miércoles, 17 de octubre de 2007

Patrias

El País, 2007-10/17

ELVIRA LINDO

Patrias
Hay una patria que nos concede la condición de ciudadanos. Hay una patria que nos facilita el pasaporte, que nos permite viajar siendo extranjeros documentados; hay una patria a la que damos parte del sueldo, a la que reclamamos algo en correspondencia, cosas concretas que ayuden mínimamente a la inalcanzable felicidad, una escuela, un hospital, un futuro no demasiado incierto. Hay una patria que está escrita en un pliego de derechos y deberes. La patria en la que los ciudadanos de nacimiento podemos disfrutar de la posibilidad de nacer y morir en el mismo sitio, la patria de aquel que, aun con todo, detesta su patria o la del que la disfruta porque deja atrás otra patria imposible. Es esa patria que se lleva en el pasaporte, ese salvoconducto al que nos aferramos en las fronteras donde más de una vez hemos visto cómo alguien lloraba desconsolado por haberlo perdido y convertirse de repente en nadie.

Hay otra patria. Aunque los neurólogos ya han dejado claro que los sentimientos están dirigidos por la cabeza, pervivirá en nosotros el gesto de llevarnos la mano al corazón. Hay otra patria, pues, que está en el corazón. Está compuesta de cosas íntimas, difíciles de explicar, aunque la literatura y la música se hayan deshecho en explicaciones. La calle en la que nacimos, la lluvia del pasado, los antiguos olores, la mano de tus padres, los juegos, las canciones tontas de la infancia, las palabras que te proporcionaban seguridad y las que te dieron miedo. Todo eso ya está contado, aunque nos encante repetir y escuchar la misma historia. Hay veces que los políticos confunden la patria cívica con la patria del corazón. Y hay ciudadanos que, lejos de desconfiar en quien se mete tan intrusivamente en las emociones, entienden que los partidos hacen bien en exaltarlas. Pero hay otros (entre los cuales me encuentro) que, cuando un político anima a salir a las calles para mostrar orgullo en el día de la patria, agitar banderitas, sentir alegría por la azarosa nacionalidad o aplaudirle a un carro de combate, optan por celebrar la fiesta a la manera de Brassens, levantándose tarde y disfrutando de la anhelada pereza. Placeres de la patria íntima en la que detesto que nadie se inmiscuya.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Los descubrimientos transformaron al mono en hombre

Suplemento “El Cultural” de El Mundo 2007/09/13


" Pero la eólica es una engañifa que lo único que produce de manera estable son subvenciones; la biomasa, el etanol, etc, es más de lo mismo: quemar y quemar. Como ya no se pueden hacer más pantanos y para el hidrógeno y la fusión aún falta tiempo, hay que seguir investigando en el aprovechamiento más eficiente del Sol, pero mientras sería bueno que se construyera un número prudente y razonable de centrales nucleares de fisión. "
Manuel Lozano Leyva



“Los descubrimientos transformaron al mono en hombre”

¿Pueden los grandes acontecimientos científicos cambiar nuestra visión del mundo? Manuel Lozano Leyva, director del departamento de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla, representante de España en el Comité Europeo de Física Nuclear y miembro del CERN, ha intentado contestar a esta pregunta en el libro Los hilos de Ariadna (Debate), que publica estos días y en el que destaca la teoría de la evolución de las especies de Darwin.

La ciencia actual se aproxima a un cambio de paradigma. Para Manuel Lozano Leyva (Sevilla, 1949) la Biología Molecular está marcando ya la evolución de la Humanidad durante los primeros pasos del siglo XXI, mientras que en la centuria pasada, en su opinión, fue la Física la que dominó los grandes avances de la investigación. “Estamos en una etapa –matiza Lozano Leyva– en la que tendremos que sacar provecho a muchos fundamentos básicos elaborados hace tiempo; quizá no haya que inventar una nueva relatividad general u otra mecánica cuántica (ojalá se fundan en una sola teoría) sino que es prioritario enseñarlas para extraer de ellas aún más provecho tecnológico”.

–¿Cree que los descubrimientos científicos pueden cambiar al ser humano?
–Lo han cambiado tanto que transformó al mono en hombre. Estoy convencido de que fue una cavernícola la que le dijo a su pareja, de regreso de sus correrías tras los animales, que había descubierto que al chocar dos piedras se producían chispas, y que si no se andaba con ojo, podía meterle fuego a los yerbajos secos. Sin tener ni idea de para qué iba a servir aquello, ambos, por lo menos ella, intuyeron que aquello les iba a cambiar la vida. De ahí a la bomba atómica, el microprocesador y la ingeniería genética, los descubrimientos científicos no han hecho más que cambiar al ser humano y, sobre todo, a la humanidad en su conjunto.




Preguntas fundamentales
–Sí, pero algunos filósofos creen que las preguntas fundamentales siguen sin ser contestadas. ¿Podrá la ciencia hacerlo en el futuro?
–Lo primero que deben formular son cuáles son esas preguntas. Para la pareja prehistórica anterior, una de esas preguntas fundamentales seguro que era por qué llovía. Primero se inventaron al dios de la lluvia y con el tiempo la meteorología y la dinámica de fluidos. Muchos siguen pensando que a lo que no llega ni llegará nunca la ciencia es a cuestiones como la existencia de Dios y su quehacer. La solución a la que se ha llegado es, por parte de los creyentes, decir que ciencia y fe son actividades mentales que no tienen nada que ver. Por parte de los científicos la situación es análoga ya que siguen considerando adecuada la respuesta que le dio Laplace a Napoleón cuando éste, al leer su obra sobre el sistema solar, arguyó que no veía a Dios por ninguna parte: “Sire, en ningún momento necesité tal hipótesis”.

–¿Qué descubrimiento considera que ha contribuido mejor a cambiar nuestra visión del mundo? –La evolución de las especies por medio de la selección natural de Darwin y Wallace. La demostración irrefutable de tal teoría deshizo la mayor y más relevante parte de la supuesta obra de Dios. Las fluctuaciones cuánticas del vacío, o sea, que puede surgir materia y/o energía de la nada de forma espontánea, hizo innecesaria su existencia.

