¡BASTA YA! 2007/02/28
"Esa persecución de las putas y de sus clientes se sustenta fundamentalmente en el ataque a la libertad de las personas"
Jorge Marsá
Contra las putas
El puritanismo se asoció siempre con personas de talante reaccionario y retrógrado. Sin embargo, hace ya un tiempo que los puritanos de izquierdas reclaman un puesto de vanguardia en el combate para erradicar las prácticas “contra la moralidad”. Lo curioso es que parece que los de ahora y los de otrora coinciden en los manjares que mayor disfrute proporcionan a sus no muy finos paladares: la prostitución, la pornografía y las excitantes imágenes de la publicidad. Siempre obsesionados con el sexo.
A las putas se las persigue, faltaría más, por su bien. Antes, para librarlas del pecado que las condenaba, y en defensa de no se sabe muy bien qué visión de la decencia pública. Ahora, se estigmatiza a las putas de forma más radical, por su condición de mujeres: sostienen los nuevos puritanos que su trabajo es “una actividad indigna y degradante para las mujeres”. Así que, liderados por el gubernamental Instituto de la Mujer, se proponen estos nuevos cruzados de la moral lo mismo que los antiguos: prohibir la prostitución. Y la semana pasada lograron que el Congreso de los Diputados recomiende que no se regularice la prostitución en España. Un éxito para quienes no conciben, hoy como ayer, que la libertad de las personas pueda anteponerse en el espacio público a su muy estrecha moralidad.
La cruzada emprendida contra las putas se sostiene sobre un par de ideas: la primera es la de que son las mafias las que obligan a ejercer la prostitución a muchas de las mujeres que la practican. Obvia resulta la necesidad de combatir esos comportamientos mafiosos, perseguir a sus impulsores y, sobre todo, proteger a sus víctimas. Pero obvio debería resultar también que no se puede perseguir al conjunto de personas que realiza una actividad porque algunas de ellas infrinjan la ley, que un colectivo no es responsable de los delitos que cometa cualquiera de sus integrantes.
De ese primer argumento deducen el segundo: la mayoría de las prostitutas desearía realizar otro trabajo. No hay vocación, nos dicen: “la prostitución se nutre de la pobreza”. Y uno se imagina la vocación del minero por su trabajo, y la cantidad de mujeres ricas que se ponen a servir porque tienen vocación de asistenta. De la pobreza o de las desigualdades de la sociedad se nutren buena parte de los trabajos que hacen las personas, que seguro que, de poder elegir, se dedicarían a otra cosa, como dicen los puritanos que harían las putas.
Nadie sabe de dónde se han sacado los números, pero insisten en que el 95% de quienes se dedican a la profesión no desearía hacerlo. Ahora bien, existe un problema en el que los muy correctos y correctas se niegan a entrar: ¿qué ocurre con el 5% que sí elige libremente dedicarse a la prostitución? Pues que no puede ser, que han decidido que esa actividad resulta indigna y degradante para las mujeres y que, por lo tanto, no puede consentirse, legalizarse. No pueden reconocer que hay mujeres que ejercen la prostitución porque quieren o porque les conviene, como no pueden aceptar entre sus argumentos que también hay hombres que la practican y que es creciente el número de mujeres que recurre a sus servicios. No pueden aceptarlo porque se desmorona toda la campaña. En realidad, porque se demuestra que esa persecución de las putas y de sus clientes se sustenta fundamentalmente en el ataque a la libertad de las personas que ha caracterizado siempre la conducta de los puritanos de cualquier pelaje. Se niegan a aceptar que dos personas libres puedan acordar intercambiar sexo por dinero, simplemente, porque les resulta moralmente reprobable que lo hagan, y tratan de que prevalezca su muy particular moral sobre la libertad de los individuos para practicar la sexualidad como les venga en gana.
Afortunadamente, y aunque no lo parezca en la España de Zapatero, no son éstas las únicas feministas que existen. Otras hay que carecen de esa obsesión por perseguir y castigar a quienes no se pliegan a su norma moral. Las Otras Feministas se pronunciaban hace cerca de un año sobre esta cuestión: “Contemplamos con preocupación las posiciones del Instituto de la Mujer sobre la prostitución, a la que considera una actividad indigna y degradante. Estas ideas, en línea con el feminismo puritano de reforma moral de fines del XIX, brindan una excusa para mantener las pésimas condiciones en las que las prostitutas ejercen su trabajo” (“Un feminismo que también existe”, El País, 18-03-06).
Esa debería ser la cuestión principal, la preocupación por las mujeres que ejercen la prostitución, por las condiciones en que lo hacen y la defensa de su libertad, o de su necesidad, para realizar ese trabajo. Las feministas puritanas prefieren dedicarse al placer moral que proporciona hacerle la vida imposible a las putas. No es novedad; siempre fue así, y siempre fueron así los puritanos. De lo que se trata es, también como siempre, de que los defensores de las libertades combatan el puritanismo reaccionario que impide legalizar la que llaman profesión más antigua del mundo.
miércoles, 28 de febrero de 2007
domingo, 25 de febrero de 2007
ENTREVISTA: Antonio Elipe, Matemático y experto en mecánica celeste
Diario de Navarra 2007/02/25
«Las temperaturas eran superiores a las de hoy en los siglos XII y XIII»La teoría de los movimientos celestes que ha servido para explicar los ciclos climáticos en el pasado sirve también para predecir los cambios futuros
ENTREVISTA: Antonio Elipe, Matemático y experto en mecánica celeste
Catedrático de matemática aplicada en la Universidad de Zaragoza, Antonio Elipe habló en Pamplona sobre la influencia de la mecánica celeste en los cambios de clima.
L A explicación al aumento de temperaturas está en el cielo. Caminamos hacia el calor porque así lo determinan, por una parte, los registros históricos de cambios orbitales en la elíptica que traza la tierra alrededor del sol y, por otro lado, las mínimas y lentas variaciones del eje de la tierra en inclinación o en orientación. Nos exponemos más al sol, aunque el efecto de la eliminación del CO2 también contribuye a una subida de temperatura. Así lo indica Antonio Elipe Sánchez, catedrático de matemática aplicada de la Universidad de Zaragoza. Invitado por el Aula de Ciencia y Tecnología de la Universidad Pública de Navarra, habló recientemente en Pamplona sobre «Mecánica celeste y glaciaciones». Sin negar la toxicidad para la salud del hombre y de la tierra que producen los procesos de contaminación y tala de árboles, recuerda que, ya cuando aún no se circulaba en automóvil, se detectaba la subida de temperatura. Dedicado a investigaciones de interés para empresas aerospaciales sobre el cálculo y diseño de órbitas, recuerda que «cambia la distancia del sol a la tierra debido a que la órbita de la tierra unas veces es más achatada y otras veces es más alargada. Tiene mucha influencia el eje de giro de la tierra con respecto al plano horizontal que a veces es de 22 grados y otras de 25 grados. Y ahora estamos aproximadamente en 23,5 grados, y un grado más o menos de inclinación supone que haya periodos de mucho más frío que otros. Nos encontramos ante picos periódicos en forma de dientes de sierra».
Los volcanes y el sol
-¿Qué produce fundamentalmente el cambio climático?
-Hay distintas teorías. El otro día salió un informe de expertos de la UNESCO diciendo que se debe a la acción exclusiva de la acción humana y creo que no es exclusivamente culpa de la acción humana porque antes de que el mundo existiera hubo cambios, incluso más drásticos. El cambio es debido a la naturaleza: desde erupciones de volcanes que producen gran cantidad de gases y oscurecimiento, y por tanto menos calor, a la actividad solar con ciclos de once años en los que llega más o menos energía; pero, sobre todo, lo que más influencia ejerce, y eso sí que está comprobado con los registros geológicos de las glaciaciones, son los cambios debidos a la geometría de la órbita de la tierra. Todo se superpone. Que un factor sea el único eso es falso».
Del calor a la glaciación
-¿Hacia qué futuro caminamos?
- Desde que pasó la última glaciación hace unos 22.000 años, la época de frío más intenso, vamos subiendo. Entonces teníamos cubierta de hielo prácticamente desde la mitad de Inglaterra hasta Suiza y gran parte de América desde la ciudad de Whasington hasta California. Esa capa de hielo se ha retirado y ahora estamos cerca de alcanzar el pico de calentamiento que se calcula que puede llegar en unos 500 años. Y luego iremos otra vez hacia una época de más frío. Podría suceder que el efecto de sobrecalentamiento sea de tal manera que anule el efecto de enfriamiento que debería venir después. Pero eso es ciencia ficción.
-¿Qué hay de mito y de cierto en las teorías que se manejan a cerca del calentamiento global?
-El calentamiento inducido por la actividad humana es cierto. Hay una emisión de CO2 y un efecto invernadero que nadie lo discute, pero ese es un calentamiento añadido al que ya nos dicen las curvas de la mecánica celeste. ¿Es preocupante? Sí. ¿Si no existiese ese efecto invernadero seguiríamos calentándonos? También seguiría el calentamiento. A mitades del siglo XVII y XVIII hubo una época en Europa que se conoce como la pequeña glaciación. Se ven registros pictóricos con los glaciares llegando a los pueblos. Quiere decir que ha habido un calentamiento y un enfriamiento en cuestión de unos 100 o 200 años. Pero en el siglo XII y XIII las temperaturas eran mayores que las que tenemos en estos momentos. Eso lo vemos en los registros de los anillos de los árboles. Muy hacia el interior de Islandia, en lugares muy fríos, hay poblados abandonados donde se observa que cultivaban cereales. O sea, que la temperatura era mayor que la que hoy tenemos. ¿Y si no había coches? ¿Quién calentó? Fueron los efectos naturales. Aunque ahora sobre la naturaleza tenemos una acción sobreexpuesta por el CO2, lo cierto es que tenemos menores temperaturas que en el siglo XIII.
Corte de árboles en el Ebro
-¿Qué nos debe preocupar a más corto plazo?
-Sí es cierto que hay que preocuparse por el medio ambiente. Pese a lo que digan, hay que ser consciente que el deterioro del medio ambiente no es bueno. No sólo por el efecto invernadero, sino por la propia sanidad de nuestra naturaleza, de nuestra atmósfera y por poder respirar aire puro, pero no pensando de aquí a 200 años, sino pensando en nuestro día a día. Me preocupa más que los gases que emiten los automóviles y las industrias, la cantidad de hectáreas de árboles que se están quemado cada día para agricultura, para minas o para pastos. Y eso parece que preocupa menos que llevar un catalizador en el coche. Más Co2 que el que se ha emitido con la quema de bosques este verano en Galicia no creo que lo emita una ciudad como Pamplona en todo un año. Se está creando una mala conciencia hacia el consumidor de energía del día a día y ninguna hacia el pirómano o hacia los gobernantes que tenían que haber controlado esos incendios.
-Se asegura que en Navarra será donde más se experimentará el aumento de temperaturas.
-Eso también lo he oído con Aragón. Eso es crear alarmismo intencionadamente. Hay problemas producto de la mala gestión del terreno. España es un país donde la desertificación está avanzando continuamente, en parte porque no llueve, pero en la ribera de Aragón se han cortado demasiados árboles y se han sustituido por cultivos de maíz o arroz. Y el arroz , al cabo de 25 años, saliniza el terreno y pasa a ser desierto. Ya se ha aprobado una oficina del cambio climático en Aragón, cuando un cambio climático es algo global, de toda la tierra, no de una comunidad autónoma.
-Al Gore y Tony Blair advierten del cambio climático, pero también de excelentes oportunidades para nuevos negocios.
-Claro. Y es una excelente oportunidad para obtener fondos para la investigación. Para eso va a haber mucho dinero, lo mismo que hay palabras clave que ayudan a conseguir dinero con independencia de la entidad
«Las temperaturas eran superiores a las de hoy en los siglos XII y XIII»La teoría de los movimientos celestes que ha servido para explicar los ciclos climáticos en el pasado sirve también para predecir los cambios futuros
ENTREVISTA: Antonio Elipe, Matemático y experto en mecánica celeste
Catedrático de matemática aplicada en la Universidad de Zaragoza, Antonio Elipe habló en Pamplona sobre la influencia de la mecánica celeste en los cambios de clima.
L A explicación al aumento de temperaturas está en el cielo. Caminamos hacia el calor porque así lo determinan, por una parte, los registros históricos de cambios orbitales en la elíptica que traza la tierra alrededor del sol y, por otro lado, las mínimas y lentas variaciones del eje de la tierra en inclinación o en orientación. Nos exponemos más al sol, aunque el efecto de la eliminación del CO2 también contribuye a una subida de temperatura. Así lo indica Antonio Elipe Sánchez, catedrático de matemática aplicada de la Universidad de Zaragoza. Invitado por el Aula de Ciencia y Tecnología de la Universidad Pública de Navarra, habló recientemente en Pamplona sobre «Mecánica celeste y glaciaciones». Sin negar la toxicidad para la salud del hombre y de la tierra que producen los procesos de contaminación y tala de árboles, recuerda que, ya cuando aún no se circulaba en automóvil, se detectaba la subida de temperatura. Dedicado a investigaciones de interés para empresas aerospaciales sobre el cálculo y diseño de órbitas, recuerda que «cambia la distancia del sol a la tierra debido a que la órbita de la tierra unas veces es más achatada y otras veces es más alargada. Tiene mucha influencia el eje de giro de la tierra con respecto al plano horizontal que a veces es de 22 grados y otras de 25 grados. Y ahora estamos aproximadamente en 23,5 grados, y un grado más o menos de inclinación supone que haya periodos de mucho más frío que otros. Nos encontramos ante picos periódicos en forma de dientes de sierra».
