miércoles, 28 de febrero de 2007

Contra las putas

¡BASTA YA! 2007/02/28

"Esa persecución de las putas y de sus clientes se sustenta fundamentalmente en el ataque a la libertad de las personas"
Jorge Marsá

Contra las putas
El puritanismo se asoció siempre con personas de talante reaccionario y retrógrado. Sin embargo, hace ya un tiempo que los puritanos de izquierdas reclaman un puesto de vanguardia en el combate para erradicar las prácticas “contra la moralidad”. Lo curioso es que parece que los de ahora y los de otrora coinciden en los manjares que mayor disfrute proporcionan a sus no muy finos paladares: la prostitución, la pornografía y las excitantes imágenes de la publicidad. Siempre obsesionados con el sexo.

A las putas se las persigue, faltaría más, por su bien. Antes, para librarlas del pecado que las condenaba, y en defensa de no se sabe muy bien qué visión de la decencia pública. Ahora, se estigmatiza a las putas de forma más radical, por su condición de mujeres: sostienen los nuevos puritanos que su trabajo es “una actividad indigna y degradante para las mujeres”. Así que, liderados por el gubernamental Instituto de la Mujer, se proponen estos nuevos cruzados de la moral lo mismo que los antiguos: prohibir la prostitución. Y la semana pasada lograron que el Congreso de los Diputados recomiende que no se regularice la prostitución en España. Un éxito para quienes no conciben, hoy como ayer, que la libertad de las personas pueda anteponerse en el espacio público a su muy estrecha moralidad.

La cruzada emprendida contra las putas se sostiene sobre un par de ideas: la primera es la de que son las mafias las que obligan a ejercer la prostitución a muchas de las mujeres que la practican. Obvia resulta la necesidad de combatir esos comportamientos mafiosos, perseguir a sus impulsores y, sobre todo, proteger a sus víctimas. Pero obvio debería resultar también que no se puede perseguir al conjunto de personas que realiza una actividad porque algunas de ellas infrinjan la ley, que un colectivo no es responsable de los delitos que cometa cualquiera de sus integrantes.

De ese primer argumento deducen el segundo: la mayoría de las prostitutas desearía realizar otro trabajo. No hay vocación, nos dicen: “la prostitución se nutre de la pobreza”. Y uno se imagina la vocación del minero por su trabajo, y la cantidad de mujeres ricas que se ponen a servir porque tienen vocación de asistenta. De la pobreza o de las desigualdades de la sociedad se nutren buena parte de los trabajos que hacen las personas, que seguro que, de poder elegir, se dedicarían a otra cosa, como dicen los puritanos que harían las putas.

Nadie sabe de dónde se han sacado los números, pero insisten en que el 95% de quienes se dedican a la profesión no desearía hacerlo. Ahora bien, existe un problema en el que los muy correctos y correctas se niegan a entrar: ¿qué ocurre con el 5% que sí elige libremente dedicarse a la prostitución? Pues que no puede ser, que han decidido que esa actividad resulta indigna y degradante para las mujeres y que, por lo tanto, no puede consentirse, legalizarse. No pueden reconocer que hay mujeres que ejercen la prostitución porque quieren o porque les conviene, como no pueden aceptar entre sus argumentos que también hay hombres que la practican y que es creciente el número de mujeres que recurre a sus servicios. No pueden aceptarlo porque se desmorona toda la campaña. En realidad, porque se demuestra que esa persecución de las putas y de sus clientes se sustenta fundamentalmente en el ataque a la libertad de las personas que ha caracterizado siempre la conducta de los puritanos de cualquier pelaje. Se niegan a aceptar que dos personas libres puedan acordar intercambiar sexo por dinero, simplemente, porque les resulta moralmente reprobable que lo hagan, y tratan de que prevalezca su muy particular moral sobre la libertad de los individuos para practicar la sexualidad como les venga en gana.

Afortunadamente, y aunque no lo parezca en la España de Zapatero, no son éstas las únicas feministas que existen. Otras hay que carecen de esa obsesión por perseguir y castigar a quienes no se pliegan a su norma moral. Las Otras Feministas se pronunciaban hace cerca de un año sobre esta cuestión: “Contemplamos con preocupación las posiciones del Instituto de la Mujer sobre la prostitución, a la que considera una actividad indigna y degradante. Estas ideas, en línea con el feminismo puritano de reforma moral de fines del XIX, brindan una excusa para mantener las pésimas condiciones en las que las prostitutas ejercen su trabajo” (“Un feminismo que también existe”, El País, 18-03-06).

Esa debería ser la cuestión principal, la preocupación por las mujeres que ejercen la prostitución, por las condiciones en que lo hacen y la defensa de su libertad, o de su necesidad, para realizar ese trabajo. Las feministas puritanas prefieren dedicarse al placer moral que proporciona hacerle la vida imposible a las putas. No es novedad; siempre fue así, y siempre fueron así los puritanos. De lo que se trata es, también como siempre, de que los defensores de las libertades combatan el puritanismo reaccionario que impide legalizar la que llaman profesión más antigua del mundo.










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