El País, 2007-10/17
ELVIRA LINDO
Patrias
Hay una patria que nos concede la condición de ciudadanos. Hay una patria que nos facilita el pasaporte, que nos permite viajar siendo extranjeros documentados; hay una patria a la que damos parte del sueldo, a la que reclamamos algo en correspondencia, cosas concretas que ayuden mínimamente a la inalcanzable felicidad, una escuela, un hospital, un futuro no demasiado incierto. Hay una patria que está escrita en un pliego de derechos y deberes. La patria en la que los ciudadanos de nacimiento podemos disfrutar de la posibilidad de nacer y morir en el mismo sitio, la patria de aquel que, aun con todo, detesta su patria o la del que la disfruta porque deja atrás otra patria imposible. Es esa patria que se lleva en el pasaporte, ese salvoconducto al que nos aferramos en las fronteras donde más de una vez hemos visto cómo alguien lloraba desconsolado por haberlo perdido y convertirse de repente en nadie.
Hay otra patria. Aunque los neurólogos ya han dejado claro que los sentimientos están dirigidos por la cabeza, pervivirá en nosotros el gesto de llevarnos la mano al corazón. Hay otra patria, pues, que está en el corazón. Está compuesta de cosas íntimas, difíciles de explicar, aunque la literatura y la música se hayan deshecho en explicaciones. La calle en la que nacimos, la lluvia del pasado, los antiguos olores, la mano de tus padres, los juegos, las canciones tontas de la infancia, las palabras que te proporcionaban seguridad y las que te dieron miedo. Todo eso ya está contado, aunque nos encante repetir y escuchar la misma historia. Hay veces que los políticos confunden la patria cívica con la patria del corazón. Y hay ciudadanos que, lejos de desconfiar en quien se mete tan intrusivamente en las emociones, entienden que los partidos hacen bien en exaltarlas. Pero hay otros (entre los cuales me encuentro) que, cuando un político anima a salir a las calles para mostrar orgullo en el día de la patria, agitar banderitas, sentir alegría por la azarosa nacionalidad o aplaudirle a un carro de combate, optan por celebrar la fiesta a la manera de Brassens, levantándose tarde y disfrutando de la anhelada pereza. Placeres de la patria íntima en la que detesto que nadie se inmiscuya.
miércoles, 17 de octubre de 2007
jueves, 13 de septiembre de 2007
Los descubrimientos transformaron al mono en hombre
Suplemento “El Cultural” de El Mundo 2007/09/13
" Pero la eólica es una engañifa que lo único que produce de manera estable son subvenciones; la biomasa, el etanol, etc, es más de lo mismo: quemar y quemar. Como ya no se pueden hacer más pantanos y para el hidrógeno y la fusión aún falta tiempo, hay que seguir investigando en el aprovechamiento más eficiente del Sol, pero mientras sería bueno que se construyera un número prudente y razonable de centrales nucleares de fisión. "
Manuel Lozano Leyva
¿Pueden los grandes acontecimientos científicos cambiar nuestra visión del mundo? Manuel Lozano Leyva, director del departamento de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla, representante de España en el Comité Europeo de Física Nuclear y miembro del CERN, ha intentado contestar a esta pregunta en el libro Los hilos de Ariadna (Debate), que publica estos días y en el que destaca la teoría de la evolución de las especies de Darwin.
La ciencia actual se aproxima a un cambio de paradigma. Para Manuel Lozano Leyva (Sevilla, 1949) la Biología Molecular está marcando ya la evolución de la Humanidad durante los primeros pasos del siglo XXI, mientras que en la centuria pasada, en su opinión, fue la Física la que dominó los grandes avances de la investigación. “Estamos en una etapa –matiza Lozano Leyva– en la que tendremos que sacar provecho a muchos fundamentos básicos elaborados hace tiempo; quizá no haya que inventar una nueva relatividad general u otra mecánica cuántica (ojalá se fundan en una sola teoría) sino que es prioritario enseñarlas para extraer de ellas aún más provecho tecnológico”.
–¿Cree que los descubrimientos científicos pueden cambiar al ser humano?
–Lo han cambiado tanto que transformó al mono en hombre. Estoy convencido de que fue una cavernícola la que le dijo a su pareja, de regreso de sus correrías tras los animales, que había descubierto que al chocar dos piedras se producían chispas, y que si no se andaba con ojo, podía meterle fuego a los yerbajos secos. Sin tener ni idea de para qué iba a servir aquello, ambos, por lo menos ella, intuyeron que aquello les iba a cambiar la vida. De ahí a la bomba atómica, el microprocesador y la ingeniería genética, los descubrimientos científicos no han hecho más que cambiar al ser humano y, sobre todo, a la humanidad en su conjunto.
–Usted en el libro hace distinción entre simpleza y sencillez. ¿Cree que se acerca al gran público la ciencia de forma adecuada?
–La administración pública y muchos medios de comunicación están mostrando una sensibilidad cada vez mayor hacia la divulgación científica. Cada vez se hace mejor, huyendo de la trivialidad o simpleza y haciéndolo de manera atractiva y sencilla. Incluso los científicos están empezando a valorar tal actividad, lo cual hace mucho tiempo que ocurre en otros países. Pero la ciencia es difícil y entenderla exige esfuerzo, y de eso es de lo que huyen un tanto las generaciones, llamémosle, de la LOGSE. En mis libros, en particular en éste, además de explicar cosas complicadas de manera sencilla y con muchos ejemplos y anécdotas, subo el nivel en bastantes pasajes.
–En su libro hay descubrimientos de diversos ámbitos. ¿Adolece la ciencia actual de interdisciplinariedad, de haber compartimentos estanco muchas veces insalvables?
–La investigación científica en un mundo tecnológico exige la especialización, la cual es tremendamente fructífera y en absoluto alienante como a veces se especula por ignorancia. Incluso la interdisciplinariedad exige hiperespecialización. Por ejemplo, en los hospitales hay servicios altamente tecnológicos atendidos por especialistas en aspectos muy concretos de la ingeniería, la física y la medicina. Los compartimentos estancos a los que alude existen, pero cada vez son menos insalvables. Pero todo esto se refiere a la investigación que, no se olvide, es una actividad competitiva a nivel internacional. Para divulgar ciencia es necesario ser científico profesional, pero no especialista en todo lo que se quiera explicar al gran público. Creo que he sido muy osado, siendo físico, al escribir de genética, fisiología, geología, etc., pero no demasiado. Al menos, espero que los especialistas en los distintos temas tratados que lo lean no encuentren errores graves.
–Hablando de especialidades, está muy de actualidad el tema del retorno a la energía nuclear. ¿Considera positivo reforzar este tipo de energía en los tiempos actuales?
–Siendo catedrático de física nuclear se puede suponer que estoy a favor de la energía nuclear por deformación, interés, o qué sé yo. Yo, de lo que estoy a favor es de reducir el consumo; de separar de una vez la supuesta curva de la felicidad de la del consumo de energía. Por debajo de ciertos umbrales, sí hay relación entre energía y bienestar, pero el derroche actual es una locura. Puesto que nadie plantea tal reducción, no hay más remedio que acudir a la energía nuclear, la cual tiene muchísimas más ventajas objetivas que el petróleo, el gas, el carbón, etc. No contaminan, el combustible está esparcido por todo el planeta y, si se llega al torio superando al uranio, aún será más abundante y barato. Además, es una tecnología muy segura (lo de Chernobil fue más una consecuencia de la desintegración de la URSS que otra cosa). Si, para colmo de felicidad, se llega a controlar la fusión nuclear, pues tenemos garantizado un futuro espléndido.
–¿Cuál es su opinión sobre los residuos radiactivos?
-Se presentan como el gran inconveniente de la energía nuclear y yo sostengo que es una de sus ventajas, porque no se vierten a ningún lado al permanecer localizados y controlados, lo que no se puede hacer con ningún otro residuo de la industria energética. Se habla de que duran miles de años, y eso es aplicable a las pirámides de Egipto e incluso a la Giralda, que lleva casi mil años sobre un subsuelo fangoso y ahí está en pie. Los residuos radiactivos se incinerarán antes o después, porque las tecnologías que se están poniendo a punto para ello a base de transmutación nuclear no necesitarán ni un siglo para ser operativas.
–¿Es posible “mover” el mundo con energías renovables?
–Tal como lo concebimos hoy día, no. De las llamadas fuentes renovables de energía sólo creo en la hidroeléctrica, la solar y las que estén por desarrollar y descubrir, como el hidrógeno y la fusión. Pero la eólica es una engañifa que lo único que produce de manera estable son subvenciones; la biomasa, el etanol, etc, es más de lo mismo: quemar y quemar. Como ya no se pueden hacer más pantanos y para el hidrógeno y la fusión aún falta tiempo, hay que seguir investigando en el aprovechamiento más eficiente del Sol, pero mientras sería bueno que se construyera un número prudente y razonable de centrales nucleares de fisión.
–¿Qué opinión le merece el proyecto LHC del CERN?
–El LHC es una gran máquina que quizá nos confirme algunos modelos y teorías de la física de partículas. También podría dar a la luz cosas muy nuevas o nada, absolutamente nada. Eso es investigación. A mí me haría mucha ilusión que, por ejemplo, se detectara el bosón de Higgs, pero ni eso va a cambiar nada ni explicará otros muchos misterios. El CERN es un laboratorio formidable que por el mero hecho de funcionar perfectamente y alcanzar los objetivos propuestos por los físicos, ya es de gran provecho para Europa y la humanidad. Piénsese que allí se está tratando con la tecnología más puntera que existe en una infinidad de especialidades. Para las empresas que consiguen ganar concursos para dotar al CERN, el provecho es inmenso, y para la sociedad también. A veces incluso de manera espontánea y no proyectada, como ocurrió con la World Wide Web, la mejor aplicación sobre internet usada por todo el mundo, la cual, en un principio, pretendía simplemente poner información científica a disposición de los físicos del CERN.
" Pero la eólica es una engañifa que lo único que produce de manera estable son subvenciones; la biomasa, el etanol, etc, es más de lo mismo: quemar y quemar. Como ya no se pueden hacer más pantanos y para el hidrógeno y la fusión aún falta tiempo, hay que seguir investigando en el aprovechamiento más eficiente del Sol, pero mientras sería bueno que se construyera un número prudente y razonable de centrales nucleares de fisión. "
Manuel Lozano Leyva
“Los descubrimientos transformaron al mono en hombre”
¿Pueden los grandes acontecimientos científicos cambiar nuestra visión del mundo? Manuel Lozano Leyva, director del departamento de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla, representante de España en el Comité Europeo de Física Nuclear y miembro del CERN, ha intentado contestar a esta pregunta en el libro Los hilos de Ariadna (Debate), que publica estos días y en el que destaca la teoría de la evolución de las especies de Darwin.
La ciencia actual se aproxima a un cambio de paradigma. Para Manuel Lozano Leyva (Sevilla, 1949) la Biología Molecular está marcando ya la evolución de la Humanidad durante los primeros pasos del siglo XXI, mientras que en la centuria pasada, en su opinión, fue la Física la que dominó los grandes avances de la investigación. “Estamos en una etapa –matiza Lozano Leyva– en la que tendremos que sacar provecho a muchos fundamentos básicos elaborados hace tiempo; quizá no haya que inventar una nueva relatividad general u otra mecánica cuántica (ojalá se fundan en una sola teoría) sino que es prioritario enseñarlas para extraer de ellas aún más provecho tecnológico”.
–¿Cree que los descubrimientos científicos pueden cambiar al ser humano?
–Lo han cambiado tanto que transformó al mono en hombre. Estoy convencido de que fue una cavernícola la que le dijo a su pareja, de regreso de sus correrías tras los animales, que había descubierto que al chocar dos piedras se producían chispas, y que si no se andaba con ojo, podía meterle fuego a los yerbajos secos. Sin tener ni idea de para qué iba a servir aquello, ambos, por lo menos ella, intuyeron que aquello les iba a cambiar la vida. De ahí a la bomba atómica, el microprocesador y la ingeniería genética, los descubrimientos científicos no han hecho más que cambiar al ser humano y, sobre todo, a la humanidad en su conjunto.
Preguntas fundamentales
–Sí, pero algunos filósofos creen que las preguntas fundamentales siguen sin ser contestadas. ¿Podrá la ciencia hacerlo en el futuro?
–Lo primero que deben formular son cuáles son esas preguntas. Para la pareja prehistórica anterior, una de esas preguntas fundamentales seguro que era por qué llovía. Primero se inventaron al dios de la lluvia y con el tiempo la meteorología y la dinámica de fluidos. Muchos siguen pensando que a lo que no llega ni llegará nunca la ciencia es a cuestiones como la existencia de Dios y su quehacer. La solución a la que se ha llegado es, por parte de los creyentes, decir que ciencia y fe son actividades mentales que no tienen nada que ver. Por parte de los científicos la situación es análoga ya que siguen considerando adecuada la respuesta que le dio Laplace a Napoleón cuando éste, al leer su obra sobre el sistema solar, arguyó que no veía a Dios por ninguna parte: “Sire, en ningún momento necesité tal hipótesis”.
–¿Qué descubrimiento considera que ha contribuido mejor a cambiar nuestra visión del mundo? –La evolución de las especies por medio de la selección natural de Darwin y Wallace. La demostración irrefutable de tal teoría deshizo la mayor y más relevante parte de la supuesta obra de Dios. Las fluctuaciones cuánticas del vacío, o sea, que puede surgir materia y/o energía de la nada de forma espontánea, hizo innecesaria su existencia.
–¿Cree que la ciencia podrá llegar a explicarnos completamente?
–Jamás. La ciencia responde preguntas generando muchas más, por eso será siempre una actividad inherente al hombre y, esperemos, de tan larga vida como la propia humanidad. Porque esta es otra: la ciencia ha proporcionado también, aparte de felicidad, justicia y bienestar, la manera más eficiente de aniquilarnos como especie.
–En su libro hay mucho de información, pero casi más de reflexión. ¿La ha buscado conscientemente?
–Creo que es más bien lo último. Lo que ocurre, quizá, es que trato por todos los medios de informar, divertir e incluso conmover, y eso exige reflexión. Por otro lado, amar apasionadamente a la ciencia, como me ocurre desde que era adolescente, me hace ser crítico con ella porque eso es inherente e inevitable. Por eso ofrezco reflexiones y críticas a la ciencia en todos mis textos, por eso ni ensalzo ni satanizo a los científicos, sino que trato de mostrar sus facetas más humanas y variadas.
–Lo primero que deben formular son cuáles son esas preguntas. Para la pareja prehistórica anterior, una de esas preguntas fundamentales seguro que era por qué llovía. Primero se inventaron al dios de la lluvia y con el tiempo la meteorología y la dinámica de fluidos. Muchos siguen pensando que a lo que no llega ni llegará nunca la ciencia es a cuestiones como la existencia de Dios y su quehacer. La solución a la que se ha llegado es, por parte de los creyentes, decir que ciencia y fe son actividades mentales que no tienen nada que ver. Por parte de los científicos la situación es análoga ya que siguen considerando adecuada la respuesta que le dio Laplace a Napoleón cuando éste, al leer su obra sobre el sistema solar, arguyó que no veía a Dios por ninguna parte: “Sire, en ningún momento necesité tal hipótesis”.
–¿Qué descubrimiento considera que ha contribuido mejor a cambiar nuestra visión del mundo? –La evolución de las especies por medio de la selección natural de Darwin y Wallace. La demostración irrefutable de tal teoría deshizo la mayor y más relevante parte de la supuesta obra de Dios. Las fluctuaciones cuánticas del vacío, o sea, que puede surgir materia y/o energía de la nada de forma espontánea, hizo innecesaria su existencia.
–¿Cree que la ciencia podrá llegar a explicarnos completamente?
–Jamás. La ciencia responde preguntas generando muchas más, por eso será siempre una actividad inherente al hombre y, esperemos, de tan larga vida como la propia humanidad. Porque esta es otra: la ciencia ha proporcionado también, aparte de felicidad, justicia y bienestar, la manera más eficiente de aniquilarnos como especie.
–En su libro hay mucho de información, pero casi más de reflexión. ¿La ha buscado conscientemente?
–Creo que es más bien lo último. Lo que ocurre, quizá, es que trato por todos los medios de informar, divertir e incluso conmover, y eso exige reflexión. Por otro lado, amar apasionadamente a la ciencia, como me ocurre desde que era adolescente, me hace ser crítico con ella porque eso es inherente e inevitable. Por eso ofrezco reflexiones y críticas a la ciencia en todos mis textos, por eso ni ensalzo ni satanizo a los científicos, sino que trato de mostrar sus facetas más humanas y variadas.
Complejidad y divulgación
–Usted en el libro hace distinción entre simpleza y sencillez. ¿Cree que se acerca al gran público la ciencia de forma adecuada?
–La administración pública y muchos medios de comunicación están mostrando una sensibilidad cada vez mayor hacia la divulgación científica. Cada vez se hace mejor, huyendo de la trivialidad o simpleza y haciéndolo de manera atractiva y sencilla. Incluso los científicos están empezando a valorar tal actividad, lo cual hace mucho tiempo que ocurre en otros países. Pero la ciencia es difícil y entenderla exige esfuerzo, y de eso es de lo que huyen un tanto las generaciones, llamémosle, de la LOGSE. En mis libros, en particular en éste, además de explicar cosas complicadas de manera sencilla y con muchos ejemplos y anécdotas, subo el nivel en bastantes pasajes.
Una actividad competitiva
–En su libro hay descubrimientos de diversos ámbitos. ¿Adolece la ciencia actual de interdisciplinariedad, de haber compartimentos estanco muchas veces insalvables?
–La investigación científica en un mundo tecnológico exige la especialización, la cual es tremendamente fructífera y en absoluto alienante como a veces se especula por ignorancia. Incluso la interdisciplinariedad exige hiperespecialización. Por ejemplo, en los hospitales hay servicios altamente tecnológicos atendidos por especialistas en aspectos muy concretos de la ingeniería, la física y la medicina. Los compartimentos estancos a los que alude existen, pero cada vez son menos insalvables. Pero todo esto se refiere a la investigación que, no se olvide, es una actividad competitiva a nivel internacional. Para divulgar ciencia es necesario ser científico profesional, pero no especialista en todo lo que se quiera explicar al gran público. Creo que he sido muy osado, siendo físico, al escribir de genética, fisiología, geología, etc., pero no demasiado. Al menos, espero que los especialistas en los distintos temas tratados que lo lean no encuentren errores graves.
–Hablando de especialidades, está muy de actualidad el tema del retorno a la energía nuclear. ¿Considera positivo reforzar este tipo de energía en los tiempos actuales?
–Siendo catedrático de física nuclear se puede suponer que estoy a favor de la energía nuclear por deformación, interés, o qué sé yo. Yo, de lo que estoy a favor es de reducir el consumo; de separar de una vez la supuesta curva de la felicidad de la del consumo de energía. Por debajo de ciertos umbrales, sí hay relación entre energía y bienestar, pero el derroche actual es una locura. Puesto que nadie plantea tal reducción, no hay más remedio que acudir a la energía nuclear, la cual tiene muchísimas más ventajas objetivas que el petróleo, el gas, el carbón, etc. No contaminan, el combustible está esparcido por todo el planeta y, si se llega al torio superando al uranio, aún será más abundante y barato. Además, es una tecnología muy segura (lo de Chernobil fue más una consecuencia de la desintegración de la URSS que otra cosa). Si, para colmo de felicidad, se llega a controlar la fusión nuclear, pues tenemos garantizado un futuro espléndido.
–¿Cuál es su opinión sobre los residuos radiactivos?
-Se presentan como el gran inconveniente de la energía nuclear y yo sostengo que es una de sus ventajas, porque no se vierten a ningún lado al permanecer localizados y controlados, lo que no se puede hacer con ningún otro residuo de la industria energética. Se habla de que duran miles de años, y eso es aplicable a las pirámides de Egipto e incluso a la Giralda, que lleva casi mil años sobre un subsuelo fangoso y ahí está en pie. Los residuos radiactivos se incinerarán antes o después, porque las tecnologías que se están poniendo a punto para ello a base de transmutación nuclear no necesitarán ni un siglo para ser operativas.
–¿Es posible “mover” el mundo con energías renovables?
–Tal como lo concebimos hoy día, no. De las llamadas fuentes renovables de energía sólo creo en la hidroeléctrica, la solar y las que estén por desarrollar y descubrir, como el hidrógeno y la fusión. Pero la eólica es una engañifa que lo único que produce de manera estable son subvenciones; la biomasa, el etanol, etc, es más de lo mismo: quemar y quemar. Como ya no se pueden hacer más pantanos y para el hidrógeno y la fusión aún falta tiempo, hay que seguir investigando en el aprovechamiento más eficiente del Sol, pero mientras sería bueno que se construyera un número prudente y razonable de centrales nucleares de fisión.
Esperanza en el CERN
–¿Qué opinión le merece el proyecto LHC del CERN?
–El LHC es una gran máquina que quizá nos confirme algunos modelos y teorías de la física de partículas. También podría dar a la luz cosas muy nuevas o nada, absolutamente nada. Eso es investigación. A mí me haría mucha ilusión que, por ejemplo, se detectara el bosón de Higgs, pero ni eso va a cambiar nada ni explicará otros muchos misterios. El CERN es un laboratorio formidable que por el mero hecho de funcionar perfectamente y alcanzar los objetivos propuestos por los físicos, ya es de gran provecho para Europa y la humanidad. Piénsese que allí se está tratando con la tecnología más puntera que existe en una infinidad de especialidades. Para las empresas que consiguen ganar concursos para dotar al CERN, el provecho es inmenso, y para la sociedad también. A veces incluso de manera espontánea y no proyectada, como ocurrió con la World Wide Web, la mejor aplicación sobre internet usada por todo el mundo, la cual, en un principio, pretendía simplemente poner información científica a disposición de los físicos del CERN.
lunes, 27 de agosto de 2007
El contagio
Basta Ya 2007/08/26
"No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea."
FERNANDO SAVATER
El contagio
Empezaré pidiendo excusas a un improbable lector más fiel o de mejor memoria que otros: lo que voy a decir a continuación lo he escrito ya media docena de veces. Pero ¿qué culpa tengo yo de que vivamos una situación política que se repite más que los pimientos del piquillo…aunque es mucho menos sabrosa? Cuando a Voltaire le reprochaban volver una y otra vez sobre lo mismo, él respondía: “Me repetiré hasta que me entiendan”. Yo ni siquiera pretendo ser tan complejo o profundo que deba insistir mucho en mis ideas para ser comprendido. Me repito sencillamente para que no se olvide la relevancia de lo obvio, por aburrido que sea, en la falsa novedad de lo cotidiano. Y aunque fuera realmente novedad, tampoco tendría que ser automáticamente “novedad para mejor”, es decir: progreso. Cada vez que oigo hablar en ayuntamientos o diputaciones de “gobiernos de cambio” y veo a las pájaros que pretenden constituirlos, recuerdo el sabio dictamen del agudo Odo Marquard: “El prejuicio más fácil de cultivar, el más impermeable, el más apabullante, el prejuicio de uso múltiple, la suma de todos los prejuicios, es el que afirma: todo cambio lleva con certeza a la Salvación y cuanto más cambio haya mejor”. De modo que vamos a repetirnos.