Los volcanes y el sol
-¿Qué produce fundamentalmente el cambio climático?
-Hay distintas teorías. El otro día salió un informe de expertos de la UNESCO diciendo que se debe a la acción exclusiva de la acción humana y creo que no es exclusivamente culpa de la acción humana porque antes de que el mundo existiera hubo cambios, incluso más drásticos. El cambio es debido a la naturaleza: desde erupciones de volcanes que producen gran cantidad de gases y oscurecimiento, y por tanto menos calor, a la actividad solar con ciclos de once años en los que llega más o menos energía; pero, sobre todo, lo que más influencia ejerce, y eso sí que está comprobado con los registros geológicos de las glaciaciones, son los cambios debidos a la geometría de la órbita de la tierra. Todo se superpone. Que un factor sea el único eso es falso».
Del calor a la glaciación
-¿Hacia qué futuro caminamos?
- Desde que pasó la última glaciación hace unos 22.000 años, la época de frío más intenso, vamos subiendo. Entonces teníamos cubierta de hielo prácticamente desde la mitad de Inglaterra hasta Suiza y gran parte de América desde la ciudad de Whasington hasta California. Esa capa de hielo se ha retirado y ahora estamos cerca de alcanzar el pico de calentamiento que se calcula que puede llegar en unos 500 años. Y luego iremos otra vez hacia una época de más frío. Podría suceder que el efecto de sobrecalentamiento sea de tal manera que anule el efecto de enfriamiento que debería venir después. Pero eso es ciencia ficción.
-¿Qué hay de mito y de cierto en las teorías que se manejan a cerca del calentamiento global?
-El calentamiento inducido por la actividad humana es cierto. Hay una emisión de CO2 y un efecto invernadero que nadie lo discute, pero ese es un calentamiento añadido al que ya nos dicen las curvas de la mecánica celeste. ¿Es preocupante? Sí. ¿Si no existiese ese efecto invernadero seguiríamos calentándonos? También seguiría el calentamiento. A mitades del siglo XVII y XVIII hubo una época en Europa que se conoce como la pequeña glaciación. Se ven registros pictóricos con los glaciares llegando a los pueblos. Quiere decir que ha habido un calentamiento y un enfriamiento en cuestión de unos 100 o 200 años. Pero en el siglo XII y XIII las temperaturas eran mayores que las que tenemos en estos momentos. Eso lo vemos en los registros de los anillos de los árboles. Muy hacia el interior de Islandia, en lugares muy fríos, hay poblados abandonados donde se observa que cultivaban cereales. O sea, que la temperatura era mayor que la que hoy tenemos. ¿Y si no había coches? ¿Quién calentó? Fueron los efectos naturales. Aunque ahora sobre la naturaleza tenemos una acción sobreexpuesta por el CO2, lo cierto es que tenemos menores temperaturas que en el siglo XIII.
Corte de árboles en el Ebro
-¿Qué nos debe preocupar a más corto plazo?
-Sí es cierto que hay que preocuparse por el medio ambiente. Pese a lo que digan, hay que ser consciente que el deterioro del medio ambiente no es bueno. No sólo por el efecto invernadero, sino por la propia sanidad de nuestra naturaleza, de nuestra atmósfera y por poder respirar aire puro, pero no pensando de aquí a 200 años, sino pensando en nuestro día a día. Me preocupa más que los gases que emiten los automóviles y las industrias, la cantidad de hectáreas de árboles que se están quemado cada día para agricultura, para minas o para pastos. Y eso parece que preocupa menos que llevar un catalizador en el coche. Más Co2 que el que se ha emitido con la quema de bosques este verano en Galicia no creo que lo emita una ciudad como Pamplona en todo un año. Se está creando una mala conciencia hacia el consumidor de energía del día a día y ninguna hacia el pirómano o hacia los gobernantes que tenían que haber controlado esos incendios.
-Se asegura que en Navarra será donde más se experimentará el aumento de temperaturas.
-Eso también lo he oído con Aragón. Eso es crear alarmismo intencionadamente. Hay problemas producto de la mala gestión del terreno. España es un país donde la desertificación está avanzando continuamente, en parte porque no llueve, pero en la ribera de Aragón se han cortado demasiados árboles y se han sustituido por cultivos de maíz o arroz. Y el arroz , al cabo de 25 años, saliniza el terreno y pasa a ser desierto. Ya se ha aprobado una oficina del cambio climático en Aragón, cuando un cambio climático es algo global, de toda la tierra, no de una comunidad autónoma.
-Al Gore y Tony Blair advierten del cambio climático, pero también de excelentes oportunidades para nuevos negocios.
-Claro. Y es una excelente oportunidad para obtener fondos para la investigación. Para eso va a haber mucho dinero, lo mismo que hay palabras clave que ayudan a conseguir dinero con independencia de la entidad
sábado, 24 de febrero de 2007
Efectos prodigiosos
La Gaceta de los Negocios 2007/02/23
"El Estatuto andaluz es malo para Andalucía y es malo para España. Confirma la deriva confederal"
Álvaro Delgado-Gal
Efectos prodigiosos
El bajísimo índice de participación en el referéndum andaluz ha caído como un jarro de agua fría en medios gubernamentales. No tanto, y esto tiene su lado gracioso, por usar una palabra amable, en medios populares. Pero no nos engañemos: dentro de una semana, estaremos hablando de otra cosa. Antes de que nos vuelva a distraer el vuelo de un mosca, pongamos en orden los datos fundamentales.
El CIS había pronosticado que acudirían a las urnas el 48% de los andaluces. Es decir, un porcentaje parejo al que se registró en el referéndum catalán. Una estimación pesimista, aunque, todavía, no catastrófica. Medimos la calidad de las cosas con referencia a nuestras expectativas, y las pobres que hasta hace unos días alimentábamos los observadores —y el propio CIS—-, estaban condicionadas por la experiencia catalana. Pero ahora tendremos que revisarlo todo a la baja: sólo votó un andaluz de cada tres. Teniendo en cuenta que se ha envuelto el Estatuto en la bandera de Andalucía, y que han sonado fanfarrias seudopatrióticas, el único veredicto posible es el de fiasco. Un fiasco monumental. La participación ha sido más alta en el campo que en las ciudades, con un diferencial que en algunas provincias oscila alrededor del 10%. Es evidente que Chaves ha movido a las clientelas del PER, lo que destaca más aún, si cabe, la escasez del resultado. El regocijo en ambientes populares es, como he insinuado antes, inexplicable, puesto que el Estatuto malquerido también ha sido suscrito, recuérdenlo, por el PP, el cual se ha tragado por las bravas catorce artículos gemelos de los que ha impugnado en Cataluña, más otros veintiocho muy parecidos. La táctica local ha predominado sobre la nacional, síntoma de la anarquía reinante y los desarreglos que aguardan a este país a la vuelta de la esquina. Sería ingenuo, con todo, esperar de los partidos un instante de reflexión. Dejémoslos por imposibles, e intentemos analizar la actitud de los votantes.
Éstos han practicado, en esencia, la resistencia pasiva. O tan siquiera. El que se resiste pasivamente, obstruye de alguna manera las iniciativas o acciones de otro. Los andaluces, más que resistirse, han manifestado un gigantesco desinterés. El valor sintomático que ello reviste, no debe distraernos de una constatación a mi entender muy preocupante: y es que los ciudadanos han llegado a la conclusión, mal fundada, de que la política no va con ellos. Lo último es una ilusión, comparable a la del niño que provoca la desaparición del mundo por la técnica de cerrar los ojos para no verlo. El Estatuto andaluz es malo para Andalucía y es malo para España. Confirma la deriva confederal y anticipa la ingobernabilidad del territorio en su conjunto. Enumeraré, rápidamente, algunos de sus elementos más significativos.
Uno: al blindar competencias, paraliza la acción legislativa del Congreso, en la línea catalana. Dos: consagra la bilateralidad con la creación de comisiones mixtas. Tres: insiste, tras los precedentes catalán y valenciano, en formular una carta de derechos, como si se estuviera fundando un poder soberano independiente. Cuatro: incrusta en su texto, a semejanza de nuevo del Estatut, qué inversiones tiene que realizar el Estado. Esto es un disparate mayúsculo. Ningún Estado serio puede comprometerse a una cosa así. ¿Se imaginan que la Constitución plasmara en su articulado que la revisión de las pensiones tuviese que incorporar el IPC? Tendríamos que arrojar a la basura, o la Constitución, o el Ministerio de Hacienda. La multiplicación de exigencias económicas hará metástasis en otras comunidades, provocando, o el derrumbe de las finanzas, o una política que en la práctica sea incompatible con lo exigido en los Estatutos. Esto es estúpido, tercermundista. Cinco: la Junta se apropia de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Queda el aire, que no se sabe todavía cómo encerrar bajo llave. Seis: se crean los instrumentos para poner en marcha un poder judicial andaluz, sometido a las presiones de los políticos locales.
Los ciudadanos no se han tomado esto en serio. Pero tampoco se han tomado en serio las consecuencias de no impedirlo. ¿Cómo, por cierto, habrían podido impedirlo?
La pregunta es interesante. El PSOE y el PP han coincidido en la misma composición de lugar. Han pensado que el PP no podría haberse opuesto al Estatuto sin ser víctima de una campaña que atizara el agravio comparativo y arruinase al partido en la región. Por eso el PP ha entrado en la puja, luego da arrancar a sus rivales una declaración retórica sobre la unidad de España. ¿Ha sido correcto el análisis de los políticos? Probablemente, sí. Probablemente, el reflejo más operativo en este momento es el siguiente: “no quiero nada en particular, salvo no ser menos que mi vecino”. Es un reflejo elemental, aunque poderoso. Lo elemental, unido a la falta de responsabilidad en quien manda, genera efectos prodigiosos.
"El Estatuto andaluz es malo para Andalucía y es malo para España. Confirma la deriva confederal"
Álvaro Delgado-Gal
Efectos prodigiosos
El bajísimo índice de participación en el referéndum andaluz ha caído como un jarro de agua fría en medios gubernamentales. No tanto, y esto tiene su lado gracioso, por usar una palabra amable, en medios populares. Pero no nos engañemos: dentro de una semana, estaremos hablando de otra cosa. Antes de que nos vuelva a distraer el vuelo de un mosca, pongamos en orden los datos fundamentales.
El CIS había pronosticado que acudirían a las urnas el 48% de los andaluces. Es decir, un porcentaje parejo al que se registró en el referéndum catalán. Una estimación pesimista, aunque, todavía, no catastrófica. Medimos la calidad de las cosas con referencia a nuestras expectativas, y las pobres que hasta hace unos días alimentábamos los observadores —y el propio CIS—-, estaban condicionadas por la experiencia catalana. Pero ahora tendremos que revisarlo todo a la baja: sólo votó un andaluz de cada tres. Teniendo en cuenta que se ha envuelto el Estatuto en la bandera de Andalucía, y que han sonado fanfarrias seudopatrióticas, el único veredicto posible es el de fiasco. Un fiasco monumental. La participación ha sido más alta en el campo que en las ciudades, con un diferencial que en algunas provincias oscila alrededor del 10%. Es evidente que Chaves ha movido a las clientelas del PER, lo que destaca más aún, si cabe, la escasez del resultado. El regocijo en ambientes populares es, como he insinuado antes, inexplicable, puesto que el Estatuto malquerido también ha sido suscrito, recuérdenlo, por el PP, el cual se ha tragado por las bravas catorce artículos gemelos de los que ha impugnado en Cataluña, más otros veintiocho muy parecidos. La táctica local ha predominado sobre la nacional, síntoma de la anarquía reinante y los desarreglos que aguardan a este país a la vuelta de la esquina. Sería ingenuo, con todo, esperar de los partidos un instante de reflexión. Dejémoslos por imposibles, e intentemos analizar la actitud de los votantes.
Éstos han practicado, en esencia, la resistencia pasiva. O tan siquiera. El que se resiste pasivamente, obstruye de alguna manera las iniciativas o acciones de otro. Los andaluces, más que resistirse, han manifestado un gigantesco desinterés. El valor sintomático que ello reviste, no debe distraernos de una constatación a mi entender muy preocupante: y es que los ciudadanos han llegado a la conclusión, mal fundada, de que la política no va con ellos. Lo último es una ilusión, comparable a la del niño que provoca la desaparición del mundo por la técnica de cerrar los ojos para no verlo. El Estatuto andaluz es malo para Andalucía y es malo para España. Confirma la deriva confederal y anticipa la ingobernabilidad del territorio en su conjunto. Enumeraré, rápidamente, algunos de sus elementos más significativos.
