Expansión 26/09/06
Henry I. Miller. Miembro de la junta de Gobierno de la Hoover Institution (Universidad de Stanford) / Gregory Conko. Director de Políticas de Seguridad Alimentaria del Instituto de Competitividad Empresarial en Washington
Una perspectiva pública sobre los transgénicos
Pocas innovaciones agrícolas o culinarias han resultado tan polémicas como la modificación genética en las especies vegetales. En una reunión celebrada hace unos meses en Madrid, ministros de Agricultura de todo el mundo se comprometieron a hacer un mejor uso de los recursos fitogenéticos para erradicar la pobreza y el hambre y garantizar la sostenibilidad medioambiental.
Para lograr este objetivo de la mejor manera posible es necesario un uso más amplio de las plantas modificadas genéticamente. Sin embargo, las encuestas muestran que muchos europeos siguen preocupados por los alimentos modificados genéticamente.Desafortunadamente, el debate público ha sido dirigido más por la pasión, la política y las agendas ocultas que por los hechos y por un juicio sólido, y los activistas con motivaciones ideológicas han extendido una gran mentira: que los productos modificados genéticamente no están regulados ni probados y que no existe una demanda. La realidad es muy diferente. La UE ha establecido un procedimiento legislativo que permite a una minoría de Estados miembros rechazar el registro de nuevos productos OGM (Organismos Genéticamente Modificados), incluso aquellos que han superado los draconianos, poco científicos y enormemente costosos requisitos legales. Éstos incluyen miles de exámenes, a menudo redundantes, en laboratorios, en invernaderos y en campo abierto. Posteriormente exigen un estricto régimen de etiquetado, que ha generado que estos alimentos se conviertan en el centro de muchos ataques. Y por último, conllevan la exigencia de la ‘trazabilidad’, que permite seguir la pista a los ingredientes OGM a lo largo de toda la cadena alimentaria hasta el campo en que fueron cultivados. Las autoridades europeas han reconocido que la normativa de etiquetado y trazabilidad no tiene nada que ver con la protección de la salud de los consumidores ni con el medio ambiente. Un informe realizado por la misma Unión Europea que resume los resultados de 81 proyectos de investigación financiados por ésta durante quince años concluyó que las plantas y los alimentos OGM constituyen unos alimentos tan seguros –y a menudo más que sus equivalentes convencionales– precisamente porque se producen gracias a técnicas científicas con un alto grado de precisión y fiabilidad. Literalmente, miles de estudios de laboratorio, de invernadero y de campo demuestran que los riesgos de las plantas y los alimentos OGM son mínimos, que sus ventajas son muchas y que ofrecen un extraordinario potencial de futuro. En la actualidad, 8,5 millones de agricultores de 21 países cultivan cada año variedades OGM sobre una superficie de más de 50 millones de hectáreas. Solamente en Estados Unidos se han consumido más de un trillón de raciones de alimentos que contienen ingredientes OGM, y no se ha documentado ni un solo caso de problemas de salud en las personas, ni de perjuicio a un ecosistema.Los científicos consideran de forma prácticamente unánime que las técnicas de modificación genética son en esencia una mejora de otras anteriores, y esa transferencia o modificación genética, realizada gracias a las más novedosas técnicas moleculares, no entraña riesgos por sí misma. Como la robótica, la fibra óptica y los superordenadores, la ingeniería genética no es más que una herramienta con amplias aplicaciones. Resulta irónico que sea precisamente el historial de impresionante seguridad de la mejora genética de las plantas lo que las convierta en blanco del alarmismo. Pocos consumidores conocen en qué medida la técnica tradicional de cruce de especies ha cambiado la composición genética de los alimentos que comemos, o lo ‘artificiales’ que son de verdad nuestros alimentos. Los precursores silvestres de casi todas las frutas y verduras que hoy consumimos contenían toxinas, agentes cancerígenos y antinutrientes, pero los niveles de la mayor parte de estas sustancias han sido reducidos mediante un meticuloso proceso de selección. A excepción de setas y de bayas silvestres, casi todas las frutas, verduras y granos presentes en las dietas de Europa y América proceden de plantas mejoradas genéticamente mediante una u otra técnica (y a menudo mediante varias).Cuestión de controlPor lo general, los métodos de selección convencionales introducen miles de genes completamente nuevos en la cadena alimentaria o mutan los existentes en los cultivos, para producir nuevas características o realzar aquéllas más interesantes. En cualquier sistema de selección convencional, la inclusión, eliminación, alteración o mezcla de genes podrían introducir una toxina o un alérgeno, reducir la capacidad alimenticia del cultivo o agregar características debilitadoras o invasoras. Y sin embargo, estas variedades modificadas por métodos convencionales no están sujetas a absolutamente ninguna regulación por parte de las autoridades. Lo que garantiza la seguridad de los alimentos convencionales no es la ausencia completa de riesgo, sino el estricto control al que están sujetos por los agricultores de forma habitual. Pero los opositores a los OGM no están de verdad preocupados por la seguridad. Su auténtica agenda es la aniquilación de una tecnología superior por la que tienen aversión y el perjuicio financiero a las multinacionales que comercializan la mayoría de las semillas OGM. Hasta cierto punto, han logrado afectar a estas grandes compañías, pero el daño colateral infligido a universidades y a pymes, que difícilmente pueden permitirse una regulación excesiva y discriminatoria, ha sido devastador.
Los activistas contrarios a la tecnología y a las empresas temen un mundo en el cual las multinacionales explotadoras conspiran para privar a los agricultores y a los consumidores del mundo de su libertad individual de elección. Y sin embargo, son ellos los culpables de la falsedad y la manipulación que imaginan ver en otros; son ellos los culpables de arrancarles a los científicos su libertad para investigar, a los agricultores su libertad para cultivar, y a los consumidores su libertad para consumir alimentos más nutritivos, más seguros y más baratos.
martes, 26 de septiembre de 2006
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