–¿Cree que la ciencia podrá llegar a explicarnos completamente?
–Jamás. La ciencia responde preguntas generando muchas más, por eso será siempre una actividad inherente al hombre y, esperemos, de tan larga vida como la propia humanidad. Porque esta es otra: la ciencia ha proporcionado también, aparte de felicidad, justicia y bienestar, la manera más eficiente de aniquilarnos como especie.

–En su libro hay mucho de información, pero casi más de reflexión. ¿La ha buscado conscientemente?
–Creo que es más bien lo último. Lo que ocurre, quizá, es que trato por todos los medios de informar, divertir e incluso conmover, y eso exige reflexión. Por otro lado, amar apasionadamente a la ciencia, como me ocurre desde que era adolescente, me hace ser crítico con ella porque eso es inherente e inevitable. Por eso ofrezco reflexiones y críticas a la ciencia en todos mis textos, por eso ni ensalzo ni satanizo a los científicos, sino que trato de mostrar sus facetas más humanas y variadas.


Complejidad y divulgación

–Usted en el libro hace distinción entre simpleza y sencillez. ¿Cree que se acerca al gran público la ciencia de forma adecuada?
–La administración pública y muchos medios de comunicación están mostrando una sensibilidad cada vez mayor hacia la divulgación científica. Cada vez se hace mejor, huyendo de la trivialidad o simpleza y haciéndolo de manera atractiva y sencilla. Incluso los científicos están empezando a valorar tal actividad, lo cual hace mucho tiempo que ocurre en otros países. Pero la ciencia es difícil y entenderla exige esfuerzo, y de eso es de lo que huyen un tanto las generaciones, llamémosle, de la LOGSE. En mis libros, en particular en éste, además de explicar cosas complicadas de manera sencilla y con muchos ejemplos y anécdotas, subo el nivel en bastantes pasajes.



Una actividad competitiva

–En su libro hay descubrimientos de diversos ámbitos. ¿Adolece la ciencia actual de interdisciplinariedad, de haber compartimentos estanco muchas veces insalvables?
–La investigación científica en un mundo tecnológico exige la especialización, la cual es tremendamente fructífera y en absoluto alienante como a veces se especula por ignorancia. Incluso la interdisciplinariedad exige hiperespecialización. Por ejemplo, en los hospitales hay servicios altamente tecnológicos atendidos por especialistas en aspectos muy concretos de la ingeniería, la física y la medicina. Los compartimentos estancos a los que alude existen, pero cada vez son menos insalvables. Pero todo esto se refiere a la investigación que, no se olvide, es una actividad competitiva a nivel internacional. Para divulgar ciencia es necesario ser científico profesional, pero no especialista en todo lo que se quiera explicar al gran público. Creo que he sido muy osado, siendo físico, al escribir de genética, fisiología, geología, etc., pero no demasiado. Al menos, espero que los especialistas en los distintos temas tratados que lo lean no encuentren errores graves.

–Hablando de especialidades, está muy de actualidad el tema del retorno a la energía nuclear. ¿Considera positivo reforzar este tipo de energía en los tiempos actuales?
–Siendo catedrático de física nuclear se puede suponer que estoy a favor de la energía nuclear por deformación, interés, o qué sé yo. Yo, de lo que estoy a favor es de reducir el consumo; de separar de una vez la supuesta curva de la felicidad de la del consumo de energía. Por debajo de ciertos umbrales, sí hay relación entre energía y bienestar, pero el derroche actual es una locura. Puesto que nadie plantea tal reducción, no hay más remedio que acudir a la energía nuclear, la cual tiene muchísimas más ventajas objetivas que el petróleo, el gas, el carbón, etc. No contaminan, el combustible está esparcido por todo el planeta y, si se llega al torio superando al uranio, aún será más abundante y barato. Además, es una tecnología muy segura (lo de Chernobil fue más una consecuencia de la desintegración de la URSS que otra cosa). Si, para colmo de felicidad, se llega a controlar la fusión nuclear, pues tenemos garantizado un futuro espléndido.

–¿Cuál es su opinión sobre los residuos radiactivos?
-Se presentan como el gran inconveniente de la energía nuclear y yo sostengo que es una de sus ventajas, porque no se vierten a ningún lado al permanecer localizados y controlados, lo que no se puede hacer con ningún otro residuo de la industria energética. Se habla de que duran miles de años, y eso es aplicable a las pirámides de Egipto e incluso a la Giralda, que lleva casi mil años sobre un subsuelo fangoso y ahí está en pie. Los residuos radiactivos se incinerarán antes o después, porque las tecnologías que se están poniendo a punto para ello a base de transmutación nuclear no necesitarán ni un siglo para ser operativas.

–¿Es posible “mover” el mundo con energías renovables?
–Tal como lo concebimos hoy día, no. De las llamadas fuentes renovables de energía sólo creo en la hidroeléctrica, la solar y las que estén por desarrollar y descubrir, como el hidrógeno y la fusión. Pero la eólica es una engañifa que lo único que produce de manera estable son subvenciones; la biomasa, el etanol, etc, es más de lo mismo: quemar y quemar. Como ya no se pueden hacer más pantanos y para el hidrógeno y la fusión aún falta tiempo, hay que seguir investigando en el aprovechamiento más eficiente del Sol, pero mientras sería bueno que se construyera un número prudente y razonable de centrales nucleares de fisión.



