pasada. El tema de hoy es una lujosa casa de lenocinio alemana, que responde al sugestivo nombre de Pascha Bordell. Está en Colonia y se anuncia en internet en siete idiomas y proclamando que es «el mayor prostíbulo de Europa» y que cuenta con «más de 100 mujeres encantadas de recibir su visita».Armin Lobscheid, el dueño, es un lince y hace un par de semanas colocó en un lateral del puticlub un cartel de 24 metros de alto y ocho de ancho, en el que aparece una maciza ataviada sólo con la parte inferior del bikini, con balones flotando y debajo de las palabras «El mundo entre amigas».Hasta ahí, todo normal. El lema del Mundial es «El mundo entre amigos» y tiene lógica que Lobscheid haya pensado en los dineros que pueden dejar en su establecimiento parte de los hinchas que acudirán en tropel a Alemania este mes de junio.Quizá por eso, justo a partir de los muslos de la chica, figuran las banderas de los 32 países cuyas selecciones competirán por el título. Miento. Me fijo en la foto y sólo cuento 30: España, Argentina, Croacia, Italia... Hay dos huecos, dos pequeños rectángulos negros. ¿Imaginan qué había debajo? Pues estaban las banderas de Arabia Saudí y de Irán. ¿Y qué ha pasado? Pues que el 21 de abril, después de unas llamadas telefónicas amenazantes, se presentaron frente al burdel Pachá tres docenas de energúmenos gritando «¡Alá es grande!».Ajeno a la estadística, que desde Marbella a Londres pasando por El Cairo y Salzburgo ratifica que entre la clientela de los lupanares de lujo hay bastante emir petrolero y mucho príncipe de alfombra, el jefecillo del grupo afirmó a gritos que el cartel era un insulto para el islam. Añadió que aquello era casi tan grave como las viñetas danesas y que se aprestaban a tomar «medidas enérgicas».Lobscheid hizo lo previsible. Mandó que taparan con tinta china la enseña saudí y la iraní. El proxeneta argumenta que lo hace «por respeto» y ha completado la jugada ofreciendo un trato de pachá y suculentos descuentos a quienes presenten en taquilla un pasaporte que acredite que llegan de países «amigos». Me imagino en qué «amigos» estará pensando.

martes, 25 de abril de 2006

El día en que murió Keynes

Expansión 24/04/06

FRANCISCO CABRILLO

El día en que murió Keynes
Se cumple este año el veinticinco aniversario del fa­moso presupuesto británico de 1981, con el que la seño­ra Thatcher cambió de forma sustancial, y duradera, la forma de hacer política económica en el Reino Unido. Para muchos economistas aquel presupuesto supuso el final de la política de estabilización keynesiana que, con más pena que gloria, había dominado la política económica británica desde el final de la Segunda Gue­rra Mundial. El modelo utilizado hasta entonces se ba­saba en la idea de que el gobierno podía aminorar las fluctuaciones del ciclo económico mediante cambios discrecionales en el saldo presupuestario, elevando el gasto público y reduciendo los impuestos en las fases de estancamiento y haciendo lo contrario en las fases de auge. Uno de los principios de esta estrategia era, evidentemente; el abandono del principio del equilibrio presupuestario. Y, en una fase de estancamiento, como la que existía en 1981 la receta keynesiana era cla­ra: aplicar una política fiscal expansiva. Exactamente lo contrario de lo que hizo la primera ministra.

En estos años en los que, mal que bien, vivimos en la Unión Furopea con los principios de Maastricht y el pacto de estabilidad nos resulta un poco sorprendente la fe que hasta hace relativamente poco tiempo tenía la mayoría de los economistas en las virtudes estabiliza­doras de 1a política fiscal. Pero no podemos olvidar que varias generaciones de economistas nos hemos forma­do en estos principios, y que la vuelta a la idea de que el equilibrio presupuestario debe ser un objetivo priorita­rio de la política económica no ha resultado siempre fácil. Lo cierto es que, durante muchos años los cam­bios en los tipos de gravamen de los impuestos estaban motivados más por la decisión de dar carácter expansi­vo u contractivo a la política fiscal que por la búsqueda de la eficiencia o por la necesidad misma de financiar un determinado gasto. Por ello resultó una auténtica sorpresa la decisión del gobierno británico de elevar los impuestos para tratar de equilibrar el presupuesto en una época de recesión. F1 año anterior el déficit de las cuentas públicas era de aproximadamente un 3 por ciento del PIB; pero las previsiones indicaban que, si no se introducían cambios importantes, esta cifra alcanza­ría fácilmente el 5 por ciento en el período 1981-82. El gobierno tenía que elegir, por tanto, entre dar prioridad al equilibrio de las cuentas públicas o la política anticí­clica. Y optó por la primera de estas estrategias.

Tal decisión supuso una auténtica tormenta políti­ca en el reino Unido, que tuvo unas repercusiones en el mundo académico realmente excepcionales. Con fecha 13 de marzo de 1981 dos prestigiosos catedráti­cos de la Universidad de Cambridge, F.H. Hahn y R.R. Neild enviaron a prácticamente to­dos los economistas académicos del país una carta en la que les pedían que suscri­bieran un escrito que, más tarde se publi­caría en las páginas de The Times. El éxi­to de esta propuesta fue notable, y dio origen a la llamada "carta de los 364", sus­crita por la mayoría de los economistas del país. El texto era muy crítico con el gobierno, al que se acusaba de haber adoptado su decisión sin soporte técnico alguno, se afirmaba que las medidas diri­gidas a equilibrar el presupuesto en aquellos momentos no harían sino em­peorar la depresión y se pedía que se abandonaran la políticas monetaristas y se buscaran medidas alternativas que permitieran conseguir una recuperación sostenida. No se detallaba cuáles podrían ser tales medidas; pero parece claro que lo que, en el fondo, se recomendaba era continuar con la ortodoxia keynesiana y utilizar de nuevo el presupuesto como instrumento de política anticíclica.

La breve respuesta del gobierno define cuáles eran las ideas de la primera minis­tra en este campo. Tras afirmar su idea de que la inflación es básicamente un fenó­meno monetario, señalaba que para au­mentar la renta y el nivel de empleo lo procedente era utilizar políticas de oferta y lograr un mejor funcionamiento del mercado. Y terminaba mostrando su ex­trañeza por el hecho de que los 364 economistas hubieran sido incapaces de explicar esas supuestas alternativas a su política económica. Y Thatcher tenía razón. Mientras la mayoría de los economistas profesionales miraban al pasado, ella esta­ba abriendo un camino hacia el futuro por el que segui­mos caminando. Lo que menos me gusta de esta histo­ria es el lamentable papel que los economistas desem­peñamos en ella. La lista de los Firmantes de la carta a The Times resulta, en efecto, llamativa. No sorprende encontrar en esta relación a todos los miembros del grupo ferozmente antithatcheriano de la universidad de Cambridge (Kaldor, Kahn, Robinson, Eatwell, Champernowne, cte.). Más llama la atención ver los nombres de economistas de la talla de Meade, Sen, Atkinson u Sutton. Viendo el tema desde el lado positi­vo, la profesión aprendió una lección de humildad que nunca viene mal. El gran Keynes murió oficialmente el año 1946. Pero falleció otra vez, discretamente, en las páginas de un presupuesto que vio la luz en Gran Bre­taña hace veinticinco años.

lunes, 24 de abril de 2006

Notas escépticas de un republicano

EL PAÍS 24/04/06

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Notas escépticas de un republicano
En España, país desmemoriado, se ha puesto de moda la memoria. Es una memoria singularmente selectiva: borra o desfigura la parte del pasado más cercana al presente y se remonta a una lejanía hasta hace poco no muy frecuentada, salvo por los aficionados a la historia y los historiadores profesionales, y por algunos novelistas que educamos nuestra imaginación en los relatos cautelosos sobre la República y la guerra que escuchamos de nuestros mayores en la infancia. La historia es un saber difícil que requiere largas investigaciones, ofrece muchas incertidumbres y da a veces amargas noticias. La memoria no se investiga, sólo se recupera, sin exigir mucha disciplina, incluso, muchas veces, con un propósito de afirmación personal o colectiva que nadie está autorizado a discutir, ya que la memoria, por definición, le pertenece al que la posee. La memoria, si no es vigilada por la razón, tiende a ser consoladora y terapéutica. Modificar los recuerdos personales para que se ajusten a los deseos del presente es una tarea legítima, aunque con frecuencia tóxica, a la que casi todos nosotros somos proclives.
Cuando la memoria se convierte en un simulacro colectivo su efecto empieza a ser más alarmante. Su primacía desaloja a la historia del debate público, porque la historia es mucho menos maleable, y con frecuencia puede desmentir las buenas noticias sobre el pasado que a todos nos gusta regalarnos. Al filtrarse a través del recuerdo, y también del olvido, el pasado se convierte en ficción y en materia novelesca. Pero a la novela no le exigimos fidelidad a los hechos privados o públicos que puedan haberla inspirado. La responsabilidad de la novela es estética y moral: la de los discursos públicos, casi como la de la ciencia, debería estar sujeta a las exigencias más severas del conocimiento.

Como novelista y como ciudadano, la negligencia o el silencio que durante muchos años envolvieron el recuerdo de la Segunda República, de la Guerra Civil y de la resistencia antifranquista me parecieron desoladores. La falta de conexión entre el presente iniciado en la transición y las tradiciones progresistas españolas que fueron interrumpidas por la guerra y sepultadas por el franquismo ha sido una de las debilidades mayores de nuestro sistema democrático: ha alimentado nuestro raquitismo cívico y nuestra profunda penuria cultural, así como una contumaz injusticia hacia quienes lucharon contra la dictadura o fueron víctimas de lo que Paul Preston ha llamado la "política de la venganza". Quienes ya éramos adultos a principios de los años ochenta sabemos que la razón de tanto olvido público no era el chantaje de una derecha franquista que siguiera vigilando desde la sombra. Desde 1982 el Partido Socialista gobernaba con mayoría absoluta, y sus dirigentes, empeñados en la tarea necesaria de modernizar plenamente el país, optaron por ocuparse más del futuro que del pasado, con un entusiasmo en el que había una parte de arrojo verdadero y otra de frivolidad y cosmética. De pronto la épica de la resistencia se había quedado antigua, tan obsoleta como las barbas y como las chaquetas de pana. Cambios verdaderos y profundos sucedían mientras tanto, pero muchos nos sentimos agraviados en aquellos años por la amnesia atolondrada de los que mandaban, por la falta de escrúpulos y una propensión al favoritismo y al descuido de la moral pública que habrían de acabar en los escándalos de corrupción de los primeros años noventa.

