¡Basta Ya! 29/11/06
"Es importante salir el 6 de diciembre a la calle para celebrar nuestra fiesta, la fiesta de la Constitución, es decir la fiesta real de la paz democrática"
Fernando Savater
Nuestra fiesta
El otro día escuché un debate radiofónico entre María San Gil, Josu Jon Imaz y Patxi López, no exento de cierta virulencia y en el que se dijeron –como no podía ser menos- algunas cosas interesantes. Sin embargo, me extrañó que ninguno de los tres (si no me equivoco) mencionase en ningún momento la Constitución. Y ello es tanto más extraño cuanto que San Gil abogó con elocuencia por la necesidad de derrotar a ETA y López, con vehemencia, sostuvo su derecho a buscar un acuerdo de convivencia pluralista para los vascos, en ausencia de violencia, eso sí. Pero da la casualidad de que precisamente la Constitución es la fórmula que responde a ambos planteamientos. Derrotar al terrorismo –o hacer que el terrorismo reconozca su derrota- no pasa por exterminar a nadie sino que consiste, sencillamente, en que la Constitución cobre plena vigencia allá dónde hoy está cortocircuitada por amenazas y coacciones. Y el plan de convivencia pluralista, democráticamente acordado, que reconoce la posibilidad de discutir todos los proyectos políticos excepto el de quienes pretenden aumentar su peso real en la sociedad vasca por medio de la violencia, ya existe y se llama Constitución, sobre la que se apoya nuestro Estatuto actual y cualquier otro futuro. A lo mejor es cosa ya sabida y que no merece la pena molestarse en repetir, pero a mí francamente me gusta volver a oírlo… por razones pedagógicas.
Imagínense ustedes que les propongo un tema de investigación científica: busquemos algún tipo de energía capaz de iluminarnos y calentarnos que sustituya a las velas, al fuego de leña e incluso al gas combustible. Tendría la ventaja de dar mejor rendimiento con menor peligro de incendios y explosiones, podría prestar otros servicios de comunicación, etc… Supongo que no se sentirán ustedes demasiado motivados por mi genial proyecto, puesto que ya está inventado hace mucho y funcionando con bastantes buenos resultados: se llama electricidad. Pues la misma sensación de familiaridad siento yo cuando alguien dice que hay que buscar un “acuerdo de convivencia” que siga, culmine o permita el final de la violencia (táchese lo que no interese) y que para eso es inexcusable crear una mesa de partidos políticos. Porque ese acuerdo de convivencia pluralista y democrático existe ya desde hace décadas y se llama Constitución. No se instituyó como pago por el final de la violencia, sino como compromiso contra ella y a pesar de ella. Y no necesita ninguna mesa suplementaria para dar gusto a quienes no aceptan la legalidad vigente o quieren pescar en río revuelto, porque tiene ya sus sedes institucionales que son el Parlamento vasco y el estatal. Negarse a aceptar sucedáneos dudosamente legales del Parlamento no es “fetichismo”, como dice algún tonto con ínfulas, sino mero sentido común democrático.
Algunos se empeñan en repetirnos que primero debe acabar la violencia y luego será la hora de la política. Pero es que cuando ETA renuncie definitivamente a todo tipo de terrorismo de mayor o menos intensidad, el llamado “proceso” habrá tocado a su fin. En el País Vasco se ha hecho política a pesar de la violencia y se seguirá haciendo cuando acabe: pero no de forma excepcional, sino gracias precisamente a las instituciones constitucionales. Después del terrorismo no hay que “inventar” nada políticamente nuevo –como quisieran los que lo han utilizado hasta ahora- sino recuperar la normalidad democrática cuyo ejercicio se ha visto obstaculizado por los delincuentes. Y por supuesto nada de lo vigente, es decir, de lo que hemos defendido y defendemos frente a la violencia, debe ser suspendido o puesto entre paréntesis: ni la aplicación normal de las leyes (cuyas sentencias no siempre gustan a todo el mundo: precisamente para eso están los jueces, en caso contrario la legalidad sería proclamada de nuevo cada día a mano alzada y en la plaza pública), ni por supuesto la Constitución, que es la expresión del derecho a decidir de todos los ciudadanos españoles. Fuera de eso, caben pocas concesiones y ninguna bajo amenazas de volver a las andadas: a tal efecto es muy útil el video informativo del PSOE sobre la tregua-trampa del 98, porque muestra un recital de actitudes de buena voluntad por parte de aquel Gobierno que estuvo bien intentar hace casi una década pero sería del género bobo repetir y aún menos ampliar ahora.
En el País Vasco, somos muchos los que tenemos esperanza hoy: igual que la tuvimos ayer y por eso salimos a la calle contra la imposición terrorista, igual que la tendríamos mañana si volvieran de nuevo los crímenes, ojalá nunca más ocurra. No es una esperanza de paz, porque en paz estamos ya hace casi treinta años, gracias al acuerdo establecido en la Constitución democrática. Es la esperanza de librarnos de una vez por todas de ETA y sus secuaces, obligándoles a renunciar definitivamente a la violencia y esperando que se resignen a defender su proyecto político por vía parlamentaria y sin esperar ningún trato de favor. Esta victoria es posible, claro que lo es: pero además de esperanza hay que tener coraje, no ganas de descansar o de hacer componendas oportunistas.
Para empezar, es importante salir el 6 de diciembre a la calle para celebrar nuestra fiesta, la fiesta de la Constitución, es decir la fiesta real de la paz democrática. Una fiesta que no excluye a nadie sino a quienes aún pretenden robarnos la ciudadanía y forzarnos a la unanimidad de la tribu o al exilio. Creo que cada vez son menos, pero en cualquier caso los demás no debemos ceder terreno y tenemos que estar ahí. Que se nos vea y que se nos oiga: en paz, con ánimo festivo, pero presentes.
miércoles, 29 de noviembre de 2006
Milton Friedman, economista
La gaceta de los Negocios 28/11/06
En los años 70, gracias a la labor de Milton Friedman, el modelo de Keynes quedó falseado
Fernando Méndez Ibisate
Milton Friedman, economista
EN mi anterior artículo sobre Friedman lamentaba haber tenido que dedicarlo, sobre todo, a aclarar los ataques personales de sus críticos sobre su visita al Chile de Pinochet, en lugar de glosar sus múltiples contribuciones a la teoría económica, difícilmente condensables en estas líneas.
Los excelentes artículos de Carlos Rodríguez Braun, de Juan José Dolado y Pedro Schwartz glosando sus contribuciones científicas, harían innecesario volver sobre Friedman como economista, si no fuese porque el lector de LA GACETA puede quedar confundido con las erróneas ideas que se deslizaban en un artículo de William Pfaff, titulado La Globalización, y concretamente con sus últimas líneas: “Milton Friedman acaba de morir. El monetarismo no morirá con él, pero se convertirá en una nota a pie de página para la historia económica. Keynes y el keynesianismo vuelven a atraer la atención… debido a su humanismo fundamental”.
En los años 70, gracias sobre todo a la labor de Milton Friedman desde finales de los cincuenta, pero también de otros muchos economistas que contribuyeron al avance del análisis económico, y con la adopción del modelo de expectativas racionales (Muth, 1961 y Lucas Jr., 1976) que incorpora con gran velocidad procesos de aprendizaje de los agentes económicos, el modelo de Keynes y el keynesiano quedaron falseados.
Otra cosa es que, a pesar de haberse demostrado su falsedad teórica y de aplicación práctica, políticos y gobernantes del mundo tengan especial interés en mantener viva su aplicación y postulados. Interés que se explica mediante el análisis del Public Choice, al que indirectamente contribuyó Milton Friedman. Su longevidad con plena lucidez le dio ciertas ventajas.
Tal interés radica no en que Keynes ni el keynesianismo postulen humanismo o humanidad, sino ignorancia e inoperancia tanto de los agentes privados como de los mercados, por lo que la aparición del burócrata o político benévolo y neutral, que resuelve todos nuestros problemas, resulta muy atractiva para tales agentes y para justificar la redistribución de nuestras rentas en su favor. Por cierto, muchos lobbies privados, entre otros sindicatos u organizaciones empresariales, se han apuntado a ese esquema.
El segundo puntillazo a la Teoría general (1936) de Keynes (el primero había venido de Hayek en los mismos años 30, aunque no tuvo mucho eco) lo dio Friedman con su Teoría de la función de consumo (1957). Plantea allí que la función de consumo de Keynes, cuya estructura se deriva de la observación y no del comportamiento racional, como se haría después, es una mala explicación del comportamiento de los agentes, ya que éstos diferencian entre un componente permanente y otro transitorio de su renta, actuando de modo distinto en sus decisiones de consumo y ahorro. Era el componente permanente (su expectativa de flujo de ingresos futuros) el que operaba sobre sus decisiones de consumo principales: las permanentes. Ello cuestionaba la idea del multiplicador (que depende de la propensión marginal a consumir) y la posibilidad de utilizar políticas de gasto público para impulsar la economía.
Fue precisamente la aplicación que hizo Muth de las expectativas racionales para proporcionar restricciones sobre un proceso estocástico de generación del ingreso, lo que transformaría la fórmula geométrica de distribución de retardos del ingreso permanente, de Friedman, en un predictor óptimo del ingreso. Friedman, no se olvide, tenía una excelente formación y experiencia estadística.
Sus aportaciones al avance de la teoría monetaria y la explicación de los fenómenos inflacionistas, cuyo origen se remonta a la Escolástica del siglo XVI (Martín de Azpilcueta en 1556), resumidas en la idea de que la inflación es un fenómeno monetario, le llevaron a propugnar reglas concretas y conocidas de antemano en materia de política monetaria por parte de las autoridades, ya que éstas ni controlan, ni lo hacen oportunamente (en cuantía y tiempo), las disponibilidades líquidas u oferta monetaria. Y, puesto que ésta sí afecta gravemente a corto plazo las decisiones de los agentes (inversión, actividad y empleo) y a largo plazo la inflación (alterando las funciones y esencia de la moneda), lo mejor era tocar la moneda lo menos posible.
No acaba aquí ni el pensamiento ni las aportaciones de Friedman. Pero que una idea o teoría ocupe más páginas en la historia no dice nada sobre su certeza, error, bondad o crueldad, ni sobre sus repercusiones. Simplemente habla de su poder de persuasión.
En los años 70, gracias a la labor de Milton Friedman, el modelo de Keynes quedó falseado
Fernando Méndez Ibisate
Milton Friedman, economista
EN mi anterior artículo sobre Friedman lamentaba haber tenido que dedicarlo, sobre todo, a aclarar los ataques personales de sus críticos sobre su visita al Chile de Pinochet, en lugar de glosar sus múltiples contribuciones a la teoría económica, difícilmente condensables en estas líneas.
Los excelentes artículos de Carlos Rodríguez Braun, de Juan José Dolado y Pedro Schwartz glosando sus contribuciones científicas, harían innecesario volver sobre Friedman como economista, si no fuese porque el lector de LA GACETA puede quedar confundido con las erróneas ideas que se deslizaban en un artículo de William Pfaff, titulado La Globalización, y concretamente con sus últimas líneas: “Milton Friedman acaba de morir. El monetarismo no morirá con él, pero se convertirá en una nota a pie de página para la historia económica. Keynes y el keynesianismo vuelven a atraer la atención… debido a su humanismo fundamental”.
En los años 70, gracias sobre todo a la labor de Milton Friedman desde finales de los cincuenta, pero también de otros muchos economistas que contribuyeron al avance del análisis económico, y con la adopción del modelo de expectativas racionales (Muth, 1961 y Lucas Jr., 1976) que incorpora con gran velocidad procesos de aprendizaje de los agentes económicos, el modelo de Keynes y el keynesiano quedaron falseados.
Otra cosa es que, a pesar de haberse demostrado su falsedad teórica y de aplicación práctica, políticos y gobernantes del mundo tengan especial interés en mantener viva su aplicación y postulados. Interés que se explica mediante el análisis del Public Choice, al que indirectamente contribuyó Milton Friedman. Su longevidad con plena lucidez le dio ciertas ventajas.
Tal interés radica no en que Keynes ni el keynesianismo postulen humanismo o humanidad, sino ignorancia e inoperancia tanto de los agentes privados como de los mercados, por lo que la aparición del burócrata o político benévolo y neutral, que resuelve todos nuestros problemas, resulta muy atractiva para tales agentes y para justificar la redistribución de nuestras rentas en su favor. Por cierto, muchos lobbies privados, entre otros sindicatos u organizaciones empresariales, se han apuntado a ese esquema.
El segundo puntillazo a la Teoría general (1936) de Keynes (el primero había venido de Hayek en los mismos años 30, aunque no tuvo mucho eco) lo dio Friedman con su Teoría de la función de consumo (1957). Plantea allí que la función de consumo de Keynes, cuya estructura se deriva de la observación y no del comportamiento racional, como se haría después, es una mala explicación del comportamiento de los agentes, ya que éstos diferencian entre un componente permanente y otro transitorio de su renta, actuando de modo distinto en sus decisiones de consumo y ahorro. Era el componente permanente (su expectativa de flujo de ingresos futuros) el que operaba sobre sus decisiones de consumo principales: las permanentes. Ello cuestionaba la idea del multiplicador (que depende de la propensión marginal a consumir) y la posibilidad de utilizar políticas de gasto público para impulsar la economía.
Fue precisamente la aplicación que hizo Muth de las expectativas racionales para proporcionar restricciones sobre un proceso estocástico de generación del ingreso, lo que transformaría la fórmula geométrica de distribución de retardos del ingreso permanente, de Friedman, en un predictor óptimo del ingreso. Friedman, no se olvide, tenía una excelente formación y experiencia estadística.
Sus aportaciones al avance de la teoría monetaria y la explicación de los fenómenos inflacionistas, cuyo origen se remonta a la Escolástica del siglo XVI (Martín de Azpilcueta en 1556), resumidas en la idea de que la inflación es un fenómeno monetario, le llevaron a propugnar reglas concretas y conocidas de antemano en materia de política monetaria por parte de las autoridades, ya que éstas ni controlan, ni lo hacen oportunamente (en cuantía y tiempo), las disponibilidades líquidas u oferta monetaria. Y, puesto que ésta sí afecta gravemente a corto plazo las decisiones de los agentes (inversión, actividad y empleo) y a largo plazo la inflación (alterando las funciones y esencia de la moneda), lo mejor era tocar la moneda lo menos posible.
No acaba aquí ni el pensamiento ni las aportaciones de Friedman. Pero que una idea o teoría ocupe más páginas en la historia no dice nada sobre su certeza, error, bondad o crueldad, ni sobre sus repercusiones. Simplemente habla de su poder de persuasión.
martes, 21 de noviembre de 2006
Asesinato en Amsterdam
ABC 21/11/06
"El multiculturalismo intenta conjurar una realidad difícil inventando un nombre, no una solución"
ÁLVARO DELGADO-GAL
Asesinato en Amsterdam
HA causado enorme revuelo en la zona anglo del mapa Murder in Amsterdam, el último libro de Ian Buruma. El subtítulo resulta bastante más instructivo que el título: «La muerte de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia». Buruma es medio inglés y medio holandés. Se crió y educó en Holanda, pero a los veintitantos años se sintió oprimido por la paz aplastante que gravitaba sobre su tierra natal y cruzó el mar. En la actualidad profesa ciencia política en Nueva York y escribe en la New York Review of Books, de la que es colaborador habitual. Impresionado por el asesinato de Theo van Gogh a manos de un islamista fanático de origen marroquí, decidió volver a la patria y enterarse de lo que estaba pasando. El libro, lo prevengo ya, no es bueno. Buruma utiliza la técnica que ya había usado Naipaul en su doble colección de ensayos sobre el Islam contemporáneo. El truco consiste en extremar la distancia que separa al escritor de los hechos y sus protagonistas, y dejar que las cosas hablen por sí solas. Buruma carece, no obstante, de la concentración mental y la magia literaria de Naipaul, y el relato se destensa y como desmaya a ratos. Parece que Buruma se hubiera administrado un sedante, que no es lo mismo que permanecer impasible y por encima de los acontecimientos. Sea como fuere, el asunto abordado es tan urgente, tan enorme, que arranca uno de la primera página y no suelta el volumen hasta que ha llegado a la última. Lo que se obtiene, y no en la forma de una predicción sino de un inventario de sucesos ya ocurridos, es un diagnóstico más que reservado sobre el estado de la democracia liberal en Europa. El autor habla sólo de Holanda. Resulta muy difícil, sin embargo, no extender sus reflexiones a otros países, próximos y quizá no tan próximos.
