La Gaceta de los Negocios 2007/02/23
"El Estatuto andaluz es malo para Andalucía y es malo para España. Confirma la deriva confederal"
Álvaro Delgado-Gal
Efectos prodigiosos
El bajísimo índice de participación en el referéndum andaluz ha caído como un jarro de agua fría en medios gubernamentales. No tanto, y esto tiene su lado gracioso, por usar una palabra amable, en medios populares. Pero no nos engañemos: dentro de una semana, estaremos hablando de otra cosa. Antes de que nos vuelva a distraer el vuelo de un mosca, pongamos en orden los datos fundamentales.
El CIS había pronosticado que acudirían a las urnas el 48% de los andaluces. Es decir, un porcentaje parejo al que se registró en el referéndum catalán. Una estimación pesimista, aunque, todavía, no catastrófica. Medimos la calidad de las cosas con referencia a nuestras expectativas, y las pobres que hasta hace unos días alimentábamos los observadores —y el propio CIS—-, estaban condicionadas por la experiencia catalana. Pero ahora tendremos que revisarlo todo a la baja: sólo votó un andaluz de cada tres. Teniendo en cuenta que se ha envuelto el Estatuto en la bandera de Andalucía, y que han sonado fanfarrias seudopatrióticas, el único veredicto posible es el de fiasco. Un fiasco monumental. La participación ha sido más alta en el campo que en las ciudades, con un diferencial que en algunas provincias oscila alrededor del 10%. Es evidente que Chaves ha movido a las clientelas del PER, lo que destaca más aún, si cabe, la escasez del resultado. El regocijo en ambientes populares es, como he insinuado antes, inexplicable, puesto que el Estatuto malquerido también ha sido suscrito, recuérdenlo, por el PP, el cual se ha tragado por las bravas catorce artículos gemelos de los que ha impugnado en Cataluña, más otros veintiocho muy parecidos. La táctica local ha predominado sobre la nacional, síntoma de la anarquía reinante y los desarreglos que aguardan a este país a la vuelta de la esquina. Sería ingenuo, con todo, esperar de los partidos un instante de reflexión. Dejémoslos por imposibles, e intentemos analizar la actitud de los votantes.
Éstos han practicado, en esencia, la resistencia pasiva. O tan siquiera. El que se resiste pasivamente, obstruye de alguna manera las iniciativas o acciones de otro. Los andaluces, más que resistirse, han manifestado un gigantesco desinterés. El valor sintomático que ello reviste, no debe distraernos de una constatación a mi entender muy preocupante: y es que los ciudadanos han llegado a la conclusión, mal fundada, de que la política no va con ellos. Lo último es una ilusión, comparable a la del niño que provoca la desaparición del mundo por la técnica de cerrar los ojos para no verlo. El Estatuto andaluz es malo para Andalucía y es malo para España. Confirma la deriva confederal y anticipa la ingobernabilidad del territorio en su conjunto. Enumeraré, rápidamente, algunos de sus elementos más significativos.
Uno: al blindar competencias, paraliza la acción legislativa del Congreso, en la línea catalana. Dos: consagra la bilateralidad con la creación de comisiones mixtas. Tres: insiste, tras los precedentes catalán y valenciano, en formular una carta de derechos, como si se estuviera fundando un poder soberano independiente. Cuatro: incrusta en su texto, a semejanza de nuevo del Estatut, qué inversiones tiene que realizar el Estado. Esto es un disparate mayúsculo. Ningún Estado serio puede comprometerse a una cosa así. ¿Se imaginan que la Constitución plasmara en su articulado que la revisión de las pensiones tuviese que incorporar el IPC? Tendríamos que arrojar a la basura, o la Constitución, o el Ministerio de Hacienda. La multiplicación de exigencias económicas hará metástasis en otras comunidades, provocando, o el derrumbe de las finanzas, o una política que en la práctica sea incompatible con lo exigido en los Estatutos. Esto es estúpido, tercermundista. Cinco: la Junta se apropia de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Queda el aire, que no se sabe todavía cómo encerrar bajo llave. Seis: se crean los instrumentos para poner en marcha un poder judicial andaluz, sometido a las presiones de los políticos locales.
Los ciudadanos no se han tomado esto en serio. Pero tampoco se han tomado en serio las consecuencias de no impedirlo. ¿Cómo, por cierto, habrían podido impedirlo?
La pregunta es interesante. El PSOE y el PP han coincidido en la misma composición de lugar. Han pensado que el PP no podría haberse opuesto al Estatuto sin ser víctima de una campaña que atizara el agravio comparativo y arruinase al partido en la región. Por eso el PP ha entrado en la puja, luego da arrancar a sus rivales una declaración retórica sobre la unidad de España. ¿Ha sido correcto el análisis de los políticos? Probablemente, sí. Probablemente, el reflejo más operativo en este momento es el siguiente: “no quiero nada en particular, salvo no ser menos que mi vecino”. Es un reflejo elemental, aunque poderoso. Lo elemental, unido a la falta de responsabilidad en quien manda, genera efectos prodigiosos.
sábado, 24 de febrero de 2007
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