La historia proscrita por el franquismo fue una historia simplemente abandonada por la democracia. Abandonada por el Estado central y sustituida por mitologías más o menos lunáticas en los sistemas educativos de los gobiernos autónomos, consagrado cada uno a la tarea de inventar pasados gloriosos que fatalmente acabarían malogrados por una pérfida invasión española. La mezcla de la pedagogía posmoderna y del nacionalismo identitario pueden conducir a resultados pintorescos o alarmantes, a una confusa aleación de ignorancia y adoctrinamiento muy peligrosa para la vida civil pero muy útil para la demagogia política.

A algunos nos parecía que el estudio atento de la República y de la Guerra Civil era a la vez una reparación parcial de las injusticias del olvido y una búsqueda de esos valores sustantivos cuya debilidad resultaba tan dañina para nuestro sistema democrático. Al leer obsesivamente libros sobre entonces -los diarios de Azaña, las memorias de Barea, las novelas de Max Aub, los estudios de Hugh Thomas o de Jackson, la sobrecogedora historia oral de Ronald Fraser- revivíamos una y otra vez un drama que no nos apasionaba ni nos hacía sufrir menos porque conociéramos de sobra su triste final. Nos indignaba el escándalo de la indiferencia de las democracias hacia la suerte de la República española, el modo en que aceptaron sacrificarla queriendo apaciguar a Hitler. Pero también nos producía un íntimo dolor, semejante a una derrota personal, la incapacidad de las fuerzas políticas del bando leal para unirse eficazmente contra el enemigo común. Al cobrar conciencia política en los últimos años de la dictadura, sentíamos una nostalgia doble del porvenir y del pasado, del mañana en el que podríamos respirar y vivir en libertad y del lejano ayer en el que la libertad existió brevemente. Igual que saltábamos sobre la cultura del pasado inmediato para vincularnos a una tradición de heroica modernidad literaria y estética que interrumpió la guerra y dispersó el exilio, queríamos buscar nuestra legitimidad política en aquella República que era el reverso exacto del régimen siniestro en el que habíamos crecido. Por eso había un fondo de desconsuelo al ver que la democracia restaurada no se esforzaba demasiado en honrar a los perseguidos, a los silenciados, a los encarcelados y asesinados por el franquismo, a los que salieron de España al final de la guerra y continuaron combatiendo al nazismo en Europa, a los cautivos y supervivientes de los campos alemanes. Hubiéramos querido que se les hiciera justicia mientras estaban vivos, y también que los valores que ellos defendieron tuviesen más presencia en la política española: un sentido de la austeridad y la decencia, de la ciudadanía solidaria y responsable, una vocación franca de justicia social, un amor exigente por la instrucción pública, un verdadero laicismo, un respeto a la ley entendida como expresión de la soberanía popular.

No es eso lo que hemos visto tanto como habría sido necesario, y si no lo hemos visto no ha sido por la presión de una derecha torva y de vocación autoritaria o por la existencia de un rey. Pero a pesar de esas deficiencias -de las cuales los únicos responsables son la clase política y la ciudadanía, cada uno en su escala de acción- en 30 años España ha cambiado tan prodigiosamente que ni siquiera los que hemos vivido este tránsito somos capaces de comprender su magnitud y su calado. Nos hace falta el testimonio deslumbrado de quienes nos han visto desde fuera, y no hemos sido capaces de hacer conscientes a nuestros hijos de la novedad y la fragilidad de lo que nosotros no tuvimos y ellos dan casi desganada o despectivamente por supuesto. Hemos pasado de la dictadura a la democracia, del centralismo al federalismo, del tercer mundo al primer mundo, del aislamiento internacional a la plena ciudadanía europea. Nos hemos dado un sistema educativo y sanitario públicos que con todas sus deficiencias sólo puede valorar quien ha viajado algo por el mundo y sabe lo que significa que la salud y la escuela sólo sean accesibles a quien puede pagarlas. Y sin embargo nadie o casi nadie siente lealtad hacia el sistema constitucional que ha hecho posibles tales cambios, y en lugar de compartir una concordia basada en la evidencia de lo que hemos podido construir entre todos nos entregamos a una furia política en la que cada cuál parece guiado por un propósito de máxima confrontación.

En una pelea de baja ley cualquier objeto puede convertirse en un arma arrojadiza: la más reciente, en España, es la memoria, la República olvidada que de pronto regresa a las primeras páginas, la Guerra Civil que se usurpa a los historiadores y al recuerdo doloroso de quienes la sufrieron para desfigurarla a la medida de los intereses políticos de unos y otros y a la voluntad de cizaña de los enemigos más descarados de la democracia. Para quienes hemos pasado muchos años no queriendo aceptar la obligación del olvido es alentadora la idea de que de pronto tantas personas coincidan en el recuerdo de un tiempo decisivo de la historia de España: pero no deja de ser llamativo que el recuerdo llegue tan tarde, y que coincida tan oportunamente con una nueva amnesia -ahora, sobre la transición- y con diversos proyectos de desmantelar el sistema político fundado por la Constitución de 1978.

Cada uno tiene sus lealtades íntimas y sus nostalgias personales, y para muchos de nosotros el 14 de abril y la bandera tricolor, el coraje republicano de Antonio Machado, el patriotismo cívico y sereno de los diarios de Manuel Azaña, mantienen un resplandor indeleble, vinculado a nuestros sueños juveniles de libertad y a nuestros más firmes ideales del presente. Pero la lealtad sentimental no debería cegarnos, precisamente porque entre los valores republicanos más altos está la primacía de la racionalidad sobre el delirio romántico. Y hace falta mucho cinismo intelectual, mucha malevolencia, para empujar al campo de los añorantes del franquismo a quienes no se dejan llevar por esta oleada entre dulzona e interesada de memoria nostálgica y prefieren no olvidar lo que han aprendido en los libros de Historia y en los testimonios de quienes vivieron de cerca aquel tiempo. En los diarios del tiempo de la guerra, en esa desolada obra maestra de la literatura en español que es La velada en Benicarló, Manuel Azaña cuenta su amargura ante el sectarismo, la incompetencia y la deslealtad a la República de muchos de los que deberían haberla defendido. En el desmoronamiento del Estado que sobrevino tras la intentona militar del 18 de julio, cada fuerza política o sindical, cada gobierno autónomo se entregó con ceguera suicida a la persecución de sus propios intereses, como si la guerra, más que una crisis terrible que los amenazara a todos por igual, fuese una oportunidad de oro para alcanzar fines -la independencia, la revolución, el comunismo libertario, etcétera- que nada tenían que ver con la legalidad republicana. Leyendo a los historiadores y a los memorialistas más eminentes, uno tiene la sensación de que la República, en un cierto momento de la guerra, no tenía más defensores sinceros que Manuel Azaña, Juan Negrín, el general Vicente Rojo y Max Aub.

No creo que sea de ese sectarismo insensato del que se tiene nostalgia, ni que en aquella tentativa breve y maltratada de democracia hubiese algo de lo que no disfrutemos ahora. Ni una sola de las libertades que afirmaba la Constitución de 1931 está ausente de la de 1978, del mismo modo que las valerosas iniciativas de justicia social, educación e igualdad de aquel régimen no pueden compararse, por la enorme diferencia de los tiempos históricos, con los progresos del Estado de bienestar que disfrutamos ahora. ¿Fueron entonces más iguales las mujeres y los hombres? ¿Hubo mejor protección para los parados, recibieron mejor atención pública los enfermos? ¿Estuvieron más respetadas las minorías? ¿Fue más autónoma Cataluña con el estatuto de 1932 que con el de 1980? ¿Podemos excluir de nuestra genealogía democrática a Adolfo Suárez o al general Gutiérrez Mellado, que tan gallardamente se mantuvieron en pie frente a la zafia agresión de los golpistas del 23 de febrero de 1981?

Parecen preguntas idiotas, pero es necesario formularlas, al menos para deslindar el reconocimiento histórico de las mejores iniciativas de entonces de esa nostalgia gaseosa que se va volviendo más densa cada día y no nos deja ver los secos perfiles de lo que ocurre ahora mismo, las señales de alarma que deberían empezar a inquietarnos. Algo distingue -o distinguía al menos hasta hace poco- a la mayor parte de los discursos políticos surgidos del 78 sobre los del 31: la idea de que el adversario no es necesariamente el enemigo, y de que por encima de las discrepancias más radicales está la fidelidad a unos cuantos principios comunes que son el entramado básico de la democracia. En 1931 España era un país de terribles diferencias sociales, en una Europa desgarrada por la crisis económica y los fanatismos políticos. En una época en la que tan rara era la templanza, puede ser comprensible -aunque no deje de ser lamentable- que con tanta frecuencia los discursos políticos derivaran hacia un pavoroso extremismo. Pero si estos tiempos son tan visiblemente otros, ¿de dónde nace la furia verbal que uno observa ahora en España, y que lo golpea a uno como un puñetazo al conectar la radio o mirar los titulares de un periódico, la voluntad desatada y al parecer casi unánime de eliminar cada uno de los espacios de concordia en los que se han basado estos treinta años de democracia y progreso? ¿Tenemos que seguir eligiendo entre lamentar el asesinato del teniente Castillo o el de José Calvo Sotelo, entre callar la matanza de la plaza de toros de Badajoz o la de la Cárcel Modelo de Madrid?
Manuel Azaña imaginó un patriotismo basado "en las zonas templadas del espíritu". Una manera de conmemorar ese deseo es vindicar los modestos ideales que lo hacen posible: defender la instrucción pública y no la ignorancia, el respeto a la ley frente a los mangoneos de los sinvergüenzas y los abusos de los criminales, el acuerdo cívico y el pluralismo democrático por encima de los lazos de la sangre o la tribu, la soberanía y la responsabilidad personal y no la sumisión al grupo o la impunidad de los que se fortifican en él. Estos son mis ideales republicanos: espero que se me permita no incluir entre ellos la insensata voluntad de expulsar al adversario de la comunidad democrática ni el viejo y renovado hábito de repetir consignas en vez de manejar razones y acusar de traición a quien se atreve a disentir de la ortodoxia establecida, o a no seguir la moda ideológica del momento.