Esperanza en el CERN

–¿Qué opinión le merece el proyecto LHC del CERN?
–El LHC es una gran máquina que quizá nos confirme algunos modelos y teorías de la física de partículas. También podría dar a la luz cosas muy nuevas o nada, absolutamente nada. Eso es investigación. A mí me haría mucha ilusión que, por ejemplo, se detectara el bosón de Higgs, pero ni eso va a cambiar nada ni explicará otros muchos misterios. El CERN es un laboratorio formidable que por el mero hecho de funcionar perfectamente y alcanzar los objetivos propuestos por los físicos, ya es de gran provecho para Europa y la humanidad. Piénsese que allí se está tratando con la tecnología más puntera que existe en una infinidad de especialidades. Para las empresas que consiguen ganar concursos para dotar al CERN, el provecho es inmenso, y para la sociedad también. A veces incluso de manera espontánea y no proyectada, como ocurrió con la World Wide Web, la mejor aplicación sobre internet usada por todo el mundo, la cual, en un principio, pretendía simplemente poner información científica a disposición de los físicos del CERN.

lunes, 27 de agosto de 2007

El contagio

Basta Ya 2007/08/26

"No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea."
FERNANDO SAVATER

El contagio

Empezaré pidiendo excusas a un improbable lector más fiel o de mejor memoria que otros: lo que voy a decir a continuación lo he escrito ya media docena de veces. Pero ¿qué culpa tengo yo de que vivamos una situación política que se repite más que los pimientos del piquillo…aunque es mucho menos sabrosa? Cuando a Voltaire le reprochaban volver una y otra vez sobre lo mismo, él respondía: “Me repetiré hasta que me entiendan”. Yo ni siquiera pretendo ser tan complejo o profundo que deba insistir mucho en mis ideas para ser comprendido. Me repito sencillamente para que no se olvide la relevancia de lo obvio, por aburrido que sea, en la falsa novedad de lo cotidiano. Y aunque fuera realmente novedad, tampoco tendría que ser automáticamente “novedad para mejor”, es decir: progreso. Cada vez que oigo hablar en ayuntamientos o diputaciones de “gobiernos de cambio” y veo a las pájaros que pretenden constituirlos, recuerdo el sabio dictamen del agudo Odo Marquard: “El prejuicio más fácil de cultivar, el más impermeable, el más apabullante, el prejuicio de uso múltiple, la suma de todos los prejuicios, es el que afirma: todo cambio lleva con certeza a la Salvación y cuanto más cambio haya mejor”. De modo que vamos a repetirnos.

Para mí, que estoy convencido de la superioridad política y hasta ética de España como estado de derecho pluralista pero igualitario frente a la fragmentación asimétrica de los separatismos más o menos explícitos, lo políticamente preocupante no es el nacionalismo de los nacionalistas. Si los nacionalistas piensan como piensan y pretenden por medios legales sacar adelante su proyecto, están en su perfecto derecho. Quienes tenemos ideas opuestas a las suyas haremos lo posible por rebatirles y defender mejores opciones, pero no podemos realmente inquietarnos por sus inequívocos y legítimos planteamientos. No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea. Los nacionalistas convictos y confesos –con su mensaje nefasto y simplón, “de fuera vendrán y lo tuyo te quitarán”, que les ha dado tan excelente resultado- han dado paso a un fenómeno mimético más amplio, lo que Carlos Gorriarán llama “la regionalitis”. Todo el mundo quiere ser cabeza de ratón y rechazan con desprecio la cola del león…y al león mismo.

Este verano hemos tenido varias pruebas de que la regionalitis va en aumento. Un caso evidente ha sido el culebrón autonómico en Navarra. El PSN, a pesar de sus insuficientes resultados electorales, aspiraba a presidir la comunidad apoyado en una coalición nacionalista, de un modo no muy distinto a como el propio Zapatero ha consolidado su mandato en el conjunto de España. La ciudadanía Navarra, a pesar de que ha vuelto a votar mucho más a UPN que a cualquier otro partido, mostraba según los interesados arúspices señales de desear “un cambio” y de que se llegara a un gobierno de “progreso”. “Cambio” y “progreso” no pueden significar, naturalmente, más que aumento de la influencia nacionalista y la “regionalitis” que sigue sus pasos. ¡Ah, pero en Ferraz han pensado otra cosa, porque allí hay gente interesada en las próximas elecciones generales, dónde el nacionalismo fragmentador quizá no vaya a ser tan rentable como antaño! De modo que la proyectada alianza se ha frustrado sin demasiadas explicaciones (más bien sin ninguna) y ahí ha sido el llanto, el crujir de dientes de quienes vuelven a verse sin poltrona y los amagos de rebelión.

El problema estriba, precisamente, en la ausencia de explicaciones claras y públicas a los votantes, que tienen derecho a saber si votan a un partido de ámbito estatal y con una concepción igualitaria en todo el país o a un grupo de competidores por el caciquismo regional. Para aclarar ese punto, hubiera sido muy instructivo aclarar las discrepancias socialistas con NaBai. Los partidarios de la alianza con este frente nacionalista señalan el mérito de que condena la violencia e indican que dejarles fuera del gobierno es una mala recompensa a esta elogiable actitud. En efecto, que Zabaleta y otros de su grupo condenen el terrorismo etarra está muy bien pero en modo alguno es un favor que nos hacen a los demás y por el cual merezcan ser premiados: es un favor que se hacen a sí mismos, recuperando la decencia democrática y simplemente humana que nadie que apoye o excuse a los violentos puede enorgullecerse de tener. Además, se encuentran en plano de igualdad con los demás, gestionando los asuntos de su comunidad…¿o es que acaso la oposición no participa también en el gobierno de la cosa pública, aunque no esté en el ejecutivo? Lo que los socialistas (dejémonos ahora de navarros o no navarros, que el partido es estatal) debían haber explicado bien es sus diferencias radicales con el proyecto nacionalista vasco que representa NaBai, por lo que una alianza con ellos era antinatural desde el primer momento, siempre y en cualquier caso pero más en la actual coyuntura, con la renovación de la amenaza de ETA y las revelaciones inequívocas de su voluntad anexionista sobre Navarra, expresadas en todas las mesas y taburetes de negociación con los ilusos que les escuchan. Puede que el señor Úriz y otros afiliados no lo entendieran, pero seguro que los votantes –que son muchísimos más que los afiliados, no lo olvidemos- seguramente sí. La decepción de esos votantes viene de que no se les aclaren las cosas y se den bandazos porque “aquí mando yo”, pero no porque se cambie el rumbo equivocado del oportunismo aquejado de regionalitis.

Desgraciadamente, el contagio del nacionalismo se extiende por lo visto sin remedio. Cuando el nacionalista Ibarretxe nos asegura muy serio que el futuro político del País Vasco se decidirá sólo en casa y nunca en Madrid ni contando con el resto de España, podemos responderle amablemente: “Que te lo has creído, majo”. Pero…¿qué contestaremos a los socialistas catalanes o a la misma UPN, que quieren tener voz propia –es decir, separada, fraccionaria- en el Congreso de Diputados? ¿Qué le diremos a Gallardón, que aspira a ir al Parlamento nacional para que Madrid, pobre Madrid, tenga también voz propia? ¿Y a la Presidenta Esperanza Aguirre, que nos asegura muerta de risa que en Madrid no se estudiará Educación para la Ciudadanía, aunque sea obligatoria para todo el Estado? Sobre todo, ¿qué les diremos a los niños y adolescentes, a los jóvenes que hoy están siendo educados en la idea estúpida y nociva de que cada diferencia territorial o cultural dentro del país debe ser magnificada, de que el resto del Estado de Derecho al que pertenecen está lleno de enemigos potenciales de su idiosincrasia, de que toda diversidad -¡oh!- es buena y toda unidad -¡ah!- es mala, etc…? Ya es hora de ir buscando una vacuna política y educativa contra esta epidemia que no va a matar a España, no, pero que le va a obligar a vivir siempre enferma para mayor provecho de algunos mangantes.

miércoles, 18 de julio de 2007

La cuestión navarra

EL PAÍS 2007/07/18

"Cuando, por otro lado, los socialistas navarros plantean la posibilidad de una negociación con los nacionalistas vascos en Navarra a cambio de suspender sine die el proceso de incorporación de la comunidad foral a Euskadi, están planteando un imposible. Porque solamente el proceso de integración justifica la existencia de unas fuerzas políticas nacionalistas que, en otro caso, perderían su razón de existencia."
ANDRÉS DE BLAS GUERRERO

La cuestión navarra
La gran paradoja en relación a la cuestión navarra es que sigue siendo hoy, como lo ha sido en el siglo XX español, un problema sustancialmente ajeno a la propia Navarra. El statu quo de la comunidad foral no es puesto en cuestión por la condición vasca de buena parte de sus ciudadanos. La naturaleza vasca de Navarra trasciende en mucho a la existencia de un proyecto nacionalista vasco. Se trata de un dato que ha sido compatible durante siglos con la integración de las Provincias Vascas en la Corona de Castilla en contraste con la vida política singular del viejo reino. Si no es la naturaleza vasca de Navarra la que plantea la necesidad de su eventual incorporación a Euskadi, menos lo es la hipotética falta de viabilidad de una comunidad foral que ha alcanzado en la vida española unas cotas de bienestar económico y social manifiestamente envidiables. Navarra, con una clara conciencia de su singularidad histórica, se encuentra satisfactoriamente integrada en el conjunto de la realidad española. Y es difícil de imaginar que pudiéramos hablar de una cuestión navarra si atendiéramos a causas conectadas en exclusiva con la vida propia de los navarros.

La cuestión navarra, en la reciente vida de España, tiene que ver sustancialmente con los intereses y las presiones de un nacionalismo vasco que ve, seguramente con razón, en la integración de Navarra al proyecto de Euskadi un paso indispensable para la verosimilitud de su último objetivo. Desde el inicio del nacionalismo vasco, y especialmente desde los años treinta y el momento de la transición política, los nacionalistas vascos han pensado que el territorio, la población y la historia de Navarra son elementos indispensables para llevar adelante un proyecto de independencia muy difícil de alcanzar con referencia a los límites actuales de la Comunidad Vasca. En el imaginario del nacionalismo vasco, Navarra ha sido siempre algo más que su Ulster, tal como proclamaba un ilustre nacionalista vasco de Navarra, D. Manuel de Irujo. Incluso es posible que por encima de la realidad territorial y poblacional, los nacionalistas vascos han visto en la comunidad foral un elemento sustancial en toda visión nacionalista: su posibilidad de legitimidad histórica ligada a la vida de uno de los viejos reinos hispanos. Un título al que decenas de años de movilización de la historia no han podido equiparar a las viejas provincias ligadas a la vida de Castilla.

La hipótesis de que una integración de Navarra en Euskadi frenara la actual hegemonía nacionalista en el País Vasco, es una hipótesis razonable en un horizonte inmediato. Se trataría de un riesgo que el nacionalismo vasco estaría dispuesto a jugar a la vista de las posibilidades que se abren para su proyecto a medio y largo plazo. Esta hipótesis de interponer un dique al control nacionalista de la vida vasca se trata de un dato que raramente se plantea públicamente, pero que está presente en los cálculos de los políticos. Cuando, por otro lado, los socialistas navarros plantean la posibilidad de una negociación con los nacionalistas vascos en Navarra a cambio de suspender sine die el proceso de incorporación de la comunidad foral a Euskadi, están planteando un imposible. Porque solamente el proceso de integración justifica la existencia de unas fuerzas políticas nacionalistas que, en otro caso, perderían su razón de existencia.

La vía navarra a la autonomía, de ley a ley, de la Ley Paccionada de 1841 a la Ley de Amejoramiento Foral, siguiendo el modelo de nuestra transición, resultó una inteligente operación política que frustró las pretensiones del nacionalismo vasco. Es verdad que la transitoria cuarta de nuestra Constitución abre la puerta para una rectificación de este camino. El dato básico al respecto, sin embargo, es que esta transitoria no tiene su origen en la voluntad de los navarros, sino en la presión de los nacionalistas vascos a los que se cedió en un intento de integrarles en el orden constitucional.

El nacionalismo vasco estaría dispuesto a muchas cesiones provisionales por conseguir una integración que haría viable la "hoja de ruta" de su proyecto político. Pero se trataría de una integración que a la vuelta de muy poco tiempo nos enfrentaría con un proyecto nacionalista vasco que habría alcanzado su objetivo táctico más importante. Esta es la razón por la que la gran mayoría de los navarros y el resto de los españoles, no podemos ceder en la apertura de un camino que puede resultar a corto plazo bien o mal para el proyecto español, pero que es la posibilidad para que pueda prosperar una opción secesionista, para que pueda hacerse realidad el colapso de España.

Los socialistas navarros deben juzgar la actual coyuntura política con realismo y responsabilidad. No pueden pedir a Nafarroa Bai lo que esta coalición no puede darles sinceramente sin pagar por ello el precio de su disolución política. Si el socialismo navarro no puede llegar a un entendimiento con UPN, el camino más sensato y democrático parece una nueva consulta al electorado. Este entendimiento, bien en la forma de un gobierno de coalición, bien en la forma de un gobierno en minoría integrado por el partido más votado, parece, probablemente, la solución más fácil, razonable y comprensible para el electorado.

En todo caso, conviene tener presente que el sustancial componente vasco de Navarra no necesita del proyecto del nacionalismo sabiniano para afirmarse y sobrevivir. Y que ese componente tiene en los instrumentos de cooperación entre Comunidades Autónomas previstos en nuestra vida política, además de en el amparo general de nuestra Constitución, una firme y suficiente garantía. En definitiva, que no se trata de una cuestión cultural la que está en juego, sino de la viabilidad de un proyecto político de inspiración secesionista en el que no cree la mayoría del pueblo navarro. Un proyecto que no puede contar con el apoyo de las fuerzas políticas españolas sin asumir con ello el más evidente de los contransentidos.

sábado, 14 de julio de 2007

Final del terrorismo sin diálogo con ETA

ABC 2007/07/14

"Al supeditarse el fin de la violencia al diálogo entre una organización criminal y el Estado, éste asume parte del argumentario terrorista que denuncia la imperfección de la democracia, argumento que resultaría cierto si realmente no fuera posible la salida del terrorismo sin una negociación que, sin embargo, no ha sido precisa para que otros terroristas renunciasen a su militancia."
ROGELIO ALONSO

Final del terrorismo sin diálogo con ETA
A pesar del fracaso de la negociación con ETA, todavía se insiste en mantener abierta la vía del diálogo con la organización terrorista, si bien se matiza que sólo tendrá lugar en determinadas circunstancias y sobre aspectos concretos como la disolución de la banda y la situación de sus presos. Sin embargo, la reciente experiencia, y otras anteriores, revelan cómo esa opción facilita a ETA el engaño de dirigentes y ciudadanos predispuestos a aceptar las señales equívocas que sobre su hipotética desaparición los terroristas deseen transmitir. De esa forma el Estado pone a disposición de ETA un instrumento con el que, en momentos de debilidad, la banda genera una notable confusión dividiendo a quienes se encargan de combatirla. En esas condiciones, y tras haber sufrido el terrorismo etarra durante décadas, la ansiedad colectiva derivada del deseo de poner término a la violencia puede ser fácilmente manipulada. Así ha ocurrido en estos tres últimos años, enfatizándose la incompatibilidad de negociación e intimidación pese a la existencia de ambas en condiciones inadmisibles al infringirse la resolución parlamentaria que sólo autorizaba el diálogo si antes los terroristas demostraban una «clara voluntad de poner fin a la violencia». El gobierno ha insistido en que no traspasaría unos límites que, no obstante, ha rebasado, justificando dicha vulneración mediante la relativización de las reglas impuestas al inicio del proceso. Se oculta así que el establecimiento, aparentemente firme, de dichas demarcaiones obedecía a la necesidad de respetar un procedimiento sin el cual la iniciativa carecía de validez.

Consecuentemente, si la resolución del Congreso pretendía dar legitimidad a la negociación, el incumplimiento de dicho mandato evidencia la ausencia de cobertura para una política, por tanto, dañina. Se ha intentado encubrir el éxito que para ETA supone esa cesión gubernamental enmascarando el escenario de negociación bajo un imaginario y positivo «fin dialogado de la violencia» que no era tal. Con esos precedentes la oferta de diálogo para el futuro proporciona a ETA la posibilidad de volver a gestionar a su conveniencia su actividad terrorista, sabedora de que a pesar de sus crímenes dispondrá de otra oportunidad en la que nuevamente podrá debilitar al Estado mediante tácticas similares a las que ya se han revelado eficaces para los terroristas. Así lo avala la pertinaz posición del gobierno presentando como una obligación de todo gobernante el diálogo con terroristas a pesar de que, obviamente, ningún dirigente debe comprometerse con acciones que una y otra vez se demuestran contraproducentes. Por todo ello, parece razonable descartar categóricamente el diálogo y la negociación con la banda en supuestos como los que hoy siguen defendiéndose.

Es precisamente la disuasoria credibilidad que se desprende de tan firme negativa la que garantiza el abandono del terrorismo sin concesiones para el Estado, como ocurrió con el dirigente etarra Francisco Múgica Garmendia y otros presos que en 2004 reclamaron la finalización de la violencia tras concluir que la «estrategia político-militar» de ETA había sido «superada por la represión del enemigo» ante «la imposibilidad de acumular fuerzas que posibiliten la negociación en última instancia con el poder central». Este significativo episodio de desvinculación constata que el abandono del terrorismo es posible sin diálogo con los terroristas, siendo viable dicha salida precisamente como consecuencia de la ausencia de negociación. Por tanto la eliminación de esa expectativa de diálogo se convierte en una condición necesaria para la ansiada desaparición de la violencia. En cambio, la promesa de dialogar con la banda asume implícitamente la progresión hacia una negociación que excede los límites, en apariencia infranqueables, que se fijan con objeto de ensalzar las ventajas de un diálogo que en teoría nunca se realizaría bajo la amenaza de la violencia y que quedaría restringido a la situación de los presos y a la disolución de la banda. El motivo radica en que cuestiones tan concretas ya pueden, y deben, abordarse mediante mecanismos existentes en nuestro sistema democrático, sin que se requiera para ello crear instrumentos ad hoc. Al supeditarse el fin de la violencia al diálogo entre una organización criminal y el Estado, éste asume parte del argumentario terrorista que denuncia la imperfección de la democracia, argumento que resultaría cierto si realmente no fuera posible la salida del terrorismo sin una negociación que, sin embargo, no ha sido precisa para que otros terroristas renunciasen a su militancia.

El implícito reconocimiento de indulgencia penal que conlleva la admisión del diálogo en condiciones como las referidas coadyuva a superar esos límites fijados por el Estado, abocando a éste a una negociación política que pasa a ser justificada en aras de una aspiración tan loable como la erradicación del terrorismo. Bajo pretexto de que el fin último justifica los medios, el Estado alienta así la creencia en la eficacia de la coacción, premiando al terrorista con una favorable distinción cualitativa de la pena y de sus crímenes. En consecuencia, ETA da por descontado que la impunidad para sus presos es una concesión ya conquistada que le induce a plantear su disolución sólo a cambio de otros objetivos más ambiciosos. De ahí que el prometido diálogo sobre «paz por presos» deje de representar un factor de disuasión, incentivando el mantenimiento de la amenaza una vez el terrorista ve confirmado que el Estado relega la aplicación del sistema penal y de procedimientos ordinarios inalterables frente a otros criminales. Por el contrario, la negativa del Estado a establecer dicho diálogo, defendiendo las vías de salida del terrorismo que la democracia ya ofrece, aporta credibilidad a la posición estatal garantizando que la paz y la libertad se antepongan a la política. En esas circunstancias las redenciones serían resultado de la efectiva desaparición de la violencia, favoreciendo la presión sobre ETA desde su propio entorno de acuerdo con la lógica que en 2003 se apreciaba en Gara. En serios momentos de debilidad para ETA simpatizantes del entorno radical señalaban: «Hay algo importantísimo que de primeras ganaríamos sin ETA: no habría seiscientos detenidos al año. Habría treinta y, quizás, tras varios años, nadie». Otro articulista añadía: «La izquierda abertzale ha probado durante treinta años con ETA. Que pruebe ahora sin ella».

Estas críticas confirman que el abandono del terrorismo no exige que el Estado construya una narrativa legitimadora de dicha opción mediante la oferta de diálogo, siendo ese relato explicativo responsabilidad de ETA. Los hechos ratifican que sus dirigentes podrían articularlo si existiera una verdadera voluntad de renuncia. Ésta únicamente parece posible en un escenario de derrota incompatible con una coyuntura de final dialogado como el acometido, pues sólo así se fomenta el cuestionamiento táctico de una violencia que entonces sí resulta contraproducente para ETA. Debe subrayarse que nuestro ordenamiento contempla ya la reinserción de los terroristas, si bien condicionada a la renuncia a la violencia para evitar que el terrorismo extraiga «ventaja o rédito político alguno», tal y como demanda el Pacto por las Libertades, y en contra de lo que supone el fin dialogado propugnado. Las razones aquí expuestas demuestran que el ofrecimiento de diálogo estimula la continuidad de la amenaza al racionalizar los terroristas que su violencia siempre será recompensada, y no penalizada, con otra oportunidad. De ese modo los dirigentes políticos, seducidos por el objetivo último de terminar con el terrorismo, se ven impelidos a ceder a ETA la iniciativa en la política antiterrorista convirtiendo el diálogo en un arma contra el Estado.

ROGELIO ALONSO
Profesor de Ciencia Política. Universidad Rey Juan Carlos

sábado, 16 de junio de 2007

La cara dura de la izquierda

ABC 2007/06/16

"...ser hoy de izquierdas en España es quejarse de todo y culpar de todo a una derecha previamente criminalizada."
Por MIQUEL PORTA PERALES, Crítico y escritor

La cara dura de la izquierda
DESDE hace meses, tenía curiosidad por saber qué significa ser hoy de izquierdas en España. Después de leer algunos libros, después de analizar una gran cantidad de artículos y opiniones de gente de izquierdas, después de conversar con algún amigo, conocido o saludado que pertenece al gremio de la izquierda española, he llegado a la siguiente conclusión: ser hoy de izquierdas en España es quejarse de todo y culpar de todo a una derecha previamente criminalizada. Al respecto, la izquierda española padece un par de síndromes: el de Jeremías y el de Jezabel. Dos patologías que se complementan.

La patológica del síndrome de Jeremías -en recuerdo de aquel personaje bíblico que nunca se cansaba de anunciar las desgracias que amenazaban al género humano- que padece la izquierda española se caracteriza por su maniqueísmo: el bien contra el mal. El bien es la izquierda. El mal es la derecha. Veamos. ¿Por qué la izquierda es el bien y la derecha es el mal? Por definición. La izquierda monopoliza el conocimiento de la realidad. La izquierda se erige en la administradora única de la verdad única. El discurso de la izquierda se autolegitima y autolegaliza: dentro del mismo todo vale, fuera del mismo nada vale. Un discurso que, como señalábamos antes, asegura que el mal está en la derecha.