Uno: al blindar competencias, paraliza la acción legislativa del Congreso, en la línea catalana. Dos: consagra la bilateralidad con la creación de comisiones mixtas. Tres: insiste, tras los precedentes catalán y valenciano, en formular una carta de derechos, como si se estuviera fundando un poder soberano independiente. Cuatro: incrusta en su texto, a semejanza de nuevo del Estatut, qué inversiones tiene que realizar el Estado. Esto es un disparate mayúsculo. Ningún Estado serio puede comprometerse a una cosa así. ¿Se imaginan que la Constitución plasmara en su articulado que la revisión de las pensiones tuviese que incorporar el IPC? Tendríamos que arrojar a la basura, o la Constitución, o el Ministerio de Hacienda. La multiplicación de exigencias económicas hará metástasis en otras comunidades, provocando, o el derrumbe de las finanzas, o una política que en la práctica sea incompatible con lo exigido en los Estatutos. Esto es estúpido, tercermundista. Cinco: la Junta se apropia de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Queda el aire, que no se sabe todavía cómo encerrar bajo llave. Seis: se crean los instrumentos para poner en marcha un poder judicial andaluz, sometido a las presiones de los políticos locales.
Los ciudadanos no se han tomado esto en serio. Pero tampoco se han tomado en serio las consecuencias de no impedirlo. ¿Cómo, por cierto, habrían podido impedirlo?
La pregunta es interesante. El PSOE y el PP han coincidido en la misma composición de lugar. Han pensado que el PP no podría haberse opuesto al Estatuto sin ser víctima de una campaña que atizara el agravio comparativo y arruinase al partido en la región. Por eso el PP ha entrado en la puja, luego da arrancar a sus rivales una declaración retórica sobre la unidad de España. ¿Ha sido correcto el análisis de los políticos? Probablemente, sí. Probablemente, el reflejo más operativo en este momento es el siguiente: “no quiero nada en particular, salvo no ser menos que mi vecino”. Es un reflejo elemental, aunque poderoso. Lo elemental, unido a la falta de responsabilidad en quien manda, genera efectos prodigiosos.
jueves, 15 de febrero de 2007
Tranquilidad y buenos alimentos
La Gaceta de los Negocios 2007/02/15
La esperanza, es que el 11-M deje de ser utilizado como un instrumento de recíproca deslegitimación
Álvaro Delgado-Gal
Tranquilidad y buenos alimentos
Concluida la instrucción, comienza el juicio sobre el 11-M, propiamente dicho. En la experiencia política, rige un principio parecido al que teorizó Freud para la vida síquica: las verdades no reconocidas por el sujeto consciente subsisten como represiones y producen patologías varias. En rigor, no sabemos qué sucedió el 11-M, ni un sumario imperfectamente instruido nos ha ayudado a averiguarlo. La conciencia pública se ha polarizado en torno de una serie de cuestiones inquietantes, y de lectura no fácil. Enumeremos algunos de los elementos que parecen menos discutibles:
1) El atentado contribuyó a la victoria del PSOE. El mecanismo por el que esto tuvo lugar está perfectamente filiado por los expertos en demoscopia. Los socialistas ganan cuando su electorado se moviliza: la mala gestión de la crisis por el Gobierno, la asociación del atentado con la causa irakí, y la terrible campaña desarrollada por el Partido Socialista contra el Popular entre el 11 y 14 de marzo, invirtieron el signo del sufragio, o, al menos, deshicieron un empate.
2) Hubo servicios de inteligencia que conectaron con el Partido Socialista a espaldas del Ministerio del Interior. Entra dentro de lo muy probable que, además, suministraran información falsa al Gobierno.
3) Algunos de los elementos más activos en estas labores subterráneas fueron promovidos poco después por la nueva Administración.
4) La Comisión de Investigación encargada de estudiar los hechos en el Congreso no sólo fue inútil, sino contraproducente. Uno de los depositantes llegó a reconocer que había redactado su declaración en Gobelas. De modo inexplicable a mi entender, no se concedió a este hecho la dimensión escandalosa que objetivamente tenía.
5) Se ha verificado una muerte en cadena de testigos. La proximidad de muchos de los imputados a la policía, añadida al hecho de que ni las trazas de los que siguen vivos, ni su condición social, encajan del todo con la pericia técnica que la comisión del atentado parece presuponer, ha desatado toda suerte de especulaciones. Los enemigos del Gobierno se han valido de todo esto para insinuar, o temerariamente afirmar, una complicidad de los servicios de seguridad prosocialistas con el atentado.
Los amigos del Gobierno han replicado que la derecha no acepta el resultado de las elecciones cuando éstas le son adversas, abundando en la tesis de que el PP no consigue desprenderse de sus adherencias franquistas. Este agrietamiento, de consecuencias potencialmente nefastas, se ha acentuado por obra de la política agresiva del presidente. Varios millones de españoles, unos de izquierda, otros de derecha, cultivan en este instante nociones atroces sobre la honorabilidad del rival. El país, en fin, está dividido, y esto no es una broma.
El juicio que ahora se inicia suscita una pregunta e impulsa una esperanza. La pregunta, es si llegarán a determinarse hechos que todas las partes reconozcan sin reticencias ni reservas. La esperanza, es que el 11-M deje de ser utilizado como un instrumento de recíproca deslegitimación. La pregunta, y la concomitante esperanza, se encuentran, obviamente, vinculadas entre sí. Si los hechos son contundentes, habrá menos pretextos para apoyarse en ellos con el fin de desautorizar sin fundamento al interlocutor político.
Sospecho que sería imprudente esperar novedades dramáticas, o estupendas revelaciones. Y temo que los mal dispuestos seguirán encontrando razones para no cambiar de actitud. Valga, por lo menos, el siguiente recordatorio: la llamada “verdad judicial” no equivale a la verdad a secas. Los señores togados alcanzan conclusiones y emiten veredictos siguiendo procedimientos altamente ritualizados. El fin de la justicia no consiste en esclarecer, meramente, los hechos, sino en determinar si alguien es culpable a la luz de la evidencia acumulada con arreglo a las garantías que prevé la ley. Dar a cada uno, sin más, lo que se merece, es una tarea más propia del Llanero Solitario que de un servidor del Derecho en un Estado constitucional.
Los partidos, al revés que los ciudadanos normales, están obligados a resolver ciertas dudas sin subrogarse en el fallo de los tribunales. La razón reside en que los partidos, en principio, no son sólo depositarios de intereses particulares, sino del interés público. Su altísimo ministerio exige que inspiren una confianza que no se puede obtener sólo de los trámites de la ley, excogitada para que el inocente no sea injustamente condenado, más que para asegurar que el culpable arrostre los costes de su delito. Hasta la fecha, los partidos no han estado a la altura de su cometido. La Comisión, como se ha dicho, fue un desastre. ¿Qué deberían hacer los partidos ahora? Primero, ser discretos a lo largo del juicio. Dos, no sacar los pies del tiesto si, por ventura, se levantan algunas piedras y sale corriendo, por debajo, un escorpión.
La esperanza, es que el 11-M deje de ser utilizado como un instrumento de recíproca deslegitimación
Álvaro Delgado-Gal
Tranquilidad y buenos alimentos
Concluida la instrucción, comienza el juicio sobre el 11-M, propiamente dicho. En la experiencia política, rige un principio parecido al que teorizó Freud para la vida síquica: las verdades no reconocidas por el sujeto consciente subsisten como represiones y producen patologías varias. En rigor, no sabemos qué sucedió el 11-M, ni un sumario imperfectamente instruido nos ha ayudado a averiguarlo. La conciencia pública se ha polarizado en torno de una serie de cuestiones inquietantes, y de lectura no fácil. Enumeremos algunos de los elementos que parecen menos discutibles:
1) El atentado contribuyó a la victoria del PSOE. El mecanismo por el que esto tuvo lugar está perfectamente filiado por los expertos en demoscopia. Los socialistas ganan cuando su electorado se moviliza: la mala gestión de la crisis por el Gobierno, la asociación del atentado con la causa irakí, y la terrible campaña desarrollada por el Partido Socialista contra el Popular entre el 11 y 14 de marzo, invirtieron el signo del sufragio, o, al menos, deshicieron un empate.
2) Hubo servicios de inteligencia que conectaron con el Partido Socialista a espaldas del Ministerio del Interior. Entra dentro de lo muy probable que, además, suministraran información falsa al Gobierno.
3) Algunos de los elementos más activos en estas labores subterráneas fueron promovidos poco después por la nueva Administración.
4) La Comisión de Investigación encargada de estudiar los hechos en el Congreso no sólo fue inútil, sino contraproducente. Uno de los depositantes llegó a reconocer que había redactado su declaración en Gobelas. De modo inexplicable a mi entender, no se concedió a este hecho la dimensión escandalosa que objetivamente tenía.
5) Se ha verificado una muerte en cadena de testigos. La proximidad de muchos de los imputados a la policía, añadida al hecho de que ni las trazas de los que siguen vivos, ni su condición social, encajan del todo con la pericia técnica que la comisión del atentado parece presuponer, ha desatado toda suerte de especulaciones. Los enemigos del Gobierno se han valido de todo esto para insinuar, o temerariamente afirmar, una complicidad de los servicios de seguridad prosocialistas con el atentado.
Los amigos del Gobierno han replicado que la derecha no acepta el resultado de las elecciones cuando éstas le son adversas, abundando en la tesis de que el PP no consigue desprenderse de sus adherencias franquistas. Este agrietamiento, de consecuencias potencialmente nefastas, se ha acentuado por obra de la política agresiva del presidente. Varios millones de españoles, unos de izquierda, otros de derecha, cultivan en este instante nociones atroces sobre la honorabilidad del rival. El país, en fin, está dividido, y esto no es una broma.
El juicio que ahora se inicia suscita una pregunta e impulsa una esperanza. La pregunta, es si llegarán a determinarse hechos que todas las partes reconozcan sin reticencias ni reservas. La esperanza, es que el 11-M deje de ser utilizado como un instrumento de recíproca deslegitimación. La pregunta, y la concomitante esperanza, se encuentran, obviamente, vinculadas entre sí. Si los hechos son contundentes, habrá menos pretextos para apoyarse en ellos con el fin de desautorizar sin fundamento al interlocutor político.
Sospecho que sería imprudente esperar novedades dramáticas, o estupendas revelaciones. Y temo que los mal dispuestos seguirán encontrando razones para no cambiar de actitud. Valga, por lo menos, el siguiente recordatorio: la llamada “verdad judicial” no equivale a la verdad a secas. Los señores togados alcanzan conclusiones y emiten veredictos siguiendo procedimientos altamente ritualizados. El fin de la justicia no consiste en esclarecer, meramente, los hechos, sino en determinar si alguien es culpable a la luz de la evidencia acumulada con arreglo a las garantías que prevé la ley. Dar a cada uno, sin más, lo que se merece, es una tarea más propia del Llanero Solitario que de un servidor del Derecho en un Estado constitucional.
Los partidos, al revés que los ciudadanos normales, están obligados a resolver ciertas dudas sin subrogarse en el fallo de los tribunales. La razón reside en que los partidos, en principio, no son sólo depositarios de intereses particulares, sino del interés público. Su altísimo ministerio exige que inspiren una confianza que no se puede obtener sólo de los trámites de la ley, excogitada para que el inocente no sea injustamente condenado, más que para asegurar que el culpable arrostre los costes de su delito. Hasta la fecha, los partidos no han estado a la altura de su cometido. La Comisión, como se ha dicho, fue un desastre. ¿Qué deberían hacer los partidos ahora? Primero, ser discretos a lo largo del juicio. Dos, no sacar los pies del tiesto si, por ventura, se levantan algunas piedras y sale corriendo, por debajo, un escorpión.
lunes, 12 de febrero de 2007
Longevidad del resentimiento
El País 2007/02/12
"El gobierno no piensa en los ciudadanos, el gobierno sólo piensa contra la oposición. Un gobierno que le tiene tal pavor a la oposición como para no abrir la boca sin mencionarla (¡mamá, mamá, mira lo que ha hecho Rajoy!), es un gobierno de una debilidad incompatible con cualquier diálogo"
FÉLIX DE AZÚA
Longevidad del resentimiento
Recuerdo perfectamente con qué ferocidad despreciábamos a Adolfo Suárez. El plural se refiere a la izquierda de aquellos años. Ni siquiera le odiábamos, era demasiado insignificante. Un burócrata que sólo suscitaba el sarcasmo, un trepador cuyas contradicciones podían facilitar la insurrección proletaria. Es cierto que le había votado una mayoría de la población, pero ya se sabe: los españoles son franquistas, borregos, rancios. Supongo que eso es lo que piensan de Zapatero muchos nacionalistas.
Luego pasamos a despreciar a González. Algunos habían sido compañeros suyos en la Universidad de Sevilla: un chisgarabís, un pelmazo del que huía la gente. Los sarcasmos contra Suárez se hicieron más virulentos contra González. Basta con releer lo que escribían las grandes plumas de la izquierda sobre la entrada de España en la OTAN.
