miércoles, 29 de noviembre de 2006

Milton Friedman, economista

La gaceta de los Negocios 28/11/06

En los años 70, gracias a la labor de Milton Friedman, el modelo de Keynes quedó falseado
Fernando Méndez Ibisate

Milton Friedman, economista
EN mi anterior artículo sobre Friedman lamentaba haber tenido que dedicarlo, sobre todo, a aclarar los ataques personales de sus críticos sobre su visita al Chile de Pinochet, en lugar de glosar sus múltiples contribuciones a la teoría económica, difícilmente condensables en estas líneas.

Los excelentes artículos de Carlos Rodríguez Braun, de Juan José Dolado y Pedro Schwartz glosando sus contribuciones científicas, harían innecesario volver sobre Friedman como economista, si no fuese porque el lector de LA GACETA puede quedar confundido con las erróneas ideas que se deslizaban en un artículo de William Pfaff, titulado La Globalización, y concretamente con sus últimas líneas: “Milton Friedman acaba de morir. El monetarismo no morirá con él, pero se convertirá en una nota a pie de página para la historia económica. Keynes y el keynesianismo vuelven a atraer la atención… debido a su humanismo fundamental”.

En los años 70, gracias sobre todo a la labor de Milton Friedman desde finales de los cincuenta, pero también de otros muchos economistas que contribuyeron al avance del análisis económico, y con la adopción del modelo de expectativas racionales (Muth, 1961 y Lucas Jr., 1976) que incorpora con gran velocidad procesos de aprendizaje de los agentes económicos, el modelo de Keynes y el keynesiano quedaron falseados.

Otra cosa es que, a pesar de haberse demostrado su falsedad teórica y de aplicación práctica, políticos y gobernantes del mundo tengan especial interés en mantener viva su aplicación y postulados. Interés que se explica mediante el análisis del Public Choice, al que indirectamente contribuyó Milton Friedman. Su longevidad con plena lucidez le dio ciertas ventajas.

Tal interés radica no en que Keynes ni el keynesianismo postulen humanismo o humanidad, sino ignorancia e inoperancia tanto de los agentes privados como de los mercados, por lo que la aparición del burócrata o político benévolo y neutral, que resuelve todos nuestros problemas, resulta muy atractiva para tales agentes y para justificar la redistribución de nuestras rentas en su favor. Por cierto, muchos lobbies privados, entre otros sindicatos u organizaciones empresariales, se han apuntado a ese esquema.

El segundo puntillazo a la Teoría general (1936) de Keynes (el primero había venido de Hayek en los mismos años 30, aunque no tuvo mucho eco) lo dio Friedman con su Teoría de la función de consumo (1957). Plantea allí que la función de consumo de Keynes, cuya estructura se deriva de la observación y no del comportamiento racional, como se haría después, es una mala explicación del comportamiento de los agentes, ya que éstos diferencian entre un componente permanente y otro transitorio de su renta, actuando de modo distinto en sus decisiones de consumo y ahorro. Era el componente permanente (su expectativa de flujo de ingresos futuros) el que operaba sobre sus decisiones de consumo principales: las permanentes. Ello cuestionaba la idea del multiplicador (que depende de la propensión marginal a consumir) y la posibilidad de utilizar políticas de gasto público para impulsar la economía.

Fue precisamente la aplicación que hizo Muth de las expectativas racionales para proporcionar restricciones sobre un proceso estocástico de generación del ingreso, lo que transformaría la fórmula geométrica de distribución de retardos del ingreso permanente, de Friedman, en un predictor óptimo del ingreso. Friedman, no se olvide, tenía una excelente formación y experiencia estadística.

Sus aportaciones al avance de la teoría monetaria y la explicación de los fenómenos inflacionistas, cuyo origen se remonta a la Escolástica del siglo XVI (Martín de Azpilcueta en 1556), resumidas en la idea de que la inflación es un fenómeno monetario, le llevaron a propugnar reglas concretas y conocidas de antemano en materia de política monetaria por parte de las autoridades, ya que éstas ni controlan, ni lo hacen oportunamente (en cuantía y tiempo), las disponibilidades líquidas u oferta monetaria. Y, puesto que ésta sí afecta gravemente a corto plazo las decisiones de los agentes (inversión, actividad y empleo) y a largo plazo la inflación (alterando las funciones y esencia de la moneda), lo mejor era tocar la moneda lo menos posible.

No acaba aquí ni el pensamiento ni las aportaciones de Friedman. Pero que una idea o teoría ocupe más páginas en la historia no dice nada sobre su certeza, error, bondad o crueldad, ni sobre sus repercusiones. Simplemente habla de su poder de persuasión.

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