sábado, 22 de abril de 2006

La independencia silenciosa

EL MUNDO 22/04/06

ARCADI ESPADA


La independencia silenciosa
Querido J:
Estos días se ha hecho pública la llamada Carta de Principios para la actuación de los medios de comunicación de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV). Puedes verla en http://www.ccrtv.cat/regulacio/Principis%20actuacio.pdf.Dado que vivimos en una sociedad mediática, se trata de la auténtica Constitución catalana. Y como tal, presenta (engordada, porque la televisión engorda todo lo que toca) los tres ismos habituales de la actuación política en Cataluña: el segregacionismo, el buenismo y el intervencionismo.
Antes de pasar al detalle quiero adelantarme a un par de preguntas que quizá te hagas. Quiero que evites la dilapidación. Sé que estás empeñado en esfuerzos importantes y que todo ahorro de energía te será útil. La primera respuesta es porque en Cataluña ya todo es posible. Se ha hablado poco de lo que, en términos morales, ha significado la redacción del nuevo Estatuto. Tú te preguntarás cómo esta Carta de Principios ha sido posible y la única respuesta es porque el Estatuto lo ha hecho posible. No hay entre los dos textos, claro está, ninguna vinculación orgánica.Pero el Estatuto ha abierto todas las compuertas. Si el preámbulo estatutario establece, aunque sea mediante extravagante pirueta, que Cataluña es una nación para los catalanes, lo lógico es que los nacionalistas reaccionen en cascada articulada. Lee lo que dice un párrafo del punto 3.2 de la Carta: «Los medios de la CCRTV [utilizarán] una terminología que remita prioritariamente al espacio catalán de comunicación. Así, los términos país, lengua, nación, nacional, Gobierno o Parlamento siempre harán referencia a Cataluña». La exigencia se inserta en la clave política de los últimos movimientos del nacionalismo: la organización de un ámbito de decisión catalana cada vez más amplio. Un independentismo fáctico, no proclamado, pero real. Este ámbito de decisión es doble. Por un lado, respecto al resto de España; pero también respecto a aquellos catalanes que no quieren ver debilitados sus vínculos políticos, económicos y sentimentales con España.La independencia silenciosa tiene una ventaja enorme para sus promotores: pone en sordina la previsible reacción de una parte de la sociedad catalana que tal vez reaccionara (tal vez, no estoy seguro) ante la proclamación y sus ofensivas pompas.
El párrafo sobre el catalanesco uso exclusivo de determinados términos provoca el peor reproche que puede hacerse al periodismo: la perversión de lo real. Real es que los catalanes tenemos dos lenguas, dos gobiernos, dos parlamentos y una nación, si se le da a la palabra nación el único sentido democrático que tiene.Pero qué duda cabe que, deliberadamente al margen de la realidad, el párrafo se adecúa a la intención de los nacionalistas y a la plasmación de su universo simbólico.
La segunda de las preguntas que te harás es por las reacciones que el texto ha provocado. Bien: sólo en este diario que te trae las cartas se ha escrito un editorial alarmado y convincente.El silencio de la prensa regional no es nuevo ni extraño. De hecho, la prensa regional es una de las responsables de la decadencia catalana. Pero conviene que precisemos. Entre las 3.000 personas, por ejemplo, que deben de trabajar en la radio y televisión públicas, no se ha oído un susurro.
De hecho, y según me cuentan, este documento es un trabajo colectivo.Diversos grupos de profesionales fueron llamados a su elaboración, y elaboraron. Este es el resultado. Quizá sea el punto de vista técnico el más lacerante. El hipócrita buenismo. Pareciera, por ejemplo, que el texto se apresura a prohibir y a censurar el uso informativo de cámaras y micrófonos ocultos. Ante estos métodos sólo cabe el sí o el no, y hay sólidas razones para uno u otro.En mi caso, es el sí, como sabes, porque yo nunca prohibiría a un periodista que mirara por el ojo de una cerradura.
La Constitución mediática catalana dice, sin embargo: no, pero.El pero que argumenta es «el interés público». Podría aceptarse si la Carta de Principios se hubiera tomado la molestia de definir lo que es el interés público. Aunque ya comprendo que, desde el punto de vista nacionalista, la definición del interés público es un acto excesivo de cinismo.
Todas las recomendaciones deontológicas son del mismo tipo: pura pose. Nada que ver con la exhibición de un riguroso conjunto de valores: sólo un gallináceo ejercicio de supervivencia. Pero al relativismo moral le corresponde el cognitivo, como no podía ser de otro modo. Hazme el favor de no perderte el apartado 3.9, dedicado a la ciencia y la salud. Y este párrafo imberbe donde ciencia y seudociencia actúan al mismo nivel epistemológico: «En caso de participación de personas que defiendan el esoterismo, el ocultismo o criterios acientíficos, esta participación ha de ser contrastada con otras que postulen un conocimiento científico de la realidad, o bien se ha de advertir de que su contenido no se fundamenta en criterios científicos». Las autoridades televisivas advierten de que los horóscopos son malos para la salud. Lástima que el necesario contraste no lo extiendan hasta el capítulo religioso (no deben de considerarlo acientífico), que se trata con una prolijidad sospechosa y apelando, tan formalitos y tan inanes, a la habitual necesidad de respeto por todas las creencias.Ese respeto alcanza a la sátira. No se prohíbe, faltaría más: sólo que debe ser sana.
En realidad todo debe ser sano o, al menos, parecerlo. La deriva intervencionista y el escaso apego a la libertad individual de este Gobierno se reflejan perfectamente en aspectos que sólo una mirada rápida podría considerar marginales.
La Constitución mediática prohíbe, por ejemplo, que los trabajadores de la Corporación den conferencias sin autorización de la dirección.¡Hay que pedir permiso para dar una conferencia! Todo el apartado sobre los conflictos de intereses rezuma dirigismo. Y la voluntad implícita de que los trabajadores de la Corporación no puedan exhibir su visión del mundo, no ya en los medios públicos, sino en otro cualquiera; libros, artículos y blogs incluidos. Una legislación anacrónica, falseadora e hipócrita, que quiere alojar al periodista en la oscuridad pública. Corporación es una palabra vinculada al fascismo histórico. La Constitución mediática. Cataluña, claro, como corporación.
Acabo donde empecé. La Carta de Principios es segregacionista, lingüísticamente segregacionista. Porque establece la prioridad en crónicas o reportajes de los testimonios que hablen catalán.Porque recomienda la traducción simultánea en el caso de los invitados que hablen castellano. Porque exige (¡incluso!) la traducción al catalán de los sms o e-mails en lengua castellana que aparezcan en pantalla. Porque, en suma, es un paso más en la estrategia de relegar al castellano al uso privado. Sabes que nunca di demasiada importancia a las cuestiones de la lengua.Que acepté que en el dominio público (escuela, o radio y televisión) fuera el catalán la lengua vehicular, atendiendo a las irrelevantes diferencias técnicas entre castellano y catalán y a la necesidad de compensar la oferta y la demanda lingüística general. Pero la Carta de Principios cruza un límite. No hay ninguna razón real que justifique la obstinada y minuciosa expulsión del castellano del ámbito público. Las razones son sólo simbólicas: el castellano no pertenece al ámbito de decisión recién inaugurado. Las razones simbólicas son muy peligrosas, porque pueden contrarrestarse con otras del mismo tipo. Yo mismo. Yo también tengo principios.Acabo de tomar, por ejemplo, la decisión de no volver a hablar el catalán en una emisora pública de Cataluña. Una decisión peligrosa, porque ya sabrás cuánto de amputación y autoodio conlleva.
Sigue con salud.

viernes, 21 de abril de 2006

Los demonios racionales

EL PAÍS 21/04/06

FERNANDO SAVATER

Los demonios racionales
Ahora que afortunadamente los ciudadanos italianos parecen haberse librado -¡aunque no sin dificultades!- del ubicuo y omnimanipulador Berlusconi, puede ser buen momento para examinar un documento que aglutinó cierto apoyo intelectual a su candidatura: el Manifiesto por Occidente promovido por el presidente del Senado, Marcello Pera, y que aunó firmas tan conocidas como las de Rocco Butiglione y el cineasta Franco Zeffirelli, numerosos parlamentarios de la Alianza Nacional y dirigentes de Comunión y Liberación, junto al menos tres diputados democratacristianos de UDC, entre bastantes otros. Aunque por razones obvias no firmó expresamente el documento, podríamos quizá mencionar como uno de sus apoyos al propio papa Benedicto XVI, citado en él como mentor y que nueve días después de hacerse público el manifiesto recibió oficialmente a Marcello Pera en una audiencia particular.

El texto en cuestión no es menos tortuoso y ambiguo que la trayectoria política de su promotor. Desde una posición libertaria (en el sentido anglosajón del término) inspirada por el pensamiento de Popper y próxima al Partido Radical -incluida su defensa de la laicidad-, Marcello Pera ha pasado a ser senador de Forza Italia y convertirse en cabeza visible del movimiento teo-conservador, exaltador de los valores cristianos, de las prohibiciones en materia de bioética de la Iglesia Católica y de la batalla contra el mestizaje cultural, criticando el mito de la posible integración republicana de todos los inmigrantes. El Manifiesto por Occidente denuncia la crisis moral europea que desemboca en una especie de vergüenza por nuestra prosperidad y nuestras tradiciones. Se cuestionan así los valores consagrados de la vida desde su origen y hasta su fin natural, de la persona, de la familia, del matrimonio (¡bodas homosexuales!), entre otros rasgos políticos indelebles de nuestra identidad. No es raro que la natalidad esté en caída libre... En una palabra, y dicha nada menos que por Benedicto XVI, "Occidente hoy no se ama a sí mismo". Es algo así como el "auto-odio" que achacaba un prócer de ERC a sus convecinos menos nacionalistas, pero a escala continental...Y es que sin duda no le faltarán en nuestro país al manifiesto de Pera defensores locales que suspiran por una versión hispánica del mismo, que sería cierta y literalmente la "Repera".

