ABC 29/05/06
ÁLVARO DELGADO-GAL
Leviatán posmoderno
... Lo que caracteriza al derecho natural es la noción, precisamente la noción, de que existe una justicia que vale para todo el mundo, sin distinción de tiempo ni de lugar...LOS que no han leído a Hobbes identifican, automáticamente, a Leviatán con el monarca absoluto. Pero los lectores de Hobbes saben que éste, ateniéndose a la tipología clásica, afirma que el gobierno absoluto puede recaer, igualmente, en una aristocracia o en una asamblea compuesta por el conjunto de los ciudadanos. O sea, en una democracia. Yerran quienes confunden el principio democrático con el respeto de la libertad. La especie «democracia» versa sobre el origen del poder legítimo, no sobre las garantías individuales. ¿Por qué les digo esto? Por un escrúpulo, o mejor, un pasmo que me ha sobrevenido tras leer la increíble entrevista que Paolo Flores D´Arcais, coeditor de la revista «Micromega», ha celebrado hace tres meses con Rodríguez Zapatero. Se puede acceder a una versión íntegra de la entrevista en el número de abril de «Claves de la Razón Práctica».Aunque el documento no tiene desperdicio, y debiera ser consultado por todo zapatólogo que se precie, lo verdaderamente mollar del diálogo procede, no de nuestro presidente, que escucha más de lo que habla, sino de D´Arcais, un hombre vanidoso e incauto, y por lo mismo, maravillosamente revelador del desarreglo en que ha ingresado cierta izquierda. Ahora, átense los cinturones, porque la más vertiginosa montaña rusa del mayor parque de atracciones que hayan conocido los tiempos es nada al lado de lo que van a ver.Llevemos el asunto por sus pasos. D´Arcais exalta el matrimonio homosexual como un logro de dimensiones históricas. Y sostiene otras dos tesis, una negativa y otra positiva. La tesis negativa es que el derecho natural constituye una antigualla ridícula, que la Iglesia católica cultiva con propósitos esencialmente demagógicos. La tesis positiva es que el gran logro de Occidente consiste en la defensa y propagación de los derechos individuales. ¿Es coherente el vilipendio del derecho natural con el éxtasis de los derechos individuales? Cualquier aficionado a la historia de la ideas contestaría a la pregunta con un «no» rotundo. Representa un dato perfectamente filiado que el concepto de derecho individual, en la acepción todavía operativa del término, brotó de un terreno previamente labrado por filósofos como Vitoria o Suárez. Los hugonotes recogen el legado, al que Locke infunde un perfil reconociblemente moderno. La antorcha pasa luego a la Constitución de los Estados Unidos, transida de derecho natural. No es menester, con todo, atarearse en estas finezas historiográficas para caer en la cuenta de que derecho natural y derechos individuales se hallan íntimamente enlazados. Los derechos individuales pretenden revestir alcance universal, y lo que caracteriza al derecho natural es la noción, precisamente la noción, de que existe una justicia que vale para todo el mundo, sin distinción de tiempo ni de lugar. Por eso el derecho natural se enfrenta al positivo. Y por eso los campeones de los derechos individuales estiman que el régimen saudí viola derechos, aunque Riad no sea Washington ni el wahabismo se sitúe en la misma tradición cultural que el sistema de ideas que inspiró a los constituyentes americanos. ¿Por qué opone entonces D´Arcais el derecho natural y los derechos individuales?La respuesta que voy a proponerles parece inverosímil. Pero temo, ¡ay!, que no marra demasiado la diana. La razón auténtica por la que D´Arcais, más allá de tales o cuales repulgos anticatólicos, aborrece del derecho natural, es que éste presupone un objeto estable al que aplicarse. Presupone, entiéndase, una naturaleza humana anterior a los actos del legislador. Lo propio del legislador, conforme al derecho natural, no es definir al hombre sino reconocer que existe, existe como algo distinguido por propiedades que nosotros no hemos elegido y que hemos de respetar. Y esto se le antoja aburrido y decepcionante al intelectual italiano. ¿El motivo? El motivo es que si