ABC 2007/01/28
"El problema del progresismo español no es que se esté inventando una guerra civil a su gusto. Es que ni siquiera tiene claro lo que fue el franquismo"
JON JUARISTI
Curas
UN día cualquiera de 1975, mientras la farándula se declaraba en huelga tras treinta y seis años de leales servicios al régimen, en una iglesia madrileña de barrio menestral los tibios y los ateos asistían fervorosamente a misa para despistar al supervisor de la diócesis y salvar a su párroco más o menos preconciliar de un traslado forzoso. No se trata de una historia real, sino de la última entrega de la serie Cuéntame, emitida por TVE-1 el pasado jueves.
El episodio está calcado, por supuesto, de aquella secuencia de El hombre tranquilo, de John Ford, en que, una vez terminada la homérica pelea entre Thornton (John Wayne) y Donaher (Victor MacLaglen), los vecinos católicos de Innisfree, incluyendo al párroco, aclaman al obispo anglicano durante la visita de este al pintoresco pueblo irlandés, haciéndose pasar por la inexistente feligresía del vicario local de la Iglesia de Inglaterra. En su juventud, el gran poeta nacionalista (y protestante) William Butler Yeats escribió un magnífico poema sobre la isla lacustre de Innisfree, en el condado de Sligo: una variante del tópico de la vida retirada donde oponía la paz idílica del campo a la agitación de Dublín. La Innisfree de Ford no es la isla de Yeats, sino una aldea imaginaria de la República de Irlanda bajo el segundo gobierno de Eamon de Valera.
Yeats no pudo acabar sus días en Innisfree ni en Sligo. Murió en Francia, a comienzos de 1939. Los republicanos pugnaban entonces por excluir de la política a la minoría protestante, y Yeats, que había sido senador del Estado Libre, sufrió durante sus últimos años una suerte de ostracismo tácito. Como él, otras figuras descollantes del renacimiento literario irlandés murieron en un exilio no reconocido (O´Casey en Inglaterra; Joyce, en Suiza), preludiando lo que iba a ser el destino de otros brillantes disidentes como Samuel Beckett. Todavía en 1952, cuando Ford estrenó su película, la vida no era cómoda en la Irlanda rural para los protestantes, y que en el Ulster presbiteriano se humillara a los católicos no hacía su situación más llevadera (al contrario: la empeoraba). Ford maquilló hábilmente la realidad histórica para tranquilizar las conciencias de la diáspora irlandesa que lo aclamaba en América y que, veinte años después, se convertiría en el principal soporte financiero del IRA.
Los literatos y los historiadores de la Irlanda contemporánea han desmentido por completo esta visión edulcorada (basta hojear las novelas populares de Frank McCourt o Roddy Doyle para cerciorarse del fin del idilio). Por eso, el recurso de los guionistas de Cuéntame al viejo truco de Ford resulta por lo menos chusco en estos tiempos de laicismo rampante. El problema del progresismo español no es que se esté inventando una guerra civil a su gusto. Es que ni siquiera tiene claro lo que fue el franquismo. Cuéntame constituye un precioso monumento a la memoria histórica...de sus autores. Como evocación de la España de Franco vale tanto como Los chicos del Preu, de Pedro Lazaga, con signo ideológico opuesto. La tragedia de la Iglesia católica española, desconcertada por el Concilio Vaticano II y dividida en banderías inconciliables -y perdón por el retruécano- ni siquiera se asoma a la saga de los Alcántara. No ya en 1975: diez años antes se iniciaba una apostasía en masa que vació los seminarios y nutrió a la extrema izquierda (y en el País Vasco, a ETA).
El anticristianismo programático y militante de nuestra progresía no tiene las mismas causas que la indiferencia religiosa generalizada en países de antigua secularización. Delata, por el contrario, el cercano origen eclesial de la izquierda -excluyo al hoy insignificante partido comunista- y el correlativo fracaso de una educación católica administrada en dosis homeopáticas. Quizá sea este último aspecto lo único que queda medianamente claro en Cuéntame: el sopicaldo mental de unas generaciones que se aburrían en misa y que creen, como Carlitos Alcántara, haber estudiado el catecismo del padre Ripalda. No es de extrañar que piensen que el socialismo consiste en encabronar a los católicos. Ay, si don Pablo Iglesias levantara la cabeza...
domingo, 28 de enero de 2007
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