Lo levemente chocante de este pasticcio de dogmas recobrados y reproches semi-verosímiles es que, como en tantos otros casos, más que defender la tradición europea, la poda y recrea a su conveniencia. Asegura, por ejemplo, que "el laicismo y el progresismo reniegan de las costumbres milenarias de nuestra historia". Bueno, ningún tradicionalista podría realmente quejarse de ello. Precisamente cuestionar incluso revolucionariamente las costumbres milenarias, las creencias más veneradas, las jerarquías institucionales de derecho divino, las limpiezas de sangre y las genealogías mejor asentadas, los privilegios inamovibles, las doctrinas cosmológicas y técnicas reputadas intocables, etcétera... es el rasgo más característico en la evolución intelectual y política de la Europa que históricamente conocemos. Octavio Paz caracterizó la modernidad como "la tradición de lo nuevo", pero en nuestros países este desasosiego inventor viene de mucho más atrás. Una comunidad aquietada en rutinas piadosas, dedicada a venerarse a sí misma, incapaz de poner en cuestión sus fundamentos más sagrados y de transgredir todos los límites, empezando por los hábitos de la representación estética, será preferible o rechazable según los parámetros que aplique cada cual, pero desde luego lo que nunca será es propiamente "europea". Estos conservadores con nostalgias teocráticas de un Sacro Imperio que hoy suena más bien risible no defienden nuestros valores, sino que los marchitan: empezando por el propio cristianismo -díscolo desde sus orígenes- al que pretenden sumiso y fanático, es decir, "islámico", en el peor sentido del término...

Claro que para recibir lecciones de una religión desconcertantemente desligada de la modernidad en ebullición que ha decidido condenar sin entender no hace falta remitirse a la compota teórica de Pera. El pasado Jueves Santo, monseñor Carlos Amigo, cardenal arzobispo de Sevilla, publicaba un artículo titulado El coro de las tinieblas (ABC, 13 de abril de 2006), un nombre que parece el de la próxima novela de Dan Brown. Incluía serias admoniciones: "De vez en cuando aparecen unos demonios racionales que son como apagaluces de pensamiento de amplios horizontes. Avalistas de todos esos submundos pseudointelectuales de la autosuficiencia, el egocentrismo y la cerrazón. Suelen vencerse con el estudio, la investigación, el diálogo, la honestidad intelectual y la esperanza". Dejando aparte la esperanza, a la que conocemos de antaño como lo último que suele perderse, no deja de sobresaltarme aprender que la honestidad intelectual es la virtud que defienden aquellos cuyas doctrinas carecen de ninguna posibilidad objetiva de verificación frente a los "demonios racionales" empeñados en apagar las luces de los pensamientos de amplios horizontes. Dados los progresos del pensamiento occidental debidos en los últimos cuatrocientos años a la firma espiritual que representa el cardenal Amigo, me encantaría que me detallase los temas de estudio e investigación a los que debemos dedicarnos ahora para no quedar indebidamente mutilados. Respecto al diálogo, no necesito preguntarle nada, porque nos lo está explicando a los españoles con empeño y detalle el padre Alec Reid. Estamos de suerte: después de disfrutar tanto tiempo de los incomparables curas vascos, ahora importamos uno de Irlanda para degustar otra variedad aún más exquisita del mismo molusco.

La parte más racionalmente polémica (perdón por la alusión satánica) del manifiesto supuestamente occidentalista de Marcello Pera es la que se refiere a la integración en nuestras comunidades de los inmigrantes de otras culturas. Ni el modelo multicultural a la inglesa o a la holandesa ni el republicano francés cuentan evidentemente con su beneplácito. El documento se alza contra la prédica del valor igual de todas las culturas, planteamiento que no carece de sensatez. El problema es que tan preciada característica no le vendrá, desde luego, de la facundia biliosa de Oriana Fallaci o de historiadores como Giorgio Rumi y Ernesto Galli della Loggia, fiscales de los vicios según ellos inerradicables del oportunismo foráneo que nos invade. Es decir, lo malo es que tras haber denunciado que efectivamente no todas las culturas son iguales, el manifiesto parece incapaz de señalar con un mínimo de precisión qué es lo que hace a una de ellas -la democrática socioliberal- preferible a sus competidoras teocráticas o comunitaristas. Y tal habría sido precisamente el punto más digno de ser subrayado.

En efecto, lo que debe ser defendido y reforzado en nuestros países europeos no es el "derecho de las comunidades", sino el de cada uno de los individuos en cuanto ciudadanos. Y la diferencia entre uno y otro estriba en que el primero consiste en un ser (basado en la etnia, en la religión, en la identidad sustentada por cualquier idea esencialista de la comunidad nacional) mientras que el segundo configura un estar bajo instituciones y leyes que aúnan lo diverso. El "ser" atiende a sustancias inconmovibles y se define por el origen mientras que el "estar" organiza la convivencia a partir de convenciones aceptadas y se orienta hacia el futuro. La identidad de lo que cada cual prefiere íntimamente ser queda a cargo de la administración subjetiva, pero la forma de estar juntos -en la que todas las subjetividades, salvo las totalitarias y excluyentes, pueden encontrar acomodo- es el logro constitucional de una fórmula laica y por tanto radicalmente democrática compartida. De aquí que ningún "ser" hipostasiado pueda resultar factor actual de progreso (muy atinado el chiste de Caín en La Razón: "En cuanto hablan de derechos históricos aparecen los deberes prehistóricos"), o sea, que considerar a estas alturas que hay clericalismos o nacionalismos "progresistas" resulta un oxímoron, como hablar de "marcha de los parados" o "nieve frita". Y, por supuesto, el futuro del País Vasco sin violencia se habrá de parecer más a la Constitución que allí han defendido Rosa Díez o Pilar Elías que al miserable retroceso nacional-oportunista amañado por Gema Zabaleta y otras señoras.
Claro que si ustedes han decidido emprender junto a Marcello Pera o monseñor Amigo su propia cruzada contra los "demonios racionales", entonces no me queda más remedio que retirar todo lo dicho...

martes, 18 de abril de 2006

El idolatramiento de las mayorías

EXPANSIÓN 18/04/06

JOSÉ JUAN FRANCH


El idolatramiento de las mayorías
Es de gran actualidad en el mundo de hoy -y especialmente en España- esa crítica rei­terada de Hayek -premio Nobel de Econo­mía en 1974- a los colectivismos, a las frías abstracciones y, en fin, a los cálculos con variables agregadas. "Contribuyó a que se llegara a este resultado la generalizada aceptación del supuesto infundado según el cual las gentes pueden actuar colectiva­mente. A mudo de fábula ingenua fue ad­quiriendo popularidad la idea de que "el pueblo es capaz de actuar".
Se debe llamar la atención sobre el peli­gro del colectivismo, así como el de dotar de antropomorfismo a las abstracciones y a los grupos. Se puede decir que las empre­sas, grupos, Estados, instituciones, colecti­vos, razas, etcétera -en algún sentido bas­tante cierto-, no existen, porque lo que existen son las personas originales que en el nivel institucional pueden o no coordi­narse. Y así, Hayek juzgaba el enfoque me­todológico de Keynes basado en la utiliza­ción y en el idolatramiento de los agrega­dos, como la contribución o aportación más peligrosa de éste, ya que estas variables agregadas enmascaran las variaciones de los precios relativos impidiendo que éstos ejerzan su función informativa y coordina­dora para los distintos agentes económicos.
Bhöm Bawerk también resaltaba la importancia de lo micro sobre lo macro ya que, a fin de cuentas, éste depende de siempre de aquél: "Debemos insistir en el análisis del microcosmos sí realmente queremos comprender el macrocosmos de la economía desarrollada. Tal es el momen­to crucial alcanzado en toda época por to­das las ciencias. Se empezó siempre intere­sándose por los fenómenos macroscópicos y excepcionales, apartando mientras tanto la mirada de la realidad microscópica y co­tidiana. Pero luego llega un momento en el que se percibe con sorpresa que en los ele­mentos más microscópicos y aparente­mente más simples se reproducen de un modo aún más extraordinario las compleji­dades y los enigmas del macrocosmos, y se llega a la convicción de que la clave para comprender los fenómenos macroscópicos debe pasar por el estudio de la realidad mi­croscópica." Ese dotar de personalidad pro­pia a los colectivos y, en concreto, al colecti­vo del pueblo, unido a la toma de decisio­nes por las mayorías -decisiones que pue­den ser cada vez sobre materias más am­plias- conlleva una serie de peligros que se deben poner de manifiesto. Peligros que precisamente eran consecuencia de aquel olvidarse de la sumisión -también por par­te de los gobernantes y de los legisladores- a la justicia de las normas de recto compor­tamiento. Así dice también Hayek: "La idea de que la decisión de la mayoría sobre el modo de abordar determinadas materias concretas justifica suficientemente la justi­cia de las mismas da lugar a la aceptación del hoy generalizado supuesto según el cu­al la mayoría en ningún caso puede incurrir en arbitrariedad".