Para mí, que estoy convencido de la superioridad política y hasta ética de España como estado de derecho pluralista pero igualitario frente a la fragmentación asimétrica de los separatismos más o menos explícitos, lo políticamente preocupante no es el nacionalismo de los nacionalistas. Si los nacionalistas piensan como piensan y pretenden por medios legales sacar adelante su proyecto, están en su perfecto derecho. Quienes tenemos ideas opuestas a las suyas haremos lo posible por rebatirles y defender mejores opciones, pero no podemos realmente inquietarnos por sus inequívocos y legítimos planteamientos. No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea. Los nacionalistas convictos y confesos –con su mensaje nefasto y simplón, “de fuera vendrán y lo tuyo te quitarán”, que les ha dado tan excelente resultado- han dado paso a un fenómeno mimético más amplio, lo que Carlos Gorriarán llama “la regionalitis”. Todo el mundo quiere ser cabeza de ratón y rechazan con desprecio la cola del león…y al león mismo.
Este verano hemos tenido varias pruebas de que la regionalitis va en aumento. Un caso evidente ha sido el culebrón autonómico en Navarra. El PSN, a pesar de sus insuficientes resultados electorales, aspiraba a presidir la comunidad apoyado en una coalición nacionalista, de un modo no muy distinto a como el propio Zapatero ha consolidado su mandato en el conjunto de España. La ciudadanía Navarra, a pesar de que ha vuelto a votar mucho más a UPN que a cualquier otro partido, mostraba según los interesados arúspices señales de desear “un cambio” y de que se llegara a un gobierno de “progreso”. “Cambio” y “progreso” no pueden significar, naturalmente, más que aumento de la influencia nacionalista y la “regionalitis” que sigue sus pasos. ¡Ah, pero en Ferraz han pensado otra cosa, porque allí hay gente interesada en las próximas elecciones generales, dónde el nacionalismo fragmentador quizá no vaya a ser tan rentable como antaño! De modo que la proyectada alianza se ha frustrado sin demasiadas explicaciones (más bien sin ninguna) y ahí ha sido el llanto, el crujir de dientes de quienes vuelven a verse sin poltrona y los amagos de rebelión.
El problema estriba, precisamente, en la ausencia de explicaciones claras y públicas a los votantes, que tienen derecho a saber si votan a un partido de ámbito estatal y con una concepción igualitaria en todo el país o a un grupo de competidores por el caciquismo regional. Para aclarar ese punto, hubiera sido muy instructivo aclarar las discrepancias socialistas con NaBai. Los partidarios de la alianza con este frente nacionalista señalan el mérito de que condena la violencia e indican que dejarles fuera del gobierno es una mala recompensa a esta elogiable actitud. En efecto, que Zabaleta y otros de su grupo condenen el terrorismo etarra está muy bien pero en modo alguno es un favor que nos hacen a los demás y por el cual merezcan ser premiados: es un favor que se hacen a sí mismos, recuperando la decencia democrática y simplemente humana que nadie que apoye o excuse a los violentos puede enorgullecerse de tener. Además, se encuentran en plano de igualdad con los demás, gestionando los asuntos de su comunidad…¿o es que acaso la oposición no participa también en el gobierno de la cosa pública, aunque no esté en el ejecutivo? Lo que los socialistas (dejémonos ahora de navarros o no navarros, que el partido es estatal) debían haber explicado bien es sus diferencias radicales con el proyecto nacionalista vasco que representa NaBai, por lo que una alianza con ellos era antinatural desde el primer momento, siempre y en cualquier caso pero más en la actual coyuntura, con la renovación de la amenaza de ETA y las revelaciones inequívocas de su voluntad anexionista sobre Navarra, expresadas en todas las mesas y taburetes de negociación con los ilusos que les escuchan. Puede que el señor Úriz y otros afiliados no lo entendieran, pero seguro que los votantes –que son muchísimos más que los afiliados, no lo olvidemos- seguramente sí. La decepción de esos votantes viene de que no se les aclaren las cosas y se den bandazos porque “aquí mando yo”, pero no porque se cambie el rumbo equivocado del oportunismo aquejado de regionalitis.
Desgraciadamente, el contagio del nacionalismo se extiende por lo visto sin remedio. Cuando el nacionalista Ibarretxe nos asegura muy serio que el futuro político del País Vasco se decidirá sólo en casa y nunca en Madrid ni contando con el resto de España, podemos responderle amablemente: “Que te lo has creído, majo”. Pero…¿qué contestaremos a los socialistas catalanes o a la misma UPN, que quieren tener voz propia –es decir, separada, fraccionaria- en el Congreso de Diputados? ¿Qué le diremos a Gallardón, que aspira a ir al Parlamento nacional para que Madrid, pobre Madrid, tenga también voz propia? ¿Y a la Presidenta Esperanza Aguirre, que nos asegura muerta de risa que en Madrid no se estudiará Educación para la Ciudadanía, aunque sea obligatoria para todo el Estado? Sobre todo, ¿qué les diremos a los niños y adolescentes, a los jóvenes que hoy están siendo educados en la idea estúpida y nociva de que cada diferencia territorial o cultural dentro del país debe ser magnificada, de que el resto del Estado de Derecho al que pertenecen está lleno de enemigos potenciales de su idiosincrasia, de que toda diversidad -¡oh!- es buena y toda unidad -¡ah!- es mala, etc…? Ya es hora de ir buscando una vacuna política y educativa contra esta epidemia que no va a matar a España, no, pero que le va a obligar a vivir siempre enferma para mayor provecho de algunos mangantes.
"No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea."
FERNANDO SAVATER
El contagio
Empezaré pidiendo excusas a un improbable lector más fiel o de mejor memoria que otros: lo que voy a decir a continuación lo he escrito ya media docena de veces. Pero ¿qué culpa tengo yo de que vivamos una situación política que se repite más que los pimientos del piquillo…aunque es mucho menos sabrosa? Cuando a Voltaire le reprochaban volver una y otra vez sobre lo mismo, él respondía: “Me repetiré hasta que me entiendan”. Yo ni siquiera pretendo ser tan complejo o profundo que deba insistir mucho en mis ideas para ser comprendido. Me repito sencillamente para que no se olvide la relevancia de lo obvio, por aburrido que sea, en la falsa novedad de lo cotidiano. Y aunque fuera realmente novedad, tampoco tendría que ser automáticamente “novedad para mejor”, es decir: progreso. Cada vez que oigo hablar en ayuntamientos o diputaciones de “gobiernos de cambio” y veo a las pájaros que pretenden constituirlos, recuerdo el sabio dictamen del agudo Odo Marquard: “El prejuicio más fácil de cultivar, el más impermeable, el más apabullante, el prejuicio de uso múltiple, la suma de todos los prejuicios, es el que afirma: todo cambio lleva con certeza a la Salvación y cuanto más cambio haya mejor”. De modo que vamos a repetirnos.
Para mí, que estoy convencido de la superioridad política y hasta ética de España como estado de derecho pluralista pero igualitario frente a la fragmentación asimétrica de los separatismos más o menos explícitos, lo políticamente preocupante no es el nacionalismo de los nacionalistas. Si los nacionalistas piensan como piensan y pretenden por medios legales sacar adelante su proyecto, están en su perfecto derecho. Quienes tenemos ideas opuestas a las suyas haremos lo posible por rebatirles y defender mejores opciones, pero no podemos realmente inquietarnos por sus inequívocos y legítimos planteamientos. No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea. Los nacionalistas convictos y confesos –con su mensaje nefasto y simplón, “de fuera vendrán y lo tuyo te quitarán”, que les ha dado tan excelente resultado- han dado paso a un fenómeno mimético más amplio, lo que Carlos Gorriarán llama “la regionalitis”. Todo el mundo quiere ser cabeza de ratón y rechazan con desprecio la cola del león…y al león mismo.
Este verano hemos tenido varias pruebas de que la regionalitis va en aumento. Un caso evidente ha sido el culebrón autonómico en Navarra. El PSN, a pesar de sus insuficientes resultados electorales, aspiraba a presidir la comunidad apoyado en una coalición nacionalista, de un modo no muy distinto a como el propio Zapatero ha consolidado su mandato en el conjunto de España. La ciudadanía Navarra, a pesar de que ha vuelto a votar mucho más a UPN que a cualquier otro partido, mostraba según los interesados arúspices señales de desear “un cambio” y de que se llegara a un gobierno de “progreso”. “Cambio” y “progreso” no pueden significar, naturalmente, más que aumento de la influencia nacionalista y la “regionalitis” que sigue sus pasos. ¡Ah, pero en Ferraz han pensado otra cosa, porque allí hay gente interesada en las próximas elecciones generales, dónde el nacionalismo fragmentador quizá no vaya a ser tan rentable como antaño! De modo que la proyectada alianza se ha frustrado sin demasiadas explicaciones (más bien sin ninguna) y ahí ha sido el llanto, el crujir de dientes de quienes vuelven a verse sin poltrona y los amagos de rebelión.
El problema estriba, precisamente, en la ausencia de explicaciones claras y públicas a los votantes, que tienen derecho a saber si votan a un partido de ámbito estatal y con una concepción igualitaria en todo el país o a un grupo de competidores por el caciquismo regional. Para aclarar ese punto, hubiera sido muy instructivo aclarar las discrepancias socialistas con NaBai. Los partidarios de la alianza con este frente nacionalista señalan el mérito de que condena la violencia e indican que dejarles fuera del gobierno es una mala recompensa a esta elogiable actitud. En efecto, que Zabaleta y otros de su grupo condenen el terrorismo etarra está muy bien pero en modo alguno es un favor que nos hacen a los demás y por el cual merezcan ser premiados: es un favor que se hacen a sí mismos, recuperando la decencia democrática y simplemente humana que nadie que apoye o excuse a los violentos puede enorgullecerse de tener. Además, se encuentran en plano de igualdad con los demás, gestionando los asuntos de su comunidad…¿o es que acaso la oposición no participa también en el gobierno de la cosa pública, aunque no esté en el ejecutivo? Lo que los socialistas (dejémonos ahora de navarros o no navarros, que el partido es estatal) debían haber explicado bien es sus diferencias radicales con el proyecto nacionalista vasco que representa NaBai, por lo que una alianza con ellos era antinatural desde el primer momento, siempre y en cualquier caso pero más en la actual coyuntura, con la renovación de la amenaza de ETA y las revelaciones inequívocas de su voluntad anexionista sobre Navarra, expresadas en todas las mesas y taburetes de negociación con los ilusos que les escuchan. Puede que el señor Úriz y otros afiliados no lo entendieran, pero seguro que los votantes –que son muchísimos más que los afiliados, no lo olvidemos- seguramente sí. La decepción de esos votantes viene de que no se les aclaren las cosas y se den bandazos porque “aquí mando yo”, pero no porque se cambie el rumbo equivocado del oportunismo aquejado de regionalitis.
Desgraciadamente, el contagio del nacionalismo se extiende por lo visto sin remedio. Cuando el nacionalista Ibarretxe nos asegura muy serio que el futuro político del País Vasco se decidirá sólo en casa y nunca en Madrid ni contando con el resto de España, podemos responderle amablemente: “Que te lo has creído, majo”. Pero…¿qué contestaremos a los socialistas catalanes o a la misma UPN, que quieren tener voz propia –es decir, separada, fraccionaria- en el Congreso de Diputados? ¿Qué le diremos a Gallardón, que aspira a ir al Parlamento nacional para que Madrid, pobre Madrid, tenga también voz propia? ¿Y a la Presidenta Esperanza Aguirre, que nos asegura muerta de risa que en Madrid no se estudiará Educación para la Ciudadanía, aunque sea obligatoria para todo el Estado? Sobre todo, ¿qué les diremos a los niños y adolescentes, a los jóvenes que hoy están siendo educados en la idea estúpida y nociva de que cada diferencia territorial o cultural dentro del país debe ser magnificada, de que el resto del Estado de Derecho al que pertenecen está lleno de enemigos potenciales de su idiosincrasia, de que toda diversidad -¡oh!- es buena y toda unidad -¡ah!- es mala, etc…? Ya es hora de ir buscando una vacuna política y educativa contra esta epidemia que no va a matar a España, no, pero que le va a obligar a vivir siempre enferma para mayor provecho de algunos mangantes.
miércoles, 18 de julio de 2007
La cuestión navarra
EL PAÍS 2007/07/18
"Cuando, por otro lado, los socialistas navarros plantean la posibilidad de una negociación con los nacionalistas vascos en Navarra a cambio de suspender sine die el proceso de incorporación de la comunidad foral a Euskadi, están planteando un imposible. Porque solamente el proceso de integración justifica la existencia de unas fuerzas políticas nacionalistas que, en otro caso, perderían su razón de existencia."
ANDRÉS DE BLAS GUERRERO
La cuestión navarra
La gran paradoja en relación a la cuestión navarra es que sigue siendo hoy, como lo ha sido en el siglo XX español, un problema sustancialmente ajeno a la propia Navarra. El statu quo de la comunidad foral no es puesto en cuestión por la condición vasca de buena parte de sus ciudadanos. La naturaleza vasca de Navarra trasciende en mucho a la existencia de un proyecto nacionalista vasco. Se trata de un dato que ha sido compatible durante siglos con la integración de las Provincias Vascas en la Corona de Castilla en contraste con la vida política singular del viejo reino. Si no es la naturaleza vasca de Navarra la que plantea la necesidad de su eventual incorporación a Euskadi, menos lo es la hipotética falta de viabilidad de una comunidad foral que ha alcanzado en la vida española unas cotas de bienestar económico y social manifiestamente envidiables. Navarra, con una clara conciencia de su singularidad histórica, se encuentra satisfactoriamente integrada en el conjunto de la realidad española. Y es difícil de imaginar que pudiéramos hablar de una cuestión navarra si atendiéramos a causas conectadas en exclusiva con la vida propia de los navarros.
La cuestión navarra, en la reciente vida de España, tiene que ver sustancialmente con los intereses y las presiones de un nacionalismo vasco que ve, seguramente con razón, en la integración de Navarra al proyecto de Euskadi un paso indispensable para la verosimilitud de su último objetivo. Desde el inicio del nacionalismo vasco, y especialmente desde los años treinta y el momento de la transición política, los nacionalistas vascos han pensado que el territorio, la población y la historia de Navarra son elementos indispensables para llevar adelante un proyecto de independencia muy difícil de alcanzar con referencia a los límites actuales de la Comunidad Vasca. En el imaginario del nacionalismo vasco, Navarra ha sido siempre algo más que su Ulster, tal como proclamaba un ilustre nacionalista vasco de Navarra, D. Manuel de Irujo. Incluso es posible que por encima de la realidad territorial y poblacional, los nacionalistas vascos han visto en la comunidad foral un elemento sustancial en toda visión nacionalista: su posibilidad de legitimidad histórica ligada a la vida de uno de los viejos reinos hispanos. Un título al que decenas de años de movilización de la historia no han podido equiparar a las viejas provincias ligadas a la vida de Castilla.
La hipótesis de que una integración de Navarra en Euskadi frenara la actual hegemonía nacionalista en el País Vasco, es una hipótesis razonable en un horizonte inmediato. Se trataría de un riesgo que el nacionalismo vasco estaría dispuesto a jugar a la vista de las posibilidades que se abren para su proyecto a medio y largo plazo. Esta hipótesis de interponer un dique al control nacionalista de la vida vasca se trata de un dato que raramente se plantea públicamente, pero que está presente en los cálculos de los políticos. Cuando, por otro lado, los socialistas navarros plantean la posibilidad de una negociación con los nacionalistas vascos en Navarra a cambio de suspender sine die el proceso de incorporación de la comunidad foral a Euskadi, están planteando un imposible. Porque solamente el proceso de integración justifica la existencia de unas fuerzas políticas nacionalistas que, en otro caso, perderían su razón de existencia.
La vía navarra a la autonomía, de ley a ley, de la Ley Paccionada de 1841 a la Ley de Amejoramiento Foral, siguiendo el modelo de nuestra transición, resultó una inteligente operación política que frustró las pretensiones del nacionalismo vasco. Es verdad que la transitoria cuarta de nuestra Constitución abre la puerta para una rectificación de este camino. El dato básico al respecto, sin embargo, es que esta transitoria no tiene su origen en la voluntad de los navarros, sino en la presión de los nacionalistas vascos a los que se cedió en un intento de integrarles en el orden constitucional.
El nacionalismo vasco estaría dispuesto a muchas cesiones provisionales por conseguir una integración que haría viable la "hoja de ruta" de su proyecto político. Pero se trataría de una integración que a la vuelta de muy poco tiempo nos enfrentaría con un proyecto nacionalista vasco que habría alcanzado su objetivo táctico más importante. Esta es la razón por la que la gran mayoría de los navarros y el resto de los españoles, no podemos ceder en la apertura de un camino que puede resultar a corto plazo bien o mal para el proyecto español, pero que es la posibilidad para que pueda prosperar una opción secesionista, para que pueda hacerse realidad el colapso de España.
Los socialistas navarros deben juzgar la actual coyuntura política con realismo y responsabilidad. No pueden pedir a Nafarroa Bai lo que esta coalición no puede darles sinceramente sin pagar por ello el precio de su disolución política. Si el socialismo navarro no puede llegar a un entendimiento con UPN, el camino más sensato y democrático parece una nueva consulta al electorado. Este entendimiento, bien en la forma de un gobierno de coalición, bien en la forma de un gobierno en minoría integrado por el partido más votado, parece, probablemente, la solución más fácil, razonable y comprensible para el electorado.
En todo caso, conviene tener presente que el sustancial componente vasco de Navarra no necesita del proyecto del nacionalismo sabiniano para afirmarse y sobrevivir. Y que ese componente tiene en los instrumentos de cooperación entre Comunidades Autónomas previstos en nuestra vida política, además de en el amparo general de nuestra Constitución, una firme y suficiente garantía. En definitiva, que no se trata de una cuestión cultural la que está en juego, sino de la viabilidad de un proyecto político de inspiración secesionista en el que no cree la mayoría del pueblo navarro. Un proyecto que no puede contar con el apoyo de las fuerzas políticas españolas sin asumir con ello el más evidente de los contransentidos.
"Cuando, por otro lado, los socialistas navarros plantean la posibilidad de una negociación con los nacionalistas vascos en Navarra a cambio de suspender sine die el proceso de incorporación de la comunidad foral a Euskadi, están planteando un imposible. Porque solamente el proceso de integración justifica la existencia de unas fuerzas políticas nacionalistas que, en otro caso, perderían su razón de existencia."
ANDRÉS DE BLAS GUERRERO
La cuestión navarra
La gran paradoja en relación a la cuestión navarra es que sigue siendo hoy, como lo ha sido en el siglo XX español, un problema sustancialmente ajeno a la propia Navarra. El statu quo de la comunidad foral no es puesto en cuestión por la condición vasca de buena parte de sus ciudadanos. La naturaleza vasca de Navarra trasciende en mucho a la existencia de un proyecto nacionalista vasco. Se trata de un dato que ha sido compatible durante siglos con la integración de las Provincias Vascas en la Corona de Castilla en contraste con la vida política singular del viejo reino. Si no es la naturaleza vasca de Navarra la que plantea la necesidad de su eventual incorporación a Euskadi, menos lo es la hipotética falta de viabilidad de una comunidad foral que ha alcanzado en la vida española unas cotas de bienestar económico y social manifiestamente envidiables. Navarra, con una clara conciencia de su singularidad histórica, se encuentra satisfactoriamente integrada en el conjunto de la realidad española. Y es difícil de imaginar que pudiéramos hablar de una cuestión navarra si atendiéramos a causas conectadas en exclusiva con la vida propia de los navarros.
La cuestión navarra, en la reciente vida de España, tiene que ver sustancialmente con los intereses y las presiones de un nacionalismo vasco que ve, seguramente con razón, en la integración de Navarra al proyecto de Euskadi un paso indispensable para la verosimilitud de su último objetivo. Desde el inicio del nacionalismo vasco, y especialmente desde los años treinta y el momento de la transición política, los nacionalistas vascos han pensado que el territorio, la población y la historia de Navarra son elementos indispensables para llevar adelante un proyecto de independencia muy difícil de alcanzar con referencia a los límites actuales de la Comunidad Vasca. En el imaginario del nacionalismo vasco, Navarra ha sido siempre algo más que su Ulster, tal como proclamaba un ilustre nacionalista vasco de Navarra, D. Manuel de Irujo. Incluso es posible que por encima de la realidad territorial y poblacional, los nacionalistas vascos han visto en la comunidad foral un elemento sustancial en toda visión nacionalista: su posibilidad de legitimidad histórica ligada a la vida de uno de los viejos reinos hispanos. Un título al que decenas de años de movilización de la historia no han podido equiparar a las viejas provincias ligadas a la vida de Castilla.
La hipótesis de que una integración de Navarra en Euskadi frenara la actual hegemonía nacionalista en el País Vasco, es una hipótesis razonable en un horizonte inmediato. Se trataría de un riesgo que el nacionalismo vasco estaría dispuesto a jugar a la vista de las posibilidades que se abren para su proyecto a medio y largo plazo. Esta hipótesis de interponer un dique al control nacionalista de la vida vasca se trata de un dato que raramente se plantea públicamente, pero que está presente en los cálculos de los políticos. Cuando, por otro lado, los socialistas navarros plantean la posibilidad de una negociación con los nacionalistas vascos en Navarra a cambio de suspender sine die el proceso de incorporación de la comunidad foral a Euskadi, están planteando un imposible. Porque solamente el proceso de integración justifica la existencia de unas fuerzas políticas nacionalistas que, en otro caso, perderían su razón de existencia.
La vía navarra a la autonomía, de ley a ley, de la Ley Paccionada de 1841 a la Ley de Amejoramiento Foral, siguiendo el modelo de nuestra transición, resultó una inteligente operación política que frustró las pretensiones del nacionalismo vasco. Es verdad que la transitoria cuarta de nuestra Constitución abre la puerta para una rectificación de este camino. El dato básico al respecto, sin embargo, es que esta transitoria no tiene su origen en la voluntad de los navarros, sino en la presión de los nacionalistas vascos a los que se cedió en un intento de integrarles en el orden constitucional.
El nacionalismo vasco estaría dispuesto a muchas cesiones provisionales por conseguir una integración que haría viable la "hoja de ruta" de su proyecto político. Pero se trataría de una integración que a la vuelta de muy poco tiempo nos enfrentaría con un proyecto nacionalista vasco que habría alcanzado su objetivo táctico más importante. Esta es la razón por la que la gran mayoría de los navarros y el resto de los españoles, no podemos ceder en la apertura de un camino que puede resultar a corto plazo bien o mal para el proyecto español, pero que es la posibilidad para que pueda prosperar una opción secesionista, para que pueda hacerse realidad el colapso de España.
Los socialistas navarros deben juzgar la actual coyuntura política con realismo y responsabilidad. No pueden pedir a Nafarroa Bai lo que esta coalición no puede darles sinceramente sin pagar por ello el precio de su disolución política. Si el socialismo navarro no puede llegar a un entendimiento con UPN, el camino más sensato y democrático parece una nueva consulta al electorado. Este entendimiento, bien en la forma de un gobierno de coalición, bien en la forma de un gobierno en minoría integrado por el partido más votado, parece, probablemente, la solución más fácil, razonable y comprensible para el electorado.
En todo caso, conviene tener presente que el sustancial componente vasco de Navarra no necesita del proyecto del nacionalismo sabiniano para afirmarse y sobrevivir. Y que ese componente tiene en los instrumentos de cooperación entre Comunidades Autónomas previstos en nuestra vida política, además de en el amparo general de nuestra Constitución, una firme y suficiente garantía. En definitiva, que no se trata de una cuestión cultural la que está en juego, sino de la viabilidad de un proyecto político de inspiración secesionista en el que no cree la mayoría del pueblo navarro. Un proyecto que no puede contar con el apoyo de las fuerzas políticas españolas sin asumir con ello el más evidente de los contransentidos.
sábado, 14 de julio de 2007
Final del terrorismo sin diálogo con ETA
ABC 2007/07/14
"Al supeditarse el fin de la violencia al diálogo entre una organización criminal y el Estado, éste asume parte del argumentario terrorista que denuncia la imperfección de la democracia, argumento que resultaría cierto si realmente no fuera posible la salida del terrorismo sin una negociación que, sin embargo, no ha sido precisa para que otros terroristas renunciasen a su militancia."
ROGELIO ALONSO
Final del terrorismo sin diálogo con ETA
A pesar del fracaso de la negociación con ETA, todavía se insiste en mantener abierta la vía del diálogo con la organización terrorista, si bien se matiza que sólo tendrá lugar en determinadas circunstancias y sobre aspectos concretos como la disolución de la banda y la situación de sus presos. Sin embargo, la reciente experiencia, y otras anteriores, revelan cómo esa opción facilita a ETA el engaño de dirigentes y ciudadanos predispuestos a aceptar las señales equívocas que sobre su hipotética desaparición los terroristas deseen transmitir. De esa forma el Estado pone a disposición de ETA un instrumento con el que, en momentos de debilidad, la banda genera una notable confusión dividiendo a quienes se encargan de combatirla. En esas condiciones, y tras haber sufrido el terrorismo etarra durante décadas, la ansiedad colectiva derivada del deseo de poner término a la violencia puede ser fácilmente manipulada. Así ha ocurrido en estos tres últimos años, enfatizándose la incompatibilidad de negociación e intimidación pese a la existencia de ambas en condiciones inadmisibles al infringirse la resolución parlamentaria que sólo autorizaba el diálogo si antes los terroristas demostraban una «clara voluntad de poner fin a la violencia». El gobierno ha insistido en que no traspasaría unos límites que, no obstante, ha rebasado, justificando dicha vulneración mediante la relativización de las reglas impuestas al inicio del proceso. Se oculta así que el establecimiento, aparentemente firme, de dichas demarcaiones obedecía a la necesidad de respetar un procedimiento sin el cual la iniciativa carecía de validez.
Consecuentemente, si la resolución del Congreso pretendía dar legitimidad a la negociación, el incumplimiento de dicho mandato evidencia la ausencia de cobertura para una política, por tanto, dañina. Se ha intentado encubrir el éxito que para ETA supone esa cesión gubernamental enmascarando el escenario de negociación bajo un imaginario y positivo «fin dialogado de la violencia» que no era tal. Con esos precedentes la oferta de diálogo para el futuro proporciona a ETA la posibilidad de volver a gestionar a su conveniencia su actividad terrorista, sabedora de que a pesar de sus crímenes dispondrá de otra oportunidad en la que nuevamente podrá debilitar al Estado mediante tácticas similares a las que ya se han revelado eficaces para los terroristas. Así lo avala la pertinaz posición del gobierno presentando como una obligación de todo gobernante el diálogo con terroristas a pesar de que, obviamente, ningún dirigente debe comprometerse con acciones que una y otra vez se demuestran contraproducentes. Por todo ello, parece razonable descartar categóricamente el diálogo y la negociación con la banda en supuestos como los que hoy siguen defendiéndose.
Es precisamente la disuasoria credibilidad que se desprende de tan firme negativa la que garantiza el abandono del terrorismo sin concesiones para el Estado, como ocurrió con el dirigente etarra Francisco Múgica Garmendia y otros presos que en 2004 reclamaron la finalización de la violencia tras concluir que la «estrategia político-militar» de ETA había sido «superada por la represión del enemigo» ante «la imposibilidad de acumular fuerzas que posibiliten la negociación en última instancia con el poder central». Este significativo episodio de desvinculación constata que el abandono del terrorismo es posible sin diálogo con los terroristas, siendo viable dicha salida precisamente como consecuencia de la ausencia de negociación. Por tanto la eliminación de esa expectativa de diálogo se convierte en una condición necesaria para la ansiada desaparición de la violencia. En cambio, la promesa de dialogar con la banda asume implícitamente la progresión hacia una negociación que excede los límites, en apariencia infranqueables, que se fijan con objeto de ensalzar las ventajas de un diálogo que en teoría nunca se realizaría bajo la amenaza de la violencia y que quedaría restringido a la situación de los presos y a la disolución de la banda. El motivo radica en que cuestiones tan concretas ya pueden, y deben, abordarse mediante mecanismos existentes en nuestro sistema democrático, sin que se requiera para ello crear instrumentos ad hoc. Al supeditarse el fin de la violencia al diálogo entre una organización criminal y el Estado, éste asume parte del argumentario terrorista que denuncia la imperfección de la democracia, argumento que resultaría cierto si realmente no fuera posible la salida del terrorismo sin una negociación que, sin embargo, no ha sido precisa para que otros terroristas renunciasen a su militancia.
El implícito reconocimiento de indulgencia penal que conlleva la admisión del diálogo en condiciones como las referidas coadyuva a superar esos límites fijados por el Estado, abocando a éste a una negociación política que pasa a ser justificada en aras de una aspiración tan loable como la erradicación del terrorismo. Bajo pretexto de que el fin último justifica los medios, el Estado alienta así la creencia en la eficacia de la coacción, premiando al terrorista con una favorable distinción cualitativa de la pena y de sus crímenes. En consecuencia, ETA da por descontado que la impunidad para sus presos es una concesión ya conquistada que le induce a plantear su disolución sólo a cambio de otros objetivos más ambiciosos. De ahí que el prometido diálogo sobre «paz por presos» deje de representar un factor de disuasión, incentivando el mantenimiento de la amenaza una vez el terrorista ve confirmado que el Estado relega la aplicación del sistema penal y de procedimientos ordinarios inalterables frente a otros criminales. Por el contrario, la negativa del Estado a establecer dicho diálogo, defendiendo las vías de salida del terrorismo que la democracia ya ofrece, aporta credibilidad a la posición estatal garantizando que la paz y la libertad se antepongan a la política. En esas circunstancias las redenciones serían resultado de la efectiva desaparición de la violencia, favoreciendo la presión sobre ETA desde su propio entorno de acuerdo con la lógica que en 2003 se apreciaba en Gara. En serios momentos de debilidad para ETA simpatizantes del entorno radical señalaban: «Hay algo importantísimo que de primeras ganaríamos sin ETA: no habría seiscientos detenidos al año. Habría treinta y, quizás, tras varios años, nadie». Otro articulista añadía: «La izquierda abertzale ha probado durante treinta años con ETA. Que pruebe ahora sin ella».
Estas críticas confirman que el abandono del terrorismo no exige que el Estado construya una narrativa legitimadora de dicha opción mediante la oferta de diálogo, siendo ese relato explicativo responsabilidad de ETA. Los hechos ratifican que sus dirigentes podrían articularlo si existiera una verdadera voluntad de renuncia. Ésta únicamente parece posible en un escenario de derrota incompatible con una coyuntura de final dialogado como el acometido, pues sólo así se fomenta el cuestionamiento táctico de una violencia que entonces sí resulta contraproducente para ETA. Debe subrayarse que nuestro ordenamiento contempla ya la reinserción de los terroristas, si bien condicionada a la renuncia a la violencia para evitar que el terrorismo extraiga «ventaja o rédito político alguno», tal y como demanda el Pacto por las Libertades, y en contra de lo que supone el fin dialogado propugnado. Las razones aquí expuestas demuestran que el ofrecimiento de diálogo estimula la continuidad de la amenaza al racionalizar los terroristas que su violencia siempre será recompensada, y no penalizada, con otra oportunidad. De ese modo los dirigentes políticos, seducidos por el objetivo último de terminar con el terrorismo, se ven impelidos a ceder a ETA la iniciativa en la política antiterrorista convirtiendo el diálogo en un arma contra el Estado.
ROGELIO ALONSO
Profesor de Ciencia Política. Universidad Rey Juan Carlos
"Al supeditarse el fin de la violencia al diálogo entre una organización criminal y el Estado, éste asume parte del argumentario terrorista que denuncia la imperfección de la democracia, argumento que resultaría cierto si realmente no fuera posible la salida del terrorismo sin una negociación que, sin embargo, no ha sido precisa para que otros terroristas renunciasen a su militancia."
ROGELIO ALONSO
Final del terrorismo sin diálogo con ETA
A pesar del fracaso de la negociación con ETA, todavía se insiste en mantener abierta la vía del diálogo con la organización terrorista, si bien se matiza que sólo tendrá lugar en determinadas circunstancias y sobre aspectos concretos como la disolución de la banda y la situación de sus presos. Sin embargo, la reciente experiencia, y otras anteriores, revelan cómo esa opción facilita a ETA el engaño de dirigentes y ciudadanos predispuestos a aceptar las señales equívocas que sobre su hipotética desaparición los terroristas deseen transmitir. De esa forma el Estado pone a disposición de ETA un instrumento con el que, en momentos de debilidad, la banda genera una notable confusión dividiendo a quienes se encargan de combatirla. En esas condiciones, y tras haber sufrido el terrorismo etarra durante décadas, la ansiedad colectiva derivada del deseo de poner término a la violencia puede ser fácilmente manipulada. Así ha ocurrido en estos tres últimos años, enfatizándose la incompatibilidad de negociación e intimidación pese a la existencia de ambas en condiciones inadmisibles al infringirse la resolución parlamentaria que sólo autorizaba el diálogo si antes los terroristas demostraban una «clara voluntad de poner fin a la violencia». El gobierno ha insistido en que no traspasaría unos límites que, no obstante, ha rebasado, justificando dicha vulneración mediante la relativización de las reglas impuestas al inicio del proceso. Se oculta así que el establecimiento, aparentemente firme, de dichas demarcaiones obedecía a la necesidad de respetar un procedimiento sin el cual la iniciativa carecía de validez.
Consecuentemente, si la resolución del Congreso pretendía dar legitimidad a la negociación, el incumplimiento de dicho mandato evidencia la ausencia de cobertura para una política, por tanto, dañina. Se ha intentado encubrir el éxito que para ETA supone esa cesión gubernamental enmascarando el escenario de negociación bajo un imaginario y positivo «fin dialogado de la violencia» que no era tal. Con esos precedentes la oferta de diálogo para el futuro proporciona a ETA la posibilidad de volver a gestionar a su conveniencia su actividad terrorista, sabedora de que a pesar de sus crímenes dispondrá de otra oportunidad en la que nuevamente podrá debilitar al Estado mediante tácticas similares a las que ya se han revelado eficaces para los terroristas. Así lo avala la pertinaz posición del gobierno presentando como una obligación de todo gobernante el diálogo con terroristas a pesar de que, obviamente, ningún dirigente debe comprometerse con acciones que una y otra vez se demuestran contraproducentes. Por todo ello, parece razonable descartar categóricamente el diálogo y la negociación con la banda en supuestos como los que hoy siguen defendiéndose.
Es precisamente la disuasoria credibilidad que se desprende de tan firme negativa la que garantiza el abandono del terrorismo sin concesiones para el Estado, como ocurrió con el dirigente etarra Francisco Múgica Garmendia y otros presos que en 2004 reclamaron la finalización de la violencia tras concluir que la «estrategia político-militar» de ETA había sido «superada por la represión del enemigo» ante «la imposibilidad de acumular fuerzas que posibiliten la negociación en última instancia con el poder central». Este significativo episodio de desvinculación constata que el abandono del terrorismo es posible sin diálogo con los terroristas, siendo viable dicha salida precisamente como consecuencia de la ausencia de negociación. Por tanto la eliminación de esa expectativa de diálogo se convierte en una condición necesaria para la ansiada desaparición de la violencia. En cambio, la promesa de dialogar con la banda asume implícitamente la progresión hacia una negociación que excede los límites, en apariencia infranqueables, que se fijan con objeto de ensalzar las ventajas de un diálogo que en teoría nunca se realizaría bajo la amenaza de la violencia y que quedaría restringido a la situación de los presos y a la disolución de la banda. El motivo radica en que cuestiones tan concretas ya pueden, y deben, abordarse mediante mecanismos existentes en nuestro sistema democrático, sin que se requiera para ello crear instrumentos ad hoc. Al supeditarse el fin de la violencia al diálogo entre una organización criminal y el Estado, éste asume parte del argumentario terrorista que denuncia la imperfección de la democracia, argumento que resultaría cierto si realmente no fuera posible la salida del terrorismo sin una negociación que, sin embargo, no ha sido precisa para que otros terroristas renunciasen a su militancia.
El implícito reconocimiento de indulgencia penal que conlleva la admisión del diálogo en condiciones como las referidas coadyuva a superar esos límites fijados por el Estado, abocando a éste a una negociación política que pasa a ser justificada en aras de una aspiración tan loable como la erradicación del terrorismo. Bajo pretexto de que el fin último justifica los medios, el Estado alienta así la creencia en la eficacia de la coacción, premiando al terrorista con una favorable distinción cualitativa de la pena y de sus crímenes. En consecuencia, ETA da por descontado que la impunidad para sus presos es una concesión ya conquistada que le induce a plantear su disolución sólo a cambio de otros objetivos más ambiciosos. De ahí que el prometido diálogo sobre «paz por presos» deje de representar un factor de disuasión, incentivando el mantenimiento de la amenaza una vez el terrorista ve confirmado que el Estado relega la aplicación del sistema penal y de procedimientos ordinarios inalterables frente a otros criminales. Por el contrario, la negativa del Estado a establecer dicho diálogo, defendiendo las vías de salida del terrorismo que la democracia ya ofrece, aporta credibilidad a la posición estatal garantizando que la paz y la libertad se antepongan a la política. En esas circunstancias las redenciones serían resultado de la efectiva desaparición de la violencia, favoreciendo la presión sobre ETA desde su propio entorno de acuerdo con la lógica que en 2003 se apreciaba en Gara. En serios momentos de debilidad para ETA simpatizantes del entorno radical señalaban: «Hay algo importantísimo que de primeras ganaríamos sin ETA: no habría seiscientos detenidos al año. Habría treinta y, quizás, tras varios años, nadie». Otro articulista añadía: «La izquierda abertzale ha probado durante treinta años con ETA. Que pruebe ahora sin ella».
Estas críticas confirman que el abandono del terrorismo no exige que el Estado construya una narrativa legitimadora de dicha opción mediante la oferta de diálogo, siendo ese relato explicativo responsabilidad de ETA. Los hechos ratifican que sus dirigentes podrían articularlo si existiera una verdadera voluntad de renuncia. Ésta únicamente parece posible en un escenario de derrota incompatible con una coyuntura de final dialogado como el acometido, pues sólo así se fomenta el cuestionamiento táctico de una violencia que entonces sí resulta contraproducente para ETA. Debe subrayarse que nuestro ordenamiento contempla ya la reinserción de los terroristas, si bien condicionada a la renuncia a la violencia para evitar que el terrorismo extraiga «ventaja o rédito político alguno», tal y como demanda el Pacto por las Libertades, y en contra de lo que supone el fin dialogado propugnado. Las razones aquí expuestas demuestran que el ofrecimiento de diálogo estimula la continuidad de la amenaza al racionalizar los terroristas que su violencia siempre será recompensada, y no penalizada, con otra oportunidad. De ese modo los dirigentes políticos, seducidos por el objetivo último de terminar con el terrorismo, se ven impelidos a ceder a ETA la iniciativa en la política antiterrorista convirtiendo el diálogo en un arma contra el Estado.
ROGELIO ALONSO
Profesor de Ciencia Política. Universidad Rey Juan Carlos
sábado, 16 de junio de 2007
La cara dura de la izquierda
ABC 2007/06/16
"...ser hoy de izquierdas en España es quejarse de todo y culpar de todo a una derecha previamente criminalizada."
Por MIQUEL PORTA PERALES, Crítico y escritor
La cara dura de la izquierda
DESDE hace meses, tenía curiosidad por saber qué significa ser hoy de izquierdas en España. Después de leer algunos libros, después de analizar una gran cantidad de artículos y opiniones de gente de izquierdas, después de conversar con algún amigo, conocido o saludado que pertenece al gremio de la izquierda española, he llegado a la siguiente conclusión: ser hoy de izquierdas en España es quejarse de todo y culpar de todo a una derecha previamente criminalizada. Al respecto, la izquierda española padece un par de síndromes: el de Jeremías y el de Jezabel. Dos patologías que se complementan.
La patológica del síndrome de Jeremías -en recuerdo de aquel personaje bíblico que nunca se cansaba de anunciar las desgracias que amenazaban al género humano- que padece la izquierda española se caracteriza por su maniqueísmo: el bien contra el mal. El bien es la izquierda. El mal es la derecha. Veamos. ¿Por qué la izquierda es el bien y la derecha es el mal? Por definición. La izquierda monopoliza el conocimiento de la realidad. La izquierda se erige en la administradora única de la verdad única. El discurso de la izquierda se autolegitima y autolegaliza: dentro del mismo todo vale, fuera del mismo nada vale. Un discurso que, como señalábamos antes, asegura que el mal está en la derecha.
Y para muestra, una breve antología de textos recientes -escritos por insignes intelectuales de izquierdas convertidos en la voz de su amo- en donde se percibe la maldad de la derecha según la izquierda. Parafraseando un conocido western de los años setenta, nos encontramos con el bueno, el farsante, el demagogo y el necio. El bueno: «La derecha utiliza políticamente a las víctimas del terrorismo confirmando la sospecha de que en la política no hay sitio para la piedad». El embaucador: «La agresiva beligerancia de una ola reaccionaria de la derecha extrema para la descalificación y desmontaje de lo que los seres humanos tenemos en común». El demagogo: «Un golpe de Estado necesita, o bien unos generales con galones, o bien una vanguardia dispuesta a todo para conseguir su fin último: la toma del poder al precio que sea. Pues bien, parece que en esto estamos. Los dirigentes del Partido Popular han instalado en España un eficiente bolchevismo neoconservador que está librando una descomunal batalla contra la democracia y el espíritu de la Transición». El necio: «Es preciso que el integrismo retire sus manos arteras del cuello de esa ciudad -Madrid- y la deje respirar, la deje ser. Nos deje ser. El cuerpo español necesita que la derecha no reviente el corazón del Estado». ¿Quizá este ramillete de intelectuales de cuyo nombre no quiero acordarme se muestra igualmente duro con la izquierda? Pues, no. A ninguno de ellos se le conoce crítica alguna sobre la falta de piedad de la izquierda con las víctimas del terrorismo, o sobre la agresiva beligerancia de un retroprogresismo de la izquierda extrema que está desmontando lo que los españoles tenemos en común, o sobre el vanguardismo neobolchevique de una izquierda que está dispuesta a todo -desvertebración del Estado de las autonomías o negociación con una banda terrorista que no ha depuesto las armas- con el fin de mantenerse en el poder, o sobre el integrismo y la fatal arrogancia de una izquierda intervencionista que condiciona incluso la autonomía de los ciudadanos. Estos intelectuales de izquierda -buenismo, engaño, demagogia y necedad- son el reflejo de una izquierda política gobernante que, desvergonzadamente e impunemente -arteramente, como decía el necio-, practica el arte de la doble medida a mayor gloria de sus particulares e intransferibles intereses.
¿Por qué la izquierda intelectual y política dice lo que dice? Aquí aparece -en recuerdo de aquel personaje del Antiguo Testamento, paradigma del cinismo, la ambición y la seducción con fines perversos- el síndrome de Jezabel al que nos referíamos al inicio de estas líneas. La patológica de dicho síndrome, que sufre la izquierda española, se manifiesta cuando se inventa un presunto enemigo -no un adversario- al cual se le atribuyen todos los vicios e iniquidades propios de la maligna Jezabel. ¿Cuál es el objetivo que se persigue? La obtención de legitimación política y social. ¿Cómo se consigue esa doble legitimación? Criminalizando y demonizando una supuesta amenaza -«un imaginario absoluto», que diría Jean Baudrillard- que, al ser denunciada y combatida, provoca -debe provocar- la cohesión de la sociedad alrededor de quien se erige en su único protector. Se trata, por decirlo coloquialmente, de buscar la cabeza de turco o chivo expiatorio -la derecha, en nuestro caso- en quien descargar los propios fracasos y la propia impotencia. Pero, todavía hay algo más importante: la criminalización de la derecha con la consiguiente victimización de la izquierda -la izquierda se considera a sí misma inocente por definición y víctima por vocación- responde al intento de conquistar o conservar el poder. Y para satisfacer la codicia del poder, todo vale. Por ejemplo, la apelación a la ética. Sacando a colación una expresión del escritor checo nacionalizado francés Milan Kundera, la izquierda practica el «yudo moral». En pocas palabras, la izquierda lanza su desafío, lanza su órdago contra la derecha, esgrimiendo la ética contra el adversario transformado en enemigo. Y, ¿cómo competir con quien se presenta avalado por la ética? ¿Cómo competir con quien se autoadjudica el monopolio de la ética? ¿Cómo competir -en palabras de Kundera- con «quien quiere emocionar y deslumbrar a la gente con la belleza de su vida»? ¿Cómo competir -concluye Kundera- con «quien es capaz de mostrarse más moral, más valiente, más honesto, más sincero, más dispuesto al sacrificio, más verídico que nadie»? Así las cosas, quienes piensan de otra manera son tildados de amorales, cínicos, deshonestos y embusteros. En definitiva, el triunfo de la impostura.
Puestos a identificar la figura de la izquierda española de hoy con un prototipo, podríamos hablar del predicador medieval que, desde el púlpito, censuraba y exorcizaba todo aquello que no entendía ni controlaba, ponía en cuestión su crédito e ideología, y hasta se jugaba la vida en el intento. Sin embargo -quede dicho-, entre el predicador medieval y el izquierdista español de hoy existe una notable diferencia que conviene remarcar: mientras al primero le movía el sincero afán de conducir a los fieles al cielo librándoles de las tentaciones terrenales; al segundo, que siempre juega sobre seguro, le mueve el torticero deseo de perpetuarse en el poder librándose de un adversario político al que considera un enemigo que acorralar, derrotar y marginar. La buena fe religiosa del primero, frente a la cara dura ideológica del segundo.
"...ser hoy de izquierdas en España es quejarse de todo y culpar de todo a una derecha previamente criminalizada."
Por MIQUEL PORTA PERALES, Crítico y escritor
La cara dura de la izquierda
DESDE hace meses, tenía curiosidad por saber qué significa ser hoy de izquierdas en España. Después de leer algunos libros, después de analizar una gran cantidad de artículos y opiniones de gente de izquierdas, después de conversar con algún amigo, conocido o saludado que pertenece al gremio de la izquierda española, he llegado a la siguiente conclusión: ser hoy de izquierdas en España es quejarse de todo y culpar de todo a una derecha previamente criminalizada. Al respecto, la izquierda española padece un par de síndromes: el de Jeremías y el de Jezabel. Dos patologías que se complementan.
La patológica del síndrome de Jeremías -en recuerdo de aquel personaje bíblico que nunca se cansaba de anunciar las desgracias que amenazaban al género humano- que padece la izquierda española se caracteriza por su maniqueísmo: el bien contra el mal. El bien es la izquierda. El mal es la derecha. Veamos. ¿Por qué la izquierda es el bien y la derecha es el mal? Por definición. La izquierda monopoliza el conocimiento de la realidad. La izquierda se erige en la administradora única de la verdad única. El discurso de la izquierda se autolegitima y autolegaliza: dentro del mismo todo vale, fuera del mismo nada vale. Un discurso que, como señalábamos antes, asegura que el mal está en la derecha.
Y para muestra, una breve antología de textos recientes -escritos por insignes intelectuales de izquierdas convertidos en la voz de su amo- en donde se percibe la maldad de la derecha según la izquierda. Parafraseando un conocido western de los años setenta, nos encontramos con el bueno, el farsante, el demagogo y el necio. El bueno: «La derecha utiliza políticamente a las víctimas del terrorismo confirmando la sospecha de que en la política no hay sitio para la piedad». El embaucador: «La agresiva beligerancia de una ola reaccionaria de la derecha extrema para la descalificación y desmontaje de lo que los seres humanos tenemos en común». El demagogo: «Un golpe de Estado necesita, o bien unos generales con galones, o bien una vanguardia dispuesta a todo para conseguir su fin último: la toma del poder al precio que sea. Pues bien, parece que en esto estamos. Los dirigentes del Partido Popular han instalado en España un eficiente bolchevismo neoconservador que está librando una descomunal batalla contra la democracia y el espíritu de la Transición». El necio: «Es preciso que el integrismo retire sus manos arteras del cuello de esa ciudad -Madrid- y la deje respirar, la deje ser. Nos deje ser. El cuerpo español necesita que la derecha no reviente el corazón del Estado». ¿Quizá este ramillete de intelectuales de cuyo nombre no quiero acordarme se muestra igualmente duro con la izquierda? Pues, no. A ninguno de ellos se le conoce crítica alguna sobre la falta de piedad de la izquierda con las víctimas del terrorismo, o sobre la agresiva beligerancia de un retroprogresismo de la izquierda extrema que está desmontando lo que los españoles tenemos en común, o sobre el vanguardismo neobolchevique de una izquierda que está dispuesta a todo -desvertebración del Estado de las autonomías o negociación con una banda terrorista que no ha depuesto las armas- con el fin de mantenerse en el poder, o sobre el integrismo y la fatal arrogancia de una izquierda intervencionista que condiciona incluso la autonomía de los ciudadanos. Estos intelectuales de izquierda -buenismo, engaño, demagogia y necedad- son el reflejo de una izquierda política gobernante que, desvergonzadamente e impunemente -arteramente, como decía el necio-, practica el arte de la doble medida a mayor gloria de sus particulares e intransferibles intereses.
¿Por qué la izquierda intelectual y política dice lo que dice? Aquí aparece -en recuerdo de aquel personaje del Antiguo Testamento, paradigma del cinismo, la ambición y la seducción con fines perversos- el síndrome de Jezabel al que nos referíamos al inicio de estas líneas. La patológica de dicho síndrome, que sufre la izquierda española, se manifiesta cuando se inventa un presunto enemigo -no un adversario- al cual se le atribuyen todos los vicios e iniquidades propios de la maligna Jezabel. ¿Cuál es el objetivo que se persigue? La obtención de legitimación política y social. ¿Cómo se consigue esa doble legitimación? Criminalizando y demonizando una supuesta amenaza -«un imaginario absoluto», que diría Jean Baudrillard- que, al ser denunciada y combatida, provoca -debe provocar- la cohesión de la sociedad alrededor de quien se erige en su único protector. Se trata, por decirlo coloquialmente, de buscar la cabeza de turco o chivo expiatorio -la derecha, en nuestro caso- en quien descargar los propios fracasos y la propia impotencia. Pero, todavía hay algo más importante: la criminalización de la derecha con la consiguiente victimización de la izquierda -la izquierda se considera a sí misma inocente por definición y víctima por vocación- responde al intento de conquistar o conservar el poder. Y para satisfacer la codicia del poder, todo vale. Por ejemplo, la apelación a la ética. Sacando a colación una expresión del escritor checo nacionalizado francés Milan Kundera, la izquierda practica el «yudo moral». En pocas palabras, la izquierda lanza su desafío, lanza su órdago contra la derecha, esgrimiendo la ética contra el adversario transformado en enemigo. Y, ¿cómo competir con quien se presenta avalado por la ética? ¿Cómo competir con quien se autoadjudica el monopolio de la ética? ¿Cómo competir -en palabras de Kundera- con «quien quiere emocionar y deslumbrar a la gente con la belleza de su vida»? ¿Cómo competir -concluye Kundera- con «quien es capaz de mostrarse más moral, más valiente, más honesto, más sincero, más dispuesto al sacrificio, más verídico que nadie»? Así las cosas, quienes piensan de otra manera son tildados de amorales, cínicos, deshonestos y embusteros. En definitiva, el triunfo de la impostura.
Puestos a identificar la figura de la izquierda española de hoy con un prototipo, podríamos hablar del predicador medieval que, desde el púlpito, censuraba y exorcizaba todo aquello que no entendía ni controlaba, ponía en cuestión su crédito e ideología, y hasta se jugaba la vida en el intento. Sin embargo -quede dicho-, entre el predicador medieval y el izquierdista español de hoy existe una notable diferencia que conviene remarcar: mientras al primero le movía el sincero afán de conducir a los fieles al cielo librándoles de las tentaciones terrenales; al segundo, que siempre juega sobre seguro, le mueve el torticero deseo de perpetuarse en el poder librándose de un adversario político al que considera un enemigo que acorralar, derrotar y marginar. La buena fe religiosa del primero, frente a la cara dura ideológica del segundo.
jueves, 14 de junio de 2007
ETA y la democracia española
ABC 2007/06/14
"No es ningún secreto que muchas personas han acabado preguntándose si, en vez de confiar en la justicia, sus derechos no estarían mejor protegidos por una banda de pistoleros, lo que les permitiría negociar con el gobierno y recibir un trato privilegiado."
CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN, Profesor de la UPV y portavoz de Basta Ya
ETA y la democracia española
CREO que una conclusión ineludible del fracaso del siempre mal llamado «proceso de paz» es que nuestra democracia ha demostrado graves deficiencias a la hora de garantizar la solidez de la clave de bóveda de cualquier democracia: el cumplimiento de las leyes. Más allá de los pésimos cálculos estratégicos de Zapatero y sus asesores, con la deleznable concepción de la política y la ética pública que esos malos cálculos revelan, el hecho es que para sostener la negociación política con ETA el gobierno ha podido burlar el sentido de las leyes o eludir su aplicación, y todo ello sin incurrir en una ilegalidad flagrante. Semejante facilidad abre la caja de Pandora en materias tan sensibles como la igualdad jurídica de los ciudadanos o las obligaciones de las instituciones del Estado de derecho, que deben asegurar por todos los medios a su alcance la vida, la seguridad y la libertad de los ciudadanos amenazados por cualquier causa, sea un grupo terrorista o una catástrofe natural. ETA y la democracia española.
No soy jurista y sin duda ignoro cuestiones fundamentales de la especialidad, de manera que me limitaré a señalar el muy evidente fenómeno del vaciamiento de la Ley de Partidos, sin duda el mayor logro jurídico del Pacto Antiterrorista. ETA siempre lo ha entendido así, y por eso se ha volcado en conseguir la vuelta de su brazo político a las instituciones, por razones prácticas y políticas sobradamente conocidas. Incluso ha fingido que buscaba sinceramente un acuerdo de paz, engañando a muchos. Porque en cuanto ha conseguido su propósito -¡y a cambio de nada!- ha cancelado la farsa, volviendo a lo que es.
La opereta del caso De Juana, las idas y venidas de Otegi por los tribunales, la tolerancia de la kale borroka y de la extorsión, incluso del robo de armas y de movimientos de bandas armadas, palidecen frente al éxito de la vuelta a la legalidad de HB, ahora como el avatar ANV. Y la sentencia salomónica que legalizaba una parte del partido dejando fuera a la otra sólo ha empeorado las cosas: además de regalar a la banda una base territorial indispensable (bautizada ya como «territorio ANV»), le ha proporcionado gratuitamente la argumentación que buscaba -el «Guantánamo electoral»- para justificar su regreso al asesinato en respuesta a la discriminación de que es víctima, disparate llamado a tener un gran éxito en foros internacionales muy variados, para desgracia de todos.
Los etarras han explotado la capacidad de obstruir los procedimientos judiciales que el gobierno puede desplegar a través de la fiscalía general del Estado. Ha quedado demostrado, ante el pasmo general, que un gobierno decidido a negociar con ETA puede usar la fiscalía general para retirar cargos, paralizar procedimientos e impedir a un tribunal que dicte la sentencia que hubiera considerado más acorde al derecho, como le pasó al Tribunal Supremo en la demanda de ilegalización de las listas de ANV. Se ha observado, por otra parte, que las listas que la propia fiscalía postulaba como candidatas a la ilegalización eran en varios casos las más convenientes para las cábalas poselectorales del partido del gobierno en Navarra y País Vasco. Pero dejando ahora los aspectos más sórdidos e instrumentales del asunto, ¿estamos en condiciones de garantizar que las leyes aprobadas por el Parlamento sobrevivirán a la interpretación creativa de un gobierno que puede obstruir su aplicación en función de sus conveniencias? Parafraseando el famoso dicho cínico atribuido a Romanones -«ustedes hagan la ley y déjenme a mí el reglamento»-, el gobierno bien puede decir: «ustedes hagan la ley y déjenme a mí nombrar al fiscal general». El resultado: la Ley de Partidos ha sido vaciada como una bañera a la que se quita el tapón. La bañera sigue ahí, cierto, pero no sirve para bañarse en ella. Y es muy posible que acabe en la chatarra si el Tribunal de Estrasburgo hace suya la doctrina Conde Pumpido.
Si no estoy equivocado, es un problema constitucional. La Constitución concede demasiado poder al gobierno a través de la prerrogativa de nombrar al fiscal general (art. 124.4), lo que le permite llegar a burlarla, como ha ocurrido con la Ley de Partidos, simplemente con inhibirse y tolerar la actuación de Batasuna, que ha disfrutado de más libertad, y atención mediática, que los partidos democráticos vascos. La conexión jerárquica gobierno-fiscalía debilita la separación de poderes y limita la capacidad de actuación de los jueces. Ha quedado a la vista justamente cuando la negociación política con ETA emprendida por el gobierno reclamaba una actuación eficaz de la justicia para evitar la relegalización de hecho de Batasuna, primero, y luego la salomónica de media ANV.
Hay quien piensa que todo depende en última instancia de quién esté al frente del gobierno. Si se trata de alguien completamente contrario a la negociación con ETA, se alega, no habrá ningún problema en este sentido. Pero es un argumento débil. Para empezar, ese partido -de momento, sólo el PP entre los grandes- necesita una mayoría absoluta que le permita no sólo aplicar las leyes, sino exigir que hagan lo mismo las instituciones vascas, pongamos por caso, por lo que no debe depender de pactos con nacionalistas. Pero la debilidad argumental radica en que una democracia no puede depender, para algo tan serio como la aplicación de las leyes y la igualdad jurídica, de la personalidad de quien ocupe en un momento dado las instituciones fundamentales.
Siguiendo la saludable máxima liberal, la Constitución es el contrato que protege a los ciudadanos del excesivo poderío del Estado, de manera que lo necesario es reformar nuestro contrato constitucional para obtener garantías razonables de que la próxima vez que un gobierno o un parlamento procedan a ilegalizar a la rama política de ETA, o cualquier cosa semejante, no vendrá después otro gobierno con distinta visión de la jugada, capaz de deshacerlo todo para volver al punto anterior... como ha pasado esta legislatura.
En el PP algunas voces cualificadas abogan por la reforma de la Constitución, sobre todo en materia territorial, para hacer frente al vaciamiento constitucional de competencias estatales e igualdad territorial que ha impulsado el zapaterismo en otra de sus inspiraciones visionarias. En la izquierda renovadora hay gente que comparte esa idea, que probablemente prosperaría también en el PSOE de no ser por el zapaterismo. Pero es importante que nos percatemos de que el regreso del terrorismo total no es sólo la consecuencia de una mala política de gobierno, que lo es, sino de que esa mala política ha aprovechado ciertas insuficiencias constitucionales. Hay que abrir un debate de reforma constitucional que también aborde los profundos desafíos del terrorismo, de manera que no dependamos de líderes visionarios o fiscales guantanameros, pero tampoco de contrarios más lúcidos que no siempre estarán disponibles en el momento y lugar oportunos. La democracia es así. Y por eso, en este nuevo asalto contra ETA que deberá ser el definitivo, hay que hablarde la reforma de la Constitución.
"No es ningún secreto que muchas personas han acabado preguntándose si, en vez de confiar en la justicia, sus derechos no estarían mejor protegidos por una banda de pistoleros, lo que les permitiría negociar con el gobierno y recibir un trato privilegiado."
CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN, Profesor de la UPV y portavoz de Basta Ya
ETA y la democracia española
CREO que una conclusión ineludible del fracaso del siempre mal llamado «proceso de paz» es que nuestra democracia ha demostrado graves deficiencias a la hora de garantizar la solidez de la clave de bóveda de cualquier democracia: el cumplimiento de las leyes. Más allá de los pésimos cálculos estratégicos de Zapatero y sus asesores, con la deleznable concepción de la política y la ética pública que esos malos cálculos revelan, el hecho es que para sostener la negociación política con ETA el gobierno ha podido burlar el sentido de las leyes o eludir su aplicación, y todo ello sin incurrir en una ilegalidad flagrante. Semejante facilidad abre la caja de Pandora en materias tan sensibles como la igualdad jurídica de los ciudadanos o las obligaciones de las instituciones del Estado de derecho, que deben asegurar por todos los medios a su alcance la vida, la seguridad y la libertad de los ciudadanos amenazados por cualquier causa, sea un grupo terrorista o una catástrofe natural. ETA y la democracia española.
No soy jurista y sin duda ignoro cuestiones fundamentales de la especialidad, de manera que me limitaré a señalar el muy evidente fenómeno del vaciamiento de la Ley de Partidos, sin duda el mayor logro jurídico del Pacto Antiterrorista. ETA siempre lo ha entendido así, y por eso se ha volcado en conseguir la vuelta de su brazo político a las instituciones, por razones prácticas y políticas sobradamente conocidas. Incluso ha fingido que buscaba sinceramente un acuerdo de paz, engañando a muchos. Porque en cuanto ha conseguido su propósito -¡y a cambio de nada!- ha cancelado la farsa, volviendo a lo que es.
La opereta del caso De Juana, las idas y venidas de Otegi por los tribunales, la tolerancia de la kale borroka y de la extorsión, incluso del robo de armas y de movimientos de bandas armadas, palidecen frente al éxito de la vuelta a la legalidad de HB, ahora como el avatar ANV. Y la sentencia salomónica que legalizaba una parte del partido dejando fuera a la otra sólo ha empeorado las cosas: además de regalar a la banda una base territorial indispensable (bautizada ya como «territorio ANV»), le ha proporcionado gratuitamente la argumentación que buscaba -el «Guantánamo electoral»- para justificar su regreso al asesinato en respuesta a la discriminación de que es víctima, disparate llamado a tener un gran éxito en foros internacionales muy variados, para desgracia de todos.
Los etarras han explotado la capacidad de obstruir los procedimientos judiciales que el gobierno puede desplegar a través de la fiscalía general del Estado. Ha quedado demostrado, ante el pasmo general, que un gobierno decidido a negociar con ETA puede usar la fiscalía general para retirar cargos, paralizar procedimientos e impedir a un tribunal que dicte la sentencia que hubiera considerado más acorde al derecho, como le pasó al Tribunal Supremo en la demanda de ilegalización de las listas de ANV. Se ha observado, por otra parte, que las listas que la propia fiscalía postulaba como candidatas a la ilegalización eran en varios casos las más convenientes para las cábalas poselectorales del partido del gobierno en Navarra y País Vasco. Pero dejando ahora los aspectos más sórdidos e instrumentales del asunto, ¿estamos en condiciones de garantizar que las leyes aprobadas por el Parlamento sobrevivirán a la interpretación creativa de un gobierno que puede obstruir su aplicación en función de sus conveniencias? Parafraseando el famoso dicho cínico atribuido a Romanones -«ustedes hagan la ley y déjenme a mí el reglamento»-, el gobierno bien puede decir: «ustedes hagan la ley y déjenme a mí nombrar al fiscal general». El resultado: la Ley de Partidos ha sido vaciada como una bañera a la que se quita el tapón. La bañera sigue ahí, cierto, pero no sirve para bañarse en ella. Y es muy posible que acabe en la chatarra si el Tribunal de Estrasburgo hace suya la doctrina Conde Pumpido.
Si no estoy equivocado, es un problema constitucional. La Constitución concede demasiado poder al gobierno a través de la prerrogativa de nombrar al fiscal general (art. 124.4), lo que le permite llegar a burlarla, como ha ocurrido con la Ley de Partidos, simplemente con inhibirse y tolerar la actuación de Batasuna, que ha disfrutado de más libertad, y atención mediática, que los partidos democráticos vascos. La conexión jerárquica gobierno-fiscalía debilita la separación de poderes y limita la capacidad de actuación de los jueces. Ha quedado a la vista justamente cuando la negociación política con ETA emprendida por el gobierno reclamaba una actuación eficaz de la justicia para evitar la relegalización de hecho de Batasuna, primero, y luego la salomónica de media ANV.
Hay quien piensa que todo depende en última instancia de quién esté al frente del gobierno. Si se trata de alguien completamente contrario a la negociación con ETA, se alega, no habrá ningún problema en este sentido. Pero es un argumento débil. Para empezar, ese partido -de momento, sólo el PP entre los grandes- necesita una mayoría absoluta que le permita no sólo aplicar las leyes, sino exigir que hagan lo mismo las instituciones vascas, pongamos por caso, por lo que no debe depender de pactos con nacionalistas. Pero la debilidad argumental radica en que una democracia no puede depender, para algo tan serio como la aplicación de las leyes y la igualdad jurídica, de la personalidad de quien ocupe en un momento dado las instituciones fundamentales.
Siguiendo la saludable máxima liberal, la Constitución es el contrato que protege a los ciudadanos del excesivo poderío del Estado, de manera que lo necesario es reformar nuestro contrato constitucional para obtener garantías razonables de que la próxima vez que un gobierno o un parlamento procedan a ilegalizar a la rama política de ETA, o cualquier cosa semejante, no vendrá después otro gobierno con distinta visión de la jugada, capaz de deshacerlo todo para volver al punto anterior... como ha pasado esta legislatura.
En el PP algunas voces cualificadas abogan por la reforma de la Constitución, sobre todo en materia territorial, para hacer frente al vaciamiento constitucional de competencias estatales e igualdad territorial que ha impulsado el zapaterismo en otra de sus inspiraciones visionarias. En la izquierda renovadora hay gente que comparte esa idea, que probablemente prosperaría también en el PSOE de no ser por el zapaterismo. Pero es importante que nos percatemos de que el regreso del terrorismo total no es sólo la consecuencia de una mala política de gobierno, que lo es, sino de que esa mala política ha aprovechado ciertas insuficiencias constitucionales. Hay que abrir un debate de reforma constitucional que también aborde los profundos desafíos del terrorismo, de manera que no dependamos de líderes visionarios o fiscales guantanameros, pero tampoco de contrarios más lúcidos que no siempre estarán disponibles en el momento y lugar oportunos. La democracia es así. Y por eso, en este nuevo asalto contra ETA que deberá ser el definitivo, hay que hablarde la reforma de la Constitución.
domingo, 10 de junio de 2007
Personaje en busca de autor
ABC 2007/06/10
"La tregua que ETA acaba de romper difiere radicalmente de la del 98. Entonces, los conspiradores de Estella sorprendieron al Gobierno con un alto el fuego que aquél no quiso desatender sin palpar antes el terreno. En este caso el alto el fuego, y hasta los términos en que se formuló, fueron negociados entre los terroristas y La Moncloa."
Álvaro Delgado Gal
Personaje en busca de autor
Existen distintas teorías sobre Zapatero, inspiradas, en grado cambiante, por el fervor, la animadversión, la suspicacia, o la indiferencia. El jueves pasado, en su entrevista con Gabilondo, el presidente suministró munición abundante a los inclinados a la misantropía. El inquilino de La Moncloa estuvo, lo digo con pesar, lamentable. Gabilondo no apuró las preguntas al límite, pero tocó los aspectos que había que tocar y dejó en buen lugar a la profesión periodística. Sucedió, además, un hecho que no entraba en las previsiones de muchos: Gabilondo, de forma en mi opinión indeliberada, pareció decepcionado, incluso violentado, por la persona que tenía en frente. Zapatero percibió la falta de química, y se sintió descolocado. De resultas, se produjo una suerte de difracción, o de doblez óptica. Habitualmente, el presidente logra imponer en este tipo de comparecencias un tono cómplice, caliente: afelpa la voz y habla para uno y a la vez para todos. No dice nada memorable y, con frecuencia, dice cosas que no son verdad, pero el ambiente íntimo, confesional, anula milagrosamente la incoherencia del mensaje. El jueves no se verificó la transubstanciación portentosa, y vimos a un hombre violento y enconado contra la oposición que asumía al tiempo los denuedos gestuales y los barroquismos de un suplicante antiguo. El efecto fue raro. Fue como estar delante de un actor que no ha conseguido todavía identificarse con su papel. Ahora, vayamos a los contenidos.
La tesis de Zapatero es que no está obligado a asumir responsabilidades políticas porque la única culpable es ETA, y en medida apreciable, el PP. El presidente instó a los populares a conducirse como él lo hizo cuando estaba en la oposición, y a mantener la lucha antiterrorista fuera del debate público. Anticipó, asimismo, que su apelación caería en saco roto, y dando por descontado el desencuentro, se dedicó, casi monográficamente, a hacer lo preciso para que el asunto acabe como el rosario de la aurora.
Es obvio por qué desea el presidente ocultar bajo el manto de la circunspección patriótica su terrible manejo del proceso. Si usted ha metido la pata hasta la ingle a propósito de esto o lo de más allá, se comprende que sugiera otros temas de conversación, desde el tiempo -el cambio climático centrará, a lo que parece, lo que resta de legislatura-, hasta el sexo de los ángeles. Pero usted, señor presidente, no es un hombre cualquiera. Usted es eso, el presidente del Gobierno, y está en la obligación de dar las explicaciones que de momento no ha querido dar. Los hechos dibujan, con independencia de que se haya desfallecido más allá de lo prudente en el acoso policial a ETA, un garabato de mal augurio:
1. La tregua que ETA acaba de romper difiere radicalmente de la del 98. Entonces, los conspiradores de Estella sorprendieron al Gobierno con un alto el fuego que aquél no quiso desatender sin palpar antes el terreno. En este caso el alto el fuego, y hasta los términos en que se formuló, fueron negociados entre los terroristas y La Moncloa. Abundan los indicios de que los tanteos se remontan a años atrás. Según algunas fuentes, hasta el momento mismo en que se firmó el Pacto por las Libertades.
2. El Pacto fue desplazado, que no enriquecido, por la resolución congresual del 2005. Los textos discrepan en aspectos no baladíes, pero más importante que el texto, es el contexto. La diferencia esencial, es que la resolución fue suscrita por partidos que auspiciaban la negociación política y que en un caso al menos llegaron a entrar en tratos secretos con los terroristas. La soledad del PP, por tanto, no fue voluntaria. El PP se quedó solo, porque la idea era apartarlo de un proyecto que no era el mismo que el convenido en el 2000 y con el que se sabía que no podía estar de acuerdo.
3.El acercamiento de presos, y otras cosas que se hicieron durante el mandato de Aznar, forman parte de las prerrogativas que una Administración se concede en el trance de lidiar con un grupo terrorista que amaga la rendición. Ahora, sin embargo, se ha hablado, expresamente, de política. No es una conjetura sino una evidencia. Los puntos principales de la negociación han sido Navarra y la mesa de partidos, de la que se discute por lo largo en documentos oficiales del PSE. La mesa de partidos, o no significa nada, o es un eufemismo para designar un proceso constituyente alumbrado fuera de la Constitución. Habría sido estupendo que Zapatero deshiciera el equívoco inaudito con la rotundidad que exige el caso. Por desgracia, no lo ha hecho.
4.Según manifestó el Tribunal Supremo, el Gobierno no ha aplicado la Ley de Partidos como debía aplicarla ni se ha empleado con la contundencia que aquélla permitía. El resultado, es que ANV, nueva fachada de ETA, ha podido eludir en grandes proporciones lo que el Fiscal General tuvo la ocurrencia de denominar «un Guantánamo electoral».
En vista de ello, esperamos una explicación. Del encuentro de mañana entre usted y Rajoy, no podemos esperar nada. Usted se encargó, el jueves, de hacer inútil toda esperanza.
"La tregua que ETA acaba de romper difiere radicalmente de la del 98. Entonces, los conspiradores de Estella sorprendieron al Gobierno con un alto el fuego que aquél no quiso desatender sin palpar antes el terreno. En este caso el alto el fuego, y hasta los términos en que se formuló, fueron negociados entre los terroristas y La Moncloa."
Álvaro Delgado Gal
Personaje en busca de autor
Existen distintas teorías sobre Zapatero, inspiradas, en grado cambiante, por el fervor, la animadversión, la suspicacia, o la indiferencia. El jueves pasado, en su entrevista con Gabilondo, el presidente suministró munición abundante a los inclinados a la misantropía. El inquilino de La Moncloa estuvo, lo digo con pesar, lamentable. Gabilondo no apuró las preguntas al límite, pero tocó los aspectos que había que tocar y dejó en buen lugar a la profesión periodística. Sucedió, además, un hecho que no entraba en las previsiones de muchos: Gabilondo, de forma en mi opinión indeliberada, pareció decepcionado, incluso violentado, por la persona que tenía en frente. Zapatero percibió la falta de química, y se sintió descolocado. De resultas, se produjo una suerte de difracción, o de doblez óptica. Habitualmente, el presidente logra imponer en este tipo de comparecencias un tono cómplice, caliente: afelpa la voz y habla para uno y a la vez para todos. No dice nada memorable y, con frecuencia, dice cosas que no son verdad, pero el ambiente íntimo, confesional, anula milagrosamente la incoherencia del mensaje. El jueves no se verificó la transubstanciación portentosa, y vimos a un hombre violento y enconado contra la oposición que asumía al tiempo los denuedos gestuales y los barroquismos de un suplicante antiguo. El efecto fue raro. Fue como estar delante de un actor que no ha conseguido todavía identificarse con su papel. Ahora, vayamos a los contenidos.
La tesis de Zapatero es que no está obligado a asumir responsabilidades políticas porque la única culpable es ETA, y en medida apreciable, el PP. El presidente instó a los populares a conducirse como él lo hizo cuando estaba en la oposición, y a mantener la lucha antiterrorista fuera del debate público. Anticipó, asimismo, que su apelación caería en saco roto, y dando por descontado el desencuentro, se dedicó, casi monográficamente, a hacer lo preciso para que el asunto acabe como el rosario de la aurora.
Es obvio por qué desea el presidente ocultar bajo el manto de la circunspección patriótica su terrible manejo del proceso. Si usted ha metido la pata hasta la ingle a propósito de esto o lo de más allá, se comprende que sugiera otros temas de conversación, desde el tiempo -el cambio climático centrará, a lo que parece, lo que resta de legislatura-, hasta el sexo de los ángeles. Pero usted, señor presidente, no es un hombre cualquiera. Usted es eso, el presidente del Gobierno, y está en la obligación de dar las explicaciones que de momento no ha querido dar. Los hechos dibujan, con independencia de que se haya desfallecido más allá de lo prudente en el acoso policial a ETA, un garabato de mal augurio:
1. La tregua que ETA acaba de romper difiere radicalmente de la del 98. Entonces, los conspiradores de Estella sorprendieron al Gobierno con un alto el fuego que aquél no quiso desatender sin palpar antes el terreno. En este caso el alto el fuego, y hasta los términos en que se formuló, fueron negociados entre los terroristas y La Moncloa. Abundan los indicios de que los tanteos se remontan a años atrás. Según algunas fuentes, hasta el momento mismo en que se firmó el Pacto por las Libertades.
2. El Pacto fue desplazado, que no enriquecido, por la resolución congresual del 2005. Los textos discrepan en aspectos no baladíes, pero más importante que el texto, es el contexto. La diferencia esencial, es que la resolución fue suscrita por partidos que auspiciaban la negociación política y que en un caso al menos llegaron a entrar en tratos secretos con los terroristas. La soledad del PP, por tanto, no fue voluntaria. El PP se quedó solo, porque la idea era apartarlo de un proyecto que no era el mismo que el convenido en el 2000 y con el que se sabía que no podía estar de acuerdo.
3.El acercamiento de presos, y otras cosas que se hicieron durante el mandato de Aznar, forman parte de las prerrogativas que una Administración se concede en el trance de lidiar con un grupo terrorista que amaga la rendición. Ahora, sin embargo, se ha hablado, expresamente, de política. No es una conjetura sino una evidencia. Los puntos principales de la negociación han sido Navarra y la mesa de partidos, de la que se discute por lo largo en documentos oficiales del PSE. La mesa de partidos, o no significa nada, o es un eufemismo para designar un proceso constituyente alumbrado fuera de la Constitución. Habría sido estupendo que Zapatero deshiciera el equívoco inaudito con la rotundidad que exige el caso. Por desgracia, no lo ha hecho.
4.Según manifestó el Tribunal Supremo, el Gobierno no ha aplicado la Ley de Partidos como debía aplicarla ni se ha empleado con la contundencia que aquélla permitía. El resultado, es que ANV, nueva fachada de ETA, ha podido eludir en grandes proporciones lo que el Fiscal General tuvo la ocurrencia de denominar «un Guantánamo electoral».
En vista de ello, esperamos una explicación. Del encuentro de mañana entre usted y Rajoy, no podemos esperar nada. Usted se encargó, el jueves, de hacer inútil toda esperanza.
martes, 22 de mayo de 2007
Indios y sociólogos
EL PAÍS 2007/05/22
"Nunca les habían faltado a nuestros indios proetarras voces sociológicas de
elucidación y encomio, pero nunca antes las habían tenido tan abundantes y
situadas a tan alto nivel en el ordenamiento estatal."
FERNANDO SAVATER
Indios y sociólogos
No sé si a ustedes les pasará igual: si a mí me tomasen por tonto Habermas o Vargas Llosa, por ejemplo, lo aceptaría con resignación puesto que a su lado probablemente lo soy; pero que me consideren idiota Conde Pumpido o López Garrido, por no hablar de Pepe Blanco... vaya, es algo que le humilla a uno. Y mi impresión general es que este Gobierno ha decidido que lo mejor es tratar a la clientela levantisca como si no tuviese demasiadas luces -"¡pero qué sabrá usted!"- incluso cuando se les está intentando dar en vez de liebre ya no gato, sino rata disecada. El truco empleado es elemental aunque repetido con renovado énfasis: consiste en decir que en modo alguno se va a hacer o a consentir algo y luego hacerlo o consentirlo pero llamándolo de otro modo. Por tanto, el Gobierno nunca pactará con ETA un precio político del final de la violencia, pero ofrece una mesa política en cuanto acabe la violencia o si se suspende un rato suficientemente largo; no excarcelará a De Juana Chaos, pero se complacerá en verlo paseando fuera de la cárcel, que no es lo mismo; no absolverá de apología del terrorismo a Otegi, aunque no se extrañará de que no se le condene; no permitirá a Batasuna presentarse a las elecciones, pero autorizará decenas de listas de ANV que son "pacíficas y legales" aunque funcionen a todos los efectos como si fueran de Batasuna y por tanto parezcan de Batasuna, qué desconfiada es la gente; y por supuesto no se han reunido últimamente con los delegados etarras con fines de mercadeo, digan estos lo que digan, aunque de vez en cuando se les acerquen a buscar información, que no todo lo resuelve Google. Siguiendo así, el día que ETA pegue un tiro a alguien no se tratará de un asesinato propiamente dicho, sino todo lo más de otro afortunado que pasa a mejor vida...
Lo de las listas de ANV, sobre todo, está convirtiéndose en un auténtico máster de cómo tomar el pelo desde el Gobierno a la resignada grey de los gobernados. A cada telediario apretamos el cinturón de los embelecos un punto más. No sólo hay que creer que Batasuna no se presenta ni poco ni mucho a las elecciones gracias a la firme diligencia gubernamental, no sólo la parte autorizada de ANV nada tiene que ver con ETA pese a los apoyos que recibe de y brinda a los proetarras, sino que según el Fiscal General hasta se ha ido demasiado lejos en el celo prohibitivo. ¡Y aún hay quien pretende encerrar a la sufrida gente abertzale en un Guantánamo electoral! Es lo que viene a explicarnos a los duros de entendederas Javier Pérez Royo en Liquidación electoral de una minoría (EL PAÍS, 19 de mayo de 2007). Con la misma elocuente vehemencia con que otrora justificó a quienes iban a las puertas de la cárcel de Guadalajara para hacer la ola a los condenados del GAL, hoy denuncia que se está intentando ante nuestros ojos nada menos que la liquidación electoral de 150.000 o 200.000 ciudadanos españoles del País Vasco a los que se priva en la práctica del derecho de sufragio. Y así será, si se les impide votar de la manera que cada uno de ellos considere individualmente apropiada y se vean obligados a ejercerlo de la manera que los demás le imponen. A esos perseguidos solamente se les deja la opción de apoyar las candidaturas de los partidos que no les gustan o de abstenerse, es decir que se les condena al limbo electoral. ¡Menudo atropello! Por lo visto, no basta que haya candidaturas nacionalistas, nacionalistas radicales o francamente independentistas. Si el público lo demanda, es imprescindible que se autoricen también otras que no se desliguen de la violencia terrorista, que apoyen la estrategia de ETA y que recauden para ella financiamiento y audiencia política, abierta o encubiertamente. El derecho fundamental de elegir debe primar sobre la condición democrática o no de lo elegido, sea lo que sea. ...Pues fíjense, yo no me lo creo. Puede que el derecho, sea constitucional o de otro tipo, no siempre coincida punto por punto con el sentido común del lego pero tampoco es una pieza absurda como las del teatro de Ionesco. Y hay argumentaciones jurídicas que corroboran en este caso el escepticismo ante los razonamientos de Pérez Royo: remito al lector a la obra de otro catedrático de derecho, Carlos Fernández de Casadevante, La nación sin ciudadanos (ed. Dilex) cap. VIII, titulado "Ni todas las ideas, ni todos los proyectos políticos".
Pero si por un momento acepto el planteamiento de Pérez Royo, entonces yo también temo formar parte de la minoría electoral liquidada. Porque yo tampoco tengo un partido a mi gusto al que votar. Yo quisiera votar a un partido socialista con una firme posición de rechazo tanto ante el terrorismo de ETA como ante sus pretensiones políticas, un partido socialista que se atuviese al espíritu y la letra del Pacto Antiterrorista tal como fue redactado en su día, un partido socialista que buscara en este punto político fundamental el apoyo del resto de los constitucionalistas y que no debilitara el diseño unitario del Estado de Derecho para conseguir apoyos de los nacionalistas periféricos que no creen en él por mucho que tales concesiones garantizasen su hegemonía en el Congreso. Y como tal partido socialista de mi ideal no existe y por otra parte no puedo inclinarme por una derecha empeñada en el terreno educativo en preferir feligreses obedientes a ciudadanos conscientes, me veo obligado al limbo del voto en blanco. ¡Ay, que zapatética situación la mía! ¡Arnaldo, Pernando, cómo os comprendo y compadezco!
En una de las historietas del genial Fontanarrosa, el gaucho don Inodoro Pereyra se enfrenta a los indios que llegan en destructivo malón. "¿Qué pretendéis?", les pregunta y el jefe responde: "Vamos a arrasar vuestros campos, quemar vuestras casas y violar a vuestras mujeres". "Pero... ¡eso es una barbaridad!", comenta don Inodoro y el otro responde: "Ah, no lo sé, yo soy indio, no sociólogo". En el País Vasco, los indios del malón abertzale siguen manteniendo sus pretensiones tradicionales, pero ahora renovadas y reforzadas: intimidar a los oponentes políticos, extorsionar a la población social y económicamente, convertir su ideario de máximos en un trágala obligatorio para todos del que sólo están dispuestos como mucho a negociar los plazos de cumplimiento. Ya lo están demostrando en la campaña electoral en el País Vasco y hasta el ministro de Justicia lo ha experimentado en carne propia (como no hay mal que por bien no venga, al menos tras los incidentes de Sestao seguro que Fernández Bermejo no necesitó recurrir ese día a ningún laxante). Y después de las elecciones, podemos prepararnos para lo peor. Pero claro, los indios no tienen por qué ser sociólogos. Ese papel lo cumplen otros, que nos explican sus intenciones fundamentalmente pacíficas, su deseo de renunciar a la violencia aún no del todo maduro, las posibilidades futuras de entenderse con ellos porque entre gente de izquierda todo acaba arreglándose, sus derechos vulnerados por la inicua Ley de Partidos y los intolerables caprichos de la derecha montaraz que se empeña en hablar de terrorismo para que la gente no se pasme como es debido ante los logros económicos y sociales del Gobierno. Nunca les habían faltado a nuestros indios proetarras voces sociológicas de elucidación y encomio, pero nunca antes las habían tenido tan abundantes y situadas a tan alto nivel en el ordenamiento estatal.
Ya sé que estas elecciones municipales no son ni debieran ser unas primarias, pero me temo que en gran medida van a funcionar como tales. Porque algunos estamos preocupados sin duda por la corrupción urbanística y temas afines, pero por mero instinto de conservación sentimos otras cuestiones como prioritarias. Y no podemos dejar pasar esta oportunidad de mostrar con la ocasión de voto que se nos ofrece nuestro rechazo ante la explicación sociológica y la ambigüedad gubernamental que refuerza en lugar de impedir el peligro que corren nuestras cabelleras.
"Nunca les habían faltado a nuestros indios proetarras voces sociológicas de
elucidación y encomio, pero nunca antes las habían tenido tan abundantes y
situadas a tan alto nivel en el ordenamiento estatal."
FERNANDO SAVATER
Indios y sociólogos
No sé si a ustedes les pasará igual: si a mí me tomasen por tonto Habermas o Vargas Llosa, por ejemplo, lo aceptaría con resignación puesto que a su lado probablemente lo soy; pero que me consideren idiota Conde Pumpido o López Garrido, por no hablar de Pepe Blanco... vaya, es algo que le humilla a uno. Y mi impresión general es que este Gobierno ha decidido que lo mejor es tratar a la clientela levantisca como si no tuviese demasiadas luces -"¡pero qué sabrá usted!"- incluso cuando se les está intentando dar en vez de liebre ya no gato, sino rata disecada. El truco empleado es elemental aunque repetido con renovado énfasis: consiste en decir que en modo alguno se va a hacer o a consentir algo y luego hacerlo o consentirlo pero llamándolo de otro modo. Por tanto, el Gobierno nunca pactará con ETA un precio político del final de la violencia, pero ofrece una mesa política en cuanto acabe la violencia o si se suspende un rato suficientemente largo; no excarcelará a De Juana Chaos, pero se complacerá en verlo paseando fuera de la cárcel, que no es lo mismo; no absolverá de apología del terrorismo a Otegi, aunque no se extrañará de que no se le condene; no permitirá a Batasuna presentarse a las elecciones, pero autorizará decenas de listas de ANV que son "pacíficas y legales" aunque funcionen a todos los efectos como si fueran de Batasuna y por tanto parezcan de Batasuna, qué desconfiada es la gente; y por supuesto no se han reunido últimamente con los delegados etarras con fines de mercadeo, digan estos lo que digan, aunque de vez en cuando se les acerquen a buscar información, que no todo lo resuelve Google. Siguiendo así, el día que ETA pegue un tiro a alguien no se tratará de un asesinato propiamente dicho, sino todo lo más de otro afortunado que pasa a mejor vida...
Lo de las listas de ANV, sobre todo, está convirtiéndose en un auténtico máster de cómo tomar el pelo desde el Gobierno a la resignada grey de los gobernados. A cada telediario apretamos el cinturón de los embelecos un punto más. No sólo hay que creer que Batasuna no se presenta ni poco ni mucho a las elecciones gracias a la firme diligencia gubernamental, no sólo la parte autorizada de ANV nada tiene que ver con ETA pese a los apoyos que recibe de y brinda a los proetarras, sino que según el Fiscal General hasta se ha ido demasiado lejos en el celo prohibitivo. ¡Y aún hay quien pretende encerrar a la sufrida gente abertzale en un Guantánamo electoral! Es lo que viene a explicarnos a los duros de entendederas Javier Pérez Royo en Liquidación electoral de una minoría (EL PAÍS, 19 de mayo de 2007). Con la misma elocuente vehemencia con que otrora justificó a quienes iban a las puertas de la cárcel de Guadalajara para hacer la ola a los condenados del GAL, hoy denuncia que se está intentando ante nuestros ojos nada menos que la liquidación electoral de 150.000 o 200.000 ciudadanos españoles del País Vasco a los que se priva en la práctica del derecho de sufragio. Y así será, si se les impide votar de la manera que cada uno de ellos considere individualmente apropiada y se vean obligados a ejercerlo de la manera que los demás le imponen. A esos perseguidos solamente se les deja la opción de apoyar las candidaturas de los partidos que no les gustan o de abstenerse, es decir que se les condena al limbo electoral. ¡Menudo atropello! Por lo visto, no basta que haya candidaturas nacionalistas, nacionalistas radicales o francamente independentistas. Si el público lo demanda, es imprescindible que se autoricen también otras que no se desliguen de la violencia terrorista, que apoyen la estrategia de ETA y que recauden para ella financiamiento y audiencia política, abierta o encubiertamente. El derecho fundamental de elegir debe primar sobre la condición democrática o no de lo elegido, sea lo que sea. ...Pues fíjense, yo no me lo creo. Puede que el derecho, sea constitucional o de otro tipo, no siempre coincida punto por punto con el sentido común del lego pero tampoco es una pieza absurda como las del teatro de Ionesco. Y hay argumentaciones jurídicas que corroboran en este caso el escepticismo ante los razonamientos de Pérez Royo: remito al lector a la obra de otro catedrático de derecho, Carlos Fernández de Casadevante, La nación sin ciudadanos (ed. Dilex) cap. VIII, titulado "Ni todas las ideas, ni todos los proyectos políticos".
Pero si por un momento acepto el planteamiento de Pérez Royo, entonces yo también temo formar parte de la minoría electoral liquidada. Porque yo tampoco tengo un partido a mi gusto al que votar. Yo quisiera votar a un partido socialista con una firme posición de rechazo tanto ante el terrorismo de ETA como ante sus pretensiones políticas, un partido socialista que se atuviese al espíritu y la letra del Pacto Antiterrorista tal como fue redactado en su día, un partido socialista que buscara en este punto político fundamental el apoyo del resto de los constitucionalistas y que no debilitara el diseño unitario del Estado de Derecho para conseguir apoyos de los nacionalistas periféricos que no creen en él por mucho que tales concesiones garantizasen su hegemonía en el Congreso. Y como tal partido socialista de mi ideal no existe y por otra parte no puedo inclinarme por una derecha empeñada en el terreno educativo en preferir feligreses obedientes a ciudadanos conscientes, me veo obligado al limbo del voto en blanco. ¡Ay, que zapatética situación la mía! ¡Arnaldo, Pernando, cómo os comprendo y compadezco!
En una de las historietas del genial Fontanarrosa, el gaucho don Inodoro Pereyra se enfrenta a los indios que llegan en destructivo malón. "¿Qué pretendéis?", les pregunta y el jefe responde: "Vamos a arrasar vuestros campos, quemar vuestras casas y violar a vuestras mujeres". "Pero... ¡eso es una barbaridad!", comenta don Inodoro y el otro responde: "Ah, no lo sé, yo soy indio, no sociólogo". En el País Vasco, los indios del malón abertzale siguen manteniendo sus pretensiones tradicionales, pero ahora renovadas y reforzadas: intimidar a los oponentes políticos, extorsionar a la población social y económicamente, convertir su ideario de máximos en un trágala obligatorio para todos del que sólo están dispuestos como mucho a negociar los plazos de cumplimiento. Ya lo están demostrando en la campaña electoral en el País Vasco y hasta el ministro de Justicia lo ha experimentado en carne propia (como no hay mal que por bien no venga, al menos tras los incidentes de Sestao seguro que Fernández Bermejo no necesitó recurrir ese día a ningún laxante). Y después de las elecciones, podemos prepararnos para lo peor. Pero claro, los indios no tienen por qué ser sociólogos. Ese papel lo cumplen otros, que nos explican sus intenciones fundamentalmente pacíficas, su deseo de renunciar a la violencia aún no del todo maduro, las posibilidades futuras de entenderse con ellos porque entre gente de izquierda todo acaba arreglándose, sus derechos vulnerados por la inicua Ley de Partidos y los intolerables caprichos de la derecha montaraz que se empeña en hablar de terrorismo para que la gente no se pasme como es debido ante los logros económicos y sociales del Gobierno. Nunca les habían faltado a nuestros indios proetarras voces sociológicas de elucidación y encomio, pero nunca antes las habían tenido tan abundantes y situadas a tan alto nivel en el ordenamiento estatal.
Ya sé que estas elecciones municipales no son ni debieran ser unas primarias, pero me temo que en gran medida van a funcionar como tales. Porque algunos estamos preocupados sin duda por la corrupción urbanística y temas afines, pero por mero instinto de conservación sentimos otras cuestiones como prioritarias. Y no podemos dejar pasar esta oportunidad de mostrar con la ocasión de voto que se nos ofrece nuestro rechazo ante la explicación sociológica y la ambigüedad gubernamental que refuerza en lugar de impedir el peligro que corren nuestras cabelleras.
jueves, 17 de mayo de 2007
El «smog» ecologista
ABC 2007/05/17
¿Quién conoce las necesidades de las generaciones futuras por las que nos hemos de sacrificar?
MIGUEL PORTA PERALES
El «smog» ecologista
LA temperatura aumenta. Los polos se deshielan. El nivel del mar sube. Lluvia intensa. Inundaciones. Olas de calor. Sequía prolongada. Desaparición de especies. Reaparición de una plétora miserable que nada tiene que envidiar a la que en su día anunciara Charles Fourier. Este es el futuro que nos aguarda según el movimiento ecologista, algunos científicos y el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC). Pero, ¿y si ello -como históricamente ha sucedido con otras predicciones- no fuera exactamente así? ¿Y si la catástrofe que se pronostica es el resultado de la lectura interesada de un IPCC que no afirma exactamente lo que dicen que dice? ¿Y si, de alguna u otra manera, estuviéramos sucumbiendo -sin por ello negar la existencia del cambio climático- al fundamentalismo ecologista que todo lo contamina?
Para empezar, conviene recordar los fracasos recientes de algunos científicos, economistas y ecologistas que se empeñaron en jugar el ingrato papel de profeta. Sin ir más lejos, a principios de los años setenta del pasado siglo, con la inestimable ayuda del Club de Roma, se puso de moda el género que podríamos calificar de «los límites del crecimiento». Por aquel entonces, científicos y economistas de renombre como Dennis Meadows y Paul Ehrlich -por no hablar de Manuel Sacristán o Wolfgang Harich, que nos prometían las delicias del comunismo ascético de Babeuf como remedio a la crisis ecológica- aseguraron que el crecimiento se detendría en un par de décadas. Pero, el crecimiento cero no llegó. Y seguimos creciendo.
De otra parte, si hablamos de ese fetiche del movimiento ecologista que la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, patrocinada por la ONU, definió en el llamado informe Brundtland de 1987 como aquel «que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades»; si hablamos, en suma, de desarrollo sostenible, veremos que todavía hoy no se ha dado cumplida respuesta a muchas preguntas como las siguientes: ¿quién define nuestras necesidades y en virtud de qué criterio y autoridad? ¿Cuáles de estas necesidades hemos o no de satisfacer? ¿Cuáles de estas necesidades hemos de garantizar o no a las generaciones futuras? ¿Por cuántas generaciones futuras hemos de sacrificar nuestras necesidades? ¿Quién conoce las necesidades de las generaciones futuras por las que nos hemos de sacrificar? ¿Se nos puede obligar a sacrificar una parte de nuestras necesidades presentes y de nuestro bienestar actual? Con razón decía John Rawls que «la simple ubicación temporal, o la distancia del presente, no son razones para preferir un momento a otro».
Volvamos al presente. Sobre los males que, según asegura el último informe del IPCC -o sus antecedentes entre los que cabe destacar el informe Stern, o el informe del IPCC de 2001 que ha sido en parte refutado por el de 2006-2007-, nos aquejarán en este siglo, la unanimidad no existe. Lean, al respecto, los trabajos de Bjorn Lomborg («El ecologista escéptico», Espasa), Wilfred Beckerman («Lo pequeño es estúpido», Debate) o Christopher Monckton («Climate chaos? Don´t believe it»?, versión resumida en el «Sunday Telegraph» del 5 de noviembre de 2006). En estos trabajos, se percibe que la cosa -lluvia ácida, desaparición de bosques y especies, destrucción de la capa de ozono e, incluso, calentamiento global y cambio climático- es un poco más compleja de lo que parece. Otro tanto asegura el informe del National Research Council de los Estados Unidos. Y, por supuesto, el tremendismo de Al Gore y su Una verdad incómoda se fundamenta en una burda manipulación de los datos.
Lo curioso del caso es que, como muestra el Fraser Institute de Canadá, al IPCC de 2006-2007 se le hace decir lo que no dice. ¿Qué dice el IPCC? El cambio climático existe -quizá estemos ante el final de la llamada pequeña glaciación medieval- pero es menor de lo que aseguran algunos, el papel del CO2 en el cambio climático es discutible -cosa que sostiene también el geógrafo español Antón Uriarte-, el nivel del mar subirá bastante menos de lo que afirman determinadas personas. Por lo demás, el perfeccionamiento de los modelos matemáticos utilizados para predecir el futuro podría hacer variar a la baja la previsión.
¿Qué ocurre aquí? Creo que la cuestión del cambio climático -por cierto, ¿es ese el mayor problema de nuestra época?- ha sido manipulada y politizada por el fundamentalismo ecologista con la inapreciable colaboración de la izquierda. Y del smog ecologista que se ha instalado en nuestra sociedad -no confundir la ecología, que es una ciencia, con el ecologismo, que es una ideología- conviene protegerse.
Protegerse del fundamentalismo ecologista. Protegerse de un movimiento que, atemorizado ante la evolución de las costumbres y el desarrollo económico -el típico miedo del milenio-, se atrinchera y retrae. Un movimiento que tiene su hilo ideológico conductor. En principio, como acostumbra a suceder en todo fundamentalismo, se encuentra la iluminación: «de continuar así, el planeta será destruido». ¿Alguien duda de la verdad revelada? Surge el maniqueísmo, surge el anatema: «eres un depredador, un biocida, un reaccionario, un acientífico». La absolutización ya ha tomado cuerpo: la protección de la biosfera deviene un valor absoluto al cual poco menos que por decreto hay que subordinar cualquier otro. Y si se intenta poner en entredicho el valor absoluto, surge la amenaza en forma de milenarismo apocalíptico: «estás contribuyendo, consciente o inconscientemente, a la extinción del planeta y la vida». ¿Quién legitima la revelación ecologista? Respuesta: se legitima a sí misma. A lo sumo, se legitima en función de un batiburrillo de ideas científicas y no científicas, un «pistoletazo», que diría Hegel, de intuiciones y fantasías que no admiten la refutación ni la verificación empírica. Y esta legitimación encuentra su última ratio en el moralismo y el redentorismo: moralismo, en la medida que el ecologista sabe dónde está el bien y el mal; redentorismo, en tanto el ecologista actúa de forma absolutamente altruista con la única finalidad de proteger el género humano. ¿Qué hacer? Al ecologista no le queda otro remedio que reaccionar ante la agresión exigiendo una política conservacionista de vocación y talante preindustriales.
Y como lo que está en juego es la existencia del planeta y la especie, el exclusivismo emerge en forma triunfante: el ecologismo se considera a sí mismo como el único sistema global de interpretación del mundo capaz de crear un contramodelo social que, afirmándose científico, querría organizar las relaciones entre sociedad, biología, economía, cultura y política. Si bien se mira, el ecologismo es una ideología substitutoria, una ideología prêt-à-porter que ha venido a ocupar la vacante dejada por las antiguamente llamadas ideologías emancipatorias -marxismo y socialismo- que quebraron hace unas décadas por la fuerza de los hechos.
En el fondo, el fundamentalismo ecologista toma cuerpo en una utopía negativa -mejor, un despotismo utópico que exige el sacrificio del presente y el desarrollo no admitiendo ni la indiferencia ni la desobediencia bajo amenaza de ser tildado de reaccionario, liberal o iletrado- y de un discurso del no -«no consumas», «no construyas infraestructuras», «nucleares no»- que es el heredero natural del simplismo ideológico progresista y de las admoniciones de los viejos inquisidores. El smog ecologista, decía antes.
¿Quién conoce las necesidades de las generaciones futuras por las que nos hemos de sacrificar?
MIGUEL PORTA PERALES
El «smog» ecologista
LA temperatura aumenta. Los polos se deshielan. El nivel del mar sube. Lluvia intensa. Inundaciones. Olas de calor. Sequía prolongada. Desaparición de especies. Reaparición de una plétora miserable que nada tiene que envidiar a la que en su día anunciara Charles Fourier. Este es el futuro que nos aguarda según el movimiento ecologista, algunos científicos y el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC). Pero, ¿y si ello -como históricamente ha sucedido con otras predicciones- no fuera exactamente así? ¿Y si la catástrofe que se pronostica es el resultado de la lectura interesada de un IPCC que no afirma exactamente lo que dicen que dice? ¿Y si, de alguna u otra manera, estuviéramos sucumbiendo -sin por ello negar la existencia del cambio climático- al fundamentalismo ecologista que todo lo contamina?
Para empezar, conviene recordar los fracasos recientes de algunos científicos, economistas y ecologistas que se empeñaron en jugar el ingrato papel de profeta. Sin ir más lejos, a principios de los años setenta del pasado siglo, con la inestimable ayuda del Club de Roma, se puso de moda el género que podríamos calificar de «los límites del crecimiento». Por aquel entonces, científicos y economistas de renombre como Dennis Meadows y Paul Ehrlich -por no hablar de Manuel Sacristán o Wolfgang Harich, que nos prometían las delicias del comunismo ascético de Babeuf como remedio a la crisis ecológica- aseguraron que el crecimiento se detendría en un par de décadas. Pero, el crecimiento cero no llegó. Y seguimos creciendo.
De otra parte, si hablamos de ese fetiche del movimiento ecologista que la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, patrocinada por la ONU, definió en el llamado informe Brundtland de 1987 como aquel «que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades»; si hablamos, en suma, de desarrollo sostenible, veremos que todavía hoy no se ha dado cumplida respuesta a muchas preguntas como las siguientes: ¿quién define nuestras necesidades y en virtud de qué criterio y autoridad? ¿Cuáles de estas necesidades hemos o no de satisfacer? ¿Cuáles de estas necesidades hemos de garantizar o no a las generaciones futuras? ¿Por cuántas generaciones futuras hemos de sacrificar nuestras necesidades? ¿Quién conoce las necesidades de las generaciones futuras por las que nos hemos de sacrificar? ¿Se nos puede obligar a sacrificar una parte de nuestras necesidades presentes y de nuestro bienestar actual? Con razón decía John Rawls que «la simple ubicación temporal, o la distancia del presente, no son razones para preferir un momento a otro».
Volvamos al presente. Sobre los males que, según asegura el último informe del IPCC -o sus antecedentes entre los que cabe destacar el informe Stern, o el informe del IPCC de 2001 que ha sido en parte refutado por el de 2006-2007-, nos aquejarán en este siglo, la unanimidad no existe. Lean, al respecto, los trabajos de Bjorn Lomborg («El ecologista escéptico», Espasa), Wilfred Beckerman («Lo pequeño es estúpido», Debate) o Christopher Monckton («Climate chaos? Don´t believe it»?, versión resumida en el «Sunday Telegraph» del 5 de noviembre de 2006). En estos trabajos, se percibe que la cosa -lluvia ácida, desaparición de bosques y especies, destrucción de la capa de ozono e, incluso, calentamiento global y cambio climático- es un poco más compleja de lo que parece. Otro tanto asegura el informe del National Research Council de los Estados Unidos. Y, por supuesto, el tremendismo de Al Gore y su Una verdad incómoda se fundamenta en una burda manipulación de los datos.
Lo curioso del caso es que, como muestra el Fraser Institute de Canadá, al IPCC de 2006-2007 se le hace decir lo que no dice. ¿Qué dice el IPCC? El cambio climático existe -quizá estemos ante el final de la llamada pequeña glaciación medieval- pero es menor de lo que aseguran algunos, el papel del CO2 en el cambio climático es discutible -cosa que sostiene también el geógrafo español Antón Uriarte-, el nivel del mar subirá bastante menos de lo que afirman determinadas personas. Por lo demás, el perfeccionamiento de los modelos matemáticos utilizados para predecir el futuro podría hacer variar a la baja la previsión.
¿Qué ocurre aquí? Creo que la cuestión del cambio climático -por cierto, ¿es ese el mayor problema de nuestra época?- ha sido manipulada y politizada por el fundamentalismo ecologista con la inapreciable colaboración de la izquierda. Y del smog ecologista que se ha instalado en nuestra sociedad -no confundir la ecología, que es una ciencia, con el ecologismo, que es una ideología- conviene protegerse.
Protegerse del fundamentalismo ecologista. Protegerse de un movimiento que, atemorizado ante la evolución de las costumbres y el desarrollo económico -el típico miedo del milenio-, se atrinchera y retrae. Un movimiento que tiene su hilo ideológico conductor. En principio, como acostumbra a suceder en todo fundamentalismo, se encuentra la iluminación: «de continuar así, el planeta será destruido». ¿Alguien duda de la verdad revelada? Surge el maniqueísmo, surge el anatema: «eres un depredador, un biocida, un reaccionario, un acientífico». La absolutización ya ha tomado cuerpo: la protección de la biosfera deviene un valor absoluto al cual poco menos que por decreto hay que subordinar cualquier otro. Y si se intenta poner en entredicho el valor absoluto, surge la amenaza en forma de milenarismo apocalíptico: «estás contribuyendo, consciente o inconscientemente, a la extinción del planeta y la vida». ¿Quién legitima la revelación ecologista? Respuesta: se legitima a sí misma. A lo sumo, se legitima en función de un batiburrillo de ideas científicas y no científicas, un «pistoletazo», que diría Hegel, de intuiciones y fantasías que no admiten la refutación ni la verificación empírica. Y esta legitimación encuentra su última ratio en el moralismo y el redentorismo: moralismo, en la medida que el ecologista sabe dónde está el bien y el mal; redentorismo, en tanto el ecologista actúa de forma absolutamente altruista con la única finalidad de proteger el género humano. ¿Qué hacer? Al ecologista no le queda otro remedio que reaccionar ante la agresión exigiendo una política conservacionista de vocación y talante preindustriales.
Y como lo que está en juego es la existencia del planeta y la especie, el exclusivismo emerge en forma triunfante: el ecologismo se considera a sí mismo como el único sistema global de interpretación del mundo capaz de crear un contramodelo social que, afirmándose científico, querría organizar las relaciones entre sociedad, biología, economía, cultura y política. Si bien se mira, el ecologismo es una ideología substitutoria, una ideología prêt-à-porter que ha venido a ocupar la vacante dejada por las antiguamente llamadas ideologías emancipatorias -marxismo y socialismo- que quebraron hace unas décadas por la fuerza de los hechos.
En el fondo, el fundamentalismo ecologista toma cuerpo en una utopía negativa -mejor, un despotismo utópico que exige el sacrificio del presente y el desarrollo no admitiendo ni la indiferencia ni la desobediencia bajo amenaza de ser tildado de reaccionario, liberal o iletrado- y de un discurso del no -«no consumas», «no construyas infraestructuras», «nucleares no»- que es el heredero natural del simplismo ideológico progresista y de las admoniciones de los viejos inquisidores. El smog ecologista, decía antes.
miércoles, 16 de mayo de 2007
La ofensiva conservadora
ABC 2007/05/16
“El problema se plantea, en fin, más en el campo de la pragmática, que de la lógica estricta. El problema es que no se comprende a santo de qué los relativistas insisten en la tarea, inexplicable desde su propio punto de vista, de ponerse a convencer de nada a nadie.”
ÁLVARO DELGADO-GAL
La ofensiva conservadora
UNA semana antes de ganar las elecciones, Sarkozy pronunció en Bercy un discurso muy jaleado por la prensa, incluida la adversa. Tardé unos días en bajar el discurso de internet y, lápiz en mano, recorrerlo de cabo a cabo. Dios premia en ocasiones a los rezagados: mientras incumplía mi compromiso con Sarkozy, leí un libro que Mondadori había publicado en el 2004 y que lleva por título Senza Radici. En Senza Radici, el todavía cardenal Ratzinger y Marcello Pera, presidente a la sazón del Senado italiano, hablan el uno con el otro y concurren en diagnosticar que Europa está presa de una misteriosa, ominosa enfermedad, tan rara y tan destructiva como la que mortalmente aflige a las doncellas en cuyo cuello ha clavado Drácula sus colmillos. Esa enfermedad es el relativismo. Volví a la alocución de Sarkozy y me encontré, miren ustedes por dónde, con el mismo mensaje. Según Sarkozy, el 68 ha inoculado en su país un morbo que liquida la moral y suprime la solidaridad y el sentido del deber. El discurso del presidente, apoyado en la repetición anafórica, y muy eficaz retóricamente, alude al episodio sesentayochista con insistencia casi maniática. El 68 le sirve, literalmente, para hacer vudú, un vudú dirigido contra la izquierda hedonista, el multiculturalismo -que Sarkozy prefiere llamar «comunitarismo»-, y el abuso irresponsable y egoísta del Estado benefactor. Pero el concepto central es, de nuevo, el relativismo. Cito literalmente: «...el 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral». A esto, en astronomía, se le llama «alineamiento de planetas». Un laico atribulado, un tomista que después sería Papa, y un político que presidirá la quinta República durante cinco años, denuncian el mismo fenómeno y proponen remedios necesariamente distintos, aunque emparentados por la naturaleza común del mal que se pretende combatir. Mi pregunta es la siguiente: ¿nos enfrentamos a un ectoplasma suscitado por el pensamiento conservador, o es verdad que nuestras sociedades están sufriendo un proceso degenerativo y potencialmente letal?
En mi opinión, la alarma de los conservadores no es gratuita, y la invocación del relativismo como causa del desarreglo, no está tampoco mal traída. Empecemos por estudiar qué clase de bicho es el relativismo. La filosofía relativista alega, en esencia, que la verdad o falsedad de las cosas está indiciada a la perspectiva desde la cual se las contempla. Los méritos de este argumento se me han antojado siempre dudosos, por decirlo suavemente. En efecto, sólo tiene sentido que me dirija a otro para convencerle de algo, si se cumplen dos requisitos. El primero, es que piense que ese algo responde a la verdad. En segundo lugar habré de entender que el otro, precisamente porque no comparte mis convicciones, ocupa una perspectiva distinta a la que ocupo yo. Aceptadas estas premisas, el tinglado relativista se viene abajo. ¿Por qué? Conforme a la doctrina relativista, las verdades que yo inste deberán estar indiciadas a mi perspectiva. Pero el que me escucha sólo puede concebir verdades indiciadas a su perspectiva. Por tanto, para que la verdad viajara eficazmente de una perspectiva a otra, debería cambiar de índice a medio camino, lo que no se sabe qué significa ni tiene pies ni cabeza. El problema se plantea, en fin, más en el campo de la pragmática, que de la lógica estricta. El problema es que no se comprende a santo de qué los relativistas insisten en la tarea, inexplicable desde su propio punto de vista, de ponerse a convencer de nada a nadie.
El relativismo, ininteresante filosóficamente, obra sin embargo efectos portentosos en el plano de la experiencia social. En una sociedad en que se ha decidido que no existe la verdad objetiva, se abren dos horizontes de acción: o el de la violencia, inevitable cuando a cada cual le da por imponer una verdad que no es confrontable con las ajenas, o el de la tolerancia absoluta. Lo último se suele conocer como «pluralismo». Se entiende que son pluralistas aquellas sociedades en que no se acepta ninguna verdad transversal pero en las que tampoco se critica ni ataca a nadie por el hecho de cultivar su propia, intransmisible verdad. ¿Qué régimen político conviene mejor a este equilibrio de verdades dispersas y como replegadas sobre sí mismas?
Un candidato obvio, es la democracia. La democracia a que me refiero, es la liberal reducida al absurdo. En la democracia liberal clásica, teníamos la ley y el parlamento, y las cartas de derechos que se querían proteger y desarrollar mediante la ley y el parlamento. En la democracia liberal reducida al absurdo, se identifica el derecho con la arbitrariedad del individuo, y la ley con un artificio cuyo única función es impedir que la gente se haga daño. Es evidente que una sociedad así no es viable, salvo en la fantasía de los anarquistas o de quienes depositan en la mano invisible de Adam Smith esperanzas poco realistas. No está claro, no obstante, que no estemos caminando, lentamente, hacia un escenario moral próximo al de la democracia reducida al absurdo. Con algunas circunstancias agravantes, por cierto. En la democracia imaginaria que les he pintado, no existirían, por ejemplo, los inspectores de Hacienda. El motivo es obvio: no se le puede pedir a Mengano que sacrifique parte de sus recursos con el argumento de que así lo exigen la justicia, la solidaridad, el interés general, o cualquier otra causa mayúscula. Las causas mayúsculas son patrimonio del moralista, no del relativista que ha descubierto, o cree haber descubierto, que los niños no vienen de París y que la lírica edificante es el refugio de los borrachos o de los bribones. Sucede sin embargo, ¡oh sorpresa!, que las democracias de verdad son enormemente impositivas. En ellas se redistribuye la renta apelando a la justicia, la solidaridad, y el interés general. En nombre de estos principios, los políticos compran el voto y los electores se rascan recíprocamente el bolsillo. Ocurre como si asistiéramos a una enorme conspiración de todos contra todos, montada sobre argumentos que, simultáneamente, el ethos dominante nos invita a no tomar en serio.
