La Gaceta de los Negocios 06/10/06
Álvaro Delgado-Gal
A la banda terrorista ETA no le importa nada que se descuaje la democracia española
Zapatero ha hecho ¡plaf!
EL que se ha tirado alguna vez desde un trampolín, sabe que la agonía dura mucho más que el salto. Nos resistimos a prestar nuestro cuerpo al aire, y colmamos estos momentos de duda, estos momentos estancos, con cinematografías interiores y caprichosas anticipaciones. Y de repente estamos ya en el agua. Sucede como si se hubiese roto la cinta de la película y los fotogramas anteriores al vuelo se superpusieran a los que nos sacan braceando hacia la orilla. Lo mismo, exactamente lo mismo, acaba de sucederle a Zapatero con ETA. Después de un verano de tanteos y provocaciones crecientes por parte de los terroristas, y obstinado silencio del presidente, se ha recorrido, en menos de una semana, un trecho irreversible. Se traslada la negociación al Parlamento Europeo; se trae a Blair para que hable de lo que no conoce ni le importa; y se filtra que la apertura de la mesa política con HB es inminente. Zapatero, en fin, se ha tirado a la piscina. Quedan en el aire dos detalles, uno importante y el otro importantísimo. ¿Se legalizará a HB sin pedirle que condene antes la violencia y denuncie el pasado de ETA? Zapatero sigue diciendo que permanece vigente la Ley de Partidos. Sobre el papel, HB debería hacer una condena firme de la violencia, de la pretérita y de la que pudiera cometer la organización que representa. Parece claro que no lo hará. Por desgracia, lo está mucho menos que el presidente vaya a mantener la vigencia de la Ley de Partidos. Pero la dificultad no es definitiva porque siempre podrán encontrarse fórmulas ambiguas, en la línea, qué sé yo, inaugurada por el Estatuto de Cataluña a propósito de la palabra nación. El otro detalle suscita mayores perplejidades. El mínimo de ETA es el derecho de autodeterminación y la incorporación de Navarra. No es un mínimo retórico, sino que es un mínimo absoluto, esto es, una condición que ETA pone como no renunciable antes de hablar seriamente del abandono de las armas. Ahora bien, la incorporación de Navarra exige el beneplácito de los navarros, y la autodeterminación del País Vasco presupone una reforma radical de la Constitución que no se podría llevar a cabo sin contar con el PP. ¿Entonces?Me temo que no hemos empezado a comprender la situación en su aterradora, estupefaciente enormidad. El desplazamiento a una mesa extraparlamentaria y protegida por el secreto de cuestiones cuya decisión corresponde al Parlamento —también al de Madrid—, dinamita, sencillamente, el orden constitucional. No sólo porque en esa mesa no estará representada la oposición, sino porque se cortocircuitan las instituciones legítimas. Esto no tiene nada que ver con una negociación sobre la entrega de las armas y los indultos a los presos. Las medidas de gracia son hechos extraordinarios que decreta el Ejecutivo por razones de equidad u oportunidad política. Un indulto concedido en un clima de división social es un desastre, como ya hemos tenido oportunidad de comprobar alguna vez. Pero la suplantación del Parlamento en las mismas circunstancias, y sin contar con la oposición, entraña, sencillamente, la muerte de la Democracia en su hechura actual. Si, además, se nombran observadores internacionales, no sólo queda vulnerada la Democracia, sino el propio Estado. ETA sabe esto, y además no le importa nada. A ETA no le importa que se descuaje la Democracia española. Y no sólo no le importa, sino que celebraría que el proceso negociador quedase sustraído al control de los órganos de la soberanía nacional española. Lo que acabo de decir es evidente. Ridículamente evidente.Lo que no es evidente es lo que pretende el Gobierno. ¿Confía, acaso, en que la mesa política se prolongue indefinidamente, generando recomendaciones inasumibles que fracasarán en el Congreso gracias al PP? ¿Confía, también, en que los terroristas se irán ablandando, hasta que se les oxiden las armas? ¿Confía en que el proceso de deslegitimación del sistema será de ida y vuelta, y que no pasará nada serio, porque estaremos sólo ante la simulación de que el Congreso ha sido substituido por una mesa que no representa a los españoles, y que no se halla sujeta a control democrático alguno? ¿De verdad es esto lo que piensa el Gobierno? ¿Piensa quizá, también, que la existencia de la mesa, identificada con la paz, le dará una victoria arrasadora en las elecciones, y que la derecha superviviente se sumará al proceso? Si piensa todo esto, se estará sacrificando el Estado al cuento de la lechera. El caso es tan increíble, que me declaro irreductiblemente perplejo. Algo más tiene que haber, algo que no conocemos. De una cosa sí estoy convencido: y es que lo sucedido ha infligido una herida difícilmente sanable al arreglo del 78. No sabemos hacia dónde vamos. Pero sabemos ya dónde hemos dejado de estar.
viernes, 6 de octubre de 2006
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