Y para muestra, una breve antología de textos recientes -escritos por insignes intelectuales de izquierdas convertidos en la voz de su amo- en donde se percibe la maldad de la derecha según la izquierda. Parafraseando un conocido western de los años setenta, nos encontramos con el bueno, el farsante, el demagogo y el necio. El bueno: «La derecha utiliza políticamente a las víctimas del terrorismo confirmando la sospecha de que en la política no hay sitio para la piedad». El embaucador: «La agresiva beligerancia de una ola reaccionaria de la derecha extrema para la descalificación y desmontaje de lo que los seres humanos tenemos en común». El demagogo: «Un golpe de Estado necesita, o bien unos generales con galones, o bien una vanguardia dispuesta a todo para conseguir su fin último: la toma del poder al precio que sea. Pues bien, parece que en esto estamos. Los dirigentes del Partido Popular han instalado en España un eficiente bolchevismo neoconservador que está librando una descomunal batalla contra la democracia y el espíritu de la Transición». El necio: «Es preciso que el integrismo retire sus manos arteras del cuello de esa ciudad -Madrid- y la deje respirar, la deje ser. Nos deje ser. El cuerpo español necesita que la derecha no reviente el corazón del Estado». ¿Quizá este ramillete de intelectuales de cuyo nombre no quiero acordarme se muestra igualmente duro con la izquierda? Pues, no. A ninguno de ellos se le conoce crítica alguna sobre la falta de piedad de la izquierda con las víctimas del terrorismo, o sobre la agresiva beligerancia de un retroprogresismo de la izquierda extrema que está desmontando lo que los españoles tenemos en común, o sobre el vanguardismo neobolchevique de una izquierda que está dispuesta a todo -desvertebración del Estado de las autonomías o negociación con una banda terrorista que no ha depuesto las armas- con el fin de mantenerse en el poder, o sobre el integrismo y la fatal arrogancia de una izquierda intervencionista que condiciona incluso la autonomía de los ciudadanos. Estos intelectuales de izquierda -buenismo, engaño, demagogia y necedad- son el reflejo de una izquierda política gobernante que, desvergonzadamente e impunemente -arteramente, como decía el necio-, practica el arte de la doble medida a mayor gloria de sus particulares e intransferibles intereses.

¿Por qué la izquierda intelectual y política dice lo que dice? Aquí aparece -en recuerdo de aquel personaje del Antiguo Testamento, paradigma del cinismo, la ambición y la seducción con fines perversos- el síndrome de Jezabel al que nos referíamos al inicio de estas líneas. La patológica de dicho síndrome, que sufre la izquierda española, se manifiesta cuando se inventa un presunto enemigo -no un adversario- al cual se le atribuyen todos los vicios e iniquidades propios de la maligna Jezabel. ¿Cuál es el objetivo que se persigue? La obtención de legitimación política y social. ¿Cómo se consigue esa doble legitimación? Criminalizando y demonizando una supuesta amenaza -«un imaginario absoluto», que diría Jean Baudrillard- que, al ser denunciada y combatida, provoca -debe provocar- la cohesión de la sociedad alrededor de quien se erige en su único protector. Se trata, por decirlo coloquialmente, de buscar la cabeza de turco o chivo expiatorio -la derecha, en nuestro caso- en quien descargar los propios fracasos y la propia impotencia. Pero, todavía hay algo más importante: la criminalización de la derecha con la consiguiente victimización de la izquierda -la izquierda se considera a sí misma inocente por definición y víctima por vocación- responde al intento de conquistar o conservar el poder. Y para satisfacer la codicia del poder, todo vale. Por ejemplo, la apelación a la ética. Sacando a colación una expresión del escritor checo nacionalizado francés Milan Kundera, la izquierda practica el «yudo moral». En pocas palabras, la izquierda lanza su desafío, lanza su órdago contra la derecha, esgrimiendo la ética contra el adversario transformado en enemigo. Y, ¿cómo competir con quien se presenta avalado por la ética? ¿Cómo competir con quien se autoadjudica el monopolio de la ética? ¿Cómo competir -en palabras de Kundera- con «quien quiere emocionar y deslumbrar a la gente con la belleza de su vida»? ¿Cómo competir -concluye Kundera- con «quien es capaz de mostrarse más moral, más valiente, más honesto, más sincero, más dispuesto al sacrificio, más verídico que nadie»? Así las cosas, quienes piensan de otra manera son tildados de amorales, cínicos, deshonestos y embusteros. En definitiva, el triunfo de la impostura.

Puestos a identificar la figura de la izquierda española de hoy con un prototipo, podríamos hablar del predicador medieval que, desde el púlpito, censuraba y exorcizaba todo aquello que no entendía ni controlaba, ponía en cuestión su crédito e ideología, y hasta se jugaba la vida en el intento. Sin embargo -quede dicho-, entre el predicador medieval y el izquierdista español de hoy existe una notable diferencia que conviene remarcar: mientras al primero le movía el sincero afán de conducir a los fieles al cielo librándoles de las tentaciones terrenales; al segundo, que siempre juega sobre seguro, le mueve el torticero deseo de perpetuarse en el poder librándose de un adversario político al que considera un enemigo que acorralar, derrotar y marginar. La buena fe religiosa del primero, frente a la cara dura ideológica del segundo.

jueves, 14 de junio de 2007

ETA y la democracia española

ABC 2007/06/14

"No es ningún secreto que muchas personas han acabado preguntándose si, en vez de confiar en la justicia, sus derechos no estarían mejor protegidos por una banda de pistoleros, lo que les permitiría negociar con el gobierno y recibir un trato privilegiado."
CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN, Profesor de la UPV y portavoz de Basta Ya

ETA y la democracia española
CREO que una conclusión ineludible del fracaso del siempre mal llamado «proceso de paz» es que nuestra democracia ha demostrado graves deficiencias a la hora de garantizar la solidez de la clave de bóveda de cualquier democracia: el cumplimiento de las leyes. Más allá de los pésimos cálculos estratégicos de Zapatero y sus asesores, con la deleznable concepción de la política y la ética pública que esos malos cálculos revelan, el hecho es que para sostener la negociación política con ETA el gobierno ha podido burlar el sentido de las leyes o eludir su aplicación, y todo ello sin incurrir en una ilegalidad flagrante. Semejante facilidad abre la caja de Pandora en materias tan sensibles como la igualdad jurídica de los ciudadanos o las obligaciones de las instituciones del Estado de derecho, que deben asegurar por todos los medios a su alcance la vida, la seguridad y la libertad de los ciudadanos amenazados por cualquier causa, sea un grupo terrorista o una catástrofe natural. ETA y la democracia española.