Buruma nos refiere dos historias, de las cuales una incluye el problema inmigratorio, y la segunda lo esquiva. Cabría conciliar ambos desarrollos diciendo que la inmigración ha actuado como un catalizador: ha añadido velocidad a un proceso degenerativo que se había iniciado antes de que la aparición de bolsas no asimiladas de población foránea sometiese el sistema a una presión sin precedentes. Vayamos por orden. Hasta los años cuarenta, la democracia holandesa estuvo gestionada por partidos confesionales. Los regenten, o notables de los partidos, chalaneaban y llegaban a acuerdos, y se iba tirando sin demasiados sobresaltos. Después de la guerra, se desenterró la fórmula antigua, con un cambio progresivo de etiquetas. Las denominaciones religiosas fueron substituidas por las siglas que distinguen a las formaciones políticas corrientes, en los países corrientes. Pero continuaron al mando los regenten, herederos de una sabiduría política que había sobrevivido a la invasión nazi. En esto, tuvo lugar un repentino desastre. Estalló el 68 holandés, el cual no se produjo realmente en el 68 sino en el 66. Ese año, el estallido anarquista de los provos —unos sesentayochistas avant la lettre— dejó a Holanda sin reglas de juego, o para ser más exactos, liquidó la organización moral de la nación. La moral, interpretada filosóficamente, consiste en una serie de principios, que el sujeto acepta y conscientemente hace suyos. En la práctica, la moral es menos sublime. Se compone de un haz de reflejos que sirve para que el personal no se salga de madre. Las sociedades moralizadas funcionan porque la gente concurre en no traspasar ciertos límites, o si se prefiere, porque tiende a remansarse en determinados lugares comunes. El prematuro mayo holandés dinamitó los lugares comunes y complicó enormemente el trabajo de los regenten. A los últimos les falló, de súbito, el suelo debajo de los pies.
La casta política holandesa reaccionó apretando el pedal de lo políticamente correcto. Es decir, decidió eludir los conflictos por el procedimiento de declarar a éstos inexistentes. La pequeña, confortable Holanda, imprimió a su rostro una expresión de falsa alegría obligatoria. Las imposturas gestuales, cuando duran demasiado, concluyen por adueñarse de nosotros. El gesto adquiere vida propia y se convierte en una suerte de pensamiento, un pensamiento postizo y todo él orientado a que no espigue ni crezca el pensamiento de verdad. No es posible recorrer el texto de Buruma sin llegar a la conclusión de que los políticos holandeses fueron descerebrándose conforme se aproximaba el fin del milenio. Fortuyn, el voyou de extrema derecha que tal vez habría conseguido ser primer ministro de no interponerse en su camino un ecologista homicida, barrió a los notables, o para ser más exactos, a sus carcasas risueñas, soltándoles cuatro frescas a la cara. Y es que, detrás de la fachada oficial, de la concordia por decreto, no quedaba ya nada. El invento europeo remató la ruina de la casta política. Las decisiones importantes se adoptaban, en teoría, fuera del perímetro nacional, y a los de dentro no les quedaba bola que rascar. Como es notorio, la UE ha debilitado las estructuras nacionales, pero no ha conseguido substituirlas. Los holandeses han comenzado a sentirse como niños expósitos en un mundo cada vez menos inteligible, y han dicho «no» a la Constitución europea. Holanda ha vuelto a estar en manos de sí misma. Lo inquietante, es que nadie está en situación de precisar qué significa esto exactamente.
La segunda historia de Buruma discurre en paralelo a la primera. Con una diferencia: interviene ahora, como elemento inédito, la inmigración. El argumento, en esencia, es que los notables no han sabido ver que el presente se parecía muy poco al pasado. En el XVII, los gomaristas habían estado a punto de implantar en el país una teocracia calvinista. No lo lograron, y en los siglos subsiguientes todo contribuyó a que las divergencias confesionales fueran cada vez menos relevantes. La idea de los regenten estribó en extender sus viejas técnicas conciliadoras a una sociedad que incluía también el islamismo. A eso se le llamó «multiculturalismo». Pero el multiculturalismo representa otra expresión de lo políticamente correcto. El multiculturalismo intenta conjurar una realidad difícil inventando un nombre, no una solución. Según hubo de admitirse después de que las denuncias de Fortuyn y el asesinato de Theo van Gogh introdujeran la cuestión en la agenda política, el islamismo se asemeja poco, muy poco, al calvinismo desbravado o al catolicismo desbravado sobre los que se habían proyectado las piruetas rutinarias de los regenten. El libro se cierra con una nota deportiva y ominosa. El autor se tropieza en Rótterdam con un grupo de hinchas encorajinados por la victoria reciente de la selección holandesa sobre la alemana. Todos son blancos, todos gordos, todos exhiben símbolos nacionales cuyo significado no comprenden, porque en Holanda ya no se estudia historia de Holanda ni nada que pueda enfrentar, siquiera levemente, a unos holandeses con otros. Los hinchas conminan a Buruma a sumarse a su exaltación patriótica. Buruma se suma, porque no le parece razonable perder dos dientes o una oreja por un puntillo de independencia intelectual. La conclusión de Buruma es doble. Primero, el mundo que anhelan los hinchas ha desaparecido, fatalmente. En 2015, los holandeses étnicos serán minoría en Ámsterdam. Ocurre además que las emociones, expulsadas del territorio público por la disciplina risueña de los regenten, se han refugiado en los estadios de fútbol. Las emociones proscritas resucitan, bajo formas proteicas y bárbaras. Buruma, desconozco con qué fundamento, nos ha remitido un ensayo fúnebre. Tras las conmociones de los treinta, vuelven a doblar las campanas en Europa. Es todavía un tañido confuso, lejano, equívoco. Pero vibra el aire, sutilmente.
"El multiculturalismo intenta conjurar una realidad difícil inventando un nombre, no una solución"
ÁLVARO DELGADO-GAL
Asesinato en Amsterdam
HA causado enorme revuelo en la zona anglo del mapa Murder in Amsterdam, el último libro de Ian Buruma. El subtítulo resulta bastante más instructivo que el título: «La muerte de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia». Buruma es medio inglés y medio holandés. Se crió y educó en Holanda, pero a los veintitantos años se sintió oprimido por la paz aplastante que gravitaba sobre su tierra natal y cruzó el mar. En la actualidad profesa ciencia política en Nueva York y escribe en la New York Review of Books, de la que es colaborador habitual. Impresionado por el asesinato de Theo van Gogh a manos de un islamista fanático de origen marroquí, decidió volver a la patria y enterarse de lo que estaba pasando. El libro, lo prevengo ya, no es bueno. Buruma utiliza la técnica que ya había usado Naipaul en su doble colección de ensayos sobre el Islam contemporáneo. El truco consiste en extremar la distancia que separa al escritor de los hechos y sus protagonistas, y dejar que las cosas hablen por sí solas. Buruma carece, no obstante, de la concentración mental y la magia literaria de Naipaul, y el relato se destensa y como desmaya a ratos. Parece que Buruma se hubiera administrado un sedante, que no es lo mismo que permanecer impasible y por encima de los acontecimientos. Sea como fuere, el asunto abordado es tan urgente, tan enorme, que arranca uno de la primera página y no suelta el volumen hasta que ha llegado a la última. Lo que se obtiene, y no en la forma de una predicción sino de un inventario de sucesos ya ocurridos, es un diagnóstico más que reservado sobre el estado de la democracia liberal en Europa. El autor habla sólo de Holanda. Resulta muy difícil, sin embargo, no extender sus reflexiones a otros países, próximos y quizá no tan próximos.
Buruma nos refiere dos historias, de las cuales una incluye el problema inmigratorio, y la segunda lo esquiva. Cabría conciliar ambos desarrollos diciendo que la inmigración ha actuado como un catalizador: ha añadido velocidad a un proceso degenerativo que se había iniciado antes de que la aparición de bolsas no asimiladas de población foránea sometiese el sistema a una presión sin precedentes. Vayamos por orden. Hasta los años cuarenta, la democracia holandesa estuvo gestionada por partidos confesionales. Los regenten, o notables de los partidos, chalaneaban y llegaban a acuerdos, y se iba tirando sin demasiados sobresaltos. Después de la guerra, se desenterró la fórmula antigua, con un cambio progresivo de etiquetas. Las denominaciones religiosas fueron substituidas por las siglas que distinguen a las formaciones políticas corrientes, en los países corrientes. Pero continuaron al mando los regenten, herederos de una sabiduría política que había sobrevivido a la invasión nazi. En esto, tuvo lugar un repentino desastre. Estalló el 68 holandés, el cual no se produjo realmente en el 68 sino en el 66. Ese año, el estallido anarquista de los provos —unos sesentayochistas avant la lettre— dejó a Holanda sin reglas de juego, o para ser más exactos, liquidó la organización moral de la nación. La moral, interpretada filosóficamente, consiste en una serie de principios, que el sujeto acepta y conscientemente hace suyos. En la práctica, la moral es menos sublime. Se compone de un haz de reflejos que sirve para que el personal no se salga de madre. Las sociedades moralizadas funcionan porque la gente concurre en no traspasar ciertos límites, o si se prefiere, porque tiende a remansarse en determinados lugares comunes. El prematuro mayo holandés dinamitó los lugares comunes y complicó enormemente el trabajo de los regenten. A los últimos les falló, de súbito, el suelo debajo de los pies.
La casta política holandesa reaccionó apretando el pedal de lo políticamente correcto. Es decir, decidió eludir los conflictos por el procedimiento de declarar a éstos inexistentes. La pequeña, confortable Holanda, imprimió a su rostro una expresión de falsa alegría obligatoria. Las imposturas gestuales, cuando duran demasiado, concluyen por adueñarse de nosotros. El gesto adquiere vida propia y se convierte en una suerte de pensamiento, un pensamiento postizo y todo él orientado a que no espigue ni crezca el pensamiento de verdad. No es posible recorrer el texto de Buruma sin llegar a la conclusión de que los políticos holandeses fueron descerebrándose conforme se aproximaba el fin del milenio. Fortuyn, el voyou de extrema derecha que tal vez habría conseguido ser primer ministro de no interponerse en su camino un ecologista homicida, barrió a los notables, o para ser más exactos, a sus carcasas risueñas, soltándoles cuatro frescas a la cara. Y es que, detrás de la fachada oficial, de la concordia por decreto, no quedaba ya nada. El invento europeo remató la ruina de la casta política. Las decisiones importantes se adoptaban, en teoría, fuera del perímetro nacional, y a los de dentro no les quedaba bola que rascar. Como es notorio, la UE ha debilitado las estructuras nacionales, pero no ha conseguido substituirlas. Los holandeses han comenzado a sentirse como niños expósitos en un mundo cada vez menos inteligible, y han dicho «no» a la Constitución europea. Holanda ha vuelto a estar en manos de sí misma. Lo inquietante, es que nadie está en situación de precisar qué significa esto exactamente.
La segunda historia de Buruma discurre en paralelo a la primera. Con una diferencia: interviene ahora, como elemento inédito, la inmigración. El argumento, en esencia, es que los notables no han sabido ver que el presente se parecía muy poco al pasado. En el XVII, los gomaristas habían estado a punto de implantar en el país una teocracia calvinista. No lo lograron, y en los siglos subsiguientes todo contribuyó a que las divergencias confesionales fueran cada vez menos relevantes. La idea de los regenten estribó en extender sus viejas técnicas conciliadoras a una sociedad que incluía también el islamismo. A eso se le llamó «multiculturalismo». Pero el multiculturalismo representa otra expresión de lo políticamente correcto. El multiculturalismo intenta conjurar una realidad difícil inventando un nombre, no una solución. Según hubo de admitirse después de que las denuncias de Fortuyn y el asesinato de Theo van Gogh introdujeran la cuestión en la agenda política, el islamismo se asemeja poco, muy poco, al calvinismo desbravado o al catolicismo desbravado sobre los que se habían proyectado las piruetas rutinarias de los regenten. El libro se cierra con una nota deportiva y ominosa. El autor se tropieza en Rótterdam con un grupo de hinchas encorajinados por la victoria reciente de la selección holandesa sobre la alemana. Todos son blancos, todos gordos, todos exhiben símbolos nacionales cuyo significado no comprenden, porque en Holanda ya no se estudia historia de Holanda ni nada que pueda enfrentar, siquiera levemente, a unos holandeses con otros. Los hinchas conminan a Buruma a sumarse a su exaltación patriótica. Buruma se suma, porque no le parece razonable perder dos dientes o una oreja por un puntillo de independencia intelectual. La conclusión de Buruma es doble. Primero, el mundo que anhelan los hinchas ha desaparecido, fatalmente. En 2015, los holandeses étnicos serán minoría en Ámsterdam. Ocurre además que las emociones, expulsadas del territorio público por la disciplina risueña de los regenten, se han refugiado en los estadios de fútbol. Las emociones proscritas resucitan, bajo formas proteicas y bárbaras. Buruma, desconozco con qué fundamento, nos ha remitido un ensayo fúnebre. Tras las conmociones de los treinta, vuelven a doblar las campanas en Europa. Es todavía un tañido confuso, lejano, equívoco. Pero vibra el aire, sutilmente.
Milton Friedman, in memoriam
La Gaceta de los Negocios 21/11/06
Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política
Fernando Méndez Ibisate
Milton Friedman, in memoriam
TAL vez porque ya era mayor (ha muerto con 94 años), el Nobel de Economía, Milton Friedman, no concitaba en los últimos años tanto rechazo y desafecto entre el público, en general, y entre su detractores, en particular, como en las décadas que van entre los 60 y los 90. Mi conjetura es que la evolución del análisis económico, junto con los hechos y la realidad, han ido dándole la razón en muchas de sus teorías e hipótesis, acallando los argumentos de sus enemigos, que, no obstante, han mantenido sus críticas personales; algo tan atractivo para quienes argumentan en términos ideológicos, dada su mayor comodidad y menor coste frente a la crítica científica.
No obstante, vistas las crónicas de su óbito en gran parte de la prensa, sobre todo nacional, cabe colegir que sus ideas no se han entendido plenamente y que desprestigiarle con argumentos ideológicos, que suelen reducirse a su visita al Chile del dictador Pinochet en 1975, se ha convertido en un juego. Le considero, por ello, un verdadero optimista, pues siempre creyó que había mermado mucho el clima general de la opinión pública que trata la acción gubernamental como cura de todo propósito para todo mal y que “hemos estado ganando la guerra de las ideas, aunque —reconocía— hayamos estado perdiendo la guerra en la práctica”.
Podría aceptarse, hipotéticamente, que la visita de marras fue una pifia, como pretenden keynesianos o socialistas (de izquierdas o de derechas) para extender errores y culpas a todos y que, así, a todos toque pedir perdón, si no fuese porque los hechos históricos tuvieron otro cariz. La colaboración entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile fue anterior y normalmente eran los estudiantes chilenos, como de otros países (entre ellos Oscar Lange y Abba Lerner, ambos profesores en el departamento de Economía), quienes participaban en seminarios y cursos especializados de la Universidad de Chicago. A diferencia de algunos de sus discípulos, Friedman nunca fue asesor económico de la Junta del criminal Pinochet y sus consejos se limitaron a una visita de seis días, invitado por una institución privada (el Banco Hipotecario), donde dictó una serie de conferencias sobre inflación (justo cuando ésta ahogaba la economía chilena), además de una entrevista con Pinochet. Dicho sea de paso, aunque no siempre las medidas adoptadas fueron friedmanitas ni tuvieron resultados positivos, las libertades económicas introducidas por Chile le han conferido el primer puesto de las economías latinoamericanas. Y, pese a todo, cabe recordar que Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política y que no hay una sin la otra. Pero además, como siempre recordó el propio Friedman, meses después realizó un viaje de 12 días a la dictadura comunista China, con numerosas comparecencias públicas y una entrevista de más de dos horas con el secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, donde dio los mismos consejos que en Chile para salir de la crisis y la inflación —control de la cantidad de dinero, liberalización de precios, privatización del sector público y eliminación de controles de precios y cambios— sin que por ello fuese acusado de ser un esbirro de la dictadura comunista.
