domingo, 1 de octubre de 2006

CONFIANZA EN FUGA

ABC 01/10/06

Por ÁLVARO DELGADO GAL

CONFIANZA EN FUGA
EL PSOE, en sintonía aparente con las exigencias de HB, ha impulsado la exportación del llamado «proceso de paz» al Parlamento Europeo. Simultáneamente, se ha impedido que varios grupos en que estaban representadas las víctimas del terrorismo fuesen recibidos oficialmente en Estrasburgo. Este agravio comparativo entra en resonancia con otras asimetrías notables. Los fiscales no se movilizan, o lo hacen de muy mala gana, para denunciar manifestaciones inspiradas por ETA. A la vez, se ponen obstáculos mezquinos a las que organiza la AVT. Por supuesto, se trata de hechos diversos, susceptible cada uno de una interpretación aislada. El desplazamiento simbólico del contencioso vasco a Europa, preñado de peligros e intrínsecamente incongruente -ETA, recuérdese, consta en la Unión como organización terrorista-, podría entenderse como un esfuerzo desesperado por retrasar la muerte y pudrición del diálogo iniciado hace... no se conoce con certeza cuándo. Y la actitud hostil hacia la AVT está seguramente relacionada con el hecho de que la última, en virtud de carambolas varias, ha terminado por defender una causa que también defiende la oposición. Los valedores del presidente señalan que todavía no se ha hecho ninguna concesión irreversible, y añaden que el mal clima generado por la suma de todos estos episodios abriga un carácter, por así decirlo, virtual. Si el PP intrigara menos, y ayudara más, no estaríamos hablando de los aspectos preocupantes del proceso. Estaríamos, más bien, soplando todos juntos a fin de que no se extinguiera la llama de la esperanza.
Resulta sorprendente que los medios afines al Gobierno reprochen al PP su no colaboración en un asunto del que ha sido consciente y sistemáticamente apartado. Un ciudadano ajeno a la política, un adicto platónico a la causa de los intereses generales, podría sostener que el deber patriótico de un partido consiste en sacrificarse por un bien superior, aunque se le haya tratado a puntapiés. El que da los puntapiés carece, sin embargo, de autoridad moral para lamentar que el otro se duela y responda en términos similares. En política, es inexcusable el principio de responsabilidad: cuando los excesos o descomedimientos de usted provocan efectos ingratos, la cuestión urgente, desde el punto de vista que a usted le concierne, es su propia torpeza. Lo que procede, por tanto, es hacer autocrítica y dejarse de historias. Agrego que el PP acierta al no apoyar al Gobierno. Como de costumbre, no consigue explicarse bien o elegir las palabras más oportunas. Pero éste es un negociado distinto.
Vayamos a lo realmente importante... desde el punto de vista de lo que ya ha ocurrido. O sea, de lo que no tiene enmienda. Los valedores de Zapatero afirman, según comenté líneas atrás, que el presidente no ha hecho aún concesiones materiales irreversibles. De acuerdo. Ni ha roto formalmente la Constitución, ni ha pegado a Navarra con cola a las tres provincias vascas. Pero de un presidente no esperamos sólo que no infrinja la ley de modo expreso. Esperamos mucho más: a saber, que se comporte de forma comprensible, y que no inicie movimientos que afectan a la estructura del Estado sin contar con una mayoría política y social abrumadora. Los dos requisitos, distinguibles en teoría, se confunden en la práctica. Es difícil que la oposición y el cuerpo ciudadano que ella representa se desmarquen ante argumentos potentes y fines concebidos con claridad. O no es fácil, por expresar lo mismo cambiando el orden de los factores, que los fines no terminen por ser diáfanos si antes se discuten honradamente con la oposición. Zapatero se ha conducido justo al revés: ha eludido explicaciones elementales, y ha substituido la política del consenso por acciones espasmódicas y furtivas. Ha sido inaudito, por ejemplo, que substituyera el debate parlamentario por una declaración a la prensa improvisada en un rincón del Congreso; es rigurosamente increíble que haya negado contactos que sus subordinados admiten y que los Servicios de Información confirman; y suscita recelos racionales y perfectamente legítimos que, mimetizando el discurso de ETA, hable del derecho de los vascos a decidir su futuro político.
El resultado de este comportamiento irregular es una erosión gravísima de la estructura democrática. La democracia, lo mismo que el valor del dinero, se basa en la confianza. Sin una confianza mínima, y compatible, de suyo va, con el enfrentamiento de los partidos sobre cuestiones varias, las instituciones se encasquillan y dejan de funcionar. Conocíamos de qué iba el asunto cuando emisarios del Gobierno se entrevistaron en Argel con ETA. El asunto era la entrega de las armas. Conocíamos de qué iba el asunto cuando emisarios del Gobierno se entrevistaron con los terroristas en Zürich. El asunto consistió, otra vez, en la entrega de las armas. Pero no sabemos ahora qué pasa, ni el Gobierno nos ayuda a resolver nuestras dudas. Al alegato de que pecamos de poco magnánimos persistiendo en dudar, cabría replicar lo de antes. El intríngulis no está en nuestra magnanimidad insuficiente, sino en los motivos abrumadores para no ser magnánimos. Fiarlo todo en quien no enseña las cartas, no es un mandato constitucional.

No hay comentarios: