EXPANSIÓN 20/02/2006
A vueltas con Voltaire
Tom Burns
Creo que hay que seguir machacando, traca traca, con esto de las Viñetas y Voltaire y tener la cabeza clara sobre lo que está en juego. Y creo que en todo ello hay que tener muy presente a François-Marie Arouet, alias Voltaire, nacido en París poco antes del comienzo del siglo de las Luces. Soy, por lo general, escéptico, pero creo en la importancia de la libertad de expresión con la misma certeza que enmarco las contadas creencias íntimas que me acompañan. En eso, uno es liberal.
El riguroso analista que es David Mathieson, al comentar en estas páginas, la semana pasada, la bronca musulmana que han provocado las viñetas satíricas sobre Mahoma (EXPANSIÓN, 15 de febrero), nos recordaba el célebre compromiso de Voltaire de defender hasta la muerte el derecho a decir lo que se quiera aun estando en profundo desacuerdo con lo que se dice. Me temo que, cómodamente instalados como estamos en la democracia propia de un Estado liberal, no somos conscientes de nuestra deuda con la Ilustración; el estudio de la historia cae en desuso y, al paso que vamos, pocos sabrán cosa alguna de ese espíritu independiente volteriano y de las batallas que se libraron, a lo largo del XVII, contra el absolutismo y la superstición. Libertad de expresión
Estamos cuestionando la libertad de expresión y me pregunto por lo que diría de nosotros en esta tesitura ese agitador de gente relajada que fue Voltaire, educado por los jesuitas pero capaz de escaparse de ellos con su agnosticismo racional, que conoció a John Locke y a Isaac Newton cuando viajó a Inglaterra para refrescar sus ideas, y que colocó su Cándido en el canon imprescindible de nuestra experiencia y conocimiento occidental. Se me ocurre que Voltaire diría que somos tan cobardes como tontos. Algo parecido hubiera dicho Winston Churchill, que también sabía mucho de los riesgos que incurren las políticas de apaciguamiento.
Tengo la certeza de que con cualquier cuestionamiento de la libertad de expresión que surge como timorata reacción ante la protesta violenta de la manipulada chusma del fanatismo islámico, todo nuestro sistema de libertades se coloca en el disparadero porque la libertad de expresión es la piedra angular sobre la cual se edifican todas las demás. Eso nos lo enseñan los clásicos. Por tener libertad de expresión nos enteramos de las obscenidades cometidas por carceleros estadounidenses en el penal de Abu Ghraib, de las sádicas bestialidades de la tropa británica, y desde hace tiempo conocemos ambos comportamientos en Guantánamo. Todo eso y más es el pan nuestro de cada día en los regímenes totalitarios del mundo islámico, y añadiría a la Cuba que rodea Guantánamo, pero de ello no nos enteramos. Esta libertad de expresión es la grandeza del estado liberal.
Me parece degradante y horripilante el espectáculo que han dado tantos líderes occidentales cuando se han apresurado a distanciarse de las dichosas viñetas danesas que tanto han ofendido al mundo del Islam y han ofrecido excusas a todo musulmán que tenían a mano. Esto de comprender y compartir el dolor de los que se manifestaban ultrajados me parece tan falso como necio y, lo que es peor, peligroso.
El peligro lo escenifica perfectamente un profesor de historia llamado Faisal Devji, que da clases en ese templo de tolerancia progresista que es la New School de Manhattan, y que se ha dado a conocer a un gran público con su reivindicación de la ética de AlQaeda. Lo que viene a decir es que la libertad de expresión no tiene sentido alguno para los cientos de millones de creyentes conectados por medios globalizados, que conforman el entorno musulmán desde Filipinas hasta el Níger. Pasan olímpicamente del estado liberal, de la nación y de la ciudadanía que la sustenta y, por supuesto, no otorgan valor alguno a la libertad de expresión de Voltaire y compañía porque no les llegó nunca al siglo de las Luces. Escribiendo la semana pasada en el Financial Times, Faisal Devji explicó, de una manera muy confusa, que lo que retaba a la democracia liberal no era el absolutismo del pasado sino el Islam del futuro mundo digitalizado.A mí, como supongo que a cualquiera, el paradigma islámico de un mundo nuevo me suena al nazismo y el fascismo que derrotaron las democracias liberales en la Segunda Guerra Mundial y al comunismo que fue derrotado en la Guerra Fría. Y, a la vez, refuerza mi convicción de que, conseguida algo así como la paz perpetua en Occidente, estamos ante el Choque de Civilizaciones. Si hay diálogo que comience con el respeto a nuestros propios valores. Y esto significa que los musulmanes tienen que entender que los ciudadanos occidentales tienen el derecho de criticar, de ridiculizar y hasta de mofarse de su religión como lo hacen un día sí y otro también de su propia herencia judeo-cristiana. El Islam no tienen ningún derecho especial de protección en el toma y daca intelectual, político y social de una ciudadanía que se hizo mayor con la Ilustración. Proponer medidas contra la blasfemia es retroceder doscientos cincuenta años y lapidar de nuevo a Voltaire.
lunes, 20 de febrero de 2006
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