Resulta lamentable que la prolífica obra de Friedman, de alto nivel científico e intelectual, quede sistemáticamente oscurecida por esos ataques ideológicos, a pesar de ser un economista que ha dedicado tiempo y esfuerzos tanto al análisis teórico y el trabajo científico como a la difusión de ideas (entrevistas o series de televisión) y su discusión en ámbitos más populares (revistas económicas generales, prensa o Internet), labor que no pocos académicos consideran menor e incluso despreciable. Parece que sus ideas han molestado, sobre todo a quienes han podido ver comprometidas sus posiciones de privilegio. Junto a Phelps derribó la construcción teórico-estadística de la curva de Phillips, último bastión del viejo keynesianismo. Pero antes, junto a Hayek, que llevaba luchando desde los 30, había derribado el modelo keynesiano construido por economistas teóricos que no hicieron justicia a la Teoría General de Keynes. Además de mantener viejas ideas vivas, como la teoría cuantitativa y el monetarismo, avanzó otras muchas en su crítica al intervencionismo e intromisión del poder político en la economía (renta permanente y transitoria, impuesto de la renta negativo, cheque escolar,…) y no trató, como se ha dicho, de comprobar empíricamente sus teorías, sino de refutarlas. Era, además de neoclásico, popperiano.
Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política
Fernando Méndez Ibisate
Milton Friedman, in memoriam
TAL vez porque ya era mayor (ha muerto con 94 años), el Nobel de Economía, Milton Friedman, no concitaba en los últimos años tanto rechazo y desafecto entre el público, en general, y entre su detractores, en particular, como en las décadas que van entre los 60 y los 90. Mi conjetura es que la evolución del análisis económico, junto con los hechos y la realidad, han ido dándole la razón en muchas de sus teorías e hipótesis, acallando los argumentos de sus enemigos, que, no obstante, han mantenido sus críticas personales; algo tan atractivo para quienes argumentan en términos ideológicos, dada su mayor comodidad y menor coste frente a la crítica científica.
No obstante, vistas las crónicas de su óbito en gran parte de la prensa, sobre todo nacional, cabe colegir que sus ideas no se han entendido plenamente y que desprestigiarle con argumentos ideológicos, que suelen reducirse a su visita al Chile del dictador Pinochet en 1975, se ha convertido en un juego. Le considero, por ello, un verdadero optimista, pues siempre creyó que había mermado mucho el clima general de la opinión pública que trata la acción gubernamental como cura de todo propósito para todo mal y que “hemos estado ganando la guerra de las ideas, aunque —reconocía— hayamos estado perdiendo la guerra en la práctica”.
Podría aceptarse, hipotéticamente, que la visita de marras fue una pifia, como pretenden keynesianos o socialistas (de izquierdas o de derechas) para extender errores y culpas a todos y que, así, a todos toque pedir perdón, si no fuese porque los hechos históricos tuvieron otro cariz. La colaboración entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile fue anterior y normalmente eran los estudiantes chilenos, como de otros países (entre ellos Oscar Lange y Abba Lerner, ambos profesores en el departamento de Economía), quienes participaban en seminarios y cursos especializados de la Universidad de Chicago. A diferencia de algunos de sus discípulos, Friedman nunca fue asesor económico de la Junta del criminal Pinochet y sus consejos se limitaron a una visita de seis días, invitado por una institución privada (el Banco Hipotecario), donde dictó una serie de conferencias sobre inflación (justo cuando ésta ahogaba la economía chilena), además de una entrevista con Pinochet. Dicho sea de paso, aunque no siempre las medidas adoptadas fueron friedmanitas ni tuvieron resultados positivos, las libertades económicas introducidas por Chile le han conferido el primer puesto de las economías latinoamericanas. Y, pese a todo, cabe recordar que Friedman siempre sostuvo que la libertad económica debe ir acompañada de libertad política y que no hay una sin la otra. Pero además, como siempre recordó el propio Friedman, meses después realizó un viaje de 12 días a la dictadura comunista China, con numerosas comparecencias públicas y una entrevista de más de dos horas con el secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, donde dio los mismos consejos que en Chile para salir de la crisis y la inflación —control de la cantidad de dinero, liberalización de precios, privatización del sector público y eliminación de controles de precios y cambios— sin que por ello fuese acusado de ser un esbirro de la dictadura comunista.
Resulta lamentable que la prolífica obra de Friedman, de alto nivel científico e intelectual, quede sistemáticamente oscurecida por esos ataques ideológicos, a pesar de ser un economista que ha dedicado tiempo y esfuerzos tanto al análisis teórico y el trabajo científico como a la difusión de ideas (entrevistas o series de televisión) y su discusión en ámbitos más populares (revistas económicas generales, prensa o Internet), labor que no pocos académicos consideran menor e incluso despreciable. Parece que sus ideas han molestado, sobre todo a quienes han podido ver comprometidas sus posiciones de privilegio. Junto a Phelps derribó la construcción teórico-estadística de la curva de Phillips, último bastión del viejo keynesianismo. Pero antes, junto a Hayek, que llevaba luchando desde los 30, había derribado el modelo keynesiano construido por economistas teóricos que no hicieron justicia a la Teoría General de Keynes. Además de mantener viejas ideas vivas, como la teoría cuantitativa y el monetarismo, avanzó otras muchas en su crítica al intervencionismo e intromisión del poder político en la economía (renta permanente y transitoria, impuesto de la renta negativo, cheque escolar,…) y no trató, como se ha dicho, de comprobar empíricamente sus teorías, sino de refutarlas. Era, además de neoclásico, popperiano.
viernes, 17 de noviembre de 2006
¿Ciudadanos de España?
La Gaceta de los Negocios 17/11/06
El problema de fondo es que el nacionalismo no es sólo un fenómeno localizado en algunas zonas de España
José Luis González Quirós
¿Ciudadanos de España?
LA política, nada pródiga en debates de fondo, nos plantea estos días una cuestión realmente interesante: ¿es extensible al resto de España el éxito, siempre relativo pero promisorio, de los Ciutadans en Cataluña? Mucho de lo que se ha dicho en estos días al respecto incurre en el defecto, difícil de evitar, de confundir lo que se desea con lo que hay y, en relación con la posibilidad de que prenda el ejemplo de Ciutadans, han menudeado las exageraciones temerosas por parte de los dos grandes partidos. Trataré de enfocar la cuestión sin ese tipo de prejuicio. En primer lugar hay que revisar un problema de fondo y una pretensión sin mucho fundamento.
El problema de fondo es que el nacionalismo no es sólo un fenómeno localizado en algunas zonas de España, sino que la ley electoral vigente convierte con enorme facilidad al nacionalismo (una opción por la que se inclinan, en su conjunto, menos del 10% de los españoles) en el ganador virtual de todas las elecciones.
Los nacionalistas suelen gozar de una posición central en el equilibrio de votos entre los grandes partidos y aprovechan a fondo esa circunstancia en beneficio de sus clientelas (y en perjuicio del resto de españoles que, pese a quedarse atónitos, tienen que hacer acopio de paciencia). Basta con recordar que la legislación electoral se estableció pensando en un sistema de cuatro partidos, dos grandes en el centro (UCD y PSOE) y dos a sus flancos (AP y PCE). Dada la desaparición de los partidos “escolta”, el sistema favorece sistemáticamente el valor político del escaso voto nacionalista.
Esta situación sólo podría arreglarse con una modificación del sistema electoral que exigiría el acuerdo de los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, una reforma que, con Zapatero en el poder, es prácticamente impensable por conveniente que fuese para el conjunto de los españoles.
Lo interesante del fenómeno Ciutadans, que se rebela contra el nacionalismo obligatorio y contra las hipotecas que nos impone, es que ha roto una presunción muy arraigada pero que se ha comprobado falsa, a saber, la supuesta inamovilidad del sistema de partidos. Con una democracia que no ha cumplido los cuarenta, suponer que el sistema de partidos, con todas sus deficiencias y sus corruptelas, era ya inmutable constituía condena difícil de soportar y la irrupción de Ciutadans nos ha dado un respiro.
¿Quiere esto decir que la extensión de Ciutadans al resto de España va a ser fácil y deseable? Ni lo uno ni lo otro. Fácil no va a ser, deseable, depende. Si los grandes partidos aprendiesen la lección, Ciutadans lo tendría muy difícil, pero los grandes partidos son fuertemente reacios a las lecciones porque viven, sobre todo, de las ventajas del tamaño, no de las de la sutileza.
Para hablar de la deseabilidad habría que plantearse otra cuestión: ¿hay espacio ideológico para un partido como podría ser Ciudadanos de España? Para empezar, mi opinión es favorable, porque creo que, sobre todo en la izquierda del espectro, hay mucho hueco mal cubierto por el Partido Socialista que, a mi entender, sería el gran perjudicado de una irrupción exitosa de Ciudadanos en toda España. El Partido Popular también podría perder, pero tiene arreglo más fácil, si pierde ciertos miedos y tics adaptativos y hace bien sus deberes.
En realidad todo dependería del perfil definitivo que adoptase la nueva fuerza, cosa que no es fácil de saber y que va a depender, entre otras cosas, de lo que acaben haciendo en el Parlamento de Cataluña.
Lo que no cabe negar es que una nueva oferta política obligaría a los dos grandes partidos a definir mejor sus contornos, que el Partido Popular, por ejemplo, debería dejar de ser un partido disonante en algunas de las cuestiones que Ciudadanos podría hacer centrales, tales como el papel público de la religión, o que el PSOE tendría que dejar de hacer sus famosos apaños entre los intereses de sus amigos millonarios y los parias de la tierra. En fin, que el panorama podría ser más complejo pero más razonable y que, si el quicio que ocupan los nacionalistas fuese ocupado por Ciudadanos, tendríamos que hacerles unos cuantos monumentos.
El problema de fondo es que el nacionalismo no es sólo un fenómeno localizado en algunas zonas de España
José Luis González Quirós
¿Ciudadanos de España?
LA política, nada pródiga en debates de fondo, nos plantea estos días una cuestión realmente interesante: ¿es extensible al resto de España el éxito, siempre relativo pero promisorio, de los Ciutadans en Cataluña? Mucho de lo que se ha dicho en estos días al respecto incurre en el defecto, difícil de evitar, de confundir lo que se desea con lo que hay y, en relación con la posibilidad de que prenda el ejemplo de Ciutadans, han menudeado las exageraciones temerosas por parte de los dos grandes partidos. Trataré de enfocar la cuestión sin ese tipo de prejuicio. En primer lugar hay que revisar un problema de fondo y una pretensión sin mucho fundamento.
El problema de fondo es que el nacionalismo no es sólo un fenómeno localizado en algunas zonas de España, sino que la ley electoral vigente convierte con enorme facilidad al nacionalismo (una opción por la que se inclinan, en su conjunto, menos del 10% de los españoles) en el ganador virtual de todas las elecciones.
Los nacionalistas suelen gozar de una posición central en el equilibrio de votos entre los grandes partidos y aprovechan a fondo esa circunstancia en beneficio de sus clientelas (y en perjuicio del resto de españoles que, pese a quedarse atónitos, tienen que hacer acopio de paciencia). Basta con recordar que la legislación electoral se estableció pensando en un sistema de cuatro partidos, dos grandes en el centro (UCD y PSOE) y dos a sus flancos (AP y PCE). Dada la desaparición de los partidos “escolta”, el sistema favorece sistemáticamente el valor político del escaso voto nacionalista.
Esta situación sólo podría arreglarse con una modificación del sistema electoral que exigiría el acuerdo de los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, una reforma que, con Zapatero en el poder, es prácticamente impensable por conveniente que fuese para el conjunto de los españoles.
Lo interesante del fenómeno Ciutadans, que se rebela contra el nacionalismo obligatorio y contra las hipotecas que nos impone, es que ha roto una presunción muy arraigada pero que se ha comprobado falsa, a saber, la supuesta inamovilidad del sistema de partidos. Con una democracia que no ha cumplido los cuarenta, suponer que el sistema de partidos, con todas sus deficiencias y sus corruptelas, era ya inmutable constituía condena difícil de soportar y la irrupción de Ciutadans nos ha dado un respiro.
¿Quiere esto decir que la extensión de Ciutadans al resto de España va a ser fácil y deseable? Ni lo uno ni lo otro. Fácil no va a ser, deseable, depende. Si los grandes partidos aprendiesen la lección, Ciutadans lo tendría muy difícil, pero los grandes partidos son fuertemente reacios a las lecciones porque viven, sobre todo, de las ventajas del tamaño, no de las de la sutileza.
Para hablar de la deseabilidad habría que plantearse otra cuestión: ¿hay espacio ideológico para un partido como podría ser Ciudadanos de España? Para empezar, mi opinión es favorable, porque creo que, sobre todo en la izquierda del espectro, hay mucho hueco mal cubierto por el Partido Socialista que, a mi entender, sería el gran perjudicado de una irrupción exitosa de Ciudadanos en toda España. El Partido Popular también podría perder, pero tiene arreglo más fácil, si pierde ciertos miedos y tics adaptativos y hace bien sus deberes.
En realidad todo dependería del perfil definitivo que adoptase la nueva fuerza, cosa que no es fácil de saber y que va a depender, entre otras cosas, de lo que acaben haciendo en el Parlamento de Cataluña.
Lo que no cabe negar es que una nueva oferta política obligaría a los dos grandes partidos a definir mejor sus contornos, que el Partido Popular, por ejemplo, debería dejar de ser un partido disonante en algunas de las cuestiones que Ciudadanos podría hacer centrales, tales como el papel público de la religión, o que el PSOE tendría que dejar de hacer sus famosos apaños entre los intereses de sus amigos millonarios y los parias de la tierra. En fin, que el panorama podría ser más complejo pero más razonable y que, si el quicio que ocupan los nacionalistas fuese ocupado por Ciudadanos, tendríamos que hacerles unos cuantos monumentos.
El caso de Emily Brooker
La gaceta de los Negocios 16/11/06
Urgen mecanismos de defensa eficaz, si no queremos que nos arrebaten nuestra libertad
Ramón Pi
El caso de Emily Brooker
EMILY Brooker, estudiante de la escuela de Asistencia Social en la Universidad del Estado de Missouri, demandó a 13 autoridades universitarias, empezando por el rector, por haber violado su derecho a la libertad de expresión y a la libertad religiosa, haberla sometido a un juicio sin garantías y haberla sancionado injustamente a sabiendas. La historia, contada telegráficamente, es ésta: el profesor Frank G. Kauffman, después de haber permitido que un grupo del lobby homosexual se dirigiese a sus alumnos para hacer propaganda de sus intereses, les pasó a la firma una carta dirigida a las autoridades legislativas estatales a favor de la adopción de niños por homosexuales. Brooker se negó a firmarla alegando motivos de conciencia religiosa. Después de una sesión alucinante ante un comité de autoridades universitarias, en la que fue sometida a preguntas como “¿cree usted que la homosexualidad es pecado?” o “¿cree usted que yo soy un pecador?”, fue sancionada con la pena académica más grave, que significa un borrón en su expediente que le impedía graduarse con honores y le imposibilitaba seguir sus estudios en niveles superiores, entre otras cosas. La historia pormenorizada de este episodio, que venía de lejos, puede leerse en el texto de la demanda, que se encuentra en http://www.telladf.org/UserDocs/BrookerComplaint.pdf. no tiene desperdicio.En cuanto la universidad tuvo conocimiento de la acción legal, se puso en contacto con los abogados de Brooker, y se llegó al acuerdo extrajudicial de eliminar la sanción a la alumna recién graduada limpiándole el expediente, pagarle los estudios del siguiente nivel durante dos años en cualquier otra institución del Estado (aproximadamente 12.000 dólares), así como 3.000 dólares anuales durante esos dos años de estudios, pagarle además otros 9.000 dólares de indemnización por daños y perjuicios, y suspender de cualquier tarea docente al profesor Kauffman hasta el fin del semestre.El caso ha tenido cierta repercusión en medios universitarios y algunos importantes medios de comunicación no sólo locales, sino también nacionales. Este eco es buena y mala señal a la vez: buena, porque significa que la sociedad de Estados Unidos sigue viva y no renuncia a debatir materias sensibles y nada pacíficas, aunque estén sometidas a la dictadura de la corrección política. Mala, porque cuando el pleito puesto por la estudiante es noticia, quiere decir que no se trata de una actitud frecuente; también en Estados Unidos es excepcional el caso de resistencia a este tipo de presiones, mucho más numerosas que las que terminan resolviéndose en acciones judiciales.Emily Brooker ha tenido que sufrir un pequeño calvario hasta conseguir ver rehabilitado su expediente académico y hacer que el principal responsable, el profesor Kauffman, fuese el sancionado y no el sancionador. No todos los estudiantes tienen este temple, ni en Missouri ni en ningún sitio. Pero ella pudo disponer de los servicios jurídicos de ayuda del Alliance Defense Fund, organización dedicada a defender la libertad religiosa. No en todas partes existen iniciativas como ésta, que se da, y no por casualidad, en una de las sociedades más amantes de las libertades individuales del mundo. A mi entender, dos enseñanzas se desprenden de esta historia. La primera es que la libertad es flor delicada que requiere de cuidados continuos y amorosos, porque el riesgo de que se agoste está siempre presente. En Estados Unidos las pasiones humanas son las mismas que en el resto del planeta, pero allí, que son bien conscientes de que no están hechos de otra pasta, ponen los medios para corregir los abusos y abren la posibilidad de que cualquiera pueda defenderse de las amenazas contra el ejercicio de su libertad.La segunda es que lo que pasa en Estados Unidos llega pronto a toda Europa, y España ya no padece un retraso crónico de veinte años. Las presiones de los lobbies homosexuales ya las tenemos; la infección de los dogmas relativistas políticamente correctos está promovida por el mismo Gobierno, incluso en la escuela. Urgen mecanismos de defensa eficaz, si no queremos que nos arrebaten la libertad.
Urgen mecanismos de defensa eficaz, si no queremos que nos arrebaten nuestra libertad
Ramón Pi
El caso de Emily Brooker
EMILY Brooker, estudiante de la escuela de Asistencia Social en la Universidad del Estado de Missouri, demandó a 13 autoridades universitarias, empezando por el rector, por haber violado su derecho a la libertad de expresión y a la libertad religiosa, haberla sometido a un juicio sin garantías y haberla sancionado injustamente a sabiendas. La historia, contada telegráficamente, es ésta: el profesor Frank G. Kauffman, después de haber permitido que un grupo del lobby homosexual se dirigiese a sus alumnos para hacer propaganda de sus intereses, les pasó a la firma una carta dirigida a las autoridades legislativas estatales a favor de la adopción de niños por homosexuales. Brooker se negó a firmarla alegando motivos de conciencia religiosa. Después de una sesión alucinante ante un comité de autoridades universitarias, en la que fue sometida a preguntas como “¿cree usted que la homosexualidad es pecado?” o “¿cree usted que yo soy un pecador?”, fue sancionada con la pena académica más grave, que significa un borrón en su expediente que le impedía graduarse con honores y le imposibilitaba seguir sus estudios en niveles superiores, entre otras cosas. La historia pormenorizada de este episodio, que venía de lejos, puede leerse en el texto de la demanda, que se encuentra en http://www.telladf.org/UserDocs/BrookerComplaint.pdf. no tiene desperdicio.En cuanto la universidad tuvo conocimiento de la acción legal, se puso en contacto con los abogados de Brooker, y se llegó al acuerdo extrajudicial de eliminar la sanción a la alumna recién graduada limpiándole el expediente, pagarle los estudios del siguiente nivel durante dos años en cualquier otra institución del Estado (aproximadamente 12.000 dólares), así como 3.000 dólares anuales durante esos dos años de estudios, pagarle además otros 9.000 dólares de indemnización por daños y perjuicios, y suspender de cualquier tarea docente al profesor Kauffman hasta el fin del semestre.El caso ha tenido cierta repercusión en medios universitarios y algunos importantes medios de comunicación no sólo locales, sino también nacionales. Este eco es buena y mala señal a la vez: buena, porque significa que la sociedad de Estados Unidos sigue viva y no renuncia a debatir materias sensibles y nada pacíficas, aunque estén sometidas a la dictadura de la corrección política. Mala, porque cuando el pleito puesto por la estudiante es noticia, quiere decir que no se trata de una actitud frecuente; también en Estados Unidos es excepcional el caso de resistencia a este tipo de presiones, mucho más numerosas que las que terminan resolviéndose en acciones judiciales.Emily Brooker ha tenido que sufrir un pequeño calvario hasta conseguir ver rehabilitado su expediente académico y hacer que el principal responsable, el profesor Kauffman, fuese el sancionado y no el sancionador. No todos los estudiantes tienen este temple, ni en Missouri ni en ningún sitio. Pero ella pudo disponer de los servicios jurídicos de ayuda del Alliance Defense Fund, organización dedicada a defender la libertad religiosa. No en todas partes existen iniciativas como ésta, que se da, y no por casualidad, en una de las sociedades más amantes de las libertades individuales del mundo. A mi entender, dos enseñanzas se desprenden de esta historia. La primera es que la libertad es flor delicada que requiere de cuidados continuos y amorosos, porque el riesgo de que se agoste está siempre presente. En Estados Unidos las pasiones humanas son las mismas que en el resto del planeta, pero allí, que son bien conscientes de que no están hechos de otra pasta, ponen los medios para corregir los abusos y abren la posibilidad de que cualquiera pueda defenderse de las amenazas contra el ejercicio de su libertad.La segunda es que lo que pasa en Estados Unidos llega pronto a toda Europa, y España ya no padece un retraso crónico de veinte años. Las presiones de los lobbies homosexuales ya las tenemos; la infección de los dogmas relativistas políticamente correctos está promovida por el mismo Gobierno, incluso en la escuela. Urgen mecanismos de defensa eficaz, si no queremos que nos arrebaten la libertad.
martes, 14 de noviembre de 2006
El proyecto liberal de España
La Gaceta de los Negocios 14/11/06
"No existe progreso sin una aportación a todo aquel conjunto que nos hace progresar"
Antxón Sarasqueta
El proyecto liberal de España
JOSÉ Luís Rodriguez Zapatero no ha ocultado nunca su visión bipolar de la política y de España (todo se reduce a su visión de las dos Españas enfrentadas: derecha-izquierda). A partir de ahí todo lo que hace se entiende. Porque es una visión anti-globalización que choca con la realidad. Esta realidad es global, y por tanto el liderazgo de una nación que se reduce al choque entre dos polos, destruye el sistema que tiene que gobernar al conjunto. Lo condena a la involución.
La imagen más visible y actual es la de unos terroristas y separatistas que imponen su doctrina. Acabamos de oír cómo uno de los portavoces de ETA-Batasuna le dice al presidente del Gobierno y al PSOE que rompan con la Constitución y con las leyes y que pacten con ellos. Lo cual es lógico, porque son la expresión más radical de la antiglobalización y los movimientos antisistema. Le han dicho a Zapatero que si quiere seguir negociando con ellos tiene que “liberarse de la legalidad, de la Constitución y de todas esas zarandajas”. Su objetivo es derribar el sistema.
Lo que para los que defienden el sistema de democracia liberal es tan sagrado, como la Constitución y las leyes, para los terroristas y la izquierda radical son “zarandajas”.
Resulta también lógico escuchar a los sindicatos policiales catalanes sorprenderse porque en el nuevo Gobierno autonómico de Cataluña se pone al frente de la seguridad a quien siempre se ha manifestado a favor de los movimientos anti-sistema. De igual forma que resulta lógica la imagen de un Gobierno de España que ha tenido que suspender una cumbre de ministros de la Unión Europea porque no está dispuesto a enfrentarse a los movimientos anti-sistema y garantizar la seguridad del evento. Son escenas diarias del mismo proceso de involución. Zapatero es un ejemplo de anti-globalización y es algo que todos los líderes tienen que tener muy presente. Especialmente quienes defienden un proyecto liberal de España. Defender un proyecto liberal de España y al mismo tiempo defender la autonomía como un todo frente al Estado es una contradicción. Lo mismo cabe decir de los ayuntamientos o de cualquier otro poder del Estado.
El proyecto liberal es el de una España global y por tanto con potencial de liderazgo y de progreso. Porque conecta con las corrientes modernizadoras y competitivas. Se trata de una España que no choca con la realidad ni entre sus propios poderes, sino que se refuerzan unos a otros. Una España que fortalece su capacidad como nación, como sociedad, y como poderes autonómicos y municipales.
Dicen algunos líderes políticos regionales y municipales para justificar sus posiciones, que su papel es “defender lo suyo”. La expresión lo dice todo. Hacen de lo suyo algo opuesto al conjunto del que forman parte. Como si defender lo suyo no exigiera defender el conjunto del que forman parte. En España empiezan a abundar los casos. Con su nuevo estatus en Cataluña han conseguido mas dinero del Estado a costa de otras autonomías. ¿Ha potenciado eso las expectativas de Cataluña y del resto de España? Al contrario, han crecido las tensiones políticas, han aumentado las desinversiones y la fuga de empresas, y los propios empresarios catalanes piden moderación al nuevo Gobierno de la izquierda radical (no se pide moderación al que se sabe que es moderado, sino al que se teme por radical).
Pero lo mismo se puede decir de la guerra del agua entre comunidades, o de la educación. Son fuerzas centrípetas hacia lo más local —y paleto— en rechazo de una realidad global. En su visión radical de las cosas Zapatero desarrolló una política de inmigración en contra del conjunto de la Unión Europea y de las propias comunidades autónomas.
El resultado ha sido un caos y un desastre para todos. Las comunidades autonómicas enfrentadas, y los gobiernos europeos desentendiéndose de la crisis provocada por el gobierno socialista.
Ningún líder político que defienda una democracia liberal y tenga una visión de futuro (que será más global cada día) puede caer en la contradicción de ofrecer eficacia y desarrollo a costa de perjudicar al conjunto del que forma parte. La realidad es la inversa. No hay progreso sin una aportación al conjunto que nos hace progresar.
"No existe progreso sin una aportación a todo aquel conjunto que nos hace progresar"
Antxón Sarasqueta
El proyecto liberal de España
JOSÉ Luís Rodriguez Zapatero no ha ocultado nunca su visión bipolar de la política y de España (todo se reduce a su visión de las dos Españas enfrentadas: derecha-izquierda). A partir de ahí todo lo que hace se entiende. Porque es una visión anti-globalización que choca con la realidad. Esta realidad es global, y por tanto el liderazgo de una nación que se reduce al choque entre dos polos, destruye el sistema que tiene que gobernar al conjunto. Lo condena a la involución.
La imagen más visible y actual es la de unos terroristas y separatistas que imponen su doctrina. Acabamos de oír cómo uno de los portavoces de ETA-Batasuna le dice al presidente del Gobierno y al PSOE que rompan con la Constitución y con las leyes y que pacten con ellos. Lo cual es lógico, porque son la expresión más radical de la antiglobalización y los movimientos antisistema. Le han dicho a Zapatero que si quiere seguir negociando con ellos tiene que “liberarse de la legalidad, de la Constitución y de todas esas zarandajas”. Su objetivo es derribar el sistema.
Lo que para los que defienden el sistema de democracia liberal es tan sagrado, como la Constitución y las leyes, para los terroristas y la izquierda radical son “zarandajas”.
Resulta también lógico escuchar a los sindicatos policiales catalanes sorprenderse porque en el nuevo Gobierno autonómico de Cataluña se pone al frente de la seguridad a quien siempre se ha manifestado a favor de los movimientos anti-sistema. De igual forma que resulta lógica la imagen de un Gobierno de España que ha tenido que suspender una cumbre de ministros de la Unión Europea porque no está dispuesto a enfrentarse a los movimientos anti-sistema y garantizar la seguridad del evento. Son escenas diarias del mismo proceso de involución. Zapatero es un ejemplo de anti-globalización y es algo que todos los líderes tienen que tener muy presente. Especialmente quienes defienden un proyecto liberal de España. Defender un proyecto liberal de España y al mismo tiempo defender la autonomía como un todo frente al Estado es una contradicción. Lo mismo cabe decir de los ayuntamientos o de cualquier otro poder del Estado.
El proyecto liberal es el de una España global y por tanto con potencial de liderazgo y de progreso. Porque conecta con las corrientes modernizadoras y competitivas. Se trata de una España que no choca con la realidad ni entre sus propios poderes, sino que se refuerzan unos a otros. Una España que fortalece su capacidad como nación, como sociedad, y como poderes autonómicos y municipales.
Dicen algunos líderes políticos regionales y municipales para justificar sus posiciones, que su papel es “defender lo suyo”. La expresión lo dice todo. Hacen de lo suyo algo opuesto al conjunto del que forman parte. Como si defender lo suyo no exigiera defender el conjunto del que forman parte. En España empiezan a abundar los casos. Con su nuevo estatus en Cataluña han conseguido mas dinero del Estado a costa de otras autonomías. ¿Ha potenciado eso las expectativas de Cataluña y del resto de España? Al contrario, han crecido las tensiones políticas, han aumentado las desinversiones y la fuga de empresas, y los propios empresarios catalanes piden moderación al nuevo Gobierno de la izquierda radical (no se pide moderación al que se sabe que es moderado, sino al que se teme por radical).
Pero lo mismo se puede decir de la guerra del agua entre comunidades, o de la educación. Son fuerzas centrípetas hacia lo más local —y paleto— en rechazo de una realidad global. En su visión radical de las cosas Zapatero desarrolló una política de inmigración en contra del conjunto de la Unión Europea y de las propias comunidades autónomas.
El resultado ha sido un caos y un desastre para todos. Las comunidades autonómicas enfrentadas, y los gobiernos europeos desentendiéndose de la crisis provocada por el gobierno socialista.
Ningún líder político que defienda una democracia liberal y tenga una visión de futuro (que será más global cada día) puede caer en la contradicción de ofrecer eficacia y desarrollo a costa de perjudicar al conjunto del que forma parte. La realidad es la inversa. No hay progreso sin una aportación al conjunto que nos hace progresar.
viernes, 10 de noviembre de 2006
Lección de ciudadanía
¿BASTA YA! 10/11/06
Fernando Savater
"Y ya resulta insostenible que porque un partido se llame “Izquierda Nose qué” sea progresista: si el progreso avanza hacia algo parecido a Javier Madrazo, es falso todo lo que cuenta tanto la teoría de la evolución como desde luego la del Diseño Inteligente."
Lección de ciudadanía
Tuve al principio la tentación de titular este artículo “En plenos morros” pero finalmente he optado por algo más educado. Sin embargo, la tentación de hacer la higa ha sido fuerte, al ver la conmoción provocada por los resultados que han obtenido Ciutadans en las pasadas elecciones catalanas. Primero –antes de que se votase- fue el vergonzoso silenciamiento y el mirar por encima del hombro, con conmiseración o ironía. Los medios de comunicación, sobre todo los específicos de la autonomía, apenas dedicaron al partido recién llegado la mínima atención, ni siquiera por el interés periodístico que podía representar la novedad de su propuesta. Después de los comicios, los mismos que les silenciaron empezaron a regañarles como si fuesen aquellos “pecadores de la pradera” a los que amonestaba Chiquito de la Calzada. Oímos que son la ultraderecha, la derecha de la ultraderecha, el regreso de Lerroux (¡no podía faltar la referencia al Emperador del Paralelo, ahora más bien para lelos!), pero al mismo tiempo un grupo izquierdista partidario de varias aberraciones morales y en el que no puede confiar la sana gente de orden. A un fulano muy entendido le oí decir por la radio en cinco minutos que eran un invento movido desde Madrid y que no tenían ningún futuro en el resto de España, porque se trataba de un fenómeno específicamente catalán. Por lo visto la antigua profesión de lacayo, que creíamos desaparecida con el fin de las grandes casas aristocráticas, se ha reciclado de modo que perdura en emisoras, televisiones y periódicos pero ahora al servicio de los magnates políticos.
¿A qué viene este partido de los Ciudadanos, que tanta incomodidad ha producido en los profesionales sempiternos de la política establecida al negarse dócilmente a desaparecer en la nada electoral, como ya se había dado por seguro? Desde mi punto de vista, aportan en primer lugar una actitud progresista que rechaza sin complejos la obligada devoción a nacionalismos pequeños o grandes. Digo “progresista”, no de izquierdas o derechas, porque creo que el verdadero progresismo se fabrica hoy con elementos pragmáticos tomados de los dos campos convencionales. Y ya resulta insostenible que porque un partido se llame “Izquierda Nose qué” sea progresista: si el progreso avanza hacia algo parecido a Javier Madrazo, es falso todo lo que cuenta tanto la teoría de la evolución como desde luego la del Diseño Inteligente. Vivimos en un país extraño: si uno se declara “anticapitalista”, recibe múltiples parabienes por su coraje solidario con los desheredados; si dice que es “anticomunista”, no le faltarán elogios por haber comprendido que no hay justicia sin libertad; pero si se confiesa “antinacionalista”…
Nada, a tanto no se atreve nadie. Lo único bien visto como máximo es ser “no nacionalista”, aunque siempre catalanista, vasquista, galleguista…¡o españolista! Pues bien, algunos –puede que muy pocos, puede que tampoco muchos de los Ciutadans, que oficialmente se dicen “no nacionalistas”- proclamamos abiertamente que somos antinacionalistas. Con el debido respeto a las personas, pero con no menor firmeza ante las ideas que nos resultan rechazables. Políticamente hablando, los nacionalistas me parecen obtusos e insaciables: obtusos por su visión patrimonialista y cerrada de la sociedad (v.gr., el peneuvista Rubalcaba en el pasado debate sobre autodeterminación, regalando España a los demás con tal de que su clan se quede con el País Vasco como si fuera su caserío) e insaciables, es decir que ninguna concesión descentralizadora logra nada más que abrirles el apetito de mayores privilegios y competencias exclusivas. Me gustaría poder votar a un partido que contrarrestase eficazmente, con habilidad política, los abusos separatistas; que mantuviese un discurso pedagógicamente explícito para aclarar que el derecho a la diferencia nunca es una diferencia de derechos; y que por supuesto defendiese la unidad constitucional como base del estado democrático pero sin concesiones a patrioterismos ni a ninguna esencial Idea de España. Dado el panorama actual: ¿a quién podemos votar, yo y quienes pensamos como yo? No sé si Ciutadans resuelve nuestro problema, pero al menos nos abre una esperanza.