Lo colectivo 'versus' lo individual
En ese antropomorfismo del colectivo, la voluntad del pueblo significa, en realidad, la voluntad de la porción más numerosa y activa del pueblo, de la mayoría, o de aque­llos que consiguieron hacerse aceptar co­mo tal mayoría partidaria Si se idolatra el colectivo del pueblo y se idolatra, a su vez, la decisión de la mayoría -en aquella teóri­ca división de poderes- sobre cualquier as­pecto de la vida de los ciudadanos, dejando que ese poder del partido mayoritario sea ilimitado, el pueblo puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y contra él son tan útiles las precauciones como contra cual­quier otro abuso del poder. Si nuestros maestros juristas pioneros del Derecho In­ternacional plantearon como prioritario el Gobierno de cada uno por sí mismo, si no se ponen límites a las mayorías, se puede acabar en el Gobierno de cada uno por el aplastante oligopolio estresante de la soberbia mayoritaria. Debido a la expan­sión de los medios de comunicación, esa posible tiranía puede penetrar hoy en día mucho más a fondo en los detalles de la vi­da, llegando incluso a oscurecer y defor­mar aquellos principios generales de la ley natural forzando la conciencia individual. No basta, pues, con una simple protección teórica legal sino que se requiere, además, protección contra la tiranía de las opinio­nes y pasiones dominantes y contra la ten­dencia de la sociedad -endiosando la regla mayoritaria- a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas. Se puede caer en la tenta­ción de obstruir el desarrollo e impedir, en lo posible, la formación de individualidades diferentes, moldeando los caracteres per­sonales con el troquel colectivo ideológico de aquella mayoría. De la mano de Hayek vemos cómo cobran relieve en nuestras so­ciedades modernas democráticas -España incluida- aquella doctrina de la limitación del poder del Príncipe que es aplicable a la limitación del Gobierno y de los poderes públicos, al objeto de que no se desboque el mandato democrático de las mayorías coartando las libertades individuales fun­damentales.

sábado, 15 de abril de 2006

¿Ignorantes o embusteros?

Libertad digital 15/04/06

Pío Moa

Manifiesto prorrepublicano
¿Ignorantes o embusteros?
Circula un curioso manifiesto prorrepublicano titulado "Con orgullo, con modestia y con gratitud", que empieza de tan raro modo: "La proclamación de la II República Española encarnó el sueño de un país capaz de ser mejor que sí mismo". ¿Qué querrá decir eso? Parece una mala traducción de otro idioma... pero, ¡sorpresa!, no lo firman alumnos de la LOGSE intentando hacer retórica, sino una larga lista de intelectuales.

El escrito gira en torno a la idea de que la república supuso "un colosal impulso modernizador y democratizador", cuyos valores "siguen vigentes como símbolos de un país mejor, más libre y más justo", cosa muy lógica, pues ellos permitieron desarrollar "en múltiples campos de la vida pública una labor ingente, que asombró al mundo y situó a nuestro país en la vanguardia social y cultural". ¡Qué maravilla! Pero oigamos a Gregorio Marañón, uno de los más brillantes intelectuales liberales españoles del siglo XX y padre espiritual de aquel régimen: "Mi respeto y mi amor por la verdad me obligan a reconocer que la República española ha sido un fracaso trágico". Atendamos a otro padre espiritual de la República, Ramón Pérez de Ayala: "Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco. Lo que nunca pude concebir es que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza". Por si hubiera equívoco, aclaro a los firmantes que Pérez de Ayala se refiere, precisamente, a los mismos políticos a quienes el manifiesto atribuye tales prodigios. El tercer padre espiritual de la república, Ortega y Gasset, clamó muy pronto: "¡No es esto, no es esto!". Y, amargado, se alejó de la política.

Podríamos citar muchísimas opiniones más, empezando por las de Azaña: "Me entristezco hasta las lágrimas por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción de los caracteres. Veo muchas torpezas y mucha mezquindad, y ningunos hombres con capacidad y grandeza suficientes para poder confiar en ellos". Vuelvo a aclarar que no habla de los "reaccionarios", sino de los magníficos republicanos imaginados por los manifesteros. ¿No debieran tener éstos la elemental prudencia de prestar atención a tantas y tan autorizadas opiniones, y preguntarse la razón de ellas? Si lo hubieran hecho, habrían conocido una abrumadora documentación que les habría quitado de una vez por todas esas fantasías, propias más bien de adolescentes manipulados.

Tienen alguna razón, en cambio, cuando mencionan "la desleal oposición de quienes creían, y siguen creyendo, que este país es de su exclusiva propiedad". Así, el propio Azaña creía, y lo declaró varias veces, que en la república sólo podían gobernar los suyos; el PSOE lanzó campañas con el lema "Todo el poder para el Partido Socialista"; los nacionalistas catalanes obraron desde el principio como si Cataluña fuera una finca suya. Etc. Sin embargo intuyo que los abajofirmantes no se refieren a éstos, sino a la derechista CEDA, que respetó la legalidad infinitamente más que sus contrarios. De ello también pueden enterarse sin demasiado esfuerzo.

En fin, ¿hay en manifiesto simple ignorancia, o falta de aquel "respeto y amor por la verdad" invocado por Marañón? Me temo lo segundo, a juzgar por esta acusación agresiva: "todavía se nos sigue intentando convencer de que la II República fue un bello propósito condenado al fracaso desde antes de nacer por sus propios errores y carencias. Rechazamos radicalmente esta interpretación, que sólo pretende absolver al general Franco de la responsabilidad del golpe de estado que interrumpió la legalidad constitucional y democrática". Esto suena claramente a coacción intelectual, y hasta legal, contra los disidentes. Pero cualquiera que, siguiendo a los padres espirituales de la república, a Azaña, a Pla, a Martínez Barrio, a Alcalá-Zamora, a tantos más, haya investigado los hechos, sabe perfectamente que la II República nunca fue un "bello propósito", que Franco y la CEDA respetaron la Constitución mucho más que las izquierdas, y que quienes destruyeron la legalidad democrática fueron los socialistas, los nacionalistas catalanes y, finalmente, el Frente Popular. Al destruirla, ocasionaron la guerra. Repito mucho estas cosas, porque estos señores, incapaces de refutarlas, insisten como si no las hubieran oído y proponen, abierta o solapadamente, la censura inquisitorial contra las versiones contrarias a las suyas, y más veraces.

Lo cual trae a la cabeza otra frase de Azaña sobre aquellos republicanos de quienes, muy justamente, se sienten herederos los firmantes: "No saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable encarnación de la necedad".

Y como entre los del manifiesto abundan los miembros o antiguos miembros no reciclados del PCE, termino recordándoles "con orgullo, con modestia y con gratitud" una observación de Julián Besteiro, uno de los pocos izquierdistas que defendió la legalidad y que desde 1933 profetizó lo que iba a suceder: "La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas: por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos".

viernes, 14 de abril de 2006

¿Añorar aquella República...?

ABC 14/04/06

Por Carlos Seco Serrano, de la Real Academia de la Historia

¿Añorar aquella República...?
YA vamos siendo pocos los que podemos evocar, por vividos, los días de la República, desde sus jubilosos inicios -cuando se presentaba, sin mancha original, como sugestivo horizonte de bienandanza- hasta su desastroso fin, tras la caída en picado que fue la pesadilla del Frente Popular.Todavía hay jóvenes historiadores que se extasían refiriéndose a los días brillantes de la generación del 27, que identifican con la libertad republicana, olvidando que, efectivamente, se trataba de la generación del 27, y no del 31, y que sus mejores frutos los había dado ya, sin tropiezo alguno con una censura inexistente (Romancero gitano, de Lorca, se publicó en 1928; Marinero en tierra, de Alberti, en 1924; Cántico de Guillén, en 1928... por no hacer más que tres citas). No digamos la obra de los grandes ensayistas -la generación del 14-, empezando por Ortega...Yo viví aquel ilusionado advenimiento de la República en una remota localidad del Protectorado marroquí, en la que mi padre ejercía la función del gobierno -como interventor civil local- junto a un Abd-el-Krim -primo del célebre caudillo rifeño- que, a su vez, en calidad de «bajá», asumía esa misma función al frente de la población musulmana. Recuerdo con precisión el palacete de la Intervención Civil rodeado por unas relativas «masas» -funcionarios y comerciantes de medio pelo- que el 14 de abril exigían se izase la bandera tricolor, gritando consignas extrañas -¡Viva la comuna! era la más repetida.Atento a su estricto deber -en cuanto representante del Poder legítimamente constituido-, mi padre se negó al requerimiento hasta tanto no recibiese órdenes del Ministerio de la Gobernación; y cumplió estrictamente su palabra: cuando algunos exaltados pretendieron luego que se le procesara, por su resistencia a las exigencias del pueblo soberano, el Gobierno reconoció que se había limitado a cumplir con su deber, y le confirmó en su puesto (en 1936, idéntica actitud le valdría, en cambio, la pena de muerte).Los comienzos del nuevo Régimen fueron, sin duda, ilusionados y felices. Incluso se pudo contar con dos «mártires» de la democracia, los oficiales Fermín Galán y García Hernández, fusilados -contra la voluntad del Rey, no lo olvidemos- por su insensata intentona republicana de Jaca (1930).Las cosas empezaron a cambiar en mayo, cuando la República desveló su faceta negativa: empezando por la bárbara ofensiva anticlerical, que implicó la destrucción de monumentos y joyas de arte irrepetibles -¡aquella maravillosa Virgen de Belén, de Pedro de Mena, convertida en pasto de las llamas...!-. Fue por entonces cuando Ortega, que había escrito cosas inconcebibles contra la presunta «barbarie» de la «dictablanda», en su famoso artículo El error Berenguer, hubo de cantar la palinodia: «No es esto..., no es esto». Pero el mal ya estaba hecho.Y a partir de aquí comenzaron a dibujarse las dos posiciones igualmente incompatibles con el normal funcionamiento de una auténtica democracia: la de unas derechas vinculadas al golpismo -la penosa «intentona» de Sanjurjo, en 1932-, y la «atención al disco rojo», que pronto sería el lema del «Lenin español» -Largo Caballero-. Había dado la pauta Azaña con su insensata voluntad de radical ruptura, a la que su incondicional admirador Álvaro Albornoz haría eco con aquella desdichada frase: «No más abrazos de Vergara, no más pactos del Pardo: si quieren hacer la guerra civil, que la hagan...» ( y por desgracia, la hicieron).Lo evidente, una vez aprobada la Constitución de 1932, fue la negativa fanática del centro-derecha (Lerroux-Gil Robles), y de la izquierda, orientada, desgraciadamente, por un Largo Caballero obsesionado por el maximalismo de la revolución proletaria (frente al sentido de la realidad de Prieto), a convivir alternándose en el Poder según la voluntad del voto ciudadano. ¿Cómo no recordar lo que supuso la réplica de la izquierda al normal acceso al Poder -dada la composición de las Cortes elegidas en 1933- de tres ministros de la CEDA? ¡Nada menos que la apelación revolucionaria, con dolorosa incidencia en Asturias, y el pronunciamiento decididamente secesionista en Cataluña! ¿Hay alguna ejemplaridad en ello, para añorarla ahora?Pero después de las elecciones de 1936, que dieron el triunfo al Frente Popular, la situación en el país -en la calle-, convertida en ámbito para el insulto y la amenaza -yo estaba entonces en Melilla-, fue inenarrable. La ofensiva contra la Iglesia -era un riesgo para los sacerdotes hacer acto de aparición en público- se hizo cada vez más violenta; de otra parte, se movilizó a los adolescentes de la izquierda anarquista y socialista -los «pioneros»- para atemorizar a los chicos «burgueses», asaltando e insultando a los que, simplemente, íbamos correctamente vestidos. En las jornadas de Semana Santa (abril del 36) se me quedó grabada la «amable» tonadilla con que se nos obsequiaba a los católicos que acudíamos a las iglesias el Jueves Santo: «¡Os cortaremos la cabeza / empezaremos por el clero / que es el ánimo más fiero / que domina la nación: ¡revolución, revolución social!».Pero recuerdo también las palabras de mi padre cuando se comentaba, en el seno familiar, la situación intolerable: «No os preocupéis. Si estos insensatos se lanzaran a la revolución, el Gobierno podrá contar con el Ejército para controlar la situación y asegurar la República». Sino que fue el Ejército quien se lanzó a hacer su propia revolución; los militares leales, como mi padre, fueron eliminados; y el Gobierno no pudo superar el reto: tras tres años marcados por ríos de sangre, no sólo en las trincheras, sino en ambas retaguardias, la democracia -una auténtica democracia- hubo de aguardar cuarenta años a que la estableciera... un Rey.¿Es esa República la que el señor Rodríguez Zapatero exalta y añora...?