el hombre es lo que es y no lo que queramos que sea, lo que pasa es que la política pierde glamour. El legislador democrático no podrá permitirse las aventuras, los experimentos apasionantes, que serían agibles si el hombre, en vez de ser una cosa hecha, fuera sólo una cosa por hacer, una materia infinitamente dócil a los arbitrios e invenciones del demiurgo virtuoso.Abona esta exégesis el modo en que D´Arcais enuncia los méritos y calidades del matrimonio homosexual. D´Arcais percibe en la iniciativa de Zapatero un triunfo, no ya sobre los prejuicios sociales, sino sobre la propia naturaleza: «La mutación antropológica que su ley introduce -D´Arcais se dirige a Zapatero- marcará una etapa en la historia de la humanidad». «Mutación antropológica» remite, irresistiblemente, a «mutación genética», esto es, a una mudanza en la constitución de un organismo material, un organismo que en este caso coincidiría con un ser humano. Se diría que, gracias a una ley emanada del Parlamento, se ha enmendado la plana a la jerarquía de los seres vivos, y que si Linneo volviese de su tumba habría de averiguar, en sus clasificaciones, un nicho inédito para nuestra especie, la cual habría logrado sublimar misteriosamente los límites inherentes a la reproducción sexuada.Se trata, de suyo va, de un juego de palabras. Pero estos juegos de palabras han dejado de ser inocentes después de la incursión arrolladora del pensamiento posmoderno en la nueva izquierda. El pensamiento posmoderno, en efecto, es proclive a concebir la realidad como un texto, y el texto, como algo radicalmente abierto a las estrategias interpretativas de quien lo lee. En los términos usados por Umberto Eco: «El texto es sólo una máquina diseñada para generar interpretaciones». El resultado de ambos movimientos es la tendencia a decir que la realidad, en cuanto texto, acabará asumiendo los contenidos que nosotros, sus lectores, decidamos atribuirle. La realidad será, en fin, como nosotros decretemos que sea. Por ejemplo: además de aseverar, no sin fundamento, que la nación, los roles sexuales o las teorías científicas son construcciones sociales, los posmodernos dan un paso ulterior y afirman que el pasado histórico en que se fundan las naciones, los géneros sexuales en sí mismos considerados, o las verdades que descubre la ciencia, son también construcciones sociales. En varios sentidos, el posmodernismo integra una de las variantes del idealismo, en su versión potencialmente más frenética. ¿Hemos concluido? No. El idealismo frenético empuja hacia el voluntarismo frenético: si el mundo equivale a las ideas que acumulo sobre él, y yo controlo mis ideas, yo seré capaz de controlar el mundo. ¿Cómo? Ideándolo a mi antojo, o si se prefiere, redescribiéndolo a mi antojo. En la cita de D´Arcais que les hice antes, omití adrede una inserción entre paréntesis. Ha llegado el momento de rescatarla. D´Arcais dice que Zapatero ha introducido su «mutación antropológica» a través de «una parsimonia verbal (cursivas mías) extrema: en lugar de «marido» y «mujer» se habla de «cónyuge», sin especificar sexo».Ustedes pensarán que todo esto es una memada. Y llevarán más razón que un santo. Elhombre mutado «verbalmente» por Zapatero no podrá dar a luz, por mucho que conste como matrimoniado con otro hombre en el Registro Civil. Ahora bien, la acción política no tiene por qué inspirarse en móviles racionales. El posmoderno devenido en legislador se dedicará a metamorfosear la realidad circunstante -valores, relaciones sociales y personales, propiedad, lo que se ponga a tiro- a golpe de ideaciones, o sea, de BOE. D´Arcais, sin ir más lejos, propone reinventar la democracia representativa, lo que no suena especialmente tranquilizador. Una izquierda en la línea de D´Arcais, una izquierda desinhibida por el delirio posmoderno, procurará recuperar, mediante la apelación al utopismo legislativo, lo que no ha conseguido en la calle o en la fábrica: la revolución. Leviatán ha resucitado. Vibra su espada, ansiosa de ganar batallas.
martes, 30 de mayo de 2006
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