Me gustaría por tanto que el partido de los Ciudadanos se extendiese a todas las circunscripciones electorales de España. La competencia, alarmada, intenta convencernos de que tal cosa no es posible porque el nacionalismo obligatorio sólo es problema en Cataluña, el País Vasco y quizá en Galicia. Pero es que los Ciudadanos no sólo pueden ni deben atender la urgencia antinacionalista. Hay otros temas conflictivos y vuelvo al ejemplo del hombre que conozco mejor –como diría Unamuno- o sea yo mismo. Como maestro, me parece imprescindible la Educación para la Ciudadanía en bachillerato y en cambio me resulta impresentable que un estado laico costee una asignatura de religión confesional, evaluable y válida para pasar curso, con un profesorado designado o revocado por los obispos y pagado por el erario público. Pues bien, según parece la asignatura de Educación Cívica –tras muchas grotesca polémicas- va a quedar reducida en el nuevo bachillerato a una hora semanal, lo que equivale a darle una existencia…semi-virtual. Y en cambio tendremos religión evaluable, etc… Como ese panorama me parece vergonzoso, no quiero apoyar al partido gubernamental que lo propone. Tampoco puedo votar al PP, que ha dicho ineptas perrerías sobre la Educación para la Ciudadanía y es capaz de dar más horas a la religión que a matemáticas o lengua, para complacer a los obispos. Izquierda Unida es una opción ya impracticable, por culpa de Madrazo y Cía. Entonces…¿a quién voto? Si Ciudadanos plantea este tema y otros semejantes, será útil en España entera.
En último término, la simple existencia de una alternativa razonable a los partidos mayoritarios es ya una ráfaga de aire fresco. Cuando yo tenía veinte años y nos metíamos en líos por alborotar contra el franquismo (por entonces la mayoría de los ardientes antifranquistas actuales iban a campamentos del Frente de Juventudes o no habían nacido todavía), nuestros mayores nos amonestaban: “¡Si ésto no os gusta, iros a Rusia!”. Como si fuese obligatorio ser devoto de Franco o de Stalin. Ahora les dicen algo parecido en el PSOE y en el PP a quienes disienten de la línea oficial: “¡Vete con los de enfrente!”. Sería estupendo poder responderles que nos vamos sí, pero con quien ellos no se lo esperan. El éxito de Ciutadans demuestra que además de quejarse, de decir que todo está peor que nunca, que el enemigo está crecido y ya ha ganado la partida (como los políticos insensatos repiten en el País Vasco) puede hacerse algo para cambiar las cosas a mejor. Allí en Cataluña, lo han logrado principalmente jóvenes, aunque alentados y ayudados por gente mayor. ¿A qué esperan los jóvenes realmente progresistas en el País Vasco?
Fernando Savater
"Y ya resulta insostenible que porque un partido se llame “Izquierda Nose qué” sea progresista: si el progreso avanza hacia algo parecido a Javier Madrazo, es falso todo lo que cuenta tanto la teoría de la evolución como desde luego la del Diseño Inteligente."
Lección de ciudadanía
Tuve al principio la tentación de titular este artículo “En plenos morros” pero finalmente he optado por algo más educado. Sin embargo, la tentación de hacer la higa ha sido fuerte, al ver la conmoción provocada por los resultados que han obtenido Ciutadans en las pasadas elecciones catalanas. Primero –antes de que se votase- fue el vergonzoso silenciamiento y el mirar por encima del hombro, con conmiseración o ironía. Los medios de comunicación, sobre todo los específicos de la autonomía, apenas dedicaron al partido recién llegado la mínima atención, ni siquiera por el interés periodístico que podía representar la novedad de su propuesta. Después de los comicios, los mismos que les silenciaron empezaron a regañarles como si fuesen aquellos “pecadores de la pradera” a los que amonestaba Chiquito de la Calzada. Oímos que son la ultraderecha, la derecha de la ultraderecha, el regreso de Lerroux (¡no podía faltar la referencia al Emperador del Paralelo, ahora más bien para lelos!), pero al mismo tiempo un grupo izquierdista partidario de varias aberraciones morales y en el que no puede confiar la sana gente de orden. A un fulano muy entendido le oí decir por la radio en cinco minutos que eran un invento movido desde Madrid y que no tenían ningún futuro en el resto de España, porque se trataba de un fenómeno específicamente catalán. Por lo visto la antigua profesión de lacayo, que creíamos desaparecida con el fin de las grandes casas aristocráticas, se ha reciclado de modo que perdura en emisoras, televisiones y periódicos pero ahora al servicio de los magnates políticos.
¿A qué viene este partido de los Ciudadanos, que tanta incomodidad ha producido en los profesionales sempiternos de la política establecida al negarse dócilmente a desaparecer en la nada electoral, como ya se había dado por seguro? Desde mi punto de vista, aportan en primer lugar una actitud progresista que rechaza sin complejos la obligada devoción a nacionalismos pequeños o grandes. Digo “progresista”, no de izquierdas o derechas, porque creo que el verdadero progresismo se fabrica hoy con elementos pragmáticos tomados de los dos campos convencionales. Y ya resulta insostenible que porque un partido se llame “Izquierda Nose qué” sea progresista: si el progreso avanza hacia algo parecido a Javier Madrazo, es falso todo lo que cuenta tanto la teoría de la evolución como desde luego la del Diseño Inteligente. Vivimos en un país extraño: si uno se declara “anticapitalista”, recibe múltiples parabienes por su coraje solidario con los desheredados; si dice que es “anticomunista”, no le faltarán elogios por haber comprendido que no hay justicia sin libertad; pero si se confiesa “antinacionalista”…
Nada, a tanto no se atreve nadie. Lo único bien visto como máximo es ser “no nacionalista”, aunque siempre catalanista, vasquista, galleguista…¡o españolista! Pues bien, algunos –puede que muy pocos, puede que tampoco muchos de los Ciutadans, que oficialmente se dicen “no nacionalistas”- proclamamos abiertamente que somos antinacionalistas. Con el debido respeto a las personas, pero con no menor firmeza ante las ideas que nos resultan rechazables. Políticamente hablando, los nacionalistas me parecen obtusos e insaciables: obtusos por su visión patrimonialista y cerrada de la sociedad (v.gr., el peneuvista Rubalcaba en el pasado debate sobre autodeterminación, regalando España a los demás con tal de que su clan se quede con el País Vasco como si fuera su caserío) e insaciables, es decir que ninguna concesión descentralizadora logra nada más que abrirles el apetito de mayores privilegios y competencias exclusivas. Me gustaría poder votar a un partido que contrarrestase eficazmente, con habilidad política, los abusos separatistas; que mantuviese un discurso pedagógicamente explícito para aclarar que el derecho a la diferencia nunca es una diferencia de derechos; y que por supuesto defendiese la unidad constitucional como base del estado democrático pero sin concesiones a patrioterismos ni a ninguna esencial Idea de España. Dado el panorama actual: ¿a quién podemos votar, yo y quienes pensamos como yo? No sé si Ciutadans resuelve nuestro problema, pero al menos nos abre una esperanza.
Me gustaría por tanto que el partido de los Ciudadanos se extendiese a todas las circunscripciones electorales de España. La competencia, alarmada, intenta convencernos de que tal cosa no es posible porque el nacionalismo obligatorio sólo es problema en Cataluña, el País Vasco y quizá en Galicia. Pero es que los Ciudadanos no sólo pueden ni deben atender la urgencia antinacionalista. Hay otros temas conflictivos y vuelvo al ejemplo del hombre que conozco mejor –como diría Unamuno- o sea yo mismo. Como maestro, me parece imprescindible la Educación para la Ciudadanía en bachillerato y en cambio me resulta impresentable que un estado laico costee una asignatura de religión confesional, evaluable y válida para pasar curso, con un profesorado designado o revocado por los obispos y pagado por el erario público. Pues bien, según parece la asignatura de Educación Cívica –tras muchas grotesca polémicas- va a quedar reducida en el nuevo bachillerato a una hora semanal, lo que equivale a darle una existencia…semi-virtual. Y en cambio tendremos religión evaluable, etc… Como ese panorama me parece vergonzoso, no quiero apoyar al partido gubernamental que lo propone. Tampoco puedo votar al PP, que ha dicho ineptas perrerías sobre la Educación para la Ciudadanía y es capaz de dar más horas a la religión que a matemáticas o lengua, para complacer a los obispos. Izquierda Unida es una opción ya impracticable, por culpa de Madrazo y Cía. Entonces…¿a quién voto? Si Ciudadanos plantea este tema y otros semejantes, será útil en España entera.
En último término, la simple existencia de una alternativa razonable a los partidos mayoritarios es ya una ráfaga de aire fresco. Cuando yo tenía veinte años y nos metíamos en líos por alborotar contra el franquismo (por entonces la mayoría de los ardientes antifranquistas actuales iban a campamentos del Frente de Juventudes o no habían nacido todavía), nuestros mayores nos amonestaban: “¡Si ésto no os gusta, iros a Rusia!”. Como si fuese obligatorio ser devoto de Franco o de Stalin. Ahora les dicen algo parecido en el PSOE y en el PP a quienes disienten de la línea oficial: “¡Vete con los de enfrente!”. Sería estupendo poder responderles que nos vamos sí, pero con quien ellos no se lo esperan. El éxito de Ciutadans demuestra que además de quejarse, de decir que todo está peor que nunca, que el enemigo está crecido y ya ha ganado la partida (como los políticos insensatos repiten en el País Vasco) puede hacerse algo para cambiar las cosas a mejor. Allí en Cataluña, lo han logrado principalmente jóvenes, aunque alentados y ayudados por gente mayor. ¿A qué esperan los jóvenes realmente progresistas en el País Vasco?
jueves, 9 de noviembre de 2006
¿Quién teme al ciudadano feroz?
EL PAÍS 09/11/06
"La gente que ha conseguido tres escaños se los ha trabajado como antaño los clandestinos que luchaban contra Franco: aguantando los ataques del régimen en pleno y sin el menor apoyo de nadie como no sea el desinteresado y generoso de mucha gente que está harta de tanta falacia. Que sólo les hiciera caso la prensa de Madrid no es culpa suya, sino de la prensa de Barcelona."
FÉLIX DE AZÚA
¿Quién teme al ciudadano feroz?
Como es bien sabido, con ocasión del Salon de 1864 el pintor Édouard Manet expuso su célebre Olympia, un desnudo femenino que irritó profundamente a la buena sociedad parisina y cambió las reglas de la representación clásica. La gigantesca cólera desatada por el cuadro de Manet era debida a que el nuevo modo de presentar un tema clásico dejaba sin argumentos a los tradicionalistas. La estrategia artística de Manet negaba todos los valores defendidos por la vieja escuela. Los entendidos, los expertos, los coleccionistas y aquellos aficionados que se consideraban enterados, reaccionaron con violencia porque, de ser cierto lo que Manet expresaba en su pintura, entonces ellos eran una colosal mentira. También es conocido el final de la historia: eran una colosal mentira.
Algo similar está sucediendo con la irrupción de un pequeño partido posnacionalista en Cataluña, a partir de las últimas elecciones. El Partido de los Ciudadanos (PC) es minúsculo en comparación con las fuerzas que representan al nacionalismo catalán, pero la reacción que ha desatado es sorprendente y pone de manifiesto, no la amenaza de los débiles, sino el miedo de los poderosos. La astuta conducta de los medios de comunicación catalanes, que no informaron en ningún momento sobre la campaña del PC mientras duró la subasta de votos, no ha podido resistir el resultado y ahora se desborda en ataques furibundos. Un síntoma inequívoco de que el poder se siente débil.
Por si alguien supone que escribo desde una posición militante, debo aclarar que si bien formé parte del grupo que incitó a la creación en Cataluña de un nuevo partido que pudiera hablar con naturalidad sobre todo lo prohibido por el poder, en cuanto ese partido se constituyó legalmente me retiré con ánimo de no regresar nunca más a la política empírica. Si ahora escribo sobre ellos es porque nos están sirviendo una valiosa información sobre la falta de información que sufre la sociedad catalana. De modo que habría escrito exactamente lo mismo si hubiera votado a Convergencia o a Iniciativa.
La falta de información a la que aludo es una de las causas de la inseguridad del poder catalán. Cuando escribo esta crónica hay ya un acuerdo para repetir el tripartito. Es decir, que han ganado los que han perdido, pero quizás no cabía otra posibilidad. Los partidos nacionalistas catalanes son máquinas de distribución. Cualquiera de las posibles combinaciones ganadoras no se forma para cumplir el deseo de los votantes sino para satisfacer a los partidos y a sus clientelas. Contra este estado de cosas había que fundar un nuevo partido y ese partido ha conseguido tres escaños sin apenas campaña, sin dinero, sin apoyos, sin aparecer en los medios, contando tan sólo con el entusiasmo de la gente.
La victoria ha sorprendido porque la sociedad catalana carece de información responsable. Muy pocos periodistas sabían algo sobre el nuevo partido y lo que sabían era mentira. Ningún profesional de la prensa catalana intentó averiguar algo por su cuenta. Cada uno de los mediáticos de prestigio pertenece a un grupo dentro del sistema y nada que caiga fuera de tan estrecho horizonte tiene la menor importancia. La endogamia informativa ha llegado a extremos grotescos, como la creación de un comité de comisarios que vigila a los periodistas catalanes. Sin embargo, no es el momento de examinar el grado de dependencia y la falta de autonomía de los medios catalanes, sino de sacar algunas conclusiones. Y para ello nada mejor que poner algunos ejemplos de lo que está sucediendo después de las elecciones, cuando el resultado es irreparable. Quizás alguien se percate de que el estado de cosas es insostenible, que está hundiendo a la sociedad catalana en el escepticismo democrático, y trate de ponerle remedio.
Hablemos de las firmas y vayamos de menor a mayor. Como es lógico, todo el periodismo de batalla ha coincidido en calificar al PC de facha, ultraderechista y cosas semejantes. De nada ha servido que el jefe del partido se definiera como socialdemócrata, o que no haya ni un solo dato que fundamente semejante barbaridad, es decir, que este es un partido de delincuentes. Ningún responsable del PC ha hablado de inmigración y si lo ha hecho ha sido con bastante mayor liberalidad que la señora Ferrusola de Convergencia o el señor Barrera de Esquerra; ni de religión y si lo ha hecho es para declararse laico y contrario a la asignatura de religión, a diferencia de los nacionalistas; ni del aborto, las bodas gays, el feminismo y la parafernalia que trabaja ese partido estetizante, Iniciativa, como no sea para coincidir con ellos porque, la verdad, esas cosas son simplemente obvias. No importa: los Sopena, los Culla, los Cardús, los Sánchez, la infantería del sistema, han afirmado que el PC es de extrema derecha.
Era de esperar, por así decirlo, entre la gente de faena, pero subamos un peldaño. Toni Soler es una figura de la radiotelevisión catalana y escribe en La Vanguardia. Es una de esas estrellas locales que viven de luchar heroicamente contra la microscópica presencia del PP y que jamás han tocado un pelo al poder. Sin embargo, la aparición del PC le ha puesto nervioso. He aquí lo que escribía Soler el domingo 5 de noviembre: "(Para el PC) el nacionalismo catalán va de Carod a Piqué, inclusive, y dicen una frase en cada idioma, para demostrar que el idioma no les importa, es decir, que si el catalán desaparece no soltarán ni una lágrima". Esto lo escribe Soler en castellano. Es otro de los innumerables nacionalistas que considera justo multar a un tabernero por no rotular en catalán, pero que desea seguir cobrando sus artículos en castellano, por favor. Con esta moral es difícil informar objetivamente.
Subamos otro peldaño, lleguemos a periodistas prestigiosos y a los que respeto. Ese mismo día y en el mismo órgano de los conservadores catalanes, Enric Juliana escribía: "El despliegue del Partido de la Ciudadanía en España sólo es posible con el apoyo estratégico de un poder fuerte. La FAES es uno de ellos y ha amenazado con querellarse contra quien diga que suya es la mano que mece la cuna". Debo confesar que el párrafo me ha desconcertado porque soy lector habitual de Juliana, uno de los escasos periodistas catalanes que utiliza el castellano con elegancia. Su posición siempre ha sido clara, es simpatizante de Convergencia, pero no es un palanganero. Suelo oírle en la tertulia de Carlos Herrera y me parece un hombre equilibrado. Que utilice una falacia tan absurda es significativo sobre el grado de intoxicación de los periodistas catalanes. La gente que ha conseguido tres escaños se los ha trabajado como antaño los clandestinos que luchaban contra Franco: aguantando los ataques del régimen en pleno y sin el menor apoyo de nadie como no sea el desinteresado y generoso de mucha gente que está harta de tanta falacia. Que sólo les hiciera caso la prensa de Madrid no es culpa suya, sino de la prensa de Barcelona.
Y acabemos de subir la escalera hasta un nivel que puede costarme una amistad. El viernes 3 de noviembre, Xavier Vidal-Folch, el director de la edición catalana de este periódico y amigo personal, hacía un balance de los resultados. Escribía lo siguiente: "La gran novedad, Ciutadans, ese nacionalismo neoespañolista". Pasaba luego a anunciar que el partido practicará el lerrouxismo, que acabará en manos de la extrema derecha, y terminaba diciendo: "¿Nuevo el nacionalismo español? ¿O el más rancio y cutre de los nacionalismos hispánicos?". Esta es la opinión de un gran profesional catalán que ha vivido en Bruselas durante años y conoce la prensa europea. Si estuviéramos en Europa habría que hacerle algunas preguntas: ¿Qué es, en su opinión, el "españolismo"? ¿Algo así como el catalanismo, un apego cultural? ¿Que te guste la música de Albéniz, el Museo del Prado y las novelas de Mendoza? ¿Hay que añadir, para radicalizar, la jota en plan sardana, los toros en plan castellers, el Valle de los Caídos en plan Montserrat? ¿O más bien será españolista alguien que se oponga al populismo del odio contra los españoles tipo Rubianes? ¿Y que sería un "neoespañolismo"? ¿O es sólo un modo de clasificar para evitarse el análisis? ¿Pereza o desinformación?
El lerrouxismo y la extrema derecha son fantasmas constantes en Cataluña, quizás por ser dos de las más frecuentes tentaciones catalanas, desde el carlismo del XIX hasta los Requetés franquistas. Son espantajos que carecen de contenido ya que toda situación histórica es irrepetible y para acabarlo de arreglar nadie sabe muy bien en qué consisten. ¿Es un lerrouxista a la inversa Artur Mas cuando se inventa un carnet de puntos para inmigrantes? ¿O Maragall cuando le concede la nacionalidad catalana a Montilla por lo bien que se ha portado? Cuando un término más o menos técnico se usa como insulto hay que suponer que de lo que abunda en el corazón habla la boca.
Lo mejor sin embargo es el final. "Rancio" y "cutre" son de nuevo adjetivos muy frecuentes entre los defensores de la buena sociedad catalana, aunque deben aplicarse exclusivamente al llamado "nacionalismo español". Que Artur Mas se arrodille ante la tumba de Wifredo el Velloso, que todos los partidos canten Els segadors con la mano en el pecho y lo hagan obligatorio en las escuelas, que peregrinen a los lugares sagrados, que prohíban a los escolares hablar en castellano en el patio, o que sólo hayan leído a Prat de la Riba y otros genios de la filosofía política, no es, para ellos, ni "cutre" ni "rancio". Debe de ser lo más progresista, aunque sólo en Cataluña. ¡Qué pésima información, Dios mío!
En efecto, un partido sin dinero, sin campaña, sin apoyo mediático, en cuatro meses ha conseguido tres diputados. Ahora el poder catalán puede reaccionar de dos modos distintos: temblando de miedo e insultando como hasta ahora viene haciendo, o poniendo remedio a lo que ha provocado 90.000 votos para el nuevo partido, 60.000 votos en blanco, la más alta abstención de la historia de Cataluña, y un panorama para el futuro Gobierno que cada vez nos acerca más a la Italia de los años de plomo. O a cosas peores. Quizás ellos se sientan a gusto en este ambiente de sauna para padrinos. Los demás, no.
"La gente que ha conseguido tres escaños se los ha trabajado como antaño los clandestinos que luchaban contra Franco: aguantando los ataques del régimen en pleno y sin el menor apoyo de nadie como no sea el desinteresado y generoso de mucha gente que está harta de tanta falacia. Que sólo les hiciera caso la prensa de Madrid no es culpa suya, sino de la prensa de Barcelona."
FÉLIX DE AZÚA
¿Quién teme al ciudadano feroz?
Como es bien sabido, con ocasión del Salon de 1864 el pintor Édouard Manet expuso su célebre Olympia, un desnudo femenino que irritó profundamente a la buena sociedad parisina y cambió las reglas de la representación clásica. La gigantesca cólera desatada por el cuadro de Manet era debida a que el nuevo modo de presentar un tema clásico dejaba sin argumentos a los tradicionalistas. La estrategia artística de Manet negaba todos los valores defendidos por la vieja escuela. Los entendidos, los expertos, los coleccionistas y aquellos aficionados que se consideraban enterados, reaccionaron con violencia porque, de ser cierto lo que Manet expresaba en su pintura, entonces ellos eran una colosal mentira. También es conocido el final de la historia: eran una colosal mentira.
Algo similar está sucediendo con la irrupción de un pequeño partido posnacionalista en Cataluña, a partir de las últimas elecciones. El Partido de los Ciudadanos (PC) es minúsculo en comparación con las fuerzas que representan al nacionalismo catalán, pero la reacción que ha desatado es sorprendente y pone de manifiesto, no la amenaza de los débiles, sino el miedo de los poderosos. La astuta conducta de los medios de comunicación catalanes, que no informaron en ningún momento sobre la campaña del PC mientras duró la subasta de votos, no ha podido resistir el resultado y ahora se desborda en ataques furibundos. Un síntoma inequívoco de que el poder se siente débil.
Por si alguien supone que escribo desde una posición militante, debo aclarar que si bien formé parte del grupo que incitó a la creación en Cataluña de un nuevo partido que pudiera hablar con naturalidad sobre todo lo prohibido por el poder, en cuanto ese partido se constituyó legalmente me retiré con ánimo de no regresar nunca más a la política empírica. Si ahora escribo sobre ellos es porque nos están sirviendo una valiosa información sobre la falta de información que sufre la sociedad catalana. De modo que habría escrito exactamente lo mismo si hubiera votado a Convergencia o a Iniciativa.
La falta de información a la que aludo es una de las causas de la inseguridad del poder catalán. Cuando escribo esta crónica hay ya un acuerdo para repetir el tripartito. Es decir, que han ganado los que han perdido, pero quizás no cabía otra posibilidad. Los partidos nacionalistas catalanes son máquinas de distribución. Cualquiera de las posibles combinaciones ganadoras no se forma para cumplir el deseo de los votantes sino para satisfacer a los partidos y a sus clientelas. Contra este estado de cosas había que fundar un nuevo partido y ese partido ha conseguido tres escaños sin apenas campaña, sin dinero, sin apoyos, sin aparecer en los medios, contando tan sólo con el entusiasmo de la gente.
La victoria ha sorprendido porque la sociedad catalana carece de información responsable. Muy pocos periodistas sabían algo sobre el nuevo partido y lo que sabían era mentira. Ningún profesional de la prensa catalana intentó averiguar algo por su cuenta. Cada uno de los mediáticos de prestigio pertenece a un grupo dentro del sistema y nada que caiga fuera de tan estrecho horizonte tiene la menor importancia. La endogamia informativa ha llegado a extremos grotescos, como la creación de un comité de comisarios que vigila a los periodistas catalanes. Sin embargo, no es el momento de examinar el grado de dependencia y la falta de autonomía de los medios catalanes, sino de sacar algunas conclusiones. Y para ello nada mejor que poner algunos ejemplos de lo que está sucediendo después de las elecciones, cuando el resultado es irreparable. Quizás alguien se percate de que el estado de cosas es insostenible, que está hundiendo a la sociedad catalana en el escepticismo democrático, y trate de ponerle remedio.
Hablemos de las firmas y vayamos de menor a mayor. Como es lógico, todo el periodismo de batalla ha coincidido en calificar al PC de facha, ultraderechista y cosas semejantes. De nada ha servido que el jefe del partido se definiera como socialdemócrata, o que no haya ni un solo dato que fundamente semejante barbaridad, es decir, que este es un partido de delincuentes. Ningún responsable del PC ha hablado de inmigración y si lo ha hecho ha sido con bastante mayor liberalidad que la señora Ferrusola de Convergencia o el señor Barrera de Esquerra; ni de religión y si lo ha hecho es para declararse laico y contrario a la asignatura de religión, a diferencia de los nacionalistas; ni del aborto, las bodas gays, el feminismo y la parafernalia que trabaja ese partido estetizante, Iniciativa, como no sea para coincidir con ellos porque, la verdad, esas cosas son simplemente obvias. No importa: los Sopena, los Culla, los Cardús, los Sánchez, la infantería del sistema, han afirmado que el PC es de extrema derecha.
Era de esperar, por así decirlo, entre la gente de faena, pero subamos un peldaño. Toni Soler es una figura de la radiotelevisión catalana y escribe en La Vanguardia. Es una de esas estrellas locales que viven de luchar heroicamente contra la microscópica presencia del PP y que jamás han tocado un pelo al poder. Sin embargo, la aparición del PC le ha puesto nervioso. He aquí lo que escribía Soler el domingo 5 de noviembre: "(Para el PC) el nacionalismo catalán va de Carod a Piqué, inclusive, y dicen una frase en cada idioma, para demostrar que el idioma no les importa, es decir, que si el catalán desaparece no soltarán ni una lágrima". Esto lo escribe Soler en castellano. Es otro de los innumerables nacionalistas que considera justo multar a un tabernero por no rotular en catalán, pero que desea seguir cobrando sus artículos en castellano, por favor. Con esta moral es difícil informar objetivamente.
Subamos otro peldaño, lleguemos a periodistas prestigiosos y a los que respeto. Ese mismo día y en el mismo órgano de los conservadores catalanes, Enric Juliana escribía: "El despliegue del Partido de la Ciudadanía en España sólo es posible con el apoyo estratégico de un poder fuerte. La FAES es uno de ellos y ha amenazado con querellarse contra quien diga que suya es la mano que mece la cuna". Debo confesar que el párrafo me ha desconcertado porque soy lector habitual de Juliana, uno de los escasos periodistas catalanes que utiliza el castellano con elegancia. Su posición siempre ha sido clara, es simpatizante de Convergencia, pero no es un palanganero. Suelo oírle en la tertulia de Carlos Herrera y me parece un hombre equilibrado. Que utilice una falacia tan absurda es significativo sobre el grado de intoxicación de los periodistas catalanes. La gente que ha conseguido tres escaños se los ha trabajado como antaño los clandestinos que luchaban contra Franco: aguantando los ataques del régimen en pleno y sin el menor apoyo de nadie como no sea el desinteresado y generoso de mucha gente que está harta de tanta falacia. Que sólo les hiciera caso la prensa de Madrid no es culpa suya, sino de la prensa de Barcelona.
Y acabemos de subir la escalera hasta un nivel que puede costarme una amistad. El viernes 3 de noviembre, Xavier Vidal-Folch, el director de la edición catalana de este periódico y amigo personal, hacía un balance de los resultados. Escribía lo siguiente: "La gran novedad, Ciutadans, ese nacionalismo neoespañolista". Pasaba luego a anunciar que el partido practicará el lerrouxismo, que acabará en manos de la extrema derecha, y terminaba diciendo: "¿Nuevo el nacionalismo español? ¿O el más rancio y cutre de los nacionalismos hispánicos?". Esta es la opinión de un gran profesional catalán que ha vivido en Bruselas durante años y conoce la prensa europea. Si estuviéramos en Europa habría que hacerle algunas preguntas: ¿Qué es, en su opinión, el "españolismo"? ¿Algo así como el catalanismo, un apego cultural? ¿Que te guste la música de Albéniz, el Museo del Prado y las novelas de Mendoza? ¿Hay que añadir, para radicalizar, la jota en plan sardana, los toros en plan castellers, el Valle de los Caídos en plan Montserrat? ¿O más bien será españolista alguien que se oponga al populismo del odio contra los españoles tipo Rubianes? ¿Y que sería un "neoespañolismo"? ¿O es sólo un modo de clasificar para evitarse el análisis? ¿Pereza o desinformación?
El lerrouxismo y la extrema derecha son fantasmas constantes en Cataluña, quizás por ser dos de las más frecuentes tentaciones catalanas, desde el carlismo del XIX hasta los Requetés franquistas. Son espantajos que carecen de contenido ya que toda situación histórica es irrepetible y para acabarlo de arreglar nadie sabe muy bien en qué consisten. ¿Es un lerrouxista a la inversa Artur Mas cuando se inventa un carnet de puntos para inmigrantes? ¿O Maragall cuando le concede la nacionalidad catalana a Montilla por lo bien que se ha portado? Cuando un término más o menos técnico se usa como insulto hay que suponer que de lo que abunda en el corazón habla la boca.
Lo mejor sin embargo es el final. "Rancio" y "cutre" son de nuevo adjetivos muy frecuentes entre los defensores de la buena sociedad catalana, aunque deben aplicarse exclusivamente al llamado "nacionalismo español". Que Artur Mas se arrodille ante la tumba de Wifredo el Velloso, que todos los partidos canten Els segadors con la mano en el pecho y lo hagan obligatorio en las escuelas, que peregrinen a los lugares sagrados, que prohíban a los escolares hablar en castellano en el patio, o que sólo hayan leído a Prat de la Riba y otros genios de la filosofía política, no es, para ellos, ni "cutre" ni "rancio". Debe de ser lo más progresista, aunque sólo en Cataluña. ¡Qué pésima información, Dios mío!
En efecto, un partido sin dinero, sin campaña, sin apoyo mediático, en cuatro meses ha conseguido tres diputados. Ahora el poder catalán puede reaccionar de dos modos distintos: temblando de miedo e insultando como hasta ahora viene haciendo, o poniendo remedio a lo que ha provocado 90.000 votos para el nuevo partido, 60.000 votos en blanco, la más alta abstención de la historia de Cataluña, y un panorama para el futuro Gobierno que cada vez nos acerca más a la Italia de los años de plomo. O a cosas peores. Quizás ellos se sientan a gusto en este ambiente de sauna para padrinos. Los demás, no.
lunes, 6 de noviembre de 2006
Milenaristas interesados
La Gaceta de los Negocios 06/11/06
José Miguel Serrano
"No es sencillo explicar la diferencia entre un cambio de efecto desconocido y uno de influencia humana"
Milenaristas interesados
EL mito es de sobra conocido. La Tierra, madre o madrastra, se cansa de los hombres y en determinado momento los destruye o se destruye, que viene a ser lo mismo. Luego se iniciará otra época, dando lugar a una sucesión de mundos o nos invadirá el vacío estelar, es decir, la nada.En nuestra civilización cada quinientos o mil años el mito resurge, pues en estas cosas somos recurrentes. En el año mil el mito fue cristiano, tras las pestes la cosa pasó al carpe diem, pues ya que se acaba, al menos disfrutemos del momento. Luego les dió por la era del Espíritu Santo e incluso otro, Savonarola, lo adornó haciendo al rey de Francia liberador, que hay que tener humor para hacer semejante cosa a un rey francés.Era previsible que en el dos mil les diera por lo ecológico. Hacia los ochenta descubrieron el cambio climático que dejo de ser enfriamiento, la primera ocurrencia, para ser calentamiento global. Es peculiar este proceso que empieza en una dirección y sin apearse del burro sigue en la opuesta. Lo que permanece es la premisa, el clima cambia por la acción del hombre y vamos a la catástrofe.Salvo error por mi parte, no parece existir una explicación científica generalmente admitida de los anteriores cambios climáticos. A no ser que el clima se aterrorizase con los bárbaros, no se explica la pequeña edad de hielo, ni el posterior calentamientos, salvo que fuese un efecto caballeresco, algo poco científico pero que hubiera encantado a Chesterton. En consecuencia, no es sencillo explicar la diferencia entre un cambio de efecto desconocido y un cambio de influencia humana.Sea como fuere, si la tierra se acaba podríamos inclinarnos hacia la juerga perpetua para alegría del mundo del espectáculo; en otro sentido, nos podría dar por la conversión milenarista pero no parece que los religiosos contemporáneos estén por la labor. Otra opción era un cambio completo de vida, todos al bosque sin calefacción, la cosa se ha manejado en los círculos de iniciados, junto a una reducción de la población humana a un tercio, pero el mensaje suena radical y no parece que convenza a la mayoría.La alternativa que se ha planteado suena demasiado a los viejos milenarismos: por un lado, se recomiendan una serie de gestos que puede realizar cualquiera y que salva su responsabilidad en el cambio climático, por otro, se nombran unos administradores de la salvación del proceso destructivo, que coinciden exactamente con quienes lo anuncian.Ahí tenemos a nuestros conscientes ciudadanos con las bolsas de basura de colores. No deja de ser genial esto de parar el cambio climático con bolsas de colores. Por otra parte, tenemos calentada la red con mensajes catastrofistas. De ser ciertos los mismos, el proceso lo aceleramos en la protesta pues hay que ver la cantidad de energía eléctrica que estamos gastando en la concienciación. Quien sabe, si en la próxima cumbre fueran con barcos de vela y carromatos quizás nos dieran unos minutos de supervivencia a los inconscientes.Hasta el momento, el asunto se esta resolviendo con dinero para los alarmistas. Dinero para las agencias gubernamentales, dinero para molinos, dinero para las asociaciones de milenaristas, e incluso subidas en el agua, pues los más espabilados como Narbona nos la van a subir por causa del mencionado mito.Con cierta envidia, confieso que el mejor ha sido Tony Blair. Tiene a la Nación sublevada con la política exterior, al ejercito en protesta por la falta de estrategia adecuada en Irak y Afganistan, al partido tan rebelde que se lo han cargado, las expectativas de voto laborista por los suelos, pero el se ha dado cuenta de repente de que todo eso son minucias comparadas con la catástrofe que se avecina. Si no entiendo mal, el mensaje es que aunque el Gobierno pueda fallar en política exterior, a juicio de muchos, en gestión de la emigración o en cualquier cosa habitual de los gobiernos; su principal función es controlar el clima y en eso debe recibir un voto de confianza. Se abren las apuestas para ver cuando Zapatero, una vez que se le acabe el mito del proceso, se agarra a este con el entusiasmo que le caracteriza.
José Miguel Serrano
"No es sencillo explicar la diferencia entre un cambio de efecto desconocido y uno de influencia humana"
Milenaristas interesados
EL mito es de sobra conocido. La Tierra, madre o madrastra, se cansa de los hombres y en determinado momento los destruye o se destruye, que viene a ser lo mismo. Luego se iniciará otra época, dando lugar a una sucesión de mundos o nos invadirá el vacío estelar, es decir, la nada.En nuestra civilización cada quinientos o mil años el mito resurge, pues en estas cosas somos recurrentes. En el año mil el mito fue cristiano, tras las pestes la cosa pasó al carpe diem, pues ya que se acaba, al menos disfrutemos del momento. Luego les dió por la era del Espíritu Santo e incluso otro, Savonarola, lo adornó haciendo al rey de Francia liberador, que hay que tener humor para hacer semejante cosa a un rey francés.Era previsible que en el dos mil les diera por lo ecológico. Hacia los ochenta descubrieron el cambio climático que dejo de ser enfriamiento, la primera ocurrencia, para ser calentamiento global. Es peculiar este proceso que empieza en una dirección y sin apearse del burro sigue en la opuesta. Lo que permanece es la premisa, el clima cambia por la acción del hombre y vamos a la catástrofe.Salvo error por mi parte, no parece existir una explicación científica generalmente admitida de los anteriores cambios climáticos. A no ser que el clima se aterrorizase con los bárbaros, no se explica la pequeña edad de hielo, ni el posterior calentamientos, salvo que fuese un efecto caballeresco, algo poco científico pero que hubiera encantado a Chesterton. En consecuencia, no es sencillo explicar la diferencia entre un cambio de efecto desconocido y un cambio de influencia humana.Sea como fuere, si la tierra se acaba podríamos inclinarnos hacia la juerga perpetua para alegría del mundo del espectáculo; en otro sentido, nos podría dar por la conversión milenarista pero no parece que los religiosos contemporáneos estén por la labor. Otra opción era un cambio completo de vida, todos al bosque sin calefacción, la cosa se ha manejado en los círculos de iniciados, junto a una reducción de la población humana a un tercio, pero el mensaje suena radical y no parece que convenza a la mayoría.La alternativa que se ha planteado suena demasiado a los viejos milenarismos: por un lado, se recomiendan una serie de gestos que puede realizar cualquiera y que salva su responsabilidad en el cambio climático, por otro, se nombran unos administradores de la salvación del proceso destructivo, que coinciden exactamente con quienes lo anuncian.Ahí tenemos a nuestros conscientes ciudadanos con las bolsas de basura de colores. No deja de ser genial esto de parar el cambio climático con bolsas de colores. Por otra parte, tenemos calentada la red con mensajes catastrofistas. De ser ciertos los mismos, el proceso lo aceleramos en la protesta pues hay que ver la cantidad de energía eléctrica que estamos gastando en la concienciación. Quien sabe, si en la próxima cumbre fueran con barcos de vela y carromatos quizás nos dieran unos minutos de supervivencia a los inconscientes.Hasta el momento, el asunto se esta resolviendo con dinero para los alarmistas. Dinero para las agencias gubernamentales, dinero para molinos, dinero para las asociaciones de milenaristas, e incluso subidas en el agua, pues los más espabilados como Narbona nos la van a subir por causa del mencionado mito.Con cierta envidia, confieso que el mejor ha sido Tony Blair. Tiene a la Nación sublevada con la política exterior, al ejercito en protesta por la falta de estrategia adecuada en Irak y Afganistan, al partido tan rebelde que se lo han cargado, las expectativas de voto laborista por los suelos, pero el se ha dado cuenta de repente de que todo eso son minucias comparadas con la catástrofe que se avecina. Si no entiendo mal, el mensaje es que aunque el Gobierno pueda fallar en política exterior, a juicio de muchos, en gestión de la emigración o en cualquier cosa habitual de los gobiernos; su principal función es controlar el clima y en eso debe recibir un voto de confianza. Se abren las apuestas para ver cuando Zapatero, una vez que se le acabe el mito del proceso, se agarra a este con el entusiasmo que le caracteriza.
El precio político
EL PAÍS 06/11/06
FERNANDO SAVATER
"...pero a mí me impresionó la reiteración de ZP en mencionar los "cuarenta años" que llevamos en busca de la "paz". Nada puede ser más falso: lo que llevamos es casi cuarenta años en paz y democracia, luchando por acabar con la violencia terrorista."
El precio político
A mí me pasa como a ustedes: me tranquiliza mucho saber que De Juana Chaos está a favor del (¿llamado?, ¿supuesto?, ¿valeroso?, ¿fementido?) proceso de paz. Y eso por lo del asunto de la esperanza, que no lo tengo del todo claro. Verán, según he oído asegurar varias veces, sólo hay dos hechos incontrovertibles en este jaleo: que ETA lleva tres años sin matar y que la gente está muy esperanzada con el "proceso". El primero de estos hechos -la ausencia de cadáveres, no de violencia- no es consecuencia del proceso mismo sino su origen, aunque algunos a estas alturas ya se despisten al respecto. ETA no dejó de intentar matar porque llegó Zapatero sino porque llegó Al Qaeda. Pero vamos con la esperanza. Si dejamos a un lado los políticos en ejercicio, que pueden tener razones partidistas para alentar u oponerse al proceso, es fácil comprobar que los más esperanzados con él no son precisamente los miembros de las organizaciones cívicas que más han luchado contra ETA, como el Foro de Ermua o Basta Ya, ni la mayoría de las víctimas, ni siquiera los intelectuales que proceden del propio nacionalismo, como Joseba Arregi o Kepa Aulestia. Los que más proclaman ahora su esperanza son los que estos años se lamentaban sin mover un dedo, los que nos regañaban a quienes nos movíamos por empeorar las cosas y aumentar la crispación, los que miraban para otro lado porque "entre unos y otros...", los que un día pedían pena de muerte para todo el que llevase txapela y al siguiente recomendaban "¡que les den la independencia de una vez y ya está!". Vamos que, con las debidas excepciones, a mayor compromiso y conocimiento de causa más escepticismo, mientras que los más pasotas e ignorantes están esperanzadísimos. Hasta el punto que a mí no se me va de la cabeza el comienzo de aquella deliciosa frottola veneciana del siglo XVI: "Io non compro più speranza / che gli è falsa mercancía!". Aunque ahora, con el solvente apoyo de De Juana, se equilibran un poco las cosas...
El resultado de la iniciativa gubernamental en Estrasburgo, buscando apoyo del Parlamento Europeo, tampoco es que le anime a uno mucho. Primero, por lo que revela de la propia idea que se hace el Gobierno de este asunto, al mencionar como precedente a favor el apoyo a Blair para negociar la paz en Irlanda. Por el contrario, en el caso que nos ocupa no hay dos comunidades enfrentadas, ni terroristas de uno y otro lado, ni mucho menos falta de libertades democráticas para nadie (salvo la que deriva de la coacción violenta de los etarras). Se trata más bien de un Estado de derecho tratando de liquidar a una mafia. ¿Se imaginan ustedes al atribulado Romano Prodi llevando a Estrasburgo su plan contra la Camorra napolitana -que también cuenta con apoyos y complicidades entre la población, de igual calaña que los de Batasuna- para recibir la simpatía de los demás gobiernos? Y en la tribuna de invitados, algunos capos y dos o tres abogados de camorristas... Pero además hemos tenido de nuevo ocasión de constatar la desinformación que sobre el terrorismo de ETA reina en Europa. Las intervenciones en el debate fueron memorables, que como ustedes saben viene de "memo". Para Monica Frassoni, de los Verdes, la clave del éxito del proceso son "el diálogo, la no violencia y el derecho a decidir de los ciudadanos vascos", es decir lo que llevamos décadas practicando a trancas y barrancas todos los vascos y el resto de los españoles que no ponemos bombas ni pegamos tiros en la nuca. Gracias, señora, no sé que haríamos sin sus consejos. A Jens-Peter Bonde, diputado de Independencia y Democracia, se le nota aún mejor informado: "¿Qué se puede hacer en el País Vasco para impedir el terrorismo y buscar una solución duradera en la paz? Podemos impulsar a los compañeros españoles a negociar y darles incentivos económicos. Se puede buscar una solución al terrorismo creando puestos de trabajo y bienestar". Es generoso, este Bonde: si nos portamos bien, es partidario de dar buenas propinas. ¡Y pensar que semejante cráneo privilegiado estará igual de enterado del resto de los problemas en los que cuente su voto! El señor Brian Crowley, copresidente del grupo Unión de Europa de las Naciones, se atiene a la sabiduría tradicional: "Cuando uno entra en un proceso de paz, hay que encontrar la paz con los enemigos, no con los amigos". Después, sin ducharse siquiera tras el esfuerzo teórico anterior, prosigue: "Llegar a la paz con los enemigos puede acarrear muchísimos problemas para uno mismo y su entorno". Sí, es lo que tiene. Y nada menos que Martin Schulz, presidente a la sazón del Grupo Socialista Europeo, declara a Radio Euskadi para ponerles contentos: "Europa podrá también resolver el problema vasco, porque es político, absolutamente político". ¡Vaya, otro que no se ha enterado de que no va a haber "precio político"! Por cierto, delicioso el "también": no hay problema político que Europa no resuelva en un pis-plás... En su justificación de voto, el peneuvista Ortuondo se felicitó de que por fin la Cámara mire de frente un viejo conflicto, que por no haber sido tratado como es debido en su momento ha llevado a un grupo de extremistas a la utilización de la violencia: ¡y lo dice el representante del partido gobernante en Euskadi desde hace tres décadas, por tanto, víctima declarada de la ceguera e intransigencia española! En fin, no seamos crueles, para qué seguir. Si no llega a ser por la intervención final de Rosa Díez respondiendo a Ortuondo, sería para avergonzarse de pertenecer no ya a la Unión Europea sino a la especie humana, supuestamente racional.
Volvemos a lo de siempre: el proceso es largo y difícil, confiemos en el Gobierno. No deseo otra cosa, pero me gustaría estar seguro de que hablamos todos de lo mismo. A pesar de que según Patxi López el presidente ya lo ha dejado claro "todo y para todos", los más torpes seguimos levantando la mano a ver si alguien nos contesta. La entrevista que hace poco realizó Francino a Zapatero en la SER fue tan devotamente servicial que nos enteramos de pocos secretos, pero a mí me impresionó la reiteración de ZP en mencionar los "cuarenta años" que llevamos en busca de la "paz". Nada puede ser más falso: lo que llevamos es casi cuarenta años en paz y democracia, luchando por acabar con la violencia terrorista. En estas décadas hemos pasado de los modos dictatoriales a la Constitución, ha habido dos amnistías, se han celebrado numerosos comicios regidos por una Ley Electoral que favorece claramente el peso de los partidos nacionalistas, España se ha convertido en el Estado más autonomista de toda Europa y en el País Vasco, concretamente, han gobernado sin cesar los nacionalistas (al comienzo por amable concesión de los socialistas). Aquí se ha hecho todo por la paz y hemos vivido en paz democrática todos. Todos menos los hijos de perra que han seguido matando a la gente de paz, fuesen con uniforme o sin él. Todas las víctimas del terrorismo en la España democrática han sido víctimas de la paz, no de la guerra. Y quienes les han matado luchaban contra la paz. Algunos nacionalistas de los que condenan la violencia interceden por los etarras encarcelados, arguyendo que aunque con métodos equivocados lucharon en defensa de las libertades de los vascos. Sin duda todo el mundo tiene derecho a la enmienda y debe ser ayudado si quiere enmendarse, pero debe quedar meridianamente claro que los etarras no están en prisión por haber luchado por la causa de las libertades, sino contra nuestras libertades: contra las de los no nacionalistas, desde luego, pero quiero pensar que también contra las de los nacionalistas con una pizca de decencia.
¿Va a pagarse un precio político, no a ETA, sino a los partidos nacionalistas para consolarles de la desaparición de ETA? El Gobierno dice que no y yo espero que así sea. Pero dejemos claro de qué "precio político" hablamos. ETA ha asesinado a la gente de paz para cerrar el País Vasco, para clausurarlo e impermeabilizarlo frente a España, el Estado de derecho de que forma parte. Y quienes hemos luchado contra ETA no lo hemos hecho tan sólo para acabar con la violencia, sino para mantener constitucionalmente abierto el País Vasco en y hacia España. El terror impuesto por ETA es efectivo: gracias a él, hoy se manifiestan tranquilamente los grupos abertzales dónde y cómo les apetece con sus reclamaciones sobre el "proceso", mientras el resto de la población se muerde los puños de rabia dentro de sus casas; gracias a ese miedo, nosotros no tenemos en el País Vasco un Partido de los Ciudadanos como el que felizmente funciona en Cataluña (¡enhorabuena, compañeros!). De modo que el precio político sería organizar una mesa de partidos extraparlamentaria en la que se aceptasen nuevas y quizá definitivas concesiones a los nacionalistas para blindar al País Vasco frente a España y hacerlo así invulnerable al control del Estado de Derecho, gracias al cual a los no nacionalistas no nos han devorado civilmente hablando del todo durante estos negros años. En una palabra: sería la peor de las concesiones políticas que el cese de la violencia se alcanzase gracias a que quienes ni somos nacionalistas ni pensamos serlo próximamente acabásemos institucionalmente un poco más arrinconados que antes.
Nos dicen: pero ¡algo habrá que darles! ¿A los abertzales, una vez que condenen la violencia? Desde luego: el derecho de formar un partido político en el que libremente, en igualdad de condiciones con los demás, sin coacciones ni extorsiones, puedan defender sus ideas independentistas con argumentos y sin amenazas. ¿Qué eso les parece poca cosa? Es mucho más de lo que durante estos años hemos tenido otros. Y del resto nada de nada, claro.
FERNANDO SAVATER
"...pero a mí me impresionó la reiteración de ZP en mencionar los "cuarenta años" que llevamos en busca de la "paz". Nada puede ser más falso: lo que llevamos es casi cuarenta años en paz y democracia, luchando por acabar con la violencia terrorista."