Ahora, cuando el país va regresando inexorablemente al Ruedo Ibérico, nos percatamos de que Suárez y González fueron una bendición inmerecida para una casta intelectual fatua y microcéfala. Un par de políticos inteligentes, prudentes, hábiles, que nos libraron de nosotros mismos. Si hubieran triunfado los míos, por ejemplo, Cataluña habría sido una república popular maoísta. Nunca se lo agradeceré suficientemente a Suárez y González.
Éramos jóvenes y en ese periodo amorfo llamado "juventud", que en España dura hasta los cuarenta años, está permitido ser un majadero y que sin embargo te haga caso la prensa. Pero ahora, cuando se reproduce el viejo estilo del rencor y el resentimiento, ya nadie es joven, ni siquiera los jóvenes son jóvenes. Los "jóvenes" nacionalistas vascos patean las tumbas de los asesinados por sus padres. Han nacido viejos.
El mes pasado, escribía Muñoz Molina en estas mismas páginas su desaliento ante el delirio en el que ha caído la casta dirigente. Era el grito espantado de alguien que, por vivir fuera, se percata de lo asombrosamente inútil que llega a ser la elite española. El delirio de la oposición, perpetuamente encadenada a sus tráficos vaticanos, a su ética momificada, ese espíritu de bronca tan compatible con la codicia. El delirio de los periféricos, reduciendo sus fortalezas regionales a siniestras aldeas endogámicas cada vez más hormigonadas. El delirio del actual gobierno, convencido de poder dialogar con los nacionalistas, desde los más presentables hasta ETA, y proponiendo alianzas con el Islam. Vaya panorama.
Hace unos días tuve ocasión de hablar con una persona excepcional. Ha conocido la esclavitud verdadera, la de las mujeres que se pudren en los países islámicos. Ha vivido en Somalia, Etiopía, Arabia Saudita, Kenya... Sabe que en este momento no hay mayor injusticia que el islamismo explotador de una mitad de la población condenada por su sexo. La miseria del proletariado en la época de Marx era un privilegio comparada con la miseria de millones de esclavas (laborales, familiares, sexuales) que se ocupan de la totalidad del trabajo de la aldea mientras los hombres se dedican a pavonearse rifle en mano y a rezar. No podía concebir que alguien como Zapatero, con mando en un país europeo, hablara de "alianza de civilizaciones". ¿Qué civilizaciones? Si a sus hijas les hubieran cortado el clítoris y cosido los labios externos quizás no fuera tan frívolo.
Suárez dialogó con gente que le despreciaba, pero que estaba deseando salir de la cloaca. Es cierto que los comunistas seguían persuadidos de que no había nación en la tierra que pudiera compararse con la URSS (¡la de Breznev!), y que nuestros jefes hablaban en verso sobre Rumania y sobre la portentosa inteligencia de Ceacescu. Estos majaderos, sin embargo, ya no creían en sus propias mentiras y por lo tanto se podía dialogar con ellos. Suárez lo hizo y consiguió que entraran en el orden democrático al que juzgaban un modo de explotación más peligroso que el fascismo. Suárez dialogó porque lo que tenía delante era un fantasma que al oír el primer ring de monedas se esfumó como Drácula y se dedicó a proteger a las focas.
No es ese el caso de ETA, ni el de los islamistas que con tanta precisión describe una y otra vez Antonio Elorza.
Ni siquiera es el caso del PNV. Quizás Esquerra Republicana esté más cerca de la lucidez: por lo menos ya se les ha producido una escisión y eso indica que puede haber pensamiento incluso en una nevera. Ley de oro desde Maquiavelo es que no puedes dialogar con quien está persuadido de que tú eres débil y él es fuerte. Que Alá está de tu parte, o que están contigo Dios y las cajas de ahorro vascongadas más algún sindicato para que el amo no esté solo.
Nuestro presidente dice que hay que dialogar con los opresores. Parece que no haya dialogado en su vida con alguien que le toma por bobo. La quiebra de esos diálogos imposibles conduce a callejones sin salida. Los callejones sin salida generan frustración. La frustración es la madre del resentimiento. Hemos regresado a la política del resentimiento, la continuación del franquismo. El gobierno no piensa en los ciudadanos, el gobierno sólo piensa contra la oposición. Un gobierno que le tiene tal pavor a la oposición como para no abrir la boca sin mencionarla (¡mamá, mamá, mira lo que ha hecho Rajoy!), es un gobierno de una debilidad incompatible con cualquier diálogo. La consecuencia ha sido el fracaso del "proceso de paz", mal planteado desde su bautismo con esos términos episcopales.
¡Qué nostalgia de Suárez y González! El uno y el otro hubieron de vérselas con enemigos mucho más peligrosos que los que lidia Zapatero. Suárez con los franquistas, es decir, con la totalidad del poder económico, o sea el poder madrileño, vasco y catalán que era el único que había. González, con sus propias huestes, cabras locas, conspiradores del ochocientos. Ambos, con una ETA que en aquel momento no sólo era infinitamente más fuerte, sino que recibía el apoyo de toda la izquierda del país. Y sin embargo pudieron imponer su diálogo, es decir, meter en vereda a los inválidos morales en menos que canta un gallo.
¿Por qué entonces Zapatero no puede con unos adversarios desdentados como los del PP, y una ETA a la que ya sólo apoyan los caseríos y ni siquiera todo el PNV? Porque no logra convencer de su poder, es decir, el poder del Estado. Y cuando el Estado muestra su debilidad, el rencor, el resentimiento y el oportunismo ocupan la escena.
Si alguien desea conocer el desarrollo de una conciencia política racional y no visceral, lea la estremecedora autobiografía de Ayaan Hirsi Ali (Mi vida, mi libertad). Verá cómo la inteligencia unida al coraje puede vencer a la esclavitud en las condiciones más opresoras. Ayaan Hirsi es en verdad una revolución viviente porque dice aquello que todo el mundo sabe, lo evidente. Aquello que los islamistas ocultan, niegan, disimulan, disfrazan, porque amenaza el dominio que ejercen sobre la mitad de la población. Y lo dice sin rencor, sin odio, sin resentimiento hacia sus torturadores. Sabe que no hay posibilidad de diálogo, ni alianza que valga, hasta que millones de mujeres se persuadan de su poder. Por eso dialoga con las oprimidas, no con sus opresores. Será lento, pero no hay otro camino.
Aplíquese el cuento aquel que desee dialogar. Haga como Ayaan Hirsi, apueste por lo evidente sin rencor ni resentimiento. Utilice el poder del Estado para ayudar a los ciudadanos oprimidos, no para sumirlos en una mayor opresión dialogando con sus opresores. Y olvídese de la oposición. Está ahí para evitar el monólogo gubernamental.
"El gobierno no piensa en los ciudadanos, el gobierno sólo piensa contra la oposición. Un gobierno que le tiene tal pavor a la oposición como para no abrir la boca sin mencionarla (¡mamá, mamá, mira lo que ha hecho Rajoy!), es un gobierno de una debilidad incompatible con cualquier diálogo"
FÉLIX DE AZÚA
Longevidad del resentimiento
Recuerdo perfectamente con qué ferocidad despreciábamos a Adolfo Suárez. El plural se refiere a la izquierda de aquellos años. Ni siquiera le odiábamos, era demasiado insignificante. Un burócrata que sólo suscitaba el sarcasmo, un trepador cuyas contradicciones podían facilitar la insurrección proletaria. Es cierto que le había votado una mayoría de la población, pero ya se sabe: los españoles son franquistas, borregos, rancios. Supongo que eso es lo que piensan de Zapatero muchos nacionalistas.
Luego pasamos a despreciar a González. Algunos habían sido compañeros suyos en la Universidad de Sevilla: un chisgarabís, un pelmazo del que huía la gente. Los sarcasmos contra Suárez se hicieron más virulentos contra González. Basta con releer lo que escribían las grandes plumas de la izquierda sobre la entrada de España en la OTAN.
Ahora, cuando el país va regresando inexorablemente al Ruedo Ibérico, nos percatamos de que Suárez y González fueron una bendición inmerecida para una casta intelectual fatua y microcéfala. Un par de políticos inteligentes, prudentes, hábiles, que nos libraron de nosotros mismos. Si hubieran triunfado los míos, por ejemplo, Cataluña habría sido una república popular maoísta. Nunca se lo agradeceré suficientemente a Suárez y González.
Éramos jóvenes y en ese periodo amorfo llamado "juventud", que en España dura hasta los cuarenta años, está permitido ser un majadero y que sin embargo te haga caso la prensa. Pero ahora, cuando se reproduce el viejo estilo del rencor y el resentimiento, ya nadie es joven, ni siquiera los jóvenes son jóvenes. Los "jóvenes" nacionalistas vascos patean las tumbas de los asesinados por sus padres. Han nacido viejos.
El mes pasado, escribía Muñoz Molina en estas mismas páginas su desaliento ante el delirio en el que ha caído la casta dirigente. Era el grito espantado de alguien que, por vivir fuera, se percata de lo asombrosamente inútil que llega a ser la elite española. El delirio de la oposición, perpetuamente encadenada a sus tráficos vaticanos, a su ética momificada, ese espíritu de bronca tan compatible con la codicia. El delirio de los periféricos, reduciendo sus fortalezas regionales a siniestras aldeas endogámicas cada vez más hormigonadas. El delirio del actual gobierno, convencido de poder dialogar con los nacionalistas, desde los más presentables hasta ETA, y proponiendo alianzas con el Islam. Vaya panorama.
Hace unos días tuve ocasión de hablar con una persona excepcional. Ha conocido la esclavitud verdadera, la de las mujeres que se pudren en los países islámicos. Ha vivido en Somalia, Etiopía, Arabia Saudita, Kenya... Sabe que en este momento no hay mayor injusticia que el islamismo explotador de una mitad de la población condenada por su sexo. La miseria del proletariado en la época de Marx era un privilegio comparada con la miseria de millones de esclavas (laborales, familiares, sexuales) que se ocupan de la totalidad del trabajo de la aldea mientras los hombres se dedican a pavonearse rifle en mano y a rezar. No podía concebir que alguien como Zapatero, con mando en un país europeo, hablara de "alianza de civilizaciones". ¿Qué civilizaciones? Si a sus hijas les hubieran cortado el clítoris y cosido los labios externos quizás no fuera tan frívolo.
Suárez dialogó con gente que le despreciaba, pero que estaba deseando salir de la cloaca. Es cierto que los comunistas seguían persuadidos de que no había nación en la tierra que pudiera compararse con la URSS (¡la de Breznev!), y que nuestros jefes hablaban en verso sobre Rumania y sobre la portentosa inteligencia de Ceacescu. Estos majaderos, sin embargo, ya no creían en sus propias mentiras y por lo tanto se podía dialogar con ellos. Suárez lo hizo y consiguió que entraran en el orden democrático al que juzgaban un modo de explotación más peligroso que el fascismo. Suárez dialogó porque lo que tenía delante era un fantasma que al oír el primer ring de monedas se esfumó como Drácula y se dedicó a proteger a las focas.
No es ese el caso de ETA, ni el de los islamistas que con tanta precisión describe una y otra vez Antonio Elorza.
Ni siquiera es el caso del PNV. Quizás Esquerra Republicana esté más cerca de la lucidez: por lo menos ya se les ha producido una escisión y eso indica que puede haber pensamiento incluso en una nevera. Ley de oro desde Maquiavelo es que no puedes dialogar con quien está persuadido de que tú eres débil y él es fuerte. Que Alá está de tu parte, o que están contigo Dios y las cajas de ahorro vascongadas más algún sindicato para que el amo no esté solo.
Nuestro presidente dice que hay que dialogar con los opresores. Parece que no haya dialogado en su vida con alguien que le toma por bobo. La quiebra de esos diálogos imposibles conduce a callejones sin salida. Los callejones sin salida generan frustración. La frustración es la madre del resentimiento. Hemos regresado a la política del resentimiento, la continuación del franquismo. El gobierno no piensa en los ciudadanos, el gobierno sólo piensa contra la oposición. Un gobierno que le tiene tal pavor a la oposición como para no abrir la boca sin mencionarla (¡mamá, mamá, mira lo que ha hecho Rajoy!), es un gobierno de una debilidad incompatible con cualquier diálogo. La consecuencia ha sido el fracaso del "proceso de paz", mal planteado desde su bautismo con esos términos episcopales.
¡Qué nostalgia de Suárez y González! El uno y el otro hubieron de vérselas con enemigos mucho más peligrosos que los que lidia Zapatero. Suárez con los franquistas, es decir, con la totalidad del poder económico, o sea el poder madrileño, vasco y catalán que era el único que había. González, con sus propias huestes, cabras locas, conspiradores del ochocientos. Ambos, con una ETA que en aquel momento no sólo era infinitamente más fuerte, sino que recibía el apoyo de toda la izquierda del país. Y sin embargo pudieron imponer su diálogo, es decir, meter en vereda a los inválidos morales en menos que canta un gallo.