Pagar el coste

ABC 14/04/06

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN

Pagar el coste
Los políticos extienden ahora la idea de que no pagar el coste de las cosas genera distorsiones nocivas que es preciso evitar ajustando costes y precios, es decir, lo que espontáneamente hace el mercado.Pero antes de celebrar que por fin los economistas liberales ponemos una pica en Flandes, recordemos el viejo cuento del escorpión que no podía dejar de aguijonear, porque estaba en su naturaleza. Y en la naturaleza de la política moderna está el recortar la libertad y los bienes de los ciudadanos.Esta semana recordó el diario «Expansión» que la factura del agua en España se multiplicará por más de dos, puesto que se generalizará en Europa a partir del 2010 la obligación de pagar por el agua lo que realmente cuesta.Hace algún tiempo incluso el periódico «El País» concluía: «Pagar más, única medida eficaz para ahorrar», e informaba de lo que algunos llevamos años denunciando: la escasez de agua en España es un problema fundamentalmente rural y no urbano, puesto que la agricultura representa el 80% del consumo; y cuando se subvenciona el agua al nivel que existe en nuestro país, donde en su uso agrícola apenas se paga el 10% del coste real, no hay forma de contener su uso y abuso.En un ámbito distinto aparece un razonamiento análogo, y en la Ley de Dependencia las autoridades apuntan que habrá una especie de copago o «ticket moderador», como el que ha sido sugerido para la sanidad. El argumento es en el fondo igual al del agua: si la interferencia política aleja los precios de los costes, ello comporta distorsiones, como típicamente es la hipertrofia de la demanda.Pero si todo esto está bien, si encaja con viejas prédicas de los economistas y con reiteradas acusaciones de los liberales, ¿por qué no aplaudir?Para que vea usted por dónde va este desconfiado columnista le pondré un ejemplo llamativo. La madre Teresa Fernández de la Vega aplaudió la subida de impuestos sobre el alcohol y el tabaco porque ello ¡mejorará la salud de los españoles!A mi juicio, la vicepresidenta recurrió a una excusa para ocultar la siguiente verdad: el Estado recauda de donde puede, con la mayor legitimidad que puede, con la mayor «anestesia fiscal» que puede, pero recauda. Y obliga a pagar.Recaudar, obligar. Ahí está la pieza que falta del puzzle. Todos los cánticos que festejan la racionalidad de elevar los precios de los servicios que dependen de las autoridades para acercarlos a sus costes pasan por alto que esto significa obligar a la gente a pagar más. ¿A que nunca ha escuchado usted nada a propósito de rebajar otros impuestos para compensar a los ciudadanos de este daño acrecentado? Pues eso.

martes, 11 de abril de 2006

Sobre la República

EXPANSIÓN 11/04/06

Miguel Ángel Belloso

Sobre la República
Siendo España por el momento una Monarquía, que todo es susceptible de cambio bajo el gobierno que dirige los destinos del país, estamos en la semana en la que se cumple el 75 aniversario del pronunciamiento de la II República, que va a ser conmemorado como Dios manda, con una gran carga institucional.
Así lo anunció el miércoles pasado el presidente Zapatero, quien en el Senado, en respuesta a una pregunta parlamentaria, dijo, con absoluta seguridad: "La España de hoy mira a la Segunda República con orgullo, reconocimiento y satisfacción". Una vez que leí la reseña, me volví hacía atrás por ver si España estaba a mis espaldas, como testigo de tal reconocimiento, y, sinceramente, no la vi. No sé de la España de la que habla y se apropia con tal grado de frivolidad el presidente, pero como yo formo parte, forzosamente, de la misma, quiero dejar constancia de que ni miro con orgullo ni tampoco con satisfacción la II República. Y me parece que no estoy solo en tal sentimiento, quizá común a la mitad del país, y también creo que otra gran parte de los ciudadanos, en lo que respecta a la historia, está a por uvas, lo cual no es el peor de los mundos si, como temo, la recuperación de la memoria se promueve desde el más perfecto sectarismo. Pero se hará, se va a hacer, no les quepa a ustedes la más mínima duda, no sólo porque así lo ha anunciado el presidente sino porque las fuerzas vivas de esta nación de naciones, las que están en el machito, los intelectuales que viven del pesebre y muchos de los artistas en nómina desean esta especie de ajuste de cuentas con sus enemigos imaginarios que no ambicionan ni para con los terroristas de ETA. Así es la vida, así va España, directamente camino del cubo de la basura.
La Segunda República fue un periodo convulso y brutal de nuestra historia en el que algunos principios admirables fueron prontamente arrumbados por el partidismo más excluyente. Leo con delectación a los patrocinadores del homenaje en ciernes que la República fue el más profundo intento de modernización política y social emprendido hasta entonces, en lo que se refiere a la instrucción, a la separación de la Iglesia del Estado, al voto de las mujeres, a las reformas sociales. Todo esto es muy discutible, hay miles de libros que lo demuestran, pero, en todo caso, lo que está fuera de toda duda, es que el régimen desembocó en un rotundo fracaso mucho antes de que diera pie a la guerra civil, por la ingenuidad e ignorancia de sus dirigentes –flagrante en lo que se refiere a la gestión económica– y por su constatable partisanismo, que impidió cualquier proyecto integrador, de vida en común. Como no hay gobierno posible si previamente no está garantizado el orden público, lo cierto es que en aquel periodo que a Zapatero le parece digno de resucitar se cometieron muchas tropelías. Por ejemplo, se quemaron muchos conventos e iglesias, se promovieron revoluciones contra el gobierno legítimo de la CEDA –como la de Asturias–, en Cataluña se declaró una república independiente que duró tres días, e incluso sucedió que el asesinato del jefe de la oposición, el señor Calvo Sotelo, fue cometido por un guardaespaldas de Indalecio Prieto, que entonces era ministro del Interior del Gobierno de la nación. Naturalmente que la responsabilidad del fracaso y del desastre final no es atribuible en exclusiva a la izquierda, sino también a una derecha integrista y soberbia, que tenía ejemplos perversos donde mirarse, la Alemania nazi o la Italia fascista. La pregunta es: ¿Pueden ustedes imaginarse algo así, tal grado de irresponsabilidad general en nuestros tiempos? Quizá. La grave irresponsabilidad actual, la del presidente, es la resurrección de los hechos. Como dice un amigo anónimo, que firma como 'Mágnum' cuando me da su opinión, "si todos sabemos que hay muchos ciudadanos que no tienen una buena idea de la II República, un presidente empeñado en avivar su memoria no es un presidente que esté gobernando para toda España, no es el presidente de todos los españoles, y esto es muy feo". Pero los progres y los rojos como Zapatero, por usar el calificativo que él mismo se impuso, no tienen la misma opinión que 'Mágnum'. Su justificación para homenajear a la República es que todos debemos "aprender de los errores para no repetirlos", el más importante de los cuales es que no se "puede eliminar al discrepante". Y yo me pregunto: ¿y no es esto lo que establece el Pacto del Tinell, gracias al cual gobierna Zapatero, en el que se descarta explícitamente cualquier posibilidad de acuerdo con el PP? No, queridos amigos. Todo apunta a que no se trata de recordar la historia, sino de reproducirla.