No soy jurista y sin duda ignoro cuestiones fundamentales de la especialidad, de manera que me limitaré a señalar el muy evidente fenómeno del vaciamiento de la Ley de Partidos, sin duda el mayor logro jurídico del Pacto Antiterrorista. ETA siempre lo ha entendido así, y por eso se ha volcado en conseguir la vuelta de su brazo político a las instituciones, por razones prácticas y políticas sobradamente conocidas. Incluso ha fingido que buscaba sinceramente un acuerdo de paz, engañando a muchos. Porque en cuanto ha conseguido su propósito -¡y a cambio de nada!- ha cancelado la farsa, volviendo a lo que es.

La opereta del caso De Juana, las idas y venidas de Otegi por los tribunales, la tolerancia de la kale borroka y de la extorsión, incluso del robo de armas y de movimientos de bandas armadas, palidecen frente al éxito de la vuelta a la legalidad de HB, ahora como el avatar ANV. Y la sentencia salomónica que legalizaba una parte del partido dejando fuera a la otra sólo ha empeorado las cosas: además de regalar a la banda una base territorial indispensable (bautizada ya como «territorio ANV»), le ha proporcionado gratuitamente la argumentación que buscaba -el «Guantánamo electoral»- para justificar su regreso al asesinato en respuesta a la discriminación de que es víctima, disparate llamado a tener un gran éxito en foros internacionales muy variados, para desgracia de todos.

Los etarras han explotado la capacidad de obstruir los procedimientos judiciales que el gobierno puede desplegar a través de la fiscalía general del Estado. Ha quedado demostrado, ante el pasmo general, que un gobierno decidido a negociar con ETA puede usar la fiscalía general para retirar cargos, paralizar procedimientos e impedir a un tribunal que dicte la sentencia que hubiera considerado más acorde al derecho, como le pasó al Tribunal Supremo en la demanda de ilegalización de las listas de ANV. Se ha observado, por otra parte, que las listas que la propia fiscalía postulaba como candidatas a la ilegalización eran en varios casos las más convenientes para las cábalas poselectorales del partido del gobierno en Navarra y País Vasco. Pero dejando ahora los aspectos más sórdidos e instrumentales del asunto, ¿estamos en condiciones de garantizar que las leyes aprobadas por el Parlamento sobrevivirán a la interpretación creativa de un gobierno que puede obstruir su aplicación en función de sus conveniencias? Parafraseando el famoso dicho cínico atribuido a Romanones -«ustedes hagan la ley y déjenme a mí el reglamento»-, el gobierno bien puede decir: «ustedes hagan la ley y déjenme a mí nombrar al fiscal general». El resultado: la Ley de Partidos ha sido vaciada como una bañera a la que se quita el tapón. La bañera sigue ahí, cierto, pero no sirve para bañarse en ella. Y es muy posible que acabe en la chatarra si el Tribunal de Estrasburgo hace suya la doctrina Conde Pumpido.

Si no estoy equivocado, es un problema constitucional. La Constitución concede demasiado poder al gobierno a través de la prerrogativa de nombrar al fiscal general (art. 124.4), lo que le permite llegar a burlarla, como ha ocurrido con la Ley de Partidos, simplemente con inhibirse y tolerar la actuación de Batasuna, que ha disfrutado de más libertad, y atención mediática, que los partidos democráticos vascos. La conexión jerárquica gobierno-fiscalía debilita la separación de poderes y limita la capacidad de actuación de los jueces. Ha quedado a la vista justamente cuando la negociación política con ETA emprendida por el gobierno reclamaba una actuación eficaz de la justicia para evitar la relegalización de hecho de Batasuna, primero, y luego la salomónica de media ANV.

Hay quien piensa que todo depende en última instancia de quién esté al frente del gobierno. Si se trata de alguien completamente contrario a la negociación con ETA, se alega, no habrá ningún problema en este sentido. Pero es un argumento débil. Para empezar, ese partido -de momento, sólo el PP entre los grandes- necesita una mayoría absoluta que le permita no sólo aplicar las leyes, sino exigir que hagan lo mismo las instituciones vascas, pongamos por caso, por lo que no debe depender de pactos con nacionalistas. Pero la debilidad argumental radica en que una democracia no puede depender, para algo tan serio como la aplicación de las leyes y la igualdad jurídica, de la personalidad de quien ocupe en un momento dado las instituciones fundamentales.
Siguiendo la saludable máxima liberal, la Constitución es el contrato que protege a los ciudadanos del excesivo poderío del Estado, de manera que lo necesario es reformar nuestro contrato constitucional para obtener garantías razonables de que la próxima vez que un gobierno o un parlamento procedan a ilegalizar a la rama política de ETA, o cualquier cosa semejante, no vendrá después otro gobierno con distinta visión de la jugada, capaz de deshacerlo todo para volver al punto anterior... como ha pasado esta legislatura.

En el PP algunas voces cualificadas abogan por la reforma de la Constitución, sobre todo en materia territorial, para hacer frente al vaciamiento constitucional de competencias estatales e igualdad territorial que ha impulsado el zapaterismo en otra de sus inspiraciones visionarias. En la izquierda renovadora hay gente que comparte esa idea, que probablemente prosperaría también en el PSOE de no ser por el zapaterismo. Pero es importante que nos percatemos de que el regreso del terrorismo total no es sólo la consecuencia de una mala política de gobierno, que lo es, sino de que esa mala política ha aprovechado ciertas insuficiencias constitucionales. Hay que abrir un debate de reforma constitucional que también aborde los profundos desafíos del terrorismo, de manera que no dependamos de líderes visionarios o fiscales guantanameros, pero tampoco de contrarios más lúcidos que no siempre estarán disponibles en el momento y lugar oportunos. La democracia es así. Y por eso, en este nuevo asalto contra ETA que deberá ser el definitivo, hay que hablarde la reforma de la Constitución.