¿Por qué entonces Zapatero no puede con unos adversarios desdentados como los del PP, y una ETA a la que ya sólo apoyan los caseríos y ni siquiera todo el PNV? Porque no logra convencer de su poder, es decir, el poder del Estado. Y cuando el Estado muestra su debilidad, el rencor, el resentimiento y el oportunismo ocupan la escena.
Si alguien desea conocer el desarrollo de una conciencia política racional y no visceral, lea la estremecedora autobiografía de Ayaan Hirsi Ali (Mi vida, mi libertad). Verá cómo la inteligencia unida al coraje puede vencer a la esclavitud en las condiciones más opresoras. Ayaan Hirsi es en verdad una revolución viviente porque dice aquello que todo el mundo sabe, lo evidente. Aquello que los islamistas ocultan, niegan, disimulan, disfrazan, porque amenaza el dominio que ejercen sobre la mitad de la población. Y lo dice sin rencor, sin odio, sin resentimiento hacia sus torturadores. Sabe que no hay posibilidad de diálogo, ni alianza que valga, hasta que millones de mujeres se persuadan de su poder. Por eso dialoga con las oprimidas, no con sus opresores. Será lento, pero no hay otro camino.
Aplíquese el cuento aquel que desee dialogar. Haga como Ayaan Hirsi, apueste por lo evidente sin rencor ni resentimiento. Utilice el poder del Estado para ayudar a los ciudadanos oprimidos, no para sumirlos en una mayor opresión dialogando con sus opresores. Y olvídese de la oposición. Está ahí para evitar el monólogo gubernamental.
domingo, 11 de febrero de 2007
La seducción inexplicable
El País BABELIA 2007/02/10
EL LIBRO DE LA SEMANA: Contra Cromagnon
"Pero además es uno de los promotores de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía y Contra Cromagnon puede considerarse, entre otras cosas, como una fundamentación teórica de la posición frente al nacionalismo de este imprescindible nuevo partido político"
FERNANDO SAVATER
La seducción inexplicable
El economista y sociólogo Félix Ovejero aborda en este ensayo las razones por las que un sector de la izquierda española se ha aliado con formaciones nacionalistas en una estrategia para arrinconar al Partido Popular. Actualmente abundan los libros acerca de misterios esotéricos, sectas diabólicas, enigmas de otros mundos (aunque están en éste), conspiraciones rocambolescas, templarios varios y otros secretos indescifrables. Pero la obra que aquí reseñamos versa sobre un jeroglífico más impermeable al sentido común que cualquiera de ellos: la abducción de la izquierda hispánica por los nacionalismos separatistas, cuanto más radicales mejor. A diferencia de otros raptos extraterrestres, éste suele ser negado por quienes lo han sufrido: protestan que ellos no son en absoluto nacionalistas, todo lo contrario, aunque -eso sí- apoyan a los nacionalistas, hablan como los nacionalistas, votan junto a los nacionalistas, forman "mayorías de progreso" (sic) con los nacionalistas, aborrecen a los adversarios del nacionalismo y, pese a que ellos son de izquierdas pero no nacionalistas, aceptan que los nacionalistas son de izquierdas... o más de izquierdas que quienes no son nacionalistas. Mysterium tremendum! De los pocos rasgos inequívocos que tenía la izquierda en nuestro país -el antinacionalismo y el anticlericalismo, dos insignias de cordura histórica en España- ya ha perdido clamorosamente la primera y puede que la segunda, Alá mediante, se desvanezca en altares multiculturales dentro de no mucho. Aún les queda, eso sí, la nacionalización de la banca, pero últimamente se les oye hablar poco del asunto.
A tratar esta insoluble perplejidad, entre otros temas anexos, va dedicado este libro, cuyo título alude a una genial viñeta de El Roto que figura como epígrafe. Su autor, Félix Ovejero, es economista y sociólogo de la política: desde hace veinte años profesor en la Universidad de Barcelona, antes lo fue también en Estados Unidos. Pero además es uno de los promotores de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía y Contra Cromagnon puede considerarse, entre otras cosas, como una fundamentación teórica de la posición frente al nacionalismo de este imprescindible nuevo partido político. En esta clave les vendría bien leerlo para despejar telarañas mentales a los que siguen preocupados por el "españolismo rancio" de quienes se oponen al disparate separatista, tanto en su versión hard como light (me encanta ese calificativo, "rancio", para descalificar a los adversarios del regreso a Cromagnon).
El libro se abre con demorados ensayos sobre el nada transparente concepto de "nación" (que la moda estatutaria española otorga a voleo) y las principales posturas teóricas sobre el asunto: la del liberalismo, que establece las fronteras como límites de propiedad y considera al Estado-nación un club de propietarios; el comunitarismo, que establece las fronteras según la identidad y trascendentaliza el demos como destino compartido ("unidad de destino en lo universal", dijo un precursor); y el republicanismo, cuyas fronteras son cimientos para asegurar justicia y libertad, es decir, ciudadanía. Esta última es la postura que evidentemente prefiere Félix Ovejero, heredero de una tradición ilustrada y marxista bien asimilada.
El marco genérico de estas reflexiones está enriquecido constantemente por análisis más concretos y pormenorizados de bastantes de las polémicas del día. Es saludable la contundencia argumental con que desmonta algunos de los más tontiformes lugares comunes, como la beatería multicultural ("si importan las culturas es porque importan las personas. No al revés. Que una cultura deba preservarse simplemente porque existe, no puede ser nunca un argumento atendible para quienes constatan que buena parte de las 'culturas' humanas han estado asentadas en la discriminación y en la explotación") y las políticas de supuesta "normalización" lingüística en nuestro país, que con el pretexto de liquidar el monolingüismo imperial franquista lo reproducen en porciones, como los quesitos de La vaca que ríe.
Después de estas piezas más extensas, Félix Ovejero incluye una serie de artículos publicados en EL PAÍS sobre aspectos de la elaboración y debate del estatuto catalán, lo que podríamos llamar la "psicopatología de la vida cotidiana" nacionalista y los inicios del movimiento que después fue Ciutadans. Son ágiles y están persuasivamente razonados... aunque sólo para aquellos lectores que se interesen por la persuasión argumental en lugar de resolverlo todo etiquetando despectivamente al crítico incómodo.
Uno de estos trabajos breves, especialmente interesante, se titula "La izquierda, de la igualdad a la diferencia". Y éste es también el tema de lo que yo considero el texto más notable de todo este notable libro, la magnífica entrevista que Miguel Riera -director de El Viejo Topo- realiza a Ovejero sobre la cuestión de la izquierda seducida por el nacionalismo. La entrevista (seguida por una ponderada objeción parcial de Laurentino Vélez-Pelligrini, así como por la respuesta de Ovejero) es un material de reflexión de primera categoría. Se establecen bien las incompatibilidades de un pensamiento ilustrado y progresista con la faramalla nacionalista y quedan flotando las razones últimas de esta sorprendente colusión. Sin la pretensión de zanjar el asunto aporto dos vías de explicación, una que apunta hacia lo sublime (siempre cercano a lo ridículo) y otra a lo más oportunista, incluso rastrero. Por elevación: cierto izquierdismo siempre ha estado más atento a la subversión del "sistema" (abstracción cuyos rasgos diabólicos dibuja cada diez o quince años según un esquema convenientemente irrefutable y al que sólo respalda la perpetua deficiencia del mundo) que a la protección de los derechos de las personas, por lo visto demasiado egoístas para su elevado criterio. Por oportunismo rastrero: el apoyo de la izquierda a los nacionalismos es una mera estrategia electoral de poder para marginar a la derecha competidora, el PP. Se está viendo en la reforma de los estatutos more nacionalista, que quizá no deshagan España (como repiten satisfechos los turiferarios del Gobierno) pero evidentemente en nada mejoran tampoco la convivencia en ella, ni responden a exigencias populares sino a una simple componenda con las ambiciones locales para garantizar la perpetuación en el gobierno central o recibir algo de la pedrea clientelista autonómica (véase el ejemplo paradigmático de Esker Batua). Sea como fuere, es válida la conclusión de Ovejero: "La mayor renuncia intelectual de nuestra izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y la ciudadanía, por la frágil mitología nacionalista de las identidades y los pueblos. Si únicamente se tratara de palabras, poco importaría. Pero hemos aprendido hace ya tiempo que las palabras condicionan las vidas. Por lo general, de mala manera".
EL LIBRO DE LA SEMANA: Contra Cromagnon
"Pero además es uno de los promotores de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía y Contra Cromagnon puede considerarse, entre otras cosas, como una fundamentación teórica de la posición frente al nacionalismo de este imprescindible nuevo partido político"
FERNANDO SAVATER
La seducción inexplicable
El economista y sociólogo Félix Ovejero aborda en este ensayo las razones por las que un sector de la izquierda española se ha aliado con formaciones nacionalistas en una estrategia para arrinconar al Partido Popular. Actualmente abundan los libros acerca de misterios esotéricos, sectas diabólicas, enigmas de otros mundos (aunque están en éste), conspiraciones rocambolescas, templarios varios y otros secretos indescifrables. Pero la obra que aquí reseñamos versa sobre un jeroglífico más impermeable al sentido común que cualquiera de ellos: la abducción de la izquierda hispánica por los nacionalismos separatistas, cuanto más radicales mejor. A diferencia de otros raptos extraterrestres, éste suele ser negado por quienes lo han sufrido: protestan que ellos no son en absoluto nacionalistas, todo lo contrario, aunque -eso sí- apoyan a los nacionalistas, hablan como los nacionalistas, votan junto a los nacionalistas, forman "mayorías de progreso" (sic) con los nacionalistas, aborrecen a los adversarios del nacionalismo y, pese a que ellos son de izquierdas pero no nacionalistas, aceptan que los nacionalistas son de izquierdas... o más de izquierdas que quienes no son nacionalistas. Mysterium tremendum! De los pocos rasgos inequívocos que tenía la izquierda en nuestro país -el antinacionalismo y el anticlericalismo, dos insignias de cordura histórica en España- ya ha perdido clamorosamente la primera y puede que la segunda, Alá mediante, se desvanezca en altares multiculturales dentro de no mucho. Aún les queda, eso sí, la nacionalización de la banca, pero últimamente se les oye hablar poco del asunto.
A tratar esta insoluble perplejidad, entre otros temas anexos, va dedicado este libro, cuyo título alude a una genial viñeta de El Roto que figura como epígrafe. Su autor, Félix Ovejero, es economista y sociólogo de la política: desde hace veinte años profesor en la Universidad de Barcelona, antes lo fue también en Estados Unidos. Pero además es uno de los promotores de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía y Contra Cromagnon puede considerarse, entre otras cosas, como una fundamentación teórica de la posición frente al nacionalismo de este imprescindible nuevo partido político. En esta clave les vendría bien leerlo para despejar telarañas mentales a los que siguen preocupados por el "españolismo rancio" de quienes se oponen al disparate separatista, tanto en su versión hard como light (me encanta ese calificativo, "rancio", para descalificar a los adversarios del regreso a Cromagnon).
El libro se abre con demorados ensayos sobre el nada transparente concepto de "nación" (que la moda estatutaria española otorga a voleo) y las principales posturas teóricas sobre el asunto: la del liberalismo, que establece las fronteras como límites de propiedad y considera al Estado-nación un club de propietarios; el comunitarismo, que establece las fronteras según la identidad y trascendentaliza el demos como destino compartido ("unidad de destino en lo universal", dijo un precursor); y el republicanismo, cuyas fronteras son cimientos para asegurar justicia y libertad, es decir, ciudadanía. Esta última es la postura que evidentemente prefiere Félix Ovejero, heredero de una tradición ilustrada y marxista bien asimilada.
El marco genérico de estas reflexiones está enriquecido constantemente por análisis más concretos y pormenorizados de bastantes de las polémicas del día. Es saludable la contundencia argumental con que desmonta algunos de los más tontiformes lugares comunes, como la beatería multicultural ("si importan las culturas es porque importan las personas. No al revés. Que una cultura deba preservarse simplemente porque existe, no puede ser nunca un argumento atendible para quienes constatan que buena parte de las 'culturas' humanas han estado asentadas en la discriminación y en la explotación") y las políticas de supuesta "normalización" lingüística en nuestro país, que con el pretexto de liquidar el monolingüismo imperial franquista lo reproducen en porciones, como los quesitos de La vaca que ríe.
Después de estas piezas más extensas, Félix Ovejero incluye una serie de artículos publicados en EL PAÍS sobre aspectos de la elaboración y debate del estatuto catalán, lo que podríamos llamar la "psicopatología de la vida cotidiana" nacionalista y los inicios del movimiento que después fue Ciutadans. Son ágiles y están persuasivamente razonados... aunque sólo para aquellos lectores que se interesen por la persuasión argumental en lugar de resolverlo todo etiquetando despectivamente al crítico incómodo.