La anomalía como norma

EL PAÍS 11/04/06

HERMANN TERTSCH

Elecciones en Italia
La anomalía como norma
La derrota de Silvio Berlusconi en las elecciones italianas comenzó a ser plausible cuando se equipararon el miedo a un Gobierno caótico de una coalición izquierdista variopinta y el pánico ante otra legislatura bajo la dirección de un hombre que siempre fue muy especial, pero que ya es mucho más que excéntrico. Los resultados provisionales demuestran que los miedos son casi parejos, dividen en dos mitades prácticamente iguales a los italianos y auguran inestabilidad o parálisis.La democracia italiana ha soportado épocas de poder y encumbramiento de mafiosos de sacristía, cleptómanos socialistas, logias multicolor y organizaciones de saqueo en autoservicio. Pero la anomalía como norma, que esa sociedad tan profundamente civilizada que es la italiana podía soportar sin mayores traumas ni dramatismo, puede causar daños irreparables al sistema bajo el mando de un propietario. Si no se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco, más difícil aún es mantener la cordura cuando hay que luchar a diario por saber si se está en sesión del consejo de ministros o de administración. Si el deterioro de la calidad democrática debido a la concentración de poder político, económico y mediático en sus manos ha sido evidente, cinco años más en el cargo pueden convertir a Berlusconi en una amenaza para la esencia misma de la democracia. Resulta metafísicamente imposible que un ser humano en sus circunstancias no haga trampas en defensa de lo que considera sus intereses vitales. Este argumento ha sido el principal de la Unión.
El desmoronamiento del mapa político de la posguerra hizo posible la llegada a la política y al poder de un Berlusconi que dio una opción al electorado de centro derecha, que había quedado huérfano. Pero la reordenación de ese mapa está lejos de haberse realizado. Il Cavaliere ya fue derrotado en su día por Il Professore, y volvió años después de que Romano Prodi cayera víctima de diferencias dentro de una coalición tan variopinta como la actual, cuyo único denominador común real es la fobia a Berlusconi. Tras una campaña a cara de perro, las elecciones pueden no haber resuelto nada. Habrá que ver si esta vez, de tener mayoría en ambas cámaras, una hipotética coalición bajo Prodi es capaz de aguantar una legislatura votando unida en el Parlamento, o si algunos grupos se lanzarán al secuestro del Gobierno para políticas cheguevaristas en la economía o la política exterior que rompan la mayoría a corto o medio plazo.
En cuanto a Berlusconi, no ha cosechado este resultado, tras una legislatura en gran medida fracasada, por el entusiasmo que produce, cada vez más histrión y caricatura de sí mismo, sino porque es la única opción para evitar una alianza que genera temores que no consiguen paliar el prestigio y la bonhomía de Prodi. Han votado al primer jefe de Gobierno de su historia que ha aguantado una legislatura completa y que se niega tanto a la experimentación social como al inmovilismo. Italia está antigua. Pero no corre hacia atrás, como le pasa a Francia.
La anomalía como norma comienza a ser un lujo que solo los europeos parecen poder permitirse. Se suceden los reveses. Ayer, la fatalidad acabó con una de las mejores promesas políticas de Europa, el nuevo líder del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Matthias Platzeck, que deja cargos y actividad por un problema coronario. Ayer también se consumó la enésima derrota de la República Francesa en su lucha contra la realidad. Más patéticos que el derrotado Berlusconi se antojan los vencidos Chirac y Villepin. Y no menos esos sindicatos y estudiantes que creen haber ganado algo. A algún rincón de Europa solo le faltan ya los ritos indigenistas para hacer parque temático. Berlusconi es sin duda un espectáculo, pero está muy claro que no es el único.

lunes, 10 de abril de 2006

El sofá del 14 de abril

EXPANSIÓN 10/04/2006

TOM BURNS

El sofá del 14 de abril

El sofá que tengo en casa, en mi despacho, fue, en tiempos, utilizado por mi abuelo materno como camilla para sus pacientes. En él se sentaron, a eso de la 2 de la tarde del 14 de abril de 1931, el conde de Romanones, ministro de Alfonso XIII, y Niceto Alcalá-Zamora, presidente del Comité Revolucionario.
El Viernes Santo se cumple el 75 aniversario de la proclamación de la II República y no necesito ningún curso acelerado de memoria recuperada para reflexionar sobre esta fecha: conozco bien la escena de sofá que protagonizaron los dos políticos, amigos ambos del doctor Marañón. Fue un encontronazo entre dos viejos conocidos que selló, entre desconfianzas y amenazas, prisas e improvisaciones, un cambio de régimen. Dos días antes, en las elecciones municipales del domingo 12 de abril, que marcaron el primer ejercicio libre del voto desde el golpe de Estado del general Primo de Rivera, en septiembre de 1923, España se había acostado monárquica y había amanecido republicana.
Según mi abuelo, que fue el único testigo del encuentro, Romanones pidió unas semanas de tranquilidad antes de hacer una lectura irrevocable del voto en las municipales y propuso que, pasado un tiempo prudencial, se podrían convocar unas elecciones generales "de las que tan sólo podría salir legítimamente la decisión de un cambio trascendente en la vida política del país". Alcalá-Zamora traía un discurso tajante, excluyente y sectario, que había preparado con el Comité Revolucionario que en aquel momento presidía. "La batalla está perdida para la Monarquía", dijo el futuro presidente de la República. "No queda otro camino que la inmediata salida del Rey, renunciando al trono. Lo que a usted [Romanones] le importa es que determinemos los detalles de su viaje y el de toda la familia real. Es preciso que esta misma tarde, antes de ponerse el sol, emprendan el viaje."
Según José Luis Rodríguez Zapatero, hablando en el Senado la semana pasada, la II República fue un periodo de conquistas, de objetivos y aspiraciones, que "iluminó" la Constitución de 1978 y que sigue estando "en plena vigencia". Yo disiento. El nuevo régimen no conquistó nada, ni alcanzó objetivos, porque no perduró. Y no perduró porque fue incapaz de medir aspiraciones y, por ello, de encauzarlas y satisfacerlas. Tampoco iluminó la Constitución de 1978. Afirmarlo es una tergiversación digna de 1984 de George Orwell. Si algo hicieron los constituyentes de la Transición política fue evitar los errores de los próceres de 1931. Por eso, la II República no tiene vigencia alguna. Al menos no la ha tenido hasta ahora.
Que un presidente de Gobierno no conozca la historia, sobre todo la contemporánea, de su país es grave. Pero el hecho de que, desde su desconocimiento del pasado, saque lecciones para el presente y el futuro es sumamente preocupante. Es cierto que hace 75 años tuvo lugar una explosión de enorme júbilo popular. Salvador de Madariaga describió cómo España, en aquel 14 de abril de 1931, estaba "rebosante de alegría –una alegría espontánea, como la de la naturaleza en primavera–." José Ortega y Gasset tuvo la misma sensación y la explicó mejor: "Pocas veces se habrá producido en la historia un hecho más claro, más transparente. La República surgió con la sencillez, plenitud e indeliberación con que se producen los fenómenos biológicos, con que en mayo brotan las hojas por las ramas del olmo y engorda la espiga sobre la caña." Pero Rodríguez Zapatero, y quienes le animan y le aplauden, se quedan con la alegría primaveral de esa fecha de marras. El entusiasmo popular no es, en sí, ningún certificado que asegure la felicidad fraternal. La II República nació lastrada por el resentimiento y la intolerancia. Podemos estar seguros de que la quema de los conventos que tuvo lugar al mes de aquel júbilo no tendrá conmemoración alguna.
RadicalismoPosteriormente, Madariaga se explayó con los Tres Franciscos, dos de los cuales –Francisco Franco y Francisco Largo Caballero–, o las Dos Españas, que lo mismo da, empitonaron al tercero de ellos, Francisco Giner de los Ríos, que representaba la Tercera España, honesta, leída y viajada, dialogante y moderada. Ortega, habiendo tempranamente avisado que al nuevo régimen le ahogaba el "radicalismo", expresaría su desasosiego y descontento en su célebre "no es esto, no es esto" bajo el título de Rectificación a la República. Éstas fueron las lecturas que "iluminaron" a los constituyentes de la Transición política cuando elaboraron una Constitución de Todos bajo una Monarquía parlamentaria. Tengo los textos de Madariaga y de Ortega, junto con los de mi abuelo y otros muchos de la época, en las estanterías que rodean el histórico sofá de mi despacho. Sentado en él la otra noche, después de escuchar a Rodríguez Zapatero alegar que España mira a hoy a la II República con "reconocimiento", se me mezclaron sentimientos de incredulidad, de enfado y tristeza. Lo que está claro es que va absolutamente en serio el acoso y derribo de ese monumento al consenso y la convivencia española que fue la Constitución de 1978. Los que mandan tienen otro referente político.

Porque tú pagas

EXPANSIÓN 10/04/06

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN

Porque tú pagas
Una reciente -y previsiblemente efímera- consigna del Ayuntamiento de Madrid contra la prostitución fue: "Porque tú pagas". Como si no existiese todo por­que pagamos.Esto revela la propensión intervencionista, que en el caso de la prostitución lleva siglos de infructuosa hosti­lidad. Más que combatir males, se trata de justificar la coacción, algo siempre tentador para los intervencio­nistas de izquierdas y derechas, en este caso, como en casi todos, virtualmente indistinguibles. Véase, por ejemplo, la opinión de Ana Botella, que, a propósito de las prostitutas, lagrimeó igual que cualquier socialista hablando de "esclavitud", como si todas las prostitutas ejercieran su profesión a la fuerza. Cabe también apun­tar la incómoda reacción de la modernidad, que gene­ralmente atribuyó la prostitución a la represión de la sexualidad, que sería superada por el progresismo. Pe­ro llegó el progresismo, llegó la liberación sexual, y no se marcharon las prostitutas. De ahí que arrecie la co­rrección política con el disparate de catalogarlas sólo como "víctimas", en el usual reduccionismo que atri­buye ese padecimiento a los trabajadores, las amas de casa, y a cualquiera que a su juicio demande la abnega­da intervención pública. La campaña es siniestra, por­que la persecución al cliente no sólo no dará resultados sino que podrá empeorar las cosas, como ha sucedido en Suecia, fomentando la clandestinidad y la inseguri­dad. Sin duda, tiene fundamento el escrúpulo moral contra la prostitución, pero lo que resulta innegable, como subraya Francisco Capella (www.intelib.com) es que dicha actividad es realizada por mucha gente "sin agredir a nadie y produciendo beneficios para todas las partes directamente involucradas". Y añade: "si se quiere eliminar la prostitución que se ejerce con vio­lencia, no parece muy acertado utilizar más violencia institucional para prohibir la prostitución voluntaria que se ejerce sin violencia". Además, nadie pregunta nada a las propias interesadas. Una de ellas, tan inco­rrecta como luminosa, resumió: "No se respeta nuestra decisión de ejercer la prostitución". En este asunto pro­liferan prejuicios pero no reflexiones. Y hay problemas muy interesantes. Por ejemplo: ¿Por qué se sanciona la prostitución más que la pornografía? Otros asuntos: quizá es mejor que las prostitutas sean autónomas y no asalariadas; quizá la regulación convierta la demanda de prostitución en algo menos sancionado moralmen­te; quizá regularizar a las prostitutas constituya un agravio comparativo con respecto a otras inmigrantes que realizan tareas moralmente nada cuestionables, como las empleadas en el servicio doméstico.