De manera que sí, estoy de acuerdo con la tesis conservadora de que nuestra sociedad ha perdido el oremus, y se dedica a hacer eses sobre un suelo deslizante. Y también estoy de acuerdo en que a nuestra sociedad le aguarda, tal como está, un futuro problemático. Segunda pregunta: ¿qué tiene que ver todo esto con los soixanthuitards? Mucho, mientras pongamos cuidado en no confundir las magnitudes. Como es bien sabido, el mayo anarcoide estalló, mes arriba, mes abajo, en todo Occidente. ¿Por qué ocurrió esto? Ratzinger nos diría que la muerte de Dios, anunciada por Nietzsche, es una de la causas. Y Pera invocaría el relativismo epistémico de Kuhn y compañía. Son argumentos de peso. Pero yo no echaría en saco roto un comentario que al desgaire hace Naipaul en The Killings in Trinidad, un ensayo sobre un episodio sangriento protagonizado por un imitador alienado de los panteras negras -y blanco, para más señas- , y unas cuantas descerebradas inglesas que jugaron a perderse en un rincón remoto del Caribe. Naipaul se refiere, despectivamente, al ludismo de las clases medias -middle-class playfulness-: tras decenios de prosperidad, paz y libertad, las masas democráticas han perdido el sentido de la realidad. El análisis teológico no está reñido con el zoológico.
“El problema se plantea, en fin, más en el campo de la pragmática, que de la lógica estricta. El problema es que no se comprende a santo de qué los relativistas insisten en la tarea, inexplicable desde su propio punto de vista, de ponerse a convencer de nada a nadie.”
ÁLVARO DELGADO-GAL
La ofensiva conservadora
UNA semana antes de ganar las elecciones, Sarkozy pronunció en Bercy un discurso muy jaleado por la prensa, incluida la adversa. Tardé unos días en bajar el discurso de internet y, lápiz en mano, recorrerlo de cabo a cabo. Dios premia en ocasiones a los rezagados: mientras incumplía mi compromiso con Sarkozy, leí un libro que Mondadori había publicado en el 2004 y que lleva por título Senza Radici. En Senza Radici, el todavía cardenal Ratzinger y Marcello Pera, presidente a la sazón del Senado italiano, hablan el uno con el otro y concurren en diagnosticar que Europa está presa de una misteriosa, ominosa enfermedad, tan rara y tan destructiva como la que mortalmente aflige a las doncellas en cuyo cuello ha clavado Drácula sus colmillos. Esa enfermedad es el relativismo. Volví a la alocución de Sarkozy y me encontré, miren ustedes por dónde, con el mismo mensaje. Según Sarkozy, el 68 ha inoculado en su país un morbo que liquida la moral y suprime la solidaridad y el sentido del deber. El discurso del presidente, apoyado en la repetición anafórica, y muy eficaz retóricamente, alude al episodio sesentayochista con insistencia casi maniática. El 68 le sirve, literalmente, para hacer vudú, un vudú dirigido contra la izquierda hedonista, el multiculturalismo -que Sarkozy prefiere llamar «comunitarismo»-, y el abuso irresponsable y egoísta del Estado benefactor. Pero el concepto central es, de nuevo, el relativismo. Cito literalmente: «...el 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral». A esto, en astronomía, se le llama «alineamiento de planetas». Un laico atribulado, un tomista que después sería Papa, y un político que presidirá la quinta República durante cinco años, denuncian el mismo fenómeno y proponen remedios necesariamente distintos, aunque emparentados por la naturaleza común del mal que se pretende combatir. Mi pregunta es la siguiente: ¿nos enfrentamos a un ectoplasma suscitado por el pensamiento conservador, o es verdad que nuestras sociedades están sufriendo un proceso degenerativo y potencialmente letal?
En mi opinión, la alarma de los conservadores no es gratuita, y la invocación del relativismo como causa del desarreglo, no está tampoco mal traída. Empecemos por estudiar qué clase de bicho es el relativismo. La filosofía relativista alega, en esencia, que la verdad o falsedad de las cosas está indiciada a la perspectiva desde la cual se las contempla. Los méritos de este argumento se me han antojado siempre dudosos, por decirlo suavemente. En efecto, sólo tiene sentido que me dirija a otro para convencerle de algo, si se cumplen dos requisitos. El primero, es que piense que ese algo responde a la verdad. En segundo lugar habré de entender que el otro, precisamente porque no comparte mis convicciones, ocupa una perspectiva distinta a la que ocupo yo. Aceptadas estas premisas, el tinglado relativista se viene abajo. ¿Por qué? Conforme a la doctrina relativista, las verdades que yo inste deberán estar indiciadas a mi perspectiva. Pero el que me escucha sólo puede concebir verdades indiciadas a su perspectiva. Por tanto, para que la verdad viajara eficazmente de una perspectiva a otra, debería cambiar de índice a medio camino, lo que no se sabe qué significa ni tiene pies ni cabeza. El problema se plantea, en fin, más en el campo de la pragmática, que de la lógica estricta. El problema es que no se comprende a santo de qué los relativistas insisten en la tarea, inexplicable desde su propio punto de vista, de ponerse a convencer de nada a nadie.
El relativismo, ininteresante filosóficamente, obra sin embargo efectos portentosos en el plano de la experiencia social. En una sociedad en que se ha decidido que no existe la verdad objetiva, se abren dos horizontes de acción: o el de la violencia, inevitable cuando a cada cual le da por imponer una verdad que no es confrontable con las ajenas, o el de la tolerancia absoluta. Lo último se suele conocer como «pluralismo». Se entiende que son pluralistas aquellas sociedades en que no se acepta ninguna verdad transversal pero en las que tampoco se critica ni ataca a nadie por el hecho de cultivar su propia, intransmisible verdad. ¿Qué régimen político conviene mejor a este equilibrio de verdades dispersas y como replegadas sobre sí mismas?
Un candidato obvio, es la democracia. La democracia a que me refiero, es la liberal reducida al absurdo. En la democracia liberal clásica, teníamos la ley y el parlamento, y las cartas de derechos que se querían proteger y desarrollar mediante la ley y el parlamento. En la democracia liberal reducida al absurdo, se identifica el derecho con la arbitrariedad del individuo, y la ley con un artificio cuyo única función es impedir que la gente se haga daño. Es evidente que una sociedad así no es viable, salvo en la fantasía de los anarquistas o de quienes depositan en la mano invisible de Adam Smith esperanzas poco realistas. No está claro, no obstante, que no estemos caminando, lentamente, hacia un escenario moral próximo al de la democracia reducida al absurdo. Con algunas circunstancias agravantes, por cierto. En la democracia imaginaria que les he pintado, no existirían, por ejemplo, los inspectores de Hacienda. El motivo es obvio: no se le puede pedir a Mengano que sacrifique parte de sus recursos con el argumento de que así lo exigen la justicia, la solidaridad, el interés general, o cualquier otra causa mayúscula. Las causas mayúsculas son patrimonio del moralista, no del relativista que ha descubierto, o cree haber descubierto, que los niños no vienen de París y que la lírica edificante es el refugio de los borrachos o de los bribones. Sucede sin embargo, ¡oh sorpresa!, que las democracias de verdad son enormemente impositivas. En ellas se redistribuye la renta apelando a la justicia, la solidaridad, y el interés general. En nombre de estos principios, los políticos compran el voto y los electores se rascan recíprocamente el bolsillo. Ocurre como si asistiéramos a una enorme conspiración de todos contra todos, montada sobre argumentos que, simultáneamente, el ethos dominante nos invita a no tomar en serio.
De manera que sí, estoy de acuerdo con la tesis conservadora de que nuestra sociedad ha perdido el oremus, y se dedica a hacer eses sobre un suelo deslizante. Y también estoy de acuerdo en que a nuestra sociedad le aguarda, tal como está, un futuro problemático. Segunda pregunta: ¿qué tiene que ver todo esto con los soixanthuitards? Mucho, mientras pongamos cuidado en no confundir las magnitudes. Como es bien sabido, el mayo anarcoide estalló, mes arriba, mes abajo, en todo Occidente. ¿Por qué ocurrió esto? Ratzinger nos diría que la muerte de Dios, anunciada por Nietzsche, es una de la causas. Y Pera invocaría el relativismo epistémico de Kuhn y compañía. Son argumentos de peso. Pero yo no echaría en saco roto un comentario que al desgaire hace Naipaul en The Killings in Trinidad, un ensayo sobre un episodio sangriento protagonizado por un imitador alienado de los panteras negras -y blanco, para más señas- , y unas cuantas descerebradas inglesas que jugaron a perderse en un rincón remoto del Caribe. Naipaul se refiere, despectivamente, al ludismo de las clases medias -middle-class playfulness-: tras decenios de prosperidad, paz y libertad, las masas democráticas han perdido el sentido de la realidad. El análisis teológico no está reñido con el zoológico.
Ángeles y fascistas
El País 2007/05/13
"Una de ellas es Beatriz de Barcelona, que dice sentirse de izquierdas (ay, la mala conciencia) y que va a votar en secreto a Ciudadanos para que no la llamen fascista..."
Elvira Lindo
Ángeles y fascistas
Comprobado: la España plural está llena de fascistas. Basta con abrir el periódico para encontrártelos, con sus caras rabiosas, sus gritos, sus gestos amenazantes. Daré nombres. Ahí tenemos a José Antonio Pastor, candidato de los socialistas vizcaínos. Qué te parece, se proponía el insensato dar el mitin en la calle. ¡En la calle! Menos mal que acudieron esos Ángeles que custodian el comportamiento democrático y actúan bajo el bonito nombre de “los radicales” y le llamaron en su misma cara lo que es: “¡Fascista!”. Fascistas también esas dos muchachas llamadas Nerea y Virginia, del Partido Popular, que la otra noche salieron a la tradicional pegada de carteles por las calles de Bilbao. Intolerable.
¿Para cuándo esa asignatura de cultura democrática? Menos mal que nuestros Ángeles de la Guardia, alertados por semejante acto vandálico, acudieron, dejando a medias el pintxo y el txiquito, y se personaron en el lugar del crimen para darle su merecido a esas pequeñas fascistas. Nerea, que sólo tiene 20 años, narró la experiencia a los medios de comunicación con voz temblorosa, como a punto de llorar. Ah, el viejo truco del facha mostrando su lado humano. No nos conmueve. Por su parte, otra fascista de tomo y lomo, Esperanza García, aspirante a concejala del Ayuntamiento de Barcelona por Ciudadanos de Cataluña, pretendía protagonizar un acto electoral e irse a casa de rositas. Pero no. Ángeles de la Guarda, radicales sin fronteras, siempre en lucha contra el mal, llegaron a tiempo para poner los puntos sobre las íes, o como dice Belén Esteban, los puntos sobre las tildes, y a las puertas del recinto que albergaba el mitin fascista gritaron: “¡Fascista de mierda!”. En fin, lo mínimo. Por desgracia, estos Ángeles de la Guardia no son una mayoría -se trata de una misión de valientes-, pero tranquiliza enormemente que a menudo son comprendidos, bien con el silencio cómplice bien con simpatía indisimulada, por aquellos que, ante las quejas de los fascistas agredidos, dicen: “Bah, no fue para tanto, que no se hagan las victimitas”. A mi buzón han llegado varias cartas de fascistas. Una de ellas es Beatriz de Barcelona, que dice sentirse de izquierdas (ay, la mala conciencia) y que va a votar en secreto a Ciudadanos para que no la llamen fascista; Pedro de Badajoz, que espera el día en que se monte esa misma organización fascista para votarles; otro ejemplo de facherío lo tenemos en Marta, leonesa, que siente la necesidad de solidarizarse con los fascistas vascos (socialistas y populares) y se pregunta si es lícito que haya elecciones allá donde los fascistas no pueden expresarse con libertad.
Esto me permite concluir que entre las muchas cosas que estos Ángeles han aportado al debate político ha sido la popularización de la palabra Fascista. Palabra que ha saltado del radicalismo al columnismo. No hay día en que alguien no sea tocado con el adjetivo. Qué es entonces el fascismo. Y tú me lo preguntas. Fascismo eres tú.
"Una de ellas es Beatriz de Barcelona, que dice sentirse de izquierdas (ay, la mala conciencia) y que va a votar en secreto a Ciudadanos para que no la llamen fascista..."
Elvira Lindo
Ángeles y fascistas
Comprobado: la España plural está llena de fascistas. Basta con abrir el periódico para encontrártelos, con sus caras rabiosas, sus gritos, sus gestos amenazantes. Daré nombres. Ahí tenemos a José Antonio Pastor, candidato de los socialistas vizcaínos. Qué te parece, se proponía el insensato dar el mitin en la calle. ¡En la calle! Menos mal que acudieron esos Ángeles que custodian el comportamiento democrático y actúan bajo el bonito nombre de “los radicales” y le llamaron en su misma cara lo que es: “¡Fascista!”. Fascistas también esas dos muchachas llamadas Nerea y Virginia, del Partido Popular, que la otra noche salieron a la tradicional pegada de carteles por las calles de Bilbao. Intolerable.
¿Para cuándo esa asignatura de cultura democrática? Menos mal que nuestros Ángeles de la Guardia, alertados por semejante acto vandálico, acudieron, dejando a medias el pintxo y el txiquito, y se personaron en el lugar del crimen para darle su merecido a esas pequeñas fascistas. Nerea, que sólo tiene 20 años, narró la experiencia a los medios de comunicación con voz temblorosa, como a punto de llorar. Ah, el viejo truco del facha mostrando su lado humano. No nos conmueve. Por su parte, otra fascista de tomo y lomo, Esperanza García, aspirante a concejala del Ayuntamiento de Barcelona por Ciudadanos de Cataluña, pretendía protagonizar un acto electoral e irse a casa de rositas. Pero no. Ángeles de la Guarda, radicales sin fronteras, siempre en lucha contra el mal, llegaron a tiempo para poner los puntos sobre las íes, o como dice Belén Esteban, los puntos sobre las tildes, y a las puertas del recinto que albergaba el mitin fascista gritaron: “¡Fascista de mierda!”. En fin, lo mínimo. Por desgracia, estos Ángeles de la Guardia no son una mayoría -se trata de una misión de valientes-, pero tranquiliza enormemente que a menudo son comprendidos, bien con el silencio cómplice bien con simpatía indisimulada, por aquellos que, ante las quejas de los fascistas agredidos, dicen: “Bah, no fue para tanto, que no se hagan las victimitas”. A mi buzón han llegado varias cartas de fascistas. Una de ellas es Beatriz de Barcelona, que dice sentirse de izquierdas (ay, la mala conciencia) y que va a votar en secreto a Ciudadanos para que no la llamen fascista; Pedro de Badajoz, que espera el día en que se monte esa misma organización fascista para votarles; otro ejemplo de facherío lo tenemos en Marta, leonesa, que siente la necesidad de solidarizarse con los fascistas vascos (socialistas y populares) y se pregunta si es lícito que haya elecciones allá donde los fascistas no pueden expresarse con libertad.
Esto me permite concluir que entre las muchas cosas que estos Ángeles han aportado al debate político ha sido la popularización de la palabra Fascista. Palabra que ha saltado del radicalismo al columnismo. No hay día en que alguien no sea tocado con el adjetivo. Qué es entonces el fascismo. Y tú me lo preguntas. Fascismo eres tú.
lunes, 14 de mayo de 2007
A merced del socio
ABC 2007/05//14
"Los demócratas de todo signo estamos asistiendo a la traición de ciertos círculos sectarios de la izquierda, hoy representados por Zapatero, Blanco, Madrazo, Llamazares y tantos otros a los principios de la libertad, la igualdad y la solidaridad"
Hermann Tertsch
A merced del socio
El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha intentado de nuevo lo que en términos pugilísticos llamamos un «tongo», en términos económicos una estafa y en el campo de las relaciones humanas sencillamente una infamia. ABC cuenta en exclusiva esta «toma de contacto» que viene a ser un encuentro clandestino entre dos socios potenciales que quieren mantener a toda costa ocultos ante la sociedad eventuales acuerdos entre ellos que consideran tienen ambos interés en que se produzcan y que sean secretos. Que una de estas partes sea la dirección de una banda asesina y la otra una delegación del Gobierno del Reino de España, no revela en absoluto que se haya generado una nueva realidad por un supuesto cambio de actitud de los terroristas. Por el contrario, demuestra que el Gobierno español no tiene problemas para maniobrar en las sentinas más profundas para discutir con un grupo terrorista con vocación de permanencia un régimen de cooperación especial que permita a unos cumplir ciertos deseos y a otros evitar sobresaltos concretos. No es poco y todos los aliados de este Gobierno y de nuestro país deberían tomar nota de que Zapatero y su círculo íntimo conspirador en el proceso actuan realmente como un doble agente, de lealtades absolutamente indefinidas e imprevisibles.
No se sabe cuántas veces lo han hecho. Aunque los medios más comprometidos con el proceso y artífices de las intoxicaciones sistemáticas de un presidente de Gobierno convertido en un «dirty Dickie» leonés -tramposo como un Richard Nixon de agrupación de provincia, que ha de ir tapando una mentira con otra-, tienen ya problemas para difundir contradicciones casi continuas y han de recurrir a ridículas cortinas de humo sobre Irak o el ex presidente Aznar. También ellos son a la postre víctimas de la levedad insoportable de un presidente que demuestra cada vez menos respeto por la realidad y por las instituciones del Estado. Como tenía que ser, este nuevo encuentro con la cúpula asesina para buscar una salida a problemas comunes ha vuelto a salir mal porque todas las condiciones juegan ya en su contra. Hasta quienes no somos «Txeroki» ni Ternera sabíamos que Zapatero estaba en pánico ante la posibilidad muy real y perfectamente lógica de que ETA le volviera a meter prisa en el proceso.
En contra de lo pregonado por los medios comprometidos con la aventura del presidente, la bomba del aparcamiento de la T-4 de Barajas, en absoluto desmiente las concesiones pasadas perfectamente obvias. Todos sabemos que de lo que se trataba entonces como ahora con la amenaza de ETA es de imprimir el suficiente sentido de urgencia a las siguientes demandas y concesiones como para que el Gobierno esté literalmente con la lengua afuera buscando evitar el atentado mientras intenta desesperadamente tapar vergüenzas lo que siempre supone un grave deterioro del Estado de Derecho.
Las mentiras del Gobierno
Pero saber que las mentiras del Gobierno no nos confunden no es consuelo. Tiene razón Fernando Savater con su terrible llamada en su artículo «Casa tomada» en el blog de Basta Ya: «Ya no podemos hacer más. Ustedes, nuestros conciudadanos, tienen la palabra. Si refrendan electoralmente lo que hasta ahora se viene haciendo, sólo nos queda salir a la intemperie y buscar refugio dónde sea». Los demócratas de todo signo estamos asistiendo a la traición de ciertos círculos sectarios de la izquierda, hoy representados por Zapatero, Blanco, Madrazo, Llamazares y tantos otros a los principios de la libertad, la igualdad y la solidaridad. Entre la desesperación y la ira, quienes no quieren vivir en falta de libertad e indignidad permanente se plantean estas elecciones y las del año próximo como último hito en el que decidirse sobre el exilio interior o exterior en el País Vasco y en España. No alcanzan a entender la falta de reacción de ese cuerpo social español moderno y democrático ante unos atropellos tan brutales, ante semejantes desafueros, ante tamaña ofensa a la inteligencia y al sentido común.
Más que las agresiones físicas de los asesinos duelen las actitudes terribles de indiferencia, falta de apoyo y hostilidad que hieren día a día. Como las siempre obscenas declaraciones -siempre falsarias- del Fiscal general del Estado, la invención de nuevas ofertas -del nacionalismo muy bueno que ahora es don José Jon Imaz- para un acuerdo supuestamente antiterrorista cuando se viola a diario el existente y las grotescas descalificaciones contra el Partido Popular que gestiona personalmente el presidente del Gobierno.
En fin, el Gobierno ha tenido que volver a buscar un encuentro con ETA para impedir los malentendidos entre estas dos partes que llevan más de tres años creyendo o pretendiendo creer que pueden llegar a un acuerdo para beneficio común, a espaldas de los españoles, su Constitución y su seguridad. Aquí está el abismo al que se asomó en su día este aprendiz de brujo muy perezoso para el aprendizaje. Lo que ya comenzó como un monumental engaño a toda la sociedad española se ha convertido en proceso para salvar su propia vida política ante las amenazas del socio negociador. Sin reparar en costes. Como no se pudieron poner de acuerdo -porque Zapatero ha sabido crear expectativas y engañar en estos años mucho mejor a los demócratas que a los que no lo son-, los etarras pueden golpear en cualquier momento a la sociedad española y a las ansias infinitas de armonía del presidente. Zapatero les ha dado media ANV legal, pero como sucede con estos compañeros de viaje, lo quieren todo. Y ni a Zapatero ni a Rubalcaba se les pasará el miedo al atentado hasta después del 27 y el día después retornará el miedo y las demandas y las prisas y las advertencias y las angustias de quien ya está a merced de quien quiso como socio .
"Los demócratas de todo signo estamos asistiendo a la traición de ciertos círculos sectarios de la izquierda, hoy representados por Zapatero, Blanco, Madrazo, Llamazares y tantos otros a los principios de la libertad, la igualdad y la solidaridad"
Hermann Tertsch
A merced del socio
El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha intentado de nuevo lo que en términos pugilísticos llamamos un «tongo», en términos económicos una estafa y en el campo de las relaciones humanas sencillamente una infamia. ABC cuenta en exclusiva esta «toma de contacto» que viene a ser un encuentro clandestino entre dos socios potenciales que quieren mantener a toda costa ocultos ante la sociedad eventuales acuerdos entre ellos que consideran tienen ambos interés en que se produzcan y que sean secretos. Que una de estas partes sea la dirección de una banda asesina y la otra una delegación del Gobierno del Reino de España, no revela en absoluto que se haya generado una nueva realidad por un supuesto cambio de actitud de los terroristas. Por el contrario, demuestra que el Gobierno español no tiene problemas para maniobrar en las sentinas más profundas para discutir con un grupo terrorista con vocación de permanencia un régimen de cooperación especial que permita a unos cumplir ciertos deseos y a otros evitar sobresaltos concretos. No es poco y todos los aliados de este Gobierno y de nuestro país deberían tomar nota de que Zapatero y su círculo íntimo conspirador en el proceso actuan realmente como un doble agente, de lealtades absolutamente indefinidas e imprevisibles.
No se sabe cuántas veces lo han hecho. Aunque los medios más comprometidos con el proceso y artífices de las intoxicaciones sistemáticas de un presidente de Gobierno convertido en un «dirty Dickie» leonés -tramposo como un Richard Nixon de agrupación de provincia, que ha de ir tapando una mentira con otra-, tienen ya problemas para difundir contradicciones casi continuas y han de recurrir a ridículas cortinas de humo sobre Irak o el ex presidente Aznar. También ellos son a la postre víctimas de la levedad insoportable de un presidente que demuestra cada vez menos respeto por la realidad y por las instituciones del Estado. Como tenía que ser, este nuevo encuentro con la cúpula asesina para buscar una salida a problemas comunes ha vuelto a salir mal porque todas las condiciones juegan ya en su contra. Hasta quienes no somos «Txeroki» ni Ternera sabíamos que Zapatero estaba en pánico ante la posibilidad muy real y perfectamente lógica de que ETA le volviera a meter prisa en el proceso.