Uno de estos trabajos breves, especialmente interesante, se titula "La izquierda, de la igualdad a la diferencia". Y éste es también el tema de lo que yo considero el texto más notable de todo este notable libro, la magnífica entrevista que Miguel Riera -director de El Viejo Topo- realiza a Ovejero sobre la cuestión de la izquierda seducida por el nacionalismo. La entrevista (seguida por una ponderada objeción parcial de Laurentino Vélez-Pelligrini, así como por la respuesta de Ovejero) es un material de reflexión de primera categoría. Se establecen bien las incompatibilidades de un pensamiento ilustrado y progresista con la faramalla nacionalista y quedan flotando las razones últimas de esta sorprendente colusión. Sin la pretensión de zanjar el asunto aporto dos vías de explicación, una que apunta hacia lo sublime (siempre cercano a lo ridículo) y otra a lo más oportunista, incluso rastrero. Por elevación: cierto izquierdismo siempre ha estado más atento a la subversión del "sistema" (abstracción cuyos rasgos diabólicos dibuja cada diez o quince años según un esquema convenientemente irrefutable y al que sólo respalda la perpetua deficiencia del mundo) que a la protección de los derechos de las personas, por lo visto demasiado egoístas para su elevado criterio. Por oportunismo rastrero: el apoyo de la izquierda a los nacionalismos es una mera estrategia electoral de poder para marginar a la derecha competidora, el PP. Se está viendo en la reforma de los estatutos more nacionalista, que quizá no deshagan España (como repiten satisfechos los turiferarios del Gobierno) pero evidentemente en nada mejoran tampoco la convivencia en ella, ni responden a exigencias populares sino a una simple componenda con las ambiciones locales para garantizar la perpetuación en el gobierno central o recibir algo de la pedrea clientelista autonómica (véase el ejemplo paradigmático de Esker Batua). Sea como fuere, es válida la conclusión de Ovejero: "La mayor renuncia intelectual de nuestra izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y la ciudadanía, por la frágil mitología nacionalista de las identidades y los pueblos. Si únicamente se tratara de palabras, poco importaría. Pero hemos aprendido hace ya tiempo que las palabras condicionan las vidas. Por lo general, de mala manera".
sábado, 10 de febrero de 2007
La arrogancia moral de la izquierda
ABC 2007/02/10
"La izquierda ya no lidera el debate ideológico pero se cree con el derecho a controlarlo"
POR EDURNE URIARTE
La arrogancia moral de la izquierda
La campaña de la izquierda contra Telemadrid es, en primer término, una opción consciente por el juego sucio para denigrar la imagen del adversario político. Como ponía de relieve un análisis comparativo de este periódico el jueves, se trata de una campaña de acoso y derribo muy parecida a la que orquestó contra TVE en la pasada legislatura. Es una táctica electoral más, ahora para las próximas autonómicas de Madrid.
Pero es también una consecuencia más de la arrogancia moral de una izquierda encerrada en una torre de marfil ideológica con grandes problemas para aceptar la legitimidad de las posiciones de los demás. Al menor descuido, a la izquierda le sale la arrogancia moral que lleva dentro y reivindica su derecho natural a controlar la elaboración de ideas. Porque las suyas, cree, representan la verdad y las de los demás la manipulación. Esa arrogancia le dificulta enormemente reconocer que la manipulación es muy semejante en todas las televisiones. Que en las públicas prima el color del partido del gobierno, sea el suyo o el de la derecha. Y que en las privadas ocurre lo mismo, entre otras cosas, porque cada empresa privada hace una opción ideológica y, a veces, es aún más intensa que en las públicas. Hay privadas en las que uno no sabe si le habla Moraleda o el presentador del informativo, pero la izquierda lo llama, probablemente, objetividad.
André Glucksmann explicaba recientemente en un artículo en El País las razones por las que ha decidido apoyar públicamente por primera vez a la derecha. Lamentaba la pérdida de protagonismo de la izquierda francesa en el combate de ideas y criticaba que «la izquierda oficial francesa se cree infalible moralmente e intocable intelectualmente». El problema es exactamente igual en la izquierda española. Y, con el ingrediente añadido de nuestras circunstancias históricas, le ha llevado a constantes actitudes de intolerancia y sectarismo ideológico e intelectual. Todo ello con la estrecha colaboración de esa mayoría de izquierdas que aún domina los círculos culturales. La izquierda ya no lidera el debate ideológico pero se cree con el derecho a controlarlo.
"La izquierda ya no lidera el debate ideológico pero se cree con el derecho a controlarlo"
POR EDURNE URIARTE
La arrogancia moral de la izquierda
La campaña de la izquierda contra Telemadrid es, en primer término, una opción consciente por el juego sucio para denigrar la imagen del adversario político. Como ponía de relieve un análisis comparativo de este periódico el jueves, se trata de una campaña de acoso y derribo muy parecida a la que orquestó contra TVE en la pasada legislatura. Es una táctica electoral más, ahora para las próximas autonómicas de Madrid.
Pero es también una consecuencia más de la arrogancia moral de una izquierda encerrada en una torre de marfil ideológica con grandes problemas para aceptar la legitimidad de las posiciones de los demás. Al menor descuido, a la izquierda le sale la arrogancia moral que lleva dentro y reivindica su derecho natural a controlar la elaboración de ideas. Porque las suyas, cree, representan la verdad y las de los demás la manipulación. Esa arrogancia le dificulta enormemente reconocer que la manipulación es muy semejante en todas las televisiones. Que en las públicas prima el color del partido del gobierno, sea el suyo o el de la derecha. Y que en las privadas ocurre lo mismo, entre otras cosas, porque cada empresa privada hace una opción ideológica y, a veces, es aún más intensa que en las públicas. Hay privadas en las que uno no sabe si le habla Moraleda o el presentador del informativo, pero la izquierda lo llama, probablemente, objetividad.
André Glucksmann explicaba recientemente en un artículo en El País las razones por las que ha decidido apoyar públicamente por primera vez a la derecha. Lamentaba la pérdida de protagonismo de la izquierda francesa en el combate de ideas y criticaba que «la izquierda oficial francesa se cree infalible moralmente e intocable intelectualmente». El problema es exactamente igual en la izquierda española. Y, con el ingrediente añadido de nuestras circunstancias históricas, le ha llevado a constantes actitudes de intolerancia y sectarismo ideológico e intelectual. Todo ello con la estrecha colaboración de esa mayoría de izquierdas que aún domina los círculos culturales. La izquierda ya no lidera el debate ideológico pero se cree con el derecho a controlarlo.
viernes, 9 de febrero de 2007
¿Quién está dispuesto a ser el Petain de Navarra?
ABC 2007/02/09
"Para conseguir Navarra el nacionalismo necesita, por supuesto, un mínimo formalismo de comicios y referéndums, y para desbrozar la particular tozudez de los navarros de ser ellos mismos, ese nacionalismo necesita un Petain, un colaboracionista que se disfrace y que esté dispuesto a entregar a los suyos a un objetivo pactado y, necesariamente, imposible de conseguir a cara descubierta."
CARLOS HERRERA
¿Quién está dispuesto a ser el Petain de Navarra?
DESENGÁÑENSE: si alguno de ustedes, sorprendido en su buena fe, ha querido ver en las palabras de Otegui sobre el futuro de Navarra y el País Vasco "como una gran autonomía del Estado Español" un cambio apreciable de discurso y de posturas de ETA y Batasuna sobre la cuestión de siempre, es que usted es un bendito, y, discúlpeme, tiene muchos números de que se la meta doblada el primero que llegue. Es más, fíjese bien si lleva la cartera en el bolsillo porque lo más probable es que se la hayan mangado a primera hora del día a cuenta de cualquier saludo. No; atiéndame un momento. Un buen número de analistas políticos -de esos que saben interpretar hasta el aire de una pausa-- coincide en que este asunto, así planteado, ha sido uno de los pocos acuerdos a los que se ha llegado en las conversaciones ETA-Gobierno: los terroristas pretenden ahora hacer llegar el mensaje a Rodríguez Zapatero de que no habrá bombas antes de las elecciones si se le da alguna credibilidad a esta trampa que acaba de tender la llamada "izquierda abertzale" de los cojones. Es evidente que ETA no tiene ningún interés en formar parte como autonomía de ningún estado que no sea el suyo propio, por ello se plantea conseguir primero la utopía que comparte con el resto del nacionalismo vasco -robarle la cartera a Navarra-- y después, con el trabajo de la política educativa, social y, si es necesario, terrorista, trabajar por la independencia efectiva. No al contrario. El endiablado sudoku de la política acaba en componendas de este tipo, en las que los malos se presentan travestidos de medio buenos y los medio buenos acaban pareciendo malos de remate. Para conseguir Navarra el nacionalismo necesita, por supuesto, un mínimo formalismo de comicios y referéndums, y para desbrozar la particular tozudez de los navarros de ser ellos mismos, ese nacionalismo necesita un Petain, un colaboracionista que se disfrace y que esté dispuesto a entregar a los suyos a un objetivo pactado y, necesariamente, imposible de conseguir a cara descubierta. ¿Está dispuesto el PSOE navarro a jugar ese papel?: escuchando a Fernando Puras, el candidato a la presidencia de la Comunidad Foral, cuesta creerlo, a menos que sea un mentiroso compulsivo dispuesto a carbonizarse ante la historia como el que se disfrazó de Mariscal. Conociendo a Carlos Chivite, aún más. Sin embargo, algunos descreídos aseguran que un pacto entre los socialistas y Nafarroa Bai sería un escenario perfecto para desarrollar las disposiciones adicionales necesarias para crear un órgano común, no una Comunidad única, cosa prohibida específicamente por la Constitución, que allanara los tortuosos caminos conducentes a la absorción absoluta; ese órgano común sería un comienzo, y, desde ahí, en un escenario de "paz técnica" se podría llegar más lejos.
Ante este panorama se impone una solución a la altura de la trascendencia del momento. De ganar con suficiente mayoría la alternativa UPN-CDN, es decir, Sanz y Alli, la cuestión quedaría resuelta durante un plazo crítico de cuatro años en los que las coyunturas pueden cambiar absolutamente ya que median, entre otros, unos comicios generales. De no ser así, habrá llegado la hora de la altura de miras, del compromiso ante la historia, de la grandeza personal, del sacrificio por la tierra. De la gran coalición. Ese será el momento en el que los que amen sinceramente la Navarra que conocemos, la Navarra que disfruta, como comunidad, de mayor autonomía en toda España, la Navarra de la calidad de vida, la Navarra industrial, la Navarra acogedora, la Navarra de la huerta y la vid, la Navarra universitaria, la Navarra festiva y laboriosa, den un paso al frente y aparquen diferencias técnicas, conceptuales o metódicas, y encaren el delicado momento histórico que se avecina. Si en otros lugares del mundo, políticos de todo tipo han sabido poner puntos en común para salvar los muebles de contingencias adversas y perversas ¿por qué eso no va a ser posible aquí? Si el PSOE navarro es sincero tiene una estupenda oportunidad de demostrar lo que dice: rebelándose, si es necesario, ante los dictados de Rodríguez Zapatero y devolviendo el traje de mariscal colaboracionista a la tienda de disfraces. Coalíguense, de ser necesario, derecha e izquierda y acaben con la trampa.
"Para conseguir Navarra el nacionalismo necesita, por supuesto, un mínimo formalismo de comicios y referéndums, y para desbrozar la particular tozudez de los navarros de ser ellos mismos, ese nacionalismo necesita un Petain, un colaboracionista que se disfrace y que esté dispuesto a entregar a los suyos a un objetivo pactado y, necesariamente, imposible de conseguir a cara descubierta."
CARLOS HERRERA
¿Quién está dispuesto a ser el Petain de Navarra?
DESENGÁÑENSE: si alguno de ustedes, sorprendido en su buena fe, ha querido ver en las palabras de Otegui sobre el futuro de Navarra y el País Vasco "como una gran autonomía del Estado Español" un cambio apreciable de discurso y de posturas de ETA y Batasuna sobre la cuestión de siempre, es que usted es un bendito, y, discúlpeme, tiene muchos números de que se la meta doblada el primero que llegue. Es más, fíjese bien si lleva la cartera en el bolsillo porque lo más probable es que se la hayan mangado a primera hora del día a cuenta de cualquier saludo. No; atiéndame un momento. Un buen número de analistas políticos -de esos que saben interpretar hasta el aire de una pausa-- coincide en que este asunto, así planteado, ha sido uno de los pocos acuerdos a los que se ha llegado en las conversaciones ETA-Gobierno: los terroristas pretenden ahora hacer llegar el mensaje a Rodríguez Zapatero de que no habrá bombas antes de las elecciones si se le da alguna credibilidad a esta trampa que acaba de tender la llamada "izquierda abertzale" de los cojones. Es evidente que ETA no tiene ningún interés en formar parte como autonomía de ningún estado que no sea el suyo propio, por ello se plantea conseguir primero la utopía que comparte con el resto del nacionalismo vasco -robarle la cartera a Navarra-- y después, con el trabajo de la política educativa, social y, si es necesario, terrorista, trabajar por la independencia efectiva. No al contrario. El endiablado sudoku de la política acaba en componendas de este tipo, en las que los malos se presentan travestidos de medio buenos y los medio buenos acaban pareciendo malos de remate. Para conseguir Navarra el nacionalismo necesita, por supuesto, un mínimo formalismo de comicios y referéndums, y para desbrozar la particular tozudez de los navarros de ser ellos mismos, ese nacionalismo necesita un Petain, un colaboracionista que se disfrace y que esté dispuesto a entregar a los suyos a un objetivo pactado y, necesariamente, imposible de conseguir a cara descubierta. ¿Está dispuesto el PSOE navarro a jugar ese papel?: escuchando a Fernando Puras, el candidato a la presidencia de la Comunidad Foral, cuesta creerlo, a menos que sea un mentiroso compulsivo dispuesto a carbonizarse ante la historia como el que se disfrazó de Mariscal. Conociendo a Carlos Chivite, aún más. Sin embargo, algunos descreídos aseguran que un pacto entre los socialistas y Nafarroa Bai sería un escenario perfecto para desarrollar las disposiciones adicionales necesarias para crear un órgano común, no una Comunidad única, cosa prohibida específicamente por la Constitución, que allanara los tortuosos caminos conducentes a la absorción absoluta; ese órgano común sería un comienzo, y, desde ahí, en un escenario de "paz técnica" se podría llegar más lejos.