viernes, 7 de abril de 2006

Directrius i recomanacions

El País 07/04/06

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ

Directrius i recomanacions
Mark Twain decía que sólo hay dos fuerzas capaces de llevar la luz a todos los rincones del mundo: el sol y la Associated Press. Y que, como no hay forma de dar órdenes al sol, los hombres y mujeres investidos con autoridad sienten inmediatamente una irrefrenable ansia de controlar los medios de comunicación.
La última muestra la ha dado el Consell de l'Audiovisual de Catalunya (CAC) con sus Directrius i recomanacions sobre la informaciò relativa al referèndum sobre l'Estatut de Autonomía. (Se puede leer, sólo en catalán, en http://www.audiovisualcat.net/ box39. html). Los responsables del Consell, encabezados por su presidente, Josep Maria Carbonell, rechazan las críticas de intervencionismo alegando que casi todos los consejos audiovisuales de mundo aprueban textos parecidos y que, en su caso, se inspiran en el Consejo francés. Pero si a alguien se le ocurre comprobar ese precedente, es probable que llegue a una conclusión muy distinta.
Con motivo de la consulta electoral sobre la Constitución Europea, el Consejo Superior Audiovisual de Francia (CSA) hizo públicas unas "recomendaciones" para la televisión y radio de aquel país, aplicables tanto a la información específica sobre el referéndum como a la actualidad en general, en ese periodo de tiempo. Las recomendaciones buscaban garantizar la equidad en el acceso a la antena del Gobierno, la mayoría parlamentaria, la oposición, y los grupos políticos en general, así como la pluralidad de opinión en el acceso de personalidades no pertenecientes a partidos.
El CSA sólo aludía al contenido de las informaciones para pedir que los comentarios, resúmenes y piezas de archivo que dependieran de las redacciones se hicieran "con una constante preocupación de equilibrio y honestidad". Y expresamente puntualizaba que se trataba de evitar que fueran utilizadas fuera de contexto. El resto de las recomendaciones trataba sobre transmisión de señales, conservación de cintas y vídeos emitidos y obligación de respetar las leyes sobre publicidad y sondeos electorales (http://www.csa.fr/infos/textes/textes_detail.php?id=23317).
El Consell va mucho más allá. De entrada no se trata ya de "recomendaciones", sino de "directrices y recomendaciones" cuyo cumplimiento se supervisará y vigilará, no mediante cintas y vídeos ya emitidos, sino mediante "los mecanismos oportunos". ¿Quizás mecanismos preventivos?
Los responsables del CAC se meten en un berenjenal de valoraciones y deciden que el referéndum es tan importante que justifica "algunas modulaciones de las reglas y criterios habituales" establecidos para otros procesos electorales. Ya no se trata de garantizar el acceso equitativo de los diferentes grupos políticos a los medios de comunicación, sino de exigir que la información sobre el Estatuto siga "criterios de máxima calidad y rigor, servida con objetividad e imparcialidad".
El CAC no explica en qué consisten esos criterios ni cómo se exige y se controla, ¿preventivamente?, esa "calidad y rigor" (que por otra parte considera más necesarios en este referéndum que en futuros procesos electorales). Además, sus responsables se sienten autorizados para decidir que el tema del acceso equitativo, aun siendo un requisito legal que se debe cumplir, no es tan importante en esta ocasión ya que lo que interesa es "clarificar los objetivos del proyecto". Es decir, insistir, explicar y desmenuzar el contenido del Estatut. En vista de lo cual, ordena que la información recoja la presencia de expertos y de portavoces de asociaciones sociales. Sin duda, los responsables del CAC no son conscientes de que multitud de esas "asociaciones sociales" ya han pagado páginas y páginas de publicidad en los diarios catalanes, casualmente en defensa del nuevo Estatuto.
Si todo se debe, como decía Twain, a la irrefrenable tendencia de quien tiene un cargo a difundir sus opiniones como si fueran directrices, ¿no podrían los diarios catalanes ofrecer a los directivos del CAC una columna mensual, quizás rotatoria, sobre crítica de medios de comunicación, en la que difundan sus interesantes teorías, sin necesidad de hacerlo, como sucede ahora, a través de textos con valor jurídico? Es una simple recomendación.

Los nuevos conservadores

La Gaceta de los Negocios 06/04/06

Francisco Cabrillo


Los nuevos conservadores
Si el mundo en el que vivo me gusta, ¿por qué cambiarlo? Esta ha sido la idea dominante del pensamiento conservador. Y es lo que piensan los estudiantes franceses que, a lo largo de las últimas semanas, han salido a la calle dispuestos a luchar contra cualquier reforma.Se equivoca quien piense encontrar es este artículo reflexiones sobre el nuevo candidato a primer ministro del partido conservador inglés; o sobre la evolución reciente de los partidos de derechas en Europa o en los Estados Unidos. A quienes hago hoy referencia es a jóvenes que, en ningún caso, se consideran afines a la derecha. Pero no me cabe la menor duda de que son conservadores, porque están dispuestos a hacer todo lo posible para que las cosas no cambien. Su visión de la vida es simple: si el mundo en el que vivo me gusta, ¿por qué cambiarlo? Esta ha sido siempre la idea dominante del pensamiento conservador. Y es ciertamente lo que piensan los estudiantes franceses que, a lo largo de las últimas semanas, han salido a la calle dispuestos a luchar con uñas y dientes contra cualquier reforma que intente dinamizar un poco el anquilosado mercado de trabajo de su país y ellos vean como una amenaza a sus planes para el futuro.La situación es bien conocida. Ante una tasa de paro juvenil muy elevada, que se estima, en promedio, en el 23 por ciento, el gobierno francés ha decidido abaratar los costes de ofrecer empleo a los menores de 26 años, mediante un contrato que permite su despido sin indemnización en un plazo máximo de dos años. Para quien está en el paro y desea realmente encontrar un puesto de trabajo, la medida es positiva, porque va a facilitar su contratación por una empresa. Sin embargo, para quien busca un empleo con la perspectiva de que le dure muchos años, la nueva ley no es, ciertamente, la solución. Y no debemos olvidar que algunas encuestas realizadas recientemente reflejan que más del 70 por ciento de los jóvenes franceses afirman que lo que realmente les gustaría es ser funcionarios; es decir, conseguir no ya un puesto de trabajo de larga duración, sino un empleo vitalicio. La idea de que la juventud es la edad de la innovación, de la creatividad y el riesgo ha pasado, seguramente, a la historia.Los economistas sabemos bien que las cifras globales del paro suelen resultar engañosas; y que, en muchos casos, la información relevante para el análisis de un mercado hay que obtenerla desagregando los datos y analizando las cifras de cada uno de los subgrupos considerados. En nuestro caso, conviene, en primer lugar, comparar este 23 por ciento de desempleo juvenil con una tasa nacional de paro cercana al 10 por ciento. Y lo que hay que preguntarse es por qué esta diferencia tan llamativa; es decir, por qué las empresas están mucho más dispuestas a contratar a trabajadores mayores de 26 años que a quienes no han alcanzado tal edad, a pesar de que los primeros perciben salarios significativamente más altos que los últimos.No parece difícil dar una respuesta a esta cuestión. Una diferencia de tasas de paro tan amplia entre dos grupos de trabajadores indica que la relación productividad/coste salarial es mucho más favorable en el colectivo con menor desempleo. A la hora de contratar a un trabajador, un empresario no va a inclinarse por el empleado más barato, sino que tomará en consideración tanto el coste laboral como lo que esta persona aporte a la empresa. Parece claro que en Francia —como en otros muchos países— la diferencia de coste salarial entre empleados jóvenes y trabajadores con experiencia es menor que la diferencia en sus niveles de productividad. El resultado es que las empresas prefieren a los últimos; y la tasa de paro de los jóvenes es, por tanto, mucho mayor. Por ello el gobierno intenta reducir el coste de contratar a los jóvenes, reduciendo no los salarios, sino los costes no salariales y, en concreto, los costes esperados de despido. Si esta discrepancia no se arregla —por esta vía o por otra— las diferencias en las tasas de paro no desaparecerán.Pero, para analizar a fondo el problema, habría que proceder a una desagregación aún mayor de los datos. La cifra del 23 por ciento encubre el hecho de que, entre determinados grupos de jóvenes —los mejor formados y preparados para la vida profesional— la tasa del paro es mucho más baja; mientras en los barrios más deprimidos, se calcula que el número de jóvenes sin empleo puede llegar al 50 por ciento del total. Resulta claro, por tanto, que quienes se ven más perjudicados por la política de empleo actualmente en vigor y quienes, por tanto, sufrirían en mayor grado los efectos de no cambiar nada no serían los jóvenes de las familias acomodadas o de la clase media, sino los que pertenecen a los grupos de renta más baja muchos de ellos inmigrantes o hijos de inmigrantes.No es sorprendente, por tanto, que aquéllos sean, en el fondo, conscientes de que, con la reforma, perderían mucho más que éstos. Y que actúen, en consecuencia, como auténticos conservadores…aunque, eso sí, en la más vieja tradición francesa, jueguen un poquito a la revolución. No está socialmente mal visto. Y hasta puede resultar chic.