lunes, 3 de julio de 2006

La herencia de Joska Fischer

ABC 02/07/06

ENRIQUE SERBETO

La herencia de Joska Fischer
Si me lo hubieran dicho hace dos años hubiera pensado que me tomaban el pelo. El rutilante ministro de Asuntos Exteriores alemán de la época de la guerra de Irak, el prototipo de la elegancia progresista, el gran dandi de la izquierda europea, el ilustre dirigente ecologista, el que en su juventud estuvo rozando el «romántico» terreno de las bombas contra el capitalismo devorador, el fustigador de la doctrina norteamericana de la guerra preventiva. Joska Fischer, ¿se acuerdan? Como ministro de Asuntos Exteriores del canciller socialdemócrata Gerhard Schroeder fue la cara más simpática del Gobierno, mantuvo al Partido Verde en lo más alto durante las dos legislaturas y cuando el canciller estaba en horas bajas, la izquierda se apoyaba en su figura, un verdadero puntal para mantener la independencia de Alemania frente a Washington.
Pues bien, todo era mentira. Fischer se retira de la política para siempre y se va a vivir a Estados Unidos. ¡Toma castaña! Eso si que es coherencia. Schroeder al menos no ha ocultado nunca que es un hombre sin escrúpulos. A partir de su retirada vive de lo que le paga Vladímir Putin, (egregio demócrata, dicho sea de paso) para que defienda sus intereses energéticos en Alemania, algo que antes era lo propio de la extrema izquierda, es decir, estar a sueldo de Moscú. Pero el gasoducto del Báltico no es el KGB y Schroeder tiene muchas necesidades, que por algo le llaman «el Audi» porque ya va por su cuarto anillo, y eso son muchas pensiones que pagar cada mes. Y además, se queda en Alemania que ahora que la gobierna Ángela Merkel empieza a salir del hoyo. Solo les falta ganar el mundial y con esa sobredosis de optimismo la canciller puede tener alguna oportunidad de reparar algo de lo que ha dejado molido la socialdemocracia. Al menos a Schroeder hasta se le ha oído lamentarse de que fue demasiado modoso con sus reformas, a la vista del efecto que están teniendo las de Merkel.
Pero lo de Joska Fischer no tiene nombre. ¿Quién no recuerda en aquellos años ochenta, el nacimiento del ecologismo como fuerza alternativa, la renovación del panorama político de la postguerra, Petra Kelly y los primeros «verdes», el «¿Nucleares?, no, gracias», el pacifismo suicida que casi estuvo a punto de prolongar unos años más la tiranía comunista. Pues ya se ve lo que queda de aquello: la industria nuclear paralizada con las consecuencias que ya conocemos; más contaminación con los hidrocarburos, el cambio climático en marcha y el petróleo cualquier día a cien euros. Petra Kelly se suicidó. Y Fischer, que ha sido el gran dirigente ecologista, el que ha llegado más alto en un puesto político, el más influyente de su generación, se va a vivir nada menos que a Estados Unidos. Éste es su legado a la posteridad.

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