Ante este panorama se impone una solución a la altura de la trascendencia del momento. De ganar con suficiente mayoría la alternativa UPN-CDN, es decir, Sanz y Alli, la cuestión quedaría resuelta durante un plazo crítico de cuatro años en los que las coyunturas pueden cambiar absolutamente ya que median, entre otros, unos comicios generales. De no ser así, habrá llegado la hora de la altura de miras, del compromiso ante la historia, de la grandeza personal, del sacrificio por la tierra. De la gran coalición. Ese será el momento en el que los que amen sinceramente la Navarra que conocemos, la Navarra que disfruta, como comunidad, de mayor autonomía en toda España, la Navarra de la calidad de vida, la Navarra industrial, la Navarra acogedora, la Navarra de la huerta y la vid, la Navarra universitaria, la Navarra festiva y laboriosa, den un paso al frente y aparquen diferencias técnicas, conceptuales o metódicas, y encaren el delicado momento histórico que se avecina. Si en otros lugares del mundo, políticos de todo tipo han sabido poner puntos en común para salvar los muebles de contingencias adversas y perversas ¿por qué eso no va a ser posible aquí? Si el PSOE navarro es sincero tiene una estupenda oportunidad de demostrar lo que dice: rebelándose, si es necesario, ante los dictados de Rodríguez Zapatero y devolviendo el traje de mariscal colaboracionista a la tienda de disfraces. Coalíguense, de ser necesario, derecha e izquierda y acaben con la trampa.
martes, 6 de febrero de 2007
EL GUDARI DE ALSASUA
XLSemanal 2007/02/02
"En mi opinión –que comparto conmigo mismo–, tanto disparate prueba que ETA no es el problema. Que en realidad es sólo un pretexto para que nuestra ruindad cainita, nuestra miserable naturaleza, se manifieste de nuevo."
Arturo Pérez-Reverte
EL GUDARI DE ALSASUA
Tengo delante un mural callejero en plan épico, al estilo de los del IRA: un aguerrido combatiente por la libertad y la independencia, remangado y viril, puño en alto y Kalashnikov en la otra mano, con las palabras Euskal herría dugu irabazteko –tenemos que ganar Euskalerría– pintadas al lado. Y qué bonito y alentador sería todo eso, me digo al echarle un vistazo, como ejemplo para jóvenes y demás, si la patria a la que se refiere el mural hubiera sido invadida por los ingleses en el siglo XII, y luego hubiese sufrido guerras de exterminio y represiones cruentas, con miles de deportados a las colonias –véanse las guías telefónicas de Estados Unidos y Australia–, y en 1916 hubiera vivido una insurrección general con combates callejeros y muchos fusilados, y luego independencia con amputación territorial, domingos sangrientos con soldados asesinando a manifestantes, y junto a las ratas pistoleras de coche bomba o tiro en la nuca y salir corriendo, que las hubo y no pocas, hubiese habido también, que nunca faltaron, cojones suficientes para asaltar a tiro limpio cuarteles y comisarías, jugándosela de verdad, mientras en las calles los niños se enfrentaban con piedras al Ejército británico. Etcétera.
Pero resulta que no. Que de Irlanda, nada. Que el mural al que me refiero está en una calle de Alsasua, Navarra, y que la patria a la que se refiere, integrada con el resto de los pueblos de España, partícipe y protagonista de su destino común desde los siglos XIII y XIV, goza hoy de un nivel de autonomía y autogobierno desconocido en ningún lugar de Europa, incluida la parte de Irlanda que aún es británica. O sea, que no es lo mismo; por mucho que se busquen paralelismos con lo que ni es ni nunca fue, y por mucho que ciertos cantamañanas que no tienen ni pajolera idea de las historias irlandesa y vasca sigan el juego idiota de la patria oprimida. Aquí, ahora, los oprimidos son otros. Por ejemplo, los dos pobres ecuatorianos de la T-4, oprimidos por toneladas de escombros.
Y ahora, la pregunta del millón de mortadelos: si faltan cojones y fundamento histórico, si los heroicos gudaris del mural de Alsasua no son, aquí y ahora –basta ver sus fotos y leer su correspondencia cuando los trincan–, sino doscientos tiñalpas incultos y descerebrados, sin otra ideología que la violencia irracional al servicio de quimeras difusas e imposibles, ¿cómo es posible que esos fulanos, sin otra inquietud intelectual que averiguar cuáles son los polos positivo y negativo de las pilas que harán estallar la bomba o el lado de la pistola por donde sale la bala, hayan conseguido que toda España esté pendiente de ellos, que la política nacional sea tan crispada y sucia que hasta los emigrantes terminen dividiéndose, y que, como en los viejos tiempos, periodistas de Telemadrid sean atacados por ultrafachas y lectores con El País bajo el brazo se vean perseguidos al grito de rojos e hijos de la gran puta?
En mi opinión –que comparto conmigo mismo–, tanto disparate prueba que ETA no es el problema. Que en realidad es sólo un pretexto para que nuestra ruindad cainita, nuestra miserable naturaleza, se manifieste de nuevo. Ni siquiera la perversa imbecilidad de los partidos políticos, incluida la permanente mala fe de los nacionalistas, justifica la situación. ETA y sus consecuencias son sólo un indicio más de nuestra incapacidad para obrar con rectitud. Síntomas de la sucia España de toda la vida, enferma de sí misma; la del rencor y la envidia cobarde; la del por qué él y yo no; la que desprecia cuanto ignora y odia cuanto envidia; la que retorna pidiendo cerillas y haces de leña, exigiendo cunetas y paredones donde ajustar cuentas; la que sólo se calma cuando le meten dinero en el bolsillo o ve pasar el cadáver del vecino de quien codicia la casa, el coche, la mujer, la hacienda. Al observar el comedero de cerdos en que, con la complicidad ciudadana, nuestra infame clase política ha convertido treinta años de democracia bien establecida, se comprenden muchos momentos terribles de nuestra historia. ETA es sólo una variante analfabeta, una degeneración psicópata más. Sin ETA, con Franco o sin él, con Felipe V o el archiduque Carlos, sin los Reyes Católicos o con la madre que los parió, seguiríamos siendo gentuza que si no extermina al adversario es porque no puede; porque ahora está mal visto y queda feo en el telediario. Pero si retrocediéramos en el tiempo y nos dieran un Máuser, un despacho de Gobernación, una toga de juez en juicio sumarísimo, llenaríamos de nuevo los cementerios.
El problema no es ETA. Ni siquiera nuestros miserables políticos lo son. El problema somos nosotros: la vieja, triste y ruin España.
"En mi opinión –que comparto conmigo mismo–, tanto disparate prueba que ETA no es el problema. Que en realidad es sólo un pretexto para que nuestra ruindad cainita, nuestra miserable naturaleza, se manifieste de nuevo."
Arturo Pérez-Reverte
EL GUDARI DE ALSASUA
Tengo delante un mural callejero en plan épico, al estilo de los del IRA: un aguerrido combatiente por la libertad y la independencia, remangado y viril, puño en alto y Kalashnikov en la otra mano, con las palabras Euskal herría dugu irabazteko –tenemos que ganar Euskalerría– pintadas al lado. Y qué bonito y alentador sería todo eso, me digo al echarle un vistazo, como ejemplo para jóvenes y demás, si la patria a la que se refiere el mural hubiera sido invadida por los ingleses en el siglo XII, y luego hubiese sufrido guerras de exterminio y represiones cruentas, con miles de deportados a las colonias –véanse las guías telefónicas de Estados Unidos y Australia–, y en 1916 hubiera vivido una insurrección general con combates callejeros y muchos fusilados, y luego independencia con amputación territorial, domingos sangrientos con soldados asesinando a manifestantes, y junto a las ratas pistoleras de coche bomba o tiro en la nuca y salir corriendo, que las hubo y no pocas, hubiese habido también, que nunca faltaron, cojones suficientes para asaltar a tiro limpio cuarteles y comisarías, jugándosela de verdad, mientras en las calles los niños se enfrentaban con piedras al Ejército británico. Etcétera.
Pero resulta que no. Que de Irlanda, nada. Que el mural al que me refiero está en una calle de Alsasua, Navarra, y que la patria a la que se refiere, integrada con el resto de los pueblos de España, partícipe y protagonista de su destino común desde los siglos XIII y XIV, goza hoy de un nivel de autonomía y autogobierno desconocido en ningún lugar de Europa, incluida la parte de Irlanda que aún es británica. O sea, que no es lo mismo; por mucho que se busquen paralelismos con lo que ni es ni nunca fue, y por mucho que ciertos cantamañanas que no tienen ni pajolera idea de las historias irlandesa y vasca sigan el juego idiota de la patria oprimida. Aquí, ahora, los oprimidos son otros. Por ejemplo, los dos pobres ecuatorianos de la T-4, oprimidos por toneladas de escombros.
Y ahora, la pregunta del millón de mortadelos: si faltan cojones y fundamento histórico, si los heroicos gudaris del mural de Alsasua no son, aquí y ahora –basta ver sus fotos y leer su correspondencia cuando los trincan–, sino doscientos tiñalpas incultos y descerebrados, sin otra ideología que la violencia irracional al servicio de quimeras difusas e imposibles, ¿cómo es posible que esos fulanos, sin otra inquietud intelectual que averiguar cuáles son los polos positivo y negativo de las pilas que harán estallar la bomba o el lado de la pistola por donde sale la bala, hayan conseguido que toda España esté pendiente de ellos, que la política nacional sea tan crispada y sucia que hasta los emigrantes terminen dividiéndose, y que, como en los viejos tiempos, periodistas de Telemadrid sean atacados por ultrafachas y lectores con El País bajo el brazo se vean perseguidos al grito de rojos e hijos de la gran puta?
En mi opinión –que comparto conmigo mismo–, tanto disparate prueba que ETA no es el problema. Que en realidad es sólo un pretexto para que nuestra ruindad cainita, nuestra miserable naturaleza, se manifieste de nuevo. Ni siquiera la perversa imbecilidad de los partidos políticos, incluida la permanente mala fe de los nacionalistas, justifica la situación. ETA y sus consecuencias son sólo un indicio más de nuestra incapacidad para obrar con rectitud. Síntomas de la sucia España de toda la vida, enferma de sí misma; la del rencor y la envidia cobarde; la del por qué él y yo no; la que desprecia cuanto ignora y odia cuanto envidia; la que retorna pidiendo cerillas y haces de leña, exigiendo cunetas y paredones donde ajustar cuentas; la que sólo se calma cuando le meten dinero en el bolsillo o ve pasar el cadáver del vecino de quien codicia la casa, el coche, la mujer, la hacienda. Al observar el comedero de cerdos en que, con la complicidad ciudadana, nuestra infame clase política ha convertido treinta años de democracia bien establecida, se comprenden muchos momentos terribles de nuestra historia. ETA es sólo una variante analfabeta, una degeneración psicópata más. Sin ETA, con Franco o sin él, con Felipe V o el archiduque Carlos, sin los Reyes Católicos o con la madre que los parió, seguiríamos siendo gentuza que si no extermina al adversario es porque no puede; porque ahora está mal visto y queda feo en el telediario. Pero si retrocediéramos en el tiempo y nos dieran un Máuser, un despacho de Gobernación, una toga de juez en juicio sumarísimo, llenaríamos de nuevo los cementerios.
El problema no es ETA. Ni siquiera nuestros miserables políticos lo son. El problema somos nosotros: la vieja, triste y ruin España.
lunes, 5 de febrero de 2007
Nuestras instituciones
¡Basta Ya! 2007/02/05
"El mensaje público que nos da esta gente siempre viene a ser el mismo: cuanto favorece el libre juego del nacionalismo es sin duda “nuestro” y en cambio nos es ajeno lo que suena a control de los apetitos nacionalistas por un Estado de Derecho que responde a criterios no territoriales ni etnicistas."