En contra de lo pregonado por los medios comprometidos con la aventura del presidente, la bomba del aparcamiento de la T-4 de Barajas, en absoluto desmiente las concesiones pasadas perfectamente obvias. Todos sabemos que de lo que se trataba entonces como ahora con la amenaza de ETA es de imprimir el suficiente sentido de urgencia a las siguientes demandas y concesiones como para que el Gobierno esté literalmente con la lengua afuera buscando evitar el atentado mientras intenta desesperadamente tapar vergüenzas lo que siempre supone un grave deterioro del Estado de Derecho.
Las mentiras del Gobierno
Pero saber que las mentiras del Gobierno no nos confunden no es consuelo. Tiene razón Fernando Savater con su terrible llamada en su artículo «Casa tomada» en el blog de Basta Ya: «Ya no podemos hacer más. Ustedes, nuestros conciudadanos, tienen la palabra. Si refrendan electoralmente lo que hasta ahora se viene haciendo, sólo nos queda salir a la intemperie y buscar refugio dónde sea». Los demócratas de todo signo estamos asistiendo a la traición de ciertos círculos sectarios de la izquierda, hoy representados por Zapatero, Blanco, Madrazo, Llamazares y tantos otros a los principios de la libertad, la igualdad y la solidaridad. Entre la desesperación y la ira, quienes no quieren vivir en falta de libertad e indignidad permanente se plantean estas elecciones y las del año próximo como último hito en el que decidirse sobre el exilio interior o exterior en el País Vasco y en España. No alcanzan a entender la falta de reacción de ese cuerpo social español moderno y democrático ante unos atropellos tan brutales, ante semejantes desafueros, ante tamaña ofensa a la inteligencia y al sentido común.
Más que las agresiones físicas de los asesinos duelen las actitudes terribles de indiferencia, falta de apoyo y hostilidad que hieren día a día. Como las siempre obscenas declaraciones -siempre falsarias- del Fiscal general del Estado, la invención de nuevas ofertas -del nacionalismo muy bueno que ahora es don José Jon Imaz- para un acuerdo supuestamente antiterrorista cuando se viola a diario el existente y las grotescas descalificaciones contra el Partido Popular que gestiona personalmente el presidente del Gobierno.
En fin, el Gobierno ha tenido que volver a buscar un encuentro con ETA para impedir los malentendidos entre estas dos partes que llevan más de tres años creyendo o pretendiendo creer que pueden llegar a un acuerdo para beneficio común, a espaldas de los españoles, su Constitución y su seguridad. Aquí está el abismo al que se asomó en su día este aprendiz de brujo muy perezoso para el aprendizaje. Lo que ya comenzó como un monumental engaño a toda la sociedad española se ha convertido en proceso para salvar su propia vida política ante las amenazas del socio negociador. Sin reparar en costes. Como no se pudieron poner de acuerdo -porque Zapatero ha sabido crear expectativas y engañar en estos años mucho mejor a los demócratas que a los que no lo son-, los etarras pueden golpear en cualquier momento a la sociedad española y a las ansias infinitas de armonía del presidente. Zapatero les ha dado media ANV legal, pero como sucede con estos compañeros de viaje, lo quieren todo. Y ni a Zapatero ni a Rubalcaba se les pasará el miedo al atentado hasta después del 27 y el día después retornará el miedo y las demandas y las prisas y las advertencias y las angustias de quien ya está a merced de quien quiso como socio .
sábado, 12 de mayo de 2007
Casa tomada
¡BASTA YA! 2007/05/12
"...cualquier concejal del PP en el País Vasco ha hecho más por la defensa de las libertades constitucionales de ustedes y mías que todos los intelectuales abajofirmantes que luchan contra la derechización del mundo desde sus cómodos negocios artísticos o académicos."
Fernando Savater
Casa tomada
Como no soy jurista –y cada vez entiendo menos el guirigay de quienes lo son- no puedo decir nada relevante sobre la sentencia del Tribunal Supremo que parte salomónicamente por la mitad a ANV, éstos si, aquellos no, pasemisí, pasemisá. Lo único claro es que el brazo político de ETA (que adopta nombres distintos pero practica siempre la misma obediencia) va a estar ampliamente presente en las elecciones y luego en las instituciones vascas, salvo una intervención de última hora del Tribunal Constitucional. Y también resulta indudable que la Ley de Partidos hubiera autorizado otras salidas legales para impedir real y totalmente esa presencia. ¿Qué no había plazo para una impugnación de ANV? Si usted lo dice, le creeré, pero resulta raro que se nos haya echado el tiempo encima cuando la estrategia de ETA se conoce desde hace meses: primero un partido en clara continuidad con Batasuna como señuelo, luego reactivar la cáscara vacía de otro partido “dormido” en la legalidad y dotarlo milagrosamente de militantes, medios etc…de modo que permita el avance travestido de los de siempre. Larvatus prodeo, que diría Descartes. ¿Qué ANV rechaza desde 1930 el recurso a la violencia? Parece que a estas alturas y mediando un reciente atentado con víctimas habría que exigir un deslinde del terrorismo etarra más explícito a quienes tan a las claras provienen de él: si no le entendí mal, se lo oí decir al propio Fernández Bermejo en una entrevista con Iñaki Gabilondo en la Cuatro.
¡Ah, pero es que lo realmente infumable es la Ley de Partidos! Ahora se oye por todas partes: en el País Vasco lo dicen desde el consejero Azkárraga, ese espejo de juristas, hasta el rejuvenecido Alfonso Sastre, cuyas ideas políticas siempre han sido un poco peores que sus obras de teatro, háganse una idea. Pongo la radio y en la tertulia escucho a un mequetrefe que compara esa ley aprobada por amplia mayoría parlamentaria con las dictadas por Franco: es que prohibe cosas y nuestro héroe es partidario caiga quien caiga (él no caerá, descuiden) del prohibido prohibir. Supongo que de genialidades como ésta le viene el descrédito a Mayo del 68. Acudiendo a fuentes mas serias, me deja perplejo leer en un editorial de “EL PAIS” (7 de mayo) que “es una ley excepcional y de muy problemática aplicación, en la medida en que es limitativa de derechos”. Hombre, muchas leyes limitan derechos… pero siempre los de quienes los utilizan para lesionar o impedir el ejercicio de los de otros. Como explica a continuación el propio editorial, es el caso de quienes impiden la libre competencia democrática apoyando la eliminación física o la intimidación permanente de sus adversarios políticos. La Ley de Partidos defiende el ejercicio de los derechos políticos de todos, menos de los que quieren simultanear política y crimen para ganar a dos bandas. ¿Y “excepcional”? ¿Por qué es excepcional, si no fue dictada por decreto del ejecutivo sino aprobada en la sede legislativa adecuada? Claro que siempre contó con la oposición de los nacionalistas de toda laya y desde luego hoy mantener una ley que contraríe a los nacionalistas es algo realmente excepcional… ¡Ha sido recurrida en el Tribunal de Estrasburgo! Bueno, no sabemos si prosperará el recurso, pero existe algún precedente orientativo. Por ejemplo, cuando se ilegalizó el Partido de la Prosperidad turco –al que pertenecía entonces el islamista Gül y que contaba con seis millones de votos- por apoyar la violencia separatista y atentar contra la laicidad de Estado, el Tribunal de Estrasburgo ratificó tal medida dictaminando que “la democracia representa un valor fundamental en el orden público europeo pero si se demuestra que los responsables de un partido político incitan a la violencia o mediante mecanismos ilegítimos buscan la destrucción de la propia democracia su disolución puede considerarse justificada” (citado por R. Navarro Valls, “Las dos almas de Turquía”, el Mundo, 3-V-07).
Puede ser que la culpa de todo la tenga, en última instancia, el obstruccionismo del PP a la buena voluntad pacificadora gubernamental. Es lo que parece dar a entender, entre otros miles, John Carlin en su artículo “Es la hora de gobernar juntos” (El PAIS, 6-V-07). Compara la oposición inicial de Ian Paisley a sentarse junto al Sinn Feinn, sus actuales socios de gobierno, con declaraciones semejantes de Mariano Rajoy o María San Gil respecto al reconocimiento de Batasuna. Entre otras diferencias que sería obvio señalar (los dos extremos irlandeses en colisión tenían mutuos lazos con grupos violentos, mientras que en España el brote de terrorismo antiterrorista no vino precisamente de los populares), omite Carlin que la intransigencia de Paisley no ha cesado porque sí, sino porque IRA ha entregado las armas y el Sinn Feinn a reconocido finalmente la policía y la magistratura norirlandesas. Puede que el feroz clérigo haya cambiado, pero sólo cuando también han cambiado las circunstancias, tras una suspensión del parlamento autonómico y una renovada actitud de firmeza del siempre oportunista Blair. Muchas cosas pueden objetarse a la política del PP, sin duda, pero ahora que la valiosa y valerosa María San Gil se ha visto apartada momentáneamente de la política por enfermedad, conviene recordar en su honor y en el de su partido que cualquier concejal del PP en el País Vasco ha hecho más por la defensa de las libertades constitucionales de ustedes y mías que todos los intelectuales abajofirmantes que luchan contra la derechización del mundo desde sus cómodos negocios artísticos o académicos.
Aunque duela decirlo y dejando a un lado la pureza de las intenciones iniciales, ejem, lo indudable ya es que el Gobierno de Zapatero ha fracasado en toda regla en el supuesto “proceso de paz”. Una ETA acorralada, políticamente cortocircuitada y que podía haber sido eliminada en año y medio de haber seguido la política conjunta PP-PSOE de finales del ejecutivo anterior (según afirma la policía francesa) se encuentra hoy revitalizada, rearmada y dispuesta a actuar en cualquier momento. Batasuna no ha cambiado ni un ápice sus planteamientos políticos, ha pasado de fuerza marginal y casi mendicante a interlocutor político privilegiado, además de volver como fuerza electoral y recuperar probablemente sus posiciones perdidas en muchos municipios claves para su financiamiento y reafirmación estratégica. Ha aumentado la presencia radical en los medios de comunicación vascos, sigue la coacción sobre los ciudadanos disidentes y desde luego la extorsión a empresarios y profesionales, contra la que por lo visto nada puede hacerse (¿se imaginan lo que sería saber que cientos de empresas, comercios, restaurantes, profesionales, etc… están pagando mensualmente cantidades importantes a Al Qaeda pero que nada puede intentarse penalmente contra ellos porque bastante sufren ya los pobrecillos?). De Juana Chaos se pasea tranquilo por el mundo y dentro de poco tendrá problemas de sobrepeso, por lo que habrá que mandarle a su domicilio para que haga régimen. Y para colmo todo el mundo asume como inevitable que ETA volverá matar. Digo yo que en cuanto acabemos de desvelar las patrañas y mentiras de la supuesta “conspiración” del 11M, habrá que empezar con las del “proceso de paz”. Denunciar a quienes dijeron que no había negociaciones políticas (lean, lean los documentos incautados al Comando Donosti), a los que aseguraban sin enrojecer que Aznar hizo lo mismo, a los que sacaban la foto de las Azores cada vez que se les señalaba la de Patxi López con Otegi, a los que nos contaron las virtudes humanitarias y los efectos salvadores del tratamiento penal a De Juana, por no mencionar a quienes aseguraban que había “indicios borrosos” de la voluntad de ETA de dejar próximamente las armas… La Cuatro podría hacer otro buen reportaje, muy objetivo, sobre este tema y hasta les sugiero un título, más triste pero no menos verdadero que el del anterior: “La victoria de los embusteros”.
Uno de los mejores cuentos de fantasmas que conozco es “Casa tomada”, de Julio Cortázar. En él, una pareja de hermanos mayores y solteros vive en la casa de sus antepasados. Poco a poco, deben ir cerrando habitaciones y bloqueando puertas de las estancias “tomadas” por entidades que no se precisan pero se presienten… hasta que finalmente tienen que abandonar su hogar invadido por el Mal. En el País Vasco, muchos de quienes hemos luchado contra el expansionismo del nacionalismo obligatorio estamos en la misma tesitura. ETA y adláteres ocupan las localidades pequeñas, luego las medianas, luego barrios de las grandes y espacios públicos comunes: nosotros vamos cerrando puertas y retrocediendo. Cada vez con menos apoyos y más críticas de quienes se impacientan por nuestras quejas. Los socialistas vascos por ejemplo nos tienen por “miserables”, cuando no por extremistas de derechas (con el PSE pasa lo que con la Ertzaintza, aunque peor: en sus filas hay gente decente y combativa, pero con los mandos actuales no hay manera). Y aún eso es preferible a los que nos muestran su “solidaridad humana” por las amenazas que sufrimos, para acto seguido criticar la Ley de Partidos o recomendar el diálogo como solución de nuestros males. No, que quede claro: no queremos solidaridad “humana” sino política. La “humana” que se la guarden los simpáticos dónde mejor les encaje…
Y habrá que irse, claro. Ya no podemos hacer más. Ustedes, nuestros conciudadanos, tienen la palabra. Si refrendan electoralmente lo que hasta ahora se viene haciendo, sólo nos queda salir a la intemperie y buscar refugio dónde sea. “Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.
"...cualquier concejal del PP en el País Vasco ha hecho más por la defensa de las libertades constitucionales de ustedes y mías que todos los intelectuales abajofirmantes que luchan contra la derechización del mundo desde sus cómodos negocios artísticos o académicos."
Fernando Savater
Casa tomada
Como no soy jurista –y cada vez entiendo menos el guirigay de quienes lo son- no puedo decir nada relevante sobre la sentencia del Tribunal Supremo que parte salomónicamente por la mitad a ANV, éstos si, aquellos no, pasemisí, pasemisá. Lo único claro es que el brazo político de ETA (que adopta nombres distintos pero practica siempre la misma obediencia) va a estar ampliamente presente en las elecciones y luego en las instituciones vascas, salvo una intervención de última hora del Tribunal Constitucional. Y también resulta indudable que la Ley de Partidos hubiera autorizado otras salidas legales para impedir real y totalmente esa presencia. ¿Qué no había plazo para una impugnación de ANV? Si usted lo dice, le creeré, pero resulta raro que se nos haya echado el tiempo encima cuando la estrategia de ETA se conoce desde hace meses: primero un partido en clara continuidad con Batasuna como señuelo, luego reactivar la cáscara vacía de otro partido “dormido” en la legalidad y dotarlo milagrosamente de militantes, medios etc…de modo que permita el avance travestido de los de siempre. Larvatus prodeo, que diría Descartes. ¿Qué ANV rechaza desde 1930 el recurso a la violencia? Parece que a estas alturas y mediando un reciente atentado con víctimas habría que exigir un deslinde del terrorismo etarra más explícito a quienes tan a las claras provienen de él: si no le entendí mal, se lo oí decir al propio Fernández Bermejo en una entrevista con Iñaki Gabilondo en la Cuatro.
¡Ah, pero es que lo realmente infumable es la Ley de Partidos! Ahora se oye por todas partes: en el País Vasco lo dicen desde el consejero Azkárraga, ese espejo de juristas, hasta el rejuvenecido Alfonso Sastre, cuyas ideas políticas siempre han sido un poco peores que sus obras de teatro, háganse una idea. Pongo la radio y en la tertulia escucho a un mequetrefe que compara esa ley aprobada por amplia mayoría parlamentaria con las dictadas por Franco: es que prohibe cosas y nuestro héroe es partidario caiga quien caiga (él no caerá, descuiden) del prohibido prohibir. Supongo que de genialidades como ésta le viene el descrédito a Mayo del 68. Acudiendo a fuentes mas serias, me deja perplejo leer en un editorial de “EL PAIS” (7 de mayo) que “es una ley excepcional y de muy problemática aplicación, en la medida en que es limitativa de derechos”. Hombre, muchas leyes limitan derechos… pero siempre los de quienes los utilizan para lesionar o impedir el ejercicio de los de otros. Como explica a continuación el propio editorial, es el caso de quienes impiden la libre competencia democrática apoyando la eliminación física o la intimidación permanente de sus adversarios políticos. La Ley de Partidos defiende el ejercicio de los derechos políticos de todos, menos de los que quieren simultanear política y crimen para ganar a dos bandas. ¿Y “excepcional”? ¿Por qué es excepcional, si no fue dictada por decreto del ejecutivo sino aprobada en la sede legislativa adecuada? Claro que siempre contó con la oposición de los nacionalistas de toda laya y desde luego hoy mantener una ley que contraríe a los nacionalistas es algo realmente excepcional… ¡Ha sido recurrida en el Tribunal de Estrasburgo! Bueno, no sabemos si prosperará el recurso, pero existe algún precedente orientativo. Por ejemplo, cuando se ilegalizó el Partido de la Prosperidad turco –al que pertenecía entonces el islamista Gül y que contaba con seis millones de votos- por apoyar la violencia separatista y atentar contra la laicidad de Estado, el Tribunal de Estrasburgo ratificó tal medida dictaminando que “la democracia representa un valor fundamental en el orden público europeo pero si se demuestra que los responsables de un partido político incitan a la violencia o mediante mecanismos ilegítimos buscan la destrucción de la propia democracia su disolución puede considerarse justificada” (citado por R. Navarro Valls, “Las dos almas de Turquía”, el Mundo, 3-V-07).
Puede ser que la culpa de todo la tenga, en última instancia, el obstruccionismo del PP a la buena voluntad pacificadora gubernamental. Es lo que parece dar a entender, entre otros miles, John Carlin en su artículo “Es la hora de gobernar juntos” (El PAIS, 6-V-07). Compara la oposición inicial de Ian Paisley a sentarse junto al Sinn Feinn, sus actuales socios de gobierno, con declaraciones semejantes de Mariano Rajoy o María San Gil respecto al reconocimiento de Batasuna. Entre otras diferencias que sería obvio señalar (los dos extremos irlandeses en colisión tenían mutuos lazos con grupos violentos, mientras que en España el brote de terrorismo antiterrorista no vino precisamente de los populares), omite Carlin que la intransigencia de Paisley no ha cesado porque sí, sino porque IRA ha entregado las armas y el Sinn Feinn a reconocido finalmente la policía y la magistratura norirlandesas. Puede que el feroz clérigo haya cambiado, pero sólo cuando también han cambiado las circunstancias, tras una suspensión del parlamento autonómico y una renovada actitud de firmeza del siempre oportunista Blair. Muchas cosas pueden objetarse a la política del PP, sin duda, pero ahora que la valiosa y valerosa María San Gil se ha visto apartada momentáneamente de la política por enfermedad, conviene recordar en su honor y en el de su partido que cualquier concejal del PP en el País Vasco ha hecho más por la defensa de las libertades constitucionales de ustedes y mías que todos los intelectuales abajofirmantes que luchan contra la derechización del mundo desde sus cómodos negocios artísticos o académicos.
Aunque duela decirlo y dejando a un lado la pureza de las intenciones iniciales, ejem, lo indudable ya es que el Gobierno de Zapatero ha fracasado en toda regla en el supuesto “proceso de paz”. Una ETA acorralada, políticamente cortocircuitada y que podía haber sido eliminada en año y medio de haber seguido la política conjunta PP-PSOE de finales del ejecutivo anterior (según afirma la policía francesa) se encuentra hoy revitalizada, rearmada y dispuesta a actuar en cualquier momento. Batasuna no ha cambiado ni un ápice sus planteamientos políticos, ha pasado de fuerza marginal y casi mendicante a interlocutor político privilegiado, además de volver como fuerza electoral y recuperar probablemente sus posiciones perdidas en muchos municipios claves para su financiamiento y reafirmación estratégica. Ha aumentado la presencia radical en los medios de comunicación vascos, sigue la coacción sobre los ciudadanos disidentes y desde luego la extorsión a empresarios y profesionales, contra la que por lo visto nada puede hacerse (¿se imaginan lo que sería saber que cientos de empresas, comercios, restaurantes, profesionales, etc… están pagando mensualmente cantidades importantes a Al Qaeda pero que nada puede intentarse penalmente contra ellos porque bastante sufren ya los pobrecillos?). De Juana Chaos se pasea tranquilo por el mundo y dentro de poco tendrá problemas de sobrepeso, por lo que habrá que mandarle a su domicilio para que haga régimen. Y para colmo todo el mundo asume como inevitable que ETA volverá matar. Digo yo que en cuanto acabemos de desvelar las patrañas y mentiras de la supuesta “conspiración” del 11M, habrá que empezar con las del “proceso de paz”. Denunciar a quienes dijeron que no había negociaciones políticas (lean, lean los documentos incautados al Comando Donosti), a los que aseguraban sin enrojecer que Aznar hizo lo mismo, a los que sacaban la foto de las Azores cada vez que se les señalaba la de Patxi López con Otegi, a los que nos contaron las virtudes humanitarias y los efectos salvadores del tratamiento penal a De Juana, por no mencionar a quienes aseguraban que había “indicios borrosos” de la voluntad de ETA de dejar próximamente las armas… La Cuatro podría hacer otro buen reportaje, muy objetivo, sobre este tema y hasta les sugiero un título, más triste pero no menos verdadero que el del anterior: “La victoria de los embusteros”.
Uno de los mejores cuentos de fantasmas que conozco es “Casa tomada”, de Julio Cortázar. En él, una pareja de hermanos mayores y solteros vive en la casa de sus antepasados. Poco a poco, deben ir cerrando habitaciones y bloqueando puertas de las estancias “tomadas” por entidades que no se precisan pero se presienten… hasta que finalmente tienen que abandonar su hogar invadido por el Mal. En el País Vasco, muchos de quienes hemos luchado contra el expansionismo del nacionalismo obligatorio estamos en la misma tesitura. ETA y adláteres ocupan las localidades pequeñas, luego las medianas, luego barrios de las grandes y espacios públicos comunes: nosotros vamos cerrando puertas y retrocediendo. Cada vez con menos apoyos y más críticas de quienes se impacientan por nuestras quejas. Los socialistas vascos por ejemplo nos tienen por “miserables”, cuando no por extremistas de derechas (con el PSE pasa lo que con la Ertzaintza, aunque peor: en sus filas hay gente decente y combativa, pero con los mandos actuales no hay manera). Y aún eso es preferible a los que nos muestran su “solidaridad humana” por las amenazas que sufrimos, para acto seguido criticar la Ley de Partidos o recomendar el diálogo como solución de nuestros males. No, que quede claro: no queremos solidaridad “humana” sino política. La “humana” que se la guarden los simpáticos dónde mejor les encaje…
Y habrá que irse, claro. Ya no podemos hacer más. Ustedes, nuestros conciudadanos, tienen la palabra. Si refrendan electoralmente lo que hasta ahora se viene haciendo, sólo nos queda salir a la intemperie y buscar refugio dónde sea. “Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.
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