La Gaceta de los Negocios 21/11/06
Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política
Fernando Méndez Ibisate
Milton Friedman, in memoriam
TAL vez porque ya era mayor (ha muerto con 94 años), el Nobel de Economía, Milton Friedman, no concitaba en los últimos años tanto rechazo y desafecto entre el público, en general, y entre su detractores, en particular, como en las décadas que van entre los 60 y los 90. Mi conjetura es que la evolución del análisis económico, junto con los hechos y la realidad, han ido dándole la razón en muchas de sus teorías e hipótesis, acallando los argumentos de sus enemigos, que, no obstante, han mantenido sus críticas personales; algo tan atractivo para quienes argumentan en términos ideológicos, dada su mayor comodidad y menor coste frente a la crítica científica.
No obstante, vistas las crónicas de su óbito en gran parte de la prensa, sobre todo nacional, cabe colegir que sus ideas no se han entendido plenamente y que desprestigiarle con argumentos ideológicos, que suelen reducirse a su visita al Chile del dictador Pinochet en 1975, se ha convertido en un juego. Le considero, por ello, un verdadero optimista, pues siempre creyó que había mermado mucho el clima general de la opinión pública que trata la acción gubernamental como cura de todo propósito para todo mal y que “hemos estado ganando la guerra de las ideas, aunque —reconocía— hayamos estado perdiendo la guerra en la práctica”.
Podría aceptarse, hipotéticamente, que la visita de marras fue una pifia, como pretenden keynesianos o socialistas (de izquierdas o de derechas) para extender errores y culpas a todos y que, así, a todos toque pedir perdón, si no fuese porque los hechos históricos tuvieron otro cariz. La colaboración entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile fue anterior y normalmente eran los estudiantes chilenos, como de otros países (entre ellos Oscar Lange y Abba Lerner, ambos profesores en el departamento de Economía), quienes participaban en seminarios y cursos especializados de la Universidad de Chicago. A diferencia de algunos de sus discípulos, Friedman nunca fue asesor económico de la Junta del criminal Pinochet y sus consejos se limitaron a una visita de seis días, invitado por una institución privada (el Banco Hipotecario), donde dictó una serie de conferencias sobre inflación (justo cuando ésta ahogaba la economía chilena), además de una entrevista con Pinochet. Dicho sea de paso, aunque no siempre las medidas adoptadas fueron friedmanitas ni tuvieron resultados positivos, las libertades económicas introducidas por Chile le han conferido el primer puesto de las economías latinoamericanas. Y, pese a todo, cabe recordar que Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política y que no hay una sin la otra. Pero además, como siempre recordó el propio Friedman, meses después realizó un viaje de 12 días a la dictadura comunista China, con numerosas comparecencias públicas y una entrevista de más de dos horas con el secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, donde dio los mismos consejos que en Chile para salir de la crisis y la inflación —control de la cantidad de dinero, liberalización de precios, privatización del sector público y eliminación de controles de precios y cambios— sin que por ello fuese acusado de ser un esbirro de la dictadura comunista.
Resulta lamentable que la prolífica obra de Friedman, de alto nivel científico e intelectual, quede sistemáticamente oscurecida por esos ataques ideológicos, a pesar de ser un economista que ha dedicado tiempo y esfuerzos tanto al análisis teórico y el trabajo científico como a la difusión de ideas (entrevistas o series de televisión) y su discusión en ámbitos más populares (revistas económicas generales, prensa o Internet), labor que no pocos académicos consideran menor e incluso despreciable. Parece que sus ideas han molestado, sobre todo a quienes han podido ver comprometidas sus posiciones de privilegio. Junto a Phelps derribó la construcción teórico-estadística de la curva de Phillips, último bastión del viejo keynesianismo. Pero antes, junto a Hayek, que llevaba luchando desde los 30, había derribado el modelo keynesiano construido por economistas teóricos que no hicieron justicia a la Teoría General de Keynes. Además de mantener viejas ideas vivas, como la teoría cuantitativa y el monetarismo, avanzó otras muchas en su crítica al intervencionismo e intromisión del poder político en la economía (renta permanente y transitoria, impuesto de la renta negativo, cheque escolar,…) y no trató, como se ha dicho, de comprobar empíricamente sus teorías, sino de refutarlas. Era, además de neoclásico, popperiano.
martes, 21 de noviembre de 2006
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