FERNANDO SAVATER
Nuestras instituciones
Cuentan que, en su época de gloria presidencial, el general De Gaulle se tomaba muy a pecho las opiniones que la televisión francesa (entonces no había la proliferación de cadenas actual) ofrecía sobre su gobierno. Y las comentaba con el paciente Pompidou. Cuando eran elogiosas, apostillaba satisfecho: “Ya ve usted lo que dice nuestra televisión”. Si eran tibias o poco entusiastas, carraspeaba: “Vaya, dice la televisión…”. Pero si por un acaso eran francamente críticas y adversas, tronaba: “¿Ha visto lo que dice su televisión?”
He recordado esta anécdota al ver la pancarta de la manifestación del lunes: “En defensa de nuestras instituciones”. Como ya se ha hecho notar, el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco es una institución tan “nuestra”, es decir tan propia e imprescindible del régimen autonómico de la CAV como la lehendakaritza o cualquier otra (y como las del resto del Estado español, claro está). No deja de ser preocupante –aunque ya llueve sobre sumamente mojado- que el ejecutivo vasco parezca considerar propias solamente las instituciones que le son favorables y cuando lo son, mientras que si se comportan con una independencia que le resulta molesta las tenga por “indeseables” o por imposiciones venidas de algún mundo extraño. Aunque en un tono más burgués y sosegado, los manifiestos que fueron leídos al final de la marcha por los dos lehendakaris anteriores tenían un cierto toque del dos de mayo y de homenaje al alcalde de Móstoles: “¡ciudadanos, la patria está en peligro!”. El mensaje público que nos da esta gente siempre viene a ser el mismo: cuanto favorece el libre juego del nacionalismo es sin duda “nuestro” y en cambio nos es ajeno lo que suena a control de los apetitos nacionalistas por un Estado de Derecho que responde a criterios no territoriales ni etnicistas.
Últimamente se nos asestan todos los días notables sandeces sobre la justicia en los países democráticos y sobre el papel de la judicatura. Por ejemplo, una de ellas –con motivo del rechazo de la excarcelación de De Juana Chaos- es que la justicia “no debe ser vengativa”. Toda justicia penal está fundamentalmente basada en la reciprocidad de devolver mal por mal, es decir, en una forma de venganza institucional regulada y disuasoria que sustituya a la inevitable venganza personal, desmesurada e inacabable. ¿Acaso no es el castigo una forma de venganza? Es verdad que en la época moderna se ha introducido un elemento de regeneración y reinserción del reo (nunca automático, siempre voluntario y sometido a comprobación) pero ello no impide que el fondo vengativo de “saldar cuentas” esté siempre presente. Negarlo es sólo un eufemismo bienpensante, como llamar “empleadas de hogar” a las criadas o “tercera edad” a quienes somos viejos. Pues bien, ahora se nos informa como si de un gran descubrimiento se tratase de que “los jueces no son vacas sagradas” y también de que “las sentencias judiciales no deben condicionar la política”. Merecen comentario tan sesudos descubrimientos.
Porque, en efecto, los jueces no son vacas sagradas. Ni los árbitros de fútbol, cuyas decisiones deben ser acatadas en el campo de juego porque si no sería imposible el partido. Ni tampoco los políticos, ya sean presidentes, ministros o diputados. Ni siquiera los obispos son vacas sagradas, por mucho que hagan sonar sus esquilas. En todos estos campos hay muchos cabestros, desde luego, pero ninguna vaca sagrada. Precisamente la división de poderes, cuya teorización se atribuye con más o menos propiedad a Montesquieu, se basa en que la sociedad democrática debe considerar sospechosa toda pretensión de que un poder sea “sagrado”, es decir: intocable, incontrolable. Las instituciones se sirven de contrapeso unas a otras: el ejecutivo no legisla ni juzga sino que gobierna, el legislativo ni gobierna ni juzga sino que legisla, el judicial aplica las leyes que no crea sin pretender gobernar. Lo pueden hacer bien, mal o regular pero ninguna de estas instancias tiene derecho al “noli me tangere”. Ni desde luego ninguna puede proclamar con arrogancia absolutista: “el pueblo soy yo, quién me ofende a mi está ofendiendo al pueblo soberano”. ¡Venga ya!
Pero los indignados suelen añadir que los jueces” no pueden condicionar la política”. ¿Y si fuera precisamente al revés? Batasuna es un partido político ilegal dentro de España y considerado terrorista en la Unión Europea. Si el lehendakari se entrevista con sus conocidísimos portavoces públicamente, no una sino varias veces, la última de ellas después del atentado de Barajas que no han condenado (sólo se muestran “confundidos” por el comunicado de ETA)… ¿no es acaso Ibarretxe quien está intentando condicionar la legalidad tratando como respetables “sensibilidades políticas” a planteamientos fuera de la ley y de la simple decencia? ¿No da apariencia de legalidad y normalidad democrática a lo que explícita, reiterada y sangrantemente la conculca? La actitud del lehendakari interfiere con el ámbito de la legalidad que los jueces tienen que hacer cumplir por lo menos tanto como cualquier sentencia judicial puede incidir en las prácticas políticas. Y para muchos ciudadanos –vascos y del resto de España, que en estos asuntos todos tenemos voz y voto en el Estado del que formamos parte- tan “nuestra” y respetable es la institución judicial como la presidencia autonómica que encarna Ibarretxe o cualquier otro cargo público. Por cierto, a estas alturas siempre hay alguno que salta: pero es que a los jueces no se les elige por votación, como a los políticos. Cierto, pero ello se debe a que para ser juez hacen falta ciertos conocimientos específicos mientras que no se requiere ninguno para ser político. Ni para ser votante.
Es muy posible que Ibarretxe no haya cometido ningún delito recibiendo a Otegi, sólo una imprudencia y una muestra más de que no es el lehendakari de todos como presume sino profundamente sectario (se reúne con Batasuna porque expresa una “sensibilidad” social pero no responde al abogado del Foro de Ermua porque este movimiento “sólo busca el odio y la crispación”: actitud repugnante dónde las haya, por mucho que se la celebren los acólitos). Y si no ha delinquido, naturalmente no tiene nada que temer de los jueces, ni de derechas ni de izquierdas. Pero a muchos nos tranquiliza saber que si ahora (o mañana, nunca se sabe) cometiese un delito, sería juzgado como cualquier otro ciudadano. Porque las instituciones autonómicas vascas son parte del Estado de Derecho español y no desde luego un estado aparte ni un territorio fuera del alcance de las leyes vigentes. Que los nacionalistas se manifiesten cuanto quieran para arropar a su líder pero que no se les olvide esa sencilla verdad esencial.
"El mensaje público que nos da esta gente siempre viene a ser el mismo: cuanto favorece el libre juego del nacionalismo es sin duda “nuestro” y en cambio nos es ajeno lo que suena a control de los apetitos nacionalistas por un Estado de Derecho que responde a criterios no territoriales ni etnicistas."
FERNANDO SAVATER
Nuestras instituciones
Cuentan que, en su época de gloria presidencial, el general De Gaulle se tomaba muy a pecho las opiniones que la televisión francesa (entonces no había la proliferación de cadenas actual) ofrecía sobre su gobierno. Y las comentaba con el paciente Pompidou. Cuando eran elogiosas, apostillaba satisfecho: “Ya ve usted lo que dice nuestra televisión”. Si eran tibias o poco entusiastas, carraspeaba: “Vaya, dice la televisión…”. Pero si por un acaso eran francamente críticas y adversas, tronaba: “¿Ha visto lo que dice su televisión?”
He recordado esta anécdota al ver la pancarta de la manifestación del lunes: “En defensa de nuestras instituciones”. Como ya se ha hecho notar, el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco es una institución tan “nuestra”, es decir tan propia e imprescindible del régimen autonómico de la CAV como la lehendakaritza o cualquier otra (y como las del resto del Estado español, claro está). No deja de ser preocupante –aunque ya llueve sobre sumamente mojado- que el ejecutivo vasco parezca considerar propias solamente las instituciones que le son favorables y cuando lo son, mientras que si se comportan con una independencia que le resulta molesta las tenga por “indeseables” o por imposiciones venidas de algún mundo extraño. Aunque en un tono más burgués y sosegado, los manifiestos que fueron leídos al final de la marcha por los dos lehendakaris anteriores tenían un cierto toque del dos de mayo y de homenaje al alcalde de Móstoles: “¡ciudadanos, la patria está en peligro!”. El mensaje público que nos da esta gente siempre viene a ser el mismo: cuanto favorece el libre juego del nacionalismo es sin duda “nuestro” y en cambio nos es ajeno lo que suena a control de los apetitos nacionalistas por un Estado de Derecho que responde a criterios no territoriales ni etnicistas.
Últimamente se nos asestan todos los días notables sandeces sobre la justicia en los países democráticos y sobre el papel de la judicatura. Por ejemplo, una de ellas –con motivo del rechazo de la excarcelación de De Juana Chaos- es que la justicia “no debe ser vengativa”. Toda justicia penal está fundamentalmente basada en la reciprocidad de devolver mal por mal, es decir, en una forma de venganza institucional regulada y disuasoria que sustituya a la inevitable venganza personal, desmesurada e inacabable. ¿Acaso no es el castigo una forma de venganza? Es verdad que en la época moderna se ha introducido un elemento de regeneración y reinserción del reo (nunca automático, siempre voluntario y sometido a comprobación) pero ello no impide que el fondo vengativo de “saldar cuentas” esté siempre presente. Negarlo es sólo un eufemismo bienpensante, como llamar “empleadas de hogar” a las criadas o “tercera edad” a quienes somos viejos. Pues bien, ahora se nos informa como si de un gran descubrimiento se tratase de que “los jueces no son vacas sagradas” y también de que “las sentencias judiciales no deben condicionar la política”. Merecen comentario tan sesudos descubrimientos.
Porque, en efecto, los jueces no son vacas sagradas. Ni los árbitros de fútbol, cuyas decisiones deben ser acatadas en el campo de juego porque si no sería imposible el partido. Ni tampoco los políticos, ya sean presidentes, ministros o diputados. Ni siquiera los obispos son vacas sagradas, por mucho que hagan sonar sus esquilas. En todos estos campos hay muchos cabestros, desde luego, pero ninguna vaca sagrada. Precisamente la división de poderes, cuya teorización se atribuye con más o menos propiedad a Montesquieu, se basa en que la sociedad democrática debe considerar sospechosa toda pretensión de que un poder sea “sagrado”, es decir: intocable, incontrolable. Las instituciones se sirven de contrapeso unas a otras: el ejecutivo no legisla ni juzga sino que gobierna, el legislativo ni gobierna ni juzga sino que legisla, el judicial aplica las leyes que no crea sin pretender gobernar. Lo pueden hacer bien, mal o regular pero ninguna de estas instancias tiene derecho al “noli me tangere”. Ni desde luego ninguna puede proclamar con arrogancia absolutista: “el pueblo soy yo, quién me ofende a mi está ofendiendo al pueblo soberano”. ¡Venga ya!
Pero los indignados suelen añadir que los jueces” no pueden condicionar la política”. ¿Y si fuera precisamente al revés? Batasuna es un partido político ilegal dentro de España y considerado terrorista en la Unión Europea. Si el lehendakari se entrevista con sus conocidísimos portavoces públicamente, no una sino varias veces, la última de ellas después del atentado de Barajas que no han condenado (sólo se muestran “confundidos” por el comunicado de ETA)… ¿no es acaso Ibarretxe quien está intentando condicionar la legalidad tratando como respetables “sensibilidades políticas” a planteamientos fuera de la ley y de la simple decencia? ¿No da apariencia de legalidad y normalidad democrática a lo que explícita, reiterada y sangrantemente la conculca? La actitud del lehendakari interfiere con el ámbito de la legalidad que los jueces tienen que hacer cumplir por lo menos tanto como cualquier sentencia judicial puede incidir en las prácticas políticas. Y para muchos ciudadanos –vascos y del resto de España, que en estos asuntos todos tenemos voz y voto en el Estado del que formamos parte- tan “nuestra” y respetable es la institución judicial como la presidencia autonómica que encarna Ibarretxe o cualquier otro cargo público. Por cierto, a estas alturas siempre hay alguno que salta: pero es que a los jueces no se les elige por votación, como a los políticos. Cierto, pero ello se debe a que para ser juez hacen falta ciertos conocimientos específicos mientras que no se requiere ninguno para ser político. Ni para ser votante.
Es muy posible que Ibarretxe no haya cometido ningún delito recibiendo a Otegi, sólo una imprudencia y una muestra más de que no es el lehendakari de todos como presume sino profundamente sectario (se reúne con Batasuna porque expresa una “sensibilidad” social pero no responde al abogado del Foro de Ermua porque este movimiento “sólo busca el odio y la crispación”: actitud repugnante dónde las haya, por mucho que se la celebren los acólitos). Y si no ha delinquido, naturalmente no tiene nada que temer de los jueces, ni de derechas ni de izquierdas. Pero a muchos nos tranquiliza saber que si ahora (o mañana, nunca se sabe) cometiese un delito, sería juzgado como cualquier otro ciudadano. Porque las instituciones autonómicas vascas son parte del Estado de Derecho español y no desde luego un estado aparte ni un territorio fuera del alcance de las leyes vigentes. Que los nacionalistas se manifiesten cuanto quieran para arropar a su líder pero que no se les olvide esa sencilla verdad esencial.
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