El precio político
A mí me pasa como a ustedes: me tranquiliza mucho saber que De Juana Chaos está a favor del (¿llamado?, ¿supuesto?, ¿valeroso?, ¿fementido?) proceso de paz. Y eso por lo del asunto de la esperanza, que no lo tengo del todo claro. Verán, según he oído asegurar varias veces, sólo hay dos hechos incontrovertibles en este jaleo: que ETA lleva tres años sin matar y que la gente está muy esperanzada con el "proceso". El primero de estos hechos -la ausencia de cadáveres, no de violencia- no es consecuencia del proceso mismo sino su origen, aunque algunos a estas alturas ya se despisten al respecto. ETA no dejó de intentar matar porque llegó Zapatero sino porque llegó Al Qaeda. Pero vamos con la esperanza. Si dejamos a un lado los políticos en ejercicio, que pueden tener razones partidistas para alentar u oponerse al proceso, es fácil comprobar que los más esperanzados con él no son precisamente los miembros de las organizaciones cívicas que más han luchado contra ETA, como el Foro de Ermua o Basta Ya, ni la mayoría de las víctimas, ni siquiera los intelectuales que proceden del propio nacionalismo, como Joseba Arregi o Kepa Aulestia. Los que más proclaman ahora su esperanza son los que estos años se lamentaban sin mover un dedo, los que nos regañaban a quienes nos movíamos por empeorar las cosas y aumentar la crispación, los que miraban para otro lado porque "entre unos y otros...", los que un día pedían pena de muerte para todo el que llevase txapela y al siguiente recomendaban "¡que les den la independencia de una vez y ya está!". Vamos que, con las debidas excepciones, a mayor compromiso y conocimiento de causa más escepticismo, mientras que los más pasotas e ignorantes están esperanzadísimos. Hasta el punto que a mí no se me va de la cabeza el comienzo de aquella deliciosa frottola veneciana del siglo XVI: "Io non compro più speranza / che gli è falsa mercancía!". Aunque ahora, con el solvente apoyo de De Juana, se equilibran un poco las cosas...
El resultado de la iniciativa gubernamental en Estrasburgo, buscando apoyo del Parlamento Europeo, tampoco es que le anime a uno mucho. Primero, por lo que revela de la propia idea que se hace el Gobierno de este asunto, al mencionar como precedente a favor el apoyo a Blair para negociar la paz en Irlanda. Por el contrario, en el caso que nos ocupa no hay dos comunidades enfrentadas, ni terroristas de uno y otro lado, ni mucho menos falta de libertades democráticas para nadie (salvo la que deriva de la coacción violenta de los etarras). Se trata más bien de un Estado de derecho tratando de liquidar a una mafia. ¿Se imaginan ustedes al atribulado Romano Prodi llevando a Estrasburgo su plan contra la Camorra napolitana -que también cuenta con apoyos y complicidades entre la población, de igual calaña que los de Batasuna- para recibir la simpatía de los demás gobiernos? Y en la tribuna de invitados, algunos capos y dos o tres abogados de camorristas... Pero además hemos tenido de nuevo ocasión de constatar la desinformación que sobre el terrorismo de ETA reina en Europa. Las intervenciones en el debate fueron memorables, que como ustedes saben viene de "memo". Para Monica Frassoni, de los Verdes, la clave del éxito del proceso son "el diálogo, la no violencia y el derecho a decidir de los ciudadanos vascos", es decir lo que llevamos décadas practicando a trancas y barrancas todos los vascos y el resto de los españoles que no ponemos bombas ni pegamos tiros en la nuca. Gracias, señora, no sé que haríamos sin sus consejos. A Jens-Peter Bonde, diputado de Independencia y Democracia, se le nota aún mejor informado: "¿Qué se puede hacer en el País Vasco para impedir el terrorismo y buscar una solución duradera en la paz? Podemos impulsar a los compañeros españoles a negociar y darles incentivos económicos. Se puede buscar una solución al terrorismo creando puestos de trabajo y bienestar". Es generoso, este Bonde: si nos portamos bien, es partidario de dar buenas propinas. ¡Y pensar que semejante cráneo privilegiado estará igual de enterado del resto de los problemas en los que cuente su voto! El señor Brian Crowley, copresidente del grupo Unión de Europa de las Naciones, se atiene a la sabiduría tradicional: "Cuando uno entra en un proceso de paz, hay que encontrar la paz con los enemigos, no con los amigos". Después, sin ducharse siquiera tras el esfuerzo teórico anterior, prosigue: "Llegar a la paz con los enemigos puede acarrear muchísimos problemas para uno mismo y su entorno". Sí, es lo que tiene. Y nada menos que Martin Schulz, presidente a la sazón del Grupo Socialista Europeo, declara a Radio Euskadi para ponerles contentos: "Europa podrá también resolver el problema vasco, porque es político, absolutamente político". ¡Vaya, otro que no se ha enterado de que no va a haber "precio político"! Por cierto, delicioso el "también": no hay problema político que Europa no resuelva en un pis-plás... En su justificación de voto, el peneuvista Ortuondo se felicitó de que por fin la Cámara mire de frente un viejo conflicto, que por no haber sido tratado como es debido en su momento ha llevado a un grupo de extremistas a la utilización de la violencia: ¡y lo dice el representante del partido gobernante en Euskadi desde hace tres décadas, por tanto, víctima declarada de la ceguera e intransigencia española! En fin, no seamos crueles, para qué seguir. Si no llega a ser por la intervención final de Rosa Díez respondiendo a Ortuondo, sería para avergonzarse de pertenecer no ya a la Unión Europea sino a la especie humana, supuestamente racional.
Volvemos a lo de siempre: el proceso es largo y difícil, confiemos en el Gobierno. No deseo otra cosa, pero me gustaría estar seguro de que hablamos todos de lo mismo. A pesar de que según Patxi López el presidente ya lo ha dejado claro "todo y para todos", los más torpes seguimos levantando la mano a ver si alguien nos contesta. La entrevista que hace poco realizó Francino a Zapatero en la SER fue tan devotamente servicial que nos enteramos de pocos secretos, pero a mí me impresionó la reiteración de ZP en mencionar los "cuarenta años" que llevamos en busca de la "paz". Nada puede ser más falso: lo que llevamos es casi cuarenta años en paz y democracia, luchando por acabar con la violencia terrorista. En estas décadas hemos pasado de los modos dictatoriales a la Constitución, ha habido dos amnistías, se han celebrado numerosos comicios regidos por una Ley Electoral que favorece claramente el peso de los partidos nacionalistas, España se ha convertido en el Estado más autonomista de toda Europa y en el País Vasco, concretamente, han gobernado sin cesar los nacionalistas (al comienzo por amable concesión de los socialistas). Aquí se ha hecho todo por la paz y hemos vivido en paz democrática todos. Todos menos los hijos de perra que han seguido matando a la gente de paz, fuesen con uniforme o sin él. Todas las víctimas del terrorismo en la España democrática han sido víctimas de la paz, no de la guerra. Y quienes les han matado luchaban contra la paz. Algunos nacionalistas de los que condenan la violencia interceden por los etarras encarcelados, arguyendo que aunque con métodos equivocados lucharon en defensa de las libertades de los vascos. Sin duda todo el mundo tiene derecho a la enmienda y debe ser ayudado si quiere enmendarse, pero debe quedar meridianamente claro que los etarras no están en prisión por haber luchado por la causa de las libertades, sino contra nuestras libertades: contra las de los no nacionalistas, desde luego, pero quiero pensar que también contra las de los nacionalistas con una pizca de decencia.
¿Va a pagarse un precio político, no a ETA, sino a los partidos nacionalistas para consolarles de la desaparición de ETA? El Gobierno dice que no y yo espero que así sea. Pero dejemos claro de qué "precio político" hablamos. ETA ha asesinado a la gente de paz para cerrar el País Vasco, para clausurarlo e impermeabilizarlo frente a España, el Estado de derecho de que forma parte. Y quienes hemos luchado contra ETA no lo hemos hecho tan sólo para acabar con la violencia, sino para mantener constitucionalmente abierto el País Vasco en y hacia España. El terror impuesto por ETA es efectivo: gracias a él, hoy se manifiestan tranquilamente los grupos abertzales dónde y cómo les apetece con sus reclamaciones sobre el "proceso", mientras el resto de la población se muerde los puños de rabia dentro de sus casas; gracias a ese miedo, nosotros no tenemos en el País Vasco un Partido de los Ciudadanos como el que felizmente funciona en Cataluña (¡enhorabuena, compañeros!). De modo que el precio político sería organizar una mesa de partidos extraparlamentaria en la que se aceptasen nuevas y quizá definitivas concesiones a los nacionalistas para blindar al País Vasco frente a España y hacerlo así invulnerable al control del Estado de Derecho, gracias al cual a los no nacionalistas no nos han devorado civilmente hablando del todo durante estos negros años. En una palabra: sería la peor de las concesiones políticas que el cese de la violencia se alcanzase gracias a que quienes ni somos nacionalistas ni pensamos serlo próximamente acabásemos institucionalmente un poco más arrinconados que antes.
Nos dicen: pero ¡algo habrá que darles! ¿A los abertzales, una vez que condenen la violencia? Desde luego: el derecho de formar un partido político en el que libremente, en igualdad de condiciones con los demás, sin coacciones ni extorsiones, puedan defender sus ideas independentistas con argumentos y sin amenazas. ¿Qué eso les parece poca cosa? Es mucho más de lo que durante estos años hemos tenido otros. Y del resto nada de nada, claro.
sábado, 4 de noviembre de 2006
Paradojas acuáticas
ABC 04/11/06
CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN
Cuatro paradojas sobre el agua y su precio.
Primera paradoja: se volvió a hablar del agua como un problema urbano, cuando no lo es. La escasez hídrica de nuestro país no se debe a la tacañería de Dios nuestro Señor sino a un sistema político que prima la agricultura y el riego: por eso el 80% del agua consumida en España es consumida fuera de las ciudades.
Segunda paradoja: las protestas frente a la progresividad tarifaria en el agua resultaron llamativas porque los argumentos en contra fueron acertados por un lado, pero extrañamente asimétricos por otro. Fueron acertados porque penalizar progresivamente el consumo de agua es «injusto» al no discriminar entre las personas y los hogares. Pero fueron extraños porque los mismos que despotricaron contra la progresividad en la tarifa del agua aceptan la progresividad en la tarifa del IRPF. Las mismas razones para rechazar la una deberían valer para rechazar la otra.
Tercera paradoja: las autoridades razonan que desean ponerle precio al agua. Esto es interesante, porque si hubiera mercado y competencia, el precio no debería ser «puesto» porque ya estaría puesto, y eso bastaría para «desincentivar el abuso»: por eso rara vez abusamos de las cosas con precios de mercado. Pero además, si el agua debe tener precio, lo que me parece bien, ¿por qué no van a tenerlo la educación o la sanidad? Pero si todo tiene precio de mercado, lo que me parece bien, la política no tendría lugar en la economía, lo que me parece mejor, pero no creo que sea una idea popular.
Cuarta paradoja: se piensa que con medidas de racionamiento se resuelve la escasez. Toda la larga experiencia intervencionista sugiere lo contrario. Por ejemplo, aún hoy en Cuba hay cartillas de racionamiento, y la dictadura comunista ha agravado la escasez y la pobreza. Quizá no pensó en esto Rodríguez Zapatero, que aceptó una camiseta con los rostros de Castro y Guevara, un tirano y un terrorista. Sonreía, claro, pero eso no fue una paradoja sino apenas otro escalofrío.
CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN
Cuatro paradojas sobre el agua y su precio.
Primera paradoja: se volvió a hablar del agua como un problema urbano, cuando no lo es. La escasez hídrica de nuestro país no se debe a la tacañería de Dios nuestro Señor sino a un sistema político que prima la agricultura y el riego: por eso el 80% del agua consumida en España es consumida fuera de las ciudades.
Segunda paradoja: las protestas frente a la progresividad tarifaria en el agua resultaron llamativas porque los argumentos en contra fueron acertados por un lado, pero extrañamente asimétricos por otro. Fueron acertados porque penalizar progresivamente el consumo de agua es «injusto» al no discriminar entre las personas y los hogares. Pero fueron extraños porque los mismos que despotricaron contra la progresividad en la tarifa del agua aceptan la progresividad en la tarifa del IRPF. Las mismas razones para rechazar la una deberían valer para rechazar la otra.
Tercera paradoja: las autoridades razonan que desean ponerle precio al agua. Esto es interesante, porque si hubiera mercado y competencia, el precio no debería ser «puesto» porque ya estaría puesto, y eso bastaría para «desincentivar el abuso»: por eso rara vez abusamos de las cosas con precios de mercado. Pero además, si el agua debe tener precio, lo que me parece bien, ¿por qué no van a tenerlo la educación o la sanidad? Pero si todo tiene precio de mercado, lo que me parece bien, la política no tendría lugar en la economía, lo que me parece mejor, pero no creo que sea una idea popular.
Cuarta paradoja: se piensa que con medidas de racionamiento se resuelve la escasez. Toda la larga experiencia intervencionista sugiere lo contrario. Por ejemplo, aún hoy en Cuba hay cartillas de racionamiento, y la dictadura comunista ha agravado la escasez y la pobreza. Quizá no pensó en esto Rodríguez Zapatero, que aceptó una camiseta con los rostros de Castro y Guevara, un tirano y un terrorista. Sonreía, claro, pero eso no fue una paradoja sino apenas otro escalofrío.
jueves, 2 de noviembre de 2006
Ciudadanos de Cataluña
La Gaceta de los Negocios 02/11/06
José Luis González Quirós
Ciudadanos de Cataluña
Hay que ser muy poco perspicaz para no ver, en todos los órdenes, las diferencias que tiene Cataluña con el resto de España. Tampoco es ningún secreto que para muchos catalanes el cultivo de esas diferencias es esencial. Sin embargo, por muy paradójico que parezca, esa actitud, que supone vivir mirando de reojo al otro, demuestra mucha mayor subordinación que independencia. La exageración de las diferencias fingidas se ha convertido, sin embargo, en una industria de éxito en Cataluña, tal vez el único gran éxito empresarial del que puedan presumir en los años de existencia de democracia. El resultado ha sido una Cataluña política deforme. Deforme, en primer lugar, respecto a la sociedad catalana, a la que representa, y deforme, sobre todo, respecto al ideal de democracia liberal, que se ve prostituido por el culto al artefacto de la identidad forzosa de la que vive buena parte de la clase política y que sirve para acallar cualquier atisbo de discrepancia, de pluralidad. Sea cual será el resultado futuro de las combinaciones políticas, Ciutadans ha supuesto un intento serio y valiente de romper todas las reglas del juego en torno al mito estúpido de la identidad colectiva. Hay que ser muy miope para subrayar los perjuicios derivados de su presencia, porque los beneficios son inmensamente mayores. Sólo quienes crean que la democracia se puede confundir con el eterno retorno de lo mismo podrán sentirse disgustados, los demás tenemos un motivo más para el optimismo.
José Luis González Quirós
Ciudadanos de Cataluña
Hay que ser muy poco perspicaz para no ver, en todos los órdenes, las diferencias que tiene Cataluña con el resto de España. Tampoco es ningún secreto que para muchos catalanes el cultivo de esas diferencias es esencial. Sin embargo, por muy paradójico que parezca, esa actitud, que supone vivir mirando de reojo al otro, demuestra mucha mayor subordinación que independencia. La exageración de las diferencias fingidas se ha convertido, sin embargo, en una industria de éxito en Cataluña, tal vez el único gran éxito empresarial del que puedan presumir en los años de existencia de democracia. El resultado ha sido una Cataluña política deforme. Deforme, en primer lugar, respecto a la sociedad catalana, a la que representa, y deforme, sobre todo, respecto al ideal de democracia liberal, que se ve prostituido por el culto al artefacto de la identidad forzosa de la que vive buena parte de la clase política y que sirve para acallar cualquier atisbo de discrepancia, de pluralidad. Sea cual será el resultado futuro de las combinaciones políticas, Ciutadans ha supuesto un intento serio y valiente de romper todas las reglas del juego en torno al mito estúpido de la identidad colectiva. Hay que ser muy miope para subrayar los perjuicios derivados de su presencia, porque los beneficios son inmensamente mayores. Sólo quienes crean que la democracia se puede confundir con el eterno retorno de lo mismo podrán sentirse disgustados, los demás tenemos un motivo más para el optimismo.
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